1950 i
Tras comprobar el estado de su miembro, un monstruo rígido como un palo y babeante de líquido preseminal, volvió con su labor, masturbándolo con energía. Adrien comenzó a recuperar algo de confianza, hasta acabar observando la operación acariciándose la casi cicatriz de su tripa.
Viene de la primera parte http://www.todorelatos.com/relato/89168/
1 (Continuación)
-Así que eres un viejo verde. Y maricón.
Ed se atragantó con el humo del puro. Estaban sentados en el viejo sofá del salón aprovechando uno de los preciosos días libres del escritor, que, en vista de la víspera de Navidad, había decidido suspender los ensayos y darles un respiro a los chicos de la compañía. A pesar de que solo había pasado cosa de una semana desde que Adrien irrumpiera en su casa, de la puñalada con la que se presentó el chico ya no quedaba más que una herida casi cicatrizada. Tuvo suerte; con toda esa sangre y la pinta aparatosa del corte, sólo resultó ser eso: un corte. Un rasguño del que Adrien hizo todo un circo, eso sí.
Era todo un caso, aquel chico. Hablaba sin parar de mafiosos, de tiros y de estar justo en el lugar oportuno en el momento menos indicado, y la verdad es que, aunque Ed pensaba que estaba más bien chalado, tenía algo de encanto que se empeñaba en joder con desafortunados comentarios lanzados como una metralleta en cuanto se hacía el silencio ente ambos, por pequeño que fuera.
-Y tú un ingrato –Ed recuperó la compostura en un tris y le dedicó una mirada de mala leche-. Te presentas en mi casa (que anda que no había pisos en éste edificio; no, te tenías que plantar en el mío y ponerme perdido el felpudo), me pides con todo el morro del mundo que te acoja, como si esto fuera la posada de mi tía Petra, y encima me sueltas como excusa un rollo sobre gánsgters que huele a peliculón de sobremesa. No me jodas anda. Tú estás, como mínimo, para que te aten y no veas más la luz del sol.
Adrien se encogió de hombros e hizo una mueca burlona. Le chispeaban los ojos.
-Y tú me pides a cambio sexo. ¿Qué crees que hubiera pasado si yo te hubiera dicho que no, si me hubiera escandalizado? Podría habérselo contado a todo Broadway. Lo de que eres maricón, digo. No me hubiera sido difícil; sé quién eres, vi a lo que te dedicabas en la plaquita de la puerta.
-¿Tú crees que a alguien le importa lo más mínimo donde meta la polla un dramaturgo de segunda? –Replicó él, tratando de desviar la vista de sus sensuales labios-. Podrías gritar mi nombre en mi teatro y la mitad de mis hombres ni volverían la cabeza. En Manhattan sólo me conocen los acreedores, y no sé yo qué decirte. De todos modos, si me viera en apuros siempre me quedaría arrancar la plaquita. Si está ahí es para que se acuerden de que existo, la verdad.
El chaval lanzó una carcajada. Al reír cruzaba los brazos sobre el pecho y se sujetaba los costados con una sonrisa inmensa, una media luna blanca. Adrien no le había dicho su edad, pero no aparentaba más de veinticinco. Se llevaban al menos veinte años. La diferencia de edad mareó a Ed.
-Un viejo verde maricón y perdedor –lo pinchó el otro, ajeno a sus inquietudes.
-Y un desequilibrado pervertido. Te recuerdo que no tenías por qué aceptar el trato.
-No tenía más remedio, ya sabes que de quedarme en la calle, ellos me…
-Te llevarían a dar una vuelta a un descampado, sí –Ed hizo un gesto despectivo-. Oye, déjate ya de historias. Ya sé que eres una especie de sin techo gorrón. Encantador, pero gorrón.
