2017. Buen Inicio
En la disco del hotel Can KsypWolf, en la costa al norte de Barcelona, disfrutando de la popular y tradicional fiesta de Año Nuevo, madrugada del 1 de enero de 2017. Relato de Nguemkbo Ali, estudiante y deportista africano.
2017, Buen Inicio
En la disco del hotel Can KsypWolf en la costa al norte de Barcelona, disfrutando de la popular y tradicional fiesta de Año Nuevo, madrugada del 1 de enero de 2017
Relato de Nguemkbo Ali, estudiante y deportista africano
Tomé del brazo a la deliciosa chavala que llevaba todo el tiempo bailando justo delante de mí, y danzando con ella, noté como me excitaba aún más, como un perro, sintiendo la presión en el vientre de mi miembro que ya se había puesto grande, muy grande y duro.
Yo no lo dudé ni un momento, no dejé que la nena rubia se separara de mí, me dijo que se llamaba Laura, y la llevé de un lado a otro de la fiesta como mi amiguita de aquella noche. Bailábamos y le hacía compartir las copas que me iban ofreciendo. Sus ojos brillaban, su cara había enrojecido y chorreaba sudor, a veces parecía que se tambaleaba y yo la sujetaba por su desnuda cintura. Sentir su piel en mi mano me enloquecía cada vez más, y yo también cada vez estaba más lanzado por los tragos que iba tomando, que hacía que ella compartiese conmigo, y por el contacto de mis manos con su cuerpo medio desnudo. Sus muslos… Blancos, perfectos, esbeltos… Sus pechos, con los pezones en punta hacia adelante… Todos continuábamos bebiendo y fumando, y cada vez el aire y el ambiente eran más calientes… La noche de Año Nuevo olía a sexo, a sudor y sexo… Noté que Laura estaba ya muy entregada y bebida, cada vez tenía que apoyarse más en mí, y yo aprovechaba para, al sujetarla por la cintura, deslizar mi mano por sus shorts y apretar sus nalgas, probar aquel delicioso culo que pronto, muy pronto, había de ser todo mío… Y comprobé que su braguita era sólo un minúsculo tanga.
Llevé a Laura a un rincón del salón, la sujeté contra mí, apreté su culo contra mi sexo, aplasté su pecho en el mío, aprisioné luego su cara con una de mis manos en su nuca, y la besé, la besé con desesperación, sus labios eran dulces, jugosos, con un cierto gusto al mojito que le acababa de dar… Ella mostró una cierta sorpresa y resistencia cuando introduje mi lengua en su boca buscando la suya, pero al final abrió los dientes y pude probar las mil delicias del contacto de las dos lenguas, la mía en ataque e invasión y la suya en tímida retirada. Introduje la mano por su camiseta y apreté uno los pezones de sus pechos, y la nena dejó ir un sonido mezcla de queja poco sincera y ronroneo de gatita… Y bajé una mano por su ombligo al interior del short, la pasé sin miedo, con osadía y audacia agresiva por dentro del tanga y toque la obertura de su sexo, su vagina directamente. Ella dio un grito de sorpresa vergonzosa, yo la miré a la cara, creo que ya estaba fuera de mí, porque consideré que no podía esperar más, que me iba a correr sin metérsela, la agarré de la mano y medio la arrastré detrás de mí porque la putita rubia ya casi no podía caminar sin tambalearse, de bebida que estaba. En la puerta del jardín estaban dos de los camareros, que al ver lo evidente de mis intenciones, sonrieron lascivamente. Interrogué a uno de ellos con la mirada, y éste me señaló el piso superior, donde había las habitaciones del hotel. Y me hizo el conocido gesto de meter un dedo en el círculo formado por otros dos…
Me llevé arriba a la rubita, creo que se enteraba muy poco de lo que estaba pasando. Abrí la primera habitación. Había mi colega Ahmed, follándose a otra de las putitas estudiantes que habían venido a la fiesta. Me hizo un gesto de que marchase, que estaba ocupado, sonreí y probé de nuevo fortuna en la siguiente habitación. Estaba libre. Así que entré, llevando a mi putita arrastrada por la cintura, y cerré el pestillo interior de la puerta, de manera que nadie me podría interrumpir. Me acerqué a la cama sin soltar a mi presa, que ahora apoyaba su cara en mi hombro, y la estiré sobre la cubierta de las sábanas, dejándola en cómoda posición horizontal. Tenía que darme prisa, porque la rubita se me estaba durmiendo por momentos.
