27/02/2014

Un sueño, dentro de un sueño, dentro de un sueño. No es necesario que lo entiendan. Está relatado tal cual lo recuerdo, tal cual lo sentí.

Lo golpeo con fuerza, estoy consciente de ello, pero no puedo parar. Mis manos arden, duelen, debería parar, pero simplemente no puedo. Escucho su voz a lo lejos, me grita que me detenga y llora mientras lo hace. Yo también lloro lágrimas de ira combinadas con dolor que son como veneno en el cuerpo. Y no puedo dejar de golpearlo.

– ¡Te vas a meter en problemas! – Me gritaba ahora más cerca.

Me detengo y noto que el hombre que yace en el suelo no se mueve. Su cara ensangrentada combina con mis manos. Es lo único que compartimos ahora, su sangre.  Y con el grito y los llantos de ella me despierto, otra vez.

Mi respiración está agitada nuevamente. El sudor corre por mi frente, siento el calor del sol cruzar por la ventana. Deben ser las siete o las ocho de la mañana, no lo sé, hace muchos años que no se las horas del día, las adivino por intuición.

Escucho el crujir de la madera, del techo y del suelo, de las ventanas también. Ese crepitar quejoso de la madera vieja, que sufre y que anhela ser joven de nuevo. Me apoyo sobre mis codos en la cama y la brisa salina me golpea la cara. El olor de la playa me despierta completamente. No es un olor agradable, a pesar de tantos años, sigue siendo repugnante.

Pongo los pies en la madera que aún está fría y me levanto con pesar ¿Cómo llegué aquí?

Salgo a la puerta principal y allí hundo mis manos en el agua dulce del pozo. Es lo más cercano a una ducha que he tenido.

Estoy tan agotada, es como si en todo este tiempo no hubiese dormido jamás.

Descalza aun camino hacia el final de la calle. Una enorme calle, bordeada de casas una al lado de la otra. Las mujeres y viejos trabajan afuera, para poder sobrevivir. Y yo sigo caminando.

Una fuerte brisa choca contra mí, haciéndome cerrar los ojos por un segundo. Al abrirlos ya no estoy en esa calle, ahora estoy al frente de esa misma mansión. Pareciera una escuela, una academia, sabrá Dios que será. Lo único que sé, es que ahí está ella.

Entro despacio, confundida. Las señoritas me miran y susurran Es ella . Camino entre los jardines escuchando los mismos cuchicheos entre ellas, me miran y me señalan. Bajo una pequeña escalera que lleva a otro jardín. Veo varias puertas, tal vez sean habitaciones o salones. Me asomo a la primera que veo. Escucho el bullicio dentro y abro la puerta en silencio. Pero esta no concuerda conmigo, rechina ruidosamente haciendo que todos adentro hicieran silencio y posaran sus miradas en mí. Noto las miradas sorprendidas y la señora que está de pie frente a las chicas da un paso hacia mí. Su mirada no es de sorpresa, si no de dolor, de preocupación.

Susurra mi nombre, apenas audible.

Doy un paso hacia atrás y ella hace un amago de detenerme, pero no lo hace. Me doy la vuelta y salgo de allí. Vuelvo a subir las escaleras y ella se detiene. Hacía tantos años no la veía.

Mueve sus manos, nerviosa, como si quisiera correr hacia mí y abrazarme. Veo como su mirada se quiebra y llora.

Camino hacia ella y la abrazo, la aferro a mí. Es como si no hubiesen pasado los años entre nosotras. Mi piel, mis huesos, mis latidos, todo mi cuerpo la recuerda.

Se separa de mí y atrapa mi boca con la suya, se siente desesperada, parece tener miedo de que me vaya. No me suelta y yo tampoco tengo intenciones de hacerlo.

Y a pesar de la falta de aire, siento que respiro, siento que vivo. Estoy viviendo en sus labios, no quiero que se vaya, pero me hace detenerme y la miro confundida.

Todos nos están viendo, pero a diferencia de lo que yo pueda pensar, ellas están felices de verme allí. De verla feliz.

Se escucha el carraspeo de una voz masculina y todas parecen perder el color de su piel. Me doy una vuelta y vuelvo a ver el rostro de ese infeliz. Parece tranquilo, pero en cuanto me mira, esta vez es su piel la que parece perder el color.

Puedo sentir y oler su miedo. Él sabe que no soy cobarde, me conoce perfectamente. Está nervioso, puedo sentirlo.

Me separo de ella y camino despacio hacia él. Da dos pasos hacia atrás, tembloroso.

Ella se acerca a mí y toma mi mano. Mi respiración se calma, mi ira desciende. Él sonríe maliciosamente cuando nota que estoy retrocediendo. Pero lo miro, me doy cuenta de lo que hace y avanzo hacia él con rapidez. Vuelve a temblar.

– Miserable – Le digo al oído, apretando mis puños.

Su cuerpo pálido cae al suelo. Es robusto, pero cobarde. Yo tengo el doble de valentía que él, y lo sabe. Todos allí lo saben.

No puedo evitarlo, mi sangre hierve y me abalanzo sobre él. Lo golpeo con fuerza, con enojo.

– ¡Te vas a meter en problemas!

Y vuelvo a despertar.

Él está bajo tierra y yo en una prisión. Por defenderla, por cuidarla.

Ella me espera en la puerta principal. Los años no han pasado en vano. Su mirada es más madura, creo que tal vez hasta ha crecido un poco. Se ve hermosa. A su lado está ese pequeño, fruto de lo que pasó esa noche en la que me volví una criminal, es ahora de ella y mío.

No me arrepiento de lo que le hice. Ya he pagado, ahora voy en busca de lo que me fue arrebatado por la ley.

Me sonríe de esa manera tan única. Esa sonrisa que derrumba mis muros y desata mis defensas. Ambos me sonríen y mi corazón da un vuelco al notar que ese pequeño posee la misma sonrisa, la misma mirada.

Suspiro y sonrío, por fin ha llegado el día. Soy libre ahora y allá afuera, a tan pocos metros de mí, esta mi familia.

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@thundervzla