1ª vez practicando nudismo. El voyeur

Tras veranos de dudas, me animo a practicar nudismo en una cala desierta. O eso creía yo...

La idea llevaba varios veranos rondándome la cabeza. Desde que empezaba el buen tiempo cada vez que podía me iba a la playa, me daba un chapuzón y me echaba una siesta sobre la arena. Al despertar, el bañador seguía mojado y la toalla quedaba empapada, llevándome para casa un montó de arena pegada en ella. Por eso me apetecía cada vez más bañarme en pelotas; pero nunca lo había hecho e ir a una playa nudista me daba mucha vergüenza: y si me empalmo? Y si me encuentro a alguien conocido?

Aunque estaba cada vez más convencido no acababa de decidirme. Hasta que un día surgió. Tuve que ir a Vigo por trabajo y, al acabar, cruzando el puente de Rande (que cruza la Ría de Vigo por su parte más estrecha), me fijé en que justo debajo había como unas calas entre las rocas. Hacía un calor del demonio aquella tarde de Julio, llevaba toda la mañana en la ciudad de un lado para el otro sudando como un pollo, así que no me lo pensé dos veces y tomé la primera salida. Tengo muy buen sentido de la orientación así que, al llegar a la rotonda de salida de la autopista, giré en dirección Vilaboa y justo debajo del puente aparqué el coche, me puse unas bermudas y unas zapatillas que siempre llevo en el coche, cogí una toalla y bajé por un camino entre la vegetación.

Al principio pensé que me había equivocado y que el camino no bajaba al mar, pero al fondo descubrí un terraplén con una cuerda atada a la raíz descubierta de un árbol y una especie de escalones hechos toscamente en la roca. En apenas unos metros, arena blanca y nadie alrededor.

El sol apretaba, así que nada más poner un pie en la arena supe que ese día me daría mi primer baño en pelotas. No quería quedarme en el acceso no se diese el caso que apareciese alguien, así que decidí investigar la zona y avanzar entre las diferentes calas, alternando arena blanca y tramos de roca entre ellas. A punto estaba de dar vuelta y volver a una pequeña zona con fácil acceso al agua cuando, detrás de unas rocas, oí algo. Me asomé y me quedé de piedra: una tia de unos 20 años sentada a horcajadas y cabalgando a un chaval algo mayor, brazos tatuados y cuerpo de escándalo. Ella estaba mordiéndole el cuello a él y no podría haberse dado cuenta de mi presencia, pero él me vio llegar y ni se inmutó. Bueno, sí: me miró de arriba abajo, me guiñó un ojo y siguió a lo suyo con más ímpetu si cabe.

Casi me caigo al querer dar vuelta cuando pude reaccionar. La que si reaccionó fue mi polla, que marcaba tremenda tienda de campaña en aquellas bermudas grises. No me lo pensé dos veces y me quedé en la porción de arena situada justo detrás de aquella roca. Bueno, sí que me lo pensé dos veces, es más, a punto estuve de pirarme de allí y coger el coche, pero pudo más el calentón y el tremendo calor que hacía. Estiré la toalla en la arena, me quité la camisa y las bermudas de algodón y me di cuenta de que mi rabo seguía duro dentro de mis gayumbos. Bueno, dentro es un decir, me salían buena parte de mis 19cm por un lateral. Reconozco que me la meneé un poco, pero mi mente me dijo que no, que no conocía el sitio y podía aparecer alguien o incluso ser visto desde la carretera.

Dispuesto a bajar el calentón me aventuré a avanzar hasta la orilla (a eso había venido yo, a darme un chapuzón!) sin nada de ropa. Por primera vez iba a bañarme en el mar en pelotas!! Tonto de mi, no caí en la cuenta de que conforme me alejaba de mi pequeño rincón y me acercaba al mar, la perspectiva se ampliaba y estaba en el campo de visión de la parejita fogosa. Quien se haya bañado alguna vez en las aguas gallegas sabrá que la temperatura es más bien baja, en ocasiones hasta corta la circulación. Y esta era una de ellas: nada más meter el pie derecho en el agua, sentí que se paralizaba el pie, di un respingo y me giré 180º con mueca de dolor. Y de frente tenía a aquel pedazo de macho, culo en pompa, follándose a la pobre chavala que disfrutaba a 4 patas debajo de él. Podía distinguir perfectamente sus 2 pelotas colganderas y, si afinaba el oído, hasta las escuchaba golpear en las nalgas de la chica acompañado de los gemidos de ambos.