De pie al lado de la cama me quité la camiseta empapada de sudor, me bajé los pantalones, y, por fin, el slip, los calzoncillos con decoración de selva, y mi pene saltó hacia delante y arriba, feliz de haber sido liberado de la prisión. Ahora la bestia ya estaba suelta, era como un perro o un mono, con el pene ansioso de clavarse en el interior de la chavala que tenía delante de mí,..
Me incliné hacia la chavala. Sí, cerraba los ojos, con esfuerzo los entreabría para mirarme, creo que sin acabar de comprender bien lo que yo estaba a punto de hacer. O tal vez sí, no lo sé ni me importa. Y lo primero era desnudarla. Me liberé de las zapatillas y me coloqué en la cama junto a ella. La acaricié la cara para tranquilizarla y le besé suavemente los labios. Así, casi sin que se diera cuenta, pasé las manos por su espalda y le fui sacando la camiseta por el cuello y cabeza. Sus pechos quedaron libres, y los besé y apreté los pezones con mis dientes hasta obtener de la chiquilla gemidos de dolor y placer. Bajé la mano de los pechitos al ombligo, y al pantaloncito. Poco a poco le bajé la cremallera y deslicé hacia abajo la ropa, hasta sacársela por los pies. La rubita ya estaba casi desnuda del todo, sólo el tanga impedía aún que mi pene corriese ya a esconderse dentro del cuerpo de la putita. Era una maravilla, una delicia, una visión increíble, una de las jovencitas más atractivas que yo había desvirgado, y ya había perdido la cuenta… Poco a poco, agarré las cintitas del tanga de la nena y fui bajándolo. Ya tenía delante de mis ojos la línea de la entrada de la vagina de la chica, blanca, con pelitos rubios alrededor. Le saqué el tanga por los tobillos y me lo puse en la cabeza, en mis rizos de rasta negro, a la manera de los pañuelos piratas. Las braguitas de la chiquilla en mi cabeza era mi primera recompensa de aquella noche. Pero ahora venía la más importante.
Acaricié repetidamente el cuerpo de la chica, pezones, pechos, cuello, muslos, besos en la boca, en los ojos, en la lengua, lametones, chupones, y, por fin empecé a lamerle la rajita, la entrada de la vagina, y a apretarle el pequeño botoncito de carne que ella tenía en aquella entrada. La jovencita se estremeció, y empezó a gemir claramente de placer. Le separé los muslos y me coloque en medio, con el cuerpo encima de ella, piel contra piel, la mía negra, africana, la de ella blanca, sonrosada, con mi sudor mezclándose con el suyo. La besé, le mordí el cuello, froté y restregué mi cuerpo contra el de la chica dejándome caer con todo mi peso hasta casi ahogarla, y, por fin, agarré mi pene con la mano para dirigirlo a la entrada del sexo de la jovencita. Y la encontré. Puse la punta de mi pene en la entrada y empecé a introducirlo en el vientre de la rubita. Su respiración se agitaba, y vi que sus ojos se abrían como sorprendidos mirándome con una súbita expresión de pánico. Claramente ahora sí que se acababa de dar cuenta de que yo había empezado a penetrarla, y que lo que estaba haciendo con ella no era un juego ni una fantasía de las que son habituales en todas las chicas de su edad, hasta que se queman, como estaba a punto de pasarle a ella…
Y no debía darle tiempo a pensar ni a reaccionar. Es un momento peligroso, a veces las jovencitas que es la primera vez que lo hacen empiezan a revolvérseme y a intentar escapar cuando se dan cuenta de que estoy a punto de desvirgarlas, y entonces la cosa se complica bastante, porque tengo que elegir entre dejarlas ir o sujetarlas por la fuerza y continuar. La primera cosa es frustrante al máximo, y la segunda peligrosa, alguna vez he tenido que pasarme la madrugada consolando y conformando alguna putita que no dejaba de llorar porque decía que yo la había violado, cuando nunca en absoluto he forzado a ninguna chica a meterse en la cama conmigo. Ahora bien, cuando ellas me han calentado dejando que las empiece a follar, es casi imposible que