2 cualquier método es válido para recupera mi vida
Recomiendo leer la primera parte. Vamos conociendo mas sobre la experiencia de esta mujer.
- Carmen (así me llamo, por cierto) eres algo más que mi paciente, ya lo sabes, y con ese plus de confianza te voy a decir cual creo que es la solución a tu problema. Es una solución poco ortodoxa, pero es la única que se me ocurre que puede funcionar. Lo cierto es que me cuesta un poco proponerte lo que te voy a decir por no ser una terapia muy “científica”, pero en fin….
Se me estaba haciendo un nudo en el estómago. Entre la palabra “castigo” dicha al inicio de la conversación, y la seriedad y dificultad con la que se expresaba Sara, no tenía muy claro por donde iban los tiros, pero lo que estaba claro es que al parecer no me iba a gustar mucho la posible solución. Sara se tomó unos segundos para seguir.
- Carmen la solución a tu problema es la utilización de una serie de técnicas basadas en el castigo.
Mi cara tuvo que ser todo un poema, ya que Sara dejó de hablar inmediatamente, dejando que asimilase sus palabras.
- ¿Qué quieres decir Sara?. ¿A qué te refieres con castigo? ¿Qué significa?. – empecé a sentir cierto acaloramiento y como se me aceleraba el pulso.
- En principio la idea de la terapia es empezar de menos a más. Me explico. Quiero probar con castigos sencillos, castigos tradicionales, castigos que contengan alguna restricción o prohibición. Creo que eso evocara tus recuerdos de niña y mediante esos recuerdos podrías volver a activar los mecanismos que ya desarrollaste de pequeña, y parece que has olvidado, y que te sirvieron para frenar tus ataques de ira. ¿Qué opinas al respecto?
- Bueno Sara, no sé, la verdad. Me has dejado un poco alucinada. No me esperaba que esa fuera a ser la conclusión. A ver, si es cierto que la bofetada del otro día, que no te reprocho ya que me la merecía, me hizo desistir de mi comportamiento, pero lo achaco a toda la tensión que llevaba acumulada de los últimos meses, a nada más. Pero de ahí a que la solución sean los castigos va un mundo. ¿Crees de verdad es esa puede ser la solución? Te lo pregunto cómo paciente y como amiga, ya sabes que confío en ti…
- Si Carmen, creo que ese camino es el correcto para tu recuperación. Aunque no lo sabré a ciencia cierta hasta que se lleve a cabo… si es que se lleva. Es una decisión un tanto complicada, lo entiendo, pero es una decisión que tienes que tomar tú.
Me quede unos minutos abstraída en mis pensamientos. Mi cabeza iba a mil. Pero sabía sobradamente lo que tenía que hacer, y era seguir las indicaciones de mi psicóloga, de mi querida Sara. De hecho ella era la única opción válida y real para poder salir del agujero donde me encontraba.
- Bien Sara, me pongo en tus manos. Confío en ti. Dime que es lo que tengo que hacer.
- Me alegro de tu decisión. Pues para empezar lo que tienes que hacer es sencillo. Sigue tal cual, seguimos viéndonos como hasta ahora y poco más. Lo único que tienes que haces es obedecerme en todo lo que te diga cuando te imponga un castigo por tu mal comportamiento, por tus ataques de mal humor, para ser concretos. No pienses mucho en ello, de cómo será, de cómo pasará. Déjalo en mis manos.
Sara no me dio más explicaciones. Dejamos el tema y seguimos con la sesión, ya que quedaba bastante tiempo todavía. Ese día me marché a casa intranquila. No sé, en fin, en el fondo no sabía hacia donde me dirigía. Pero bueno, así se quedó.
Estuvimos un par de días sin vernos. Esos dos días fueron especialmente intensos. Recuerdo más de una bronca en el trabajo. Un poco más fuerte de lo habitual. Cada vez me costaba más trabajo mis relaciones laborales.
Y llegó la hora de la sesión con Sara. Al poco de llegar comencé a encontrarme de mal humor. No sé si en esos momentos era muy consciente, pero así me volvía a ocurrir. Jamás, en mis años de adulta y es contadísimas ocasiones, he faltado al respeto a alguien mediante insultos y tacos vulgares, pero últimamente cada vez estaban más a la orden del día.
En un momento dado de la conversación, y ante un apunte de Sara que no me gustó, la dije un exabrupto. No me lo esperaba, ni mi contestación ni la seriedad con la que Sara me trató a partir de ese momento:
- Carmen, no tienes ningún derecho a tratarme así. Ha sido una salida de tono fuera de lugar. Por lo tanto y para corregirte, te voy a castigar – me dijo con el semblante serio.
