1968(3) Felipe, mi despertar sexual
Dani cuenta como fue sometido sexualmente por Felipe, el más chulo u prepotente de su clase.
Esta es la tercera entrega de 1968, aunque se desarrolla unos años antes. Necesitaba contarla.
1968 (3)
Felipe: mi despertar sexual.
Me tenía agarrado y me aplastaba la espalda contra la pared. Apretaba su cuerpo al mío inmovilizándome, mientras su cara se acercaba a la mía y me rozaba con sus labios.
Felipe por favor, déjame- le supliqué.
Ni lo sueñes- me susurró en el oído- ya sabes que cuando quiero algo tuyo lo consigo.
-Esto es peligroso, nos pueden oír.
- Pues ya sabes... no hables.
Acababa de mear y estaba lavándome las manos cuando oí que alguien entraba en los servicios. Por el espejo vi que era Felipe y que venía hacia mi. ¿Qué querrá ahora?, me pregunté. Vi que se ponía detrás de mi. Me hizo una llave de lucha tirando de uno de mis brazos hacia la espalda y atrapándome el cuello con el otro brazo.
Me haces daño, joder – le dije enfadado.
Sonriendo y sin mediar palabra me arrastró hacia una de las cabinas. Me dio la vuelta y me empujó contra la pared.
Se apretó más a mi restregándome su entrepierna para que notara lo duro que tenía su cipote, jadeaba junto a mi oreja y volvíó a apretar su polla contra la mía hasta notar que la mía también se endurecía.
Hazme una paja- me susurró- no te voy a soltar hasta que me la hagas.
Se restregaba para excitarse y excitarme, cosa que conseguía. No sólo su polla me ponía, su olor era excitante. Las hormonas de Felipe estaban en plena ebullición provocando un olor fuerte, que a mi me ponía a cien.
Venga, que lo estas deseando – me volvió a susurrar – mete la mano.
Sabía que me excitaba su voz, su olor, su fuerza. Lo sabía y me utilizaba.
Vale- le dije -vale...
Este es mi chico- me dijo.
Apartó un poco las caderas para dejar paso a mi mano, se desabrochó el pantalón y yo le metí la mano por la cinturilla del calzoncillo hasta encontrar el objeto deseado, su polla, caliente y palpitante. Gimió. Comencé a pajearle lentamente.
Más deprisa...-volvió a susurrarme en el oído. El calor de su respiración me excitaba más todavía. Su olor, su respiración...y su polla en mi mano. Ese objeto que tanto me gustaba, tan suave, tan viril. Nada que ver con el mio ni con el de cualquiera de mi clase. Era un pene casi adulto. Aumenté la velocidad hasta que se tensó, me mordió el cuello y se corrió en mi mano.
Yo estaba casi a punto, pero me cortó – ni se te ocurra – me dijo – tu hermanita es mía.
Saqué la mano de su calzoncillo. El me la cogió y la llevó a mi boca- Chupa mi leche.
Yo aparté la cara, pero Felipe me amenazó – si no lo haces no hay paja...- luego zalamero me dijo -te gustará, sabe bien. Yo ya la he probado...límpiate.
Acercó mi mano a mi boca y la otra la bajó hasta mi bragueta, bajó la cremallera, metió su mano, me agarró el paquete e hizo un poco de presión. Suspiré de placer y mi polla respondió a su llamada endureciéndose. Ante la duda de que no me pajeara y me dejara como un perro salido, me lamí la mano. El me apretó la polla -Así-me dijo al oído – a que te gusta. La verdad es que yo pensaba que aquello iba a saber a mil demonios, pero no me disgustó. Tenía un sabor y un olor particular, pero no era desagradable -Ves como sabe rico.
Metió la mano en mi calzoncillo y me la cogió. Comenzó a pajearme. Mientras metía la lengua entre mis dedos manchados para probar él mismo sus jugos. De vez en cuando nuestras lenguas se encontraban. El hijo puta tenía el don de erotizarme a lo bestia cuando le daba la gana.
