2084

La guerra había terminado, y el bando femenino había obtenido la victoria. Los hombres pasaron a convertirse en esclavos, y yo en concreto de una antigua conocida...

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La guerra había terminado y yo estaba en el bando de los perdedores.

Sería muy largo explicar el porqué de la guerra. Baste decir que hasta hace unos años, cuando hablábamos de "guerra de sexos"  lo hacíamos en sentido figurado, pero llegó el momento en que la expresión adquirió un significado literal, y estalló una auténtica guerra entre hombres y mujeres, o como se debe decir hoy en día, amas y esclavos.

Aunque en el bando de los varones militaban exclusivamente hombres, no era así en el bando femenino, ya que éstas habían sabido jugar sus cartas y valiéndose de su evidente ascendente sexual sobre nosotros, habían unido a su causa un número no muy elevado de hombres, que aunque a primera vista parecía escaso, al final resultó ser suficiente, ya que todos ellos habían  sido cuidadosamente seleccionados, en virtud de su valía para un conflicto bélico. Este grupo seleccionado estaba compuesto por un buen número de militares de alta graduación, algunos gobernantes y grandes empresarios, es decir, hombres con poder.

Debido a tan inteligente estrategia, la guerra no duró mucho, ya que al poco de comenzar se vio que nuestro bando iba a ser claramente derrotado. Derrotados por la falta de unión debido a nuestra dependencia sexual.

Al final resultó una auténtica masacre. La población de hombres quedó reducida a casi la mitad de lo que era antes de la guerra. Y a los que sobrevivimos nos esperaba un futuro muy duro.

Al principio fuimos encerrados en cárceles o en campos de concentración, donde de vez en cuando aparecía alguna mujer de alta  graduación militar, para llevarse alguno de los que estábamos allí encerrados. Los elegidos solían ser los mejores ejemplares, machos jóvenes, fuertes y bien parecidos. El resto permanecimos allí durante varios meses, mientras que la nueva sociedad matriarcal empezaba a funcionar.

Se redactaron una serie de leyes, donde en resumen, se declaraba la superioridad absoluta de la mujer sobre el hombre, que a partir de ese momento pasaba a ser denominado esclavo, debiendo referirse siempre a la mujer como ama. El esclavo debía obediencia absoluta respecto al ama y el no observarlo conllevaba durísimos castigos, desde horribles torturas hasta la muerte.

Las amas tenían libertad absoluta para hacer lo que les viniese en gana, con la salvedad de que no podían tratar como a un igual, es decir, como a un ser humano, a ninguno de los esclavos. Debían ser tratados severamente, ya que sólo eran seres inferiores sin voluntad, cuyo único objetivo de su existencia era la completa sumisión a la hembra. Las que no contemplasen esta norma serían privadas de sus mascotas.

Durante este tiempo se hizo un censo de todos los prisioneros y dicha lista fue promulgada con el siguiente objetivo. Toda mujer que tuviese algún tipo de relación con alguno de los prisioneros que aparecían en la lista, ya fuesen vínculos familiares en primer lugar, de amistad en segundo, u otro tipo de vínculos en tercer lugar (laboral, vecinal...) podían reclamar al esclavo o esclavos en cuestión, siempre y cuando lo pudiesen demostrar de alguna manera. Los no reclamados por nadie serían repartidos entre las amas que no tuviesen esclavo alguno.

Por tanto, las primeras en reclamar a sus esclavos fueron las esposas, madres, hermanas, hijas, tías... de los prisioneros.

Maridos quedaron esclavizados de por vida a sus mujeres, hijos a sus madres o padres a sus hijas, hermanos a hermanas, etc.

Pero mi caso no era éste, ya que no me quedaba familia alguna, al haber perdidos a todos antes y durante la guerra y de mis amistades no sabía nada desde hacía bastantes años. Así que mi futuro era incierto, y pensaba que en el mejor de los casos acabaría siendo reclamado por alguna conocida del trabajo o algo por el estilo si veían mi nombre por casualidad en la lista, o lo que era más probable, sometido a alguna completa desconocida.

