16 Un grito en el hospital.
¿Cómo te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel
Un grito en el hospital.
Rosa aprovechó que su novio dormitaba para salir a por un café a la máquina. Le hubiera apetecido amorrarse un poquito en el sofá de la habitación, que era bastante cómodo. De hecho, había dormido varias noches allí, cuando él estaba recién operado, pero esa tarde tenía que abrir la tienda donde trabajaba, así que prefirió espabilarse porque apenas disponía de media hora y sabía que si se echaba una cabezada, se levantaría fatal. Se pidió un café con crema de avellanas. En las semanas que llevaba allí, había probado todo el surtido de la máquina. Poco a poco los había ido aborreciendo todos, menos los de ese sabor. Pensó en bajar al bar, pero perdería demasiado tiempo: a esa hora estaba lleno y sabía que tardarían en atenderla. Con el café en la mano, se giró y enfilo de nuevo el pasillo hacia la habitación.
Se acomodaría en el sofá y miraría como dormía su chico, para luego despertarlo con un beso antes de irse. Su novio era guapo de verdad. No es que ella se considera fea, que no lo era, pero a veces tenía la sensación de que su chico jugaba en una categoría diferente. Alto, fibroso, guapo y con unos ojos almendrados que te atrapaban apenas se posaban en ti. A todo eso había que añadir que el tío tenía una elegancia natural, que hacía que cualquier cosa que se pusiera, le sentara bien. No es que tuviera mucha conversación, solía ser más bien calladito, pero a ver, es que si encima tuviera don de la palabra y fuera todo un poeta, ya sería para comérselo de arriba abajo, vamos, como si te hubiera tocado la lotería.
A Rosa no le importaba: ya hablaba ella por los dos.
Ahora, curiosamente a raíz del accidente, estaba más comunicativo, quizás por todo el tiempo que pasaban juntos en el hospital. El accidente… ¡vaya susto que le había dado! La puta afición que tenía a la bicicleta de montaña. Era un deportista nato, de ahí que ese buen físico que le había dado la naturaleza, lo mejorará todavía más. Pero no tenía bastante con el gimnasio o con salir a correr, también tenía que salir con los amigos a hacer kilómetros por el campo. A ella le preocupaba sobre todo cuando iba por la carretera: se oían tantos accidentes que había con los ciclistas, que tenía miedo de que un coche se lo llevara por delante, pero al final, tuvo un accidente de la forma más tonta. Parado en un estrecho sendero para dejar pasar a otros que venían en dirección contraria. Uno de ellos lo rozó, haciéndole perder el equilibrio. Tenía el pie derecho metido en el pedal y no le dio tiempo a sacarlo, así que cayó rodando por la pendiente que en ese sitio era casi vertical, con la mala suerte de ir a pagar entre unas rocas sufriendo múltiples fracturas.
Lo habían tenido que operar tres veces y aunque, próximamente, estaba previsto que le dieran el alta, todavía tendría que volver al hospital al menos en dos ocasiones más… un estropicio, vamos.
Ella se había asustado mucho al principio. Pero curiosamente, a pesar del trastorno de tener que pasar tantos días en el hospital y del susto, acabó cogiéndole el gusto, porque allí se sentía más unida que nunca su novio. Era extraño: ahora le parecía a Rosa que aquella era la etapa más feliz de su relación. Disfrutaba cuidándolo como si fuera un niño. Lo tenía solo para ella y esos días se sentían más identificados que nunca, el uno con el otro.
Claro que deseaba que le dieran el alta y que el volviera a hacer su vida normal. Y también echaba en falta el sexo, pero emocionalmente era todo mucho más intenso, y ella, se sentía feliz cada rato que pasaba con él en aquella habitación, acompañándolo a rehabilitación, o dando paseos por la terraza del hospital.
Se detuvo para dar un sorbito al café. Le gustaba bien caliente y quería aprovechar, porque en el vaso de cartón se enfriaba rápidamente.
En ese momento, en el hall de ascensores, unos metros por delante de ella, uno se detuvo en la planta. Oyó las puertas abrirse y una chica rubia con un ramo de flores apareció en el pasillo, girando a la izquierda y enfilando por la misma dirección que llevaba ella.
Muy jovencita, con un traje de chaquetilla y minifalda a juego. Medias negras y tacones. El pelo largo y lacio. Rosa no pudo evitar fijarse en ella. Tenía un andar gracioso y decidido. Observó cómo se fijaba en los números de las habitaciones, en las de la derecha, estaba claro que buscaba una habitación par. Poco a poco, fue ralentizando el paso: sabía que estaba llegando a su destino. Justamente hasta detenerse delante de la habitación de su novio, para desconcierto de Rosa, que sin saber por qué, también se detuvo y se quedó con el vaso en la mano, mirando hacia el fondo del pasillo.
La chica no tocó la puerta, la abrió muy lentamente y se asomó para ver si había alguien. Parecía como que quisiera comprobar si se había equivocado de sitio. O quizás, si la persona que buscaba estaba sola. Parece que obtuvo respuesta a las dos cosas, porque tras estirarse un poco la chaquetilla y atusarse el pelo, entró decidida a la habitación.
Que ella hubiera hecho un intento de componerse antes de entrar, no le gustó nada: ¿Quién era esa cría y de que conocía a su novio? Porque de eso es de lo que tenía pinta, de una cría. Cuándo Rosa entró habitación, lo hizo en silencio, como si fuera ella la intrusa.