Felipe seguía pajeándome hasta que me corrí en su mano. Me agarré a él con fuerza mientras descargaba. Cuando acabé, sacó su mano, la llevó a mi boca y dijo -ahora prueba la tuya.
No puse resistencia y le lamí los dedos. No me desagradaba en absoluto.
Él acercó su boca para probar su fluido, sacó la lengua y lamió su mano y mi lengua. Era un cabrón. Sabía como dominar mis sensaciones. No pude resistirme y me metí su lengua llena de lefa en mi boca para saborearla mejor. Después de darnos un morreo me dijo -Vale, vale, que nos vamos a poner cachondos otra vez y ya es tarde. Se separó de mi se arregló la ropa y salió de la cabina. Yo me quede unos minutos relajándome. Ese cabrón me dejaba siempre a cien.
Felipe era así. Dominante, seguro de si mismo, hacía de mi lo que quería desde aquel día en el que después de demostrar que era él quien mandaba y que era el más fuerte, me dio un beso en los labios. Solo fue un beso superficial, pero supe que estaba perdido y el también lo supo. Desde entonces ejercía una fuerza y una dominación sobre mi, de la que no podía deshacerme...ni quería...Sonará a cursi, pero me tenía hechizado.
Felipe era compañero mio de clase, se sentaba justo detrás de mi. Tenía quince años recién cumplidos porque era repetidor. Tenía un físico de infarto. No era alto pero había desarrollado un físico que imponía, sobre todo al lado de los demás compañeros de clase que todavía eramos unos críos. Felipe destacaba. Tenía el pelo rizado de color castaño, los ojos miel, la piel pálida, Las camisas polo se apretaban a su pecho y a sus biceps. Los pantalones se ajustaban a su culo y sus muslos. Tenía el don de que las braguetas se abrían por la presión de lo que escondían, dejando ver la cremallera. Era un auténtico chulo en su manera de andar, de moverse y de dirigirse a los demás compañeros mostrando su superioridad física. Era auténtico líder en los deportes y no era malo como estudiante, por lo que los curas le adoraban.
En clase no paraba de molestarme. El tenía la ventaja de estar justo detrás mío y de que no me pudiera volver para enfrentarme a el. Me acariciaba el lóbulo de la oreja, me enredaba el pelo, metía el pie debajo de mi asiento para tocarme el muslo o la entrepierna, e, incluso, alguna vez me decía -toma- me alargaba el puño cerrado y yo, incauto, caía en la trampa y abría la mano y el dejaba caer unos vellos pubitales o del sobaco. Joder, eres un cerdo- le decía. Y el como toda respuesta me sonreía con malicia.
Cuando nos cambiábamos en el vestuario después de gimnasia, era el “momento Felipe”. Se pavoneaba delante de todos – Mirad que pectorales se me están poniendo- y hacia unos movimientos para que las tetas subieran o bajaran. Unas tetazas que estaban para comérselas y en las que comenzaban a brotar incipientes vellos. A mi lo que me tenía loco era el reguero de pelillos que le bajaban desde el ombligo como una hilera de hormigas que salen a buscar comida y se pierden debajo del calzoncillo entrando en la bolsa de algodón blanco que sostienen sus huevos y aprietan su polla. Otra de sus gracias era hacer ostentación de sus genitales -A ver, quién los tiene más gordos que los míos- o – tengo el pollón más grande del colegio. ¿A que sí?- se jactaba. Como es normal en este tipo de elementos, siempre tenía una corte que le reía las gracias. A pesar de que estaba como un tren, yo no podía aguantarlo.
Todo comenzó un día en el que me tenía hasta el culo de sus bromitas y al salir de clase me enfrenté a él en el pasillo, delante de todos. Le paré los pies y le dije que estaba hasta los cojones de aguantarle, que era un mediocre, hijo de un puto carpintero, y un becario de mierda.
