20 Una noche extraña.

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

Una noche extraña.

Eugenia no hacía más que darle vueltas al asunto.

Hacía ya un par de horas que su pareja se había ido a trabajar y no conseguía concentrarse en nada de lo que hacía. Lo último, intentar prepararse un sándwich para merendar esta tarde, en la clínica donde trabajaba de masajista. Se había sobresaltado al notar cómo se llenaba la mano de mantequilla. Estaba como una tonta, untando sin parar, con la mirada fija en los azulejos de la cocina.

¡Mierda! Exclamó mientras hacía una bola con el pan de molde y lo tiraba la basura. Después, se lavó las manos y se sentó en el sofá, con las codos apoyados en las rodillas y sujetándose las sienes. Se le empezaba a coger dolor de cabeza, fruto de la tensión que notaba como iba creciendo en su interior.

Eugenia decidió que no se haría nada de comer, total, se le había pasado el hambre de golpe. Si le volvía, ya se compraría algo en la máquina del trabajo.

Lo que haría sería dedicar esos últimos 15 minutos en casa a tranquilizarse y tratar de decidir es lo que iba a hacer. Lo importante era evitar el agobio. Quizás no había ningún motivo para preocuparse, así que mejor no poner la tirita antes de hacerse la herida.

Todo había empezado anoche, mientras Eugenia curioseaba en el Facebook. Iba saltando de perfiles conocidos a otros no tanto. Le gustaba cotillear: la gente subía tantas cosas que podías prácticamente seguir su vida, aunque llevaras años sin hablarte con ellos.

Te enterabas de todo: Nacimientos, separaciones, nuevos noviazgos... Quién estaba enfadado con quién, quién estaba de viaje, en qué trabajaba cada uno... Como solía suceder, de los perfiles conocidos, a través de amistades y likes acababas llegando a gente que ni siquiera conocías.

Y ahí vino la sorpresa. Acabó en el perfil de una chica que tenía una foto etiquetada con “me gusta”, de ella junto a Joaquín, su novio. Su mano descansaba sobre su hombro y ella lo miraba en actitud cariñosa. El parecía cómodo y le devolvía la mirada, en lo que también parecía un gesto de cariño.

En un primer momento, Eugenia, solo sintió curiosidad. No dudó de su novio ni sintió celos al ver la imagen. Seguramente sería una foto sin malicia alguna. Ahora, la gente, aunque solo te conocieras de 5 minutos, se tomaba muchas confianzas y adoptaba poses de selfie. Ella misma se había hecho fotos parecidas con sus amigos o compañeros de trabajo. Pensó que todo tenía una explicación y que Joaquín se la daría cuando se vieran al mediodía.

De hecho, hasta se olvidó. Solo cuando su novio termino de comer con ella y estaba a punto de irse, se acordó de aquella fotografía y le preguntó cuándo estaba a punto de irse:

- Oye y esta amiguita tuya ¿quién es?

Lo hizo sin ninguna acritud ni segundas intenciones, sin que su tono denotara sospecha o enfado real. Solo quería gastarle una broma y satisfacer su curiosidad. Cualquier cosa que su novio le hubiera dicho, le hubiese valido. La foto en sí misma no le había causado ningún problema. Y sin embargo, él se puso colorado como un tomate y dudó a la hora de responder. Se quedó mirando la foto que Eugenia le mostraba con una extraña mezcla entre sorprendido y azorado.

- Bueno es...es una amiga de una amiga.

  • Ah ¿sí? ¿Amiga de quién?

  • Pues... Amiga de... Ana...

  • ¿De Ana? ¿De tu prima Ana? ¿No me habías dicho que era amiga de una amiga?

- Bueno, en realidad es que es amiga de una amiga de Ana. La conocí este fin de semana en el pueblo, en el cumpleaños. Ya sabes que Ana lo celebró el domingo… te dije que estuve allí...

  • Vale, sí... Ya me acuerdo, contestó Eugenia sin mucha convicción. Su tono jovial y despreocupado se había ido volviendo más grave, conforme veía las dificultades que parecía tener su novio para ir respondiendo a las preguntas. Luego, había cambiado de improviso de tema y había preparado sus cosas para irse a trabajar. A Eugenia le pareció que tenía prisa por desaparecer, como si temiera que le siguiera haciendo preguntas que no parecía muy convencido de poder responder, sin acabar metiendo la pata.

Y desde entonces, no paraba de darle vueltas a la cabeza, llevaba dos horas preocupada. ¿Quién era realmente aquella chica? ¿Por qué se había puesto tan nervioso Joaquín?

Aquello no le gustaba nada, así que decidió que investigaría.

Esa tarde, cuando hizo una parada en el trabajo, en vez de salir a tomar un café y merendar algo en la cafetería de enfrente como tenía previsto, se excusó con sus compañeras y aprovechó los 20 minutos que se había quedado sola en la clínica, para volver a entrar en Facebook. Quería ver de nuevo la foto. Ella no reconoció a la chica, pero esperaba que tal vez hubiera algún detalle que se le hubiera pasado por alto y que pudiera arrojar luz, acerca de quién era y del tipo de relación que tenía con Joaquín.

No le costó mucho encontrar el perfil, pero se sorprendió cuando vio que la foto había sido retirada. Demasiada casualidad. Como si aquella foto no debiera estar allí y alguien la hubiera avisado para que la retirara.

Estuvo un rato curioseando en la página de la chica, una tal Lola. Efectivamente, era una chica del pueblo y en alguna foto salía con Ana, la prima de Joaquín. Al menos eso era cierto. Tenía toda la pinta de que, las fotos habían sido hechas ese domingo tal y como le había contado su novio, en el cumpleaños de su prima.

