19 Un mal sueño.
¿Cómo te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.
Un mal sueño.
Gonzalo paseó la vista por cada uno de los tres contertulios que se distribuían alrededor de la mesa, con la atención puesta en él.
No era la primera vez que hacía aquello, así que no estaba especialmente nervioso. Recordó aquella primera ocasión en que participó en una sesión: estaba inquieto y un poco agobiado. Había aceptado a petición de su psicóloga y solamente, porque había desarrollado un vínculo afectivo muy importante con ella. No era un vínculo amoroso, aunque a él no le hubiera importado, sino más bien de complicidad y amistad. Le había pedido el favor y le había comentado que, así, no solo ayudaría a los demás, sino que también le vendría bien a él, que sería una forma de liberación.
Gonzalo no las tenía todas consigo, pero resultó que ella tenía razón. Era incapaz de hablar de esto con alguien que fuera de su entorno. Por algún motivo la vergüenza se lo impedía. En María, su psicóloga, había encontrado el refugio y el desahogo necesario para liberarse de la carga. Y resultó que el comentarlo con extraños sin dar mayores datos personales, solo contando la experiencia, le hacía bien. Cada vez le dolía menos. Ya era capaz, no solo de continuar con su vida normal, sino también de volver la vista hacia atrás sin apartar la mirada. Estaba preparado para enfrentarse a los sucesos sin sentirse culpable, viéndolos solo como un tropezón en su vida. Incluso empezaba a ser positivo. Había podido enterarse y reconducir su existencia a tiempo.
María colaboraba en un programa de prisiones, dando cursos a convictos por violencia contra las mujeres. Pensó que el caso de Gonzalo sería un buen referente para ellos y, más aún, si lo contaba en persona.
Y de ahí surgieron estas charlas en las que él contaba su experiencia. Llegó a sentirse tan implicado que no le importaba recibir preguntas y responderlas. María tenía razón: le hacía sentirse mejor y también útil.
Los presos le observaban con atención y con mucha curiosidad. No acababan de comprender del todo qué hacía allí aquel tipo, contándoles cómo le había puesto los cuernos su novia, pero lo cierto es que estaban encantados, porque cualquier cosa que rompiera la monotonía de la vida en la cárcel era bien recibida.
- Adelante Gonzalo, cuando quieras, comentó María.
Gonzalo carraspeo un poco, más por tomarse su tiempo que por que necesitara aclararse la garganta. No olvidaba, que aunque los presos seleccionados eran los que habían mostrado algún avance en su reconocimiento de culpa y en la terapia de rehabilitación, no dejaban de ser condenados por distintos tipos de violencia contra las mujeres.
- Bueno, creo que ya sabéis a lo que vengo. A contaros una historia, mi historia. No es una historia bonita ni fácil de contar, porque se trata de una historia de cuernos. Durante mucho tiempo era incapaz de pronunciar esa palabra. Cada vez que oía algo referente a cornudo o cuernos, me ponía enfermo. Era por la vergüenza. La vergüenza nos impulsa a hacernos a nosotros y a los demás cosas horribles. Vosotros lo sabéis tan bien como yo.
No solo la vergüenza, lo peor es cuando la mezclas con la ira y el odio ¿No os parece?
- Desde luego, tío, contestó uno de ellos, la verdad es que hay que tener huevos para venir a contar que te han puesto los cuernos. Yo no hubiera sido capaz.
- Yo tampoco pero ¿sabes qué? Ya no me da vergüenza. He entendido que no fue culpa mía. Y si no fue culpa mía ¿por qué tendría que avergonzarme?
- Desde luego es ella la que tiene que sentir vergüenza respondió el otro con un brillo siniestro en los ojos.
- Sí, claro, pero mira una cosa curiosa que yo no me esperaba: desde que deje de sentir vergüenza, también empecé a dejar de sentir odio. Empecé a estar menos cabreado, a darle menos vueltas al asunto, a comerme menos el coco. Y eso te hace pensar con claridad, lo cual a su vez, te permite tomar las decisiones correctas.
Gonzalo percibió un leve asentimiento en aquel que se había dirigido a él. Bueno, una pequeña victoria, pensó mientras observaba como María le sonreía.