Era verdad que era becario porque el padre era el carpintero del colegio y le habían concedido la beca porque había repetido y, al cumplir quince años, era la última oportunidad de aprobar el bachillerato elemental. El director del colegio le dijo al padre que le becaría el curso con la condición de que se aplicara para aprobar todo en junio. El hijo se comprometió a ello. Todo esto lo supe después por boca del propio Felipe.
Nada más decir aquello me arrepentí. Comencé a temblar y las piernas no me sostenían. Corrí hacia los servicios para mojarme la cara con agua fría. Tenía tal arrepentimiento de lo que había dicho, que no me atrevía a salir.
Cuando, de repente, oigo como se abre la puerta de golpe, y da un portazo y le oigo gritar -Si hay alguien en el baño que salga ya. ¡YA!. - Algún chaval salió de alguna cabina y alguno se apresuró a meterse la polla aún mojada, y salieron todos. Nos quedamos solos.
Se acercó a mi como un animal. Yo estaba paralizado, Esperaba un puñetazo o una hostia o no sabía que, pero estaba acojonado, la sangre había abandonado la cabeza y creí que me iba a desmayar. Felipe se dirigía dando zancadas fuera de si. Me agarró por el cuello y me estrelló contra la pared. Yo creía que me estrangulaba.- Mira niñato de mierda- me dijo- no te voy a consentir que menosprecies a mi familia porque antes te mato. Insúltame, pégame una hostia si puedes, llámame vago, o inútil, haz lo que quieras, pero como vuelvas a decir algo de mi padre te juro que te mato, porque es igual de trabajador y honrado que el tuyo.
Yo comencé a llorar. Me sentía tan culpable, tan hijoputa. No podía entender como había dicho algo así. Algo de lo que me arrepentí en el momento de decirlo, pero es que ese cabrón me había puesto fuera de mi.
Lloraba con hipo y solo podía decir entre sollozos – Perdóname por favor...perdóname...no quería decir eso...te lo juro...- Mi llanto no tenía fin, me sentía como una mierda.
Y, entonces, Felipe tuvo una reacción que me desconcertó. Soltó mi cuello y me abrazó. Venga...venga...ya está bien... deja de llorar- Me decía mientras me abrazaba y me acariciaba la cabeza- Venga...cálmate.
Esos brazos fuertes que me abrazaban, ese pecho que me cobijaba, ese calor que desprendía y esa voz cascada consolándome me produjo una tranquilidad y un sosiego insospechado.
¡Yo en brazos de Felipe!
Me fui tranquilizando. Por favor perdóname- le dije.
Vale. Vale... Me acariciaba la cabeza mientas me preguntaba -¿Estás mejor?
-Si.... Gracias.
Se separó un poco de mi, me miró a los ojos, me cogió de la cabeza y me beso en los labios. Fue un beso efímero, una breve caricia en los labios.
Dani, no te tengo manía. Me caes de puta madre. Son sólo bromas tontas. No te lo tomes a pecho- Mientras me decía esto me sujetaba la cara junto a la suya. Su aliento entraba en mi boca mientras hablaba.- Estás mejor?- me preguntó. Yo le respondí que sí con un gesto. Me volvió a besar en los labios. -Venga, vamos a clase- se volvió y salió del baño.
Tuve que esperar unos minutos para salir del trance. Las piernas no me respondían y la sangre se me agolpaba en las sienes. Respiré hondo. Al fin me tranquilicé. Y salí del baño en dirección a mi clase.
Cuando entré, estaban todos sentados en sus pupitres y me miraban con intriga. Me acerqué a mi puesto. Felipe estaba sentado en su sitio y me miraba. Cuando llegué, me guiñó un ojo y me sonrió. Me senté en mi mesa y no me enteré de nada de lo que explicó el profesor en toda la hora.
Así comenzó mi relación con Felipe y así se marcaron las pautas que iban a seguir en adelante: Dominación, fuerza, dolor, ternura, cariño, excitación y...sexo.
Al día siguiente me dijo en clase -Te he apuntado en el equipo de balonmano -¡¿Qué?!- Exclamé. Todos me miraron y yo me avergoncé.
