21 maneras de conjugar el verbo amar (1)
Toni y Juanjo son dos jovenes amigos, unidos por su afición común al fútbol y las mujeres. Su participación conjunta en tríos les lleva a conocer a Yolanda, una sensual mujer algo mayor que ellos, con ideas rompedoras en relación al sexo.
Juanjo y Toni se conocían desde el Instituto; la suya era una amistad que había surgido de repente, un poco por casualidad, debido a su común afición al fútbol, y al Atlético de Madrid en particular; ambos eran los únicos seguidores rojiblancos en su clase, y de hecho había cuatro veces más aficionados madridistas que del equipo colchonero en aquel barrio de clase media alta madrileño. Esta marginación, como si fueran indios encerrados en su propia reserva mental, terminó de unirles por completo. No es que estuvieran aislados, ni mucho menos, ya que compartían un grupo amplio de amistades, pero había un vínculo especial entre ellos que ya nunca se debilitaría con el tiempo.
Toni, que era unos meses mayor, solía llevar la voz cantante en la relación. Guapo y bronceado, de sonrisa fácil y contrastadas habilidades sociales, era el ligón de su grupo de colegas, y el terror de las nenas en el insti. Había ligado con las pibas más guapas de su clase, y, posteriormente, ya en la Universidad, había realizado sus pinitos como modelo publicitario para costearse los estudios de Económicas en la Universidad de Alcalá de Henares. Juanjo, por el contrario, era nulo para los estudios, y había optado por colocarse de encargado en una de las zapaterías de su padre, situada en pleno corazón del Barrio de Salamanca. Sin ser tan popular como el guaperas de su amigo, nunca le faltaba compañía femenina, y se resistía a ejercer el ingrato papel de "mejor amigo del cabrón que se lleva todas las tías". Desde muy joven, su espíritu competitivo le había llevado a maquinar miles de estrategias para conseguir levantarle la chica a su amigo, y, si no era posible tamaña victoria, al menos agenciarse una piba que no desmereciera frente a la que con total seguridad se llevaría al catre su compañero de correrías nocturnas. Muy pronto las chicas para Juanjo dejaron de tener entidad propia, y se convirtieron en meros objetos de placer, en bellos envoltorios desprovistos de cualquier implicación emocional, cajas tontas que uno podía follar y luego tirar a la basura, sin ningún reparo moral. Toni tampoco es que pudiera considerarse un romántico, pero al menos trataba con cierta deferencia a sus conquistas nocturnas, que a veces conseguían prolongar su estancia en su cama y en su corazón durante semanas enteras, hasta que inevitablemente otra chica más guapa o más lista (o ambas cosas) se salía con la suya y le obligaba (porque a él las mujeres le obligaban, se quejaba siempre, para pasmo de sus infortunados colegas de ronda, él se limitaba a dejarse querer por ellas) a desembarazarse de la anterior, sin explicaciones de por medio.
Esta dinámica competitiva entre ambos, en la que Toni llevaba siempre una clara ventaja frente a su rival, finalmente les condujo una noche a la conclusión de que, en vez de dilapidar sus energías rivalizando por las mismas chicas, debían unir sus fuerzas e intentar, si era posible, compartir sus encantos al mismo tiempo en largas noches de pasión devoradora a tres bandas, que pronto se convertirían en marca de la casa. Durante esos polvos apasionados, regados a veces con alcohol o con alguna nívea sustancia estimulante, compartían los turgentes cuerpos femeninos sin tocarse entre ellos. Esta condición, indispensable para Toni, formaba parte del pacto entre caballeros que habían acordado aquella noche lejana en la barra del Joy cuando conocieron a aquella mulata colombiana espectacular que bailaba sobre una tarima y parecía dirigir su ardiente mirada encendida en deseo en dirección a la afortunada pareja. Y así se habían sucedido muchas noches de pasión en tres dimensiones, que solían tener como escenario el único dormitorio del apartamento de solteros que compartían, cuando juntaban ambas camas para formar un remedo de lecho matrimonial donde llevar a cabo sus bien ensayados tríos. Y todo hubiera seguido en esta amable dinámica de colegas del alma que lo comparten todo, apartamento, ropa, música, chicas