- ¿Por dónde os parece bien que empecemos?
- ¿Cómo te enteraste de que te los ponía?
- Bien, os va a parecer increíble, pero la verdad es que lo soñé.
Gerardo se divirtió viendo la cara de incredulidad de los tres presos, que pensaban que le estaba vacilando. Algo así en el patio podía acabar a puñetazos o con un buen corte. Gonzalo rectificó, a veces se le olvidaba que allí funcionaban las cosas de otra manera y había códigos que era necesario cumplir.
- No, es cierto, en serio. Creo que de alguna forma yo sospechaba, pero mi cerebro se negaba a considerar siquiera la posibilidad de algo así. Es posible que fuera casualidad, o simplemente, que ese resquemor se manifestara en una pesadilla.
- Eso a veces pasa, terció María echándole un capote. Cuando negamos la realidad el subconsciente nos la manifiesta. Esquivar los problemas o dejar las dudas sin resolver, no suele ser buena solución, al final todo viene de vuelta y te acaba alcanzando. Por favor, Gonzalo, continúa.
Bueno, pues la pesadilla fue tan vívida, tan clara y tan real que me quede conmocionado.
¿Qué fue lo que soñaste? Pregunto uno de ellos con interés. Estaba claro que había conseguido captar del todo su atención.
- Bueno, me perdonaréis porque no voy a entrar en detalles muy escabrosos, solo puedo deciros que me la imaginé en la cama con otro. Teniendo sexo, claro. Pude verla disfrutando, igual que lo hacía conmigo: los mismos gestos, la misma expresión, hasta pude oír sus jadeos y chillidos de placer.Era como si lo estuviésemos haciendo y yo pudiese vernos desde fuera, solo que no era yo. Era otro con quién estaba.
- ¿Alguien conocido por ti?
-No podía verle la cara. Solo la veía a ella. Me tenía como hipnotizado. No me recordaba a nadie conocido.
- ¿Se parecía al de verdad?
- Físicamente, un poco, delgado y alto, en eso coincidían. Lo demás es todo borroso. No podría deciros. Sin embargo ella sí que aparecía muy nítida. Podría ver cada peca de su cara, reconocer cada uno de sus gestos cuando teníamos sexo, cuando le llegaba el placer...
Me quedé muy rayado. Soy militar y el tema me cogió de maniobras. La semana que estuve fuera, me la pase revisando nuestra vida en común y todo lo que ella hacía. Demasiado tiempo para pensar. Empecé sospechar de cada detalle por tonto y estúpido que pareciera. Cosas a las que hasta entonces no había dado la más mínima importancia, ahora me rondaban la cabeza y no paraba de darle vueltas. Cualquier cosa me parecía sospechosa.
Traté de tranquilizarme, de pensar que era estúpido todo lo que me estaba pasando, pero el sueño no se iba: las imágenes eran tan vividas como sí las hubiera visto de verdad y en persona. Cada vez que trataba de no pensar en ello se me volvían a aparecer.
Cuando volví a casa, decidí observarla muy de cerca. Durante unos días estuve muy pendiente de ella. No vi que hiciera nada raro, pero fijándome con más atención, si pude ver que había algunos días que su comportamiento era un poquito extraño. Nada de salidas injustificadas y a deshoras, ni de arreglarse sin venir a cuento. Eran como pequeños cambios de humor. Antes no me había fijado, pensaba que eran cosas de mujeres, de esas que los hombres no entendemos. Como cuando estaban con la regla o algo así. Pero ahora, puede observar que no tenían nada que ver con eso. Había días que la veía extrañamente alegre, como inquieta y a la vez, ilusionada. Como si fuera un día especial aun siendo laborable y entre semana. Otras veces, la veía ensimismada y pensativa. Incluso un poco depresiva. Y cuando le preguntaba, reaccionaba como sorprendida de que me hubiera dado cuenta.
- No, no es nada...y enseguida cambiaba de conversación.
