16 dias cambiaron mi vida 35.-Ana, mi historia
Tras unos momentos tan emotivos bajamos al salón para tomar algo con que celebrar la buena nueva. Estaban encantados. Ni siquiera con mi madre, Mila, había visto tan feliz a mi padre.
35.-Ana, mi historia 2
Tras unos momentos tan emotivos bajamos al salón para tomar algo con que celebrar la buena nueva. Estaban encantados. Ni siquiera con mi madre, Mila, había visto tan feliz a mi padre.
—Ana, vamos a prepararnos que nos vamos…
—Sí Mónica, subo en un momento y me arreglo un poco.
—Pero, ¿adónde vais? — Preguntó mi padre sorprendido.
—Vamos a tomar café, había quedado con Lidia y le voy a presentar a tu hija, José.
—Valee… de acuerdo, pero no tardéis demasiado; mientras prepararé una cena especial…
Subimos las dos a nuestras habitaciones y nos encontramos en el baño grande.
—Entra tú… — Me dijo Mónica.
—No, entra tú — Respondí.
—Mira, vamos a dejarnos de pamplinas, entremos las dos… — Dijo riendo.
Y eso hicimos. Me senté en el WC a hacer pipí, mientras ella se desnudaba y pude admirar un bello cuerpo, de pechos no muy grandes y culito respingón. Me gustó y mi almejita se humedeció. Pero no quise pensar en ello. No quería comenzar de nuevo una etapa que nos podía llevar a tener disgustos. No sabía cómo le podría sentar a mi padre y no quería hacerle daño. Entró en la ducha.
—Ana, ¿me lavas la espalda por favor? — Me dijo mientras yo terminaba de hacer mis necesidades.
—Ahora mismo. — Me desnudé y entré con ella en el recinto de la ducha. Era como de dos metros de largo y casi uno de ancho, cabíamos las dos cómodamente.
Me sonreía al verme entrar, me dio el gel y una esponja y me dediqué a su espalda con suavidad, con cariño. Pude apreciar la tersura de su piel, su delicadeza… Pensé que sería una delicia tener sexo con ella. Le masajeé la espalda, los glúteos, los muslos y, arrodillándome en el suelo, las piernas hasta los pies. Los tenia pequeños y muy bien formados, se los hice levantar y le lavé la planta, entre los deditos… ¡Joder, me estaba poniendo cachonda!
Sentía en mi sexo las pequeñas descargas que, en mi caso, eran el preludio de una fuerte excitación.
Repetí con su otra pierna y al mirar hacia arriba la vi mirándome con ternura, acarició mi cabeza y peino mis cabellos con sus dedos.
No pude evitar que mi cara estuviera a la altura de su pubis y que llegara hasta mí el aroma de su cavidad recubierta por un suave vello castaño claro. Un aroma que me encantaba y excitaba.
Respiré hondo y ella se dio cuenta de todo lo que me estaba pasando; suavemente empujó mi nuca para que mi boca llegara a su vulva. Se abrió ligeramente de piernas para facilitar mi acción… Y lamí su pequeña oquedad ayudándome de mi mano mientras con la otra presionaba una nalga y se deslizaba hasta llegar a su ano. Estaba húmedo por el agua tibia que se deslizaba por nuestros cuerpos, masajeé su agujerito e introduje la primera falange del dedo corazón despacio, con infinita suavidad… Un gemido me indicó que no le disgustaba. Y seguí introduciendo un dedo primero, dos después en su vagina para buscar el “punto G”, al tiempo que mi lengua asaeteaba su pequeño botoncito del placer. No me dio tiempo a retirarme antes de que salieran disparadas varias descargas que bañaron mi rostro. Lo saboreé, me gustó. Pero más me gusto aun ver cómo se le doblaban las piernas, incapaz de sostenerla cuando un arrebatador orgasmo la hizo tambalearse intentando sujetarse a las paredes y los gritos eran amortiguados por la esponja en la boca. Me abracé a su cuerpo y evite la caída que parecía inminente.
