1950 ii

-Sí… -Adrien abrió la boca y sacó la lengua. Axel le lanzó un salivazo que él tragó como si se tratara de algún manjar exótico-. Soy… soy tuyo… Soy tu puta… señor.

NOTA DE LA AUTORA

(Éste es el segundo capítulo de la historia. Si no has leído las primeras partes, sería recomendable que lo hicieras; pero vamos, todo es cuestión de libre albedrío...)

2

Un ronroneo grave despertó a Adrien.

Lo primero que vio fue el rabo peludo del angora sacudiéndose delante de su cara; lo primero que sintió, el duro tacto del revólver en sus manos. Aguzó el oído, los dedos tensos sobre el arma, pero no oyó la respiración de Ed. En la habitación, muy tenuemente iluminada, sólo quedaba su gato. Él se atrevió por fin a levantarse, con el animal en el regazo, e inspiró hondo, aliviado.

Ed debía haberse marchado pronto. A falta de cuatro días de un nuevo estreno, sus ausencias se prolongaban durante días enteros que Adrien no tenía ni idea de cómo llenar y que normalmente lo dejaban aburrido y desesperado. Aquel día fue una flagrante excepción. Sentado en la cama y envuelto en la penumbra mientras pasaba un dedo por un punto determinado de la pistalo, agradecía a todo lo sagrado esas ausencias. Lo último que necesitaba era a Ed metiendo las narices en su cuarto. Y es que la presencia del arma podía ser fácil de explicar, pero el sello de una banda criminal grabado en la culata, no.

Mientras lo contemplaba, tuvo un pálpito desagradable.

Presa de una súbita ansiedad, se levantó y deambuló por la habitación, sin despegarse del revólver. Paradójicamente, su peso no le suscitaba ni pizca de seguridad, sino temor; una especie de desasosiego del que podía olvidarse si ocupaba la mente en tareas mecánicas y anodinas, pero que volvía, siempre volvía, configurado en un palpitar incesante de culpa, como el corazón delator de Poe.

Bajo la cama, también en envuelto en telas, Adrien tenía un calendario en el que marcaba los días de la cuenta atrás, pero los meses con Ed lo habían vuelto confiado y despreocupado, y conforme se sucedían las noches con él, iba olvidando su verdadero propósito en la ciudad. El volver a sacar la pistola del fardo no supuso más que una dura vuelta a la realidad.

Dejó la pistola sobre la cama y se agachó. El calendario se había quedado estancado en febrero de 1949, apenas unos meses después de instalarse allí. Adrien pasó las páginas rápidamente hasta situarse en diciembre e hizo un cálculo mental. Había pasado un año y un día exactos.

Antes de que pudiera sorprenderse, o alarmarse, oyó un chasquido y algo duro presionó su nuca.

-Se acabó el plazo.

Se quedó sin aliento.

No hacía falta girarse para saber de quién se trataba. Le bastaba con la fuerza de aquella voz, que, sin ser más que un susurro, retumbó en su cabeza como un tambor de guerra. O la contundencia de las manos que lo obligaron a darse la vuelta para encontrarse de frente con el cañón de su propia arma a contados centímetros de la frente. Si que Ed descubriera que era realmente un mentiroso lo aterraba, el que su hermano postizo se presentara allí y lo encañonara con una pistola le producía un miedo y una excitación innombrables.

-Levántate.

Adrien obedeció con presteza. El otro había dejado de apuntarle y ahora él tenía una perfecta visión de su engañosamente delgado cuerpo, enfundado en un traje italiano, y del rostro pétreo, carente de expresión, pero no por ello menos amenazador. Él se estremeció.

-Axel, yo… -iba a excusarse, a tratar de aplacar aquella ira que conseguía remodelar su carácter y reducirlo a una sombra temblorosa y sumisa, pero fuera lo que fuese a decir se perdió para siempre. Axel le soltó tal guantazo que tuvo que sujetarse al cabecero de la cama para no caer. Gimió, más por la sorpresa que por el dolor palpitante que se extendió en forma de hormigueo por su cara.

-Nadie te ha pedido que digas nada –la voz del hermano estaba teñida de furia. Adrien comprendió que hablar había sido una mala idea-. La próxima vez que tengas que abrir la bocaza, que sea porque yo te lo he dicho, ¿entendido?

-Sí –masculló él, sin atreverse ni a acariciarse la mejilla dolorida.

-¿Sí, qué?

Adrien lo miró sin comprender. Ed lo había malacostumbrado con una vida sencilla, lejos de esa dominancia férrea. La consecuencia fue otra bofetada, esta vez en el otro lado, como para compensar.