Mi compañero de celda, un muchacho de 17 años estaba muy ilusionado, ya que me decía que a él lo reclamaría su hermana, un año mayor que él, ya que la había visto unos días antes de terminar la guerra y ser hecho prisionero. Y estaba en lo cierto, una mañana apareció una preciosa pelirroja que resultó ser su hermana. Nada más verla, mi compañero corrió a besarla pero un fuerte tortazo lo paró en seco, la chica le acababa de cruzar la cara con todas sus fuerzas, y le ordenaba con una voz salvaje, que se hincase de rodillas en el suelo ante ella. Mi compañero, completamente estupefacto no reaccionó, y una lluvia  de golpes y latigazos propinada por su hermana y las dos soldados que la acompañaban, cayeron sobre él. Tras ser fuertemente  amarrado y ponerle una especie de bozal para perros, se lo llevaron medio inconsciente y nunca más le volví a ver.

Ésto no fue un hecho aislado, constantemente se repetían escenas parecidas, esposas que se llevaban a base de patadas a sus ex-maridos, madres que sacaban a sus hijos de las celdas a rastras por los pelos...

Mucho peor fue cuando llegó el turno de las amas que llegaban a recoger a sus ex-amigos. Al existir menos lazos sentimentales  (aunque fuese antes de la guerra) peor era el trato. Por suerte no tuve que comprobar lo que debió ser cuando llegaron las amas a recoger a simples conocidos y perfectos desconocidos, ya que un golpe de verdadera suerte me deparaba el destino.

Silvia, amiga de la infancia, con la que había forjado una sólida amistad a lo largo de nuestra juventud, me reclamó para ella. Yo estaba dormido sobre el suelo de la celda, cuando una leve patada en mi costado me despertó. Era ella, mi amiga, la que sería a partir de ahora mi nueva dueña.

Tardé unos segundos en reaccionar, pero en cuanto asimilé la situación, me arrodillé a sus pies y le besé cada una de sus botas, ya que éste era el saludo obligatorio de todo esclavo hacia cualquier ama. Me puso un collar de perro y me llevó a cuatro patas tras ella, y con la mirada fija en los tacones y suelas de sus botas comenzó mi nueva vida.

Salimos de la cárcel, y por primera vez en cuatro meses, pude ver la luz del sol y respirar aire puro. Silvia me introdujo en  la parte trasera de su coche y arrancó. Al cabo de unos minutos comenzó a hablar, pero sin esperar ninguna respuesta ni intervención por mi parte. Decía que debido a la guerra, todos sus familiares hombres y casi todos sus amigos habían muerto, así que se dedicó una temporada a revisar la lista de esclavos a ver si encontraba a alguien conocido, y dio conmigo. También  me dijo, que aunque habíamos sido muy amigos en el pasado y me había querido como a un hermano, las cosas habían cambiado, y  mi papel a partir de ahora no sería el de amigo, sino el de su sirviente. Paró el coche se volvió hacia mí y me  dijo que la  mirase a los ojos y le dijese qué opinaba de todo ello. Le dije que durante toda mi vida le estaría agradecido de haberme reclamado y que viviría el resto de mis días a sus pies obedeciendo todos sus deseos. Entonces ella me besó los labios durante lo que me pareció una eternidad, y a continuación bajó mi cabeza hacia el suelo, poniéndome de nuevo en mi sitio. Arrancó de nuevo el coche, y dijo:

  • Julio (ella suele llamarme por mi nombre, o a veces "perrito", en pocas ocasiones utiliza el término "esclavo") abre una bolsa de plástico que hay junto a ti en el suelo.

  • Enseguida mi ama.

Hice lo que me ordenó y descubrí dentro unos zapatos rosas claros de medio tacón, los cuales estaban bastante sucios, con barro seco en las suelas y en los laterales.

  • Esos zapatos serán tu primera tarea, dijo Silvia. Quiero que durante el viaje a tu nuevo hogar, te dediques a limpiarlos a fondo. Cuando lleguemos deben estar completamente limpios. Puedes utilizar la camiseta que llevas puesta para quitar la capa de barro más gruesa, pero el resto debes limpiarlo con tu lengua, los zapatos de un ama se merecen que sean tratados con toda  delicadeza.

  • Sí ama. Como usted ordene.

