23 horas

Tras mucho tiempo de espera por fin me encontré con Gloria. Enonces los nervios dieron paso a 23 horas en las que el juego sexual pasó casi sin darnos cuenta de los besos besos inocentes a un juego en el que durante horas nuestras manos y lenguas decubrieron sin prisas cada rincón de nuestros cuerpos.

23 HORAS CON GLORIA

Estaba nervioso, aún no entiendo por qué, pero lo estaba. Eran las tres y media de la tarde y yo estaba en el baño, desnudo, preparado para darme una ducha antes de ir a la estación. Entré en la ducha y el agua tibia comenzó a caer por mi piel ayudando a relajarme un poco mientras pensaba que en una hora y media debía recoger a Gloria en la estación, para pasar junto a ella 23 horas que aún se me hacían difíciles de imaginar. Hacía un mes que había cumplido los 24 años y no me podía quejar de cómo me iban las cosas con las chicas, sobre todo en los últimos meses, pero por algún motivo Gloria me parecía diferente. El agua siguió cayendo por mi cuerpo, el gel se escurría por mi pecho y mi espalda y el roce de la esponja me causaba un placer que me recordaba al que había imaginado junto a la mujer que estaba a punto de ver por primera vez sin una web-cam. Salí de la ducha y me detuve ante el espejo, con el cuerpo todavía empapado y la piel brillando por el agua. Observé mi cara, pensé que quizás tenían razón las chicas que habían dicho que soy guapo. Tengo los ojos azules y almendrados, labios muy gruesos, piel muy clara, pelo muy moreno y una perilla rojiza que me marca aún más el mentón, ya de por sí marcado.

El espejo era grande, tanto que podía verme entero desde las rodillas sin apenas alejarme. Observé mis hombros, anchos como mi espalda; mis brazos con músculos fuertes aunque no muy marcados y miré con más detenimiento mi pecho fuerte y con algo de vello en medio, tan fino que apenas se veía en el reflejo. Deslicé la mirada hacia abajo, haciendo el mismo recorrido con las yemas de los dedos, por los abdominales, no muy marcados, pero lo suficiente para verse claramente en el espejo, por la línea de vello oscuro que descendía por ellos hasta unirse con mi vello púbico, como siempre bien recortado. Me cogí el pene entre los dedos para verlo mejor. Pensé que no era grande, pero que hasta ahora había sido suficiente para que las chicas con las que había estado quedaran contentas conmigo. El último vistazo lo dediqué a mis piernas. Muslos fuertes, musculados, rodillas normales y el resto tan delgado que llama la atención. Bien pensado ese era uno de los motivos de mi nerviosismo. Hasta entonces todas las chicas con las que había estado me habían visto antes de gustarles, pero con Gloria era diferente. Ella sólo sabía de mi discapacidad porque yo se lo había contado y a la hora de la verdad podía ser un problema mayor de lo que parecía que yo usara silla de ruedas para salir a la calle.

Por suerte mis nervios desaparecieron cuando Gloria bajó del tren. Un par de besos, una palabras y nos fuimos en mi coche hacia el hotel donde había reservado la habitación, sin saber aún si seríamos los dos o sólo ella quien la ocupara. En el trayecto me di cuenta de que eso daba igual. Gloria era tan simpática en persona como en Internet, era una amiga y eso era lo que más importaba.

Al llegar al hotel nos tiramos en la cama sobre las colchas. No sé cuanto tiempo estuvimos hablando, cuantas veces nos miramos y estuvimos a punto de besarnos, sólo sé que al final, entre bromas, risas y provocaciones la besé y Gloria pareció sorprendida. Fue un beso breve en los labios al que siguió otro más lento, más profundo, éste comenzado por ella. Ahora sabía que todo iba a ir bien.

Después de un rato besándonos y charlando en la cama nos fuimos a cenar. Aprovechamos para hablar, contarnos mil cosas que ya nos habíamos contado, bromear y caldear algo más el ambiente. La noche siguió en un banco de un jardín, frente al antiguo ayuntamiento, besándonos con dedicación, aunque al principio nos costara seguirnos el ritmo. Todo eso no importaba, allí estuvimos durante horas, saboreando nuestros labios con el sonido de la fuente tras nosotros y las luces que anunciaban la feria iluminando los edificios antiguos. Cuando sentí el deseo de tocar sus pechos y llevé la mano bajo su blusa comprendimos que era el momento de ir al hotel.