y sexo si un hecho decisivo no hubiera cambiado los parámetros en que se desarrollaba su relación. Todo ocurrió la gloriosa y fatídica noche del 25 de Mayo de 1996, cuando su adorado Atleti ganó el Campeonato de Liga por primera vez en 19 años (algo menos de los que ambos contaban en esos momentos, 21 primaveras cada uno de ellos; de hecho era la primera vez en su vida que podían permitirse el lujo de celebrar un hecho así) y los dos amigos decidieron festejarlo a lo grande y quemar la noche madrileña hasta que el cuerpo aguantara. No sabían cuando volverían a verse en otra semejante, y había que aprovechar el instante de gloria que el cielo les había concedido por una vez. Por una noche, por un momento en el tiempo, ellos, los parias de la ciudad, serían los protagonistas de la fiesta, abarrotarían la fuente de Neptuno, se permitirían encaramarse tal vez a la musculada estatua del acuático dios grecolatino, proferir cantos injuriosos dedicados a su eterna rival, la Cibeles, y, por ende, al Mal Absoluto, el Real Madrid de esa panda de pijos y relamidos "Neptuno a la Cibeles, se la va a follar " era uno de los ilustrativos cánticos que dominaron la jornada, en una marea rojiblanca que inundó la ciudad en pacífica muestra de orgullo suburbial. Era el año del doblete, campeones de Liga y de Copa, el sueño imposible al fin al alcance de la mano. Ahora eran un equipo importante, respetable. Al fin ocupaban el escaparate, en lugar de un oscuro estante al fondo del almacén. Pero ¿por cuánto tiempo?.
Joder - comentó Toni alucinado aquella noche al salir de su portal, abrazado al cuello de Juanjo, como dos novios bien avenidos - hasta hace dos días éramos los únicos atléticos del barrio, y ahora mira esto, toda la calle llena de indios rojiblancos como nosotros con sus camisetas y banderolas ¿dónde se escondían hasta esta noche, tú?
A lo mejor son como las ratas, que sólo salen de noche cuando hay comida a la vista sentenció Juanjo soplando la trompetilla y decidido a no dejar escapar esa noche loca de promesas satisfechas, sueños cumplidos, mujeres hermosas disponibles, alcohol en vena y sexo salvaje en perspectiva.
Por un mágico encantamiento, que pareciera salido directamente de las páginas del Quijote, los gigantes de antaño se habían transmutado en inofensivos molinos de viento, y la mala suerte legendaria del equipo se había transformado en un festival de juegos pirocténicos a la mayor gloria de las figuras locales, Caminero, Simeone, Pantic ("el Pantys" , como le llamaban castizamente ambos amigos) o el gaditano Kiko. Y aquella noche de celebraciones, que se convirtió en un recital de excesos y bailes en plena calle ("dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa darle alegría y cosa buena") les llevó en procesión de garito en garito y de tugurio en tugurio, recorriendo en su etílico periplo la mayor parte de los baretos de Malasaña y Moncloa, para terminar la larga noche del doblete en el bar del Monchi, un veterano socio atlético, que ofrecía barra libre y chonis llamativas y sexualmente disponibles en la calle del Amparo. "Neptuno ha hecho doblete", cantaban a coro los atléticos aquella noche con la profanada música del "No nos moverán" de Joan Baez, y los dos amigos mezclados entre ellos, "¡Atleti campeón!, follando a la Cibeles, ¡pero sin condón!, por el chomino y luego por el cuuuuulo ¡Pedazo putón!". Y esa era precisamente la última promesa por cumplir que quedaba en la noche, la de tirarse a medias a alguna de esas preciosas muñecas rojiblancas (¿o por que no follarse mejor a una zorra madridista vestida tan sólo con una camiseta del Real Madrid, y que ofreciera su culo en pompa como muestra de vasallaje a la superior categoría del equipo de Radomir Antic?) y romperla uno el culo mientras el otro se acomodaba en el interior de su humedecida vagina.
"Joder", pensaba Juanjo con un empalme importante en su abultado paquete, mientras conducía su Ford Fiesta de camino a la última parada de la noche, "como mola sentir la polla de Toni en el culo de la piba mientras la mía la penetra por delante, es como si dos espadas chocaran sus filos en la oscuridad de la noche. Es una sensación única, que no se parece a nada que haya probado antes".
