3 heteros curiosos

Mario, David y yo éramos amigos desde la infancia. Como cada verano nos íbamos juntos a pasar una semana en la playa, pero ese año ocurrió algo que ninguno se esperaba.

Esta historia ocurrió cuando mis colegas y yo teníamos poco más de veinte años. Fue un verano tras acabar el segundo año de universidad en mi caso, pues ni Mario ni David pasaron del Bachillerato. Nos conocíamos desde niños ya que habíamos vivido en un pequeño pueblo de Albacete de esos donde se conoce casi todo el mundo. Al acabar el instituto me marché al norte de España a una facultad de renombre donde mi carrera tenía un mayor prestigio. Salir de tu pueblo y alejarte de los seres queridos fue duro al principio, pero lo cierto es me adapté bastante bien. Eso sí, en cuanto llegaba junio hacía la maleta y me volvía a pasar tres meses con mi familia, amigos y mi novia. Con ella había estado cuatro años, pero la distancia se convirtió en un obstáculo insalvable por el que no luchamos, así que ese verano iba a ser algo diferente. Lo que no cambiaría sería la semana que pasaríamos los colegas en la costa, algo que llevábamos haciendo desde la adolescencia. Pero también fue distinto porque los demás se fueron echando atrás hasta que apenas unas horas antes de salir hacia Murcia Mario, David y yo supimos que nos íbamos solos.

Lejos de desagradarnos, los tres sentimos una especie de subidón de adrenalina por la promesa que nos hicimos al montarnos en el coche de que lo pasaríamos de puta madre. Mario y yo habíamos estado algo más unidos porque residíamos en la misma calle y nos íbamos juntos al colegio, luego al insti y pedíamos que nos mandaran los trabajos juntos para hacerlos en su casa o en la mía. David se unió después cuando repitió en la ESO, pero se integró en nuestro grupo de forma rápida hasta que comenzaron a llamarles Zipi y Zape simplemente porque uno era rubio y el otro moreno. Yo siempre fui Fran a secas porque a nadie se le ocurrió un ingenioso mote para mí. Supongo que ser un tío normal no daba pie a mucha imaginación. Las diferencias entre ambos iban más allá del físico, lo cual también era evidente al margen del color del cabello. Mario era el moreno de pelo largo, espaldas anchas y piernas robustas porque siempre había jugado al tenis. Por su parte, David lucía un cabello lacio muy claro que pegaba con sus ojos verdes y brillantes heredados de su abuela, que era sueca. Su cuerpo en comparación al de Mario resultaba más enclenque, como si aún no hubiera dado el último estirón o no se hubiese formado por alcanzar la madurez pese a ser un año mayor que nosotros. Su físico era indicativo de sus caracteres, pues Mario se comportaba de manera más lanzada y ruda, mientras que David, sin llegar a ser tímido, era más comedido y prudente.

Y entre ambos estaba yo, de físico normal sin rasgos destacables y con una personalidad como la de cualquier otro chaval de mi edad que estaba interesado en video juegos, estudiar una carrera y salir de fiesta siempre que pudiese. Es verdad que tras esos dos años en la universidad me decían que me había vuelto más serio, pero no estaba de acuerdo y aquella semana que íbamos a pasar los tres era la oportunidad perfecta para demostrárselo.

Llegamos al pueblo costero al medio día, subimos al apartamento que los padres de David nos habían cedido esos días y con las mismas buscamos un supermercado para comprar unas cervezas frías. Los planes eran básicamente beber, salir de fiesta y disfrutar un poco de la playa aprovechando esos momentos más para descansar o pretender ligar que por ser especialmente aficionados a tumbarnos bajo el sol. Ese primer día comimos en un chiringuito y después bajamos a echar un rato sobre la arena. Y fue esa misma tarde, en la playa, cuando tuve mi primera experiencia gay. Bueno, en realidad no fue tal, pero hubo un elemento desconcertante que me hizo plantearme si en verdad me sentía atraído por los hombres. El culpable no fui yo, sino un chaval tumbado a unos diez metros de nosotros.

Lo primero por lo que llamaba la atención fue un bañador de esos cortos y ajustados que parecían más unos calzoncillos que sólo había visto antes a los nadadores de las olimpiadas. Y lo segundo fue su cuerpo musculado que brillaba por la crema solar que remarcaba sus músculos. Hablo de una época en la que ir al gimnasio no estaba tan de moda como ahora, por lo que ver un cuerpo musculado con la típica tableta de abdominales o el pecho marcado no era habitual salvo en algún actor de Hollywood. La combinación de su cuerpo y el minúsculo bañador despertó una curiosidad impensable para mí que me hacía querer mirarle una y otra vez sin ser capaz de apartar la vista esperanzado en que se moviese, se levantase para darse un baño o cualquier movimiento que me permitiera verle en su totalidad. Obviamente lo hice con todo el disimulo que pude para que mis colegas no se percataran, pero ellos ya habían advertido la presencia del chaval que sería apenas un par de años mayor que nosotros.

Con su descarado tono Mario trató de convencernos de aquel muchacho era gay, porque ningún macho se pavoneaba de aquella manera ni se atrevía a llevar una prenda de ropa tan ridícula según su opinión. Cuando David le rebatió como era costumbre, pues en absolutamente nada estaban de acuerdo y siempre prensé que sólo lo hacían para discutir, Miguel cambió de argumento aduciendo ahora que el único motivo por el que un tío llevaba ese bañador era para marcar paquete. Tanto se convenció que fue a darse un paseo por la orilla con el único objetivo de pasar a su lado y comprobarlo. Cuando volvió se encogió de hombros y se limitó a decir que no era gran cosa, aunque percibimos su envidia cuando habló de los músculos del desconocido.

Un grupo de chavalas sentadas al otro lado captó la atención de mis colegas haciéndoles olvidar al "chulo marica" que Miguel había bautizado. Sin embargo, yo seguía hipnotizado y me las ingeniaba para mirarle cada vez que podía. Cuando por fin se marchó sentí una mezcla de alivio y decepción. Lo primero porque de haber permanecido allí más tiempo mis amigos me hubieran pillado, y lo segundo porque, pese a todo, quería seguir contemplándole como si al hacerlo me ayudase a decidirme qué era lo que realmente me atraía del primer tío en el que me había fijado de esa manera. Se convirtió en mi obsesión el resto del día aunque tratara de aplacarle en mis pensamientos porque Mario me había dicho un par de veces que era un soso insistiendo en que la universidad me había cambiado. El desconocido fue desplazándose de mi cabeza, pero no por querer centrarme en mis amigos, sino porque en el garito donde estábamos me propuse observar a los tíos para comprobar si alguno provocaba algo similar en mí.

