22 Centímetros de Placer Adolescente (4)

"Al darse la vuelta, Leo se fijó en su culo abultado y sus poderosas piernas. Ismat parecía estar hecho de sonrisas, músculos y chocolate."

Capítulo 4: Camerún

Mónica estaba desnuda, boca arriba y dispuesta. Leo también estaba desnudo, pero no tan dispuesto. Las manos le temblaban y en su cabeza los recuerdos se amontonaban. Mónica contoneaba su cuerpo, invitándolo a entrar, pero Leo solo podía pensar en los 22 centímetros de su amigo Sergio y en lo ocurrido en el club de las pajas. Pero aún más importante, Leo no podía dejar de pensar en lo ocurrido la noche anterior.

Era sábado por la noche y había quedado con Sergio. Cómo siempre, Leo fue el primero en llegar. Se sentó en la terraza y encendió un cigarrillo. Una camarera se acercó y le indicó que quería una Desperados. A su alrededor, se escuchaban gritos mezclados con el sonido de los tacones de las chicas. Era noche de fiesta y el Casco Antiguo estaba a reventar de tíos llenos de testosterona y chicas en minifaldas.

Sergio apareció cuando se estaba terminando la segunda cerveza.

  • Joder, macho, siempre llegando tarde.

  • Bah, cabrón, algunos curramos. ¿Tienes un piti?

Leo le dijo que se había fumado el último, aunque tenía una cajetilla llena en los bolsillos. Los amigos hablaron un buen rato, hasta que Sergio se atrevió a sacar el tema.

  • ¿Qué tal en el club de las pajas? -dijo demasiado alto.

  • Shhh, cállate. ¿El sitio ese tiene nombre?

  • Claro.

  • ¿Tú has ido muchas veces?

  • Nah, yo ya paso de esos raritos.

  • ¿Y entonces por qué me dijiste a mí que fuera? -Leo estaba enfadado, pero en el fondo no quería reconocer que la experiencia le había encantado. Su polla palpitó en el interior de su pantalón al recordar cómo se comía dos vergas a la vez.

  • Quería ver hasta donde llegabas. Mira, lo que pasó en tu casa me sorprendió bastante. Tú siempre has tenido novia y te follas todo lo que tenga falda. Cuando nos comimos las pollas, sentí… sentí algo diferente. Eres mi amigo desde pequeño y nunca me diste a entender que te gustasen los tíos.

  • ¡No me van los tíos!

  • Ya, pero acabaste con lefa hasta en el pelo. A ver -Sergio se acercó a su amigo-, que te gusten los tíos o no me da igual. Pero me moló lo que hicimos y sé que a ti también. Así que, si quieres repetir por mi encantado.

Leo guardó silencio. ¿Quería repetir? Reconocía que disfrutó con los 22 centímetros de Sergio y que el sabor de la leche de los “raritos” del club de las pajas le había encantado. Pero, ¿en qué se estaba convirtiendo? Su mente se debatía entre los remordimientos que le provocaban sus acciones y las ganas locas que tenía de comerle el rabo a su amigo.

  • Ya me tengo que ir -Sergio hizo una seña a la camarera-. Yo invito.

  • ¡Hostia! ¿Tan bien te va repartiendo pizzas?

  • Sí, además hago otras cosas en mi tiempo libre… Ya te hablaré de ello, quizás también te mole la idea y te puedes sacar un dinero extra.

Los amigos se despidieron y tomaron caminos diferentes. Leo caminó un rato por las calles húmedas, pensando en todo lo sucedido. Los recuerdos resonaban en su cabeza como ecos distantes, mientras una ansiedad inexplicable se apoderaba de él. Entró en otro bar, pero el ambiente allí no le gustó. Esto se repitió unas cuantas veces más hasta que finalmente llegó a un bar amplio y solitario. Pidió una cerveza y se sentó en el fondo, jugaría a los dardos.

Casi media hora después alguien se acercó a él.

  • ¿Puedo jugar contigo?

