22 Centímetros de Placer Adolescente (5)

Leo descubre que hay hombres dispuestos a pagar por pasar una noche con él. ¿Será capaz de cobrar por tener sexo?

Capitulo 5: Sugar Daddy

Había pasado una semana y luego otra. Leo se encontraba en una especie de estado catatónico del que no podía salir. Sentía miedo, vergüenza y rabia. Pero, ¿de qué? Ni él estaba muy seguro. Una noche, cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada y aún no conseguía dormirse, llegó a la conclusión de que lo que de verdad le fastidiaba era lo mucho que deseaba repetir.

Lo ocurrido en el Camerún parecía distante, sin embargo, las suaves caricias de Ismat seguían grabadas en su piel. En sueños se veía de nuevo en el almacén, rodeado por los brazos de Ismat, invitándolo a entrar y a quedarse dentro suyo para siempre. Despertaba entre sudores y empalmado, deseando volver a soñar con su Adonis negro porque no soportaba la realidad y el miedo que le provocaba los sentimientos que en él empezaban a florecer.

Dos días atrás, después de unas cuantas copas, reunió la valentía para volver al Camerún. Al entrar chocó con un par de chicas que salían abrigos en mano y se disponían a abrir sus paraguas. No estaba borracho, pero sí muy nervioso. El lugar estaba lleno de voces y risas, una larga barra llena de vasos de tubo medio vacíos y cuencos de cacahuetes a rebosar. La música lo transportaba al 2007, "Estrella Polar" de Pereza sonaba como un himno por encima de las vivaces conversaciones. El lugar rebosaba calidez, pero, como en la canción de Pereza, para Leo el invierno parecía haber llegado primero. De estar lo suficientemente feliz, lo suficientemente borracho, Leo habría gritado " hoy cielo vienes a por mí" y se habría unido a las dos chicas que parecían conocer la letra y la vociferaban desde el fondo del local con sendos palos de billar en las manos.

La canción estaba llegando a su final, cuando Leo consiguió hacerse un hueco en la barra. Una camarera rubia lo atendió. Pidió una cerveza mientras una nueva canción de hacía más de una década empezaba a sonar. Las chicas del fondo también parecían conocer la letra. Leo las ignoró, al igual que el resto del bar. También ignoró la ligera vibración proveniente de su bolsillo derecho, de seguro era una nueva llamada de Mónica, su novia. Desde hacía unos días Leo no le contestaba, esperando que entendiese el mensaje. Pero, al igual que las chicas del fondo, Monica parecía no darse por vencida e insistía en llamar su atención.

Intentó buscar a Ismat en la multitud. El bar se llamaba Camerún y su dueño era camerunés, pero aquel bar no hacía justicia a su nombre. Tanto la clientela como los trabajadores eran europeos, a primera vista nadie adivinaría quién era el propietario. Leo se volvió y miró hacia al fondo, más allá de las improvisadas cantantes, allí estaba el almacén donde una semana antes algo había nacido entre él e Ismat. ¿O solo había nacido en él? Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza lo que Ismat podría opinar sobre su encuentro. Quizás para él este no tuviese importancia, después de todo Leo lo había conocido en el club de las pajas, de seguro estaba acostumbrado a recibir placer de jovencitos blancos confundidos como él. De seguro otros habían estado en el almacén, otros habían merodeado el bar desde una distancia prudente esperando repetir lo que para ellos había sido algo único, pero que para Ismat solo se trataba de un polvo más. Aquello lo ponía furioso.

Tras una hora en la barra Leo se dio por vencido y volvió a su casa. La noche siguiente pensó en regresar, pero su amigo Sergio le tenía una invitación especial. Lo había citado en una dirección extraña y le prometió que la experiencia sería parecida a la del club de las pajas. Leo se moría por volver a sentir el calor de un hombre, más bien el calor de Ismat, pero le costaba aceptarlo. Se presentó a la hora acordada en el lugar acordado. Era una zona de pijos y solo había pasado por ahí en algunas ocasiones. Al llamar al telefonillo, le abrieron la puerta sin preguntar y subió hasta el piso que le había dicho Sergio, fue este quien lo recibió en la puerta.