Hacía lo mismo que Mario y David con las chicas, obsesionados ambos con ligarse alguna durante aquellos días como si fuese su objetivo prioritario. Hasta hacía unas pocas horas antes yo hubiera estado babeando como ellos buscando algún grupo de tres tías buenas dispuestas a acompañarnos al apartamento para continuar la fiesta y lo que pudiese surgir, pues además el piso contaba con tres oportunos dormitorios, así que no tendríamos que pelearnos por las camas. Era todo demasiado perfecto y una sola imagen amenazaba con echarlo por tierra. Examiné el lugar y la verdad es que ningún hombre despertó interés en mí de la misma manera, aunque fui analizando rostros y cuerpos sin llegar a ser capaz de dilucidar si alguno me gustaba especialmente. Lo único reseñable fue un guiri rubio de ojos azules con el pelo repeinado a un lado que parecía sacado de un anuncio de alguna marca de moda juvenil de la época. Y precisamente su vestimenta fue lo que más llamó mi atención, pues vestía una camiseta de tirantes holgada que dejaba ver su vello en las axilas y a veces los pezones. Pero nuevamente no era una sola cosa la que me cautivaba, ya que como el conjunto del cuerpo fibrado y el bañador, aquel tipo conjugaba su atractivo rostro con la provocadora camiseta, por lo que no supe si esos elementos de forma aislada hubieran causado el mismo impacto.

Me preocupé tanto en averiguarlo que perdí la noción del tiempo y desaproveché la oportunidad de ligarme a una tía como habían hecho mis dos amigos. Casi al mismo tiempo se me acercaron para decirme que se bajaban a la playa con ellas. Justo cuando David desapareció caí en la cuenta de que tendría que haberle pedido las llaves del apartamento para marcharme y esperarles allí, pero no lo hice y no me quedó más remedio que quedarme solo junto a la barra, lo cual me pareció una situación bastante incómoda. Para mi sorpresa, el atractivo guiri la salvó. Se colocó a mi lado y comenzó a darme conversación. Intercambiábamos su mínimo nivel de español con lo que yo chapurreaba de inglés, por lo que la charla fue bastante cómica y lo pasé realmente bien aunque hablásemos de cosas típicas.

Mario fue el primero en regresar y al verle noté su semblante serio con una mueca de cabreo. La chica no había permitido que él le metiera mano citándole para conocerse al día siguiente. Mi colega no buscaba eso, así que al ver que no iba a conseguir nada la dejó tirada en la playa y se reunió conmigo. Fue a contármelo a toda prisa sin percatarse de que yo estaba hablando con el inglés, y cuando se dio cuenta lanzó una de esas frases que decía sin pensar:

—¿Qué haces mariconeando con este guaperas?

Le conté que me había visto solo y el chaval se había acercado a darme un poco de conversación. El atractivo rubio no dejaba de sonreír e hizo amago de saludar a Mario estrechándole la mano, pero mi amigo le cortó con brusquedad dándole la espalda y plantándome una palmadita en el culo. Fue muy rápido y no tuve tiempo para hacer nada, y aún sin creérmelo le escuché:

—He and me boyfriends. Bye bye.

No comprendí su reacción y me cabreé con él, a lo cual me repuso que no estaba dispuesto a quedarse con los dos aburriéndose y que quería desahogarse con lo que le había pasado en la playa. Le reproché su falta de tacto más que el beso y volvió a decirme algo fuera de lugar:

—¿Qué pasa, Fran, que estaban ligando con ese?

Intenté explicárselo de nuevo aunque supe que no iba a servir de nada. Quise buscar al rubio con la marida para al menos hacerle un gesto de disculpa, pero se había colocado de espaldas y nuestros ojos no volvieron a cruzarse. En cuanto David llegó nos marchamos y Mario se cabreó de nuevo cuando escuchó que nuestro colega afirmaba que la chica con la que se hubo marchado le hizo una mamada. A mí me dio igual y Mario no se lo creyó, por lo que se olvidó de mí para meterse con David un rato. Sin embargo, ya en el apartamento hizo mención al chico británico:

—Pues aquí nuestro amigo estaba ligando con un guiri —dijo como si nada—, aunque no veas qué buen gusto tiene Fran, pues si yo fuera marica también me lo habría tirado, ¿verdad? Así rubio con ojos azules.

No supe si hablaba el alcohol, su desmedida verborrea o la bilis acumulada por el enfado de su plantón y que David sí que se hubiera llevado una mamada. Me dirigí a éste para negar con la cabeza y nadie más le dio importancia hasta que a la mañana siguiente y mientras Mario aún dormía, David y yo nos reunimos en la terraza con una taza de café.

—Oye, Fran, que si tú eres homosexual a mí me lo puedes contar. Ya sabes que Mario es un bruto, pero si necesitas desahogarte con alguien…

—¿Qué dices tío? —Me puse a la defensiva—. Mario estaba picado contigo y lo ha pagado conmigo como siempre porque estoy en el medio.

—Bueno, yo sólo te digo que estoy aquí para lo que quieras. Los colegas somos algo más que compañeros de fiestas y borracheras, así que no quiero que te pase lo que le ocurrió a Santi en el instituto.

La mención al chaval que intentó suicidarse por haber sufrido acoso escolar con insultos y golpes diarios porque algunos pensaban que era gay me pareció fuera de lugar. Yo ya era adulto y la universidad no es lo mismo que el insti, así que no iba por ahí los tiros. Cierto era que sí tenía algo necesidad por saber qué me estaba ocurriendo y por qué me había fijado en esos dos tipos, pero no tuve fuerzas para confesarme. Más tarde, cuando estábamos de nuevo en la playa Mario nos dejó solos un rato porque le entró un retortijón y tuvo que ir al apartamento a cagar. Una de las veces que David me sonrió sí que me atreví:

—Con respecto a lo de esta mañana… No creo que sea gay, pero ayer me sentí atraído por el cachas de la playa y el rubio de la disco. A ver, no era atracción como de querer acostarme con ellos, pero no sé… Es difícil de explicar.

—Bueno, Fran, es medio normal. El tío de la playa me la puso dura hasta a mí —reveló riéndose.

—No es coña, David. No debía haberte contado nada.

—Perdona, tío. Lo que quiero decir es que es normal que sientas curiosidad, y si se te ponen por delante dos personas así en un momento crítico… Es como cuando en el insti nos hacíamos pajas en grupo y alguna vez se la hacíamos al de al lado.

—Yo jamás hice eso —negué extrañado.

—Porque tú has sido siempre más recatado. Mario lo negará, pero te aseguro que incluso él lo hizo en una ocasión. No fue por mariconeo, sino por lo que te digo de experimentar, así que mi consejo es que pruebes.

—Qué va, no podría.

—Anda ya. Esta noche en la disco buscas a alguno y de entretener a Mario me encargo yo.

—No es tan fácil. Además, ya te digo que no estoy seguro de nada…

David me interrumpió para darme un beso en los labios que me pilló totalmente desprevenido. Fue un beso sin lengua, pero algo más que un simple roce. Noté cómo se inclinaba y nuestros labios permanecieron juntos unos segundos. Después se apartó y me habló:

—¿Ves cómo es fácil?

—Eso no prueba nada —admití aún en shock.

—Sí que prueba algo, y es que estás dispuesto a intentarlo. Mario me hubiera apartado dándome una buena hostia, pero tú no, así que significa que no te importaría probar a hacerlo con otro tío. Yo te he dado el primer empujón y ahora tienes que ser tú quien camine solo.