Cuando salimos de clase, le paré para decirle que cómo se había atrevido a hacerlo sin consultarme, y el me contestó que no tenía nada que consultarme, que era por mi bien, para que me hiciera un hombre y me desarrollara, que ya había hablado con el profesor de gimnasia y que había dado el visto bueno. Yo no daba crédito. Se me acercó, me agarró del brazo y me metió el cuarto de las escobas. Se puso agresivo de nuevo -Si lo hago es por tu bien, niñato de mierda y no vuelvas a cuestionarme- Su cara estaba enrojecida y las venas de su cuello hinchadas. Daba miedo cuando se ponía en ese estado.
Me di la vuelta para largarme cuando me agarra del brazo, me atrae y me abraza. -Dani, por favor, no te enfades- Me acariciaba la cabeza y me acariciaba las mejillas - Dani, quiero que estés a mi lado, que estés en el equipo conmigo. Me volvió coger la cabeza y acercó sus labios a los míos. Pero esta vez sacó la punta de la lengua y la introdujo entre mis labios. Me paralicé, pero me excité. Se separó unos centímetros, me miró a los ojos y volvió a acercar los labios. Yo cerré los ojos y dejé entrar esa lengua envenenada en mi boca para lamer su veneno con la mía - Dani...por favor dime que sí. Necesito tenerte a mi lado.
Así era el cabrón de Felipe.
Me utilizaba como quería. Me molestaba en clase, me increpaba en el patio, me insultaba en los entrenamientos o en el vestuario. Pero siempre, siempre le daba la vuelta al tema y yo caía en sus brazos. Notarle detrás mío en clase, verle andar delante de mi contoneando el culo, ese culazo que me volvía loco. Verlo entrenar en pantalón corto, con sus genitales bamboleando bajo el calzón blanco, el sudor cayendo desde su pelo, bajando por su cuello empapando su pecho, su espalda y sus sobacos, era un espectáculo tan erótico para mi que me sentía incapaz de prescindir de el.
Llegó un momento en que me hice adicto a esa situación. Necesitaba que me humillara que me agrediera lo más posible (jamás me me hizo daño físico, jamás), porque sabía que a continuación se acercaría a mi, me abrazaría, me acariciaría, me diría cosas dulces al oído y luego me pediría que le diera placer. Y yo se lo daría con todo el gusto del mundo. Le daba lo que el quisiera. Era una auténtica adicción, una droga de la que no podía prescindir.
Todavía recuerdo la primera vez que se la mamé (la primera vez que se la mamé a un hombre). Habíamos entrenado duro y yo había fallado, no había tenido mi día. Ya en el vestuario, como capitán del equipo, comenzó a desvariar contra todos, pero luego se centró en mi. Me insultó, me humilló delante de mis compañeros, me llamó”mierda”, “inútil”, “para lo único que te esfuerzas es para cagar” y lindezas por el estilo.
Yo, sentado en el banco el vestuario, bajaba la cabeza cada vez más víctima de la humillación a la que me estaba sometiendo. No pudiendo más, me levanté, di una patada al banco y me fui a las duchas.
- Eso... vete a llorar como una mujerzuela, que es lo que eres.....Y dúchate con agua fría para calmar la vergüenza...
Eso es lo último que escuché antes de sentarme en la última ducha, sentarme en el suelo, agarrarme la cabeza y comenzar a respirar con ansiedad. Se había pasado un huevo.
Oí voces que provenían del vestuario, unas más altas que otras. Luego la voz de Felipe que les gritaba - ¡Todos... largo de aquí!...¡Todos fuera!... Tengo que hablar con Dani- se me encogió el alma de pánico. No quería verlo, ni sentirlo cerca.
Oí cerrarse la puerta del vestuario varias veces y luego el silencio.
Me acurruqué en la esquina de la ducha a la espera de su presencia. Estaba aterrorizado.
No lo oí, pero noté su presencia acercarse. Me abracé el cuerpo con los brazos y me encogí e intenté cobijarme en la esquina de la ducha.
