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¿Cómo te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

El acantilado.

Me encanta dejar vagar la mirada en este paisaje de dunas blancas y mar azul añil, mirando a todos los sitios y a ninguno a particular

Sentado al borde de un pequeño acantilado, desde el que una pendiente de arena fina baja a la playa, recuerdo todas las veces que he estado aquí. La primera, cuando viaje con mis padres a Cádiz de vacaciones, aun adolescente.  El sitio me había impresionado, era la primera vez que veía el Atlántico y me pareció muy diferente de la costa mediterránea, donde habitualmente veraneábamos.

Cuando años después, ya aprobada la oposición y con trabajo de profesor volví, busqué de nuevo el sitio. Iba acompañado de mi novia, Isabel, la que luego se convertiría en mi esposa. Era también el primer viaje que hacíamos juntos y me pareció un buen lugar, para dar el pistoletazo de salida a nuestra relación y a mi vida de adulto independiente.

Desde entonces, he pasado muchas veces por aquí, es visita obligada cada vez que vengo a Cádiz. Isabel nunca entendía el motivo de que tuviera que parar sí o sí en este lugar.

Una de tantas cosas en la que no coincidimos. Pero había tantas que sí que nos unían, que a mí no me importaba. Era un amor fresco, nuevo, excitante. Me encantaba saber que éramos novios y que teníamos un proyecto de futuro juntos. Que ya no tenía que buscar a nadie con quién tener sexo, que todo quedaba englobado en una misma relación, en la que había cariño, amor, morbo, convivencia…

Todo esto se fue perdiendo con el tiempo, engullido por la rutina, la enemiga mortal del amor. Ahora pienso que quizás si hubiéramos tenido hijos, hubiera sido diferente. Si hubiese despertado su amor de madre no habría tenido tanta importancia a todo lo demás, como en tantos matrimonios, el esposo hubiera pasado a un segundo plano.

Quizás entonces, las hormonas se le habrían calmado; quizás al querer tanto a alguien que había salido de sus entrañas, no hubiese sentido tanto la necesidad de ser objeto ella misma de atención.

Pero no fue así: tomamos la decisión de posponer la paternidad y eso implicó que quizá ella se aburría, al dejar de sentir con toda la fuerza que implicaba, la pasión de los primeros momentos de la relación….y acabara buscando esa pasión en otro sitio.

En mi entorno, muchos trataron de avisar. Como suele pasar casi siempre, el cornudo es el último que se entera. Ella escondía su relación y sus sentimientos ante mí, pero era bastante menos cuidadosa con los demás. Como si en el fondo no le importara que se supiera. Es extraño, pero a veces, llegué a pensar que lo hacía así para que yo me he enterara por terceros y no tener que confesarlo.

Los dos últimos años, algunas personas de confianza me advirtieron que su comportamiento era sospechoso. Yo me negaba a darles crédito. De alguna forma pensaba, que estaban tratando de distanciarnos, como si la gente no tuviera otra cosa que hacer que montar conspiraciones para deshacer matrimonios. Nunca te crees que esto pueda pasarte a ti. Pero la realidad se impone y acabé dándome cuenta de que, efectivamente, su actitud era sospechosa en muchos aspectos. No os aburriré con los detalles. Cosas que cuando las piensas fríamente te das cuenta que no encajan. Y más conociendo como conoces a tu pareja.

Al contrario que ella, yo fui de frente. Nada de contratar un investigador, ni de seguirla a ver si la pillaba con las manos en la masa. Me hubiera sentido ridículo haciendo algo así. Yo no valgo para eso. Me senté a la mesa frente a ella y se lo dije a las claras.

Lo negó todo.

Me quedé cabreado y frustrado. Era su palabra contra la mía. No me había preparado, no tenía ninguna prueba. Pero ella se quedó tocada. Ya sabía que yo estaba sobre la pista y mi actitud en los días siguientes, no fue precisamente amigable. Estaba claro que no la creía. Creo que habíamos roto la confianza hacía ya tiempo, pero al menos manteníamos la ilusión de que la convivencia seguía como si tal cosa. A partir de ese día, ya no podíamos engañarnos, aunque yo no pudiera demostrarlo, ella ya sabía que la había pillado.

Una semana después, continuaba creciendo la tensión, el aire se podía cortar entre nosotros. Al final ella tomo una decisión.

