22 minutos
Una comida de amigos en mi casa. Una mesa con doce personas. Una discusión sobre política, y yo que me voy a la cocina a lavar los platos. 22 minutos que cambiaron mi vida.
22 MINUTOS
No quiero saber como llegué a esa situación. Ni tampoco quiero saber porqué. Solo sé que pasó. Y sucedió sin quererlo yo. Al menos es lo que pienso. Esta confesión la escribí días más tarde de sucederme lo que os voy a contar. Ahora, después de cuatro años, confieso públicamente mi falta.
Nos reunimos en mi casa una serie de amigos. Para comer. No celebrábamos nada en especial. En total nos habíamos dado cita 6 parejas. Total, doce personas incluyendo a mi marido y a mí. No voy a hablar de los demás para no liaros la cabeza. Solo hablaré de Manuel y María. Ellos son nuestros amigos, como lo son el resto de nuestros invitados. Todos tenemos casi la misma edad, nos movemos en un arco desde los 23 a los 27 años el mayor, que es Juan Luis. Pero me voy a centrar en Manuel, pues él, y solo él, es el que nos interesa en esta historia.
Manuel lleva un año casado con María. Ellos se llevan bien. Ella es muy dulce y esta bien físicamente. Manuel es un tanto extrovertido, alegre y muy lanzado para cualquier actividad que hubiera que hacer. El siempre quiere ser el primero. Es como un líder. Siempre se esta riendo y eso es agradable. Tanto mi marido como yo no tenemos especial amistad por él, es uno más dentro de nuestro grupo de amigos. Quiero decir que no hay distingos. Se llevan bien los dos y no ha habido problemas conocidos entre ellos.
Yo tengo 23 años y Manuel 25. No es un dato para nada servible, pero es una referencia que pongo en conocimiento. Su María, como dije antes, tiene mi misma edad. Y casi mi mismo cuerpo, pues ambas estamos como dicen los hombres, muy buenas. Estamos para comernos. Modestia aparte.
La comida se desarrolló según lo previsto. Comimos bien y tomamos café y licor, tanto licor que creo que se me subió un poco a la cabeza, si no, no me explico nada de lo que me pasó.
Todos estábamos en el salón sentados alrededor de la mesa. Bromeábamos y hablábamos a la vez. Me levanté para ir a la cocina y pude descubrir el jaleo de platos y cubiertos, adornados con un sin fin de vasos, esperando ser lavados. Confieso que me deprimí y me volví al salón. Permanecí un rato sentada a la mesa y me volví a la cocina. Justo en ese momento se acercó hasta la cocina Mariano. Vio todo lo que había que lavar y me dijo que si necesitaba ayuda, que él le diría a su mujer que me echara una mano. Le dije que no. Que lo iba a dejar para más tarde y ambos nos volvimos al salón.
Después de media hora bebiendo más y más chupitos de licor, la conversación derivó, al estar próximas las elecciones, en política. No hace falta que diga que al ser doce las personas las que allí nos encontrábamos, cada una era de un signo político, que en algunos casos, hasta dentro de una pareja era de distinto rango que su compañero o compañera. Sea como fuere, se enrolló una conversación y discusión muy apasionada. Ante la magnitud de la disputa, opté por emplear mi tiempo en algo que más tarde o más temprano tendría que hacer yo, fregar. Me puse en pie y les dije a todos, en especial a mi marido, que me ausentaba a recoger un poco la cocina. Así lo hice. Ellos siguieron discutiendo sus temas políticos, cada uno dando su versión de lo que pasaba según el color del partido político al que era afín, y yo en la cocina, fregando. Nadie me echó de menos. Al menos eso parecía, porque nadie se dignó en echarme una mano con el fregado.
No llevaba más de quince minutos en la cocina, con la puerta cerrada, pues no quería oír sus escandalosos argumentos, cuando esta se abrió y apareció ante mí Manuel, sonriéndome como siempre hacía.
Me pareció extraña su presencia allí, pues en la mesa del salón había de todo y yo acababa de llevar una cubitera de hielos entera y al menos habría cubitos para dos horas. Tampoco debía faltar licor, pues en mi casa había bastante y el lugar donde guardábamos las botellas, estaba en el salón.
Con las manos bajo el chorro de agua, le saludé y le pregunté si quería algo. No me contestó. Sólo se acercó tras de mí y levantó mi vestido para ponerme una mano en mis nalgas. Solté el plato que estaba fregando y me asusté ante lo inesperado de la situación. Enseguida él me rodeó y me besó en los labios fuertemente. Yo estaba como aturdida. Y también estaba algo bebida. Pero no lo estaba tanto como para no darme cuenta de dónde estábamos y qué estaba pasando.
