3 ¿Terapia terminada?
¿Cómo te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.
¿Terapia terminada?
- Entonces ¿cómo me ves?
Te veo muy bien. Has progresado mucho.
No, en serio... yo te lo cuento todo así que háblame claro.
La psicóloga se detuvo un momento a reflexionar. No le gustaba que le hicieran las preguntas a ella, pero decidió que su paciente tenía razón: era hora de que le diera un diagnóstico actualizado. Además le vendría bien reforzarse un poco. Algo de motivación para no bajar la guardia.
- Pues, completamente en serio, cuando llegaste hace tres meses eras un mar de dudas. Estabas desorientada y muy cabreada. Llena de ira y además te culpabilizabas de la infidelidad de tu marido.
Una situación así es un momento muy complicado, porque toca tomar decisiones que te afectan de forma muy importante: ¿Qué vas a hacer con tu matrimonio? ¿Qué sientes hacia tu pareja, más allá del enfado y de la decepción por la traición sufrida? ¿Cuál es el plan a seguir?
En fin. Hay que aclarar los sentimientos y tener la cabeza lo más fría posible, antes de tomar decisiones que te pueden afectar para toda la vida.
Y precisamente es en esos momentos, cuando una menos está capacitada para hacerlo. No en ese estado de rabia y confusión. Normalmente, cuando se toman decisiones en caliente, lo que se hace es empeorar la situación, de forma que luego resulta más difícil recuperarse anímica y personalmente.
Tú actuaste correctamente. Dejaste pasar los primeros momentos. Te has tomado un tiempo para recapacitar y aclarar tus sentimientos. Para analizar qué es lo que ha pasado, cómo te sientes y qué es lo que tienes que hacer a partir de ahora. Las mujeres que llegan a mí, en tu situación, normalmente no duran ni dos consultas o por el contrario, tardan meses en recuperar el control de su vida, si es que lo consiguen.
Tú lo has hecho muy bien.
Bueno mi dinero me ha costado, ya me habían dicho que eras de las mejores. Entonces ¿ya me das el alta?
No vayas tan rápido.
Pero tú lo has dicho: ya estoy en condiciones enfrentarme a la situación.
Precisamente eso es lo que me preocupa. Aún no me has contado cuál va a ser tu decisión.
Perdona, pero eso es cosa mía.
- Desde luego, eso te pertenece. Solo quiero asegurarme que estás en condiciones de decidir y que no te voy a volver a ver aquí dentro de dos meses otra vez.
Raquel resopló, molesta por tener que darle la razón a la psicóloga. La verdad es que sabía hacer su trabajo. Pero había cosas que no deseaba compartir.
- Bueno ¿entonces qué quieres saber?
- Hagamos un pequeño repaso a toda la historia ¿te parece?
Estaba claro que la doctora no le iba a ceder el control de la situación. Tendría que mantenerse a la defensiva. Pero bueno, eso se le daba bien, igual que mentir, así que la dejaría preguntar.
- Me parece... contestó con un poco de sorna.
Su interlocutora ignoró con bastante oficio la ironía y comenzó a preguntar.
- ¿Cómo te sentiste cuando lo supiste?
- Pues como acabas de decir más o menos. Muy cabreada. Sin saber qué hacer. Muy confusa. Pero sobre todo cabreada.
- Es normal que sintieras ira. Al fin y al cabo te acaban de traicionar...
Sí, pero es curioso. Ahora me doy cuenta que con quién realmente estaba más cabreada, era conmigo misma.
¿Crees que fue culpa tuya?
- No. No es por eso. Nuestra relación siempre ha sido muy buena. No creo que tenga ningún motivo de queja hacia mí. De hecho, desde que nos casamos he estado pendiente de él. En los últimos 20 años no he trabajado fuera de casa. Él no ha tenido que preocuparse de nada relacionado con la intendencia del hogar, ni de los hijos. Siempre se encontraba todo hecho al volver del trabajo. Creo sinceramente que nunca le ha faltado mi atención, ni tampoco mi cariño.
- En la cama ¿todo bien?
