19.08.2014. Mi nuevo trabajo.

Soy una prostituta. O comienzo a serlo. Y la verdad no me está importando dar este salto. Creo que el que vayais a leerme me ha animado. Tal vez sin mis anterires relatos y vuestros emails la cosa no habría sido así.

Por medio de Linda, o mejor dicho, por intermediación de Francisco, su novio, del que ya os he hablado,  fui el martes a una entrevista de trabajo al hotel que según he oído, es el más exclusivo de Madrid.

-No hay un gimnasio más privado y fastuoso en toda la ciudad- me dijo Linda –No creo que hayas visto nada igual. Se trata del gimnasio del club privado del hotel, en la planta 33-

-¿Necesito llevar la titulación?- Pregunté a mi amiga.

-En principio sí, sería necesario. ¿Cuáles son los cursos que hiciste?- Linda no lo recordaba bien, aunque habíamos hecho dos de aquellos cursos juntas. Mi amiga siempre ha sido una calamidad con la memoria.

  • Los que hiciste conmigo fueron el de masaje fisiológico-higiénico, el que era para proporcionar mayor vigor al organismo o para aliviar el cansancio. También hicimos juntas el de masaje preventivo, aquel que era para localizar por palpación una zona tensa o con peligro de lesión y relajarla. ¿Recuerdas?-

  • Bueno, no muy bien- Linda no se acordaba en absoluto. Rió a mandíbula batiente. Lo que seguro que recordaba. La muy zorrita, era las prácticas que había hecho conmigo y las comidas de coño a las que me había sometido con la escusa de los ejercicios que debíamos realizar con otros alumnos. -Sabes que no presté mucha atención al curso y que me salté más de la mitad de las clases.- Acabó diciendo.

-¡Qué desastre eres, chica!- Le reproche.

-Yo además- maticé,- tengo el de masaje terapéutico y el de masaje deportivo.-

-Bueno- apuntó Linda – deja de presumir. Tú lleva los diplomas por si acaso.

Roberto no le dijo nada de títulos a Franc. Ya te he dicho que el chico es el responsable de contrataciones del spa y que su amistad con Franc es antigua.

Si quieres que te sea sincera, Katy, después de que hayáis follado juntos, mi chico se ha quedado prendado de ti y le ha hablado a Roberto para tu contratación casi con exigencias. Si no se tratara de ti estaría celosa, pa matarte. Me miró y reímos. Linda me dio un beso dulce en los labios.

Roberto debe un par de favores a Francisco y creo que la cosa tiene muy buena pinta. Allí se gana una pasta, no como en la oficina en la que estás con Mario.-

-Me va a dar mucha pena dejarle- confesé a Linda.

-No me extraña-dijo- después del polvazo que te echó el otro día- rió.

-Además de eso, guarra-puntualicé-ha sido muy atento conmigo- Linda rió con más fuerza-

-¡Qué tonta eres!-

En la entrevista con Roberto, un chico joven pero vestido de traje impecable, correcto y afable, me habló del sitio y me enseñó las instalaciones. El servicio del spa privado, incluido en la habitación estaba reservado, me dijo, sólo para los huéspedes vip del establecimiento.

-¿VIP?- Pregunté.

-Verás Katy, son los clientes que se hospedan en alguna de las suites  de alta gama del hotel, que son sólo ocho-

-¿Hay una planta entera de spa y gimnasio para ocho habitaciones?- Pregunté extrañada.

-Si consideras que sólo el precio de la más barata de esas suites es superior a los cinco mil euros por noche, comprenderás el nivel de lujo que esos clientes necesitan.

No quise decir nada para no parecer una paleta. ¡¡¡Joder. Cinco mil pavos para una sola noche de hotel!!!.

-Sí Katy, - prosiguió Roberto- tienen una planta entera para ellos, ahora la verás. Cuenta con la maquinaria más exclusiva del mercado para la práctica de gimnasia, por supuesto con un entrenador personal por cada cliente que acceda al recinto. Con servicio desde las siete de la mañana hasta las tres de la madrugada.

Después de entrenar, si así lo desean, los clientes pueden relajarse en el spa.  1200 metros cuadrados dedicados al bienestar, la belleza y relajación de ese puñado de privilegiados que pueden pagarlo.

Vas a contemplar Katy- prosiguió -un nivel de lujo que mucha gente no sabe ni que existe. Y a ese puñado de persona es a los que tú vas a atender.- Roberto me miró. Había un punto de duda hacia mí. Lo noté.

-Roberto- le dije –no te preocupes. Quiero que sepas que además de los cursos de masaje, sé cómo tratar y cómo comportarme con cada persona, según su estatus y su carácter. Soy una psicóloga de primera. Te lo aseguro. Esos clientes VIP no van a tener queja alguna-

Él no me miraba, paseábamos por una moqueta roja camino de las salas de masaje. Las paredes cubiertas con madera clara, con cuadros grandes de desnudos en las paredes.