Traté de protestar y mis protestas se ahogaron en un nuevo beso mientras con la mano seguía hurgando entre mis piernas. Lo malo o lo bueno de estas situaciones, es que por imprevistas, a una le pillan de sorpresa y no sabe como reaccionar. A mí no me dio tiempo a nada. Manuel me rodeó frente a él y me miró sonriéndome muy seguro de su conquista. Me tomó por el talle y me subió sobre la encimera. Cualquiera que hubiera entrado en la cocina en ese momento se hubiera extrañado de verme sentada sobre la encimera y Manuel besándome en la boca ávidamente. Le hubiera parecido un escándalo monumental. Pero a él parecía no importarle nada y yo, bueno yo simplemente estaba allí para ser objeto de él. Pensé en un momento de lucidez que aquello era un arrebato propio de los chupitos que habíamos bebido, pues jamás había tenido acercamiento alguno con otro hombre que no hubiera sido mi marido. Y menos con Manuel, aunque con este siempre me había mostrado agradable y dulce. Quizá lo interpreto mal.
Pero todo se desvaneció cuando él me levantó el vestido de gasa blanco que yo llevaba puesto, delantal incluido, y me besó en los muslos. Noté como mis piernas cedían ante la sensación térmica de sus labios en mis mulos y se separaban algo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo e impactó en mi estómago. Un vértigo sin precedentes se adueñó de mí. Ya el tanga no fue obstáculo para Manuel, pues con su mano lo separó hacia un lado y dejo ante su vista placentera la totalidad de mi raja adornada con mi vello. Inmediatamente su lengua descendió hasta allí y comenzó furtivamente a proporcionarme placer, a la vez que separaba mis piernas más. Eché ligeramente la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Antes, miré el reloj de la cocina, marcaba las 4, 20 h.
Un ruido leve y una sensación de liberación me indicaron que Manuel acababa de romper mi tanga. Ahuequé el culo y el lo sacó de mi cuerpo. Ahora su lengua iba y venía con total libertad. Abrí mi boca para poder respirar más, ante la insistencia del placer que me estaba proporcionando con su lengua, y tomé su cabeza entre mis manos, enredando mis dedos en sus cabellos. El se levantó y me miró, siempre sonriendo, y se acercó a la puerta de la cocina. Echó el pistillo y volvió al lugar que acababa de abandonar.
Me puso en pie y subió mi vestido hasta la cintura y me dejó desnuda desde el ombligo para abajo. Y volvió a lamerme una vez más. Su lengua se hundía en mi grieta con precisión. Con la punta me daba golpecitos en mi clítoris mientras causaba en mí un sin fin de sensaciones. Cuando el creyó que ya había conseguido excitarme por completo se incorporó y se bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando asomar una verga dura y tiesa que apuntaba hacia el techo de la cocina. Y yo sin decir nada de nada. Me bajé de la encimera y me agaché en cuclillas para poder meterme aquel miembro vigoroso en la boca. Allí, en esa postura, lo mamé con deseo y rabia. Llena de excitación, lamí sus testículos y su periné. Paseaba mi lengua de abajo hacia arriba con lentitud, para una vez llegado al glande, absorberlo y envolverlo en mi saliva.
Después de unos minutos, el me incorporó y me volvió a sentar en la encimera. Se sacó los zapatos para liberar sus prendas de los tobillos. Aproximó su polla hacia mí y lentamente, pero sin pausa, fue paseando su glande entre mi surco. Traté de protestar pero el me lo impidió con su mano en mi boca. Siguió lubricando su pene con mis jugos, profundizando cada vez más en mi grieta. Después me la clavó hasta el fondo.
Comenzó con vaivenes rítmicos y yo comencé a sentir como esa verga caliente se me iba clavando una y otra vez dentro de mí. Nuestros vellos se mezclaban y se enredaban entre si. Opté por desabrocharme el vestido y tire de él hacia atrás para dejarle mis pechos libres. El hizo el resto. Con una maestría fuera de lo común, desabrochó mi sujetador y liberó mis pezones turgentes y febriles a la vez que comenzó a juguetear con ellos entre sus labios. Sus manos en mis nalgas y el calor y ardor que ponía en follarme hicieron el resto. Rápidamente sentí una sacudida en mi interior y me corrí. No me dominaba. ¿Sería un orgasmo?