Pero Eugenia no las tenía todas consigo. Una vez que te muerde la duda, te inyecta el veneno de la inseguridad, y este, ya corría por sus venas.

Si la acababa de conocer en la fiesta ¿por qué se hacía una foto con ella sola? ¿Por qué esa actitud tan compenetrada y cómplice? ¿Por qué su novio había reaccionado así cuando ella se lo comentó? Y ¿por qué justamente un par de horas después de decírselo, la foto había sido retirada del perfil?

Todas estas preguntas bullían en su cabeza mientras trabajaba y también de vuelta a casa. Imposible desconectar.

Cuándo vuelve su novio ya está en casa. está preparando la cena. Trata de mostrarse normal, le sonríe y la besa al llegar. Pero Eugenia detecta cierta tensión contenida. Él no hace ninguna referencia al tema de la foto, pero parece expectante por si ella lo saca. Como si tuviera ya preparada una respuesta y estuviera listo para soltarla en cuanto ella hiciera alusión. Sin embargo, no dice nada y cree notar cierto alivio en su novio, que se va relajando conforme pasan los minutos. Incluso está especialmente hablador. Cuando ella le sonríe, muestra incluso cierta euforia. Como si considerara la crisis solucionada. Eugenia se admira una vez más de lo fácil que resulta manipular a un tío.

Esta noche él se duerme del tirón, pero ella no puede conciliar el sueño. Está en un duerme vela, dónde apenas consigue dar unas cabezadas.

Por la mañana, cuando se despiden después de desayunar, tiene que maquillarse para ir al trabajo. Se le notan las ojeras y la cara de no haber descansado. Joaquín se ha ido tan campante. Se ha despedido con un beso y un alegre “que tengas un buen día”. Definitivamente, los tíos o son tontos, o es que no tienen ojos en la cara. Si hubiera sido al revés, ella se lo hubiera notado de momento.

Esa mañana, tiene que salir dos o tres veces para tomar el fresco a la calle. La cabeza parece que le va a explotar. Se le empieza a coger jaqueca y toma una pastilla para evitarla.

Este día, hace jornada continuada y cuándo vuelve a casa por la tarde, lo hace ya con una decisión tomada: no puede continuar así, tiene que salir de dudas. Jamás ha espiado a Joaquín, pero la angustia que siente es más fuerte que los escrúpulos.

Por la tarde no pierde de vista su móvil. Espera un momento oportuno para poder investigar. La oportunidad surge porque esta tarde Joaquín se va al gimnasio. El móvil apenas tiene batería y lo deja cargando en casa. No suele llevárselo casi nunca cuando hace deporte.

Apenas se va, Eugenia se apodera de él. Joaquín nunca le ha dado su clave, pero ella es muy observadora y se ha fijado varias veces, en que el patrón que utiliza de desbloqueo es algo similar a una jota.

Tras varios intentos lo consigue. El móvil está abierto.

Revisa la galería de fotos, el Whatsapp y el Telegram. Tras una hora buscando, no encuentra nada sospechoso. Accede también al correo y tampoco ve nada allí que pueda confirmar sus sospechas.

Para eso sí parece que Joaquín es meticuloso. Si había algo, seguro que lo ha borrado después del susto que se llevó el día anterior. Eugenia se siente mal. El no haber encontrado nada no disipa sus dudas, sigue convencida de que hay algo extraño. Cuando está a punto de dejarlo se le enciende una luz. Sabe que asociado a la cuenta de correo, hay un disco duro virtual y también está el Google fotos que almacena automáticamente, si tienes activada la opción, las fotos que pongas en galería.

En el disco duro, el Drive, no encuentra gran cosa, pero cuando accede a la galería de fotos de Google, sí que halla una gran cantidad de imágenes y vídeos. Las hay a cientos, todo un histórico de los últimos meses que su novio no ha caído en borrar, ni en revisar.

Busca las del fin de semana anterior y ¡bingo!: dos fotos, que son como dos puñetazos a su corazón. Con la chica de Facebook. Una, besándose en la boca y la otra, abrazados.

Las imágenes no dejan lugar a mucha duda, pero Eugenia, aún se niega a creer lo que ve. Frenética, como si estuviera en trance, va pasando carpetas y fotos hacia atrás, las revisa una a una. Un mes atrás, encuentra otra foto: una chica en lencería, posando en el espejo y haciéndose un selfie. No aparece su cara, la foto es de la barbilla hacia abajo, pero Eugenia sabe que es ella. En una esquina del espejo, con barra de labios, ha pintado un corazón atravesado por una flecha, con las iniciales L y J. Por su perfil, sabe que la chica se llama Lola y la jota, bueno tampoco hace falta adivinar demasiado para saber a quién corresponde.

Agotada, sigue buscando, pero no encuentra nada más. Siente como le sube un nudo por la garganta y aunque se resiste a llorar, (siempre ha sido muy dura para mostrar sus sentimientos), unas lágrimas caen por su mejilla.

En un último vistazo, revisa las carpetas donde ha encontrado las fotos. En una, encuentra un vídeo que se le había pasado por alto. Son solo unos labios moviéndose, lo había ignorado porque pensaba que era uno de los vídeos con cosas graciosas, que tenía guardados Joaquín.

Solo unos labios susurrando, pero ahora lo vuelve a poner y lo escucha con sonido.

