1º- Té con pastas a las cinco y media.
La historia de un chaval día a día.
Viernes 19 de Mayo 1:00 am
Estaba en la discoteca cuando lo vi, era alto y moreno. Intenté sorprenderlo para llamar su atención pero no me hizo ni caso. Menuda hostia me di por andar haciendo el gilipollas, bailando de un lado a otro, yendo de allá para acá… me fui a mi casa derrotado y con el orgullo sangrando por la humillación, no quise saber nada más de él por hoy.
Sábado 20 de Mayo 3:30 am
Lo miré de reojo solo por el placer de sentir que alguien me seguía, y la verdad es que me parecía un chico guapísimo. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa con ganas, y fue entonces cuando percibí su cuerpo pegado al mío. No me hizo mucha gracia tenerlo abrazado a mi espalda en medio de la calle así que lo aparté pero el insistió dándome la mano.
Lo llevé hasta mi piso que era tan pequeño como una ratonera, pero que me encantaba como si fuese una mansión en los Hamptons.. Estaba indeciso algo no me daba buena espina, seguramente era mi propia cabeza, pronto se me fueron las dudas en cuento comenzó a magrearme.
Le ofrecí una bebida pero no me hizo ni caso, como siempre. Se aferró a mi garganta con los labios y sus manos borrachas empezaron a toquetearme. Me sentía algo mareado, con la imagen del último cubata revoloteando por mi mente como si me recordase que lo mío no era el alcohol.
Me desplacé por el pasillo tambaleándome levemente con aquel vampiro salido enganchado a mi espalda, una de sus manos se coló por debajo de mi camiseta y la otra se aventuró desvergonzadamente en mis pantalones.
Me aparté molesto en dirección a mi cama, algo harto de tanto sobeteo y con la cabeza tan espesa como un puré de patata. Sentí de nuevo su aliento en mi oreja y me llegó a la nariz el aroma a güisqui de garrafón que sirven en los garitos a las dos de la mañana.
El cabrón era guapo a rabiar y su cuerpo estaba de infarto pero sus maneras me estaban sacando de quicio. Para cuando me di cuenta me lo encontré de pie, enfrente de mi desnudo y toqueteándose una polla enorme y dura. Se le notaba en los ojos que quería que se la chupase pero yo me negué rotundamente porque sabía que era de los que la empujan hasta la garganta para hacerse el machito y no quería vomitarle mi bomba alcohólica en las piernas.
Murmuré inocentemente que me hiciese lo que quisiese y parece que para el fue como si le invitasen a un bufete de marisco. Me tumbé bocarriba dejándome desnudar, sintiendo sus manos por mis nalgas, por mi pecho, por mis piernas y terminando por mi propia verga. Empezó a chupármela o eso parecía pero no era capaz de ponérmela dura, estaba tan cansado que no tenía ganas ni de follar.
Creo que comenzaba a cabrearlo porque bufaba con mi polla en su boca, pero para ser sincero me estaba quedando dormido, sentía mis músculos débiles y agotados, y las ganas de follar se esfumaban como el vapor.
Gritó algo que no escuché muy bien, tampoco le hacía caso, pero de repente la frase – Te voy a follar hasta romperte el culo, maricón- oh que oración tan… aterradora, me acojonó de repente. Además la cabrona no paraba de resonarme en la cabeza con insistencia y tanto insistió en mis oídos que me preocupé ligeramente. Abrí los ojos con esfuerzo dándome de lleno con las almohadas, estaba de espaldas, con las manos amarradas por las suyas, con aquel desconocido encima de mí a punto de clavármela sin condón.
Se me activó el chip contra violadores, transmisores del sida, gonorrea y demás enfermedades sexuales. Tanto me asusté que me giré y lo empujé con un subidón de adrenalina, vi como caía al suelo de forma dramático, después se puso violento, gritándome y pataleando como un crío. Mi parte precavida, alimentada por el cague de pensar en un posible desgarro anal, resurgió de entre las tinieblas del alcohol, me levanté desnudo, con mis partes bailoteando de un lado a otro, rebusqué en la mesilla atacado por los nervios hasta encontrar la navaja que me regaló un día un amigo mío, del que siempre me acuerdo en estas situaciones. Abrí la navaja y amenacé a aquel bombón con ella, sin que me temblase el pulso y con ojos de loco borracho. – Mira cabrón, como me toques un pelo te abro en canal como a un cerdo en el día de san Martín- Lo acojoné de veras, por poco no se me mea en cima, hiperventiló un rato de pie, con las manos en alto y los ojos llorosos. Se me ablandó el corazón y le dije que no pasaba nada, que solo estaba algo histérico, que se vistiese y saliese por la puerta. Cuando se fue a despedir me chilló desde una distancia prudencial que era un puto loco y que si me volvía a ver que me daría una paliza de muerte. Yo asentí sonriendo, con un sueño de tres pares de cojones, le dije adiós y le deseé suerte en la vida.
Pasé el resto de la noche durmiendo plácidamente y no hubo más altercados, ya veremos como me lenvanto mañana.