1950 lll

(...) Ed contestaba siempre con un ese “qué” que no era una réplica ni era nada, acariciándolo sin parar, entrando y saliendo, besándolo con una ternura nueva y excitante para Adrien.

3

Axel tenía diez años el día que su padre trajo al cachorro a casa.

Las cosas no andaban muy boyantes en la familia por entonces. Desde que ocurrió el accidente, casi un año antes, el carácter de su madre se había agriado de tal forma que el mero hecho de convivir bajo el mismo techo que ella se hacía insoportable para el resto de inquilinos del hogar. La prueba más evidente estaba en el servicio, que se limitaba a dejar el desayuno cada mañana en una silla junto a la puerta de su alcoba para no tener que encararse con ella. Al parecer, la doncella estaba harta de tener que recoger día sí, día también, los platos rotos producto de la ira de la señora.

Esa ira no iba dirigida solo a los criados. Axel recordaba a la perfección las últimas palabras que le dedicó su madre antes de sumirse en una fría y absoluta indiferencia hacia su persona. Las pronunció el día después del incidente, sentada a la mesa de la cocina y ataviada con la ropa de luto de la que ya no volvería a desprenderse hasta mucho después:

Él seguiría aquí de no ser por ti.

Después, silencio. Ella le sostuvo la mirada sólo un instante antes de volver la vista hacia la ventana abierta. Axel no se molestó en defenderse; no tenía fuerzas para hacerlo. Se olvidaron, pues, mutuamente, como si la ausencia del cuarto miembro de la familia hubiera cortado para siempre el vínculo madre-hijo que los unía, hasta el punto de que Axel dejara de sentir pena cuando oía su llanto quedo por las noches.

Padre tampoco fue un apoyo en esos momentos. Si bien Axel hacía tiempo que no esperaba nada de él como progenitor, todavía abrigaba la esperanza de recibir alguna palabra de consuelo, o que le permitiera marcharse de la casa solariega en California donde vivía con Madre y lo llevara con él a Nueva York. Pero no hubo nada de eso. Sólo la misma indolencia que le profesaba ella.

Entonces ocurrió. Después de casi un mes ausente, Padre apareció sin más una mañana de abril. Axel salió a recibirlo en cuanto oyó el rugido del motor en el patio trasero. Hacía años que no corría a la entrada para verlo cuando volvía a casa, pero Madre se había encerrado la noche anterior en su habitación con una botella de ginebra, y ahí seguía aún. Y Axel no quería estar solo en casa cuando ella decidiera salir.

El coche negro de Padre se detuvo en la entrada de atrás del caserón, y Axel se apresuró a alcanzarlo para abrirle la puerta.

-Hola.

Padre saludó y preguntó por Madre. Él se encogió de hombros.

-Vamos dentro –Robert Dumort era por entonces un hombre de mediana edad, serio y circunspecto, y vestía siempre un impecable traje negro sin el que Axel no podía imaginarlo. Por aquel entonces estaba empezando a quedarse sin pelo, si bien aún podía disimularlo bastante bien-. Tengo algo para ella.

Dicho  esto, salió del automóvil y abrió una de las puertas traseras. Acurrucado en los asientos de cuero había un chiquillo, unos años menor que Axel. Al oír el chasquido de la puerta se encogió y dirigió los ojos enrojecidos hacia ellos.

Padre se inclinó dentro. El chico reculó, mirándolo con terror. Axel observaba la escena desde una distancia prudencial, sumamente extrañado.

-Vamos, sal –conminó su padre al pequeño, pero recibió a cambio una fuerte sacudida de cabeza-. Venga, chico… Si antes no te he pegado un tiro, ahora no voy a hacerlo; no después de haberme tomado la molestia de traerte hasta aquí después del pollo que nos has montado.

Axel se asomó a la espalda de Padre y observó al otro furtivamente. El nuevo rehuía las manos de Padre y tenía la cara sucia, húmeda y salpicada de sangre reseca. Sus miradas se cruzaron un momento antes de que Robert consiguiera sacarlo a rastras del coche.

Él no pudo evitar pensar en su hermano.