Me quedé mirando uno de ellos, me encantaba. Era de una mujer. Estaba recostada, lánguidamente, apoyando con desgana el codo sobre el brazo de un sofá. El sofá era el único mueble de una habitación enorme y estaba recubierto por una sábana blanca, como si la casa estuviese desocupada. La luz entraba por un ventanal sin marco ni cristal, a través de la que se podían ver las hojas verde botella de un ciprés y otras amarillas de algún árbol que no identifiqué. Regadas por un sol fuerte.

-Es de Eduardo Naranjo- Miré a Roberto- él repitió:- Eduardo Naranjo. ¿Lo conoces?-

-No- Respondí. No quise dármelas de listilla. Pensé que resultaría más sincero y aumentaría su confianza en mí si le decía la verdad.

-Es un pintor español, nacido en Monesterio cerca de Badajoz. Allí hay un embutido que te mueres.

Eduardo Naranjo es un verdadero maestro del realismo mágico onírico actual. Como ves, sus obras están preñadas de un enorme verismo, son de una belleza sobrecogedora.-

Yo hice un apunte: - Es como si la poesía se hubiese transformado en color.-

Roberto me miró con asombro y sorpresa. –Ciertamente Katy…. Ciertamente-

Le había gustado mi frase. ¡Joder, aquella mañana estaba inspirada.

Roberto, viendo que me había gustado la pintura me soltó una buena perorata sobre el tema:

-Todas las obras que decoran el spa son suyas, encargo del hotel tras su sonada exposición en Biosca. No quiero abrumarte con detalles Katy pero me encanta la obra de Naranjo. Sólo te contaré un detalle más. Aquí en Madrid fui a visitar una retrospectiva sobre él en 1993, en el Centro Cultural de la Villa. ¿Sabes cuanta gente visitó aquella exposición?-

-Ni idea- dije

-Casi doscientas cincuenta mil personas. ¿Puedes creerlo?-

Me dieron ganas de soltar un “¡Joder!”, pero contesté con un ¡Wow!, que me quedó pijísimo.

Al final del pasillo enmoquetado en rojo y tras media docena de “naranjos” (cuadros de desnudos), una gran mesa moderna decorada con orquídeas flanqueaba el punto de acceso a la zona de masaje. Una chica bellísima, rubia nos sonrió. Era la recepcionista, que seleccionaba según el masaje que el cliente deseaba, la persona encargada de realizarlo.

-Espero Katy que no nos defraudes. Francisco me ha garantizado el éxito si te contratamos y Franc nunca se equivoca.- Hubo unos minutos de silencio. Nos paramos, él se puso frente a mí.

-Pero quiero que sepas una cosa. Si hay una queja, por pequeña que sea, de un cliente. Y lo que es más importante, tenga o no tenga razón, dejas en ese mismo instante de trabajar para nosotros-

Sopesé aquella frase durante unos segundos.

-Osea- dije – qué he de hacer la pelota a esa gente haga lo que haga, diga lo que diga y quiera lo que quiera-

Roberto respondió.

-Veo que lo has entendido, Katy. Eres inteligente- Y me dedicó una gran sonrisa.

-Ah, una cosa más.- añadió- aunque creo que no sería necesario decirla. Ven a trabajar como si fueses a una boda. Peluquería y maquillaje perfectos. Eres guapa y joven y no necesitarás mucho arreglo, pero has de venir perfecta.

En la planta tres hay una peluquería para empleados. Es mucho más barato que en la calle, y con los trescientos limpios por noche, más propinas, que te vas a llevar, creo que te lo puedes permitir.-

¡Trescientos por noche! Era la primera vez que me hablaba del sueldo. Trabajando veinte noches al mes sería seis mil euros.

-No insinúes jamás lo de las propinas, Katy. Déjalo a criterio del cliente-

-Si. Roberto-

Mi horario de trabajo era desde las seis de la tarde hasta las tres de la madrugada.

La sala de masaje tenia las paredes recubiertas de ladrillo rustico y porn encima de los ladrillos, aquí y allá, cortinas casi transparentes, blancas, recogidas muy cerca del suelo con lazos de seda naranja apastelado. La luz era tenue, proveniente de unas lámparas de diseño, muy grandes, con forma de ánfora, en papel. La cama de masaje, blanca también, con su agujerito para la cabeza era muy ancha, más de metro veinte, lo que me obligaría a subir a ella más de una vez. En una estantería. Adivina el color. Jajaj. Blanca también seis o siete frascos de distintos aceites y esencias.