-¿Sí, qué? –repitió con cierta ferocidad mientras volvía a alzar el brazo.

-Sí, señor –las palabras salieron disparadas como acto reflejo, sin más.

Axel lo miró durante largo rato, todavía con el brazo en alto. Adrien se preguntó cómo habría entrado en la casa. Por supuesto, no manifestó la duda en voz alta, sino que esperó temeroso y con la vista fija en la corbata negra de su hermano a que éste se dignara a volver a hablarle. Aunque con algo de retardo, recordaba las viejas costumbres. Callar y obedecer.

El gato bufó desde algún rincón. Nadie le hizo caso. Finalmente, Axel lo agarró de la barbilla, obligándolo a mirarlo a los ojos.

-Parece que este año de catarsis te lo has pasado muy bien, ¿eh? –dijo. Su voz era completamente átona, sin el menor atisbo de rabia. Un escalofrío recorrió vértebra a vértebra la columna de Adrien-.         Incluso has recuperado esos modales de repartidor de periódicos que inexplicablemente atrajeron a Padre y que tanto me costó arrancarte.

Puso especial énfasis en la última palabra al tiempo que engarfiaba los dedos en su mentón, como si pretendiera arrancárselo también.

-¿Sabes cuánto tiempo estuve esperándote ayer en el muelle? Horas. Incluso me quedé a ver cómo zarpaba nuestro barco sin nosotros. Incluso me di una vuelta por las orillas del Hudson por si veía algún cachito de tu cuerpo flotando en el agua –Adrien notó un hormigueo en el estómago, pero no por la ira escondida en las palabras de su hermano. Se había preocupado por él, y eso compensaba con creces los años de abnegada adoración que él le había profesado, adoración que nunca se veía compensada.

-Lo siento –barbotó, debatiéndose entre la emoción y la culpa.

-Cállate. ¿Se puede saber qué era tan importante para ti como para no escapar de una vez de este jodido país? –silencio. Axel soltó la barbilla de Adrien y descendió hasta su pecho, donde el corazón le batía desbocado. Repitió la pregunta, con el mismo silencio avergonzado como respuesta. Entonces le retorció un pezón-. Dímelo.

El chico arqueó la espalda, haciéndose más daño. Se sentía mal. Mal por Axel, que había hecho malabares para salvarlo de acabar en el maletero de una furgoneta, que le había buscado un piso franco en el que ocultarse de su padre al menos hasta que el impulso asesino de éste amainara lo suficiente como para poder huir a Europa. Adrien se lo había compensado de la forma más egoísta: olvidándolo por completo.

Y ahora Axel lo sabía, sin necesidad de palabras, porque leyó en su silencio. La indignación burbujeó en sus ojos grises.

-Ya veo que convertirse en la puta de un escritor de segunda es suficiente motivo como para dejar en la cuneta a la mano que te da de comer –soltó a Adrien, quien retrocedió humillando la cabeza-. Estuve meses buscándote este sitio para que te escondieras de padre, no para que te tiraras a tu casero.

Adrien no debía hablar. No podía. ¿Quién sabe cuáles serían las represalias? Y sin embargo…

Sin embargo, necesitaba explicarse y calmarlo, y que volviera a adoptar aquella pose de suficiencia que ocupaba sus sueños húmedos cada noche. Así que cerró los ojos, inspiró hondo. Y habló.

-Yo no tuve más remedio que dejar que…

Y ya no dio tiempo a más, porque de repente estaba tirado de espaldas en la cama y Axel le inmovilizaba los brazos sobre el pecho, sus pupilas horriblemente dilatadas.

-Nadie tiene derecho a tocarte –bramó. O esa fue la impresión que le dio a Adrien. En realidad, su hermano nunca alzaba la voz; el mero hecho de oír su voz bastaba para desgarrarle el alma-. Tu culo me pertenece. Tú me perteneces. Lo prometiste.

-Lo siento…

Axel gruñó. Adrien trató de tranquilizarse convenciéndose que en el fondo no sería tan malo. Recibiría su castigo, por supuesto, pero no podía ser peor que las otras muchas veces que lo había molestado. Estaba acostumbrado… Lo estaba… ¿no?

