2 edificios, 2 vecinos y una mañana de estudio

DOS EDIFICIOS, DOS VECINOS Y UNA MAÑANA ARDUA DE ESTUDIO… A veces, lo que se suponía una mañana de estudio degenera en... otros menesteres.

DOS EDIFICIOS, DOS VECINOS Y UNA MAÑANA ARDUA DE ESTUDIO

En cualquier ciudad, pueblo o villa existen esos extraños seres que se alejan de la sociedad para recluirse en el calor de sus habitaciones en pos de un futuro mejor en una situación de crisis como la que azota en estos momentos. Todos los días suena el despertador. Las siete y media. Hora de levantarse para Claudia, una joven licenciada de cualquier carrera de cabello negro azabache. El calor de sus sábanas la envuelve y decide quedarse cinco minutos más. ¡Maldición! El siguiente despertador suena. Su anhelo de disfrutar del bello placer de dormir se esfuma. Es hora de levantarse y darlo todo por un sueño, por una ilusión: llegar a ser

Claudia, aún con cara de dormida y con los ojos entreabiertos, entra en el servicio y se asea. Hoy decide que no se vestirá. Su pijama de Hello Kitty aprenderá también los temas. Pronto desayuna. Jamás ha sido capaz de dar un paso sin, al menos, un café. Nunca negro, más bien una leche manchada. Algo que la espabila, pero que no la excita.

Vuelve a su prisión o a su templo, lo considera como una u otra cosa, dependiendo del día y los temas. Ayer decidió colocar su escritorio de madera debajo de la ventana. Normalmente, no le da el sol en la cara y así aprovecharía más la claridad. También le vendría bien para despertarse. No era un buen día. Estaba un poco cansada de todo aquello. Todos los días lo mismo, excepto los dos días que exponía los temas. Dichosos preparadores, dichosas oposiciones, dichosa Carperi, no había carpeta donde introducir aquellos manuscritos. La búsqueda de la carpeta imposible había sido infructuosa y se tenía que conformar con amontonar los temas uno a uno en la fina pasta de aquel libro.

La posición era idónea. Todo preparado. Los temas de hoy, los rotuladores esparcidos y su taza humeante de café recién hecho. Caían uno detrás de otro. Era su vicio, era su devoción. La energía que necesitaba para cantar ese nuevo tema.

De pronto, levantó la vista y sus preciosos ojos grisáceos divisaron a un "hermano" de esta especial hermandad. Era un hombre algo mayor que ella. Le calculaba treinta años. Estaba tan desaliñado como ella y se encontraba frente a su ventana manejando un ordenador. Ella se había recogido su larga cabellera en un moño de formas extrañas. Ése con el que nunca se saldría a la calle, pero qué útil es.

Se fijó en él. Su pelo largo y desaliñado de color castaño oscuro. Sus ojos saltones eran bendecidos por el color verde oscuro que podría confundirse con marrones. Se le antojaba cansado. Le veía manejar cartulinas, papeles y diversos materiales. Entonces se dijo: "un maestro… me enseñará a…". Su mente calenturienta le empezaba a jugar una mala pasada. Hacía demasiado tiempo que no ligaba en los viernes noche. Aquel muchacho le resultaba atractivo. Sus rasgos eran finos y su piel blanquecina la encandilaron. Usaba un pijama espantoso escondido por una bata que merecía toda su aprobación.

Una plaza separaba los dos edificios de pisos. No se conocían ni jamás se habían visto. Sin embargo, cuando su cuerpo ardía en deseos y su mano se desplazó inconcientemente desde aquel escritorio de color marfil en dirección a su pijama, aquel hombre se sintió observado. Desde hacía unos minutos, se le antojaba que alguien lo espiaba, pero fluyendo en la preparación de la unidad didáctica para esa semana y la música barroca que envolvía de paz y tranquilidad su guarida, no había querido reparar en esa sensación. No obstante, cuando terminó con su labor, levantó la vista. Entonces, sus miradas se encontraron.

Aquel "hermano" de fatigas la había descubierto y ella con la mano por fuera de su pantalón. El joven maestro miró a la joven licenciada con curiosidad. La luz que se reflejaba en su cara la hacían hermosa pese a ese horroroso pijama. Odiaba ese tipo de pijamas, infantiles sin duda. Sin embargo, aquel aspecto desaliñado y natural hizo que le dedicara una sonrisa y un guiño especialmente para ella para inmediatamente levantarse de su escritorio y desaparecer de la vista de Claudia.

A Claudia le temblaban las manos. Una, seguía en la mesa sujetando el papel. La derecha seguía inexplicablemente en el mismo lugar. Cerca del pantalón de su pijama. Ruborizada, se había quedado paralizada mientras intentaba asimilar toda aquella información. Aquel hombre tan atractivo le había pillado mirándole y le había dedicado una amplia sonrisa para después guiñarle un ojo. Se encontraba embriagada por aquel episodio, lleno de hermosura y encanto. No obstante, sus manos no se despegaban de aquel pantaloncito fino, lleno de Kittys.