Como él no se había corrido aún, seguía empujando dentro de mí, lo cual me llevo a sentir una prolongación del orgasmo increíble. Ya saciada por completo de su miembro, le dije que ya había acabado y el me la sacó, tiesa, mojada, dura y arrogante. Le pregunté si el ya había terminado y me dijo que no. No dudé en agacharme delante de él y meter aquello en mi boca. Sin ascos. Con agradecimiento por el gozo que me había proporcionado. Puse tal interés en hacer aquella felación, que no tardo en correrse y aunque se separó de mi boca para hacerlo, la primera salva de su semen se estrello en mi cara y las siguientes dentro de mi boca, pues yo soy agradecida y le dejé que se vaciara dentro de una de mis bocas. Y allí, mientras el compungía su cara y ya liberado su glande de mi boca, le chupe los cojones duros y arrugados que me mostraba.
Rápidamente como si la vida se nos acabara en un instante, comenzó a subirse los calzoncillos y los pantalones. Yo le imité y me coloqué mis ropas, me abroché el sujetador y cerré mi parte superior del vestido para después colocarme el delantal nuevamente. No dijo nada. Una vez se hubo recompuesto me miró sonriente, me hizo un gesto de despedida con la cabeza y salió de la cocina sin mediar palabra. Yo me quedé quieta sin saber que hacer y lentamente volví a mis platos mientras de mis ojos brotaban unas lágrimas. Miré el reloj a través de mis lágrimas y marcaba las 4,42. Veintidós minutos, eso era lo que habíamos necesitado para follar o para echar un polvo en la cocina. A escondidas del resto. A escondidas de mi marido y de María. Veintidós minutos para ser infiel. Y sin saber por qué.
Luego, una vez yo hube terminado de fregar, salí al salón con todos. Manuel estaba allí sentado con su mujer al lado y la besuqueaba mientras el resto bromeaban con ella. Aquello me impactó. ¿Cómo puede un hombre estar follando con una mujer y luego actuar con la suya como si no hubiera echo nada? Mi marido me miró visiblemente bebido y yo me inserté en la conversación, que seguía desbarrando por los campos de la política en sus más variados extremos, pues todos iban a arreglar la situación del país. De vez en cuando, Manuel y yo cambiábamos una mirada y yo notaba como me mojaba al recordar el polvo de la cocina. Así, sin darme cuenta me sorprendí con la mano bajo mí vestido, y tapada por el paño de la mesa, comencé a acariciarme el coño lentamente. Después, el clítoris. Luego incrusté dos dentro de mí y fui masturbándome, hasta que un gemido ahogado salió de mis labios mientras cerraba los ojos.
Después los abrí y sorprendí once caras mirándome atónitos. Me habían oído gemir. El silencio sepulcral delataba algo y yo no sabía que. Parecía que todos se hubieran dado cuenta de mi exceso. Pregunté que es lo que pasaba y ninguno cambio su expresión.
Saqué la mano y la dejé encima de la mesa, sobre el mantel blanco, tamborileando con mis dedos. Y allí, pegados entre ellos, tres vellos negros de mi pubis, delataron donde había estado mi mano hacía unos instantes.
Se que todos lo vieron como lo vi yo. Escondí mi mano y me puse muy colorada. Manuel hizo el resto. Desvió la atención con una sonrisa larga y escandalosa a la vez que decía "¡Joder!, me acabas de recordar a María cuando ..la tengo encima" Y ya todos fueron risas, incluida la mía que se mostró nerviosa.
Hoy, después de cuatro largos años, donde no he sido capaz de olvidarme de aquel polvo, seguimos viéndonos con nuestros amigos. Y aunque Manuel y María ya no viven en Madrid, pues por motivos del trabajo de ella se ausentaron a Galicia, me masturbo de vez en cuando rememorando aquella escena de veintidós minutos, donde un amigo nuestro me folló en la cocina. Algo que jamás quiere hacer mi marido.
Quiero mucho a mi marido y no soportaba ocultar por más tiempo lo que había pasado aquél día.
Me he armado de valor y se lo he contado todo. El no me cree, dice que tengo una imaginación bárbara, pero que si eso me sirve para excitarme, que siga pensando en ello.
Ciertamente han pasado cuatro años ya, ahora tengo 27 años, y no he tenido ninguna experiencia fuera de mi matrimonio, pero aquellos veintidós minutos de placer en la cocina, aún hacen que me moje alguna mediodía mientras friego y miro los platos. Parece como si en el fondo del plato, viera la película de lo que pasó allí, cuatro años atrás. E inevitablemente, algunas veces dejo caer mi mano mojada, y con la suavidad del agua y el jabón, doy rienda suelta al placer de masturbarme mientras rememoro en imágenes dentro de mi mente, aquellos veintidós minutos.
Coronelwinston