17 de Mayo

Un día de la vida de una estudiante de instituto.

Mi etapa de instituto la recuerdo como el comienzo de mi descubrimiento personal así como la etapa de adolescencia radical con la que todos contamos en algún momento. Uno de mis profesores me describió como "una chica de mente rápida, memoria visual buena, inteligente pero extremadamente vaga". Y si lo era, prefería estar tomando café con mis amigos (o sola) en el bar de enfrente que estar en clase aguantando interminables horas y clases que, en ese momento, me parecían inútiles.

Uno de esos cursos de instituto marcó mi vida de manera irreversible. Debíamos hacer un trabajo de literatura galega sobre Rosalía de Castro para entregar y debíamos hacerlo en pareja. Como el día que se hicieron las parejas yo estaba haciendo cualquier cosa menos estar en clase, me tocó hacerlo con una chica con la que a penas tenía trato porque ella tampoco había asistido. Su nombre era Bea.

Bea era una chica guapa que no se relacionaba demasiado con la gente de la clase, de ahí que apenas nos conociéramos, a pesar de que estábamos casi a final de curso. Como buenas vagas (mas tarde descubrí que ella también lo era) un par de días antes de entregar el dichoso trabajo, nos vimos con que no habíamos hecho nada de nada, por lo que acordamos reunirnos en su casa el lunes y, como al día siguiente era festivo, podríamos acabarlo sin problema.

Lo cierto es que acabamos el trabajo mucho antes de lo que esperábamos y decidimos ir a tomar un café al bar que estaba debajo de su casa. En todo el rato que empleamos en redactar, escribir, imprimir y encuadernar todo el papeleo, apenas cruzamos algunas palabras, todas ellas relacionadas con el tema, pero de vez en cuando notaba alguna que otra mirada por su parte.

Mientras tomábamos algo empezamos a abrirnos mas la una hacia la otra hablando de cosas un poco mas personales, como de nuestras familias o nuestros amigos. El momento de sorpresa, por mi parte, fue cuando me dijo alegremente que una de sus amigas era muy mala haciendo sexo oral. Así, como si dijera "el café está muy caliente", me suelta tremenda cosa y sigue como si nada. No me suele causar impresión el hecho de que alguien me hable de sexo, pero si que lo haga así, sin venir mucho a cuento.

Caí en la cuenta de que la persona que estaba ante mi, en la que a penas me había fijado era, al menos, bisexual. De modo que, inmediatamente me empecé a fijar en sus rasgos y en la manera en la que me miraba. Hay que tener en cuenta que, en esas edades todo lo que tenemos en la cabeza es follar bien y no mirar a quien. Pero en este caso si miré, la verdad es que era una chica guapa y con un cuerpo bien proporcionado y atlético, de ojos verdes y pelo negro largo.

La conversación después de ese comentario se volvió un poco (bastante) mas picante, entrando (ella, sobre todo) en detalles íntimos a cerca de lo que nos gustaba y lo que no. Estábamos sonrojadas y no de vergüenza precisamente.

Acabado el café volvimos a su casa y aunque al trabajo estaba casi finalizado, me dijo si me quedaba a dormir ya que, como ya dije, al día siguiente no había clase. Telefoneé para avisar, y con la aprobación en la mano, le dije que me quedaba. Una mirada cómplice y fogosa atravesó la habitación al momento.

Cenamos con sus padres, dos personas muy agradables y con su hermano pequeño, un pequeño diablo envuelto en piel. No tardamos mucho porque teníamos la excusa de acabar con Rosalía y así poder volver a su cuarto, por mi parte, expectante para saber hasta donde podría llegar esa experiencia.

He de reconocer que, en esa época, era sumamente tímida con las mujeres, ahora también pero no tanto. Así que tenía que esperar a que ella diera el primer paso, puesto que estaba claro que yo no lo haría nunca.

Entramos en el dormitorio y me lanzó una camiseta para que me cambiara mientras ella iba al baño. Creo que en mi vida tardé menos en quitarme la ropa, tenía miedo de que me viera desnuda o a saber tu lo que me pasaba por la cabeza. Las cosas de adolescentes acomplejados por nada. A su regreso, comprobé, alegremente para mis ojos, que no traía pantalón. Cerró la puerta con llave y acto seguido se quitó la camiseta, mirándome directamente.