No entendía nada. ¿Por qué Padre –que pasaba por casa de forma testimonial y sólo para reafirmar su autoridad como cabeza de familia-, volvía de pronto y con un niño encima? ¿Y qué quería de Madre, si apenas intercambiaba con ella más de diez palabras cada vez que se veían?

Padre llevó al chico en brazos adentro y Axel los siguió de cerca, sin perder detalle. Robert pidió a un mozo que llamara a Madre y esperó de pie en el inmenso recibidor después de dejar al crío en el suelo. Éste se quedó muy quieto, la vista fija en algún punto del infinito, temblando como un cachorro indefenso. Se parecía tanto al hermano muerto que Axel sintió algo extraño. No era exactamente añoranza. Pero se le parecía.

Probablemente Madre sintió lo mismo al verlo. Nada más aparecer por la puerta, se detuvo en seco, de pronto pálida como el mármol de las baldosas.

-¿Q-qué es esto? –graznó.

Padre apoyó una mano en el hombro del chico. Respiró hondo.

-Aquel reportero del SoHo… -hizo un gesto de concentración, dispuesto a no contestar la pregunta sin dar antes un buen rodeo-, no recuerdo su nombre… Estaba desesperado por conseguirse un buen puesto, pero no era tan bueno como se creía. Suele ocurrir con los jóvenes, que son demasiado arrogantes para ver las cosas como realmente se presentan.

Madre tenía mala cara. Con los brazos crispados frente al cuerpo y los ojos desorbitados, se acercó al chico, que tomó de la barbilla. Axel vio, anonadado, cómo se le humedecían los ojos.

-¿Por qué lo has traído, Robert?

Padre se tomó su tiempo antes de contestar. En ése momento e hizo un silencio extraño, con Madre derramando lágrimas mudas, el nuevo mordiéndose el labio tembloroso y Axel relegado a un rincón, algo asustado.

-El tipo en cuestión pidió nuestros servicios estando más pelado que una rata. Ya le dimos un aviso hace un par de meses, pero no se puede sacar de donde no hay, así que no nos quedó más remedio que hacerlo. Afortunadamente para él fue rápido, ya sabes que no me gusta excederme. Después de darle el paseo íbamos a irnos, pero uno de los chicos encontró a este cachorrito debajo de una mesa. Al parecer su mamá los abandonó a los dos y huyó en cuanto nos oyó llamar a la puerta. Podría haberlo dejado ahí, y de hecho supongo que es lo que estarás pensando, pero ya lo has visto, ¿no?

-Es… Es igual que él.

-Sí –Padre se inclinó. Apartó al nuevo de los brazos de Madre y tomó su rostro entre las manos, murmurando algo que Axel no pudo escuchar.

A partir de entonces, las cosas cambiaron.

Padre volvió a ir y venir esporádicamente y sin motivo aparente, pero Madre sí que optó por una vuelta de rosca importante. El mismo día de la aparición del nuevo, desapareció de la mansión todo vestigio de la existencia del hermano pequeño, desde fotografías hasta ropa; cualquier detalle que pudiera relacionarse con él fue definitivamente desterrado del hogar. A cambio, el cachorro, tal y como Padre había comenzado a llamarlo, ocupó su cuarto al lado del de Axel y el amor perdido de Madre, de pronto un dechado de ternura, tal y como había sido siempre. Incluso el nuevo pareció olvidar enseguida su vida anterior, aceptando el rol que se le había propuesto sin grandes problemas.

Axel no lo encajó tan bien.

Consternado al principio, molesto después; trató de hacer ver a todo el mundo que eso no estaba bien. Aquel impostor no era su hermano. Su hermano estaba muerto y enterrado, y nadie podía cambiarlo. No podía entender cómo su madre había aceptado con tanta alegría que el cuco se metiera en su nido y pisoteara la memoria del pequeño de la familia, aunque, por supuesto, no pudo hacer nada por remediarlo, Madre era feliz creyendo que nunca había perdido ningún hijo, y quizá así fuera mejor. Pero Axel nunca consintió tragarse la farsa. Para él, Adrien sería siempre cualquier cosa menos una parte de su familia.


-…chas?