Es ella, llamándolo por su nombre y preguntándole si le ha gustado la foto que le mandó. El envoltorio cambia, pero lo de dentro es lo mismo que él ya ha disfrutado, le dice.  Sin duda se refiere a la foto semidesnuda en lencería, la que aparece junto al espejo, porque dice algo así como “¿te has fijado en el corazón? Somos nosotros”

Termina recomendándole que después de verlo, borre el vídeo para no tener problemas en casa con la pelirroja...

Se refiere a ella, Eugenia es pelirroja.

- Menuda... ¡Joder!... intenta insultarla pero no le sale la palabrota. Quiere llamarla muchas cosas, pero no consigue decirlo en voz alta. Se da cuenta que no está enfadado con ella, lo que realmente la jode, lo que la está destrozando por dentro, es la imagen de Joaquín haciéndole el amor, quitándole esa lencería verde y negra, disfrutando del cuerpo que apenas cubre las braguitas y el sujetador.

No, no es ella la culpable: no la conoce, no le importa quién es esa chica, la trae sin cuidado… es el cabrón de Joaquín el que le hace sentir mareada y enferma, el que le provoca dolor intenso en el pecho y en el vientre. Cabrón, hijoputa, falso, asqueroso… comprueba que en su caso, sí que le salen las palabras y las va reproduciendo en voz alta, una detrás de otra, hasta que se le agota el repertorio.

No la culpa. Ella ya hizo algo parecido con uno de sus primeros novios, se lo quito a otra y la verdad, es que nunca se arrepintió. Cuando una está enamorada hace lo que sea: si te gusta un chico, tienes que ir a por él, esa era su filosofía de adolescente y aunque ya ha madurado, tampoco le parece tan descabellada. Hasta que ahora le ha tocado a ella, así que no culpa a su rival, el único culpable es su novio, ese cobarde que juega a dos barajas. Así que por eso estaba tan nervioso. Y por eso parecía aliviado anoche cuando ella no insistió en el tema. El muy cabrón debió pensar que podía seguir follándose a discreción dos chochitos. El de la habitual y de vez en cuando, su canita al aire con otro distinto, nuevo y por lo tanto, excitante.

Eugenia coge una botella de ron que está mediada, de la cocina, y bebe un trago a gollete.

- Disfrutas ¡eh mamonazo! grita en voz alta. ¿No tienes bastante conmigo?¿Crees que a mí no me apetece también echar un polvo por ahí de vez en cuando? Otro trago más y otro reproche: ¡soy masajista idiota! ¿Tú sabes la de tíos deportistas que pasan por mis manos?

La de chavales jóvenes y guapos a los que tengo que tratar… ¿qué te crees? ¿Que no me apetece también follarme alguno de ellos?... y sin embargo aquí estoy, guardándome las ganas para ti, que no te lo mereces.

20 reproches y 20 tragos después, Eugenia mira la botella vacía con expresión sombría. Se sorprende a sí misma repitiendo en cadena la misma frase: “vaya una mierda, vaya una mierda”…

No puede quedarse, se le cae la casa encima.  No sabe si esperar a su novio o ir a buscarlo al gimnasio.

La verdad es que no quiere hacer ninguna de las dos cosas, lo último que le apetece ahora es tenerlo delante. De hecho, no soportaría verlo entrar por la puerta, con esa carita de no haber roto un plato en su vida; con esa sonrisa falsa de “todo está bien, cariño, no te preocupes”; no soportaría oír sus topes intentos de mentirle... “Que no soy yo el Joaquín al que se refiere esa, que lo de la foto besándonos fue una tontería”, etc... Como si lo viera.

No está preparada aún para cantarle las cuarenta. Necesita calmarse. Eugenia odia perder el control. Y este es un tema, que cuando lo ponga encima de la mesa, tiene que tener muy claro lo que va a hacer. Ahora se siente confusa y vulnerable. No es el momento. Así que se pone una cazadora, coge su bolso y sale a la calle. Necesita poner distancia.

Mientras camina se siente un poco mejor. Apenas nota el mareo por el ron consumido, o eso cree ella. Transita sin saber muy bien hacia dónde, sumida en pensamientos de venganza. Va recordando, una por una, todas las oportunidades que ha tenido de ponerle los cuernos a Joaquín. Bueno, una por una no, solo aquellas en las que había un chico que realmente le gustaba.

Y no han sido pocas. Varias veces, se ha ido caliente casa y ha sido su novio el que lo ha disfrutado. Recuerda el caso concreto de un chico futbolista que pasó por la clínica, para una lesión. Guapo y con buen físico. No solo le entró por el ojo, la verdad es que el chaval era serio y formal, como a ella le gustan. No de los que se lanzaban a hablar y a contarte toda su vida apenas pones las manos sobre sus músculos, ni tampoco de los que se insinúan a la primera de cambio. Tardaron una semana en conversar durante sus sesiones.

Y cuanto más intimaban, más le gustaba el chaval. Consiguieron crear un vínculo invisible entre los dos. Nunca lo hablaron, pero ella sabe que él reaccionaba a su contacto. Se ponía a veces colorado y tenso, cuando ella le daba el masaje en el muslo afectado. Un día, la erección fue tan evidente que ya no pudieron disimular. Ella, más experta y acostumbrada, se rio quitándole importancia y fue a por una bolsa de hielo, que esta vez colocó un poco más cerca de la ingle.

- Déjalo ahí hasta que se te baje , le dijo mientras le guiñaba un ojo.

El joven no sabía cómo disculparse, pero ella le quitó hierro al asunto, dedicándole una sonrisa y un “no pasa nada”. Esa noche se fue a casa dándole vueltas al asunto.

Se consideraba una buena profesional y también una chica difícil: no era de las que coqueteaban. Por eso, fue consciente de que la sonrisa que le había dedicado al chico, no era una sonrisa de circunstancias.