Estuve todo el día pensando en David y el beso, lo cual me sirvió para quitarme de la cabeza a los dos tíos del día anterior. Cuando íbamos a la discoteca me convencí de que si me topaba con el rubio guapo hablaría con él y vería qué surgía, pero no le encontré. David me ayudó a buscarle por mera curiosidad, y Mario se perdió empeñado en encontrar a una tía que follarse aunque sólo fuese por quedar por encima de David. Al rato llegó y nos dijo que había ligado y que se iba al apartamento con ella pidiéndonos que nos quedáramos allí hasta que nos avisase con una llamada perdida, pues por entonces no existía WhatsApp y los sms eran costosos para las tarjetas prepago que se estilaban en la época. David y yo nos pedimos un mini de cerveza y nos bajamos a la playa alentados por un baño nocturno. Al quedarnos a solas en la oscuridad reconozco que me sentí nervioso estando con él por primera vez. No entendí el propósito del beso y no sabía si iba a ser capaz de preguntárselo. De nuevo tuvo él la iniciativa:

—Qué pena que no estuviera el guiri ese —dijo—, pero no entiendo que no quisieras buscar otro.

—A ver David, que no me van los tíos. Lo que te conté fue por esos dos nada más. No me hubiese liado con ningún otro de esa discoteca.

—¿Y conmigo? —preguntó con total naturalidad.

—¿Qué dices? Tú eres mi colega, tío.

—¿Pues con quién mejor que con tu colega, no?

Me levanté de la arena algo mosqueado por su insistencia, me quité la camiseta y me metí al agua en ropa interior. David me siguió y trató de hablarme en el agua, pero le ignoré zambulléndome varias veces hasta que me agarró del brazo y me empujó contra sí. Otra vez no pude presentir lo que iba a hacer, y de pronto volví a tener sus labios rozando los míos. Lo más curioso de todo es que no me aparté y el beso se convirtió en un morreo pasional que desembocó en un arrebato lujurioso con nuestras manos acariciando nuestros cuerpos por debajo del agua. Me estremecí con un calambre cuando la mano de David se coló por debajo de mis calzoncillos y sentí sus dedos en mi rabo medio endurecido por el roce de nuestros cuerpos y el ardiente beso que aún nos estábamos dando. Me dejé llevar y le imité, y cuando agarré con la palma de mi mano su polla flácida tuve otro calambre que no sé explicar, pero ese instante en el que tocaba otro rabo que no fuese el mío por primera vez lo recuerdo como si fuera ayer.

En ese primer contacto con otro cuerpo masculino no fui capaz de dar un paso más, conformándome con hacerle una paja a uno de mis dos mejores amigos al tiempo que nos besábamos con un arrebato que no había tenido con una tía. Me hubiese quedado así el tiempo necesario para averiguar si me gustaba o qué era lo que me atraía más, pero David volvió a adelantarse y me pidió que saliésemos a la arena. Allí continuó masturbándome y no supe qué hacer porque no me pareció tan íntimo o cómodo como dentro del agua, como si ésta se hubiera convertido en mi cómplice para hacérmelo más fácil.

Yo estaba tumbado boca arriba sobre la húmeda arena y David se había colocado recostado de perfil a mi lado activando con su mano mi polla palpitante. Su cara y la mía estaban cerca, pero no nos besábamos pese a que mis ojos implorasen que sus labios y los míos volvieran a juntarse. Tampoco decía nada, sólo me estrujaba el rabo como si se estuviera haciendo una paja a sí mismo hasta que se detuvo, se deslizó sobre la arena y acercó su rostro a mi entrepierna. ¡Mi amigo David iba a chuparme la polla! No entendí nada, porque además se suponía que el que tenía dudas era yo debiendo ser quien ocupase su lugar. Pero no dije ni hice nada, limitándome a permitir que David llevase la iniciativa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando su lengua rozó con mi capullo, intensificándose al iniciar una mamada regular de movimientos decididos y algo mecánicos que no me esclarecieron si para David era la primera vez. Dudé y quise preguntar, pero algo impedía moverme, incrédulo y rendido al placer de la boca de mi amigo succionando mi rabo duro a su antojo.

No hablé hasta que anuncié que iba a correrme si seguía así. Entonces detuvo la mamada y retomó la paja hasta que mi leche salió disparada sobre mi vientre y se entremezclaba con restos de sudor y sal.

—Será mejor que te des otro baño —anunció con una sonrisa algo pícara pero con un atisbo de preocupación.

—¿Y tú?

—Te acompañaré.

—Me refiero a… ¿te vas a quedar a medias?

Se encogió de hombros y se levantó dispuesto a volver al mar. Nos bañamos con el objetivo de quitarme la pegajosa lefa que se había adherido a mi vello para no dejar muestras de lo acontecido, lo cual aún me perturbaba todavía más que mi repentino interés en los tíos. Era David, mi amigo desde hacía años, el tío atractivo que dormía en el cuarto de al lado…

—¿A qué ha venido eso? —me atreví a preguntar destensando el tono para no sonar cruel.

—Bueno, tú no eres el único que quería experimentar y la verdad es que lo has puesto a huevo. Sabía que tú no ibas a dar el paso.

—¿Pero te das cuenta de que no me has ayudado a aclarar nada? —inquirí.

—Ya me imagino. Lo siento, no lo he podido evitar, pero podemos repetir cuando quieras. Quiero decir, que te dejaré que pruebes tú si es eso lo que te apetece…

—Joder, David, no lo sé. Estoy perplejo.

Salimos del agua y quedamos de pie en la orilla para secarnos antes de vestirnos. Hizo un par de comentarios de cualquier cosa como si nada hubiera pasado entre nosotros. Cuando ya nos estábamos poniendo los pantalones volví a hablarle:

—¿Te ha gustado?

—¿Chupártela? —repuso él casi con indiferencia—. Pues no estoy seguro, la verdad. Ha sido una sensación rara.

—¿Y por qué lo has hecho?

—Por lo que te comentaba antes de la necesidad de experimentar y probar cosas nuevas. Cuando me dijiste esta tarde lo que pensabas creí que nunca lo tendría tan fácil para liarme con otro tío, y quién mejor que tú. Pero no te ralles, Fran, que esto no va a cambiar nada. Mi oferta sigue en pie, pero cuando volvamos al pueblo nunca hablaremos de esto, ¿entendido?

La cerveza se había calentado en el vaso de plástico, y al no haber recibido noticias de Mario decidimos volver a la discoteca a pedir una copa. Bebimos y charlamos como si nada hubiera pasado. Pasamos un buen rato y Mario apareció solo. Nos dijo que se había tirado a una y que como habían acabado pronto decidió volver para tomarse algo. Sin embargo, sus ojos se posaron en una morena de grandes tetas y al decirle que me quería marchar él me dio las llaves y dijo que ya se nos uniría. De camino a casa David y yo dudamos que fuera verdad lo que nos había contado, pues de ser cierto ninguno entendimos que siguiera con ganas de buscarse otra. En el corto trayecto no pude quitarme de la cabeza lo acontecido en la playa, dudando incluso de cómo comportarme cuando llegásemos al apartamento. Algo dentro de mí me decía que diera el paso porque lo tenía realmente fácil, pero por otro lado me frenaba que fuese mi colega y que Mario pudiera enterarse.