El cutre bareto estaba atestado de gente, con clara hegemonía del color rojo en su indumentaria, porque muchos de los bebedores habituales del lugar eran rojiblancos de corazón, y rojos confesos en su ideario político. Así era el bar de Monchi en aquellos días felices del 96, antes de que la crisis económica y el desaliento vital se asentaran entre los madrileños, muchos años más tarde. Y allí conocerían, para desgracia de Juanjo, a Yolanda, una sensual treinteañera, rubia de bote y labios carnosos, cuerpo de escándalo y mirada turbia, con la que mantendrían un breve intercambio de miradas y un amago de conversación incoherente, antes de que la leona del Monchi decidiera despedirse de sus dos amigas y recomendarlas que volvieran a casa en metro, a partir de las seis, porque les iba a resultar difícil conseguir un taxi a aquellas horas y en esa noche en concreto.
Todo estaba resultando conforme a guión, y de hecho aquella exuberante mujer no sólo estaba dispuesta a ofrecer su cuerpo en bandeja a aquel par de guapos conquistadores surgidos de las riberas ahora redimidas del Manzanares, sino que la muy guarra tomaba la iniciativa; lo primero que hizo al llegar al apartamento del par de calaveras fue adueñarse de la llave del mueble bar y prepararles un último y definitivo cocktail a base de ginebra y limón, que ella saboreaba a sorbitos en un vaso tubo, castigando a los muchachos con una mirada desafiante y retadora digna de una Sharon Stone en horas altas. Y tampoco se mostró sumisa y obediente al comenzar los prolegómenos, pues si bien convino en realizar una sentida felación a los dos amigos, se negó en redondo a ser tratada como una perra, a que la dieran tirones un par de jovenzuelos salidos en su espectacular cabellera de tintes rojizos, y a que la gritaran "¡Chupa, zorra!" a la menor oportunidad. No, no era esa la clase de juego que Yoli tenía intención de llevar a cabo aquella noche en concreto. Ella era una mujer experimentada, baqueteada por la vida, con muchos litros de alcohol a sus espaldas, un nombre de varón que la había marcado de por vida, y muchas ganas de olvidar a aquel desaprensivo en los brazos de otros hombres, y alguna que otra mujer si era preciso. Se entregaría, pues, al deseo más primario, pero no desprovisto de cierta cualidad de sofisticación, producto de su mente abierta y experimental. Y aquella noche, en esa desangelada habitación en penumbra, en la que se colaban ya los primeros rayos del alba a través de las rendijas de la persiana entornada, ella estaba dispuesta a experimentar nuevas sensaciones, y de paso a abrir un horizonte nuevo a ese par de hermosos sementales. Ella se encargaría de que horadaran nuevos senderos nunca hollados anteriormente por ellos en el placentero mundo regido por el caprichoso designio de Eros.
La noche se inflamó en deseo cuando la mujer les realizó un remedo de strip-tease muy sugerente, ofreciéndose Toni voluntario para terminar de bajarle el tanga con los dientes, y prosiguió después en la línea habitual con un catálogo de besos y lametones que ambos conquistadores repartieron por todo su cuerpo. Ella era la hermosa diosa blanca de las leyendas y ellos sus fervientes adoradores nocturnos. Toni y Juanjo se fueron turnando a la hora de comerle la almeja a su compañera, una práctica que no solían llevar a cabo de modo habitual, pero esta noche era especial, estaban muy puestos de todo y además la cabrona estaba muy buena, y era morbosa hasta decir basta. Un lujo a su alcance para culminar una noche histórica en sus aún jóvenes biografías. Se la iban a follar a lo grande, pensaba Juanjo, tenía ganas de encularla hasta reventarla los intestinos, pero algo en su interior le decía que esa hermosa mujer de intensa voluptuosidad no iba a ser una presa fácil como las otras chicas de mirada ardiente y moral distraída que habían conocido anteriormente en sus escaramuzas nocturnas.
Y, en efecto, la muy osada tenía ideas propias sobre como desarrollar la jugada. No sólo se negó sutilmente a servir de sándwich para sus nuevos amiguitos, sino que propuso otra variante del trío más excitante a su parecer, y menos practicada, pero igual de morbosa y que dejaba más libertad de movimientos a la mujer.