Adrien no respondió. Se quedó mirándose las suelas de los zapatos, sonriendo. Ed aprovechó que ya no estaba pendiente de él para devorarlo con la mirada, tratando de memorizar cada mínimo detalle de su anatomía perfecta. Era la primera vez que pasaban más de media hora juntos y Ed quería recordarlo cuando tuviera a Jem haciendo aspavientos en el escenario y quejándose todo el día por tener tan poco diálogo.
-¿Realmente piensas que soy un mentiroso?
Ed resopló. Claro que lo pensaba. De hecho, estaba empezando a arrepentirse de haberlo dejado entrar. Se prometió dejar de mirarlo y no encapricharse más con él para poder largarlo cuanto antes.
-¿Es que no es para no creerlo? –Inquirió. Adrien no dio muestras de sentirse ofendido-. Tu historia me chirría y encima eres un payaso. No las tienes todas contigo, chaval, pero me halaga el hecho de que no salieras corriendo en cuanto se me vio el plumero.
-Pues es cierto. Me contrataron para un trabajito aquí, en Manhattan; algo de un reparto, rápido, sencillo, con un sueldo de narices. Simplemente tenía que llevar el carro al lugar acordado y dejarlo allí, sin más. No me dijeron qué tipo de carga llevaba, y encima se me prohibió verla siquiera. Pero yo soy un tipo curioso, ¿sabes? Y… -hizo una pausa dramática. Ed volvió a resoplar. Debía ser como la quinta vez que Adrien le soltaba el rollo-. Bueno. No lo pude evitar. Cuando vi el cuerpo pensé que iba a desmayarme.
-Y entonces saliste escopetado. Y te dejaste la puerta trasera de la furgoneta abierta. Ahora te buscan para cerrarte la boca.
Al decirlo en voz alta, Ed se dio cuenta de que Adrien lo había convertido en su cómplice.
Si no él fuera un aficionado al cine negro con demasiada imaginación y mucha cara, claro está. Pensó rápidamente, y sacudió la cabeza para arrancarse ese pensamiento
-Claro. El problema es que ni siquiera pude esconderme. Esos bastardos tienen matones por todas partes y me pillaron antes de que pudiera ni pensar a dónde podía huir. Fue entonces cuando me apuñalaron.
-Ya.
Había dejado de escucharlo. El soniquete de su voz meliflua se colaba en su cabeza, lo hipnotizaba. Con él le ocurría a menudo. Cuando no era su voz eran los fascinantes destellos dorados de su pelo, o la mueca burlona que parecía llevar tatuada en la cara.
En ese momento, Ed recordó que llevaba más tiempo del que quería pensar sin follar. Desde que su dulce esposa murió, quizá, o desde que se cansó de tener que hacerles trabajos bucales a los productores para financiarse los estrenos y su carrera se fue a pique. Lo más probable es que le embargaran el teatro de un momento a otro, y entonces no tendría ni para pagarse una puta, así que ¿por qué no aprovechar una oportunidad cuando se le arrastraba sangrando dentro de casa?
Qué carajo. A la mierda si es un borracho imaginativo. Por lo menos si me deja tieso de un garrotazo y se lleva todo lo que no esté fijo en el suelo, no tendré que volver a pelearme con el banco.
Adrien estaba hablando de vete tú a saber qué. Ed se acercó un poco más y con un dedo le apartó un rizo rubio de la cara. La conversación cesó de golpe. Su inquilino se envaró en el asiento, crispando levemente el rostro sólo unos segundos, lo suficiente para que Ed se percatara. Abrió la boca en un interrogante que nunca llegó a formular, pues Adrien se le adelantó:
-Espera…
-No, no espero. Ya hemos hablado de esto. Y quedamos en que iba a follarte cuando me pareciera.
-Bueno, sí, pero… pensé que podríamos negociarlo…
-Ya. Qué gracioso –Se inclinó sobre él. Adrien lo esquivó echándose prácticamente sobre el sofá. Antes de que pudiera decir nada más, Ed lo acorraló y lo besó.