En esos momentos me di cuenta de lo que había pasado, y mordiéndome la lengua y tragándome mi mala leche y mi enfado lo mejor que pude, la dije que “como quieras, Sara”.
Sara se levantó, puso una mesa pequeña que había en la sala mirando hacia la pared. Cogió una silla, un block y un bolígrafo y me dijo:
- Ahora te vas a sentar en la silla, cara a la pared. Vas a coger el bolígrafo y vas a escribir 100 veces “no debo de faltar el respeto a las personas, y menos sin motivo”. Y no quiero oír ni una sola palabra. Cuando termines levantas la mano y esperas a que yo vaya allí. ¿entendido?
Me levanté del sillón en el que estaba y me dirigí a la mesa y silla de castigo. Esta roja como un tomate, tanto por la situación, que me provocaba una vergüenza terrible, como por el cabreo que tenía encima.
Hice lo que me mandó y comencé a escribir la frase, una y otra vez. Cada frase me iba “calentando” yo sola más y más… - pero que se habrá creído ésta; no tiene razón; seguro que se lo está pasando en grande… - pensaba estas y otras cosas.
Y de pronto estallé. Me levante de la silla, di un manotazo al cuaderno y lo lance al suelo. Cogí mi bolso y abriendo la puerta le dije a Sara:
- No tienes ni puta idea. ¿Te piensas que soy imbécil? ¿y tú dices que eres una profesional? …
Salí de allí dando un portazo. Sara no dijo nada, solo se quedó mirando. Yo abandoné el edificio como un basilisco. Y me puse a caminar. Al rato me fui serenando. Empecé a ser consciente de mi arrebato. Está claro que la situación era un tanto humillante, pero mi reacción no había sido para nada adulta ni correcta. Yo acepté probar ese tratamiento. Me pasé caminando por el parque del Retiro toda la tarde. Era obvio que mis ataques de mal genio cada vez iban a más y no era capaz de controlarme. Así no iba bien, lo sabía.
Me fui a dormir pronto. Apenas pude hacerlo y cuando lo hice me despertó una pesadilla. Al día siguiente en el trabajo y aunque llegué concienciada de no tener ningún altercado, no puede evitarlo. Al final terminé discutiendo con un Jefe de Sección. A parte de que según me explicó mi compañera y amiga de turno, no tenía yo ninguna razón, mis formas fueron bastante incorrectas. Al final de la jornada me llamarón a hablar con dirección. La reunión no fue nada agradable, y más sabiendo que tenían razón en todo lo que me estaban diciendo. Me dieron un toque de atención en forma de apercibimiento. La verdad es que se portaron bien, sobre todo viendo mi trayectoria en las últimas semanas. Jamás me había pasado esto y me advirtieron que la siguiente acción de ese estilo comportaría un expediente disciplinario, lo que podría acarrarme la pérdida eventual de mi puesto de trabajo y el consiguiente ingreso económico.
Salí de trabajar antes y me pasé otra vez el resto de la mañana paseando. Al final mis pensamientos llegaban al mismo puerto: esto ya había ido demasiado lejos. Había perdido de momento a mi familia, apenas veía a mis amigos y estaba con serios problemas en el trabajo. Era momento de jugarme todas las cartas, de poner toda la carne en el asador, vaya. Ahora me tocaba ser valiente e intentar de una vez por todas tomar las riendas de mi vida. Costara lo que costara. Solo veía una salida, y era volver a ponerme en manos de Sara. Si, esa era la solución.
Tendría que pedirla perdón y volver a ponerme en sus manos. Esperaba que me aceptase nuevamente, sino estaba perdida.
Acudí a la cita que ya tenía programada anteriormente. Cuando entré en la consulta me costó mirar a la cara a Sara. Sara por su parte fue igual de amable y atenta que otras veces. Por lo menos eso fue un alivio.
No sabía muy bien por dónde empezar, así que lo primero que hice fue disculparme por mi comportamiento del último día. La dije que todo lo que solté por mi linda boquita no era lo que verdaderamente sentía y pensaba, que estaba avergonzada por mi comportamiento etc.
Me dejó hablar y cuando terminé me preguntó por mis intenciones de seguir con ella, en su consulta. Le dije que sí, que por supuesto. Volví a indicarle mi malestar por todo lo sucedido.
- Bueno, salvando este último incidente, parece que la terapia del otro día no funcionó como es debido. Sigo creyendo, al igual que mis colegas, que la línea para tu cura es esa, aunque el método no resultó el más adecuado. Parece ser que ese tipo de castigos son demasiado leves y no surten el efecto buscado. La única manera es intensificar e incluir nuevas formas de castigarte. ¿estás de acuerdo?