Axel despegó la vista del dibujo de la moqueta. Estaba acurrucado en un sofá, en el pequeño piso de su contacto, quien lo miraba burlón desde la otra punta de la estancia. Él sacudió la cabeza. Últimamente su mente tendía a la dispersión con una facilidad pasmosa.

-¿Decías? –Farfulló, dejando atrás los recuerdos y buscando un cigarro en su pitillera.

Su contacto, repantigado en un diván, sonrió felinamente.

-Quería saber…

-No.

-Eh, eh, no seas tan malo. Lo único que digo es que me parece un poco injusto que yo haya tenido que contarte mi vida y milagros, y la de Ed  también, y que a cambio no sepa nada de ti y de tu… cachorro.

Ya estaba con las mismas de siempre. Qué tipo tan molesto. Axel torció la boca.

-Lo nuestro es un acuerdo mutuo, ¿recuerdas? –Prendió un cigarrillo, que se colgó en una comisura-. Tú me ayudas a controlar a Adrien y yo te ayudo a ti en lo tuyo. El problema radica en que para poder hacerlo necesito conocer detalles esenciales de ése escritor, con lo que para ti informarme es, básicamente, tu parte del trato. Lo mío es la acción, que llegará pronto, te lo aseguro. Por lo demás, no te debo nada.

-¿Y qué? Sigues llevándome ventaja, y mucha. Las cosas que sabes de mí son una bomba de relojería en los tiempos que corren. Si por algún casual te levantaras por la mañana con el pie izquierdo y decidieras soltar eso en sociedad, me hundirías en la miseria; mandarías al garete mi carrera, y probablemente la de Ed también, por mucho que él se empeñe en creer que a nadie le importa. No, querido. Necesito un seguro, algo que pueda utilizar como contraataque y que te disuada de intentar nada gracioso.

Axel dio una vuelta a la correa del reloj sobre su muñeca con tal de mantener las manos ocupadas y así no pegarle un puñetazo al tío.

-Y si me negara... –masculló, sin levantar la cabeza de su regazo.

El otro lanzó una risilla. Axel no tardó en sentirlo en su espalda, los delgados brazos del tipo rodeando el respaldo del sillón y sus hombros. El contacto se le hizo revulsivo, como si algo viscoso y repugnante se deslizara lentamente por su garganta.

-De no hacerlo, quizá me sienta lo bastante inseguro como para tener una charla con Ed –la voz retumbó en su oído, apenas un provocador susurro. Luego, su aliento cálido y su lengua se pasearon por la mejilla de Axel.

No. Eso era demasiado.

Sin moverse un ápice, lo agarró del cabello y tiró de él hasta que su boca y la oreja del tipo estuvieron a la misma altura. Entonces, ignorando su quejido de sorpresa, dijo con voz queda:

-Me parece que no tienes ni idea de con quién estás jugando, maricón. ¿Que quieres destaparlo todo? Adelante. No me costará nada descerrajaros un tiro a ti y al escritor. Si he montado todo este tinglado es porque busco llevarme a mi cachorro de América sin levantar más sospechas sobre nosotros. Mancharme las manos a estar alturas, cuando el interés en nosotros está casi disipado, sería una estupidez, pero no tengas la menor duda de que lo haré como sigas insinuando que puedes chantajearme.

Soltó a su contacto, que retrocedió como si lo hubieran pinchado.

-Au –se lamentó. Axel percibió un leve temblor en su voz.

Sonrió, enormemente satisfecho.


Los días previos a un estreno servían para poner a prueba la resistencia vital de Ed.

Las interminables jornadas de ensayos peleando con los actores, con los del vestuario y con los productores (cuando los había) lo dejaban tan extenuado que más de una vez tenía que escabullirse y refugiarse en su cuartel general, uno de los cuartitos ocultos junto al escenario que utilizaban los chicos para cambiarse y esperar antes de salir a escena. Allí gozaba del ambiente necesario para la catarsis, aunque fuera sólo unos minutos antes de volver a sumergirse en la vorágine del escenario.

Esa mañana se dejó caer por allí para comer tranquilo y de paso pulir algunos errores históricos del guión que su actriz protagonista había tenido la amabilidad de señalarse… cuatro días antes del estreno. Estaba sentado en su maltrecho escritorio, buscando un libro de referencia, cuando sus manos toparon con algo al fondo de un cajón.