Y así me fue encomendada mi primera labor como esclavo de Silvia. No volvimos a cruzar palabra durante todo el viaje, y yo me  dediqué, casi con frenesí, a limpiar sus zapatos como me había ordenado. No quería defraudarla en mi primera tarea. Cuando llegamos yo tenía la boca completamente seca y con un desagradable sabor a tierra, pero los zapatos habían quedado perfectamente limpios.

Silvia se bajó, abrió la puerta trasera tomó la cadena y me dijo que llevase los zapatos en la boca hasta en interior de la casa, que allí los revisaría. Como un perro, con sus zapatos en mi boca, entré en lo que sería y es, mi nuevo hogar.

Por lo que poco que pude entrever, ya que era de noche, Silvia vivía en un chalet bastante grande. Una vez dentro, me ordenó dejar los zapatos, y me acompañó hasta una especie de cuarto de baño muy pequeño, donde únicamente había un agujero en el suelo, a modo de letrina, y una ducha con una pastilla de jabón.

  • Éste será tu cuarto de baño. Tienes 15 minutos para hacer tus necesidades y darte una ducha a conciencia. Vendré a recogerte. La ropa que traes es para tirar, no te la vuelvas a poner.

A los quince minutos apareció, mientras yo le esperaba desnudo y mojado de rodillas. Me tiró una toalla vieja y me sequé con ella. A continuación dijo:

  • Siempre pensé que tenías buen cuerpo Julio, pero la guerra y la reclusión lo ha endurecido más aún. Estás un poco delgado, pero me gusta. A partir de hoy, lo único que llevarás en casa será el collar que rodea tu cuello. Ahora vamos a comer algo, y  después dormiremos, mañana veré si vas a ser un buen sirviente.

Mientras ella cenaba unos sándwiches, yo le descalcé las botas y le puse unas zapatillas de estar por casa. Cuando terminó, puso su plato sobre el suelo con algunos restos de sándwich y fruta, cogió una de las botas que le había quitado y con la suela aplastó el contenido, y a continuación escupió sobre ello.

  • Sólo comerás de mis sobras, y siempre llevarán el sabor de tu ama, el sabor de mi saliva. Adelante, puedes comértelo.

  • Gracias ama, contesté.

Al terminar, fuimos al dormitorio de mi ama, lugar donde pasaría tantas venturas y tantas desdichas, y mientras revisaba los zapatos que había limpiado en el coche, dijo:

  • Aquí es donde duermo. Si te portas bien te dejaré dormir en el suelo sobre la moqueta, a los pies de mi cama junto a mis zapatillas. Si no, dormirás sobre el suelo frío de mi cuarto de baño, no sin antes haberlo fregado con la lengua.

  • Sí ama, espero portarme siempre bien, dije.

Como le complació cómo había dejado sus zapatos, aquella primera noche dormí en el suelo junto a su cama, con mi rostro enterrado en sus zapatillas de estar por casa.

Tras apagar la luz, dijo casi en un susurro:

  • Julio, si haces todo lo que yo te ordene, vamos a ser muy felices juntos.

...

Con el tiempo llegué a un estado de sumisión completa a mi ama y ex-amiga Silvia, ella ocupaba el 100% de mis pensamientos.

Era feliz, pasaba casi todo el día a sus pies, limpiando sus botas o sus zapatos, o si salíamos, lo único que podía observar era su majestuoso andar, mientras ella me llevaba de la correa.

Yo era afortunado, ya que ella no solía golpearme, al contrario de lo que hacían otras amas con sus esclavos. Cuando me sacaba a la calle podía escuchar (sólo podía mirar hacia los pies de Silvia) los lamentos de esclavos que eran martirizados constantemente por sus amas. En una ocasión que mi ama estaba tomándose un café en una terraza, mientras lamía sus zapatos pude observar que el esclavo del ama de la mesa de al lado también lamía uno de los zapatos de su ama, que tenía un puntiagudo tacón de metal. El esclavo mientras lamía lloraba en silencio, ya que su ama pasaba constantemente el afilado tacón del otro zapato por su espalda, clavándolo y moviéndolo de un lado a otro. El pobre infeliz tenía toda la espalda marcada con surcos de tacón, que en algunas zonas manaban algo de sangre.