La voz era desconocida para Leo. Tenía un acento muy marcado. Leo se dio la vuelta y tuvo que mirar al sujeto varias veces para identificarlo. Era un hombre alto, estaría en los 35 años o más, de piel negra y cabeza rapada. Sonreía, mostrando unos hermosos dientes que resplandecían con la luz del local. Llevaba una chaqueta de cuero marrón, jersey negro y jeans desgastados. Leo se preguntó si lo conocía y entonces, como un flashback, su nombre le vino a la cabeza.

  • ¿Black? -preguntó como un estúpido.

Black sonrió.

  • Puedes llamarme Ismat. ¿Tú cómo te llamas?

Aquel hombre era Black, bueno, ahora sabía su verdadero nombre, Ismat. Lo había conocido el día anterior en el club de las pajas. A penas 24 horas antes, se encontraba de rodillas con su polla en la boca, suplicándole que se corriese en su cara. Ahora estaban frente a frente, en un entorno totalmente diferente. Leo se sorprendió, no imaginaba poder encontrarse con alguno de aquellos “raritos” como Sergio los había llamado. En su imaginación, no existían más allá de las cuatro paredes del club.

  • Leo -dijo tras una pausa que parecía eterna.

  • Encantado. Entonces, ¿puedo jugar contigo?

  • Sí, sí, claro.

Leo estaba muy nervioso, sus movimientos eran torpes, tanto que cuando le fue a pasar unos dardos estos se le cayeron de las manos. Sin embargo, Ismat se movía con elegancia. Sus labios eran carnosos y de vez en cuando los mojaba con su lengua de una manera involuntariamente sensual. Se quitó la chaqueta y dejó a la vista el ajustado jersey, marcando sus músculos y unos brazos trabajados. Al darse la vuelta, Leo se fijó en su culo abultado y sus poderosas piernas. Ismat parecía estar hecho de sonrisas, músculos y chocolate.

Ambos jugaron un buen rato, corrieron las cervezas y las risas, eufóricas por parte de Ismat y nerviosas por parte de Leo. Ismat tomó la alternativa de sentarse a charlar un rato.

  • Tienes algo mío -le dijo cuando por fin estuvieron sentados.

  • Sí, lo sé. Si quieres te lo devuelvo.

  • No -Ismat río y tomó un trago de cerveza- prefiero que me des unos tuyos.

Hablaban de los bóxer que Ismat le había regalado a Leo en el club de las pajas y que ahora descansaban en un cajón en la habitación de Leo, todavía cubiertos por la lefa de los desconocidos. Leo empezaba a excitarse. Estaba delante de un hombre hermoso e inteligente, agradable y cortés. Sentía algo que ninguna de sus novias le había hecho sentir antes. Decidió seguir el juego.

  • Y… ¿los quieres limpios o usados?

  • ¿Tú qué crees?

Ambos sonrieron.

  • Vamos a algún sitio tranquilo -propuso Leo.

  • No hace falta, ya es hora de cerrar.

Ismat se levantó y se acercó a los camareros, les dijo algo al oído y estos empezaron a recoger. Pronto, Ismat y Leo eran los únicos en el local.

  • ¿Trabajas aquí?

  • No, este es mi local.

Hasta ese momento, Leo no se había dado cuenta, pero el nombre del local era Camerún. Tenía sentido asumir que Ismat era camerunés.

Ismat se acercó a Leo y rodeó sus caderas. Las luces estaban medio apagadas y los altavoces sonaban distantes, como si estuviesen bajo el agua. La canción era el éxito de Soda Stereo, “ De música ligera” , pero ellos se movían lentamente, muy juntos, tanto que Leo recostó su cabeza sobre los pectorales de Ismat. Estaban borrachos.

El camerunés lo dirigió hasta el fondo del local. Allí, contra la pared, lo besó. Leo sintió aquellos labios gruesos por primera vez. No tardaron en abrir sus bocas y ambas lenguas se mezclaron en un choque frenético. Ismat era más alto que él, así que Leo estaba de puntillas intentando seguir el ritmo de aquellos labios.