-¡¿Qué?! ¿Pero quien te has creido que eres para darnos órdenes, Antic? bramó Toni fingiendo una indignación que no sentía Te tenían que haber llamado Radomira, porque tienes dotes de mando, tronca.
Bueno, es sólo una sugerencia, no lo consideréis como una orden protestó débilmente ella sorbiendo con estudiada sensualidad la bebida preparada por sus expertas manos poco antes pero pienso que sería mucho más excitante para los tres que la variante que vosotros proponéis. "Las edades de Lulú" ya la he visto muchas veces y me la sé de memoria, chicos. ¿Porqué los tíos nunca queréis probar cosas diferentes? Si fuera entre dos chicas y un chico estoy segura de que aplaudiríais hasta con las orejas mi propuesta.
Es que no es lo mismo Toni puso cara de asco de pensar tan sólo en esa posibilidad; Juanjo, sin embargo, estaba demasiado sorprendido por la insólita propuesta como para pronunciar palabra Dos chicas guapas besándose y entregadas al bollo resulta de lo más excitante y erótico, pero dos pibes haciendo lo mismo resultaría ridículo y además no se puede hacer. Va contra nuestros principios ¿verdad, Juanjo?.
Toni buscó con su enérgica mirada a su compañero de cuarto, que, abrumado por la situación, se limitó a asentir con la cabeza y a desviar la mirada, asombrado de sus contradictorias sensaciones en ese momento.
Me parece que tu amiguito no lo tiene tan claro Yolanda dejó el vaso sobre la mesilla de noche y tomó de la mano a Juanjo, que tenía un empalme impresionante y parecía superado totalmente por la situación. Como una suma sacerdotisa del sexo, obligó al fornido veinteañero a plantar rodilla en tierra y aproximar su congestionado rostro demasiado alcohol en vena tal vez , los ojos cerrados, la boca entreabierta en un rictus de resignada expectación al rabo enhiesto de su escandalizado coprotagonista de la noche.
Un momento, tío dijo Toni sin demasiada convicción, conforme Yoli empujaba la cabeza de Juanjo atrás y adelante, obligándole a lamer, por primera vez en su vida, el capullo de un hombre, sonrosado y regordete esto no puede estar sucediendo de ninguna manera. Juan, tronco, no hagas caso de esta lianta, ¿no ves que es una calientapollas y que sólo quiere aaah.
Sus propios suspiros de placer al sentir el contacto de la virginal lengua de su amigo recorriendo su geografía fálica le hicieron cambiar súbitamente de parecer. Aquello era la leche, sabía que no estaba bien lo que estaban haciendo, pero el placer era el mismo o superior, pues el morbo de la situación añadía enteros a su ya prominente erección. Y para cuando aquella zorra del demonio decidió unirse a la fiesta y Juanjo y ella se repartieron las tareas de proporcionar placer oral al embrutecido nabo de su colega, la situación se salió claramente de control y un desconocido Toni elevó la cabeza en señal de asentimiento divino, con los ojos entornados por el innegable placer que recibía por parte de sus esforzados compañeros. Toni decidió entonces imaginar que en realidad eran dos hermosas mujeres las que lamían su glande con sincronizada exactitud, repartiéndose el trabajo de venerar su poderoso miembro equitativamente como buenas hermanas de leche que eran, pero siempre terminaba por venirle a la mente el avergonzado rostro de su amigo, cabizbajo e indeciso instantes antes de arrodillarse para cumplir la inmoral acción que le había adjudicado aquella ama implacable de barrios bajos. "Es guapo el jodío pensó para sus adentros Toni de su amigo del alma, mordiéndose el labio inferior para no estallar de placer cuando las dos lenguas juguetonas coincidían al tiempo en su solicitado miembro viril lástima que sea un poco mariconcete, por lo que veo. Quien lo iba a decir de él. O tal vez sea un poco masoquista y sólo desea humillarse ante los designios de esta perra".