- Por mi parte sí. Es curioso pero cuando me juntaba con las amigas de mi edad, casi todas se quejaban de lo pesados que se ponían sus maridos. La mayoría entraba en rutina con su pareja. Ya sabes, sobre todo cuando tienes hijos y te pones en modo madre.
Mira, te voy a contar algo que no le he contado a nadie. Yo fingía con mis amigas que a mí me pasaba lo mismo. Que Jorge algunas veces quería hacerlo casi a diario. Y yo, que estaba muy cansada, le decía que lo dejáramos para el sábado o el domingo, o como mucho, que teníamos sexo alguna vez por la noche entre semana.
Pero resulta que era al revés. Era a mí a la que me apetecía hacerlo recién levantados, antes de que se fuera al trabajo. O alguna tarde que teníamos a los niños fuera de casa. O por la noche cuando se habían dormido. A veces si veía que surgía la oportunidad se lo proponía.
- ¿Y?
Y con demasiada frecuencia me decía que no, que estaba cansado. Yo pensaba que me había tocado el único marido que se tomaba el sexo con tranquilidad. Y es verdad, Jorge nunca ha sido muy efusivo. Estoy segura que con su amante tampoco. Quizás al principio, con la novedad. Así que no, no me considero culpable, ni siquiera en parte, de lo que ha pasado. Toda la responsabilidad de los cuernos creo que ha sido suya. No le he dado absolutamente ningún motivo para hacerme esto.
Entonces ¿por qué estabas tan enfadada contigo misma?
Más bien por no querer verlo. Jorge nunca ha sido un tío cuidadoso. Siempre sospeche algo. Dejaba demasiadas pistas. Indicios que siempre tenían una explicación si los considerabas aisladamente, pero que viéndolos en conjunto, hasta la más tonta hubiera tenido claro que algo había. Pero yo jamás llegue intentar siquiera reunir las fichas del puzzle. Creo que tenía miedo de lo que me pudiera encontrar. Por eso me creía todas sus disculpas. A veces ni siquiera le preguntaba, yo misma le elaboraba su propia coartada.
Si encontraba un pelo rubio en su ropa, sabiendo que yo soy morena, pensaba que se le había pegado en el transporte público, en la oficina o en el taxi. Si venía oliendo a perfume de mujer, tres cuartos de lo mismo. Si alguna tarde se tenía que quedar a trabajar, lo llamaba al móvil en vez de hacerlo al teléfono del trabajo. Incluso en un par de ocasiones, tuvo que ausentarse un fin de semana, cuando él nunca ha viajado sábados o domingos.
En fin, ya sabes, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Me tragaba la bilis y continuaba hacia delante como si no pasara nada.Pero claro, ya llega un momento en que no te puedes hacer más la tonta. Te acabas preguntando ¿y si es verdad? Y claro que era verdad. Pero aunque cada vez le daba más vueltas al asunto, no me decidía a intervenir. A decirle nada.
- Y eso ¿por qué?
Raquel suspiró y se tomó un instante antes de responder. ¡Cuánto hubiese deseado tener en ese momento un cigarrillo entre los labios y aspirar un par de caladas! Lo había dejado hacía un par de semanas y estaba con el mono del tabaco.
- Pues creo que era por todo lo que implicaba. Si era verdad ¿podría perdonar? O ¿qué pasaría si era él, el que me dejaba y se iba con la otra?No es que seamos una pareja modelo, pero nos va bien. Jorge adora a sus hijos y quitando este tema, conmigo siempre se ha portado genial. Estoy segura de que me quiere, porque me lo demuestra en el día a día. Además, hay otras cosas importantes. El disgusto de nuestros hijos, el tema económico: yo no trabajo y veo difícil que ahora me pueda volver a poner en el mercado.
En fin, que una separación sería un desastre. Me daba miedo enfrentarme a eso. Me superaba, era algo que no sabía cómo gestionar.
Raquel concluyó por fin:
- Creo que por eso lo negaba. Porque no sabía qué hacer en una situación así.
Pero ignorar los problemas no los resuelve…
No, está claro: por mucho que corras, al final te acaban alcanzando…
Volvamos al día en que no pudiste ignorar la realidad.