pueda dar marcha atrás y renunciar, eso sí que no, quien juega con fuego, con mi fuego, se quema seguro. Por ello, cuando vi la sorpresa aparecer en la cara de Laura al iniciar la penetración, no lo dudé ni un instante, y empujé mi pelvis hacia delante, sujetando el culo de la muchacha y apretándolo contra mi cuerpo, de manera que noté una pequeña resistencia que enseguida cedió, y mi pene se introdujo profundamente en el cuerpo de la jovencita. Ella gritó al ser desvirgada, se estremeció, arqueó su cuerpo tensando sus músculos, emitió un gemido de queja casi infrahumano. Era evidente que así como muchas de mis chicas casi ni se enteran cuando las desvirgo, Laura era de las que había sentido algo de dolor, supongo que, como me habían explicado algunas de ellas a veces, era como si un cuchillo les hubiese cortado algo por dentro. Es igual, fuese lo que fuese, yo ya había introducido mi gran pene todo lo que podía en la vagina de la chica, ya había llegado hasta el fondo. Y ahora ya todos los caballos de mi cuerpo quedaban desbocados, todos los tigres que hay en mí se lanzaron feroces a devorar el cuerpo de la putita. Al fin y al cabo, ella se lo había buscado, quien juega con fuego se acaba quemando, como dije antes. Y yo puedo ser un incendio terrible en el que Laura iba a sentir arder hasta el último centímetro de piel de su joven cuerpo.
La agarré por el culo, y mientras mi pene entraba y salía de su vientre, hice que aprendiese a colocarse, hice que abrazase con sus muslos mi cadera y mis muslos, mientras apretaba con fuerza sus pechos como si quisiese exprimirlos, aplastaba y frotaba mi cuerpo contra el suyo, mordía sus pezones –eso le gustaba mucho, gritaba, pero no de dolor, cada vez que lo hacía-, mordía y lamía su cuello, su cara, la besaba hundiendo sus labios con los míos, introducía mi lengua en su boca, probando su lengua jugosa y joven, sus dientes con sabor a goma de mascar de vainilla y melón, mientras ella gemía y daba pequeños gritos, su piel se había puesto muy caliente, sus mejillas habían enrojecido, yo saltaba ya encima de ella, entrando y saliendo, entrando y saliendo, cada vez más rápidamente, cada vez con más frenesí, aplastándola y liberándola, aplastándola y liberándola, dejándola sin respiración, mientras ella ya apretaba con fuerza sus muslos contra los míos, me abrazaba, llevaba sus manos a mi culo –bastante gordo, por cierto, como le gusta a las hembras-, y me apretaba contra ella, respondía a mis besos, clavaba sus uñas en mi espalda, ¡ufff! ¡Aprendía muy rápidamente esta gatita!
Sus pechos, sus pezones, sus muslos, su cintura, la marca de sus costillas, su larga melena rubia libre en mis manos y en la almohada, sus labios, cada vez más húmedos y jugosos respondiendo a mis besos, su lengua, buscando ya la mía, y mi pene, que a veces salía del vientre de la chiquilla y lo tenía que volver a colocar con la mano para meterlo de nuevo por completo, hasta el fondo, parecía mentira que pudiese entrar del todo dentro del cuerpo de ella, su vagina estaba húmeda, tal vez sudor, o sangre de virgen desflorada, o el lubricante natural de su sexo, o, lo más probable, la mezcla de todo ello, yo también gemía, ya había enloquecido, ya no era yo un ser humano sino aquella bestia salvaje y arrecha que aparece en mi cuando me follo a muchachas que me excitan de verdad como Laura, cara de nena, cuerpo de diosa, cabalgaba sobre ella, la devoraba, los dos bañados de sudor, y, entonces, grité, di un rugido que debió resonar por todo el edificio, cuando no pude esperar ni aguantar más, exploté, y empecé a eyacular dentro del vientre de la rubita, borbotones de semen empezaron a inundar su cuerpo como un manantial, el hecho de haber estado una semana sin follar, había llenado de esperma mis testículos, que ahora se estaban vaciando dentro de la vagina de la nena, mientras yo rugía, gritaba, gemía, saltaba, la estrujaba como a una muñeca de trapo, la aplastaba, la mordía, la poseía de mil maneras diferentes cada segundo, y ella también gritaba y gemía, llena de espanto y placer, asfixiándose y gozando de sensaciones que nunca había soñado ni imaginado, conociendo lo que podía hacer con ella un africano como yo que sabía cómo cogerla para llevarla también al paroxismo de los placeres más secretos y eternos de la humanidad… Y seguí gritando y rugiendo… Yo era el tigre, el chacal, el gorila… Ella, Laura, mi perrita…
