22 Centímetros de Placer Adolescente (3)

Tras experimentar con su amigo Leo, Sergio visitará a otro de sus amigos para desfogarse y sacar a pasear sus 22 centímetros.

Capitulo 3: Servicio a domicilio

El móvil vibró y la habitación se iluminó de repente. Sergio intentó ignorarlo, pero quién quiera que estuviese al otro lado del teléfono era muy exigente. Balbuceó una maldición y estiró la mano para cogerlo. La mesita de noche estaba abarrotada de todo tipo de cosas y algunas cayeron al suelo antes de que Sergio lograse encontrarlo. Era una llamada de Leo.

-    ¿Qué coño quieres? Estaba dormido.

-    No son ni las 8.

-    Algunos curramos -Sergio llevaba tres meses trabajando como repartidor y esa noche debía doblar, por lo que decidió descansar un rato.

-     Tío -Leo ignoró lo que le había dicho- fui al sitio que me dijiste.

Sergio saltó de la cama, se incorporó y corrió hacia la luz para encenderla, después pensó que no sabía para qué la necesitaba. Estaba de pie en la habitación con el corazón a mil y la polla dura.

-   ¿En serio?

-   Sí, salí hace un rato. Tuve que darme una ducha, tenía lefa hasta en el pelo.

Sergio estalló en una carcajada.

-   Suele pasar -confesó-. ¿Qué te pareció?

-   No sé – Leo guardó silencio un rato antes de añadir-: me siento raro, tío. Tenemos que tomar algo y hablar de esto.

-   Claro, tío. Hoy tengo que currar, pero mañana sin falta nos vemos.

Sergio se tumbó sobre la cama y no pudo evitar sonreír. Nunca hubiese imaginado que Leo iría al club de pajas o si quiera que le gustasen los tíos. Esto abría un abanico infinito de posibilidades, todas ellas muy excitantes. Su polla seguía dura cuando el teléfono volvió a sonar. Pensó que se trataba de Leo, pero al responder otra voz le contestó.

-   ¿Sergio? -la voz era cálida y Sergio tardó unos segundos en reconocerla-. Soy yo, Gonzalo.

-    Hombre, Gonza, ¿qué tal?

-    Bien, contento de volver a escucharte. Te llamaba para saber si estabas disponible esta noche.

-    Esta noche… -Sergio se hacía el interesante-. Venga, puedo. Pero sería sobre la 1 de la madrugada, antes curro.

-    Perfecto, te espero con ansias.

Sergio colgó y se volvió a tumbar sobre la cama. Ya no pudo volver a dormirse. Pensó hacerse una paja imaginado a Leo cubierto de lefa, pero quiso reservarse para Gonzalo.

Las horas pasaron y Sergio recorrió las calles en su moto, repartiendo pizzas. A la hora de la salida, declinó la oferta de un colega de ir a tomar algo y caminó hasta casa de Gonzalo. Como siempre, tras tocar el timbre, sintió como Gonzalo lo observaba por la cámara durante unos segundos antes de abrir. Subió hasta el octavo piso, la puerta ya estaba abierta y pasó sin avisar. Cerró con llave y caminó entre las penumbras del apartamento. Se quitó la chaqueta y dobló por el pasillo, había estado allí muchas veces. Se dirigió hasta la habitación del fondo y abrió la puerta.

Gonzalo lo esperaba en el lugar habitual. Estaba de rodillas en medio de la habitación. Ojos cerrados y la boca abierta, esperando para recibir los 22 centímetros de Sergio. La habitación estaba iluminada por velas y las sombras bailaban sobre las paredes blancas. Gonzalo respiraba violentamente, más que por nervios, por pura excitación.

Sergio caminó despreocupado, se bajó la bragueta y liberó su polla frente a la cara de Gonzalo. Incluso flácida, su verga era impresionante: venosa, depilada y con un precioso capullo. Era más larga que gorda, pero de grosor tampoco estaba mal. Bajo su capullo se escondía un fresón rosadito muy sensible a los estímulos de cuantos quisiesen lamerlo. Y eran muchos; Sergio gozada de una larga lista de contactos que, al igual que Gonzalo, disfrutaban tragándose su rabo.