Una fotografía.

Estaba muy manoseada, y los negros y grises se habían difuminado hasta casi fundirse con el blanco del fondo, pero allí estaba ella. La única de los dos que había permanecido inmune al paso de los años.

Ed se quedó largo rato con la foto en la mano. Le sorprendió darse cuenta de que ya apenas recordaba el rostro de su esposa. Tampoco sentía aquel dolor asfixiante cada vez que le dedicaba el menor pensamiento, algo normal, bien mirado, pues pronto harían ya seis años de su muerte, pero desconcertante de todos modos. Lo cierto es que todavía notaba una ligera turbación al mirar aquella foto, como si algo muy profundo en su interior no terminara aún de hacerse a la idea de que ya nunca volvería a despertar a su lado.

La experiencia le había demostrado a Ed que lo peor no era que la hubieran arrancado de pronto de su vida, sino esa soledad que lo llenaba todo y que lo devolvía reiteradamente a su doloroso recuerdo. Ahora, la ingente cantidad de trabajo que le daba la compañía y el saber que habría alguien esperándolo en casa habían conseguido paliar ese dolor hasta reducirlo a un leve pálpito de nostalgia.

Estaba bastante a gusto pensando mucho y trabajando poco, pero unos toques en la puerta lo obligaron a despegar la vista de la imagen de su esposa y atender otros asuntos más terrenales.

-¿Ed? ¿Se puede?

Él acarició la foto una última vez y la enterró de nuevo en el cajón.

-Mientras que no sea para fusilarme otra vez el guión… –contestó a la carita que se asomaba a la puerta.

-Tranquilo, creo que dejaré sus restos moribundos a los críticos –ella entró, dedicándole una deslumbrante sonrisa.

Cara era su actriz favorita, una belleza de ascendencia tailandesa que provocaba los constantes celos de Jem (bueno, ¿y cuándo no se ponía celoso el tío?). Si éste era su confidente, Cara hacía el papel de mejor amiga. La conoció cuando su teatro todavía tenía algún valor en Broadway, y Ed enseguida supo que tenía que estar en su elenco de actores fuera como fuese. Lo que no sabía es que más tarde Cara se convertiría en su principal apoyo al morir su mujer, ni que su consejo de dejar la vieja compañía y empezar de cero con una más pequeña, con actores anónimos, sería mejor para su ánimo inestable. Y, aunque al hacerlo las deudas no dejaron de acosarlo, sí que logró su objetivo de alejarlo del opresivo ambiente del teatro de alto standing .

-Ha sido una mañana dura, ¿verdad, Eddie? –dijo ella, sentándose en el borde de su mesa. Se acababa de recoger la larga melena negra en un moño alto y estaba más bonita que nunca.

Ed asintió.

-Al menos Jem ha tenido la decencia de no aparecer en el ensayo general para quejarse de cosas aleatorias –replicó.

-Jem es un caradura.

-Amén.

Hablaron de cosas insustanciales: de la obra, de lo gilipollas que eran los nuevos productores. Ed se preguntó internamente dónde andaría Jem. Lo más seguro es que hubiera prescindido del trabajo para darse una vuelta por algún lupanar gay. Lo hacía demasiado a menudo para el gusto de Ed, pero, de todos modos, no le preocupaba. Aunque era un poco pendenciero y tenía la mala costumbre de acabar siempre en los lugares más sórdidos de Nueva York, sabía arreglárselas él solito.

Después de la charla, decidió cortar los ensayos. Lo poco que les quedaba por mejorar lo podían hacer al día siguiente, así que dejó a Cara al mando y se internó con paso ligero bajo una fría llovizna.

Tenía unas ganas tremendas de llegar a casa.


Adrien estaba tan concentrado intentando convencer a su aterrado gato de que saliera de debajo de la cama sin que éste le sacara un ojo que no se percató de la presencia de Ed hasta que el escritor estuvo observándolo por encima de su hombro.

-Me gustaría saber qué haces en mi habitación, tirado a cuatro patas en el suelo. Aunque la visión no me disgusta, si te digo la verdad.