Dejé que se deslizara hasta el suelo, frente a mí. Me besó con dulzura, con amor, como solo mi padre y Pablo habían sabido hacerlo. Acepte su ósculo y seguí, mi excitación era alta, se calmó y sentí su mano deslizarse entre mis piernas buscando mi grieta. Su boca en mi boca, su mano acariciando mi lentejita, mis manos masajeando sus pechos, su cadera… Con la otra mano acarició mi espalda hasta llegar a la nuca entrelazando sus dedos en mi pelo. La sensación era brutal. Nuestras lenguas pugnaban por recorrer el interior de la boca de la otra. Sus pezones rugosos, duros como piedras. Pasé mi lengua por su axila y de nuevo su sabor me arrebató. No sabía qué me ocurría. Nunca había disfrutado tanto del olor, del sabor de una mujer. Recordé algo que aprendí en los cursos de psicología sobre la importancia del olor y el sabor en el reconocimiento de la familia… La atracción sexual genética. Bajé una mano para acariciar su coñito de nuevo y de nuevo su piel se erizó. Emitía un lamento continuo, como el maullido de un gato, de una gata en este caso… Y explotó de nuevo, pero, esta vez la acompañé yo. El latigazo fue bestial… y me oriné mientras las convulsiones me recorrían el cuerpo. Perdí el conocimiento durante unos segundos y menos mal que Mónica me tenía sujeta. Acabamos las dos sentadas en el suelo abrazadas. Llorando y riéndonos.
Una vez calmadas nos terminamos de lavar nos vestimos y fuimos andando a la cafetería donde nos esperaba Lidia. Hechas las presentaciones de rigor nos sentamos. Yo necesitaba un café, los orgasmos me dan sueño y acababa de disfrutar de uno muy intenso.
Lidia era algo más alta que Mónica, pero más baja que yo, delgada, con pechos prominentes, espalda estrecha y anchas caderas. Su cara aniñada me recordaba a Claudia, mi amiga del alma, perdida.
Pero por esas cosas extrañas de la mente, o la tecnología, en aquel momento sonó la melodía de mi móvil… ¡Era ella! Respondí, me levante y salí a la calle para hablar.
- ¿Ana? Soy Claudia… ¿Podemos hablar? ¿Dónde estás? Yo estoy en Valencia
—Sí… Sí claro que podemos hablar, yo también estoy en Valencia… ¿Te ocurre algo? — Pregunté preocupada. Tuve la impresión de que estaba llorando.
A pesar de las diferencias que habíamos tenido en el pasado, no podía olvidar que éramos casi como hermanas.
—¿Dónde podemos vernos? — Pregunté.
—En la cafetería xxxxx en el centro, mañana a las nueve… desayunamos juntas. ¿Te parece bien?
—Sí, claro… Allí estaré
—… Hasta mañana… no me falles… Te quiero Ana…
—Yo también Claudia… Yo también… Hasta mañana.
Entré a la cafetería, donde Mónica y Lidia estaban enzarzadas en una charla en la que yo casi no participaba; me preocupaba la llamada de Claudia. Sobre todo después de su extraño comportamiento durante el sepelio de mi madre.
—Ana… ¿Te ocurre algo? — Preguntó Mónica.
—No, no es nada importante. Era mi amiga Claudia la que me ha llamado y me ha dejado intrigada. He quedado con ella mañana para desayunar.
Seguimos hablando del embarazo de Mónica ya que Lidia tampoco sabía nada… Se alegraba mucho. Por fin algo de normalidad en sus vidas. Sin embargo Lidia hizo algunos comentarios que me llevaban a pensar que tenía problemas con su pareja. De vuelta a casa se lo comenté a Mónica.
—Veo que eres muy observadora Ana. Sí, creo que tienen problemas, es su segundo matrimonio y el primero salió mal, tal vez este también.
—Por desgracia algunas mujeres tienden a emparejarse con el mismo tipo de hombre. Al principio bien, pero cuando la convivencia se alarga en el tiempo surgen los rasgos que provocan las diferencias que llevan a la ruptura, o algo peor, a la violencia… Mónica, ¿cómo te has sentido con lo que ha ocurrido esta tarde en la ducha? — Observé que el rubor acudía a sus mejillas. No podía ocultar que se avergonzaba por hablar del tema
—Veras Ana, nunca lo había pasado tan bien con una mujer; Lidia fue la única con la que participé en eso… Pero no era igual, no sabíamos nada. Lo de hoy contigo me ha dado miedo… ¿Y si soy lesbiana y no lo sabía?