-Todos los de tu clase sois iguales, ya me lo advirtió padre. Pero tú parecías tan manso, tan recatado –meneó la cabeza con energía, lo que provocó que lacios mechones negros bailotearan en su frente. Adrien contempló el movimiento completamente hipnotizado, a pesar de haberlo visto ya como un millón de veces. Su polla alcanzaba a rozar el pantalón de Axel, pero él todavía no lo notaba y el rubio rezó para que lo golpeara, lo humillara, hiciera que se le bajase el calentón como fuera-. Y al final sólo eres una puta que se vuelve loca por que le llenen el agujero. Porque sé que eso mismo es lo que llevas deseando desde que me viste, ¿eh? Deseando que te empotre contra la pared y te preñe, igual que ése escritorzuelo.

Eso era demasiado. Lo tenía encima, sometiéndolo completamente y haciéndole desear imposibles con aquella frase bien cierta, que le provocaba imaginar verse partido por primera vez por la gorda verga de Axel. Enseguida sintió un fuerte cosquilleo en el vientre. El bulto en su pantalón era escandalosamente evidente, tanto para Adrien como para su Adonis particular. Y si el primero pensaba que su erección lo enfurecería más al hermano, se llevó una grata sorpresa al descubrir la sonrisa sinuosa en su cara.

-Lo que yo te decía –acercó el rostro al del chico y exhaló. Su aliento caliente y húmedo hizo revolverse a Adrien con un quejido extático-. Ahora bien, como soy un caballero te daré la oportunidad de redimirte. Porque quieres volver a ser mi cachorro, ¿verdad?

Asintió con fuerza, ahogándose en la sensualidad de sus párpados caídos. Estaba ebrio de él, ebrio de un anhelo de su piel tan fuerte que lo dejaba sin respiración.

-Sí… -Adrien abrió la boca y sacó la lengua. Axel le lanzó un salivazo que él tragó como si se tratara de algún manjar exótico-. Soy… soy tuyo… Soy tu puta… señor.

Y no mentía. No era como Ed, un simple homosexual, sino una auténtica puta, justo como había dicho padre cuando lo descubrió con el tremendo cipote de Axel encajado en la garganta, hacía ya trescientos sesenta y seis días. A Adrien no le importaba asumir ese rol si eso lo acercaba más a Axel; es más, lo hacía encantado de la vida. Por eso se dejó hacer, y a partir de ahí todo fue una espiral vertiginosa de acontecimientos. El hermano le arrancó la ropa a tiras, literalmente, y le ató las manos por detrás de la espalda con su propio cinturón; lo arrastró hasta el salón, donde le aplastó la cara en la mesa. Estaba siendo vejado y aun así seguía bien empalmado, tanto que sentía incluso dolor de placer impaciente. Entonces, mientras él veía su aliento condensarse en la superficie pulida y fría de cristal, Axel hizo acto de presencia en su esfínter. Adrien comprendió que no habría preliminares, ni mimos; de hecho, por no haber no había ni insultos, todo el acto transcurría de la forma más fría e impersonal. A fin de cuentas, estaba siendo castigado, ni más ni menos, pero aun así gritó hasta quedarse sin voz cuando aquel rabo de grosor desproporcionado pugnó por adentrarse en él, abriéndolo, rompiéndolo con cada golpe de cadera. Axel ignoraba por completo sus lamentos y lo sacudía cual muñeco de trapo, gritándole cosas que Adrien oía y que su cerebro era incapaz de comprender.

Estaba fuera de control y eso lo asustaba… o quizá lo excitaba, no lo sabía. Lo cierto es que ya no era capaz de distinguir nada. Su mente era un pulso de dolor continuo, y de placer también, desgarrador y salvaje, que anulaba sus sentidos. Axel levantaba su cuerpo cogiéndolo del cinturón, lo azotaba con una mano, entraba y salía de él con la férrea determinación de un tanque, sin descanso. Y Adrien quería que todo terminara de una vez, pero las estocadas eran profundas y tocaban algo dentro de él que revolvía su cuerpo en oleadas de calor que no quería parar por nada del mundo. Sí y no.

Jadeaba con toda la lengua fuera de la boca. Cada vez que Axel lo penetraba arrastraba la mesa consigo hasta que ésta topó con la pared y atrapó a su víctima. Él sólo emitía sonidos guturales, con la polla a punto de estallar y el culo ardiéndole. En cierto momento, su hermano postizo se echó sobre él y le mordió el cuello. Sin poder hacer otra cosa que revolverse bajo su cuerpo y ensartarse más en su verga, Adrien sintió que le fallaban las piernas. De pronto veía los contornos de la sala demasiado nítidos y brillantes, al punto de hacerle daño en la parte posterior de los ojos. Axel debió notarlo, porque al momento la presión en su cuerpo desapareció y se hizo el vacío en su recto.