Poco a poco, acabé el mejor y más largo orgasmo que recordaba de los últimos meses… Creo que ella también llegó, pero no lo puedo asegurar, estaba demasiado enloquecido por mi propio placer como para estar pendiente del suyo. Me fui quedando quieto encima del cuerpo de la jovencita. Laura me miraba intentando respirar, desquiciada, con ojos desorbitados, todavía jadeaba, le faltaba aire por los movimientos de su propio cuerpo y por el peso del mío que la aplastaba, mientras los dos estábamos empapados de sudor, cuerpo contra cuerpo, como si saliésemos de una piscina, las sábanas y la almohada mojadas, igual que sus hermosos cabellos rubios.
Me aparté de lado pero sin separar su cuerpo del mío, mi pene salió de su vientre de forma natural, quedé en posición horizontal en la cama, arrugada y llena de sudor, y abracé a la putita colocándomela de lado casi encima de mí, acariciándole los pechos, el sexo –el semen desbordaba la vagina, lo noté por la viscosidad del líquido, pasé la mano por su cara y sus labios para limpiármela-, apreté su culo, redondo y tierno pero firme y rotundo, pellizqué sus pezones, todavía enhiestos y en punta, llevé su mano a mi pene haciendo que lo agarrase, y pasase su muslo por encima de mis piernas, la besé en los labios, lamí su mejilla y acaricié sus cabellos, mientras su respiración se iba normalizando poco a poco, igual que la mía… Y no recuerdo más, supongo que la excitación y el esfuerzo del baile, los efectos de los tragos y del fenomenal sexo que había tenido con la chavala hicieron su trabajo y me quedé profundamente dormido, supongo que más o menos igual que ella, no sé…
Cuando me desperté entraba ya el sol de la mañana del 1 de enero de 2017 por la ventana y el balcón que daba a la ahora vacía piscina del hotel. Miré a mi lado y vi a la chavala durmiendo profundamente de espaldas a mí. Su melena rubia extendida en la almohada, su espalda, con las vértebras marcadas, su estrecha cintura, sus nalgas, que pedían volverla a poseer… La cadenita que adornaba su tobillo y su cintura…
Tomé mi ropa y me vestí. Aunque olía a sudor, alcohol y sexo, no me duché, ya lo haría con calma y tiempo en mi apartamento. Antes de salir de la habitación, dirigí una última mirada al cuerpo desnudo y dormido de la putita que había desvirgado para celebrar la llegada del nuevo año. Para desconcertarla más cuando despertase, sonreí, tomé su bolsito, lo abrí y deslicé en su interior dos billetes de veinte euros. Era divertido pensar lo turbada que se quedaría cuando pensase que yo la había tomado por una putita de verdad. En fin, salí, cerré la puerta y por el pasillo silencioso –solo se oían algunos ronquidos salir de las habitaciones, bajé a la planta baja, saludé a los camareros – el de la noche anterior me guiñó un ojo cómplice- tomé algo en el buffet del desayuno, un café con leche y algo de bollería y salí del hotel. Abrí la puerta de mi auto, se me puso en marcha, obediente y fiel, al primer intento a pesar de la baja temperatura, y, poco a poco, salí a la también desierta carretera local de la costa para ir a tomar la autopista y volver a mi domicilio en la ciudad. Había sido un perfecto inicio de año follándome aquella putita del grupo de nenas estudiantes que había venido a la fiesta de Año Nuevo invitadas por nuestro coach y delegado de equipo. A ver si el nuevo año me resulta tan bueno en todo como su inicio…
Feliz Año 2017, amigo Canty!