Llegó, se quedó mirándome en la entrada de la cabina. Luego, lentamente, se acercó, se sentó a mi lado, puso su brazo sobre mis hombros y me acercó a él. Me acarició la cabeza y beso mi pelo.
Yo estaba temblando. El me acarició, dándome calor y sosegando mi ansiedad.
Me voy- le dije- no puedo aguantarte más. Está decidido, dejo el equipo. Me largo.
Me abrazó con más fuerza. -Dani...Dani...- Me volvió a besar en el pelo. No puedes irte...no lo voy a permitir. Yo hice un gesto de alejarme de él, pero me abrazó con más fuerza.- Dani no te puedes ir...te necesito- me susurraba.
-Para humillarme, para eso me necesitas...
-No Dani, te necesito a mi lado. Si no estás a mi lado no se lo que puedo hacer. Tu me calmas. Se que soy una bestia pero tu eres el único que me calma. Por favor, Dani...
Ya estaba otra vez...ya volvía a caer en la necesidad de tenerle, de olerle, de oírle. Pero me revelé, ya no aguantaba más. Me levante de golpe, le tiré la toalla a la cara y me decidí a salir. Pero saltó como un tigre, me abrazó, me hizo una de esas llaves de lucha, me inmovilizó y me tiró al suelo haciéndome daño en las rodillas y los codos.
- No. Dani, no te vas a ir- Me tenía sujeto en el suelo boca abajo y el encima mío – Dani, no te vas a ir porque hoy te voy a regalar una cosa que te va a gustar...Llevo pensando todo el día en ti...Se que me he portado como un animal, pero quiero darte algo que nadie más puede darte.
Me dio la vuelta, se sentó a horcajadas sobre mis caderas me llevó las manos hacia la cabeza y allí las sujetó. Me miraba con esa mirada suya de cariño y lujuria. Tengo que reconocer que me volvía loco, que me atraía y me excitaba, pero jamás lo amé. Nunca lo amé. Era algo diferente al amor, pero igual de atrayente.
Se inclinó y me besó en la boca y yo participé de ello con cuerpo y alma. Su boca y su lengua me desarmaban por completo.
-Quiero que me la mames- me susurró. Intenté quitármelo de encima pero era imposible – Felipe, déjame en paz... ya está bien.
-Dani, por favor. Cálmate. Yo me movía bajo su cuerpo. -Dani...por favor
Se inclinó hacia mi hasta que su polla se acomodó sobre la mía, su vientre sobre el mío, su pecho, su fuerte y hermoso pecho se apoyó en el mio, y al fin sus labios llegaron a los míos. -Dani, escúchame- Me decía al oído- me has pajeado, me has sobado la polla y los huevos, me has lamido la lefa de la mano...- Su polla se endurecía por momentos apretando la mía que se iba poniendo a cien por minutos, mejor, por segundos.- Porqué te resistes?... Te estás empalmando sólo de imaginártelo- me lo decía soltando su aliento en mi oído- No me digas que no te has pajeado pensando en que acercabas tu boca a mi polla, a mi capullo....Dani....Dani...por favor...te lo pido. Tu vas a ser el primero...el único....
Me sonreí por lo zalamero y mentiroso que era, pero tenía razón, había pensado en ello y me había pajeado. La verdad era que sólo me lo había impedido prejuicios absurdos.
Le miré, le sonreí – Eres un cabronazo.
Se incorporó y gritó -¡Siiiiiii!- mientras se golpeaba los pectorales como un gorila - ¡Siiiiii!.
Se levantó de golpe, se quitó los calzoncillos, me arrebató los míos y volvió a sentarse sobre mis genitales. Me beso con lujuria, babeándome la cara.
-Eres el mejor. Eres único.
Se puso de pié. Su pollón miraba al cielo, lo mismo que el mío, estábamos a cien los dos.