Recordó cómo se metió en la ducha mientras Joaquín preparaba la cena. Se descubrió muy mojada y más que se puso cuando recordó la erección del joven. Se pasó la mano llena de espuma por el pubis y noto como un calambrazo. Tenía el clítoris hinchado. Entonces hizo algo que no acostumbraba desde adolescente. Se hizo un dedo bajo el agua caliente, tratando de sofocar sus jadeos para que no la escucharan desde fuera del cuarto de baño.

Durante muchas noches, se tuvo que masturbar cada vez que rememoraba aquel incidente. Aquel bulto bajo el pantalón se le aparecía constantemente. Lejos de diluirse en el recuerdo, cada vez lo veía más nítido, con más detalles. El chico usaba unos pantalones cortos, bastante abiertos, que dejaban sus muslos libres para el masaje. Se imaginaba metiendo la mano por debajo y agarrando el falo duro y erecto. Y conforme pasaban los días, la fantasía iba más lejos.

Le bajaba el pantalón deportivo, dejando su polla morcillona al descubierto. Primero se recreaba con la vista de su falo caído sobre los testículos. Al principio, se limitaba a observar cómo iba hinchándose a medida que se llenaba de sangre. Luego, cuando ya estaba semi erecta, la tomaba con su mano y la recorría mientras alcanzaba toda su dureza y longitud, entreteniéndose especialmente en su glande, que ella imaginaba ancho y brillante, dándole una forma de seta. Apretaba, hasta que gotitas transparentes y pegajosas resbalaban por sus dedos, manchándolos.

Luego, se lo introducía en la boca y se recreaba lamiéndolo como si fuera un chupa chups. Trataba de metérsela en la boca todo lo que podía, echando su aliento sobre la base del falo y sintiendo como la punta, gorda, golpeaba su paladar hasta la campanilla, provocándole casi una arcada. Cuando se retiraba, podía observarla, brillante de saliva y de babas. Se sentía muy mojada y entonces se quitaba el pantalón blanco y las bragas, subiéndose a horcajadas en la camilla, sentándose sobre la punta, haciendo presión y sintiendo como la verga se va abriendo paso en su interior.

Llegado a ese punto, Eugenia, se corría sin remedio.

Hacía tiempo que no sentía tanto placer masturbándose. Después del orgasmo, largo e intenso, pasaba un par de horas con el clítoris tan sensible, que cualquier roce le provocaba un estremecimiento o unas cosquillas insoportables.

La fantasía volvía a su cabeza invariablemente al final de cada día. Casi siempre, con pocas variaciones. En una ocasión se imaginó siendo sodomizada, ella, que era tan enemiga del sexo anal. Quizás porque era una fantasía y en las fantasías podemos obviar completamente todo lo que sale mal y la parte dolorosa del asunto, encadenó un par de orgasmos, mientras soñaba con aquel glande luchando por abrirse paso entre la estrechez de su ano virgen.

Llegó incluso a plantearse pedirle a Joaquín que se lo hiciera. Pero por algún motivo, sintió rubor por ser ella la que lo propusiera, después de haberse negado tantas veces. De alguna forma, entendió que era un tipo de infidelidad hacia Joaquín y que él, de alguna forma lo notaría. Se extrañaría que lo pidiera. Así que lo que hizo, fue iniciarse, introduciéndose un dedo lubricado de la mano izquierda, mientras se masturbaba con la derecha. El orgasmo no fue exactamente como lo había soñado, quizás porque faltaba el elemento más motivador, que era su amante platónico. Pero no le desagradó tampoco. Pensó que más adelante podía ser otro terreno de juego con su pareja.

En el trabajo, seguía siendo tan profesional como siempre y nunca traspasó ningún límite con aquel chico, pero bien es cierto que esperaba con impaciencia cada sesión. Había cierta complicidad íntima entre ambos. Hubiera jurado que él también tenía pensamientos sexuales con ella de protagonista.

Hasta que llegó el día de la despedida y el chico, aún consciente de que ella mantenía las distancias y las formas, no pudo evitar intentarlo. De forma cortés, le pidió que por favor la dejara invitarla a una cena. Por lo bien que le había atendido.

Ella dijo que no tenía que invitarla a nada, que era su trabajo.

Y él le contesto:

- por favor, déjame invitarte, necesito verte fuera de aquí.

No pudo ser más claro. Lo que ya le había dicho con la mirada, con sus gestos, con su tono de voz, se lo decía ahora con palabras. Sabía que tenía novio pero tenía que intentarlo, simplemente no podía dejarla ir sin más. Jamás se perdonaría haber tenido una oportunidad y no haberla aprovechado.

Se entendieron al instante y aunque ella pareció meditarlo unos momentos, volvió a negarse con un escueto:

- no puedo.

Se lo dijo mirándolo a los ojos y como disculpándose. Él, asintió con la cabeza y ambos se dieron cuenta que se habían emocionado.

- En mi ficha está el teléfono, Eugenia. Si alguna vez, ahora o cuando sea, te apetece llamarme, no lo dudes.

Y ella estuvo dándole vueltas un par de semanas: de hecho, estuvo a punto de marcar un par de veces.

- Pero qué vas a hacer … se decía... Y nunca completaba la llamada.

Aquel chico siguió formando parte de sus fantasías eróticas y todavía hoy, caía alguna paja a su salud. Le costó mucho resistirse y ¿para qué? ¿Para ver como su novio se los ponía ahora a ella? ¿Cuánto se había resistido él? Le daba la impresión de que muy poco o nada. El muy idiota, además haciéndose fotos...Ya no estaba segura de nada: si se lo había hecho una vez, nadie podría asegurar que no le hubiera puesto los cuernos en más ocasiones.