—Jajajaj… No Mónica, el que lo hayas pasado bien hoy no significa que seas lesbiana. Yo también lo he disfrutado… y no lo soy. Somos bisexuales, Mónica. Solo eso. Podrás seguir disfrutando con mi padre y cuando quieras lo harás conmigo… Solo veo un posible problema. Que mi padre no lo sepa, que se lo ocultemos. Eso puede haceros daño y yo prefiero irme antes de que pudiera suceder. Por otra parte conozco a mi padre y sé que, aparte de un cabreo, no llegará la sangre al rio. Se ha enfrentado a peores situaciones. Te quiere con locura y… me consta, a mí también. Si elegimos el momento adecuado para decírselo no creo que haya problemas. Al menos eso pienso. Y… esta noche creo que será un buen momento para decírselo. Beberá un poco, se pondrá algo alegre y será el momento de que lo sepa. Los secretos en una pareja son nefastos, de eso sé mucho.
—Me da mucho miedo a perderlo por lo que hemos hecho Ana.
Llegamos a casa y papá nos había preparado una magnífica cena a base de marisco, lo acompañaba por un vino blanco que él sabe me encanta. Mónica no podía beberlo, pero a pesar de ello disfrutó comiendo. Ya en los postres…
—Papá, quería decirte algo que… Bueno, no quiero que te enfades… Es que esta tarde mientras nos duchábamos… estábamos muy excitadas, yo sobre todo, y mamá Mónica me ha ayudado a… bueno a relajarme. Ya sabes a lo que me refiero…
—Vaya Ana, menos mal que lo has dicho, porqué temía que lo ocultarais y en ese caso… Nuestra convivencia sería imposible. Como tu bien has dicho… Ya sabes a lo que me refiero. Os he escuchado y… si he de seros sincero, me he excitado. He estado a punto de entrar en la ducha y violaros. Me encanta que os llevéis bien en todos los sentidos y en el sexual… No veo porqué mi mujer y mi hija no puedan hacer el amor cuando lo deseen, solo pido participar en vuestros “eventos”.
Mónica lloraba, se abrazó a papá y lo cubrió de besos. Me miraron y Mónica me llamó con una señal del dedo índice. Fui hacia ellos, los cogí de la mano y los conduje al sofá del salón. Los dejé abrazados, casi haciendo el amor, Mónica me miraba suplicante, pero me retiré a mi habitación con un nudo en la garganta. Me desnudé y me cubrí con la sábana. Poco después escuché los gemidos del placer en su habitación seguidos del grito orgásmico de mi padre; me hice un dedito acariciando mis pechos y caí en brazos de Morfeo.
Me desperté muy temprano, una ducha rápida, me vestí, un café en la cocina y fui en busca del autobús que me llevaría al encuentro con Claudia. No sé por qué me sentía extrañamente inquieta, su llamada, su voz; algo me decía que no estaba bien. Pronto lo sabría.
Llegué a la cafetería donde nos habíamos citado y ella ya estaba allí, sentada en una mesa apartada de la barra donde se agolpaban los parroquianos para conseguir un desayuno rápido, un café o té, que les permitiera reincorporarse rápidamente a su trabajo. Más tarde, sobre las once u once y media, saldrían otra vez para lo que ellos llamaban el “almorsar”; que consistiría en un bocadillo, cerveza… o sea, algo más contundente que les permitiría llegar hasta las tres o las cuatro de la tarde a comer en casa.
Al verme se levantó de la silla y atrajo mi atención con la mano, me acerqué y me abrazó… llorando.
Traté de calmarla acariciando sus cabellos pero ella seguía estrujándome con sus brazos.
—¡Gracias por venir Ana! No sabes cuánto te necesitaba.
—Vaya, yo pensaba que era todo lo contrario por el frio recibimiento en Madrid el otro día.
—No Ana, no era por ti, estoy pasando por una mala racha con muchos problemas y…
Nos sentamos y se acercó el camarero. Le pedí café con leche y ensaimada.
—¿Tú que vas a tomar Claudia?
—Yo… Agua, una botellita de agua…
—Pero… ¿Piensas adelgazar o qué? — Pregunté extrañada.
De nuevo las lágrimas inundaron sus bellos ojos. Me apretó mis manos con las suyas… El barman se alejó hacia la barra.
—Ana, estoy embarazada… de tres meses…
—¡¿Cómooo?! Pero ¿estás loca?, ¿cómo te has dejado?…
—¿Recuerdas a Vicente?
—Sí, claro, el chico con el que salías ¿no?