Pedazo rabo tenía el cabrón! Mis pelotas, que se habían encogido al contacto con la gélida agua hasta adoptar la textura de unos cacahuetes, volvieron a su posición habitual, colgando debajo de mi polla, nuevamente hinchada. No me lo podía creer! yo que había buscado una zona solitaria para no correr riesgos de empalmarme al ver cuerpos desnudos en mi primera experiencia nudista, allí estaba: a la orilla del mar, 50 metros por debajo del puente más famoso de Galicia, con los pies helados y la polla a punto de estallar viendo como un chulo de barrio se follaba a una niñata a plena luz del día.

El calentón pudo más que mis ganas de baño y mi vergüenza, por lo que ni corto ni perezoso me alejé de la orilla con el rabo en la mano llegando hasta casi donde había dejado mis pertenencias. Me detuve justo en el punto en que, por encima de la roca, podía ver perfectamente a la parejita en acción: ella seguía a 4 patas y él, de rodillas tras ella, y con la mano derecha agarrando su cadera, me ofrecía una visión completa de su tremendo rabo entrando y saliendo en ella. Me agarré la polla y comencé a pajearme suavemente, hasta que me di cuenta de que mi rabo babeaba tanto que tenía la mano bien lubricada, en ese momento bajé la vista a mi polla: hacía tiempo que no la notaba tan dura. Era una puta barra cárnica de acero. Agarrándome la base y lo que me cabía en la mano de mis huevos, golpeé mi pollón contra mi mano izquierda, notando nuevamente su dureza. Levanté la vista de su mete y saca y comprobé cómo aquel machote me miraba fijamente mientras continuaba follando sin piedad. Sin lugar a dudas, estaba disfrutando de ser observado. Ascendí un poco por la roca hasta que mi cintura quedó dentro de su campo de visión mientras me seguía pajeando, de modo que aquel cabrón pudiese ver cómo me pajeaba, ya que estaba seguro de que le agradaría. Y tanto que fue así: en cuanto mi rabo se hizo visible detrás de la roca, el machito empezó a bombear cada vez más fuerte sin quitarme ojo, resoplando, mientras yo aumentaba el ritmo de mi paja. La chica estaba disfrutando de lo lindo, ya no jadeaba sino que gemía y gritaba como si estuviesen solos en la playa, ajena a que su coñito le estaba dando tanto placer a su macho como la visión del rabo de un desconocido que se pajeaba a menos de 10 metros de ellos.

En cuestión de segundos, el morenazo comenzó también a gemir, al tiempo que su cuerpo convulsionaba. Sacó su pollón del coñito empapado y se corrió a borbotones sobre las nalgas y la espalda de la chica. MI rabo no pudo aguantar más y me corrí casi al unísono sobre la roca, lanzando 6 o 7 trallazos de lefa espesa, como hacía tiempo que no lanzaba, sobre la roca caliente.

Nada más correrme, volví a recobrar la consciencia y la vergüenza, por lo que rápidamente me retiré de su campo de visión, volviendo a mi toalla. Me tumbé boca abajo y caí en un placentero sopor. Unos minutos después, me desperté a tiempo de ver cómo la parejita pasaba por delante de mi: a ella le entró una risa floja, como si le diese vergüenza que la pudiese haber visto en acción. La sonrisa que me dedicó él era totalmente diferente: le había encantado el show y deseaba repetirlo.

NI que decir tiene que le pedí a mi jefe que me enviase a Vigo más veces durante ese verano y todas ellas acabaron con visita a la cala bajo el puente de Rande.