Media hora después estábamos en la cama. Ella vestida, yo desnudo de cintura para arriba. Nos habíamos recostado el uno junto al otro y nos besábamos con placer sin prisa por alargar ese momento. Nos acariciábamos los torsos, yo por encima de su ropa inclinándome sobre ella, besándola profundamente. Cuando se abrió la blusa apareció sobre mí un sujetador negro, sencillo, que dejaba ver la mitad superior de sus pechos blancos y quizás algo más pequeños de lo que había imaginado. Los besé, se tumbó y me coloqué casi sobre ella rodeándola con los brazos. Le ayudé a desprenderse de la blusa y le besé esos hombros que tantas veces había visto en la webcam. Sabía que si iba despacio disfrutaríamos más, que los meses de espera se merecían horas de placer, pero era difícil resistirme a abalanzarme para comerme todo su cuerpo, así que le besé los labios para evitar la tentación de ir demasiado deprisa.

Cambiamos de posición, Gloria se colocó sobre mí besando mi pecho desnudo, yo le acariciaba la espalda y la cintura, dirigiéndome a veces más abajo para sentir su cuerpo bajo el pantalón. Observaba a Gloria moverse con destreza, besando mi piel como una experta, jugando como una niña. Verla me excitaba, tocarla me hacía imaginar el placer de poseerla y cuando me volví a colocar sobre ella, tras quitarme el pantalón y le desabroché el sujetador, tocar sus pechos desnudos a la vez que rozaba mi pubis contra su cuerpo me provocó al fin una erección que se notaba perfectamente bajo mi bóxer negro. Me dediqué a sus pechos acogiéndolos en el hueco de mis manos que casi los cubrían, pegando mis labios a ellos para besar los pezones, pellizcándolos antes de morderlos, dándoles un masaje con una mano mientras la otra iba sin pedir permiso hasta el pantalón... Y se lo desabroché. Las braguitas quedaron a la vista, estaba sólo a un paso de poder tocar el vello que tantas veces me había imaginado, probar su flujo, saborear su orgasmo. Me coloqué entre sus piernas, era casi como un juego, yo sonreía travieso al verla. Había descubierto casi todo su cuerpo y apenas habíamos hablado.

Entonces me di cuenta de que una mirada había bastado todo el tiempo para saber qué pensábamos qué deseábamos. Una sonrisa mía para pedir permiso, un pequeño gesto de su cabeza y las bragas se deslizaron para que pudiera enterrar la lengua bajo la ligera mata de su pubis. Su mirada me decía que actuara con el cariño que sentía por ella, pero con decisión, que no me detuviera. Y así lo quería yo también. La besé con pasión, en los labios, en el ombligo, metiendo la lengua, penetrando el pequeño orificio, haciendo un camino de saliva siguiendo cada pequeño lunar de su cuerpo, colocando la cara entre sus piernas, lamiendo sus muslos, abrazándolos, sintiendo como se estremecía al acercarme a mi destino. Preparé el camino con las manos y los labios, acaricié cada palmo de su piel antes de aplicar la boca, enredé los dedos en su vello y me dediqué a ella, como si su placer fuera la única meta. Eso me excitaba, hacía que mi pene se pusiera en tensión, que mi erección que aún duraba fuera más y más firma hasta sentir como me tiraba la piel. Cada movimiento de ella, cada espasmo al acercarse al orgasmo aumentaba mi excitación y mi sudor se confundía con su flujo que bañaba sus muslos, mi cara y la cama. La besé en los labios para compartir su sabor y nos lamimos las bocas compartiendo saliva y flujos. Cuando continué lo hice sin apenas dejar de mirarla necesitaba ver como se excitaba por momentos, saber por su cara el efecto de mis juegos, que su expresión me indicara si iba por el buen camino y cuando el orgasmo estuvo a punto de llegar los espasmos me ayudó a no levantar la cara hasta el final, cuando introduje un dedo en su vagina, luego dos y al fin tres, para penetrarla así, sin perderme un detalle hasta que todo su cuerpo convulsionó en un largo orgasmo y me sujetó la mano para indicarme que parara.

Me tumbé junto a Gloria y la besé tiernamente. Cuando se repuso nos dedicamos a acariciarnos reconociendo nuestros cuerpos totalmente desnudos y evitando las partes más erógenas para darnos un placer más sutil, agradable y tierno. Después repetimos la experiencia anterior fue ella la que se dedicó a mí, besando todo mi cuerpo, lamiéndome, haciéndome sentir un orgasmo en el momento en que pasó la lengua por mis testículos y los cogió entre los labios y descansamos, abrazados.

Al día siguiente parecíamos dos amigos comunes, estuvimos tomando unas cervezas y charlando, pero si alguien hubiera oído nuestra conversación hubiera sabido que efectivamente éramos amigos, pero por una noche habíamos sido amantes. Esa tarde, tras acompañarla a coger su tren que salía a las 4, comprendí que con Gloria había aprendido que para disfrutar de verdad del sexo hay que enamorarse de la otra persona, aunque sólo sea durante una noche.