Eugenia se sentía cada vez más cabreada. En su atribulada mente, se mezclaban la oportunidad perdida con aquel chico, las imágenes de su novio morreándose con la otra, el cabreo y la incertidumbre, de que es lo que iba a pasar a partir de ahora con su relación...

Pasa junto a un pub. Se ve movimiento a través de los cristales opacos y llega algo de música atenuada al exterior. Los jueves suele haber mucho ambiente de estudiante. Decide entrar. El efecto adormecedor del ron hace más soportable todo lo que está sintiendo, así que resuelve tomarse una copa más.

Se sienta en un rincón, al fondo de la Barra y pide un ron, solo y con hielo. El primer trago le rasga un poco la garganta, pero a partir del segundo, ya entran mejor.

¡Joder! ¡Por qué no paran de venirle continuamente imágenes de aquel joven a la cabeza! parecen recordarle la oportunidad desaprovechada, así como la infidelidad de Joaquín. Extraño coctel de emociones en su interior. Ira y dolor, mezclados con un chocante subidón de la libido. ¡Hay que ver cómo es el cuerpo y cómo son los sentimientos! ella ha estudiado medicina y sabe que en el fondo, son reacciones químicas disparadas por no se sabe muy bien qué cosa. Puede ser irracional, pero parece que hay un mecanismo de compensación, que la impulsa a sentirse excitada recordando imágenes de ese chico, quizá para contrarrestar lo que supone que ha hecho o está haciendo su novio.

- ¿Puedo invitarte a esa copa?

Eugenia levanta la cabeza y ve a un muchacho junto a ella. Es más joven, tiene pinta de que todavía está estudiando la carrera.

- No, gracias , responde brusca.

- Perdona , dice él y se aleja.

Ha sido una reacción instintiva: está a la defensiva y piensa que no tiene el coño para fiestas… o ¿tal vez sí? A lo mejor lo que necesita es eso, darse un revolcón con el primero que se le acerque. Con el primero que le tire los tejos…

Da otro trago y luego otro más. La idea ya no parece tan absurda: desahogarse, vengarse de Joaquín, tomar lo que es suyo por derecho. Ella también puede hacer lo mismo ¿por qué no? Echar una cana al aire, como ha hecho su novio.

Si estuviera aquí aquel chico futbolista no se lo pensaría ni medio segundo. Lo sacaría a rastras del pub y se lo llevaría el primer hotel que encontrara. Se lo iba a follar sin darle tiempo a nada, ni a quitarse apenas la ropa: un primer polvo que sería como una carga a la bayoneta.

Eugenia siente un extraño estremecimiento y sorprendida, nota que se está mojando. Se lleva la copa a los labios pero estos ya solo tocan hielo. Pide otro ron y mira hacia donde está el chico que se ha acercado antes. Parece que se encuentra acompañado de un par de amigos.

Sus miradas se cruzan y Eugenia le hace un gesto con la mano. Mientras el chaval se acerca, ella se mira: unas mallas ajustadas, camiseta y cazadora… está sin pintar pero al menos, razonablemente bien peinada. No es la idea que tiene de arreglarse para una cita, pero tampoco está tan mal: las mallas marcan al milímetro sus muslos y su culo y la camiseta, se pega a sus tetas, que están bien altas debido al sujetador y se dejan entrever en la cazadora abierta.

Bueno, de alguna forma, ella ha conseguido llamar la atención del chico, si no, no se habría acercado. Así que su aspecto no debe ser tan malo. Él se sitúa de nuevo a su lado, expectante tras esa primera cobra que ella le ha hecho. No sabe qué pensar, se le ve nervioso.

- Perdona, es que no tengo muy buena noche. No quería parecer borde…Mira, te dejo que me invites a esta .

- Eso está hecho, no te preocupes… contesta él.

El muchacho no es especialmente guapo, pero al menos no parece el típico gilipollas de discoteca, se muestra respetuoso y educado. Eugenia lo mira y resuelve que no tiene mal físico.  Charlan de cosas intrascendentes, hay momentos en que ella simplemente asiente con la cabeza, apenas lo escucha. Se lo imagina en la cama. Ahora ya no se le aparece la imagen del futbolista: es este chico el que ocupa el lugar sobre ella, entre sus piernas, follándola duro.

Han pasado veinte minutos y ella apura de un trago lo que le queda de esa segunda copa: ha tomado una decisión.

- Oye, Luis, ¿te apetecía que fuéramos a otro sitio más discreto? necesito estar con alguien.

Luis se queda sorprendido. No puede creer que todo sea tan fácil.

- Sí, claro, podemos ir a mi habitación si quieres. Comparto piso no muy lejos de aquí.

  • Perfecto, vamos.

Cuándo sale del pub comprueba el móvil. Tiene dos mensajes de Joaquín que ha vuelto a casa y le pregunta dónde está.

- He salido a tomar unas copas con mis amigas, no me esperes , contesta.

- ¿Con tus amigas? ¿Hoy jueves?

  • Si, ya te contaré…

El estudiante la observa con curiosidad.

- No era nada , contesta Eugenia, aviso a mi madre de que voy a llegar tarde, solo eso.

Él hace un gesto comprensivo, como indicando que no tiene por qué darle explicaciones.