Bueno, sería más correcto decir que lo devoró. Invadió la boca del otro, mordiéndole los labios, recorriendo cada milímetro de su boca con la lengua. Adrien quedó tan impresionado que hasta olvidó cómo respirar, aunque, afortunadamente, su cerebro no olvidó cómo empalmarse. Ed se dio cuenta.
-¿Es que ya no quieres negociar nuestro trato? –rió.
-Y-yo no tengo la culpa de… -Ed le agarró el paquete y él perdió el hilo de lo que iba diciendo-. ¿Pero qué haces?
A modo de respuesta, el escritor deslizó la mano dentro de su pantalón, sujetó su verga erecta y masajeó suavemente la base, atento a la progresiva metamorfosis de los balbuceos de Adrien en algo distinto. Cuando su invitado decidió abandonar la causa, Ed le arrancó la ropa sin recibir demasiada resistencia a cambio, y se deleitó con el cuerpo suave y blanco que había ocultado. Tras comprobar el estado de su miembro, un monstruo rígido como un palo y babeante de líquido preseminal, volvió con su labor, masturbándolo con energía. Adrien comenzó a recuperar algo de confianza, hasta acabar observando la operación acariciándose la casi cicatriz de su tripa.
-Se nota que tienes experiencia, ¿eh? –gruñó. Tenía los labios rojos y brillantes, y por un instante eso fue lo único que vio Ed.
Entonces decidió pasar de nivel. Siguió sacudiéndole la polla con la otra mano mientras que con la derecha, húmeda, desveló el agujerito que ocultaban las prietas nalgas de Adrien. Con el dedo índice lo palpó, notando cómo se contraía al instante. El muchacho, que había empezado a jadear como un perro, palideció.
-No, no, no –exclamó, reculando hasta casi caerse del sofá.
-¿Y ahora qué?
-Esto no, por favor –Ed sintió casi pena de él. Del susto se había quedado pálido y se lo había contagiado a su pene, ahora un gusano morcillón. Al ver el tremendo bulto del pantalón de su casero, Adrien frunció los labios-. Es la primera vez que yo… Lo que estábamos haciendo antes iba bien y… no… no quiero esto…
Ed lo acalló con una caricia.
-Ya lo entiendo –dijo-. Por muy chulito que te pongas, debajo de esa coraza sólo eres un crío. Pues bien, yo te haré un hombre –soltó una carcajada y lo miró con ternura-. Eh, pero tranquilo, que no voy a romperte. Va, vuelve aquí.
Adrien dudó, pero al final recuperó la posición inicial, con la cabeza apoyada en el reposabrazos. Ed se ensalivó un dedo y empujó, despacio pero constante, hasta que consiguió vencer la férrea resistencia. El interior caliente y apretado lo recibió al instante, y al notarlo, su polla dio un respingo.
-¿Cómo le puede gustar a alguien esto? –Se quejó su inquilino.
-¿Te duele?
-No. Es que es raro.
-Pues si no te duele te callas –replicó Ed. Rotó suavemente el dedo durante un rato y enseguida lo sacó y probó con dos. Adrien aspiró con fuerza, pero no llegó a abrir la boca.
Aquellos dos dedos se convirtieron en tres, que se deslizaron dentro y fuera de él sin problema.
Ed ya no podía más, así que liberó de un tirón su miembro descapullado.
-Dios mío –su compañero contempló los veinte centímetros cariacontecido, justo antes de que le levantaran las piernas y se las separaran en aire, y aquella vara de cabeza roja tratara de abrirse paso a través de sus entrañas. Ed apenas había conseguido meter el glande cuando notó que Adrien se cerraba en banda y apretaba hasta ejercer una presión desagradable. Aun así, él siguió empujando sin hacer el menor caso a sus gemidos, y no se detuvo hasta que le encajó la cabeza. Adrien le clavó las uñas en los brazos.
-Para… Dios, para… -sollozó-. Me duele…
-Tú también me estás haciendo daño, idiota. Si no te relajas y abres el culo voy a tener que abrirme paso a pollazos, y te aseguro que no va a ser agradable para nadie.