Cuando volví de dar clases en el instituto, me la encontré sentada en la cocina con las maletas hechas. Se había molestado en hacerme la comida por última vez. Una olla humeaba detrás de ella con un guiso de costillas. Uno de mis platos favoritos.

Me pidió perdón.

- Explícame exactamente por qué tengo que perdonarte. Quiero saberlo todo , le dije.

Me contó que tenía un amante desde hacía diez años. Que lo sentía mucho. Que yo no me merecía lo que me había hecho, y bla bla bla... Ya no la escuchaba.

¡10 años! no podía creérmelo. Y yo que pensaba que era una cosa de meses atrás como mucho.

- ¿Qué vas a hacer? le dije cuando volví a la realidad ¿dónde vas a ir?

- Me voy con él , contestó. Es lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo, así nos hubiéramos ahorrado tanta mentira y dolor.

  • Eso por tu parte. Yo jamás te he engañado. Yo no te hubiese hecho algo así.

  • No digas eso Pedro, eso pensaba yo misma y fíjate... Las cosas del corazón son así. Un buen día te empieza a gustar alguien y...

…Y le pones los cuernos durante diez años a tu marido...No te jode. Venirme a mí con lecciones existencialistas acerca de la inevitabilidad de los sentimientos. Un accidente, es emborracharte un día en una comida de empresa y echar un polvo con tu compañero de trabajo. De esos que cuando se te pasa la melopea piensas: ¡pero que he hecho! Y claro, no te atreves a contárselo a tu pareja porque entonces se puede ir todo a la mierda. Y te lo callas con la esperanza de que nunca se entere porque la sigues queriendo.

Pero una relación de diez años... Y ahora venir con el rollo qué te has enamorado... ¡Joder, si en ese tiempo te da tiempo a casarte cinco veces y a divorciarte otras cinco!

Parece ser que era un amigo antiguo. Que después de muchos años, se habían vuelto a encontrar por casualidad y decidieron tomarse un café juntos. Que a partir de ahí surgió todo. No quise escuchar demasiado los detalles, hubo un momento en que dejaron de interesarme. Seguramente sería algo más que un amigo, algún noviete o alguien con quien estuvo a punto de salir, pero al final no lo hicieron, en su juventud.

¿Que por qué no se fue con él antes? ¡Pues porque estaba casado! Tócate los pies. Encima eso.

Como él tiene mujer y no se quiere separar vamos a follar durante una década. Ya veremos luego lo que pasa. Y Viene a hablarme de amor y de enamoramiento. Como para que yo la comprenda o para que sea ella la que me dé pena.

No guapa, no, que lo que ha pasado está muy claro.

Te encuentras con un viejo amigo, con el que posiblemente estuviste tonteando en el pasado. No sé si entonces hubo sexo o bien os quedasteis con las ganas, si en su día no cuajó porque él no quiso, o fuiste tú la que no quisiste, pero el caso, es que ahora sí os habéis mirado con otros ojos. Y comenzasteis a quedar, al principio inocentemente, según tú pretendes que me crea: solo para recordar viejos tiempos y echar unas risas alrededor de una cerveza.

Y que luego pasasteis a sentiros atraídos. Como que primero fue algo inocente y luego algo inevitable. Cariño, parece que estoy con una de las adolescentes a las que les doy clase.

¿De verdad esperas que me crea esa milonga?

- Profe, que no he traído los deberes porque se me los ha comido el perro...

¡Venga hombre!

Diez años poniéndome los cuernos. Si es que además da igual como empezara, el tema es que ella me estuvo engañando la mitad de toda nuestra vida en pareja. Tiempo de sobra para aclararse, sincerarse y contármelo, digo yo.

Está claro que se encontraban a gusto con esta situación y que si esto ha acabado, es porque yo ya no estaba dispuesto a creerme nada y ella veía que se le había acabado el chollo. Así que me cabree: ¿qué coño es eso de intentar hacer parecer esto, casi como si fuera culpa de los dos o una cosa inevitable del destino? Quitándole hierro, más con la vista puesta en formalizar su próxima relación y guardar las formas respecto a su reputación, o quizás a su conciencia, que a un verdadero arrepentimiento o reconocimiento de la culpa.

Si es que hasta quizás le había venido bien, me cago en todo…

- Oye, que mi marido nos ha pillado, que me tengo que ir de casa, aclárate guapo y dale ya de una vez, la patada a tu mujer.

Quizá por eso tardó una semana en irse. Estarían decidiendo, organizando, pensando que iba a echar a la maleta...