-¡Ah! ¡Ed! –el aludido lo miraba desde arriba, una ceja alzada y el abrigo chorreando-. ¿P-por qué estás aquí?

-Ésta es mi casa, criatura –Ed se agachó a su lado y trató de atisbar bajo la cama-. ¿Qué pasa ahí abajo?

Adrien abrió y cerró la boca, como un pez comiendo. Hace unas hora, y después de pasarse media mañana perdiendo el tiempo de la forma más improductiva posible (llorando en el suelo), había decidido buscar algo que excusara el enorme cardenal que le había dejado Axel en el vientre al aplastarlo tantas veces contra la mesa. Mientras limpiaba el desaguisado oyó a Gato maullar lastimeramente bajo la cama de Ed y se le ocurrió el plan. Pero ahora Ed lo había pillado tan desprevenido que se le acababa de olvidar todo de un plumazo.

-Estaba… ah… -Gato salió al rescate clavándole las garras en el dorso de la mano y, de paso, llamando la atención de Ed-. ¡Ay!

-¿Qué hace esa bestia infame debajo de mi cama?

El escritor lo miró como si en lugar del gato hubiera salido de ahí abajo algo viscoso y con antenas, y al hacerlo se topó los sendos trozos de tela con los que se había cubierto Adrien las muñecas laceradas.

-Eh, ¿y esto? –preguntó, olvidando al angora por un momento para tomar a Adrien del brazo.

-Y-yo…, hace un rato… Hace un rato oímos un estruendo en el piso de arriba, y Gato se asustó tanto que se escapó por el hueco de la ventana de mi habitación. Yo no quería salir, pero tenía miedo de que Gato pudiera cruzar la carretera, como aquella vez… ¿lo recuerdas? Tuviste que bajar corriendo a la calle para que no lo atropellaran.

-¿Que fuiste a la calle?

-Sí. Sólo salí por la ventana para cogerlo, sería un momentito, pero a Gato le podían los nervios y me arañó las manos –Adrien había tenido la precaución de envolverse con la tela casi toda la mano además de la muñeca a fin de hacer la historia más creíble-. Yo, que estaba asomado fuera de la ventana, perdí pie y me caí rodando por la escalera de incendios.

Ya está. Ya lo había dicho. Y tras hacerlo, enmudeció, esperando cualquier cosa. Cumplida su misión, Gato se arrastró hacia el exterior, pasó al lado de un Ed estupefacto y se subió a la cama para otear con infinita precaución a su alrededor. Cuando se aseguró de que Axel no rondaba cerca para aterrorizarlo a él y a su amo, saltó a los brazos de Adrien, rogando su perdón por tanta cabezonería con fuertes ronroneos.

-¿Me estás diciendo –comenzó Ed, después de un tenso instante de silencio en el que Adrien contuvo el aliento temiendo lo peor- que te has expuesto a que te descubran y te has caído por culpa de ese animal?

-Miau –corroboró Gato.

-Yo lo mato.

Adrien soltó rápidamente  al angora y dejó que se pusiera a salvo. Por si acaso.

-Él no tiene la culpa, Ed, sólo es un gato. Quizá debería haberlo dejado tranquilo. De hecho, al final volvió a entrar él solo en casa.

Ed se cubrió los ojos con una mano.

-Y todo eso para que luego encima entrara por su cuenta… La de cosas que hay que aguantarle a ese bicho.

Con un resoplido, se levantó y comenzó a desvestirse. Adrien respiró tranquilo. Esa era una de las cosas que más le agradaban de Ed. Ya podía detestar a Gato (y Gato a él, de eso no había duda), pero admitía su presencia en su propio hogar sólo por no dejarlo tan solo. Y confiaba en Adrien, vaya que si lo hacía. Casi ciegamente, podría decirse. Gracias a eso, la presencia de Axel seguiría sin contaminar el espacio sagrado que constituía aquel piso decrépito en Manhattan.

Sentado en el suelo, observó el compacto corpachón de Ed. Su querido escritor conservaba el tipo que el servicio militar en el frente del Pacífico le había exigido para no acabar en una zanja. Su presencia marcial, de hombros anchos y musculatura que se resistía a abandonar su cuerpo cuarentón, fascinaba a Adrien hasta hacerlo babear mientras lo miraba.