La primera vez que Silvia tuvo que castigarme fue por lo siguiente. Habíamos ido una tarde a casa de una conocida suya. Ésta vivía con su ex-marido, su ex-hermano, a los que debía tratar duramente, ya que tenían numerosas marcas por todo el cuerpo.

Mientras nuestras amas charlaban, nosotros nos dedicábamos a lamer sus zapatos, yo los de Silvia y ellos cada uno un zapato de ama Laura, que así se llamaba. Laura preguntó a mi ama que tal me portaba, cuáles eran mis virtudes... Mi ama contestó que era bastante obediente y que cuidaba perfectamente de sus pies y de su calzado, aparte de otras cosas. Entonces Laura preguntó a Silvia si me utilizaba para darle placer sexual, a lo que mi ama contestó negativamente. Laura se sorprendió bastante, más aún cuando mi ama le contó que llevaba tiempo sin tener relaciones sexuales con un macho. Entonces Laura le ofreció a sus dos esclavos, para que la satisficiesen sexualmente. Mi ama era un poco reticente, pero Laura obligó a su esclavo ex-marido a lamer el sexo de su esclavo ex-hermano, y así poner caliente a Silvia. A continuación les ordenó lamer las piernas y el sexo de mi ama, hasta que al final Silvia, excitada, se fue a una habitación de la casa con los esclavos de ama Laura.

Ésta se quitó las bragas y me las introdujo en la boca, y a continuación me ordenó oler sus pies. Al poco pude  comenzar a escuchar los jadeos y pequeños gritos de placer de Silvia en alguna habitación cercana. Entonces Laura me cogió  del pelo y me arrastró hasta la puerta de la habitación donde estaba follando mi ama. Entonces abrió un poco la puerta y me  obligó a mirar cómo mi ama Silvia era salvajemente penetrada por el ex-hermano de Laura, mientras que su otro esclavo lamía  con fruición el Ano de Silvia. No le costó mucho llegar a mi ama a un salvaje orgasmo, a la vez que se corría su pareja. Al momento se produjo el cambio, el esclavo lamedor paso a penetrar a Silvia, mientras el otro se dedicaba a lamer su ano. En ese momento, Laura cerró la puerta y me llevó de nuevo al salón para que siguiese oliendo sus pies mientras tenía sus bragas aún en la boca. Ella se dedicó a masturbarse, hasta que se confundieron sus gemidos de placer con los de mi ama.

Yo me sentía muy mal, como si hubiese sido traicionado por Silvia de alguna manera, algo totalmente estúpido, ya que yo era simplemente un esclavo. Pero no podía evitarlo, y por lo visto se me notaba bastante, ya que nada más llegar al chalet, Silvia me abofeteó y dijo:

  • ¿Se puede saber qué narices te pasa? ¿No te has enterado todavía? Tu eres sólo un esclavo, no tienes ningún derecho sobre mí. Yo puedo hacer lo que me de la gana, follar con los esclavos que quiera cuantas veces quiera. ¿Lo entiendes?

  • Lo sé mi ama, contesté. Lo siento mucho, pero no he podido evitarlo. No volverá a suceder.

  • Eso espero, dijo ella. Para que lo recuerdes, te voy a castigar ahora mismo.

En ese momento Silvia cogió una de las zapatillas de estar por casa y empezó a golpearme con ella en el culo y la espalda, al  principio no lo hacía con excesiva fuerza, pero poco a poco se fue animando y terminó por hacerlo con auténtica rabia. Yo apenas podía reprimir los gritos de dolor cuando decidió parar. Por lo visto le había gustado la experiencia de golpear a un esclavo, ya que visiblemente excitada me tomó del pelo e metió mi cabeza debajo de la falda larga que se había puesto para salir.

  • ¡Quítame la bragas y límpiame todo!, ordenó.

Por primera vez probé el sexo de Silvia, en esta ocasión aderezado con los restos de los esclavos del ama Laura. A partir de ese día lo probé en múltiples ocasiones, casi a diario, al igual que probé más a menudo de lo que yo quisiese su zapatilla.