-Venga- me empujó hacia abajo, me puse de rodillas, mi cara frente a su cipote empalmado y humedo. Me acerqué, lo olí,y luego olí sus huevazos cubiiertos de su vello castaño y apartando la tranca a un lado, le olí también el vello que guardaba mi tesoro. Después de aspirarlo y besarlo, subí hacia la punta del mástil, bajé la poca piel que aún tapaba su capullo dejándolo al aire. Miré su punta que supuraba líquido ambarino, saqué la lengua y le lamí con cuidado el agujerito meón. El se contrajo como si le hubiera dado un calambre. Le besé el capullote, pasando los labios por toda la superficie. Le lamí el frenillo. Volvió a contraerse. Le agarré el tronco con una mano, con la otra le apreté los huevos, y me fui metiendo la polla en la boca poco a poco jugando con la lengua según bajaba o subía por su tronco.
Felipe suspiraba y jadeaba, me agarraba del pelo y me hacía fuerza para que siguiera. Yo pajeaba, tiraba del escroto y mamaba con pasión. Por desgracia, no duró mucho. Éramos jóvenes y ardientes, y el sexo estallaba a la mínima insinuación. No te digo a un mamada, su primera mamada. Golpeó su espalda contra los azulejos, contrajo todo su cuerpo llevando toda la fuerza y la sangre a la polla que yo mamaba con pasión. Noté su hinchazón. Felipe me sujetó la cabeza y comenzó a correrse en mi boca.
Eyaculó como un bestia y yo lo tragaba como podía. Ya conocía su sabor, pero a través de sus manos o de las mías, aquello era lefa recién ordeñada, limpia y virgen para mi paladar. Un auténtico manjar que yo tragaba y paladeaba.
De golpe me corrí. Sin tocarme. Me corrí. Mi glande palpitaba y mi polla brincaba con vida propia, golpeándose contra mi vientre.
Aquello fue la hostia.
Felipe se apoyó contra la pared sin aliento. Yo me derrumbé a sus pies y le abracé las piernas.
Ya más tranquilos, Felipe me dijo -¿Qué tal una ducha fresquita?
-De puta madre- le contesté.
Abrió el grifo, me incorporé y el agua comenzó a caer entre los dos. Me abrazó y me dijo – Y esto te lo querías perder, gilipollas.
Le miré y nos reímos.
En ese momento pensé: ¿Quién se podría resistir a este animal?
Ese era el chico de mis sueños a mis trece años. ¿Quién me puede juzgar mal?.
Voy a terminar de hablar de Felipe porque me estoy excediendo. Me voy acordando de cosas y si sigo así no voy a terminar nunca. Terminaré con la penetración a la que me sometió. No es el mejor recuerdo que tengo de él, pero “él fue el primero” y si no lo hubiera hecho habría sido otro, porque mi condición de homosexual estaba clara. Lo recordaré siempre. Después de aquello no lo volví a ver. Así que, la historia de Felipe termina de una forma no muy agradable. Se veía venir ¿verdad?.
Habíamos terminado el curso y los compañeros del equipo habían decidido ir a unos billares cercanos al colegio para celebrar el fin del bachillerato elemental. Algunos iban a llevar petacas con alcohol para hacernos cubatas.
Así que allí nos fuimos. Jugamos al billar y bebimos, unos más que otros. Felipe, para variar, más. Yo, para variar, menos. Así continuó la tarde, triunfos y apuestas ganadas, risas, chistes etc. Felipe se estaba pasando con la bebida. Todos lo notamos. Se comenzaba a poner chulo y violento. Yo estaba aterrorizado de lo que podía pasar. Conociéndole, cualquier cosa.
Decidí decirle que no siguiera bebiendo y así lo hice.
Se revolvió como una bestia y comenzó a insultarnos. Yo le había visto fuera de si pero como entonces, nunca.
Decidí pasar de todo, que le aguantaran otros, para variar, y me fui a mear.
Lo de los servicios, Felipe y yo era como un imán.
Entró tambaleándose, se acercó a mi, me cogió del brazo, me lo retorció tras la espalda inmovilizándome, y así me empujo hasta un patio interior sucio y oscuro.