A mí, todo este fregado me pilló en mitad de curso. Imposible concentrarme, no me sentía con ganas de ir a clase, de enseñar, de ver a nadie. Hablé con el jefe de estudios y con el director. Se lo conté todo tal cual. No me servía cogerme la baja: en casa me encontraba todavía peor.

Así que me pedí una excedencia de un mes completo, tomé los ahorros que tenía y me puse a viajar fuera de España. Era lo único que me podía ilusionar en aquel momento, lo único que me podía hacer olvidar un poco.

Un viejo sueño siempre aplazado. Viajar al norte de Europa. Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia... Con vehículo alquilado, moviéndome a mí antojo, alternando las capitales y algunos de los sitios turísticos que más me llamaban la atención, con una ruta de lugares menos conocidos, elaborada a lo largo de todos estos años por mí. Escenarios de películas, de novelas… lugares protagonistas de pequeñas anécdotas, historias que en muchos casos apenas han trascendido. De alguna forma, se quedaron anclados en mi mente, en mi Imaginario y siempre deseé visitarlos. De esos sitios que tienen un significado especial para ti, aunque no los hayas visto nunca. Lugares que quizá te decepcionen, pero que solo hay una forma averiguar si son realmente especiales. Acercarse a echar un vistazo, sin prisa, situándote en su entorno, dándoles sentido.

Y sobre todo el mar...Igual que estoy aquí ahora, observando el Atlántico, que es una forma de mirarme a mí mismo, de encontrarme, de entenderme...De alcanzar cierta paz.

No sé por qué siempre me llamo tanto la atención el Mar del Norte, bravo, brumoso y frío. Desde pequeño, siempre me imaginaba cómo debía ser una travesía vikinga a bordo de esas embarcaciones, que nadie pudiera pensar que sobrevivieran en un mar como ese.

Todos los océanos y mares que quería visitar, debían empezar por ahí. Así que tuve claro qué es lo que debía hacer. En ese momento, estaba de baja y aproveché para desempolvar todo el proyecto, para trazar la ruta exacta, sacar billetes, concertar alojamientos y reservar coches de alquiler. Parte del camino planificado, y otra parte, a la aventura. Y un buen día, cogí un vuelo a Ámsterdam. De alguna forma, supe que ese debía ser el inicio de mi singladura. La ciudad me evocaba el viaje interno y el externo que quería llevar a cabo.

Como todo lo que imaginamos, como todo lo que planeamos y por tanto vivimos antes en nuestra mente que en la realidad, este sueño tuvo sus altibajos, y no resultó exactamente cómo lo planeé. Lugares que sobre el papel parecía muy especiales, luego me resultaron fríos, inhóspitos e incluso sórdidos. No me inspiraban ni me evocaban todo aquello que yo había supuesto. Otros, sin embargo, cumplieron mis expectativas.

Pero lo de menos resultó ser la ruta propuesta. El viaje que yo creía iniciático, se convirtió en sanador. La distancia puso calma en mis sentimientos. Como si fuera paracetamol para el corazón. Y la calma me ayudó a pensar, a decidir que tenía que poner de nuevo en marcha mi vida y cómo debía hacerlo.

Al estar alejado de mi tierra y de toda la gente a la que conocía, al estar solo, sentía como si fuera otra persona. Como si lo que sucedió en España no tuviera nada que ver conmigo, si no con otro tipo. Un tipo al que yo, incluso, me permitía darle consejos y animarle:

¡Pero si es lo mejor que te ha podido pasar hombre! ¿Qué querías, vivir toda la vida en una mentira? ¿Acaso eres tú (que tanto has buscado el conocimiento durante toda tu vida, que lo que más te gusta es propagarlo, enseñarlo a los demás), de esas personas que prefieren no saber para no sufrir? Los cuarenta no es un mal momento para empezar de nuevo, tienes todavía media vida para rectificar los errores, para buscar algo que sea auténtico. ¿Qué hubiera pasado si no te hubieras enfrentado a ello, si no la hubieras forzado a delatarse? Cinco años, tal vez diez más y luego: ¿qué? ¿Más dolor? ¿Aún no era ya suficiente una década siendo engañado? Es como cuando te clavas una espina: cuanto más tardes en sacarla, más profunda se hunde en tu carne, más duele sacarla y peores cicatrices deja. No eres tú quien tiene que sentir vergüenza, sino ella. ¿Qué has estado 10 años sin enterarte?: peor es estar 10 años engañando, eso demuestra su catadura moral, porque no, guapa, eso no es un accidente, ni un flechazo, ni hay excusa.

