1968(4) Lencería femenina

Dani acepta a ponerse lencería femenina y se desatan las pasiones

1968 (4)

Lencería femenina

Me encontraba realmente excitado. Me había puesto la ropa que me había ofrecido. Y, como solían decir en aquella época, estaba despampanante. Me había pedido que me pusiera lencería femenina. Fui reticente en un principio, pero luego me hizo gracia y pensé: ¿Porqué no?.

El cuarto de aseo de los mecánicos no era el marco más adecuado.   Allí donde se lavaban la grasa acumulada de la jornada. Donde se enjabonaban los antebrazos y se cepillaban los dedos y las uñas con polvo desengrasante. Donde se lavaban los sobacos sudados y luego se los secaban con aquellas toallas viejas. Donde las perchas estaban llenas de ropa de trabajo manchadas de grasa, gasolina, sudor y orina.

En medio de todo aquello me encontraba yo con medias de seda negras que me llegaban a medio muslo y se sujetaban por medio de un liguero que se ajustaba a mis caderas. Debajo de el, unas braguitas negras ocultaban escasamente mis genitales.  Me había pintado los labios de carmín y los párpados con una sombra dorada.  Me peiné con el cepillo para que el caballo se ahuecara. Me miré al espejo. Mi piel blanca me pareció de marfil contrastando con el negro de la ropa. Los pezones rosados parecían auténticos objetos de deseo. Mi cara había adquirido un aspecto femenino/masculino, difícil de definir.

Me miré en el espejo y me encontré espléndido. Sobre todo  en contraste con el entorno del baño sucio y rodeado de ropa trabajada, sudada y sucia. Yo era un dios.

Salí del baño y me dirigí a la madriguera donde me esperaba Rafa.

Habíamos tenido sesión de sexo cuando me pidió que me pusiera la lencería. Mi hombre me esperaba en la cama medio desnudo. Su famosa camiseta blanca enmarcaba su peludo tórax. Su pelo negro caía despeinado sobre su frente. Sus labios oscuros y húmedos sujetaban un cigarrillo y el humo subía en espiral en medio de sus ojazos enmarcados por sus pestañas negras. La sábana le cubría de cintura para abajo, ocultando el ídolo de mis plegarias.

Me apoyé en el quicio de la puerta, levanté el brazo derecho para llevarlo hacia mi nuca y poner cara de auténtica  zorra.

Rafa se quedó mirándome y silbó.

-Así es como te gusto?- Le susurré con lascivia

-Ven, ven a mi lado. Eres un ser maravilloso. Ven- Me tendió los brazos y yo fui a su encuentro. Me cogió de las manos, me acercó a él y me abrazó, apretando mi cuerpo a su alfombrado pecho. Apoyé mi cara en el y le besé el vello, luego la garganta, donde se alojaba su nuez prominente y áspera por la barba crecida, y luego llegué a sus labios.

Rafa se volvió loco de excitación y me comió los labios y la lengua. Yo le metía la mía en su boca para que la mordiera y luego yo le mordía su labio superior para luego recorrer sus blancos dientes con mi lengua. Rafa gruñía de lujuria. Me lamió los labios diciendo cuánto le gustaba el sabor. Metía la mano entre el liguero y la braguita para llegar a mi ano, mientras yo me entretenía tirando de su prepucio y de su escroto (me encantaba tirar de la piel guardiana de su capullo y la que alojaba sus huevos, y oír como suspiraba y se tensaba su cuerpo de placer).

Rafa creía que me dominaba, pero era yo el que hacía de mi macho lo que quería. No sé que simbiosis se había producido entre los dos pero aquellas sesiones de sexo eran un estallido de lujuria, de placer carnal, de excitación sin límites.

Dejé que me metiera la mano por donde el quisiera, que me acariciara las piernas  por encima de las medias y que gozara de su suavidad, que me sobara la entrepierna cubierta de las braguitas  de seda que ya no ocultaban mi polla porque salía rezumante por la cinturilla.