Después de mear, David fue a la cocina a por un par de latas de cerveza y propuso salir a la terraza a tomar el fresco. Nos sentamos el uno junto para disfrutar de las vistas nocturnas. Le miraba de reojo y observaba sus muslos que dejaban ver los pantalones arrugados por la postura. En la entrepierna no se le notaba el paquete por el pliegue de la tela, lo cual agradecí porque me hubiese calentado. Yo estaba nervioso a pesar de todo y algo de ansiedad se me agarraba al pecho porque no sabía qué demonios hacer. Quizá nunca iba a tener la oportunidad, así que finalmente me decidí a actuar y dejarme llevar por mis instintos. Dejé la lata en la mesa, me incliné y le besé en los labios con la misma pasión que habíamos tenido en la playa. No puedo decir si a David le pillaba de sorpresa o quizá lo esperaba, ni tampoco cuando vio que dirigía mi mano a su polla por encima de la tela con decisión dispuesto a dar el mismo paso que él había dado unos minutos antes.

Me levanté para arrodillarme allí mismo abriéndome hueco entre la mesa y sus piernas. David se recolocó y noté que me miraba, pero no me atreví a levantar la cabeza. Me ocupé de quitarle el pantalón, percibí su rabo por debajo de la licra del bóxer negro y tome aire antes de acercarme. Cogí el elástico y se lo bajé hasta las rodillas. Su polla era normal, circuncidada con el capullo sonrosado totalmente descubierto. Al acercarme a él percibí el olor que mezclaba el aroma a mar con los restos de su última meada. Me causó cierto rechazo, pero era demasiado tarde para echarme atrás por ese motivo. Saqué la lengua con timidez y la arrimé al glande. Lo lengüeteé nervioso por otro escalofrío que sintió mi cuerpo que me erizaba cada poro de mi piel. Estaba probando una polla sin estar seguro de que fuese lo que me apetecía. El primer jadeo de David me animó a no detenerme, así que fui succionando su rabo que noté iba endureciéndose dentro de mí. Rápido se convirtió en una buena polla dura y apetecible que me transmitía sensaciones enfrentadas.

Con delicadeza David llevó su mano a mi cabello, y aunque hizo un amago de empujarme la cabeza algo le contuvo. Quizá fuera el empeño que yo le estaba poniendo a mi primera mamada, deleitándome todo cuanto podía para apreciar los matices de sabores desconocidos y esa sensación de un trozo de carne ardiente y duro penetrando mi boca. Hubo un punto de inflexión por el que ya no supe si mi afán por seguir chupando era por mi propia curiosidad o por satisfacer a mi amigo, quien amortiguaba los gemidos por temor a que cualquier vecino nos escuchara. Por eso me susurró que nos marcháramos al dormitorio y yo acepté. Allí se desvistió completamente y la imagen de verle totalmente desnudo con ese cuerpo delgado y enrojecido por las horas de sol, su poco vello y el rabo tieso apuntando al aire, se convertiría en otra de esas imágenes grabadas para el recuerdo.

Se tumbó en la cama y retomé mi posición sumisa de darle placer. Gracias a la nueva postura aprecié la envergadura de su polla y los huevos insinuándose por debajo de su fina capa de piel y el vello más oscuro de todo su cuerpo. Cuando me la metí en la boca David sollozó con menos disimulo, y su voz me alentó a no detenerme. Como había visto en decenas de películas porno, imité los movimientos de las actrices tetonas con caras de viciosas. Así, le agarré el rabo por la base y chupé el tronco desde la punta hasta abajo intercalando mi lengua con los labios. Luego me la metía en la boca y succionaba sin detenerme con movimientos rápidos, y otras veces me recreaba con la lengua en el capullo como si éste fuese un caramelo. David jadeaba tensando el cuerpo cuando alguno de mis movimientos le causaba más placer, y espoleado por la deleitosa mamada me pidió que cambiásemos de postura. Insinuó un sesenta y nueve y yo acepté.

Me coloqué sobre él y me estremecí cuando mi polla volvió a entrar en su boca. La mía volvió a aferrarse a su rabo y aunque nuestras posiciones eran distintas, durante un tiempo me limité a repetir los movimientos que él hacía porque aunque fuera por una, David tenía más experiencia que yo. Cuando se liberó tuve que volver a tomar la iniciativa, aunque lo hizo para avisarme de que se iba a correr. Recordé lo que me había hecho en la playa y le estrujé la polla para ayudarle mientras jadeaba, se contraía y veía cómo salían disparados sus chorros de leche espesa y blanquecina que se entremezclaron con mis dedos y su vello púbico. Lanzó un alarido que me hizo apartarme, y aunque trató de retenerme para seguir mamando, yo sabía que una segunda corrida iba a tardar y Mario no se demoraría mucho. Me incorporé, nos miramos y me preguntó que qué tal. Le respondí vagamente, se levantó y me dio un tierno beso al tiempo que me animaba diciéndome que todo estaba bien.

Después de que se diera una ducha se reunió conmigo en la terraza y a los pocos minutos el telefonillo sonó. Mario nos acompañó para contarnos sus aventuras que yo no acabé de creerme, así que no tardé en irme a la cama. El día siguiente iba a ser parecido: chiringuito, playa, otro chiringuito y discoteca. Lo diferente recaería en que mi cabeza sólo pensaba en una cosa, y cuando por la noche David se picó con Mario para buscar tías algo me quemó por dentro. Quizá fuesen celos o cualquier otra emoción malsana porque me cabreé internamente con él y la situación. Mi enfado duró poco y luego me arrepentí, pues David se me acercó y me habló al oído:

—A ver si conseguimos que Mario ligue y tenemos un ratito para nosotros.

Yo sonreí para mí sin que lo notara y entre ambos elucubramos algún plan. Sin embargo, no tuvimos suerte y los tres nos dirigimos a casa desilusionados, pero cada uno por un motivo distinto. Cuando Mario se fue a acostarse David entró en mi habitación dispuesto a repetir, pero le rechacé aduciendo que era demasiado arriesgado. Insinuó que nos fuéramos al suyo porque tenía cerrojo, pero tampoco me pareció buena idea, sobre todo por lo que dijo que quería hacer:

—Joder, tío, me pone muy burro pensar que nos podríamos follar… Dicen que los tíos tenemos el punto G por ahí.

En mi rostro una mezcla de estupefacción y temor porque la sola mención a que me la metieran por el culo me causaba dolor. No obstante, había algo de excitante en todo aquello, pero hacerlo en el cuarto junto al de nuestro amigo le quitaba todo el morbo. Para el siguiente día no encontramos la coyuntura de quedarnos solos, y al siguiente iba a ser el último de nuestras cortas vacaciones. Recordaba la amenaza / promesa de David de que al volver a Albacete todo se acabaría, así que teníamos que hallar el modo de deshacernos de nuestro amigo. En la discoteca no hubo suerte, así que maliciosos, lo único que se nos ocurrió fue emborracharle y que al llegar a casa se durmiera como un niño cansado. Eso sí había sido fácil, así que excitados y nerviosos, David y yo nos metimos en su dormitorio, echamos el cerrojo y nos quedamos plantados el uno frente al otro vacilantes sobre quién iba a dar el primer paso de dejarse romper el ojete.