Bueno Pedro, que no le des más vueltas, vuelve y rehaz tu vida, que tú puedes y lo mereces.

Pero claro, es más fácil decirlo que hacerlo y cuando la herida está tan reciente... Era acaso quizá esa herida, la que me impedía sumergirme en mi tan esperado y deseado viaje. La que me impedía desconectar del todo.

Bueno, ya da igual. A estas alturas eso me es absolutamente indiferente. Lo que si me importa, lo que recordaré toda mi vida, fue ese encuentro con una chica danesa.

En una carretera apartada de un remoto pueblo del istmo danés... recorría la península tomando fotos del Mar del Norte. Quería llegar a una pequeña bahía. Había enseñado a mis alumnos que otros jóvenes como ellos, perdedores de la guerra, habían sido obligados a limpiar de minas la zona. Chicos que apenas tenían edad de saber porque luchaban, que no llegaron a entender hasta mucho después, el mal del que llegaron a formar parte. Jóvenes reclutados a la desesperada por el régimen nazi en los últimos momentos de la guerra. Pequeños fanáticos de la juventud hitleriana en algún caso, que empezaban a entender que la historia no era como se las habían contado. Muchos murieron desactivando esas minas. La prioridad para los vencedores, no era su seguridad, evidentemente, si no limpiar la zona.

Tenía pensado hacer algunas fotos de esas playas para proyectarlas en clase cuando volviera.

El acceso era por una pequeña localidad costera, apenas un puñado de casas salpicadas a lo largo de la carretera. Nada que se pareciera una oficina de turismo, ni tan siquiera un pequeño ayuntamiento donde preguntar, así que como siempre, intenté hacerme entender en inglés, que era el único idioma que dominaba. Un anciano con aspecto de haber sido pescador, de esos que llevan el salitre incrustado en la piel, me miraba sin entender. Y entonces, se acercó aquella chica que sí chapurreaba el idioma. Apenas hablamos tres o cuatro minutos. Hubo más miradas que palabras. A la vuelta, pasé por el mismo sitio y me detuve en la tienda donde la había visto desaparecer, tras darme las indicaciones. Resultó ser el bar del pueblo que también hacía las veces de supermercado. Decidí almorzar allí. La chica atendía el local y su madre cocinaba. Había algo que me llamaba la atención de ella y no sabía exactamente el que. Por su parte, Astrid, que así se llamaba, parecía contenta de tener a alguien con quien hablar, algo que rompiera la rutina de sus cortos días y largas noches en el Atlántico Norte.

No sé qué fue lo que me impulsó a quedarme allí a dormir: quizás que ellas disponían de una habitación que podían alquilar. De alguna forma me encontraba bien. Aquello parecía un refugio. La noche se convirtió en un día, el día en otro y al final, estuve allí una semana completa, en la que pude averiguar por fin, que era lo que me llamaba la atención de aquella chica, que era lo mismo por lo que habíamos conectado tan bien: los dos teníamos el alma herida por el veneno de la ansiedad. Ambos necesitábamos romper con nuestro mundo y empezar de nuevo en otro sitio, en otro lugar, con otra persona.

Yo con 40 años y ella con 35, conscientes de que los trenes no pasan delante tuya todos los días y no te puedes pensar mucho las cosas, simplemente tienes que decidir si te subes o no.  Ella conocía España de una visita breve y ya para siempre se había convertido en el objeto de su sueño: luz, calor y gente abierta que empatiza rápidamente contigo… yo le expliqué mi situación, como me sentía, lo que jamás había hablado con nadie en mi casa… nunca antes me había confesado así.

No necesitábamos muchas palabras para entendernos, más bien eran los gestos, las miradas…sentía volar los minutos junto a ella aunque no sucediera nada. Era como un bálsamo que aplacaba mi ansiedad, mi dolor… que hacía desaparecer mi incertidumbre respecto al futuro. Estando con ella es como si pudiera concentrarme solo en vivir el momento, el doloroso pasado y el incierto porvenir, no existían… y eso me salvó.

Y creo que a ella le sucedía igual, porque una sonrisa iluminaba su cara cada vez que me veía entrar a la tienda.

La última noche llamo a la puerta de mi habitación. Cuando abrí, allí estaba, sonriéndome. Sin decir nada, solo con aquella preciosa sonrisa pintada en los labios, se introdujo en mi cama y definitivamente en mi vida.