Un par de horas después, Eugenia, está acurrucada en la cama, acostada de lado. Siente el aliento de Luis en su nuca, deshaciéndose en un ronquido suave. Nota el peso de su brazo en su cintura. Hace poco, su mano aferraba uno de sus pechos. Siente el cuerpo del chico pegado a su espalda y sobre todo, siente su verga, que ahora está morcillona, pegada al culo. Nota la humedad pegajosa de algunos rastros de semen en sus glúteos, al moverse. La polla del chico sigues escurriendo alguna gota, que se escapaba al presionar el falo entre sus nalgas y muslos.

Ahora se encuentra extrañamente lúcida. Con los ojos abiertos y sin poder dormir. Son las 2 de la mañana. Se siente rara, ahora que se le ha pasado un poco el efecto del alcohol, aunque no culpable.

La primera parte del encuentro pareció calcada de su fantasía. Estaba extrañamente excitada. Enervada, en un subidón hormonal que no acababa de comprender, pero por el que se dejaba arrastrar. El muchacho la llevó a su apartamento que compartía con otros dos más. Se metieron en su habitación y se quedó allí, como expectante, sin saber muy bien qué hacer. A ella, su indecisión la puso aún más caliente. Se sentía un poco madre de sus novios o de los chicos con quien salía. Casi siempre los buscaba tímidos y un poco apocados, como si disfrutara adoptando el papel de referente madura para ellos, de eso, de madre…se quejaba de su inmadurez a veces, pero por algún motivo se sentía atraída por este tipo de jóvenes. Fue pues, Eugenia, la que tomó la iniciativa, bajándole el pantalón con tirones bruscos, metiendo la mano por su calzoncillo, agarrando la verga y sacándola a la vez que la hacía desaparecer en su boca. Se la chupó tan intensamente que el chico tuvo que pedir que parara: se iba en su boca sin remedio.

Le empujó hacia la cama mientras se quitan los pantalones. Eugenia tiró la cazadora al suelo, se sacó las botas en un santiamén y se bajó a la vez las mallas y las bragas. El muchacho la esperaba tumbado en la cama, con el falo erecto y los ojos achinados ante aquella visión.

Eugenia le preguntó si tenía condones. Luis se estiró hasta la mesilla de noche y sacó una caja. Estaba sin desprecintar, se encontraba tan nervioso que le costaba ponérselo, así que ella se lo quito de las manos y con maestría y costumbre, apoyándolo contra la punta, lo desplegó, adaptándolo a su falo erecto.

Luego, se chupó los dedos con la lengua e introdujo la mano en su entrepierna, humedeciendo sus labios por fuera, para que la verga entrara bien. Por dentro se sentía mojada. Se sentó sobre la polla y comenzó a introducírsela, mientras mantenía sus dedos abiertos en forma de arco alrededor de su agujero, rozando con la palma de la mano su clítoris que notó hinchado y duro. Movió su cintura, acomodándola y metiéndosela hasta el fondo, apretando hacia abajo, hasta que noto los huevos hinchados del chaval haciendo tope en la entrada de su vagina.

A partir de ahí, empezó a cabalgarlo, despacio al principio, casi con furia más tarde. No se preocupó de si le hacía daño o no. Disfrutaba simplemente follando para ella misma, como si estuviera usándolo de consolador y no con otra persona en la cama.

En poco tiempo empezó a jadear, emitiendo suaves gruñidos que pronto se transformaron en gritos de placer. Eugenia solía ser muy discreta, no era de las que le gustaban montar espectáculo y más con un desconocido en un piso compartido, pero por algún motivo descubrió que aquello era liberador. Sus gritos fueron ganando en intensidad y a cada uno de sus gemidos, le seguía otro mayor. De alguna forma se sentía liberada. No le importaba una mierda que nadie la ollera, es más, sus propios gritos y la cara de sorpresa del chaval a la vez que la miraba con sorpresa, la ponían aún más cachonda, con lo cual el orgasmo sobrevino imparable, apenas unos segundos después de haber conseguido que el chico se corriera.

Este, se aferró a sus muslos y a su culo, arañándolo y luchando por contener las terribles cosquillas que parecían sacudir su sensible glande, recién corrido.

Eugenia, exhausta, se dejó caer sobre su pecho. Parecía que había sacado de dentro todo el agobio que llevaba sufriendo desde el día anterior. Por primera vez en 24 horas, se quedó en blanco, sin pensar en nada, simplemente descansando y recuperando el latido normal del corazón. Tras ese estallido inicial, adoptó una actitud totalmente pasiva. Se quedaron abrazados sin que ella rehuyera el contacto. Pasado un rato, el chico volvió a estar a tono y decidió que tenía que explorar su cuerpo. El azar le había regalado una oportunidad demasiado bonita y excitante para obviarla.

Sus manos se perdieron debajo de la camiseta de Eugenia, que aún no se había quitado. Ella se dejó desvestir y el muchacho fijó los ojos en sus pechos. Cuando la tuvo ya completamente desnuda, se entretuvo en acariciarle las tetas sin dejar ni un solo centímetro atrás, lamiéndolas y poniendo especial énfasis en sus duros pezones. De ahí descendió por el canal de sus pechos hasta su vientre, entreteniendo su lengua en buscar la profundidad de su ombligo y después bajando por su pubis hasta el sexo. Era algo muy extraño, por qué a partir de su orgasmo, es como si Eugenia viera las cosas desde fuera de sí misma, como si estuviera en una proyección astral y fuera una simple espectadora de lo que sucedía con su cuerpo. Su coño reaccionaba a las caricias mojándose, pero por algún motivo, ya apenas sentía placer. Si acaso, unas cosquillas que la envolvían en una grata sensación.