Gonzalo buscó el pollón en la oscuridad. Lo encontró por el olor; Sergio no se había duchado antes de su visita, así que aquella polla olía a sudor, a hombre. Aquel olor despertó sus instintos más básicos y su corazón se aceleró. Sacó la lengua y humedeció el cipote flácido del joven desde la punta hasta al tronco y desde allí volvió a descender una vez más. Restregó su nariz contra aquellos cojones duros y los olió, llenando sus fosas nasales de tan preciado olor. También humedeció los cojones con su lengua y no soportó la tentación de metérselos en la boca. Los chupó un buen rato hasta dejarlos chorreantes. Entonces abrió los ojos.

La polla del chaval empezaba a despertar. Gonza la agarró con una de sus manos y empezó a masajearla lentamente, desenfundando el capullo una y otra vez hasta que este empezó a supurar liquido preseminal y las venas del tallo empezaron a engrosarse. La bestia estaba despierta y lista para alcanzar su máximo esplendor. La boca se le hacía agua.

Desenfundó el capullo una vez más y le dio un lametazo. El líquido preseminal se pegó a su lengua, dejando un sabor ya conocido. Empezó a chupar el glande con delicadeza, poco a poco, disfrutando de cada lametazo. Entonces se dedicó a la tarea de tragar aquel potente pollón. Hizo acopio de fuerzas y fue introduciéndolo en su boca. Centímetro a centímetro, la verga de Sergio se fue abriendo paso dentro de la hambrienta cavidad de Gonza.

Sergio movía sus caderas mientras disfrutaba de la mamada de Gonzalo. Su técnica era impecable, no lograba tragarse todo su pollón, pero vaya si lo intentaba. Llevaba sus 22 centímetros hasta la garganta, donde las arcadas lo hacían retroceder, y entre lagrimas y saliva, gemía.

El ir y venir se mantuvo durante un buen rato, hasta que Sergio pronunció las palabras mágicas.

-   ¿Quieres que te folle?

Gonza se sacó la verga de la boca y entre jadeos alcanzó a balbucear un “claro”. Sergio retiró su torre de carne y se terminó de quitar los pantalones, se quedó con la camiseta, le encantaba follar con algo de ropa puesta. Gonza saltó a la cama y desde allí sacó un lubricante y unos condones de la mesita de noche. Se cubrió los dedos con aquella sustancia viscosa y los hizo resbalar por toda la superficie de su ano. Sergio se colocó un condón, pero antes se dedicó a masajear el ano de Gonzalo con sus dedos. Gonza estaba a cuatro patas esperando ser penetrado cuando el masaje lo hizo gemir. Entraron con facilidad, Gonzalo estaba acostumbrado a recibir pollas en su culo.

Cuando el ano estuvo completamente dilatado, Sergio intentó introducir la cabezota rosada de su verga. Se resistió. Aunque su polla estaba acostumbrada a estar dentro de Gonzalo, su gran tamaño le impedía entrar con facilidad. Hizo presión y apretó las caderas de su pasivo hasta que la cabeza se coló en su interior. Empezó entonces a ganar terreno poco a poco, centímetro a centímetro. Gonzalo lo recibía encantado mientras gemía con fuerza. Pronto más de la mitad de su polla estaba dentro, entraba y salía con facilidad. Era hora de empezar con las embestidas.

La primera fue rápida, sin previo aviso, directa hasta el fondo. Gonzalo gritó e intentó huir de aquel monstruo, pero estaba atrapado; Sergio lo sostenía con fuerza por las caderas. La segunda fue igual de fuerte, seguido por un gemido y una tercera embestida casi inmediata. A partir de ahí las embestidas eran tan fuertes que Sergio empezó a sudar la camiseta. Los gritos de Gonza pasaron a ser suplicas. “Más fuerte, más adentro”.