Es lo que nos pasa a los tíos. Ahora entiendo eso que dicen ellas, de que somos muy superficiales. Antes, la miraba pero no la veía. Solo me fijaba en lo evidente. Lo guapa que era, lo buena que estaba, cuando estaba especialmente triste o contenta. Pero se me escapaban todos estos matices que ellas sin embargo son capaces de detectar al momento. De hecho, ella se dio cuenta que la miraba con otros ojos. Que estaba mucho más atento a sus reacciones a sus cambios de humor. Y eso la sorprendió. No sabía que pensar. Y creo que se volvió un poco más desconfiada. En vez de alegrarse porque le prestara más atención o estuviera más pendiente de ella, pasó cómo a estar inquieta, como si tuviera algo que ocultar.
Yo no tenía nada claro si eran imaginaciones mías o no pero algo me decía que había gato encerrado. Así que tomé dos decisiones. La primera fue dejar de observarla y de interesarme tanto por ella, volviendo a la situación anterior. Esto hizo que se relajara.
La segunda es que luego, decidí hacer algunas averiguaciones por mi cuenta. Vivo en una ciudad pequeña dónde casi todos nos conocemos. Además, a través del cuartel también conozco mucha gente.
Después de darle muchas vueltas, llegué a la conclusión de que de todas sus actividades, solo había dos que quedaban lejos de lo que yo podía más o menos tener controlado. Si estaba siendo infiel, la oportunidad tendría que haber salido en su trabajo o en el gimnasio, al que asistía. Todos los demás ámbitos eran compartidos y no me parecían sospechosos.
Yo conocía a sus compañeras de trabajo, especialmente a Marta, con la que tenía más confianza porque ya la conocía de antes: había formado parte durante un cierto tiempo de la pandilla de amigos y amigas.
Así que una tarde me hice el encontradizo con ella. Sabía a qué parque iba con su hijo y yo pasé como si estuviera corriendo. Me paré un rato a charlar con ella, iniciando la conversación con el tema del running y de una supuesta preparación para una carrera que se iba a celebrar en breve. Ella era una chica a la que también le gustaba salir a correr, pero desde que había sido madre, disponía de bastante menos tiempo. Tras un rato de ponernos al día y comentar cosas de running, le hice un pequeño comentario acerca del trabajo, algo así como que con las horas extras y con los viajes a formación, también le debía resultar más difícil entrenar.
Ella me comentó despreocupadamente que eso también le robaba tiempo, pero no tanto. Desde hacía un par de meses solo echaban horas lunes y miércoles, y respecto a los viajes, que nunca era más de uno al mes.
Lo de los viajes me cuadraba pero lo de las horas resultó una sorpresa para mí. Mi novia me comentaba que las hacían de lunes a jueves habitualmente. De hecho, normalmente, lo que hacía era irse directamente del trabajo al gimnasio en esos días.
- Ahí ya estaba claro que te la estaba pegando…
- Bueno, no tan claro. Con estas cosas solo vale la certeza. Os puedo asegurar que se me pasaron mil posibilidades por la cabeza pero que la inmensa mayoría, resultaron al final no ser ciertas. Con esto siempre hay que asegurarse porque todos nos ocultamos cosas, y eso, no necesariamente significa que te estén poniendo los cuernos.
- Pero a ti te los estaban poniendo al final ¿no?
- Sí, pero dejadme que os cuente la historia entera. Lo que quiero decir es que una sospecha es solo eso, una sospecha, hasta qué se convierte en una prueba. Vosotros que estáis en la cárcel lo sabéis bien ¿verdad? ¿Cuántas cosas habrán dicho de vosotros...?
- Cierto, río uno de ellos, si tuviéramos que cumplir condena por todo lo que se ha dicho de nosotros, en vez de por todo lo que se ha demostrado, no nos daría la vida para cumplir tantas cadenas perpetuas.
Todos rieron.
- ¿Investigaste en el gimnasio?
- Sí, claro que sí. La única pega es que en el gimnasio conocía a gente, pero no había nadie de confianza. No hacía más que darle vueltas a ver cómo podría obtener alguna información. Algo me decía que el tema estaba entre el trabajo y el gimnasio.
Claro no ibas a llegar allí diciendo: ¿sabéis alguno si mi novia se acuesta con alguien?
Bueno, al final hice algo parecido.