Nos acercamos y nos besamos con calma pese a todo, conscientes de que nunca más nos hallaríamos en una tesitura similar y como si ambos quisiéramos regodearnos y disfrutar al máximo con toda la noche por delante. Ese pensamiento nos llevó a tumbarnos sobre la cama desnudos y sudorosos besándonos mientras acariciábamos partes impúdicas de nuestros cuerpos que no pasaban de pasionales magreos o algún sobeteo por nuestras pollas morcillonas.

—Fóllame, Fran —pidió David rompiendo el momento—. Luego te follo yo a ti.

El beso se detuvo bruscamente pese a que habíamos estado un tiempo incuantificable sin separarnos. Le miré algo preocupado y notó mi zozobra.

—Ya, tío, yo tampoco sé cómo ponerme —dijo él creyendo que en lo que yo pensaba era qué postura elegir.

—A ver así, pero hazlo con cuidado.

David se tumbó boca arriba y separó las piernas. Le vi escupiéndose la mano para después llevarla a su agujero. Repitió el gesto y esta vez me ensalivó la polla y la masajeó con enérgicos movimientos para activarla. Una vez preparados (al menos físicamente) abrió un poco más las piernas, las levantó y me ofreció su culo. Vi el oscuro vello alrededor de una zona rosada que, al igual que su polla unas noches antes, me causó algo de rechazo en ese primer vistazo. Le agarré de los muslos y me dispuse a clavársela. Cuando le rozó la entrada vi que los músculos de su cara se tensaban. Volvió a pedirme que lo hiciera con cuidado y ayudándome con una mano fui empujando mi polla para que se acoplara a su cerrado culo. Un alargado suspiro me hizo detenerme ahogándolo al igual que él porque de no hacerlo hubiésemos despertado a Mario. Se mordió el labio como mueca de dolor mientras yo seguía sondeando aquel túnel infranqueable que se abría a mi paso haciéndonos estremecer.

Al menos para mí fue una sensación de lo más excitante y placentera notando cómo cada milímetro de mi cipote se estimulaba por el roce con ese prieto lugar que ejercía fuerza en el contorno de mi polla haciéndola vibrar hasta límites que no conocía. Observaba a David quien luchaba por no quejarse abiertamente pero me pedía que no me detuviera. Comencé con las embestidas lentamente empujando mi pelvis apreciando cómo mi rabo entraba hasta lo más profundo de mi amigo dejando un rastro húmedo cuando la sacaba y volvía a penetrarle. David y yo no nos quitábamos ojo quizá para indicarnos los pasos, si debía detenerme porque era demasiado doloroso o debía avivar el ritmo para infligirle más placer. No dijo nada salvo que se cansaba de esa postura, así que saqué mi rabo con la misma lentitud que lo había metido y una vez fuera no pudo evitar gimotear:

—Joooooder.

—Shhh.

Le mandé callar mientras me reía por la cara que tenía. Su rostro había perdido la lujuria quedándose con un gesto que denotaba dolor y otra sensación que no supe captar.

—¿Probamos a cuatro patas o quieres que te folle yo ya?

Me encogí de hombros y él decidió por mí.

—Pues métemela otra vez ahora que lo tengo abierto. Ensalívate bien.

Sin darme opción a réplica se colocó a cuatro patas sobre el colchón, me escupí la mano y lubriqué mi rabo con mi propia saliva. Le avisé de que iba a clavársela y noté que se tensaba. Le aparté las nalgas y mi polla se introdujo en su recto con más facilidad. Ambos sollozamos al unísono hasta que nuestras respiraciones se acompasaron con el ritmo de mis embestidas. Le penetraba con decisión, acometidas regulares y firmes favorecidas por esa postura a priori más cómoda para ambos. Esto me lo dijo después, cuando tras unos minutos follándole me pidió que parara y nos quedamos sentados el uno junto al otro.

—A cuatro patas duele menos —explicó él.

—O sea que me va a doler, ¿no?

—Sí, ya te aviso. Pero es soportable. Además, tú rabo es más gordo, así que el mío te entrará mejor. Pero bueno, si quieres probar de otra forma.

Negué con un movimiento de cabeza y me dispuse a colocarme de rodillas sobre el colchón. Iba a inclinarme cuando David me agarró, me besó y me preguntó si estaba dispuesto y que sólo lo hiciera si realmente quería. Asentí y la postura me pareció de lo más ridícula. Escuché que se escupía la mano y me estremecí al advertir su dedo en la entrada de mi culo.

—Así dolerá menos —dijo él.

Recorrió con el dedo corazón todo mi esfínter esparciendo su saliva por él y de pronto lo introdujo e instintivamente me contraje apretando el culo para cerrarlo como un acto de defensa involuntaria. Obviamente no necesité que mi colega me explicara que aquello era peor, pero no había podido evitarlo. Puede que para relajarme David volvió a hacer algo que me pilló desprevenido. Fue cuando sentí su aliento en mi culo y sus mejillas rozando con mis nalgas. Di un respingo cuando el cabrón me lamió el ojete con avidez penetrándolo con la lengua o escupiendo para luego lengüetearlo. En otras circunstancias le hubiera pedido que no se detuviese y yo habría gemido sin necesidad de amortiguar las expresiones de placer que aquello me proporcionaba. Esas que se volvieron tensas y lacerantes cuando mi amigo comenzó a clavarme su polla. Me mordía el labio y apretaba los músculos arrepintiéndome por un momento de haber accedido a aquello. Estuve tentado incluso a decirle que parara, y lo hice cuando sentí que la había metido toda.

—No, tío, no puedo. Me duele.

—Ya, pero es sólo al principio. Si la saco va a ser peor.

Comenzó entonces a empujar su pelvis y a follarme con normalidad como ambos nos habíamos follado un coño. Impulsaba su cadera con consistencia sin darse cuenta de que avivaba el ritmo por encima de lo que mi cerrado culo podía soportar. Se lo hacía saber y él aminoraba las acometidas para volver a una follada lenta y algo mecánica. Tuve la sensación de que no podía más y nuestros cuerpos se separaron. Creí que aquello acabaría allí, quizá una mamada u otra paja, pero David sí quiso que se la clavara de nuevo. Esta vez optó por una postura nueva, pidiéndome que me tumbara boca arriba. Se sentó sobre mi vientre, se deslizó un poco hacia atrás y mi polla reaccionó con un escalofrío cuando rozó sus nalgas. La agarró con una mano y se la fue clavando poco a poco hasta tenerla otra vez dentro.