Sergio sacó la polla y comprobó que el condón estaba roto. Lo cambió y giró a Gonza, este se había corrido hacía tiempo, pero Sergio aún no estaba acabado. Lo folló mientras lo miraba a la cara. Este gemía y suplicaba, pero los 22 centímetros de Sergio no tenían piedad con su culo. Gonza coló sus manos en la camiseta de Sergio y arañó su espalda con violencia.

Cuando llegó la hora de correrse, Sergio se quitó el condón y preguntó, por educación, dónde quería la leche. “En la cara”, siempre la quería en la cara. Sergio lo complació con chorretones de lefa caliente que salían disparados desde su pollón y cubrieron su cara y todo a su alrededor. Después, se dejó caer sobre la cama. Estaban exhaustos, sudados, adoloridos y extasiados. Estallaron en una carcajada al unísono.

Gonza fue a limpiarse al baño, mientras Sergio descansaba sobre la cama. Unos minutos después las luces se encendieron. Sergio se incorporó y vio una figura femenina en la puerta.

-   ¿Ya habéis acabado? Los gritos se escuchaban desde la otra habitación, casi no pude concentrarme en mi libro.

La mujer, de unos 50 años, se encontraba en pijama en el umbral de la puerta. Lo miraba con una sonrisa. Sergio también sonrió y le hizo seña de que se sentara a su lado en la cama, aquello era osado, después de todo ella estaba en su casa. La mujer en pijama era la esposa de Gonzalo.

-  Esta vez fue bastante rápida la cosa, tu marido la chupa de maravilla. Estuve a punto de correrme en su boca.

Ambos rieron.

-  Vi como lo dejaste -dijo María-. ¡Y cómo dejaste las sabanas! Madre mía, irán directas a la lavadora.

-  No pude controlarme.

-  Es lo que tiene tener un pollón tan grande. ¿Ya cenaste? Hay lasaña en el refri, la puedo calentar en un momento.

-  No, gracias. Cené en el curro antes de venir.

Gonzalo entró en la habitación con la cara lavada. También estaba en los cincuenta. Delgado, calvo, flacucho y sin nada destacable en su anatomía. No era feo, ni guapo, simplemente pasaba desapercibido. Se sentó juntó a María y le dio un beso en los labios.

-  ¿Te quedas a dormir? -preguntó Gonzalo.

-   No, no quiero molestar.

-   No es ninguna molestia, ya lo sabes.

-   Nah, creo que por hoy paso.

María se levantó de la cama y rebuscó en la mesita de noche. Sacó un monedero y se acercó a Sergio. Le extendió cinco billetes de 50€. De camino a casa, el dinero le pesaría en los bolsillos y una sensación de disconformidad se apoderaría de él, siempre le pasaba. Aún así aceptó el dinero y lo guardó en sus bolsillos con un cortés agradecimiento. Era uno de los tantos beneficios que le proporcionaban sus 22 centímetros.

-  ¿Recuerdas lo que hablamos? -dijo Gonzalo mientras se metía en la cama.

-  Sí, estoy en ello. Pero, prefiero que sea con alguien de confianza. Tengo un amigo que… Bueno, ya veremos como va la cosa.

-   Vale, pero mantenme informado.

-  Claro, claro.

Charlaron mientras Sergio acababa de cambiarse y volvieron a ofrecerle pasar la noche allí, pero el joven denegó la invitación una vez más.

-  Bueno, como no quieres quedarte, te acompaño a la puerta. Ha sido un placer, como siempre -María se levantó de la cama-. Ahora voy a follar con mi marido.

Continuará


En este capitulo, conocemos un poco más de la vida secreta de Sergio. Tener un miembro tan grande es tentador para muchos y Sergio se debate entre los beneficios que esto conlleva y el cargo emocional de sus acciones. Espero que os haya gustado y os invito a comentar y puntuar este relato, además de leer alguno de los que ya he publicado. Un abrazo.