  • No te quedes ahí parado, entra.

Sergio llevaba una bata blanca y presumiblemente nada debajo.

La puerta se cerró tras él. Se encontraba en un amplio recibidor iluminado por la tenue luz de dos lámparas. Sergio lo instó a colgar el abrigo del perchero, pero Leo prefirió dejarselo puesto por si tenia que huir de allí. Aquella no era la casa de Sergio, sin embargo, su amigo se manejaba con una naturalidad que le resultaba incómoda. Entraron a un gran salón sobrecargado de armarios, lámparas de cristal y adornos del mismo material. El lugar estaba impoluto, pero aún así le dio la sensación de que nadie había habitado allí desde hacía casi un siglo. Una capa de algo parecido a la nostalgia se había instalado sobre los muebles de cuero, bajo cada una de las sillas del inmenso comedor y sobre los cuadros que colgaban de las paredes. Aquel sentimiento estéril había conseguido traspasar el abrigo de Leo y su piel, para finalmente colarse en sus huesos en forma de mal presentimiento.

Sergio desapareció un momento, para luego volver con unos mojitos. Leo se encontraba mirando las impresionantes vistas del ático desde el balcón del salón.

  • ¿A que acojona?

  • Tío, ¿de quién es esta casa?

Sergio hizo una amago de contestar, pero no fue necesario. Entró al salón un hombre delgaducho de unos cincuenta años. Vestía un suéter azul marino y unos pantalones de tela caqui. Se acercó hasta ellos y respondió la pregunta de Leo.

  • Esta es mi casa -el hombre sonreía sin parar-. Bienvenido, Leo. Tú amigo me ha hablado mucho de ti. Mi nombre es Gonzalo.

Tras un apretón de manos, todos se sentaron en el sofá de cuero. Gonzalo y Sergio se sentaron muy cerca. Empezaron a hablar para romper el hielo, al principio eran preguntas intrascendentes, hasta que Gonzalo decidió tomar la iniciativa.

  • Te preguntarás que hacemos aquí. Bueno, como te dije, tu amigo Sergio me habló de ti. Me dijo que eras muy guapo y ya veo que no se equivocaba. Sergio y yo nos conocemos desde hace algún tiempo. Hemos entablado una amistad diferente a la vuestra... o quizás no tanto.

Sergio sonrió y Leo no pudo evitar sentirse incómodo, aquella era una broma que solo Gonzalo y Sergio entendían. Gonzalo siguió con su explicación.

  • Verás, hace mucho yo fui un joven como vosotros. Yo también empezaba a experimentar con mi cuerpo, a descubrir los placeres adolescentes con mis amigos. Pero, de tanto trabajar, con el paso de los años, olvidé aquellas sensaciones. Aquí es donde entra Sergio -Gonzalo rodeó el cuello de su amigo con el brazo-, él me está ayudando a recordar esos días.

  • ¿Y que tengo que ver yo con todo eso? -preguntó Leo casi de mala manera. Los mojitos empezaban a hacer su efecto.

  • ¿Te acuerdas hace unas semanas? -ahora era Sergio quien hablaba-. Te dije que te enseñaría una forma de ganarte un dinerito extra.

  • Leo, tu amigo y yo tenemos un negocio: él me ayuda a recordar los placeres olvidados y yo a cambio le doy algo de dinero.

  • Vamos, un gigolo de toda la vida -aquella idea a Leo le divertía.

  • Ahora se dice sugar daddy -Sergio también parecía estar divertido.

  • Sergio me dijo que estás empezando a meterte en la escena gay.

  • Tanto como "meterme en la escena gay" no, pero sí he probado algunas cosas nuevas -Leo no se molestó de que su amigo le contara a Gonzalo lo que había hecho, todo lo contrario, eso lo excitaba.

  • Pues quiero que sigas probando con nosotros.