El joven se mostraba agradecido de aquel regalo y respetuoso con ella, iba despacio, haciendo pausas, como dándole tiempo a que si había algo que no le gustaba, ella pudiera reaccionar. Pero Eugenia no encontró ningún motivo para hacerlo, ni siquiera cuando se sitúo entre sus piernas y se la volvió a meter hasta el fondo, esta vez en la postura del misionero.

No consiguió alcanzar el mismo grado de excitación que antes y mucho menos, volver a correrse, aunque se llevó la mano a su clítoris y trató de estimularlo. Pero de alguna forma, era una sensación agradable sentir aquel chico en su interior, empujando con fuerza, casi con desesperación, una y otra vez. Cuando sintió que se derramaba dentro, arqueó los muslos y le echó los brazos al cuello, apretándolo contra sí misma, tratando de matar cada pulsación de su pene mientras escupía el semen; cada latido de su corazón; cada ronquido que emitía su garganta en forma de jadeo.

Así estuvieron largo rato. Y luego, una vez más, otra erección. El joven estaba realmente necesitado.

- Hace mucho que no follas , pregunto ella. Oyó las palabras salir de su boca de forma neutra, sin mostrar un especial interés, más como una afirmación que como una pregunta.

- Si, mucho … consiguió balbucear él

- Ven...

Se incorporó y se puso de rodillas frente a él, que adoptó la misma postura. Le agarró la verga por la base, aferrando a la vez los testículos y el falo. Él intento besarla en la boca pero Eugenia retiró la cara, apoyando los labios en su cara, en un leve beso. Luego, pegó la mejilla y le pasó el brazo por el cuello, mientras con la otra mano lo masturbaba. De nuevo, notó que se humedecía el glande.

Sin pensarlo demasiado, se giró dándole la espalda. Sentía la verga dura pegarse contra sus nalgas. Entonces se inclinó hacia delante, apoyando las manos en la cama y abriendo las piernas, mientras se ofrecía a él a perrito. La visión de su culo en pompa, dividido en dos por la línea oscura que separaba sus cachetes y que acababa, justo donde se abría su rajita húmeda y brillante de flujo, hizo que el muchacho apoyara la polla contra ella y empujara sin más preámbulo.

Estaba tan obnubilado por lo que veía y por lo que sentía, que ni siquiera fue consciente de que la estaba penetrando a pelo. Eugenia se dejó follar, disfrutando de la sensación, aunque nuevamente sin excitarse lo suficiente para alcanzar el orgasmo. Seguía viéndose como si estuviera fuera de su cuerpo. De alguna forma, le gustaba saber que estaba allí, haciendo algo que no debía, con un chico con quien no podía estar.

Cuando aumentó el ritmo y por sus jadeos entendió, que una vez más iba a soltar su esperma, ella se volvió y le dijo:

- Córrete fuera.

Él se detuvo inmediatamente, mirándola con ojos interrogativos y de repente comprendió que estaba follando sin condón. En la euforia del momento ni siquiera había sido consciente.

Se quedó dentro de ella apretándola muy fuerte contra sí mismo. Luego la saco y la metió un par de veces y por fin, la extrajo de su húmeda vagina y cogiéndola con la mano, la frotó en la raja de su culo y contra sus nalgas. Eugenia sintió el semen que caía sobre su cintura y su culo en gruesos goterones.

Y ahora estaba allí, sintiendo como el chico la abrazaba mientras dormía, pareciendo temer que ella escapara de su lado. Como si quisiera retenerla inconscientemente.

Eugenia apartó la mano y se levantó con cuidado. Sentía muchas ganas de orinar: tenía la vejiga llena. Se limpió los rastros de semen con la sábana y fue al cuarto de baño. Sentada en el váter, orinaba decidiendo qué es lo que iba a hacer. No le apetecía estar allí cuando su amante se despertara. Había estado bien, pero era hora de irse. Tenía claro que aquello había sido lo que había sido y que de allí no iba a salir ninguna relación, así que lo mejor era salir por pies.

Además su novio estaba en casa... Su novio... ¿Cómo iba gestionar todo esto?

Tiró de la cisterna y salió al pasillo. Otro chico la miraba con los ojos como platos. Por el jaleo que habían formado, estaba claro que uno de los muchachos había triunfado esta noche, pero lo que no esperaban los demás, era encontrarse una chica desnuda en el pasillo a las 2 de la mañana.

A ella le importaba ya todo bien poco. Se descubrió con una sangre fría impresionante diciéndole con voz dulce:

- ¿Me dejas pasar?

  • Claro, claro, perdona… reaccionó el otro echándose a un lado, pero sin dejar de taladrarla con la mirada. Igual que hacia un par de horas había gritado como una posesa corriéndose, ahora también sintió un cierto morbo al ver como fijaba la mirada en su culo, mientras ella desaparecía por el pasillo.

Esa noche estaba resultando lo más extraña y desconcertante.

Se vistió con cuidado y abandonó el piso. El aire fresco de la madrugada le vino bien y llegó a su casa despejada y tranquila. No tenía muy claro cuáles serían los siguientes pasos a seguir. Evidentemente, el primero tendría que ser decidir si cortaba con su novio o, por el contrario, lo ponía en la tesitura de elegir entre ella y la otra. Es decir, la duda que tenía que resolver era, si le iba a dar la oportunidad su novio de decidir o si directamente, iba a cortar con él.

Pero ahora se encontraba agotada y muy cansada. Por un momento pensó en ducharse pero desistió. Sin hacer ruido entró al dormitorio y vio a su novio dormir profundamente. No parecía muy inquieto por su repentina salida.

Se quitó todo, dejándose únicamente las braguitas y se metió en la cama. Intentaría dormir hasta que sonara despertador y luego ya decidiría qué hacer con su vida. Sus parpados cayeron a plomo y se quedó profundamente dormida.