Con muy buen criterio aquella mujer de grandes pechos y exacerbada femineidad había elegido a Juanjo como víctima propiciatoria, pues con un simple vistazo le fue suficiente para determinar que el chulo de su amigo resultaría un hueso duro de roer a la hora de sumarse a sus planes. En castigo, decidió ella, no le dejaría penetrarla, y mira que a ella se le hacía el chocho gaseosa de sólo pensar en sentir aquel pedazo de macho ibérico introduciéndose en su húmedo santuario, y es que la petulancia machista de muchos tíos la sacaba de quicio últimamente. Además, el otro chaval, el sumiso y obediente Juanjo, estaba casi igual de bueno, y sería un placer palpar ese precioso culo de joven semental mientras la bombeaba con furia en su interior. Sí, en lugar de ella, por una vez el beneficiario de la situación sería un hombre, que recibiría una dura verga en su cuartos traseros mientras disfrutaba el honor de mojar el churro en su flexible vagina, en una variante del sándwich original que resultaría igual de excitante y enseñaría un poco de mundología a esos dos pobres diablos, que ahora aprenderían que en las matemáticas del sexo a veces 2 más dos suman cinco.
Tras realizar un 69 a tres bandas, en el que su nuevo alumno se perfiló como un maestro consumado en el arte de proporcionar placer a ambos sexos, Yolanda sacó de su bolso una caja de condones y un tubo de lubricante que solía llevar consigo en sus salidas nocturnas por si a algún ligue ocasional le daba por perforarla analmente, práctica que solía aumentar en frecuencia según disminuía la edad de sus compañeros de cama. Juanjo y Toni se miraron asombrados, pero no dijeron esta boca es mía, envueltos en un delirio etílico que cubría con un vaporoso velo su mente racional desde que habían desembarcado en la habitación de su apartamento de solteros.
Entregados a una orgía desordenada de cuerpos, de besos robados y abrazos diversos, olvidaron por un momento su verdadera identidad, confundidos en una suerte de serpenteante tren con rumbo a la estación del deseo, sin paradas intermedias. Los jadeos incesantes de Juanjo mientras hurgaba en el interior del coño de Yoli se acrecentaron en un grito de angustia primero, de placer incontenible después, cuando Toni empezó a cabalgar el culo de su mejor amigo, todavía incrédulo de lo lejos que habían llegado esta vez, con una furia imposible de frenar; estaban poseídos por el demonio de la lujuria y los jadeos combinados de Yoli y Juanjo, que estaban recibiendo semejante tratamiento en sus respectivos agujeros, movió en el interior de Toni una fibra dominante que le obligó a tirar del pelo hacia atrás a su compañero de juegos, y a susurrarle al oído toda clase de guarrerías que normalmente hubiera reservado a clase de chicas que solían acompañarles en esos improvisados numeritos con el tres como elemento principal de la ecuación.
Más tarde Toni se vio a sí mismo, aunque de algún modo extraño no creía estar presente en la trepidante escena, insuflando vida en el interior del ano de Juan, pero esta vez de frente, con las musculosas piernas de futbolista de tercera regional de su amigo apoyadas en su hombros, incitados por la vitriólica voz de aquel monstruo con forma de mujer, que les animaba en su empeño, vaso en mano, o les besaba por turnos, dejándose acariciar las tetas por un concentrado Juanjo, mientras Toni apretaba con fuerza en su interior. Y no, esta noche nadie se correría en la cara de ella, sino en el duro abdomen de aquel joven buscador de placeres, que necesitaría una buena ducha para retirar la pringosa capa de semen que le cubría. Yolanda había sentido un amplificado orgasmo siendo penetrada por aquel saludable ejemplar de potro colchonero, y ahora, en justo pago, ella le había hecho una paja a conciencia mientras el guapetón de al lado le metía caña por el bul, hasta que un surtidor de leche pareció surgir de lo más profundo de su cuerpo. Después de la doble corrida sobre el elemento central del sándwich, habían fumado un cigarrillo juntos, aprovechando Toni para confesar en un momento de lucidez entre brumas que le parecía la mujer más hermosa y excitante del mundo, y Juanjo añadiría: "y la más perversa también"; y ella se había limitado a sonreír satisfecha, como una maestra resuelta tras castigar a su alumno a copiar cien veces "no volveré a pensar en mi propio placer nunca más cuando eche un polvo con una desconocida". La lección que debía impartir había sido interiorizada por aquel par de bellos desconocidos, y ahora ella se vestía despacio, en silencio, se atusaba el revuelto cabello en el espejo de cuerpo entero de la habitación, y cruzaba las piernas, sentada en la cama, para calzarse aquellos zapatos rojos, homenaje tal vez al club de sus desvelos, de tacón infinito, que tanto excitaban la imaginación calenturienta de aquellos varones trogloditas con los que ella solía cruzarse habitualmente.