Aquella posición me pareció la más excitante de todas puede que por verle frente a mí más relajado habiendo recuperado la lascivia, o quizá porque su seductor torso se alzaba como una imagen cautivadora o porque su polla se balanceaba rozándose con mi vientre al ritmo de sus vaivenes. David empujaba y se impulsaba de manera más impetuosa disfrutando por fin de la follada, o al menos eso me decían sus ojos brillantes y su gesto más relajado. Quise acrecentar su goce pellizcándole los pezones y él lo agradeció y excitado se llevó la mano a su polla para pajearse mientras seguía cabalgando sobre mí y yo me animaba a empujar desde abajo extasiado por una postura que me pareció la expresión máxima de placer que nos daríamos nunca. Tanto fue así que no tardé en anunciarle que me correría. David no se levantó, se inclinó hacia atrás apoyándose con una mano sobre el colchón mientras que con la otra se la machacaba vivamente y yo descargaba la leche acumulada en mis huevos durante días dentro de él haciéndome estremecer hasta que mi rabo desfalleció ablandándose dentro de mi amigo. No me moví hasta que David se corrió con esa paja casi salvaje que se estaba haciendo ante mis ojos. Vi su leche salir disparada hacia mi vientre entre espasmos y un sordo gemido que se tragaba para no romper el silencio de la noche. Calló desfallecido sobre mí y su lefa pringosa se entremezcló entre nuestros cuerpos sudorosos. Tras otro largo beso se apartó para colocarse a mi lado.

—¿Qué tal? —le pregunté.

—Buff, mañana me va a doler el culo que no veas —dijo entre risas.

—Joder, y a mí.

—Vaya dos maricones estamos hechos.

—Joder, David, no digas eso.

—Que es coña, hombre. ¿Te ha gustado? —me preguntó casi eufórico y yo asentí—. Pues eso es lo importante. Y ahora, a dormir.

—¿Aquí? Yo me voy a mi cuarto.

—Vale, pero no hagas ruido.

Iba a salir cuando escuchamos la cisterna del baño. Nos miramos preocupados y David me hizo un gesto con el dedo para que no dijera nada y me acercara a su lado. Volví a la cama y me susurró:

—Se habrá levantado a mear, así que mejor que no salgas ahora.

Estuvimos alerta unos minutos pero finalmente me quedé dormido durante la espera. A la mañana siguiente nos despertaron unos golpes en la puerta.

—¡Eh, David! ¿Qué haces con la puerta cerrada? ¿Dónde está Fran?

David y yo nos miramos como si nos hubieran pillado nuestros padres robándoles en el minibar o algo por el estilo. Me puse nervioso y quise ocultarme debajo de la cama, pero un canapé me lo impidió.

—Habrá ido a por churros —dijo David tratando de aplacar los nervios.

—¿Y por qué te cierras? Ábreme anda, que ahora que no está Fran quiero aprovechar para hablarte de él, que creo que se nos está volviendo de la otra acera.

—Espérame en la terraza, que ahora salgo. O mejor, ¿por qué no haces café?

—Venga tú, joder. ¿Qué mierda te pasa?

No me quedaba otra que esconderme en el armario, y mientras lo hacía y David se ponía los calzoncillos se acercó a la puerta porque Mario parecía haberse dado por vencido. Sin embargo, nada más correr el cerrojo irrumpió en la habitación como un huracán:

—¿Pero vosotros os creéis que soy gilipollas?

Escuché sus pasos con las sonoras chanclas acercarse a mi escondite y abrió la puerta.

—Vaya tela, joder. ¿De verdad os pensáis que soy así de tonto? ¿Cuándo ha ido Fran a por churros y cuándo te has cerrado tú con llave? Y además… Los ruidos de anoche… Creí que eran los vecinos o algo, pero no he tenido más que atar cabos.

—No es lo que parece.

Dijimos cual escena de película americana en la que pillan al cónyuge siendo infiel.

—Claro, estabais echando un parchís, ¿no? Vamos, no me jodas. Mis dos mejores colegas son maricas.

—Eh, no te pases —dijo David recobrándose.

—De este me lo esperaba —volvió a hablar Mario señalándome— por lo del guiri del otro día. Pero, ¿tú? Si la cabrona esa te hizo una mamada.

—No tengo que darte explicaciones —sentenció David—. Y ojito con las conclusiones que sacas y a quién se lo cuentas en el pueblo.

Conseguí salir del armario (literalmente) y vi a mis dos colegas de pie el uno frente al otro retándose con las miradas como con cualquier otro pique de los miles que habían tenido entre ellos.

—¿En serio, David? —habló Mario finalmente—. ¿En serio piensas de mí que voy a ir contándolo por ahí para haceros daño o algo por el estilo? Hostia tío, pensé que me conocías mejor y éramos colegas. Yo flipo.

Mario salió de la habitación y David me miró arrepentido. Fui a ponerme la ropa y noté mi vientre con restos resecos de semen. Me coloqué la camiseta igualmente y le hice una señal a David para ir en busca de nuestro amigo. Estaba en la terraza mirando al mar. David se le acercó, le puso la mano en la espalda y Mario se la quitó sacudiendo el hombro. David insistió y finalmente nos sentamos a hablar.

—Yo iba a decirte que sospechaba de Fran y que quizá deberíamos hablar con él… Contigo —se giró hacia mí— para darte nuestro apoyo. A mí me da igual lo que hagáis, joder.

El tono se destensó, David preparó café y yo al final bajé a por churros con el olor a lefa reseca que no noté hasta la cola de la churrería de la esquina. Menos mal que el aceite hirviendo lo enmascaraba. Desayunamos en la terraza los tres haciendo los planes para la vuelta al pueblo. Sin embargo, todo era demasiado idílico e ingenuos sin pensábamos que Mario se iba a conformar con saber las cosas a medias.

—Bueno, ¿entonces sois novios o qué?

—¿Qué dices? Ha sido cosa de una noche. El alcohol, ya sabes.

—Sí, claro, el alcohol… ¿Y qué habéis hecho? Porque después del numerito del armario y tal imagino que algo más que una pajilla, ¿no?

—No seas morboso, que al menos yo no pienso darte detalles —le dije con tono serio, sin ser cortante.

—Pues nos las hemos chupado y nos hemos follado —desveló David dejándonos a los dos sin palabras.

—¡Joder! Tampoco sé si quiero saberlo.

—Has preguntado tú…

—Ya, tienes razón —aclaró y le dio un mordisco al último churro—. ¿Y cómo es? ¿Duele? Dicen que una mamada hecha por un tío es más bestia que la de una piba, ¿no?

—Pues sí —respondió David con descaro—, pero lo preguntas como si quisieras probar…

—Anda ya, ¿qué dices? Es simple curiosidad.

—Claro, claro.

—No me retes, David, que si me buscas me encuentras.

—¿Qué quiere decir eso? ¿Que si te digo que estoy dispuesto a chupártela te dejarías?

—¿Y si ahora te digo que sí, qué? ¿Te vas a echar para atrás?

Yo les miraba atónito sin acabar de creerme que aquella conversación estuviese ocurriendo de verdad. En una pelea entre mis amigos podría suceder cualquier cosa con tal de que uno no quedase por encima del otro.