- ¿Te refieres al día en que lo pillé? Ya te lo he contado…
- Otra vez por favor.
- No me agrada hablar de eso: no por esperado fue un momento menos difícil…
- Precisamente por eso debes contármelo. Quiero ver cómo reaccionas narrándolo de nuevo, necesito saber cómo te afecta.
Nuevo suspiro de Raquel. Otra vez la necesidad de fumar. Empezaba a pensar que lo había dejado demasiado pronto…Luego, tomó aire como si cogiera impulso y comenzó a narrar.
- Bueno, pues esta vez fue algo que no pude ignorar. Estaba en el baño para ducharme. Tenía que lavarme la cabeza y me di cuenta que me faltaba una toalla pequeña para envolverla después. Me puse el albornoz y salí desnuda a mi dormitorio, a coger una del armario. Dejé la luz encendida del cuarto baño y la puerta cerrada para que no se fuera lo calentito: tenemos un aparatito de estos de aire caliente ¿sabes?
Me encontraba en el dormitorio buscando la toalla, cuando mi marido entró en la habitación. La puerta del armario me tapaba. Ni se dio cuenta que estaba allí. El eterno despistado… venía concentrado en la llamada que estaba haciendo. Ni siquiera miró para la esquina del vestidor. Entró y se puso de frente a la puerta, como para controlar si, por lo que sea, yo salía del baño mientras él hablaba.
Como me iba a lavar la cabeza, él sabía que yo iba a tardar bastante. Así que pensó que era el momento propicio para hacer la llamada. La puerta cerrada; el ruido del aparato de aire; la luz encendida… estaba convencido que yo estaba dentro del cuarto de baño. Y bueno, ya sabes lo demás: la conversación no dejaba lugar a duda alguna. No había posibilidad de ningun equivoco.
¿Llegaste bien a casa? ¿Cuándo nos vamos a ver otra vez? Sí, claro que estoy caliente. Estoy deseando follarte de nuevo. Para la próxima, ponte la lencería verde que te regalé, ya sabes que me pone muy cachondo. No, mejor ya te llamo yo.
Traté de contener la respiración, de no moverme, pero la verdad es que me puse a temblar. Se me aflojaron las piernas y las manos. Entonces la toalla cayó al suelo, yo hice un movimiento reflejo para intentar cogerla, golpeando la puerta del armario y fue cuando él giró la cabeza y me vio.
No intentó disculparse ni esconderlo: ¡estaba tan claro! Me miro a la cara y no pudo ni fingir que me estaba gastando una broma. Lo vi ponerse colorado, luego blanco… la sangre se le fue del rostro. En ese momento te aseguro que casi sentí más pena por él que por mí.
Los dos rompimos a llorar. Yo me encerré en el cuarto de baño y él se quedó en el dormitorio. No tenía fuerza siquiera para pedirme que saliera… cuando me calmé, tuve que ser yo la que fuera a buscarlo y allí seguía, sentado en la cama con la cara entre las manos. Lo único que fue capaz de decirme es que lo sentía, lo repetía una y otra vez:
- Lo siento, lo siento, lo siento…
- No era capaz de mirarme. Yo en ese momento también estaba muy afectada, te puedes imaginar. Y ¡qué curioso! ¡Seguía estando más preocupada de él que de mí! Pensé: ¡vaya mal rato que está pasando! Creo, que también tuve claro en ese momento que él estaba por mí. De alguna forma me tranquilizó el saber qué su elección estaba hecha, y que en ningún momento, se le había pasado por la cabeza divorciarse o irse con otra. No había más que verlo: estaba allí, absolutamente destrozado y temblando ante la posibilidad de que lo pusiera de patitas en la calle.
- Y ¿luego?