Cuando el ruido de la puerta exterior al cerrarse anunció que la mujer de rojo había abandonado el apartamento y sus vidas para siempre, llegó la hora de los reproches y de las incomprensiones. Pero Toni estaba demasiado aturdido como para pensar en nada aquella noche, que ya era día, de hecho, y Juanjo, tras un amago de ducha que concluyó en intento, pues se limitó a verter un chorro de gel sobre la zona central de su abdomen y salió escopetado del plato de ducha apenas sentir el frío chorro de agua contra la piel aún caliente de su estómago. Al regresar a la habitación, encontró a Toni tumbado, todo lo largo que era, en diagonal, atravesando ambas camas unidas, completamente dormido, o esa era la impresión que ofrecía a los ojos de su compi. Estaba tan hermoso, pensó de forma inconsciente Juanjo mientras terminaba de secarse con la toalla en el umbral de la puerta, que le parecía mismamente un dios griego, o un ángel caído y exhausto tras haber desafiado la cólera divina con un acto de desobediencia imperdonable. Tapó a su desvirgador con una manta que encontró en el armario, se hizo un hueco a continuación en el lecho común, y se acurrucó a su lado, hasta sentir el calor de su cuerpo y el sincrónico vaivén de sus latidos y su respiración muy cerca de sí. Se incorporó un momento para contemplar mejor los nobles rasgos del rostro que yacía junto a él, y se sorprendió a sí mismo besando, rozando apenas, aquellos labios de forma regular y graciosos surcos en las comisuras, de tanto reírse, quizás. Se abrazó sin temor a aquel tórax prominente y depilado, tan distinto del de las mujeres que habían frecuentado tan a menudo en noches como esta, y quedó profundamente dormido. Pero cuando despertaron horas más tarde, serían quizás las dos de la tarde, la magia había desaparecido como por ensalmo, un profundo dolor de cabeza atormentaba la nublada mente de Toni, y un resabio inconsciente empujó a Juanjo a separarse horrorizado del amante entregado de anoche, y a vestirse a toda prisa, inventarse a la carrera una excusa que le permitiera ganar tiempo y alejarse del escenario del crimen, y no tener que encarar la acerada mirada de Toni el justiciero cuando recordara por fin los irreflexivos hechos que les habían convertido en improvisados amantes, en contra de sus más profundas convicciones. "Sólo una mujer hermosa como aquella podía haber conseguido de nosotros realizar una acción tan horrenda" se repitió Juanjo para sus adentros, mientras bajaba de tres en tres, de nuevo la maldita cifra de anoche, las escaleras del inmueble, rumbo hacia Dios sabe donde, dejaría que sus pasos le mostraran el destino a alcanzar. Se refugió finalmente en el bar de la esquina, y pidió un pincho de tortilla y una botella de agua mineral. Tenía el estómago revuelto, no sabía porqué, pero su mente le obligaba ahora a recordar, y el dolor rectal al sentarse se lo manifestaba claramente. Su amigo del insti, su compañero de jarana, le había petado por detrás, le había follado, se lo había tirado como a una puta cualquiera. Y, sin embargo, él tenía una lectura alternativa de aquellos hechos, una que prefería centrarse en las insondables sensaciones que le habían acompañado a lo largo de aquel improbable polvo, y en la radiante placidez semejante al nirvana búdico que creyó percibir en el dolorido epicentro de su alma mientras Toni y él morreaban como posesos, y el roce de la infantil medalla dorada de su amigo sobre su pecho le provocaba espasmos de placer con sólo recordarlo.
Juanjo se llevó ambos manos a la cabeza, y tan sólo levantó la vista cuando la atribulada camarera le sirvió una generosa ración de tortilla de patata, especialidad de la casa, y le miró con infinita compasión desde lo más profundo de sus ojos azules.
¿Te ocurre algo, Juanjo? Estás muy raro esta mañana.
No es nada, Miriam. Una mala noche, supongo.
