18 Reír por no Llorar.

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

Reír por no Llorar.

  • A ver Beatriz: cuéntame una vez que te pasa, que estás muy rara.

  • No sé ni por dónde empezar, Lola. Hace ya tiempo que quería hablar contigo pero... Es tan difícil encontrar una oportunidad de estar solas...

  • Mira hermanita, siempre nos lo hemos contado todo...

  • Si Lola, de pequeñas, de adolescentes, de jóvenes... Pero desde hace unos años nos debemos a nuestras familias. Desde que tuvimos hijos ya sabes, bueno, que nos hemos distanciado un poco. No te lo tomes como un reproche, que no lo es. La vida es así: yo soy la primera que no tengo tiempo para nada.

  • Bueno, pues eso va a cambiar. Siempre hemos estado ahí cuando nos hemos necesitado, así que a partir de ahora, mínimo una vez a la semana vamos a quedar las dos solitas para merendar, desayunar o lo que sea. Para contarnos todo lo que nos ha pasado esa semana y para hacer terapia si hace falta.

  • Eres un sol Lola. No sabes lo que necesito esto…

  • Yo también te he echado mucho de menos.

  • Pero si tienes un montón de amigas, sinvergüenza, que no paras en tu casa.

  • Amigas, sí, pero tú eres mi única hermana. No te creas que puedo hablar con ellas las mismas cosas que contigo. Así que a ver, cuéntame qué te ha pasado con Roberto. Desde el principio  y con tranquilidad, que tenemos toda la tarde...

  • Bueno, pues vamos allá. Todo empezó hará un año y medio, cuando Roberto cumplió los 40. Hasta ahora siempre he pensado que eso de la crisis de los 40 es una gilipollez, cuando yo los cumplí para mí no significó nada, no noté ningún cambio especial. Pero para él fue como si se le hubieran alborotado las hormonas. No paraba de fijarse en todas las chicas de buen ver con las que nos cruzábamos en la calle. Había empezado a mirar también de forma distinta a mis amigas y a las vecinas. Que no es que antes no lo hiciera, ya sabes cómo son los hombres, siempre alguna risita, alguna miradita echan, son menos disimulados que nosotras, pero normalmente Roberto siempre había guardado la compostura. Pero es que ahora, estaba salido: a todas horas quería practicar sexo, como si tuviéramos 18 años y su actitud era como la de un adolescente en celo. Todo el mundo se daba cuenta de cómo miraba a las mujeres porque lo tenía pintado en la frente…Pues eso, que parecía que tenía 16 años en vez de 40. A mí me resulta incómodo y frustrante. Se ponía en evidencia y me ponía en evidencia a mí también.

  • Pero no se lo dijiste…

  • ¡Pues claro que lo hablamos! menuda neura que tenía, me puso la cabeza loca con historias de que si el tiempo vuela, que hay que aprovechar cada día, de que no se habían cumplido sus sueños de juventud, que si la rutina mataba la relación... En fin, que le dio de gordo. Menuda empanada mental.

De repente, se había dado cuenta de que era un señor de 40 años y que estaba en otra fase de su vida y eso no lo aceptaba. Cómo que tenía que autoafirmarse. Y claro, ya sabes lo que les pasa a los tíos, que parte de su autoafirmación pasa por volver a sentirse unos galanes.

Que si eres capaz de ligarte a otra tía, y no digamos ya sí es una jovencita, cómo que todo va genial. Vamos, que ha sido capaz de detener el tiempo. En fin, gilipolleces de tíos, pensé yo al principio. Ya se le pasará. Pero oye, que pasaban los días y seguía igual. Peor, porque le dio por apuntarse al gimnasio, estaba preocupadísimo con su forma física y con su imagen. Y claro, allí en el gimnasio, con aquello lleno de mosconas exhibiéndose, pues como que se puso peor. Se pasaba allí media tarde, cuando no toda la tarde entera.

Pero ¿qué coño haces? le pregunté, sabiendo que era incapaz de correr o pedalear más de media hora seguida. Pues que me enrollo con unos y otros, me contestaba. Claro que se enrollaba, como si lo viera, todo el día dándole palique a la primera que se le cruzaba o nadando 20 minutos y luego hora y media en el bar del gimnasio, de cachondeo, con cualquiera que se parara con él.

Y luego lo de las redes sociales ¡Todo el día enganchado al móvil y metido en no sé cuántos grupos!

Así que yo ya no sabía qué hacer, porque era como los niños chicos, imposible hacerlo sentar la cabeza. Hasta que un día, me viene una vecina que también va al mismo gimnasio y como quien no quiere la cosa, me suelta que mi marido le ha tirado los tejos.

Que sí, que medio en serio, medio en broma, pero que ya me dejó con la mosca detrás de la oreja: ¡pero de qué va éste!

  • Y ¿qué hiciste? ¿Hablaste con él?

  • Pues claro, pero nada, como el que habla con la pared, que era una tontería, que lo habían sacado de lugar, que aquello era habitual allí en el gimnasio, que no me preocupara, que si empezaba a estar paranoica… todo el rato echando balones fuera, imposible hablar en serio.

Pero yo estaba preocupada con su comportamiento.

  • ¿Sospechabas que te los estaba poniendo con alguien?

  • No era exactamente eso Lola. Más que me los estaba poniendo, era que me los podía poner en cuanto tuviera una oportunidad. Yendo en ese plan, estaba claro que si alguna se le abría de piernas, es que no iba a decir que no.

Así que al final decidí adelantarme yo.

  • ¿Cómo? ¿Que tú se los has…?

  • Jajaja, vaya cara que has puesto hermana: que no, que no es eso, déjame que te explique…Le tendí una trampa.