- Pues luego estuvimos sentados en la cama los dos juntos, casi media hora, sin hablarnos. Se oyó la puerta: era mi hija, que llegaba a casa. Yo me vestí y me fui a la cocina a hacer la cena. No intercambiamos ni una sola palabra esa noche. Mi hija no se dio cuenta de nada, terminó de cenar y se fue a su cuarto. La oí charlar con las amigas por el móvil y luego poner la tele.Nosotros nos acostamos juntos para que ella no sospechara nada. Jorge intentó hablarme, pero le dije que no me dirigiera la palabra o lo echaba de casa. Así estuvimos una semana, sin hablarnos. Pasado este tiempo, una tarde, le pedí que viniera a la cocina conmigo. Tomábamos café por separado, él en el salón y yo la cocina. Se acercó como un perrito abandonado. Ni siquiera se sentó a mi lado: esperó a que yo se lo dijera.
- Bien, ¿tienes algo que decir? le pregunté.
- No volverá a pasar nunca más, te lo prometo, me respondió.
- ¿Y tú le creíste?
Raquel hizo un mohín con la cara, como si la pregunta le molestara.
- Sí, creo que decía la verdad. Es lo que sentía en este momento. Estoy segura.
- Y a futuro, ¿crees que será capaz de cumplir su promesa?
Nuevo mohín de Raquel, que veía que el interrogatorio estaba tomando un cariz que no le agradaba. Igual era verdad que no tenía el tema tan controlado como ella creía.
- Eso no puedo saberlo. Lo que sí sé, es lo que haré si vuelve a engañarme.
¿Y qué harás?
Lo planto en la calle. Me da igual la familia, que me tenga que poner a trabajar, el disgusto que nos llevemos todos… no le pienso perdonar otra. Ni tampoco olvidarme de esta.
¿Todo esto lo has hablado con él?
No creo que haga falta: sabe que no le voy a consentir otra infidelidad.
- Raquel, no vale con suponerlo: hay que hablar estos temas. Este es un problema de los dos y tenéis que reconstruir vuestra relación. Establecer las nuevas reglas, los límites y las consecuencias de vulnerarlos. De otra forma, no será fácil recuperar la confianza.
-Está bien, lo hablaré con él.
- Estupendo, pues dejamos la próxima sesión para cuando lo tengáis hablado. Hasta entonces no habrá alta.
Raquel salió disparada de la consulta. Se le echaba la mañana encima. Camino de casa, siguió dándole vueltas a la conversación con la psicóloga. No consideraba necesario seguir acudiendo a la consulta. Es verdad que la había ayudado mucho el primer mes y medio. Pero ahora había recuperado el control de su vida. No necesitaba según qué consejos. En su día había puesto las cosas claras con su marido. Habían recuperado la normalidad y él estaba tan asustado que no le cabía en la cabeza que volviera a ponerle los cuernos, al menos a corto plazo. Entonces: ¿a que venía volver ahora sobre lo mismo y hacer terapia de pareja?
Era un tema que no quería ni tratar. No era necesario, no ahora.
Quizás ya no iría a la próxima consulta. La verdad es que durante ese primer mes tan malo la había ayudado mucho, y era por eso, que se resistía a dar por finalizada la terapia y abandonar las citas por su cuenta y riesgo. Pero quizás para la próxima... Bueno ya lo pensaría, ahora tenía otras urgencias.
Mientras pensaba, aceleró el paso. En apenas diez minutos más, llegó a casa. Lo primero que hizo nada más entrar, fue comprobar de nuevo su móvil, para ver el mensaje que le había dejado.
- ¿Come la niña hoy en el colegio? Creo que puedo escaparme un par de horas del trabajo al mediodía...
No, hoy come en casa. Pero si es antes de las dos, que voy a recogerla, vente y hacemos algo rapidito...
Ok allí estaré sobre las 12:00 o 12:30.
Raquel sonrió pícara. Volvió a sentir la misma excitación que cuando leyó el mensaje. Notó un cosquilleo entre sus piernas. Mientras leía la nota, con la mano libre se acariciaba un pezón por encima de la tela, casi sin darse cuenta, en un movimiento reflejo. Su vulva comenzó a mojarse.
Otra cosa que funcionaba bien de nuevo en su vida, era el sexo. La psicóloga le pregunto si había vuelto a hacerlo con su marido y ella le contó la verdad, que habían tardado casi un mes en volver a tener relaciones. Fue algo un poco mecánico, después de que él le prometiera no volver a serle jamás infiel. Una forma de sellar el pacto que evitaría romper su matrimonio.