- Pues no sé Sara, ya no sé nada. No sé si tienes razón, si esto es lo más correcto, si voy por buen camino o si todo esto va a servir de algo. Estoy hecha un lio. Pero lo que si tengo claro es que tengo que solucionar mi problema o va a acabar por hundirme del todo.
- Carmen, creo poder asegurarte en casi un 100 % que tengo el método adecuado para arreglar tu problema. Es más que probable que no te guste dicho método, pero es la única manera. Si aceptas tendrás que probarlo hasta el final de la primera sesión. Dicha sesión comenzará y terminará cuando yo diga y obedecerás en todo lo que yo te diga, y te someterás a los castigos que yo te imponga.
- ¿Qué clase de castigos serán esos? – pregunté a Sara, aunque ya intuía algo –
- Carmen, serán castigos físicos. Castigos a la antigua usanza. Castigos como los que te llevabas de pequeña. Consistirán básicamente en unas buenas azotainas. Si decides aceptar, los castigos los impondré yo como y cuando crea conveniente, utilizaré lo que estime oportuno y no haré caso de tus quejas, lamentos o lloros. Ten por cuenta que no te van a gustar. Por eso son castigos. Había pensado contratar los servicios de algún profesional, pero creo que lo mejor es que sea yo misma quien se haga cargo.
Mi cabeza volvía a subir de revoluciones. Castigos físicos, azotainas, lagrimas… uuuffff era demasiado. ¿Y que había querido decir con eso de contratar a un profesional? ¿Es que hay personas que se dedican profesionalmente a dar azotainas? Sentí como mi estómago daba un par de vueltas y como alguna perla de sudor cruzaba mi frente. Me encontraba nerviosa, y por qué no decirlo, expectante y un tanto ansiosa. Un cúmulo de sensaciones y sentimientos contrapuestos cruzaron mi existencia en un instante.
Pero la decisión ya estaba tomada. Tenía que ser valiente y afrontar la situación de la única manera posible.
- ¿me va a doler? – era un pregunta infantil y un tanto estúpida, pero aun así la hice.
- Si Carmen, te va a doler.
- ¿y de dónde has sacado esa idea? ¿Cómo funciona todo esto?.
- Básicamente ya te he contado lo que pasará. Cuando cometas una falta de respeto a alguien motivada por tus ataques de ira, en este caso a mí, tendré todo el derecho a propinarte un castigo acorde con tu falta. Esta forma de educación, o de corrección de conductas, o de castigos tiene un nombre, y se lo conoce como disciplina doméstica. En la disciplina domestica un componente de la pareja sentimental le cede el poder al otro componente para que le castigue cuando infrinja alguna de las conductas impuestas anteriormente por ambos, consensuadas y pactadas, con el fin de mantener la armonía en la relación. Hablamos de conductas negativas en algún sentido. En nuestro caso es un variante, ya que tú y yo no somos pareja y la relación no se da en el entorno familiar, pero en el fondo es prácticamente lo mismo: castigar conductas no deseadas por ti, conductas que alteran significativamente tu vida cotidiana y que tienen un impacto negativo. El castigo, en este caso en su vertiente principal orientada a los castigos físicos, busca corregir esas conductas no deseadas mediante el aprendizaje de los efectos no deseados de dichos castigos, implantando conductas que intenten evitar los malos comportamientos. He estado en las últimas semanas documentándome y te aseguro que parece increíble la cantidad de información y seguidores existentes al respecto. De hecho he contactado con alguna persona que practica este método y me ha aclarado muchos aspectos, así como me ha enseñado las técnicas básicas.
- Uuuuffff vaya, parece que has hecho bien tus deberes. En fin, veo que tú lo tienes claro, y de momento es lo único que necesito saber. Me pongo en tus manos Sara.
- Carmen, te lo voy a preguntar formalmente y si aceptas deberás firmar este documento donde indicamos de manera genérica todo lo que vamos a hacer. ¿te pare correcto?
- Si adelante Sara, lo que tú digas me parece bien.
Me volvió a hacer un resumen de lo explicado anteriormente y me preguntó si estaba dispuesta a seguir dicho “tratamiento”. Le contesté que sí.
A partir de ese momento le otorgué el poder de castigarme cuando, cuanto y como quisiera cada vez que tuviera alguno de mis ataques de ira. ¿Sabía dónde me había metido? No, claro que no, pero no tenía otra elección.
Y sin saberlo en esos momentos, iba a comprobar no tardando los efectos del pacto que había firmado.
(sigo interesado en conocer vuestras opiniones)