Madre mía, yo estaba tan nerviosa que cogí un libro para no fijar la mirada en ella, no sabía si quería algo o no. Que bonita es la inexperiencia, te hace vivir las cosas de una forma tan especial

Se desabrochó el sujetador con una mano y se puso ante el espejo de cuerpo entero del armario y, mirándose en el, hizo todo un ritual de caricias y halagos hacia su persona, dejándome a mi mas muerta que viva ante aquella imagen (grabada en mis retinas hasta los restos de mi vida) de aquella mujer masturbándose para mi (o para ella) ante su reflejo. Sus manos se deslizaban serenas por su piel, deteniéndose en aquellos puntos en los que sentía mas placer, pero sin llegar a sobarlos brutalmente, simplemente se iba excitando despacio, dándose placer hasta el límite pero sin cruzarlo. En eso momento lo único que deseaba era ser sus manos, o que esas manos estuvieran en mi piel. No cerraba los ojos, solo seguía, a través del espejo, el camino que marcaban sus falanges. La espectadora de la cama de al lado sudaba y temblaba atónita ante tal despliegue de onanismo, disfrutando y aprendiendo al mismo tiempo de lo bello que es ver a una mujer regalarse tanto amor propio.

Con un suspiro leve terminó tal despliegue, abrió el armario y sacó un camisón transparente que hizo las delicias de mis ojos, poniéndome mas caliente si cabe. Pero mi maldita timidez no me dejaba moverme y abalanzarme sobre ella.

Se metió en la cama y me miró sonriendo: "¿Te has dado cuenta de que tienes el libro al revés? El inglés no es muy difícil, pero hacerlo al revés…". Mátame camión, fue lo único que pensé ante tal ocurrencia y, como si el maldito libro entrase en llamas, lo dejé sobre la mesita que separaba ambos catres, al tiempo que Bea apagaba la luz.

Mi cabeza no hacía mas que repetirme lo estúpida que era, ¿Por qué no podía hacer nada? No podía ni cerrar los ojos del calentón que inundaba mi cuerpo y menos aún teniendo a semejante elemento en la cama de al lado. Será posible que….

"Disculpe, señorita, pero… o vienes tu a mi cama o voy yo a la tuya, pero así no se queda esto". Creo que, antes de que acabara la frase, mi cuerpo saltó como un resorte de mi lecho para caer al suelo (entre las camas) y acto seguido colarme entre sus sábanas… y quedarme allí quieta sin moverme porque no sabía ni que hacer, a pesar de que no era la primera ni la segunda vez que estaba con alguien.

"¿No vas a hacer nada? Yo creo que ya he hecho bastante". Y acercándose puso sus labios a un tiro de piedra de los míos. Estiré un poquitín mi cuello y los rocé una vez. Luego otra mas y otra mas. Entonces me acarició la cara se acercó mas y metió su lengua en mi boca haciendo que mis ojos, en lugar de cerrarse, se abrieran tal que platos llanos. Que manera de besar, estaba en el cielo. Y pasado el primer trago, mi vergüenza y mis nervios se fueron junto con mi camiseta y su camisón.

Después de ese primer beso, mis labios no pudieron ni quisieron separarse ya de su piel. Me puse sobre ella y comencé a acariciarla de todas las maneras que me sobrevenían al tiempo que deslizaba mi lengua por todos y cada uno de los rincones que sus manos previamente me habían enseñado, haciendo que ella se sintiera gratamente sorprendida. Tenía ganas de sentirme dentro de ella, tenía ganas de probarla, tenía ganas de tantas y tantas cosas que no sabía que hacer primero. La excitación que tenía no me dejaba actuar racionalmente.

Me coloqué entre sus piernas de rodillas, apoyé una mano en la cama y con mi mano izquierda la penetré despacio mirando como el gesto de su cara tornaba de sorpresa a placer en cuestión de dos dedos. Salían y entraban con facilidad y notaba como sus manos me acariciaban la cabeza y la espalda hasta donde alcanzaban. La postura que tenía me facilitó el camino para probarla, tenía muchas ganas, y amén si lo hice, haciendo que de su boca saliera un suave pero preciso siiii

No se cuanto tiempo estuve allí abajo haciendo todos cuantos movimientos se me ocurrían, ni siquiera puedo asegurar si llegó o no al orgasmo, no lo se. Y en un momento del que no recuerdo los pasos, la que yacía en el lecho era yo y la que hacía las delicias de mi calentura era ella, Bea, la mujer con la que, hacía unas horas, estaba hablando sobre literatura galega. Era Bea, la que me estaba penetrando, era ella y no otra la que me estaba haciendo llegar al clímax, era ella la que ……. ooohhh,

Adiós, ríos, adiós, fontes

Adiós, regatos pequenos

Adiós, vista dos meus ollos

non sei cando nos veremos.

(Rosalía de Castro, Cantares Gallegos)