Y allí estaba de pie, había depositado el ramo en la almohada, junto a la cabeza de su novio y lo miraba con ojos de... ¡Dios! ¡No le gustaba nada como lo estaba mirando! Ni tampoco que le estuviera susurrando, en vez de hablándole en tono normal. Parecían compartir una intimidad impropia. Entonces, ella, que aún no se había percatado de su presencia, alargó la mano y la puso sobre la de su novio, qué cerro los dedos aferrándola durante un instante.
Fue solo un momento, se volvieron a soltar enseguida y entonces, fue cuando ella giró la cabeza y la descubrió allí en la puerta, con el café en la mano. Rosa se preguntó cuál debía ser su expresión en ese momento, qué cara tendría. Se sintió extraña, como culpable de haber roto un momento mágico e íntimo. Tuvo la horrible sensación de qué era ella la que sobraba allí.
Y entonces lo supo. Sin haber intercambiado una sola palabra supo que aquella era la amante de su novio. Tan claro como que se llamaba Rosa; tan evidente como que estaban en un hospital; tan inapelable como que esta tarde se pondría el sol.
- ¡Hola soy Mari!
- ¿Mari?
- Compañera de clase de Beni…
- ¿De clase? Rosa empezaba a sentirse estúpida repitiendo el final de cada frase, ¿De qué clase?
- De las clases de inglés.
- Hace ya meses que no va a la academia de inglés…
- Sí claro, desde que nos presentamos al B1, pero hicimos un grupo de WhatsApp y seguimos escribiendo, así que nos enteramos del accidente y bueno, decidimos comprarle unas flores... La chica hizo una pausa, cómo siendo consciente de que cuanto más hablaba, más sospechas levantaba.
- Bueno, Beni, recuerdos de todos. No sabes cuánto nos alegramos de que estés recuperándote y esto solo haya sido un susto.
- ¿Te vas?
Sí, tengo prisa y ya llevo aquí un rato...
Acabas de entrar: te he visto.
No qué va, llevo un rato...Bueno adiós.
Rosa se quedó mirándola fijamente y no se apartó. Ella la rodeó cómo pudo y salió al pasillo. Ni siquiera se volvió. La oyó taconear rápidamente hacia el ascensor: se estaba dando mucha prisa en quitarse de en medio.
Rosa cayó en la cuenta que estaba con la boca abierta. Miró a su novio, haciéndole una especie de movimiento con las cejas a modo de interrogación. Señaló hacia la puerta, pero no le salían las palabras.
- ¿Qué pasa cari?
¡Joder Beni! ¿Tú has visto?
Sí claro, es una compañera del grupo de inglés ¿por qué pones esa cara?
¡Joder! Rosa no podía creérselo. ¿En serio era la única allí que lo había visto todo tan claro? ¿De verdad se pensaba su novio que podía tragarse esa bola? Sintió que le iba a dar un ataque de ansiedad así que abrió la puerta del baño y se metió dentro. Se sentó en el váter hiperventilando, notaba que le faltaba el aire, que no conseguía hacerlo llegar a sus pulmones.
Intentó tranquilizarse, pero la imagen de aquella chica no dejaba de venirle a la mente.
Guapa, delgada, con un aspecto aniñado y elegante. De repente, se sintió muy mal: había caído en la cuenta de que esta chica sí que encajaba perfectamente con su novio, hacían una pareja perfecta.
Se los imaginó cogidos de la mano, paseando abrazados, besándose… la vio vestida de lencería negra acariciándole el pecho, ofreciéndose a él, a su Beni, que la contemplaba con ojos de deseo… no podía dejar de verla con unas medias hasta los muslos, liguero, braguitas y sostén de encaje a juego, la hija de puta… debía estar guapísima… una modelo. Los imaginó haciendo el amor, con sus largos y delgados muslos, abierta para él. Con esa expresión de candidez en los ojos de chica enamorada. Y su Beni disfrutándolo.
De repente, de improviso, sin anunciarse y sin que ella pudiera evitarlo, un alarido desgarrado brotó de su garganta. Gritó hasta que se quedó sin aliento.
Debieron oírla en todo el hospital.
En el mostrador de enfermeras, las dos que estaban de guardia, levantaron la vista de los papeles que estaban tramitando y se miraron estupefactas...Se alzaron de un salto y se situaron en el pasillo, intentando averiguar de qué habitación había provenido ese grito.
Fue Beni, imposibilitado de moverse por las escayolas, el que las orientó con sus voces hasta el cuarto dónde se encontraba.
- Rosa, Rosa, ¿estás bien? ¡Rosa contéstame!
¿Qué ha pasado aquí?
No sé, mi novia está en el aseo…
¿Es la qué ha gritado?
- Si.
Intentaron abrir, pero estaba el pestillo echado. Dieron un par de golpes en la puerta y le pidieron que abriera. Pero Rosa no quería salir, ni hablar con nadie, ni mirar a su... ¿Beni seguía siendo su novio?
- Argggg …
Un nuevo rugido surgió de su garganta y rompió a llorar... Se quedó allí sentada, notando que las fuerzas la abandonaban... Mientras, a las voces de Beni se unían a coro las de las dos enfermeras, que a su vez, golpeaban la puerta. Pronto, todo se convirtió en una cacofonía de sonidos que se le clavaron en las sienes.
¡Dios! no sabía qué le iba a estallar primero, si el corazón o la cabeza.