-Adrien.

Él levantó la vista, pero antes de que pudiera hacer nada se vio estrujado en los brazos de oso de Ed. El escritor le restregó la sombra de barba por la mejilla imberbe igual que un felino amoroso y Adrien le respondió de igual forma, ronroneando.

-Te he echado mucho de menos, criatura.

Él suspiró. Otra de las muchas cualidades de Ed. El tratarlo siempre… bien. Con gentileza. Se le hacía tan adorable que casi podía permitirse el lujo de olvidarse por completo de Axel. Casi.

-Me dejas solo todo el día y luego pasan estas cosas –Adrien enterró la cara en el hueco de su hombro, sonriendo por primera vez en toda la mañana.

-No pasarían si tú no fueras un descerebrado irresponsable y ése gato un animal infernal.

-En el fondo nos quieres.

-Sí, más o menos –Ed lo levantó en el aire y lo arrojó a la cama como si nada-. Y ahora cállate y estate quietecito, que voy a ver si te han quedado más secuelas de la refriega…

Lo dijo en un tono que le erizó a Adrien todos los pelos del cuerpo y que le arrancó una risilla nerviosa. Gato la coreó con un maullido enfadado y, una vez más, nadie le prestó atención. Su amo estaba demasiado ocupado retorciéndose debajo de Ed. Los dedos de su casero se paseaban por debajo de su camiseta, rozando las marcas que le dejó de recuerdo su hermano hacía sólo unas horas, desnudándolo como quien quita el envoltorio a un caramelo.

Ed no hizo ningún comentario acerca de los moratones. Se coló entre las piernas de su protegido y dejó que Adrien rodeara con ellas su espalda y se empalara él mismo en su rabo mientras él le mordisqueaba la oreja, oyéndolo gimotear bajo su cuerpo.

Axel había destrozado a Adrien hacía sólo unas horas, pero él no sentía dolor alguno en ése momento; le ponía demasiado cachondo el cuerpo maduro pero todavía terso y duro que tenía encima, y el vergel de espeso vello castaño en el pecho de Ed. Sin olvidar aquella tranca que tanto lo enloquecía; un estilete de carne que, aunque no lo llenaba como el pollón de Axel, sí que llegaba a hundirse en su culo lo bastante como para perdonarle esa carencia. Inquieto, se removió en los brazos del escritor.

-Ed –llamó con voz trémula.

-Qué.

-Deja de hacer el tonto y fóllame.

-No me provoques, criaura… No me provoques…

Pero lo hizo. Lento, salía y entraba de él con una cadencia torturadora. Y era tan delicioso. Adrien únicamente podía estremecerse y llamarlo por su nombre, una y otra vez; y Ed contestaba siempre con un ese “qué” que no era una réplica ni era nada, acariciándolo sin parar, entrando y saliendo, besándolo con una ternura nueva y excitante para Adrien, que a pesar de haber tenido ya sesión se sexo esa mañana no pudo aguantar ni diez minutos sin descargar sobre su propio pecho.

Ed no paró. Aún estuvo machacándolo un rato, y de vez en cuando le decía cosas bonitas, tanto que cada vez que lo hacía a él le daba una especie de retortijón y se le subía toda la sangre a la cara. Al final se corrió dentro de él, como siempre, sin hacer más ruido que un resuello en su oreja y dejándolo con el corazón golpeándole violentamente en el pecho.

-Adrien –Ed le rodeó el cuello con los brazos. Lo miró a los ojos y repitió,  sin un titubeo:-, te he echado de menos.

Él se rio, poniéndose rojo de una forma ridícula.

-¿Por qué? Sólo has estado medio día fuera, exagerado.

-Bueno, ¿y por qué no?

Adrien no supo responder. Se sentía un poco tonto por ponerse de pronto tan nervioso con Ed, aunque estaba bien. De hecho, estaba tan bien que sólo volvió a acordarse de la cita con Axel justo antes de quedarse adormilado junto a Ed. Y en ése momento ni siquiera le importó.