Leo se quedó pensativo. Miraba a Gonzalo y luego a su amigo Sergio. Desconocía que esto era a lo que Sergio se refería con lo de ganar un dinerito extra. No lo juzgó, tampoco se sentía sorprendido. Los hechos ocurridos en las ultimas semanas habían entumecido su capacidad para juzgar la realidad. Ya no se reconocía. Sí había estado con su amigo Sergio, si se la había comido a unos desconocidos del club de las pajas, si se la había chupado a Ismat en un almacén... ¿qué más daba ir un poco más allá? Vender su cuerpo sonaba incluso natural, el siguiente paso en un viaje que nunca pensó que realizaría y que ahora no tenía ganas de detenerse.  Leo asintió con la cabeza.

  • Gonza paga dependiendo de lo que tú estés dispuesto a ofrecerle y lo que a él le apetezca en cada momento.

  • ¿Y que tienes en mente para esta noche? -preguntó Leo.

La cara de Gonzalo se iluminó y sus ojos centellearon por un segundo.

  • Lo primero es ver si estás tan bien dotado como tu amigo Sergio.

  • Ya te digo yo que no -lo interrumpió Sergio.

  • En ese caso, me ecantaría que los dos me follaseis.

Leo nunca había follado a un hombre y la idea de que Gonzalo fuese el primero no le hacía gracia. De buena gana habría tomado a su amigo y lo habría embestido durante horas con el mismo vigor con que solía penetrar a su novia en un tiempo que parecía lejano. Pero Gonzalo no era Sergio: su piel se asemejaba a las páginas de un libro viejo y polvoriento, molido por las polillas y la humedad; sus ojos tenían un resplandor extraño; sus dientes amarillos dejaban escapar una lengua blancuzca; tenía las uñas largas y le salían pelos de la nariz. "No te tiene que gustar", dijo en el interior de su cabeza. Después de todo aquello era un trabajo, una mera transacción. Volvió a asentir con la cabeza.

El rostro de Gonzalo se iluminó. Parecía aliviado, como si aquello hubiese sido más fácil de lo que esperaba y no tuviese la necesidad de usar la artillería pesada. Se puso en pie y les ordenó que lo siguieran. Un laberinto de pasillos mal iluminados los dirigieron hasta una habitación amplia, cálida y acogedora. Sergio fue el primero en tirarse a la cama. Gonzalo se deshizo del suéter y se acercó a Leo.

  • Espera -dijo el muchacho-. Todavía no hemos hablado del precio.

  • Sí, lo olvidaba. El precio... Bueno, como es la primera vez que follas con un tio entiendo que querrás algo extra.

Gonzalo se quedó pensando un momento que para Leo pareció eterno.

  • ¿2,500€?

Leo intentó no parecer sorprendido. No supo si lo logró, pero alcanzó a proponer una nueva oferta.

  • Somos dos -dijo mirando a Sergio-. 5,000€

No preguntó, solo dejó caer la cifra, como si fuese eso o nada, aunque en su interior sabía que lo haría por los 2,500€.

  • Hecho -contestó casi de inmediato Gonzalo. Estaba desesperado.

Leo no se lo podía creer, así de fácil iba a ganar más dinero del que habría ganado trabajando nueve horas durante cuatro meses en otra cosa.

  • Entonces, empecemos.

Sergio se deshizo de su bata y dejó a la vista su magnífico cipote. Leo lo echaba de menos, tan solo lo había tenido en la boca en una ocasión y se moría por repetir. A Gonzalo también se le hacía agua la boca, sus ojos iban de Sergio hasta Leo y viceversa, indeciso de cual de los jovenzuelos se iba a comer primero. A Sergio ya lo había catado, pero no se cansaba de su prodigioso miembro. Leo era territorio por descubrir. Tenía la sensación de que algo se ocultaba bajo esos ojos tristes, un fuego que su amigo Sergio había despertado y que él debía mantener vivo. Fue primero a por Leo, el chico se estremeció tras el primer contacto, intentó disimularlo sin éxito. Esto a Gonzalo no le molestaba, estaba acostumbrado a estar con personas que no lo deseaban. Fuese real o solo por interes, el tacto juvenil siempre lo reconfortaba.