Pero, solo desde las últimas semanas, empezó a disfrutar en verdad de un despertar sexual. Como si fuera de nuevo una adolescente con su primer novio. Este tipo de locuras improvisadas la ponían muy cachonda. Hacía tanto que ella no hacía cosas así...
Miró el reloj. No disponía de mucho tiempo de manera que cerró las ventanas que había dejado abiertas para airear el piso. Corrió las cortinas del salón y se dirigió al dormitorio. Allí, además, bajó las persianas dejándolo en semi penumbra. Encendió una pequeña vela roja y luego se dirigió al baño. Se limpió el Carmín de los labios y se soltó el pelo, que llevaba recogido en una coleta.
Luego, se desnudó completamente y se sentó en el bidet, donde se aseó sus partes íntimas. Le hubiera gustado darse una ducha y recortarse el bello público, que ya sobresalía un poquito del triángulo de su tanga. Pero no había tiempo para más. Tan solo para unas gotas de perfume en el cuello.
Luego volvió al dormitorio. Cogió una bata de seda y se la puso. Después, buscó en el cajón de su ropa íntima. Eligió un conjunto de lencería blanca semitransparente. Se puso el tanga y descartó el sostén. Los pechos irían sueltos bajo la bata, moviéndose provocativos con ella.
Al fondo del cajón había un pequeño estuche. Raquel sabía perfectamente lo que contenía. Ella misma lo había comprado. Era un pequeño plug dorado. Lo acompañaba un tubito con lubricante.
Otra cosa que había cambiado en sus relaciones, es que ahora probaba cosas nuevas. Poco a poco, pero lo cierto es que se abría a nuevas propuestas. Quizá como un acto de rebeldía, habían surgido en forma de fantasías, durante el mes estuvo sin hablarse con su marido y en las semanas siguientes. En todo este tiempo, cuando aún no tenía relaciones con él, o éstas eran todavía puro trámite, se imaginaba como una mujer muy activa sexualmente, sorprendiendo a su marido y quedando muy por encima de la guarra de su amante, sea lo que fuera lo que está le hiciera.
Y una de las cosas con las que había experimentado, era con su ano. Lo que antes siempre consideró cómo terreno vedado, un sitio sucio y de doloroso acceso, la sorprendió como algo morboso y placentero, siempre teniendo el debido cuidado y lubricación. Jugaba con su dedo, acariciándolo y atreviéndose a meterse la punta. Y se dio cuenta, que si lo combinaba con una masturbación o con una penetración vaginal, le proporcionaba un extraño y distinto placer. Así que se compró el plug, lo suficientemente grande como para notarlo, pero lo suficientemente pequeño como para no causarle daño ni molestias.
Desde hacía varios días fantaseaba con dejarse follar con él metido en el culo. Estaba segura que sería todo un placer. Pero para eso, era mejor una sesión sin límite de tiempo y más tranquila. Así que lo descartó para más adelante.
Luego se miró en el espejo de cuerpo entero del armario. El pelo suelto sobre sus hombros, los pezones marcándose bajo la seda y el tanga blanco transparentando una pequeña mata de vello oscuro debajo. Estaba lista.
Miró el reloj y vio que era casi la hora. No tardaría mucho en llegar. Se dirigió al salón y justo antes de tomar asiento en el sofá, oyó caminar por el pasillo. Pasos fuertes y decididos que reconoció sin lugar a dudas. Fue hacia la puerta y esperó a ver si se detenían junto a ella.
Acertó. Entonces, abrió la puerta pillándolo por sorpresa.
En apenas un segundo estaba dentro, con la boca abierta y los ojos brillándole de deseo.
- Estás... Muy hermosa...
- ¿Quieres decir que estoy muy buena? ¿Qué te pongo cachondo?
- Si, eso, rio él...
- Pues entonces vamos, que no hay mucho tiempo... Contestó Raquel mientras dejaba caer la bata a sus pies.
- Déjame al menos que beba agua antes. Estoy deshidratado y al verte así más todavía...
- Pues ya sabes dónde está, yo mientras voy destapando la cama, comentó con cierta sorna...