En la peluquería me habían recogido la melena en una trenza espectacular y mi maquillaje era discreto pero perfecto. Mi atuendo de trabajo era unos leggings blancos, tan finos y ceñidos que se me adivinaba todo, y cuando digo todo es todo. En la parte de arriba una  camiseta ceñida, también blanca, muy fina que marcaba con claridad el lugar donde se encontraban los pezones.

Iba descalza y la chica que me proporcionó el vestuario me había dicho.

-Querida, está totalmente prohibido llevar ropa interior con el uniforme de trabajo. Daría mala imagen.

Si lo ensucias de aceite, en el cuartito que has visto dejas el sucio y coges uno limpio. Las veces que necesites-

Cuando Marta, la chica de recepción me lo presentó.

-Katy, te presento al señor Steven Cahill- Steven me dedicó una bonita sonrisa y una mirada más que indiscreta a mis tetas.

Estrechamos las manos y le indiqué el camino dejándole pasar.

Marta me miró con una gran sonrisa y articulo las silabas sin emitir ruido:

-Suerte- le guiñé un ojo.

Steven se desnudó en el cuarto armario y salió con la toalla atada  a su cintura.

-Hablo bastante bien españolo- dijo. Tuve que aguantarme una risita.

-Perfecto- le dije. Seguía mirándome los pechos.

-Por favor señor Steven, túmbese boca abajo-

-No digas Señor, por favor, sólo tú dices Steven, ¿sí?. Y trata de tú. ¿No ves a mi viejo, verdad?-

Sonreí con la sonrisa más encantadora que sé poner. –No Steven por supuesto que no-

Steven tendría unos cuarenta años, calculo. Casi rapado al cero, un poco más largo el pelo arriba. Corpulento, no gordo, grande de manos, brazos, espaldas. Las piernas las tenía mucho más finas, descompensadas con el torso tan tremendo.

Quedó tumbado con la cara oculta dentro del agujero de la camilla y la toalla tapándole el culo.

Comencé con la zona del cuello, los trapecios inferior, medio y superior, amasando y presionando con mis manos, calentando la zona y relajando.

-Seteven tienes muy cargada esta zona- Un siii casi inaudible salío  por debajo de la camilla.

Una vez hube aflojado aquellas tensiones presioné con el codo, primero de arriba hacia abajo y después en dirección contraria. Trabajé los dorsales y el músculo espinal y mi cliente parecía que hubiese muerto.

-Va bien-

-Ohhhh, siiiiiiiii, por supuesto, my lady, is good. Todo es perfecto, gracias-

No sé como tomé aquella decisión, pero supongo que fue intuición femenina, me desprendí de la camiseta dejando mis pechos al aire. Cogí el aceite con esencia de romero y vertí algunas gotas, vamos un buen chorro en la espaldona de aquel tío. No podía saber que aquellas tetas que miraba y remiraba al entrar estaban desnudas.

Le fregué la espalda con las manos. Toda la zona que había masajeado. Rotando las manos, presionado sobre la yema de los dedos que resbalaban sobre aquella pista carnosa de piel y romero. Subí a la camilla y me senté con las piernas abiertas sobre la toalla que tapaba su culo, musculoso y respingón. El estar sólo con los leggings me daba una sensación sensual tremenda. Sentí en mi coñito el contacto con la toalla de Steven.

Seguí masajeando y en uno de mis viajes hasta su cuello rocé con mis pezones la espalda. No se movió. Se había dado cuenta de que los senos estaban desnudos, pero, ni se movió ni dijo nada.

¿Habría pensado que yo era una zorra? ¿Me denunciaría al jefe y quedaría despedida en mi primera noche de trabajo?

Tomé riesgos.

Recorrí con las tetas todo lo masajeado. A veces haciendo presión, otras apenas rozándole con los pezones.

-Steven date la vuelta. Ponte boca arriba-

Yo me había bajado de la camilla. Al rotar aquel formidable cuerpo me miró con descaro y con una sonrisa más que exuberante.

Yo saqué mi propia conclusión, no había nada que temer. Al tumbarse boca arriba la toalla se elevaba en la zona del pene delatando la erección tremenda que sufría.

Me senté sin apoyarme mucho en la mitad de sus muslos y masajeé los pectorales y los abdominales. Él mantenía los ojos cerrados, no sé si por timidez o por sentir mejor el trabajo al que era sometido y disfrutar sorbo a sorbo aquellos momentos.

Bajé la toalla por debajo de sus testículos. Entonces Steven abrió los ojos. No sonreía, me miraba a los ojos.

-Si algo no te gusta Steven me lo dices-

-Ohh, Katy. Tú eres una muy profesional. Y mi, gusta todo que tu haces-

Me hacía muchísima gracia el español de aquel rollizo inglés.

-Sigue, porrfavorr. Y tú no preguntas más si mi gusta esto. Siiii gusta.-

Estaba sentada casi en sus rodillas. La toalla arrugada entre mis muslos y sus testículos. El pene muy, muy erecto. Elevado sobre el estómago.