Unas horas después, Eugenia notaba una caricia. Una mano bajaba por su vientre hasta alcanzar su pubis. Los dedos se introdujeron entre la tela de la braguita y el pelo, hasta alcanzar su coñito. La imagen del chico con el que había estado esta noche, se formó de nuevo en su mente. Ronroneó un poco, sintiéndose a gusto y excitada. Esta vez sí tenía ganas, se sentía totalmente dentro de su cuerpo y dispuesta a dar y recibir placer. Uno de los dedos separó los labios y se introdujo en su vagina sin apenas dificultad: aún se encontraba muy mojada. Ella se levantó un poco la pierna para facilitar el acceso y pegó su culo hacia atrás. El joven quería follarla por cuarta vez y Eugenia estaba dispuesta a complacerlo de buen grado, esta vez disfrutando ella. Unos labios se acercaron a su oído y murmuraron unas palabras:

- Vaya como vienes… ¿dónde estuviste anoche? ¿Pasándolo bien con tus amigas? Perreando seguro y poniendo calientes a los tíos en el pub.

El cuerpo se le cortó a Eugenia. De repente, se dio cuenta que ya no estaba en el piso del estudiante sino en la cama con su novio. Aquel que le estaba poniendo los cuernos desde hacía unos meses, al parecer…Se puso rígida y cogiendo la mano por la muñeca, la retiro de su entrepierna.

- ¿Qué pasa? Creí que tenías ganas , dijo él entre sorprendido y molesto por la reacción de su chica.

- Pues no, la verdad es que me escuece un poco y prefiero no hacerlo.

- Buffff respondió Joaquín girándose y poniéndose boca arriba.

- Pues nada, entonces a ducharse y me voy al trabajo. Oye por cierto ¿qué tal la noche? ¿Cómo te dio el punto ese de salir con las amigas?

Eugenia tenía ya los ojos abiertos como platos y dándole la espalda, comentó sin pensárselo dos veces:

- Necesitaba salir. Me tome unas copas, me emborraché y luego me follé a un estudiante que conocí en el bar. Por eso me escuece el coño. Ha sido una noche muy extraña…

- Jajaja , Joaquín río con ganas sorprendido por la salida de su chica. Qué graciosa: pues nada si te lo has pasado bien, la semana que viene puedes repetir. A partir de ahora puedes salir todos los jueves a follarte un estudiante...

Joaquín se fue a la ducha mientras Eugenia miraba hacia el techo, a la vez que soltaba un resoplido y ponía los ojos en blanco.

- Será imbécil...

Luego tiró del edredón y se tapó hasta el cuello. No pensaba levantarse hasta que su pareja se fuera a trabajar. Ya se verían las caras a la hora del almuerzo.

Joaquín no podía saberlo pero esta era la última vez que le tocaba el coño a su novia.

Ella lo oyó canturrear mientras se preparaba el desayuno. El soniquete se le metió en la cabeza y en un rato, ya no pudo resistirlo más. No, no podía dejarlo para luego. Lo que tenga que ser que sea ya. No quería otro día de tener que salir a la calle a “despejarse”, que solo era otra forma de aplazar el enfrentarse con la realidad. No deseaba otras horas de incertidumbre en el trabajo, agobiada y sin saber que le esperaba al llegar a casa. Quería mirar a su futuro, fuera en la dirección que fuera.

Se levantó y entró en la cocina. Joaquín la miró sorprendido. Estaba totalmente desnuda frente a él, mirándolo con una expresión que no era capaz de descifrar. Algo le iba a decir pero ¿era algo bueno o malo? Bien, Eugenia decidió sacarlo de dudas inmediatamente.

- Joaquín ¿Quién es esa tía de la foto?

- Joder lo sabía…sigues mosqueada con eso…ya te he dicho que no es…

- Ahórrate las mentiras, sé que estás con ella. He visto más fotos ¿sabes? No me tomes por imbécil…

Su novio cambió varia veces de color, pasando del blanco (cuando se le retiró la sangre del rostro), al colorado (cuando volvió a fluir unos instantes después). Se quedó de pie, mirando al suelo y dejó caer los brazos cansinamente a los lados.

- Mira Eugenia, yo lo siento…

- Me alegro mucho que lo sientas. Pero lo nuestro se ha acabado.

- Oye, no te pongas nerviosa…

- No estoy en absoluto nerviosa.

- Mira, me tengo que ir al trabajo que no llego a dar el relevo, pero luego vuelvo y lo hablamos tranquilamente…

- No hay nada que hablar, luego vuelves pero para recoger tus cosas. Te quiero fuera de mi casa, ya…

- Cari…

- No me llames cari!!!!! Ya tienes otra “cari”, díselo a ella.

- Eugenia…

- ¡¡¡¡Fuera!!!!

Joaquín comprendió que debía irse. Allí tenía la partida perdida. Antes de salir se giró para mirar por última vez a su novia, que en pelotas y desafiante le indicaba la puerta de salida de su relación.

En un último atisbo de razonamiento, a Joaquín se le encendió una lucecita en el celebro…había algo que…

- Eugenia, lo que me has dicho de que anoche te acostaste con otro tío …no fue capaz de terminar la frase…

Ella, se estiró levantando los hombros, de forma que sus pechos se elevaron. Desde su desnudez, lo miraba retadora y ceñuda, tan segura de sí misma como si tuviese puesto el uniforme de trabajo. Así que ¿esas eran sus palabras de despedida? Sus labios se separaron un instante como para decir algo, pero luego, decidió que era mejor elegir otra frase:

- Joaquín, eres gilipollas…