Ella se alejó hacia el dormitorio, exagerando el movimiento de caderas. No necesitaba volver la vista atrás, para saber que él estaba pendiente de su trasero, prácticamente desnudo a excepción del hilo del tanga.
Le oyó trastear en la cocina, mientras se servía el agua. Destapó la cama y se tendió sobre ella, apoyando la espalda en un almohadón. Se sentía excitada y se imaginó una nueva maldad. Se deshizo del tanga dejándolo sobre la cama. Flexionó las rodillas, levantándolas ligeramente y abrió sus muslos. Su sexo, aparecía ahora totalmente expuesto y a la vista.
Él se quedó en la puerta, sin atreverse a entrar, hipnotizado por lo que veía. Raquel se llevó la mano a su coño, pasando uno de sus dedos por entre los labios mayores. Lo hizo desaparecer sin apenas esfuerzo dentro de la vagina.
- Está mojado. Quítate la ropa. Toda.
Él obedeció sin rechistar. Así quedó desnudo, en el marco de la puerta, cómo esperando que le diera permiso para acercarse. Ese permiso llego en forma de orden inapelable y clara.
- Métemela. Estoy chorreando. ¿A qué esperas?
Raquel experimentó una punzada de placer cuando lo vio acercarse, con la polla erecta moviéndose de un lado a otro, a cada paso que daba. Cuatro meses atrás no se hubiera reconocido a sí misma en esa postura, dando esas órdenes, ni en ese estado de excitación, expectante por lo que iba a llegar.
Sintió el falo rozar sus muslos, cuando él se situó entre ellos. Algo similar a una pequeña descarga de electricidad estática la sacudió, cuando el glande rozó su clítoris.
- Métemela , repitió impaciente. No quería juegos ni preliminares. Solo quería que la penetraran.
La punta se abrió paso entre sus labios sin demasiada dificultad. Y tras ella, lentamente, el resto de la verga, dilatándole la vagina.
Raquel se aferró a su espalda y cruzó los muslos, apretándolo contra sí misma. Cerró los ojos y un gruñido casi animal se escapó de sus labios.
Una hora y cuarto después, yacía medio adormilada: se había quedado floja tras el último orgasmo conseguido. El tercero. No estaba nada mal: tres corridas en apenas poco más de una hora. En eso también habían mejorado sus relaciones. Ahora se encontraba más sensible y motivada.
Se incorporó de golpe.
- Tengo que ir a recoger a la niña...
Bueno, pues entonces, yo también me voy.
¿Tienes que volver a la oficina?
- No necesariamente, pero si me como un bocata en el bar de enfrente, puedo recuperar las dos horas esta misma tarde. Así me lo quito de encima y no tengo que quedarme otro día.
Pues genial. ¿Quieres que te haga algo rápido?
No, que entonces no llegas. Me tomo lo que sea en la calle.
Él se vistió rápido. Raquel lo acompaño a la puerta y antes de abrir, se puso la bata. Se daría una ducha rápida antes de salir.
Se besaron en la boca y ella le despidió con un guiño.
- ¿Te vas satisfecho?
Siempre me voy satisfecho cuando estoy contigo. Por cierto… ¿Cuando volvía tu marido?
Mañana por la tarde.
Vaya por Dios... Otra vez a andar de hoteles y de coche...
Pues cómprate un piso de una vez y así tendremos sitio...
- Si el sueldo me diera...Bueno hasta la próxima. Ojalá sea pronto.
Venga, vete ya. Y sal por las escaleras de atrás.
Si, no te preocupes.
Cuando su amante se fue, Raquel se dirigió rápida a la ducha.
Apenas el agua comenzó a salir templada, se metió debajo. Disponía de media hora escasa para vestirse y salir a por la hija. Bueno, tiempo de sobra si no se entretenía. Se cubrió de gel para eliminar el olor de su querido.
Por un momento se acordó de su psicóloga. Que hablara con su marido, decía… Que estableciera las condiciones que le ponía para continuar…
Ahora, era ella a la que no le interesaba establecer ninguna condición. La venganza es un plato que se sirve frío, pensó dejando escapar una sonrisa satisfecha.