Por fin se separaron e Ismat se deshizo de su jersey. Ayudó a Leo a quitarse la camiseta y fue directo a sus pezones. Los apretó con los dedos y Leo dejó escapar un gemido. Ismat no se detuvo, siguió magreando aquellos pezones mientras besaba con pasión al joven inexperto. Leo buscó los glúteos del camerunés y los apretó con fuerza. Eran duros como rocas y redondeados. Cuando Ismat se cansó de torturar los pezones de Leo, empezó a chuparlos. La saliva los ablandó y oleadas de placer recorrieron el cuerpo de Leo.

El joven tampoco se quedó atrás, admiró los pezones negros de Ismat y los apretó con fuerza. Magreó con su lengua aquellos pectorales, tenía práctica de las tetas de Monica. Los lamió a conciencia mientras Ismat se desabrochaba el pantalón. Su polla salió disparada, puesto que no llevaba ropa interior. Leo se dejó caer de rodillas y se llevó la polla del negro a la boca.

En el club de las pajas no había podido apreciarla con tranquilidad, pero ahora, mucho más relajado por el alcohol, le echó un segundo vistazo. Era gruesa, grande e imponente. Estaba depilada y no tenía venas visibles. Era lisa, perfecta y jugosa. La polla palpitó, como invitándole a chuparla. Leo aceptó la invitación y de buen gusto se la comió.

Más tarde, Leo no recordaría si estuvo comiéndose la polla de Ismat diez minutos o diez horas. Lo que recordaría con claridad sería la pregunta que le hizo cuando su mandíbula ya le dolía de tanto chupar.

  • ¿Me chupas tú a mí?

Ismat tardó unos segundos en responder, Leo se sintió patético de rodillas mirando hacia arriba con el enorme falo del camerunés a punto de estallar en su cara.

  • Yo no chupo -fue toda su respuesta.

Ismat lo hizo levantar y Leo sintió que había hecho algo mal. Le ordenó que se quitase los gayumbos. Leo obedeció sin protestar, Ismat los olisqueó un segundo y luego los llevó a su polla. También tomó la polla de Leo. Ambos falos estaban unidos por el gayumbo de Leo. Ismat lo besó mientras con una de sus manos masajeaba ambos falos a la vez. A los pocos minutos, Leo estalló. Una oleada de placer le estremeció el cuerpo y luego una más fuerte de vergüenza, se había corrido con tan solo sentir las manos de Ismat por encima del gayumbo masajeando su verga.

El negro tardó unos minutos más y, justo antes de estallar, le dijo a Leo que se pusiese de pie. Leo se estaba colocando sobre sus rodillas cuando estalló, un río de lefa le cubrió el pecho, el pelo, la cara y, por ultimo, la boca. Leo la había abierto para probar nuevamente la semilla de Ismat.

Después hubo silencio. Ismat limpió con mucho cuidado la cara de Leo y se colocó el gayumbo del joven, ahora era suyo. Lo acompañó fuera del bar y se ofreció a llevarlo en coche, Leo prefirió caminar. De camino a casa, cada vez que el pantalón rozaba su desnuda entrepierna, Leo pensaba en que en ese mismo momento, en algún lugar de la ciudad, una parte suya acompañaba a Ismat.

Leo volvía al presente. La chica desnuda sobre la cama, su novia, le parecía un ser patético, desesperado por una atención que él ya no podía darle. Más patético se sentía él. ¿Qué le estaba pasando? Una semana atrás él hubiese dado la vida por derramar su semilla sobre el vientre de Mónica tras una tarde de sexo, ahora... ahora solo podía pensar en la semilla de Ismat, en su sabor, en la mancha que dejó sobre el boxer que se encontraba dentro de uno de sus cajones. No podía dejar de pensar en su sonrisa, en la forma en la que echaba su cabeza hacia atrás después de cada carcajada. Cerró los ojos y se transportó al almacén del Camerún, solo allí pudo encontrar las ganas de satisfacer a su novia.

Continuará...

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Espero que hayáis disfrutado tanto de este relato como yo escribiendolo. Me gustó escribir sobre Ismat y probablemente en otros capitulos lo volvamos a ver.