—Sí, me enamoré como una tonta, quería casarme y pensaba que él también lo quería… — Un sollozo la interrumpió —… Pero me dejó tirada cuando supo que estaba en estado. Mi madre no lo sabe y temo decírselo… porque yo quiero tenerlo, Ana… ¡Uuuff! No puedo ver comida a esta hora de la mañana…
Me quedé pensativa, la noticia me sorprendió; pero, teniendo en cuenta su promiscuidad, me parecía lógico que su amigo no confiara en ella y podía deducir que le quería endosar un bebé que no era suyo. Pero no le dije lo que pensaba. Me parecía tan frágil en estos momentos que me dio lástima. Reconozco que la quería como a una hermana, habíamos pasado muchas vicisitudes juntas. Me comí la ensaimada y bebí el café con leche; llamé al camarero y le pagué. Me levanté y le di la mano, tiré de ella…
—¿Dónde te estás quedando? — Pregunté.
—En el piso donde vivíamos nosotras, pero lo voy a dejar, no sé si irme con mi madre, pero ya sabes cómo me llevo con ella — De nuevo el llanto la interrumpió.
—Vamos a hacer una cosa… Te vienes conmigo a casa de mi padre, él puede hablar con tu madre y suavizar las cosas un poco… No voy a dejarte sola en tu estado y con la depresión que tienes ahora mismo. Recogemos algo de ropa y lo que necesites en tu piso y nos vamos, anda… no llores más que te pones muy fea…
Me abrazó y me empapó la cara con sus lágrimas. Pero logré arrancarle una sonrisa.
El piso me hizo recordar los tiempos que lo compartimos; discutíamos continuamente. Ella con sus ligues no me dejaba estudiar y yo me enfadaba. Hasta que terminé el grado y me marché a Módena.
—¿Terminaste el grado, Claudia?
—No Ana. Lo dejé, ya te digo que estaba muy colada por Vicente y pensaba casarme con él…
Recogimos en un trolley grande lo que pensaba podía necesitar y llamamos un taxi para que nos llevara a casa de José.
Desde el taxi llamé a mi padre para avisarle que íbamos.
—¿Papá? Soy Ana, que… bueno que llegaré con Claudia en unos minutos… Tiene problemas y me he atrevido a ofrecerle hospitalidad. He pensado que se puede quedar conmigo en mi habitación… No te enfades porfii…
—¿Problemas, Ana? ¿Qué problemas?
—Estamos llegando, ahora te lo contamos todo.
Al llegar nos esperaba mi padre en la puerta de la casa, la abrazó y la besó, ella correspondió y me quitó la maleta de las manos para llevarla él.
Presenté a Mónica, estaba algo desconcertada. Nos sentamos en el salón y ya más tranquila…
—Papá, Claudia tiene un problema… Está embarazada…
—¡¿Qué alegría, cómo yo?! — Dijo Mónica con la mayor inocencia. — Vaya José, ya tienes dos preñaditas en tu casa.
Claudia la miró y disimuló una sonrisa… Yo también sonreí pero mi padre estaba serio.
Les comenté las circunstancias en las que se había producido el embarazo y la situación en la que se encontraba. Papá asintió con la cabeza, comprensivo.
—Está bien, tú que piensas Mónica. —José la miraba.
—Me parece estupendo y tenemos otra habitación libre, además de la de Ana. Si quieres…
—Bueno, si Ana no se molesta, prefiero estar con ella, ¿tú que dices Ana? — Preguntó mi amiga.
—Por mí no hay problema, eso sí… en el momento que empieces a roncar te desahucio…
Mi comentario provocó una carcajada general, pero rompió el hielo.
Mónica acompañó a Claudia a mi habitación para organizar las cosas, yo me quedé con mi padre… Quería hablar con él.
—Papá… ¿He hecho mal al traerla a casa?
—No cariño, espero que no haya problemas, pero ya sabes que es algo arisca…
—Sí, lo sé… Pero no podía dejarla sola en estos momentos tan duros para ella. Sabes lo mal que se lleva con su madre que, aun no conoce su estado. Me ha pedido que te diga que a ver si puedes hablar con su mamá para decírselo. Tú eres más diplomático y suavizaras las cosas ¿No?