—Eso te gustaría, ¿eh? —preguntó David desairado—. Tenerme sometido y humillado.

—Eres un gilipollas, macho. Si quisiera humillarte se me ocurren mil maneras de hacerlo. No sé qué mosca te ha picado conmigo. Si me la quieres chupar dímelo y ya está.

—Vale —admitió David—. Quiero que hagamos un trío. Sí, Fran, tú y yo. Aquí y ahora. Una sola vez y nunca hablaremos de ello.

Mario me miró preguntándome con los ojos si yo estaba de acuerdo con todo eso. Meneé la cabeza expresando mi desaprobación y que no me creía que fuera a suceder. Sin embargo, conociéndoles, algo entre ellos tenía que pasar sí o sí.

—Vale, pero yo también tengo condiciones —dijo Mario dando a entender que aceptaba—: nada de besos, mi culo no se toca y si… si me apetece chupárosla ya os avisaré, pero en principio me hacéis una mamada uno de los dos y ya.

—¿Y por qué no los dos a la vez? —sugirió David con el único objetivo de provocarle—. Tener dos bocas chupándote el rabo debe de ser una gozada, ¿no crees?

Mario le miró malicioso y se levantó. Si acaso pensó que estaba de broma dejaría claro que no. Se metió en el salón, se giró y se quitó el pantalón corto con el que dormía. Dejó ver su polla morcillona gorda y flácida con el capullo asomándole a medias por el pellejo. Nos hizo un gesto, miré a David y éste me sonrió. Se fue tras él y yo les seguí. Aunque en la conversación me hubiera quedado al margen imaginarme un trío con mis dos amigos me calentaba tanto o más que a ellos. Pasar desapercibido no siempre es malo, y aunque lo suyo no fuera más que un pique yo saldría beneficiado para dar por zanjada mi curiosidad por los hombres. Lo único que me inquietaba fue que mis dos colegas se centraran entre ellos dejándome a mí a un lado, pero David me sacó de la duda haciéndome sentir cómodo desde el primer momento. Momento en el que me besó en la boca ante la mirada pasmada de Mario. Al acariciarme pasó por encima de los restos de su semen en mi vientre y me sonrió con impudicia dándome un lengüetazo en los labios como si aquello le hubiera activado.

—Nada de besos, ¿no? —le dijo a Mario al separarse de mí.

Él negó con la cabeza y acercándose David le agarró de la polla sin contemplaciones.

—Sin mariconadas entonces.

Se agachó para ponerse de rodillas y comenzó a chupársela provocando que Mario exhalara el primer gemido de placer. David se la había tragado entera sin detenerse en lamer el capullo que a mí me había parecido demasiado apetecible para pasarlo por alto, pero David quiso torturarle a su manera. En un alarde de hacerme el macho frente a mi rudo amigo, me coloqué a su lado ofreciéndole a David mi polla. Sin parar de chupar la otra me la agarró y empezó a pajearla. Mario no se atrevió a mirarme y entonces yo cerré los ojos y me rendí al placer. A los pocos segundos sentí la húmeda boca de David engullendo mi rabo tieso que me hizo jadear sin el disimulo que habías tenido que exigirnos la noche anterior. Agaché la cabeza y le vi tragándose mi polla al tiempo que masajeaba la de Mario. Se las fue intercalando, y en esta ocasión sí que me fijé que se detuvo más en la suya. Recorría el tronco deslizando su lengua hasta los huevos, luego lamía el hinchado capullo o se lo metía para juguetear con los labios dejando el resto de su cipote fuera. Debió de hacerle algo porque Mario gimió de forma intensa mientras balbuceaba.

—Jooooder, túuuuu. Hostia, tío.

Quise mostrar iniciativa y me uní a esa tácita tortura que sabía David quería infligirle. Me arrodillé a su lado y me sonrió con satisfacción pasándome con la mano la polla de Mario como quien comparte un porro. Percibí su saliva juntándose con la mía y me empleé en esa segunda polla que probaba. Para no quedarse al margen David agarró la mía para pajearla con suavidad. Estaba totalmente cachondo y disfruté del rabo gordo de Mario consciente de que no habría más oportunidades de catarlo. Degusté el glande jugueteando con el pellejo que echaba hacia atrás para descubrirlo como una piruleta a la que quitas el envoltorio. A pesar de que David lo había relamido, aprecié un regusto intenso mezcla de las babas del rubio y unas gotas de líquido preseminal que Mario debía de haber expulsado. Sus huevos sí que mantenían un aroma intenso por el sudor de toda la noche, lo cual me incitó a querer olisquearlos y lamerlos provocando en él gemidos cada vez más intensos.

Éstos llegaron al culmen cuando la boca de David acompañó a la mía. Nuestros labios se juntaron en la punta del rabo de Mario que no paraba de sollozar como si aquella estuviera siendo la mamada más deliciosa que le hubieran hecho jamás. Mientras David se deleitaba con el tronco, yo hacía lo propio con el capullo y luego nos intercambiábamos dejando hueco para que el otro se la metiese en la boca. Si no, nos colocamos cada uno a un lado del tronco con los labios, y empujándola la íbamos deslizando por ellos desde la base hasta la punta sin dejar que un solo milímetro no sucumbiera al placer de nuestras bocas. Mario gozaba tanto que llevó sus manos a nuestras cabezas para apretarlas contra su polla, e incluso se atrevió a agarrar a David cuando éste se la metió con intención de follarle la boca. Vi cómo enrojecía y se quedaba sin aire escuchando ese sonido típico de succión así como las arcadas retumbando dentro de su garganta. Cuando Mario se apiadó de él y se la sacó, las babas se deslizaban por sus labios y colgaban de la punta del capullo implorando ser rescatadas.

Fui yo quien lo hizo por decisión de Mario. Y al igual que había hecho con David, me perforó la boca con brusquedad dejándome casi sin aliento, sobre todo cuando el cabrón hizo que me la metiera toda y la mantuvo así unos segundos al tiempo que apretaba con fuerza y yo sentía su trozo de carne en los más profundo de mi garganta. Lejos de molestarnos, David y yo nos hicimos los dignos como si que nos follaran la boca fuese algo que de repente nos encantaba hacer. Así, Mario nos fue cambiando hasta que avisó que no podía más.

—Joder tíos, esto tenéis que probarlo —dijo tirándose en la cama como si ya estuviera exhausto.

—¿Nos la vas a comer entonces? —le preguntó David.

—Me daría mucho asco, así que prefiero follarme alguno de vuestros culos.

—Pues espera que te preparo el de Fran.

David me agarró de las axilas para levantarme y me empujó contra la cama dejándome a cuatro patas con mi cara cerca del cuerpo desnudo y seductor de Mario. Sin dilaciones me lamió el ojete y entonces gemí como nunca lo había hecho y tanto hubiera deseado la noche anterior cuando me perforó el recto con la lengua. Metió un dedo y para amortiguar la molestia que me causó me aferré al rabo de Mario y se lo chupé otra vez hasta que David avisó que mi culo estaba listo. Sin moverme, Mario se levantó y se colocó detrás de mí. Su polla más gorda que la de David me iba a romper por dentro si no lo hacía con cuidado, así que se lo hice saber. Giré la cabeza y vi que David dirigía sus movimientos sin quitarle ojo hasta que me miró porque no pude evitar lanzar un sonoro sollozo. Una vez que Mario comenzó con las embestidas, suaves en un primer instante, David se subió a la cama para ofrecerme su polla, y al igual que había hecho nuestro colega se dispuso a follarme la boca.