  • Bea, estoy flipando, a ver, cuéntame eso…

  • Pues nada, que me abrí un perfil falso en Facebook… ya te dije que él anda metido en un montón de grupos y bueno, pues contacté haciéndome pasar por otra, ya sabes, com:o quien no quiere la cosa: oye, que he visto esta foto tuya; que si has estado en tal sitio; que sí a mí también me gusta el tema de la cata de vino, etc… me respondió enseguida, aunque el muy idiota no tenía muy claro quién era yo y como había llegado a su perfil

Al principio se cortó un poco, pero cuando me inventé una historia de que conocía a gente de alguno de sus grupos y que por eso había llegado hasta allí,  ya se abrió completamente, ni siquiera se molestó en comprobarlo.

Ya sabes: soy una amiga de la amiga de nosequién, que coincidí contigo en el curso de cata que hicieron las bodegas tal…

  • ¡Qué fuerte Bea! y ¿él tiro los tejos sin saber que eras su mujer?

  • Pues sí.

  • Tía, no puedo creérmelo…

  • Pues así fue, estuvimos un mes con mensajitos e incluso chateando por internet. Y al final le pedí que quedáramos.

  • ¿Para follar? ¡Hostia, no me digas!

  • Bueno, no fui tan explícita: para conocernos en persona; para tomar unas copas… pero el tema estaba claro porque le dije que había reservado una habitación de hotel y que podíamos vernos allí, o sea, que más claro agua.

  • Y él aceptó, claro.

  • Aceptó y se presentó…

  • ¡Buah! no jodas que quedaste de verdad…

  • Pues claro, no te digo que estaba como los niños pequeños… era capaz de decirme que eso que había escrito por internet no había sido él. Yo pensé: esta vez no te escapas, aquí vamos a hablar claro.

Lola…me estás mirando con una cara… ¡tendrías que verte!

  • Es que lo que me estás contando...joder, que no te imagino haciendo todo eso, reserva de habitación en un hotel y presentándote allí... Hija me dejas alucinada.

  • Yo tampoco me imaginaba a mí misma haciendo algo así, pero claro, es que tampoco nunca había estado en esa situación y a ver cómo lo resolvía... ¿Tú que hubieras hecho?

  • No sé. Creo que tienes razón, parece una locura pero en una situación así... Yo no tengo nada claro como actuaría. Supongo que haría lo mismo que tú, buscarme la vida para averiguar que pasa. Bueno y ¿cómo reacciono él cuándo os encontrasteis?

  • Yo lo estaba esperando en la habitación. Cuando llamo a la puerta y fui a abrirle, te puedes imaginar la cara que puso. Estaba allí de pie, vestido de domingo y con un ramo de flores en la mano. Se quedó con la boca abierta. No entendía nada.

Yo le dije pasa, pasa, no te quedes en la puerta que tenemos una cita...

Me fui para dentro y me senté en la cama a esperarlo.

Tardó casi un minuto en entrar, venía con miedo, como asustado, sin acabar de comprender la situación o más bien, como se había visto en ella.

  • Y tú ¿cómo reaccionaste?

  • Mira, es que te no te lo vas a creer, pero me partí el culo de risa…

  • ¿Que te dio la risa?

  • Sí, jajaja. Es que era tan cómico. Tenías que haberlo visto allí, de pie, sin saber a dónde mirar con el ramo de flores en la mano, y sobre todo, la facha que tenía... Bueno, supongo que fueron los nervios y la tensión, pero es que me dio por reír.

  • Reír por no llorar, claro.

  • Si, eso, tú lo has dicho: reírme por no llorar.

  • Jajaja perdona, pero es que no puedo evitar imaginarme su cara: vaya situación.

  • Hay que ver, míranos: mi marido siendo infiel y las dos aquí descojonadas…

  • Bueno, técnicamente hablando, no llegó a ser infiel, no pudo acostarse con ninguna otra. ¿Sabes? creo que hiciste bien adelantándote: se ha llevado el corte de su vida, seguro que ahora se lo piensa dos veces antes de hacer el tonto.

  • Bueno, la verdad es que desde entonces está bastante comedido, pero no sé Lola, la verdad es que no sé qué hacer ni qué pensar…

  • ¿Estás rumiando dejarle?

  • No sé qué hacer. Igual me he equivocado haciendo esto y lo que teníamos que hacer era darnos un tiempo, estar dos o tres meses separados a ver qué pasa.

  • Pues ya has visto lo que pasa guapa, si hizo eso estando contigo, imagínate estando solo.

  • Pues a lo mejor es bueno que pase ¿no?

  • Bea no te entiendo: ¿me estás diciendo qué prefieres que te pongan los cuernos?

  • Estoy diciendo, Lola, que quiero tener las cosas claras. Ahora mismo para lo único que me ha servido eso, es para no saber si mi marido va a volver a intentarlo o no. No sé si ahora se contiene por miedo a que lo pille, o porque realmente está avergonzado de su comportamiento. Quizás debiera dejarlo a su bola y salir de dudas de una vez.

  • O quizás debieras esperar a ver si con este susto se olvida ya de hacer tonterías.

Es como daros una segunda oportunidad: si hubiera consumado, eso sería prácticamente imposible.

  • ¡Ay Lola, no sé! me parece que lo único que puedo hacer es esperar. A ver cómo se desarrolla todo, a ver si aprendido la lección, a ver si puede ser que lo nuestro se recomponga y se olvide de buscar fuera lo que ya tiene dentro de casa.

Y si no, bueno, pues entonces habrá que tomar decisiones en serio.

  • Claro que sí Bea, mejor no precipitarse.

  • Pues entonces eso, a esperar y a reír por no llorar.