Tres pares de cejas se levantaron incrédulos…
- Había un compañero... Militar como yo. Me llevaba bien con él. Un tío serio y reservado, muy profesional. En el cuartel no era muy popular precisamente por su carácter poco dado a intimar y a la broma. Existía el rumor de que era gay, aunque nunca lo pudimos comprobar. Soltero, hacía pocos comentarios sobre las mujeres. Bueno posiblemente simplemente era un tipo serio y poco comunicativo, pero ya sabéis lo que pasa en el ejército, que si no tienes un póster de una tía en pelota pegada en la taquilla, ya te consideran un rarito.
El caso es que yo con él me llevaba muy bien, no éramos amigos ni nada de eso, pero conectábamos.
Así que me arriesgué. Un día me lo llevé aparte y le pregunté si le podía pedir un favor en confianza. Dudó un poco y más, cuando le dije que requería de mucha discreción. No tenía muy claro por dónde le iba a salir yo. Pero al final me dijo que continuara, que si podía echarme una mano me la echaría. Entonces le expliqué que creía que mi novia me era infiel.
Él se quedó callado, como si ya esperara que yo le saliera por ahí. Me dijo que él, en líos de pareja no se quería meter. Yo le contesté que no tenía que hacer nada, simplemente quería preguntarle si había visto algún comportamiento sospechoso de mi novia en el gimnasio, o simplemente si se llevaba especialmente bien con alguien de allí.
Él seguía sin querer comprometerse, se ve que no le parecía muy buena idea comentar nada que pudiera afectar a nuestra relación, pero por cómo había dudado, me dio la impresión de que sí que sospechaba algo.
Se lo planteé abiertamente, le dije que confiaba en él y que no se preocupara, que yo no iba a hacer ninguna tontería, pero que de todas formas me iba a acabar enterando. Antes de que la cosa fuera a más, prefería saberlo y simplemente hacer mis averiguaciones: si lo nuestro ya no funcionaba, lo suyo era romper y ya está.
- ¿Y por qué no le preguntas a ella directamente? me dijo, estas cosas con quién tienes que hablar es con ella.
- En cierto modo no le faltaba razón, se suponía que éramos pareja y debíamos tener la confianza suficiente para hablar de estos temas entre nosotros, pero claro, cómo explicarle que mis sospechas venían simplemente de un sueño. Que, salvo que no cuadraban los horarios del trabajo con lo que ella me había contado, no tenía realmente ningún otro motivo ni prueba para acusarla.
Así que le mentí a mi compañero: le conté que ya lo habíamos hablado y que ella lo negaba tajantemente, pero que la había pillado ya en varias mentiras. Prefería saber la verdad y si es necesario algo cortar con ella, antes que seguir así y que al final sea peor.
El pareció pensárselo y me dijo que no tenía nada que contarme. Yo le dije que muchas gracias de todas formas y que por favor fuera discreto. El caso es que unos días después, volvimos a hablar. En esta ocasión se mostró más receptivo.
Yo le dije que estaba convencido de que él sabía algo y al final me comentó que bueno, que simplemente era una impresión y que no quería contármela para que yo no sacara conclusiones equivocadas. Él no tenía absolutamente ninguna prueba, ni había visto nada que pudiera incriminar a mi novia. Quería dejar muy claro eso, no quería ninguna responsabilidad en nada que pudiera suceder en nuestra relación. Yo le dije que estuviera tranquilo, que no soy un tipo especialmente celoso y que a menos que hubiera algo gordo y real detrás de todo aquello, no le contaría nada a ella, ni tomaría ninguna opción que afectara a nuestra relación.
Entonces me dijo que se llevaba muy bien con un chico del gimnasio.
- ¿A qué te refieres con que se llevan muy bien? le dije…
- Me refiero a que se sonríen mucho, a que siempre que coinciden en el gimnasio hablan y que parecen encontrarse muy a gusto juntos, simplemente es eso, nada más, no puedo afirmar que los haya visto hacer ninguna otra cosa, ni que hay algo entre ellos, solo que se llevan bien que parecen ser amigos.
- Entiendo, dije.