No pude contenerme y me puse a cuatro patas sobre él, mi boca en su pollón enfebrecido  y babeante y su cara a la altura de mi braga para que jugara conmigo a lo que quisiera.

No pude contener la tentación de meter mi hocico entre sus nalgas y lamer su peludo  y sudado ojete. Sabía que con esto tendría la respuesta deseada y así fue: me metió la mano por la braga buscando el mío, lo encontró y comenzó a excitarme acariciando los pliegues del borde de mi ojal y la entrada de mi hoyito. Tal era mi excitación cuando hacía eso  que incluso llegué a pensar que me había crecido un clítoris. Obviamente no era así. Pero la sensibilidad era exagerada.

Estábamos poniéndonos en un estado de excitación anormal. Gruñíamos, suspirábamos, gritábamos de placer.

Creo que e volví loco. No se lo que me pasó. Me incorporé de repente y le dije – Móntame.

Rafa se desconcertó- ¿Qué?.

  • Rafa, móntame...móntame como un jinete a su corcel.

Me puse a cuatro y levante la grupa para dejar mi culo a su disposición -Y arréame.

-¡¿Qué?!.

-Rafa....azótame...coge el liguero como si fueran riendas...Y ¡Follame!.

Me cogió del culo y me lo abrió sin quitarme las bragas ni el liguero. Apartó la tela y escupió. Metió dos dedos sin duelo para dilatarme. Alcé la grupa al notar la invasión y un tremendo placer se alojó donde los dedos abrían el canal.

Estaba a punto de desfallecer de placer. Rafa respiraba tan fuerte que me llegaba su aliento a los hombros. Era como una droga. Como si hubiéramos tomado alguna sustancia tóxica. Estábamos enloquecidos de pasión, de lujuria.

¡Rafa!...¡FÓLLAME!

Y me folló

Me la metió de un golpe salvaje. Como un auténtico semental. Me estremecí, pero el deseo era mayor que el dolor. Abrí las nalgas, levanté la espalda para encontrarme con su pecho y notar su respiración en mi cuello. Me mordió. Una corriente me bajó desde la nuca hasta los genitales. Notando como mi miembro aumentaba de tamaño y se endurecía.

Inclinó mi cuerpo dejando otra vez el culo a su merced y entonces me azotó una vez, mientras tiraba del liguero hacia su sexo y entraba toda su tranca.

Gemí – Siiii....- Me azotó otra vez, pero más fuerte. - Maaasssss...- Y me azotaba  a la vez que me penetraba tirando de las supuestas riendas. Una y otra vez. No se que me pasaba, pero estaba gozando como nunca.  Me ardían las nalgas, el esfínter se estremecía, y todo mi cuerpo era preso de una excitación jamás sentida. Todos los terminales sensitivos de mi cuerpo se habían congregado en el recto.

Me corrí sin avisar. Fue imposible. No tenía voz...Todo yo estaba concentrado  en ese monumental orgasmo. Los espasmos que cerraban mi mi ano mordían el cipote de Rafa hasta que estallo. Bramó como un animal. Se agarraba a mi con fuerza a la vez que se descargaba a golpes intermitentes.

Caímos agotados en la cama uno encima del otro. Sólo respirábamos. No hablamos. Nos abrazamos rebozándonos de sudor y fluidos. Me di la vuelta para abrazarme a él y besarle ...y volver a abrazarle... y agarrarle el culo... y volver a besarle...y así nos dormimos.

(Hay quien dice que la peor humillación es que te obliguen a vestirte de mujer para follar. Puedo estar de acuerdo en cuanto a que te obliguen, pero he de decir que a mi nadie me obligó, que lo hice voluntariamente y con placer, y que mi relación con Rafa nunca, nunca, fue humillante, nos quisimos con toda el alma y las fantasías o las locuras que hicimos fueron siempre consentidas).

Un beso para todos mis lectores y ya sabéis donde me podéis encontrar: karl.koral@gmail.com