No, si se te nota en la cara que has dormido poco. Claro, estaríais hasta las tantas por ahí celebrando lo vuestro - ella dejó en claro en el tono de la frase que no participaba de los mismos sentimientos de plenitud de los aficionados atléticos.
Sí, apenas he dormido nada.
¿Y Toni que tal? También desparramaría lo suyo conociendo a ese, acabaría la noche en los brazos de alguna chica.
Juanjo se estremeció al escuchar esta última frase. "En los brazos de alguna chica". No, eso no ocurriría, si él podía impedirlo. Le quería sólo para él ¿pero que coño le estaba ocurriendo aquel 26 de Mayo?.
Sí, dalo por hecho, con alguna chica, seguro, o con dos, incluso respondió, sin embargo, en tono convencido.
Anda que ¡Vaya par de golfos estáis hechos!.
Miriam se dirigió de nuevo hacia la barra, bandeja en mano. Estaba más atractiva que de costumbre, con el pelo recogido en un improvisado moño en la nuca, atravesado por lo que parecían agujas de punto de cruz. Pero Juanjo no tenía ojos para ella aquella mañana, y menos aún para piropearla, como hacían habitualmente cuando le servía el café con madalenas que tanto le gustaba, antes de dirigirse a la zapatería de su padre.
Juanjo mordisqueó la humeante tortilla recién salida de la cocina, pero apenas pudo saborear su exquisito sabor que tanto le recordaba a la que le preparaba de niño su difunta abuela Justina, la matriarca del clan, que había llegado a Madrid desde un pueblo de Jaén para limpiar casas en los duros años de la posguerra. Que en paz descanse, se dijo a modo de responso al acordarse de sus severos rasgos y su tez cetrina. Pero ahora el muerto en vida era él mismo, pensó de modo quejumbroso, y todo por una noche de vapores etílicos mal administrados y la debilidad de su mente al topar con una fuerza superior que había sacado a la luz el más oculto de sus secretos. El que no se atrevía a confesarse ni a si mismo. "¿Porqué, porqué me tiene que pasar a mí esto? ¿Qué he hecho yo para tener que sentir este desgarro en mi interior? ¿Porqué tengo que follar con esas desvergonzadas, si mi corazón sólo le pertenece a él? Joder, en que puta mala hora tuve que conocerle. Pero ahora ya no puedo vivir sin él "
Sintió ganas de llorar, y se dirigió a los servicios del modesto local, para dar rienda suelta a las emociones encontradas que pugnaban por abrirse camino en su interior. Dejó correr el grifo del agua fría para que los comensales de la mesa más próxima al baño no escucharan sus entrecortados lamentos, y tras unos minutos de lacrimógena catarsis, se lavó el abotargado rostro con un abundante chorro de agua helada, tras lo cual pagó la consumición sin terminarla y salió de nuevo a la calle, dispuesto a enfrentarse a la nueva realidad de su vida, consciente de que en la batalla que empezaba a librar ahora mismo llevaba todas las papeletas de perdedor de la apuesta. Pero eso ya era de lo menos, lo realmente llamativo para él es que hubiera podido autoengañarse durante tanto tiempo en relación a su amigo.
Juanjo se perdió en las calles del barrio, y ni siquiera recordó que aquel domingo debía ir a comer con sus padres, también atléticos de pro, y que su madre le había prometido una generosa ración de paella con bogavantes, su plato favorito desde niño, si el equipo de sus amores se hacía finalmente con el título liguero."Un día histórico, una noche para recordar toda la vida", repetía de corrido una y otra vez mientras recibía las espontáneas felicitaciones deportivas de sus vecinos de siempre, según se los cruzaba de camino al cercano domicilio paterno "Sobre todo la noche. Una noche que no podré olvidar mientras viva" reconoció para sus adentros mientras llamaba al telefonillo de casa de sus padres. Un furibundo "¡Aupa Atleti!", que sonó como un involuntario exabrupto casi le perfora los tímpanos en respuesta. Era su padre, sin duda. "¡Aupa!, anda, papá, abre".
Cuando se introdujo en la cavernosa oscuridad del portal, Juanjo tuvo la intuitiva impresión de que no sólo la suerte de su equipo había virado aquellos días, también su destino parecía destinado a torcerse en el momento menos pensado. Sin apelación posible, además.
(Continuará)