Masajeé los muslos.

-Vuelve a cerrar los ojos, Steven-

Me hizo caso.

Tiré la toalla al suelo. Apretaba todo el peso de mi cuerpo sobre los muslos, rotando las manos, ablandando la zona. Pero el pene daba respingos como si lo que estuviese tocando fuese el capullo con mi lengua. Puse mis piernas, aún de rodillas a  ambos lados de su pierna izquierda y bajé hasta encontrar con mi coñito el pie de Steven. Y entonces me rocé, rocé los leggings blancos en la zona de mi clítoris contra la punta de los dedos de aquel pie.

Mientras masajeaba desde la rodilla hasta rozar con mis manos el vello de sus testículos. Y cada vez que llegaba allí su pene subía tenso unos centímetros para después relajarse.

Apreté más mi coño contra su pie, cuando cambié de pierna y baile la cadera en circulitos en aquel apoyo en el que el piececito de Steven sintió definitivamente aquel coñito almohadillado y receptivo.

Abrí  mis piernas para abarcar de nuevo las dos de mi cliente. Y entonces bajé con las tetas y le recorrí desde los muslos hasta el sexo. Aquella verga quedó alojada entre mis tetas. Subí y bajé dulcemente extendiendo el aceite con el que me había pringado al masajear con los pechos su espalda.

La erección de Steven era definitiva. Agarré con una mano sus huevos y comencé a masturbar. Tan despacito que se diría a cámara súper lenta.

Me encantaba ver aparecer y desaparecer el prepucio colorado tras el pellejo gordo del pene. Era un pene corto pero duro y recto. Yo diría que hasta bonito.

Con las yemas de los dedos de ambas manos a cada lado del pene subí y bajé decenas de veces. Lentamente, cadenciosamente.

Steven ya no tenía los ojos cerrados, me miraba y yo le sonreía.

Durante un rato lo masajeé solo de arriba hacia abajo, provocando que toda la piel se acumulara en la base y el capullo creciera como una seta maravillosa.

Y después sujeté el pellejo abajo con una mano y saqué brillo a la punta dura con la otra, hasta que pareció querer estallar.

Cuando me bajé de la camilla para quitarme los leggings la polla de Steven se quedó petrificada, mirando al techo como si fuera un cohete que quisiera despegar.

Me miraba y sonreía en siléncio. Pero cuando comencé a untar mis tetas y mi coño con el aceite de lavanda, para cambiar de aroma, dijo:

-Oohhh, Katy , tu hermosa cuerpo es un obra de arte-

Era una profesional y no podía ni debía besar a mi cliente, sino le hubiese plantado un muerdo en toda la boca.

Al darme el aceite no tuve prisa. Me sobé las tetas, los pezones, el coño. Metía mis manos en cada rendija, cada arruga, cada curva. Y Steven saludaba con su mirada de placer el espectáculo. Un último viaje de aceite, con mucho aceite, que ya chorreaba por mis muslos.

Le volví a pedir que cerrase los ojos de nuevo. Y así lo hizo. Y yo volví a subir a la camilla y me senté mirándole, sobre su mismo pene.

Busqué alojarlo entre los labios de mi rajita y comencé a masturbarlo con el coño, moviendo las caderas, adelante y atrás, adelante y atrás. Y luego en círculos y adelante y atrás. Llegaba con mis labios hasta el prepucio y luego bajaba hasta sentir el vello de sus testículos. Una vez y otra y otra y otra. Evitando la natural inercia que le llevaba a intentar colarse dentro. Estuve tanto tiempo masturbándole así que creí que mis clítoris iba a estallar.

Y entonces Steven dio una especie de ultimátum.

-Katy . Mi ya no aguantos más. Por favor Katy. Tu lo haces ya mi ninia.-

Me penetré hasta el tope con aquel pene inmensamente duro. Y entonces recosté sobre él mi torso.

Buscó mi boca con la suya y entonces sí lo besé, hasta que su lengua me supo a la mía. Follándole con el coño como una experta ramera. Que es lo que en realidad era en aquel mismo instante.

Saqué su pene y me senté al revés. Mostrándole mi culo, para volver a meterlo en mi vagina.

Aquella visión fue demasiado para Steven.

-¡Ohhhhhhhhhh|, my good!-

Tres o cuatro sacudidas de mi culo arriba y abajo y sentí salir el pene de Steven que galantemente se corrió fuera.

Le lavé y perfumé. Eran las dos de la mañana, había estado más de hora y media bajo mis cuidados.

Antes de salir dejó sobre el mueblecito de los botes de masaje tres billetes de cien libras esterlinas.

Como os digo en el resumen vuestro emails son una especie de obsesión para mi.

escribeme si lo deseas

katyjimenezgarcia1990@gmail.com