Me tumbó sobre unos bidones y me dijo en un susurro lleno de ira – Me han dicho que el año que viene no estarás en el cole-
-Es verdad- le dije
Se derrumbó sobre mi - ¿Porqué no me lo has dicho?...¿Porqué no me lo has contado?...Eres un hijo de puta..- Me pareció que lloraba...o yo que sé.
Pero se repuso y me dijo con una ira que yo no le conocía – Te vas a acordar de mi toda tu vida...Toda tu vida.
No sabía a que se refería, estaba asustado por la reacción que pudiera tener, pero lo que menos me imaginaba era lo que vino a continuación. Me bajó el pantalón y el calzoncillo de golpe. Intenté deshacerme de él. Se bajó los suyos y comenzó a rebozar sus polla y sus cojones por la raja de mi culo. Me aterroricé pensando lo que se avecinaba. Intentaba quitármelo de encima, pero el hacía más fuerza y me era imposible.
-Felipe estate quieto...Felipe...déjalo...estás borracho...
-Si, estoy borracho pero te vas a acordar de mi para siempre...aunque no me veas más... te acordarás...
Seguía rebozándose en mi y notaba como se iba empalmando. Notaba como su tranca estaba cada vez más dura. En esa ocasión no hubo ni besos, ni lamidas ni caricias. Sólo su polla contra mi culo hasta que estuvo a punto de reventar. Entonces me lo dijo – Te voy a dar una follada que nunca olvidarás.
Me entró el pánico y me revolví con furia. El se rió de mi -Idiota...conmigo no puedes...
Escupió entre mis cachas y noté como la saliva corría hasta mi ojete. Oí como escupía otra vez. Supuse que era sobre su verga. Puso la punta del capullo en la entrada de mi culo y empujó.
El dolor fue espantoso, Mi culo virgen de 13 años, sin dilatar, sin lubricar, y taladrado por ese pollón a la fuerza. Grité y me quedé paralizado. De mis ojos brotaban lágrimas de dolor.
Te jodes- Me dijo y empujó otra vez- por hijo puta- empujó- por dejarme- y empujó.
El dolor era tal que casi no le oía. Los oídos me latían y la cabeza me estallaba. Pero el epicentro del dolor estaba donde el quería hacérmelo. Entró, se quedó quieto un momento. Y me dijo entre sollozos -Porqué me haces hacerte daño?...
No podía creer lo que estaba escuchando. No sabía que decir, no podía hablar. Yo sólo lloraba.
El cabronazo comenzó a bombear mi culo. No sabría si decir si con cariño, pero sí lentamente. Poco a poco fue subiendo el ritmo. Jadeaba de gusto y a la vez notaba el odio que sentía hacia mí.
Poco a poco fui sintiendo algo que no había sentido antes. Era una mezcla de dolor y placer que me hacía sentir una excitación inmensa y extraña. Mi polla se estaba poniendo erecta mientras me estaba follando a la fuerza. ¿Me estaba excitando mientras me violaba?. ¿Estaba llegando a ser un monstruo?.
Felipe se corrió dentro de mi como el animal que era. Pero lo peor fue que al notar que me llenaba de él, yo me corrí también y grité de placer.
La bestia se derrumbó sobre mí y yo sobre los barriles.
Me la sacó dejándome una extraña sensación. Si hubiera podido hablar, le habría dicho que no la sacara, que la dejara dentro. Menos más que no podía articular palabra. Hubiera sido la perdición para mi.
Se levantó, se arregló la ropa y se fue. Antes de cerrar la puerta del patio, se volvió y me dijo con esa chulería que le caracterizaba :”Nunca me olvidarás, siempre seré “el primero”. Y se fue.
Cuando salí del patio el ya no estaba en el local. Los compañeros mi miraron con extrañeza y curiosidad. Yo no podía mirar a nadie. Salí del local y me fui andando a casa sin parar de llorar.
Él tenía razón. Nunca le olvidé.
Ya sabéis donde encontrarme: karl.koral@gmail.com