Qué extraño, que nuevo, pero también, qué excitante resultó todo.

Astrid es una chica de formas rotundas, caderas anchas, grandes pechos y muslos inabarcables. No es el canon de belleza nórdica al que estamos acostumbrados, salvo por el pelo rubio, prácticamente color oro. Pero esas formas resultaron acogedoras y hermosas. Acostumbrado a mi mujer (mucho más delgada, siempre rasurada en sus partes íntimas y frenética en el sexo: ya fuera porque lo deseaba o ya fuera, como lo últimos tiempos, porque deseaba acabar pronto), me encontré con una chica calmada e hirsuta que no había considerado necesario depilarse ni ponerse guapa, para ella eran más importantes las caricias en el tiempo de espera y los preliminares, que el acto en sí. Y que cuando este llegaba, era como una explosión, una comunión entre los dos cuerpos…

No sé si podría decir que aquello fue hacer el amor, pero si estoy seguro de que era algo más que follar, mucho más.

En penumbra, con solo una pequeña luz encendida que se filtraba desde el cuarto de baño, adivinando más que viendo sus formas; atracándome en un festín de carne orondo y macizo; empapándome con sus humedades…

Cuando por la mañana entro la luz del alba, pude verla desnuda y me pareció hermosa. Y después me pareció guapa, muy guapa. Había llegado a casa, a mi hogar, de eso estaba seguro. Allí era donde yo quería estar, aunque no donde ella deseaba. Porque Astrid quería huir de ese pueblo. Su sueño estaba con el sol y la luz del Sur.

Curioso, como la madre llamó a la puerta y nos trajo el desayuno. La gente nórdica con otro concepto de la moral y de la vergüenza. Mucho más libre y sano que el nuestro. Astrid no consideró necesario vestirse para recibirla y allí estaba, desnuda, con su largo pelo rubio cayendo sobre los hombros, con sus grandes pechos que aun mostraban arañazos de la batalla anterior, con su culo blanco y hermoso moviéndose con gracia al compás de sus caderas. Y también con su sexo peludo que ocultaba el manantial que no paraba de manar flujo.

Así recibió la bandeja de manos de su madre y le dio las gracias para volver a la cama conmigo. Ella me echó una mirada y simplemente sonrió antes de cerrar la puerta y desaparecer.

Yo tenía que irme, porque disponía de billete en el ferry que me iba a trasladar al otro lado del mar y reserva, ya concertada, en un hotel para continuar viaje por Suecia y Noruega.

Solo la promesa de volver a vernos y de no perder el contacto diario a través del whatsapp, me permitió partir, aunque ella ya me acompañó el resto del viaje. Notaba su presencia, su olor, su sonrisa que iba conmigo allá donde yo me dirigiera. Me sorprendí hablándole como si la tuviera a mi lado, contándole mis impresiones, describiéndole mis sentimientos sobre todo lo que veía. Cada vez tenía más claro que ella tenía que ser mi compañera.

Todos los días nos hablábamos por el móvil nos enviamos mensajes y fotos, y cuando volví a España, solicité el traslado a Cádiz, junto al mar, en la Costa de la Luz. Me iba de mi casa, de mi pasado y de mis amarguras, para renacer en un nuevo lugar.

Cuando estuve listo (que fue pronto), viajé de nuevo a Dinamarca a reencontrarme con Astrid y a pedirle que se viniera a vivir conmigo.

Dudó, porque su madre, la única familia que tenía, se negaba a dejar su pueblo y a acompañarla. Pero fue ella misma la que la empujó. Sabía que el sitio de su hija no estaba allí: está aquí, recorriendo la playa, mientras yo la observo desde el acantilado, feliz pese a todas las dificultades que nos pone la vida. Feliz por ella, por mí y por el crío que da sus primeros pasos por la arena cogido de su mano. Nuestro hijo.

Cuando pienso en mi anterior mujer, ya no siento odio, ni enfado, ni desazón. Hace apenas dos años y parece que mi anterior vida no hubiera existido. No sé nada de ella: cómo le habrá ido con su amante, si serán felices o no, sí ya es madre... Hace tiempo que eso dejo de importarme. Solo sé que si algún día, la casualidad la lleva de nuevo a cruzarse en mi camino, hay una cosa que quiero decirle:

Gracias.

Vosotros sabéis por qué ¿Verdad?