1989
Dos conspiradores que se encuentran para derrocar a un gobierno, terminan conociéndose intimamente.
Había una mujer obesa y grande en la entrada de la pastelería .Yo no la vi o no medí bien la distancia y al encontrarme con ella casi me pegué en la boca con el cristal de puerta. Para ocultar el desliz pedí nerviosamente un café. La muchacha que atendía era morena y bastante bonita. Se movía con rapidez y me sirvió una taza muy caliente. En diciembre acostumbro beber cerveza, y aquella noche de calor seco hubiera preferido una bien fría. El lugar era largo y estrecho, con un gran espejo al final.
No faltaban fotografías de Italia. Las mesas para los clientes junto a la pared. Luego de beber el café salí a la calle. Comprobé que en el cine de la esquina se mantenía en cartelara una vieja película de Kurosawa. Fue entonces cuando, anunciada por gritos oí los cornetazos de la marcha.
Empecé a caminar por la calle. Había superado algunas situaciones particularmente difíciles. Recordé el mito de la rueda de Samsará sus virajes. La eternidad puede ser terrible. Porque,¿dónde va a terminar?. Pasaron los primeros automóviles de la marcha. Miré el reloj: 8:00 pm. Algunos aplaudían y la mayoría miraba silenciosa. Luego del toque de queda no era para menos. Llegué al bulevar. Aún permanecían abiertos los almacenes y los artesanos vendía adornos metálicos en las aceras. En la pequeña entrada
del centro comercial, ya estaba quien podía ser ella, la muchacha que yo esperaba. Como me habían indicado, llevaba un vestido color naranja y un libro : Memorias de Adriano. Me acerqué y le dije la contraseña.: Qué precio tiene su peluca?. La voz me salió fluida, aunque estaba muy ansioso.
Ella me miró fugazmente: ¿Y a usted qué le importa?. Luego añadió: Yo soy un corazón.
Dimos media vuelta, intercambiamos nuestros nombres secretos: Ada, Lucas.
Empezamos a caminar. Doblamos en la tercera esquina. Alejados un poco de la gente hablamos: el toque de queda, los rumores de otro intento y la huida del presidente.
Ada estaba cansada pero quería llegar lo antes posible al lugar donde pasaría la noche.
Ada poseía una voz muy tierna y caminaba como una garza, pero muy seria, como meditando y resolviendo cosas al mismo tiempo. Era linda, con el pelo con tintes amarillos y los ojos grandes y mansos. No tenía ese algo de belleza acorazada y dramática que hoy se estila. Me había encontrado con una mujer-mujer.
Nos llegaba de tiempo en tiempo el ruido de los cornetazos de la marcha y el ruido de las cacerolas. Ibamos hacia el extremo sur de la ciudad, internándonos por calles oscuras, donde la gente sacaba sillas y mesas para jugar dominó. Antes de llegar al lugar del encuentro se abrió de repente una ventana y una mujer gritaba: mi amor, mi amor la niña se tiró una flatulencia tortoleadita. Nos reimos. Luego oímos una canción que nos gustó mucho. Era una de Dire Straits. Después la ciudad suavemente fue dominada por una gran silencio.
Llegamos a la casa. Nos encontramos que Juan había dejado un mensaje. Yo estoy aquí.
Yo estoy allá. Yo Soy. De inmediato entendí que debería acompañarla al cruce de calles que había en la salida del oeste. No era lo convenido pero a veces había que modificar los planes sobre la marcha. Ada se fumó un cigarrillo y vimos que en la t.v
No comentaron la marcha ni los cacerolazos. Sólo transmitían gaitas y la demacrada imagen del presidente deseando un buen año. Ada preparó café para seguir conversando. Yo la contemplaba y poco a poco su cara se me hacía perfecta. Nos volvíamos más concientes de nuestra soledad compartida. Sentados en el suelo conversábamos en susurros como dos conspiradores. Pero conversábamos sobre las cosas más íntimas, los recuerdos más inesperados: un escritorio azul rayado con una navaja, la escalera de caracol que llega hasta el piso más alto de un viejo edificio, el robo de las ciruelas del patio del vecino, la calle Páez. Los recuerdos de familia: una pelea a tiros en el bar Coca, la persecución que siguió después. Conversando así de todas esas cosas, llegamos a sentirnos más juntos.
De pronto le digo: ahora , ¿qué quieres que te enseñe?. Ella me contesto: lo que tienes entre tus pierna.Muéstrame tu corazón. El que tienes allá abajo.¿Sí?
Yo dije: búscalo. ¡ Está duro!. Murmuró ella poniendo ojos de caramelo. Y con su boca cubrió mi pene.
Conectamos la radio. Una voz anuciaba el día más caluroso del año. Entonces decidimos irnos a dormir. Hablamos un poco más y con el himno nacional que transmitió la radio nos dormimos. Yo desperté al poco rato. Ada estaba con la cara vuelta hacia mí. Parecía como tocada en el rostro con una especie de transparencia que hacia creer en la posibilidad de leerle los sentimientos. En lugar de intentar tal cosa volví a dormirme recordando a la mujer obesa y grande que estba en la entrada de aquella pastelería.