Pronto, en su mente se agolparon múltiples pensamientos ardientes. Sus ansias de sexo la estaban traicionando. Aquella osadía de su vecino de enfrente, junto con el atractivo y el aspecto serio que desprendía, desembocó en una bajada precipitada de su mano en busca de su coño para aliviar aquel ardiente deseo que había acabado de despertar en ella ese hombre. Recordaba su rostro y cada uno de sus gestos mientras que sus dedos recorrían los pliegues de sus partes íntimas. Seguía impasible en aquella posición mientras jugaba con sus labios mojados de sus propios fluidos. No se podía creer lo que estaba haciendo. La abstinencia le estaba pasando una factura demasiado alta.

Claudia seguía sentada en su escritorio, mientras luchaba entre los pensamientos hermosos que aquel hombre había despertado en ella y las fantasías eróticas que desearía que aquel "hermano" le practicara. Deseaba que volviera a su lugar y la viera, que comprendiera que había conseguido excitarla con tan solo una mirada, una sonrisa y un guiño. Miraba a todas partes sin cesar mientras que buscaba la posibilidad de que alguien la viera masturbarse. Aquella sensación de exposición, el morbo de sentirse que posiblemente estaba siendo observada, no sólo por aquel nuevo hombre que aparecía en su vida sino por cualquier otra persona del edificio de enfrente, la encendió más y los fluidos, poco a poco, calaban sus prendas una tras otras. Sus manos se dividían en atenciones para su pecho y su clítoris que cada vez se encontraba más inflamado. Cada minuto que pasaba alcanzaba una nueva cota de peligro. Su "maestro" acabaría por volver a sentarse en la silla en breve. Podía oír la música barroca como un susurro de viento que alcanzaba a sus oídos.

Claudia se afanaba en su tarea de proporcionarse placer. Pronto, su vagina reclamaba algo más que una pura estimulación. Necesitaba sentirse taladrada por alguien o algo. Lo vio claro en aquel momento: o lo usaba o la descubrían. No se lo pensó dos veces. Con la mano impregnada de sus propios fluidos, abrió el segundo cajón de su escritorio para encontrar en él un vibrador. Había sido un regalo de cumpleaños en un alarde de simpatía de sus amigas, una gracieta porque era la única del grupo que, con sus 23 años, aún no había conocido varón o, así lo llamaban ella a no haber tenido un novio nunca que la pudiera complacer. Enseguida, rompió los precintos de aquel aparato y lo sacó. Cuando vio la longitud y el grosor de aquel vibrador lo tuvo claro: sus amigas habían querido burlarse de ella pero, al menos, lo usaría. Pronto, buscó con la mirada el botón para la vibración y se despojó de la parte de debajo de su pijama para, una vez liberado aquel manantial, pudiera taponarse con aquella verga que, sin duda, le proporcionaría placer. Poco a poco, se lo fue introduciendo mientras miraba con preocupación al frente. Cada minuto, cada segundo, cada instante, la exponían más y más a la mirada descarada de aquel interesante hombre. Una parte de ella ansiaba alcanzar el orgasmo posando su mirada en él mientras que la otra tan sólo deseaba acabar con aquel peligro inminente que suponía aquella osadía.

Sus gemidos ahogados no tardaron en aparecer. El trabajo de aquel falo artificial sin duda era perfecto con sus movimientos de entrada y salida del mismo. Ni siquiera sabía si se usaba así, pero ella lo estaba disfrutando. Con la otra mano, dejó abandonados sus pechos con los pezones duros visibles a través de la tela, pues no solía usar sujetador para estar en casa y, menos, estudiando. Sus gemidos se fueron tornando en jadeos una vez que la mano que había jugado con sus pechos y pezones se entretuvo con el clítoris. ¿La estaría viendo alguien?, ¿la estaría viendo aquel chico?, ¿se oirían sus jadeos?

El silencio reinaba en aquel vecindario mientras ella se convulsionaba cada vez más cerca de su ansiado orgasmo. Debía terminar. Su cuerpo y su mente lo necesitaba. Sus jadeos se afanaban en convertirse en gritos apagados por bocados en el cuello de su pijama. El consolador entraba y salía sin dificultad alguna en su interior, incluso resbalaba por el manantial de fluidos descontrolado procedente de su vagina. Cada vez, con cada roce de sus dedos en su clítoris acariciaba el ansiado orgasmo. Su cuerpo se curvaba sobre su escritorio sin atender al exterior. Ya no la verían. Cada vez sus manos trabajaban con más fuerzas hasta que, al fin, un suspiro salió de entre sus labios y una sonrisa reinó su rostro. Sacó aquel artilugio, lo abandonó encima de su caja y elevó su cuerpo para encontrarse con la mirada divertida y cómplice de aquel vecino del que no sabía si querría o podría escapar.

Dedicado a la persona que con una simple mirada me hace vibrar

Universitaria