  • Quitate la ropa, quiero verte.

Gonzalo se subió a la cama y empezó a despertar los 22 centímetros de Sergio mientras miraba el espectaculo. Leo obedeció. Se sorprendió al darse cuenta que, de repente, había olvidado cómo quitarse la ropa. Para desabotonarse la chaqueta necesitó de toda su concentración. Empezó a quitarse el pantalón antes de quitarse los zapatos, tuvo que detenerse y comenzar la operación de nuevo. Sus calcetines blancos estaban sucios y rotos; sus calzoncillos, viejos y desgastados. De saber que aquella noche iba a ser su debut como gigoló, se habría preparado mejor. Se deshizo del calzoncillo, pero se dejó los calcetines; por alguna extraña razón, mientras los tuviese puestos no se sentiría desnudo del todo.

Se sentía patético, no estaba cómodo con su desnudez, una sensación que nunca había sentido antes. Tenía ganas de taparse con las manos y salir corriendo de la habitación. Sin embargo, Gonzalo parecía estar disfrutando del espetaculo. Había dejado de masturbar a Sergio, cuya polla ya estaba despierta, para quitarse la ropa. Su cuerpo era tan lánguido como Leo se había imaginado. "5,000 pavos", se repitió una y otra vez, pero ni así consiguió opacar el desprecio que le provocaba Gonzalo. Llegó a la conclusión de que solo debía mirar a Sergio. Su amigo lo volvía loco. No tenía un cuerpo impresionante, tampoco su miembro era lo que le llamaba la atención de él. Sergio, a ojos de Leo, poseía un atractivo particular, quizás debido a que eran amigos de toda la vida y solo ahora Leo empezaba a verlo como algo más.

Gonzalo se levantó de la cama y se acercó hasta el cuerpo desnudo de Leo, inmóvil en el centro de la habitación. Dio una vuelta a su alrededor, examinando cada parte de su cuerpo, de la misma manera que un ave rapaz examina su presa antes de atacar. Los dedos de Gonzalo recorrieron la espalda del muchacho, provocandole un escalofrío. Después, Gonzalo acarició sus glúteos firmes y compactos. Gonzalo lo besó en el cuello, desencadenando un nuevo escalofrío. La respiración de Leo empezaba a ser cada vez más acelerada, tratando de seguir el ritmo de su corazón. Gonzalo lo abrazó desde atrás y llevó sus manos hasta los pectorales del joven. Leo sintió la presión de la erección de Gonzalo sobre sus glúteos. Pensó en safarse, pero no le quedaba claro si aquello era parte del trato. "Mientras no la meta, todo está bien", concluyó.

Gonzalo seguía besandole el cuello cuando Sergio se levantó de la cama y decidió unirseles. Leo lo recibió con un beso en el cuello y luego uno más prolongado en la boca. Suspiró tras volver a probar los labios de su amigo, sin duda los había extrañado. Ambos jóvenes se morreaban con ahínco mientras las manos de Gonzalo pasaban de uno al otro. Leo llevó su mano hasta el cipote de su amigo. Era tan grueso como lo recordaba, venoso y cabezón. Sergio hizo lo mismo y agarró la polla de su amigo Leo. Ambas pollas se rozaban mientras sus dueños masturbaban el miembro del contrario. Leo gimió cuando Sergio le mordió el labio y sintió un placer solo comparable al que había sentido en los brazos de Ismat. Incluso eso no era suficiente para olvidar la presencia de Gonzalo.