Realmente comprendía lo que me quería decir: que una chica en un gimnasio salude a alguno de los chicos que por hay por allí, no tiene nada de extraordinario. Si él había dado a entender que se llevaban bien, es porque había observado algo más, pero evidentemente no tenía ninguna prueba. Cosas que uno se da cuenta, como la forma de mirarse, la expresión y la sonrisa que se te pone la cara cuando ves a la persona que te gusta, cómo te acercas y como evolucionas alrededor de ella, como un simple contacto físico como poner una mano en la cintura, en un hombro o cualquier otra cosa, adquiere que un significado especial. Vamos, lo que en mi pueblo se llama tontear.
- Y cómo ¿se llama él?
Se llama Mateo, pero cuidado ¿eh? no vayas a hacer ninguna tontería. Tú me has pedido que te cuente y yo te cuento, pero no saques ninguna conclusión precipitada.
De acuerdo, estate tranquilo.
Ese era el dato que me faltaba, no tuve que buscar mucho más. Yo llegaba a casa siempre a media tarde, con lo cual no podía saber qué hacía ella entre que salía del trabajo y llegaba al gimnasio, pero si podía esperarla a la salida de este.
Y fue lo que hice.
- ¿La seguiste?
- Sí, la seguí.
- Y entonces fue cuando la pillaste…
- Sí, efectivamente. Los vi despedirse un par de veces a la salida del gimnasio y enseguida tuve claro que entre ellos había algo. Mi compañero tenía razón, los gestos, las miraditas, la sonrisa tonta que se te queda cuando estás con alguien que te gusta…
En fin, que lo vi claro.
- Y ¿qué hiciste?
- Todavía nada. Estaba claro que esos dos se llevaban bien, pero no tenía ninguna prueba de que hubieran consumado nada. Es posible que solo estuviesen tonteando, jugando sin más.
Así que pedí permiso en el cuartel para salir antes. Y uno de esos martes que se suponía que se quedaba a echar horas extras, la vi salir y subirse a un coche.
No me costó imaginar quién iba dentro. Los seguí hasta su apartamento. Aparcaron en un solar al lado del bloque de pisos. Los vi comerse la boca al bajar, pensando que nadie los miraba. Luego, subió el y unos minutos más tarde y por separado, subió ella.
Estaba tan anonadado que no pude reaccionar. Para cuando quise hacerlo, ella ya había entrado en el edificio. No pude detenerla. Me dieron ganas de llamar a todos los porteros hasta dar con ellos, decirle a todo el bloque que allí estaba mi novia acostándose con otro, zorreando. Estaba fuera de mí y la gente que pasaba empezó a fijarse. Como pude, me fui al coche. Estaba empezando a perder el control. Venía del cuartel vestido de militar y con mi arma reglamentaria. Os podéis imaginar todo lo que me pasó por la cabeza.
Sus interlocutores asintieron con rostro serio. La cosa ya no iba de broma.
- Me lie a golpes con el volante, rompí un cristal de un puñetazo, en fin, un descontrol…
Vi que la mano me sangraba y fue precisamente la visión de la sangre la que me hizo reaccionar. Me asusté de verme así y de lo que me sentía capaz de hacer, así que puse en marcha el coche y me fui a las afueras. Conduje hasta salir de la ciudad y me detuve en un paraje solitario en el campo. Allí grite con todas mis fuerzas. Me desahogue llamándola puta, guarra, de todo lo que se me ocurrió… amenazándola con matarla a ella y al cabrón que me estaba poniendo los cuernos.
Conforme me fui calmando, una vez que soltaba toda mi ira, me puse a llorar. No sé cuánto tiempo estuve llorando de rabia. Porque era rabia. Sí, me dolía porque yo la quería de verdad, pero en ese momento todo lo que sentía era rabia.
En fin, media hora después ya me había calmado: estaba hecho una mierda pero volví a tener un poco de control sobre mí mismo. Lo que hice fue llamarla. Tenía que actuar rápido antes de que volviera a perder el control e hiciera alguna tontería. La llamé al móvil, sabiendo que seguramente estaba en la cama con él. No tiene sentido seguir, le dije. Se lo que estás haciendo y con quién estás. No tiene sentido, lo nuestro ya se ha acabado.
- ¿Qué dijo ella?
No fue capaz de contestarme. Yo la oía a llorar al otro lado de la línea. Al final nos pusimos a llorar los dos otra vez.
¿Te dio ella alguna explicación?