El hermano se dejó caer en el sofá, las piernas abiertas en ángulo agudo, expectante. Lo llamó varias veces, y Adrien tardó una eternidad en darse cuenta de lo que quería. Al final se despegó penosamente del cristal, avanzó tembloroso hacia él y cayó entre sus muslos, con la polla de Axel pegada a su mejilla. Sin que nadie le dijera nada, abrió la boca y probó a limpiar los restos de sus jugos pegados. En lugar de eso recibió un pollazo en la cara. Suspiró, desencantado.

-¿Todavía tienes ganas de jugar, cachorro? –Axel le restregó el capullo por la cara esquivando la lengua desesperada de Adrien- ¿Quieres polla? –volvió a golpearlo y él lanzó un gemido de frustración-. Pues deja de hacer el tonto y pídemela.

-Por favor, Axel.

Otro pollazo.

-De Axel nada.

-Por favor, señor –rectificó inmediatamente con los labios entreabiertos y la respiración entrecortada. Axel no parecía muy convencido y él se apresuró a añadir, suplicante:-. De verdad que quiero chupártela, ahora mismo es lo único que quiero en el mundo, y si no me dejas, te juro que me muero… señor.

El otro soltó una carcajada.

-Bueno, si es cuestión de vida o muerte…

Adrien envolvió con sus abultados labios aquel trozo de carne tiesa antes de que su torturador pudiera cambiar de opinión. Pronto tenía la boca llena, las fosas nasales inundadas del aroma a sexo y Axel. Y, a pesar del dolor insoportable en su culo, no pudo sentirse mejor.

De modo que se esmeró en la mamada. Subió y bajó recorriendo cada milímetro del miembro, lamiendo, chupando, tragando. Arrancándole unos suspiros a su hermano que le provocaban escalofríos de placer sin tocarse. Axel no tardó nada en tomarlo del pelo y guiarlo con movimientos frenéticos, pero Adrien tragaba sin una queja, gimoteando y cachondo perdido. Y entonces el hermano resopló, tiró de él hacia atrás y descargó una tanda de trallazos de su lefa en su cara. Después se dejó caer y cerró los ojos.

Adrien lamió el semen que estaba a su alcance, entrompado de tal forma que le dolía casi más que el recto. Cuando Axel se repuso él observó arrodillado en el suelo cómo recuperaba su ropa desperdigada por toda la habitación y se vestía. Su hermano hizo como si no estuviera ahí. Tras arreglarse la corbata, dio media vuelta, dirección a la puerta. Adrien no se movió. Esperaba que dijera algo más, alguna palabra tierna. En realidad, le valía cualquier cosa.

-Mañana te esperaré en cuanto salga el sol en el callejón de al lado, junto a la escalera de incendios. Atrévete a llegar tarde y verás lo que es bueno.

Accionó el picaporte. Adrien lo llamó.

-Axel, yo…

Un portazo. Desde el otro lado, le llegó el repiqueteo de los mocasines de Axel en el rellano, alejándose. Lo había dejado ahí tirado, atado, empalmado y con la cara pringando.

Adrien no quiso imaginar lo patético de la escena, así que se levantó de alguna manera y fue al dormitorio de Ed. Allí forcejeó con el cinturón hasta que consiguió romper el material frotándolo contra un saliente afilado del somier. Evidentemente no salió indemne, y ahora unas líneas rojas en sus muñecas se añadían a la lista de contusiones y dolores que le adornaban el cuerpo. Resignado, abrió el armario para verse en el espejo de la cara interior de la puerta. Tenía el pelo rubio pegajoso y hecho un cisco, y moratones cuya procedencia Adrien no recordaba de la cabalgada y que le sorprendió descubrir. La frialdad de Axel le había bajado el calentón pero aun así se masturbó delante del espejo, fantaseando con que era su hermano quien se la sacudía aunque eso no fuera a suceder en la vida. Terminó corriéndose en su mano, derrengado en el suelo, con la cara apoyada en el espejo, que sin darse cuenta había estado lamiendo mientras susurraba el nombre de Axel. Al principio su respiración jadeante inundó el espacio vacío del cuarto. Luego, los fuertes latidos de su corazón. Y finalmente, nada.

Abrumado por la cantidad de sensaciones que lo acosaban, dolorido por la indolencia de Axel, aterrado por lo que ocurriría cuando Ed llegara esa noche y viera su estado; se hizo un ovillo en el suelo y rompió a llorar.

(Se agradece cualquier comentario o crítica, que siempre ayudan a mejorar :3)

CONTINUARÁ EL 10-13 DE JUNIO