Sergio y Gonzalo cambiaron posiciones;  ahora era el segundo quien besaba a Leo, mientras su amigo le comía el cuello desde la espalda, presionando sus 22 centímetros contra su culo virgen. La lengua  de Gonzalo sabía a caramelos de menta, aun así le resultaba asquerosa. Era una sensación de rechazo que le recorría todo el cuerpo y empeoraba en las zonas donde Gonzalo lo rozaba con sus manos. Y vaya si lo tocaba; sus manos se resbalaban por todo su pecho, pellizcando sus tetillas con fuerza, arañando sus pectorales, agarrando con rabia su polla y masturbandolo con torpeza. Por más que Leo se intentaba concentrar en pensar en Ismat y en la presión del pollón de su amigo contra sus glúteos,  su cabeza parecía estar empantanada por una maraña de recuerdos sin ninguna conección. Mientras la lengua de Gonza mojaba sus labios, Leo recordó la canción de Pereza; mientras le lamía el cuello, recordó a Mónica subida encima suya, intentando sin éxito conseguir una erección; recordó el domingo de videojuegos con Sergio, la primera vez que le comió la polla; por último, recordó el calzoncillo de Ismat que olía por las noches. Aún así Leo estaba demasiado presente para su gusto, atado a los tentáculos de Gonzalo.

Gonzalo se puso de rodillas. Llevó el pene flácido de Leo hasta su boca y empezó a chuparlo. Leo apretó los puños, los delicados lametazos de Gonzalo no le proporcionaban ningún placer, todo lo contrario, sentía dolor, como si la lengua de Gonzalo estuviese cubierta por cristales rotos. El hombre hizo lo mejor que pudo, pero pasados unos minutos la polla de Leo no despertaba. Cambiaron de estrategia, Gonzalo le pidió a Leo que se pusiese de pie y juntos darían placer a Sergio. Esta idea le gustó un poco más, deseaba volver a probar el falo de su amigo.

Ambos se colocaron uno frente al otro mientras Sergio se situaba en el medio. Estaban divididos por el majestuoso pene de Sergio. Gonzalo fue el primero en probarlo, se lo tragó casi por completo, sin miramientos, estaba acostumbrado a tenerlo en la boca, eso era obvio. Leo se dispuso a juguetear con los cojones de su amigo, primero tímidamente con las manos, olisqueandolos de vez en cuando, luego los acarició con la lengua. Eran unos cojones duros y redondos, le recordaron a los de Ismat. Leo los magreó hasta que Gonzalo se dignó a soltar la polla. Entonces fue su turno.

Leo por fin se reencontraba con aquel magnífico falo. No lo dudó un segundo; lo descapuchó y se lo llevó a la boca. Al principio se dedicó a humedecer el glande con su lengua, para después empezar a ganar terreno. Tan solo la cabeza ya llenaba su boca, así que no intentó tragarselo por completo. Se limitaba a seguir las numerosas venas del pene en toda su longitud con su lengua. Repetía el proceso una y otra vez, enardecido por los gemidos de su amigo. Entonces sintió algo húmedo abriéndose paso en su interior. Gonzalo se había situado tras él y su lengua recorría sus nalgas. Leo respiró hondo, utilizó toda su energía para concentrarse y fingió que aquella lengua era la de Ismat. Esta vez sí lo consiguió. Solo así consiguió una incipiente erección.

Cuando Gonzalo se dio cuenta de que Leo empezaba a tener una erección, lo llevó hasta la cama. Él se colocó de manera que Leo, que se había colocado un preservativo, pudiese penetrarlo. El muchacho se colocó detrás, alentando por los susurros de su amigo. Cuando vio a Gonzalo listo para recibirlo, sintió algo revolverse en su interior. "Qué estoy haciendo?" , se preguntó. "¿En esto me he convertido?". Unas lágrimas empezaron a correrle por las mejillas.

  • No puedo hacerlo -fue lo único que se dijo.

Más tarde no recordaría cómo se vistió, como llegó a la calle, ni como empezó a caminar en círculos durante horas. Lo que no olvidaría sería lo sucedido esa noche, cuando sus pasos lo llevaron nuevamente hasta las puertas del Camerún .

Continuará...


Espero que hayáis disfrutado este relato. En el proximo sabremos qué sucede en el Camerún y además conoceremos mejor a Sergio. Es un placer escribir estas historias, de igual manera me encantaría saber vuestra opinión. Un abrazo.