En ese momento no: estaba en shock.
Pasados unos días me llamó y quiso quedar conmigo. Se ve que había reunido el valor suficiente y me pidió que, por favor, me reuniera con ella, que al menos teníamos que despedirnos. Yo acepté, pero no fui solo. Seguía dándole vueltas a la cabeza y me la imaginaba follando con el otro. No se me quitaba de la mente.
Otra vez aparecieron los sueños recurrentes. Estaba todo el día dándole vueltas a lo mismo. Mi hermana quiso venir conmigo, para que no me encontraba con ella a solas. No se fiaba de mí, temía que pudiera perder el control. Como ella se había llevado muy bien con mi novia, se ofreció a mediar.
La verdad es que fue muy curioso, porque al final, fue mi novia la que perdió los papeles y yo el que tuve interponerme entre las dos. Mi hermana estuvo a punto de abofetearla.
Fue cuando intento excusarse. Le echaba la culpa a mi trabajo de militar, a que estaba todo el día fuera, a los periodos de maniobras en que la dejaba sola, a las 2 misiones estuve en el extranjero... Pues eso, que ella se sintió muy deprimida y un poco abandonada y que con el chico este del gimnasio, pues había hecho amistad y que en fin, que una cosa lleva a la otra. Que necesitaba alguien cerca y yo no estaba. A mi hermana por poco le da un telele. La verdad es que yo estaba bastante tranquilo para lo que era de esperar, me había dado tiempo para digerirlo. Pero mi hermana explotó:
- ¿Qué te has creído? ¿Qué coño es eso de que te encontrabas sola? ¿Y mi hermano? ¿No estaba solo? ¿Acaso era para ti una novedad tener un novio militar? ¿No sabías ya lo que había? y si no te gustaba, ¿porque coño no lo dijiste y cortaste antes? ¿Cuántas veces llamaste a mi hermano para decirle que te sentías sola y abandonada?
- Oye, tú no te metas que esto es entre nosotros dos. No sé para qué has venido, yo quiero hablar sola con Gonzalo.
¡Tú te vas a ir a la mierda! ¡Zorra!
¿Zorra? mira guapa…
Y estuvo a punto de liarse parda: me tuve que meter en medio y separarlas.
Luego me fui con mi hermana: si esos eran todos sus argumentos y sus disculpas, mejor que se fuera por donde había venido, le dije. No podía haberme decepcionado más. La verdad es que me fui tranquilo, pensando que sí esa era su verdadera cara, después de todo, había tenido suerte de descubrirla antes de que fuera demasiado tarde.
Al final no pudo darme ninguna explicación, que si no justificada, al menos me permitiera entender por qué lo hizo. Simplemente quería alguien a su lado y me buscó un sustituto para cuando yo no estaba. Jugaba a dos bandas, sin querer perder ninguna de las dos opciones, por eso no me dijo nada. Incluso cuando nos despedimos y me pidió perdón, ese perdón, si no vacío y hueco, creo que simplemente fue un trámite para separarnos.
-¿La has vuelto a ver?
Claro, la ciudad es pequeña.
¿Y?
- Creo que me evita, se siente mal cuando nos encontramos. Es consciente de su pecado, de lo mal que lo hizo y cada vez que me ve, es como si se lo recordara. Además, creo que se ha arrepentido porque se fue a vivir con su nuevo novio y las cosas no les han salido muy bien, ya no están juntos. Al final, ni uno ni otro.
- Bueno, justo castigo para su puta maldad, que decía mi abuela , afirmó uno de los presos.
- Bien Gonzalo, muchas gracias por habernos contado todo esto …Intervino la psicóloga. Me gustaría que me dierais vuestra opinión respecto a la historia de Gonzalo, qué conclusión sacáis.
- Pues que lo que estamos aquí lo hicimos como el culo, por eso estamos en prisión …Afirmó uno de ellos con una sonrisa desvaída.
- A ver, no se trata de confrontar. No he traído aquí a Gonzalo para haceros sentir mal, ni para comparar su historia con la vuestra. Cada uno tiene sus circunstancias. los tres sois diferentes y vuestras vidas también. No estamos aquí para juzgaros: ya habéis sido juzgados por un tribunal y condenados. Aquí estamos para tratar de ayudaros a no volver a pisar una cárcel.