Así, tenía a dos machos que conocía desde hace años llenándome los agujeros de mi cuerpo. Las embestidas de Mario eran regulares y firmes, pero los movimientos de David se habían vuelto enérgicos, casi salvajes como si quisiera demostrar al otro que él también podía ser muy varonil, activo o qué sé yo. El caso es que ambos me penetraban y yo disfrutaba dentro de las limitaciones de mi molestia en el trasero y la falta de aire en la boca. Demasiada excitación y demasiados pensamientos en mi cabeza que traté de aplacar y dejarme llevar por el placer dentro de lo que cabe.

Otra vez temeroso de no ser capaz de aguantar sin correrse, Mario se apartó pidiendo un respiro. David aprovechó para deslizarse debajo de mí y repetir el sesenta y nueve. Me chupó la polla con avidez y yo aproveché mi posición para devolverle lo que me había hecho. De esa manera, empujé mi pelvis sobre su boca penetrándole con furia hasta clavársela en el fondo y luego sacársela para embestirle con la rudeza que él lo había hecho. No me lo recriminó, e incluso llevó las manos a mi trasero para empujarlo contra sí por si acaso yo quisiera apartarme o detenerme. El cabronazo la succionaba y se le dejaba dentro todo lo que su respiración daba de sí torturándome aunque la intención hubiera sido la contraria. Parecía que David tenía que ir siempre un paso más allá o quedar encima fuese cual fuese la situación.

Pero aún quedaba una, que no era más que Mario le taladrase el ojete. Dudé qué postura elegiría David, aunque estaba seguro de que rechazaría la de estar a cuatro patas por el simple hecho de poder mirar a Mario a los ojos. No me equivoqué. Escogió la primera que había probado conmigo colocándose boca arriba con las piernas abiertas al borde de la cama. Mario le agarró de los tobillos y acercó su polla para hacer lo que sin duda más había esperado. Se la clavó al tiempo que ambos gemían extasiados retándose con las miradas haciendo que uno aguantara estoico el embiste y el otro disimulando que follarse un culo masculino le excitaba más de lo que se hubiera imaginado.

—Vamos campeón, dame duro.

Se atrevió a decir David como si su descaro o arrogancia no tuvieran límites. A Mario no le hizo falta más y le folló con esa rudeza que le caracterizaba acompañada de un desprecio que se palpaba en el ambiente. Lejos de amedrentarle, a David le excitaba ver a su amigo haciendo todo cuanto podía por satisfacer sus propios instintos, animándole a que no se detuviera y le empotrara más y más. Su follada se había convertido en una pelea de gallitos en la que no me quedó más remedio que permanecer como un mero espectador. Sin embargo, la escena era de lo más estimulante para ser recordada para la prosperidad. Mario agarrando a David de los tobillos penetrándole con furia desatada mientras jadeaba y el otro recibía su polla disfrutando de sus embestidas bruscas y enérgicas que le hacían gemir y retorcerse de placer. Yo creo que hubiesen permanecido así hasta que Mario se corriese si yo no hubiese hecho un ruido al tropezarme con una chancla.

—Ey, Fran, no te quedes ahí —dijo David como si se hubiera dado cuenta de repente de que yo seguía allí tras haberse enfrascado en una burbuja en la que sólo tenían cabida Mario y él.

Me hizo una seña con la mano para que me acercase a su lado. Me quedé de pie junto a la cama, agarró mi polla con la mano y se incorporó un poco para chuparla. Tuve que flexionar las piernas para que accediera mejor a ella, y como su postura no daba mucho juego por estar con la cabeza suspendida, le cogí de la nuca y le penetré la boca con virulencia. Casi la misma que Mario seguía ejecutando a su malherido trasero. Por temor a correrme y quedarme fuera definitivamente, apreciando en silencio el aguante que tenía el cabronazo de Mario, me giré para que me comiera el culo de nuevo, una sensación que me había parecido incluso más placentera. Como tampoco podía acceder a él con facilidad, me subí a la cama y dejé caer mi trasero contra su rostro. David lo lengüeteaba dejándolo bien limpito de su propia saliva para luego escupirla con otro gesto despreciativo que  le devolviera su perdida hombría.

Porque David no podría haber sido sometido más por sus dos mejores amigos, algo que ninguno de los tres nos hubiésemos imaginado tan sólo unos días antes. Una situación inaudita originada por un tío cachas de la playa que se cruzó en mi vida y consecuentemente en la de mis colegas. Un polvo memorable que acabaría así porque ninguno hizo ya más para evitar correrse. Mario había aguantado estoico como un auténtico machote tras haber recibido una increíble mamada y haberse follado dos culitos vírgenes. Descargó su leche sobre el vientre de David, quien usó sus gotas para estrujarse su propia polla y, en un último alarde de desvergüenza, se llevó hacia la boca para probarla ante la mirada casi de asco de Mario. Yo tampoco pude evitar sentirme tentado por probar aquel manjar, inseguro de que volviese a tener otra oportunidad de hacerlo y todo aquello quedase como algo anecdótico. Me agaché y lengüeteé el vientre de David para recoger los últimos restos del espeso líquido de Mario que David tampoco quería desaprovechar. Por ello me pidió que me acercase y nos besamos de forma arrebatadora mientras buscaba con su lengua la mía y las gotas de semen que aún pudieran quedar. Repetí hasta recogerlas todas y luego fue David quien se corrió ayudándome a mí con una última e intensa mamada que me doblegaría en cuestión de segundos.

Fui a apartarme pero David me lo impidió permitiéndome correrme dentro de su boca. Si hasta entonces había pensado que no podía haber ocurrido algo más placentero, estaba equivocado. Descargar tu leche dentro de la boca de alguien mientras sientes que se la va tragando es una sensación indescriptible porque pocas cosas puede haber en la vida como ese instante tan sumamente gozoso como seña de la satisfacción sexual máxima.

—Qué cabrón eres —le dije.

—Ya te digo —añadió Mario—. Un pedazo de mamón en todos los sentidos.

David sonrió complacido y satisfecho, nos dio una palmadita y se pidió el primer turno para ir al baño. Cuando nos hubimos duchado los tres David retomó su carácter de siempre recordándonos por última vez que ninguno haría mención a aquello, insistiendo en que él no era gay y que sólo lo había hecho por experimentar. Yo no sé cómo sería la vida de ellos dos tras ese suceso viéndose en el pueblo casi a diario, pues en menos de una semana me marché con mis padres al norte y al regresar apenas estuve un par de días antes de volver a la universidad. Durante años ninguno hizo mención a nada, aunque hace unos meses una reunión de antiguos alumnos desencadenó una serie de eventos que mejor contaré en otro relato.