Ed esperó antes de seguir penetrándolo. Cuando los dos se calmaron, consiguió adentrarse un poco más. Retrocedió y empujó, retrocedió y empujó, centímetro a centímetro. Los dos gemían con cada estocada, cada vez más fuerte, más profunda. De pronto, las caderas de Ed toparon con una resistencia físicamente imposible de romper. Y él se detuvo, empapado en sudor y jadeante.
-Ya está –anunció-. Te la has tragado entera y no sé ni cómo.
Adrien tardó en contestar. Tenía un brazo sobre la cara, los dedos crispados.
-Pues qué bien.
-¿Qué tal?
-Genial. Como si me hubieran metido un atizador por el culo.
-Bueno, ya mejorará.
-Ya, claro. La cosa promete que no veas.
Ed reprimió la risa. Despacio, sacó la polla casi por completo para volver a metérsela de un golpe. Adrien gimió, y siguió haciéndolo de forma más ostentosa conforme se aumentaba la velocidad de la enculada y el golpeteo de los testículos contra su piel llenaba la habitación. Tenía un culo apretado pero delicioso. Hacía siglos que Ed no probaba algo así. Lo ensartaba con tanta fuerza que hundía el sofá bajo sus cuerpos, haciendo bramar a Adrien, y no de dolor precisamente, ya que el muchacho estaba tieso y se la sacudía como un poseso. Sin sacársela, lo hizo ponerse a cuatro patas y continuó la follada masturbándole ahora él y dejándolo gozar como una puta. Pronto, Adrien empezó a rogar que le diera más y más fuerte, que lo destrozara. Ed obedeció encantado. Entonces el chaval enterró la cara en el reposabrazos entre estremecimientos, y se corrió abundantemente en su mano. Su esfínter se cerró de forma automática, causándole a Ed un placer indecible que lo llevó al orgasmo y a bañarle las tripas a Adrien de semen caliente. Y terminó todo.
Los dos se quedaron inmóviles, jadeantes, cada uno paladeando sus respectivas emociones. Aún tuvo que pasar un tiempo interminable antes de que Ed se despojara de la camisa empapada, se dejara caer sobre el delgado cuerpo de su amante y enterrara los dedos en su mata de pelo rubio en unos mimos a los que ninguno estaba acostumbrado. Finalmente, Ed acercó la boca a su oreja y masculló:
-De modo que la cosa prometía, ¿eh, criatura?
Después de aquello, no hubo más dudas. A la mañana siguiente, Ed despejó su estudio de trastos y lo habilitó de tal forma que Adrien pudiera pasar allí el día sin ser descubierto. Incluso le trajo un gato de carácter voluble como el del chico cuando empezó a quejarse del tiempo que pasaba solo. Ahora, los dos se observaban en silencio en esa misma habitación. Con el tiempo habían aprendido a disfrutar el uno del otro, tanto que Ed ya no soportaba pasar mucho tiempo lejos de casa y de la piel de Adrien. Puede que fuera porque se estaba enamorando de él. Al igual que con los motivos del desastre de la compañía, Ed no lo sabía a ciencia cierta.
Adrien se incorporó. El pelo le caía sobre los ojos azules, brillantes en la penumbra. Comenzó a desvestirse, pero el escritor lo detuvo.
-Espera.
-¿Por qué? ¿No quieres que follemos?
Ed meneó la cabeza.
-No –era la primera vez en doce meses que decía aquello. Por algún motivo se sintió bien-. Sólo quiero dormir aquí por esta noche.
Y sin añadir nada más se acurrucó al lado de Adrien, quien sufrió un instante de pánico y deslizó con disimulo el brazo por el hueco entre la cama y la pared. Con los dedos acertó a rozar el fardo oculto ahí casi desde el primer día, un lío de tela que ocultaba un revólver.
Continuará el 20-23 de Mayo