- De hecho, intervino Gonzalo, creo que lo mío fue también una cuestión de suerte. Muchas de las cosas que hice en aquel momento, las hice de forma inconsciente, tanto las buenas como las malas. Por ejemplo, no sé cómo hubiera reaccionado si los hubiera pillado con las manos en la masa. Imaginaos que además yendo armado. Qué hubiera pasado si todo me hubiera pillado por sorpresa.
- Claro, no estamos aquí para que veáis lo bien que lo fue a Gonzalo y lo mal que os ha ido a los demás. Ni tampoco para deciros que sois inocentes y que no sois culpables de vuestros actos: estáis aquí en la cárcel por algo. Algunos de vosotros además, por algo muy grave. Lo que quiero preguntar es qué cosas de la historia de Gonzalo creéis que a vosotros os hubieran podido ayudar. Qué os habría venido bien que pasara en la vuestra. Qué decisiones creéis que os hubiera venido bien tomar.
Venga, ¿quién habla primero?
Habló en primer lugar Pablo, el que tenía la condena más grande.
- Yo creo que hizo bien yéndose al campo.
- Bien, Pablo. Es un buen recurso y quizás Gonzalo lo hizo de forma inconsciente, pero lo cierto es que cuando sintáis que perdáis el control, que no sabéis cómo vais a reaccionar ante una determinada situación o persona, lo mejor es alejarte para evitar causar daño. A nosotros mismos o a los demás. Si os encontráis con una situación que amenaza con haceros perder el control, alejaros ella hasta que os calméis y seáis capaces de pensar con la cabeza y no con el estómago.
¿Qué más?
- Bueno, yo creo que hizo bien siguiéndola para averiguar la verdad.
- Vale, seguir a tu pareja sin ton ni son no siempre es una buena idea, pero en este caso podemos conceder que Gonzalo actúa porque tenía indicios más que fundados. Esperó a tener la confirmación y las pruebas: en este caso, a verlos con sus propios ojos. No era una conducta obsesiva, ni tenía manía persecutoria a su novia. No la acosaba ni limitada su libertad de movimientos por sospechas infundadas. De todas formas, tengo que deciros que no me parece buena idea seguir a nadie. Estas cosas se resuelven hablando y no haciendo de policía.
¿Algo más?
- Yo creo que acertó llevándose a su hermana a la reunión, no acudiendo solo.
- Cierto. Si veis que podéis perder el control o que os enfrentáis a una situación que no estáis seguros de poder manejar, buscad ayuda. Una persona que ejerza de mediador y que temple las cosas puede ser buena idea, aunque en este caso la mediadora resultó ser la que perdió los nervios, jajajaaa…
Mirad, las conclusiones creo que saltan a la vista, al menos aquellas que os pueden ser de utilidad: nunca actuéis en caliente, cuando creáis que no sois capaces de manejar una situación, apartaros o buscar ayuda entre las personas que sepáis que puedan echarnos una mano y evitar que hagáis alguna tontería; ante un hecho que os saque las casillas o ante cualquier sospecha, dejad que se calmen las cosas antes de actuar; estableced una relación de confianza con vuestra pareja; contaos las cosas; no dejéis que las sospechas sin fundamento crezcan …
Y por último: no sois dueños de la vida de ninguna persona. Vuestra pareja no os pertenece, toma sus propias decisiones. Aún en el caso de que estas decisiones sean equivocadas y sean malas, que sea ella la que se enfrente a lo que está haciendo mal. Ningún castigo es tan duro como el que se infringe uno mismo. Si Gonzalo se hubiera dejado llevar, posiblemente estaría ahí con vosotros, con la vida arruinada y chupando condena.
Ahora, la que la ha cagado es su novia: está sola y con su reputación arruinada.
¿Creéis que le hubiera merecido la pena para el actuar con violencia?
¿Estaría ahora, mejor o peor?
- Definitivamente peor…
Sin duda estaría jodido, como nosotros…
¿Pablo?
Estaría peor, es evidente…
- Bueno, pues con eso me conformo. Creo que a todos nos ha venido un poco bien esta reunión.