—Ana, lo que no quiero es cargar a Mónica con la responsabilidad de Claudia. Tú eres mi hija, te conozco y sé que no crearas problemas, pero ella…
—Ella tampoco, papá. La conozco bien, la quiero y nunca la he visto tan angustiada como hoy. Ha recibido un duro golpe y se encuentra muy sola, no he podido hacer otra cosa. Pero si no nos va bien me la llevaré al piso donde estábamos de estudiantes y ya veremos…
—No Ana, quiero que os quedéis aquí. Solo temo que empecéis de nuevo con vuestros jueguecitos sexuales…
—Papáaa… Unos deditos nos haremos, ya lo sabes… incluso puede que juguemos con Mónica y le enseñemos algunos truquitos que le van a encantar… Jajaja
—¡¿Lo ves?! ¡Ya la estáis liando! No la metáis a ella en vuestros embrollos que es muy inocente y la podéis asustar.
—Jajaja… No te preocupes papá, no la pervertiremos.
Le di un beso y subí a la habitación a ver que me hacían con mis cosas.
Claudia estaba sentada en la que hasta ahora era mi cama y que compartiríamos en el futuro. Lloraba. Sentada a su lado la abracé, besé su sien… Mónica nos miraba con ternura. Por la edad podríamos ser hijas suyas, sin embargo nuestras vivencias, nuestra experiencia era muy superior.
—Tranquilízate Claudia, veras como todo se arregla, te queremos y tu hijo será nuestro hijo. Lo he estado pensando… Hemos compartido tantas cosas que me siento muy unida a ti. Me gustaría ser tu pareja y que seamos las madres y padres de tu bebé. ¿Qué te parece?
Me miró, con esos ojos que me cautivan, nos abrazamos y besamos con autentico amor.
—¿Lo harías, Ana? ¿Lo harías por mí? — Preguntó con los ojos anegados en lágrimas.
—Sí Clau, me encantaría compartir contigo esta aventura, cuidar, amar a tu, nuestro bebé…
Mónica lloraba, arrodillada ante nosotras nos abrazó a las dos.
—Tengo una vaga idea de lo que ha sido vuestra vida por los relatos de Pablo. Pero no podía imaginar que vuestra unión fuera tan fuerte; creo que podéis hacerlo y hacerlo bien. Además yo estoy aquí para ayudaros y para recibir también vuestra ayuda. Nos apoyaremos y sacaremos adelante a nuestros bebés…
Me arrodillé ante Claudia, junto a Mónica…
—Claudia… ¿Quieres casarte conmigo?
Mi querida Claudia abrió los ojos como platos… Mónica me miró, también sorprendida.
—No sé qué decir, Ana… ¿Es broma no?… ¿Tú crees que funcionará?
—Yo estoy segura cariño… ¿Tú lo estás?
—¡Sí amor mío! ¡Estoy segura! Te he querido siempre, desde niñas… Ya lo sabes. Lo que no podía imaginar es que llegáramos a casarnos. Pero, dadas las circunstancias, lo deseo con toda mi alma.
—¡¡¿Quién se va a casar aquí?!! — La voz de mi padre nos sorprendió a las tres.
—Pues ya ves, cielo, tu hija y Claudia se quieren casar… ¿Qué te parece? — Dijo Mónica.
Mi padre nos miró muy serio; de pronto sonrió, abrió sus brazos…
—Pues qué me va a parecer… Bien, muy bien… Ya es hora de que sienten cabeza estas dos loquillas. Por cierto, tu madre estaba con Pablo en Alicante y vienen para acá; se van a llevar una gran sorpresa… En dos o tres horas llegarán.
Oír que la mamá de Claudia estaba con Pablo me produjo un extraño dolor en el pecho. Estaba claro que yo le amaba, pero también sabía que nuestra unión era imposible. Por eso la mejor solución era que me uniera a mi amiga, a quien también amaba. El tiempo diría.
Mientras colocábamos las cosas de mí ya novia en nuestro cuarto pasó el tiempo rápidamente. Un toque de claxon nos advertía de la llegada de Pablo.
Bajamos a recibirlos. Pablo me abrazó mirándome a los ojos. Besé sus mejillas, después a la mamá de Claudia que me abrazó con cariño.
—Mamá, tengo que decirte algo que… no sé cómo te va a sentar… Estoy embarazada… — La voz de mi amiga era un susurro, casi no se oía.
Pero la cara de su madre era un poema. Abrió los ojos como platos, nos miró a todos incrédula.
—¡¡¿Cómo ha sido eso?!! — Exclamó.
—¡Pues cómo va a ser mamá, pues follando! —No pude evitar reírme, aunque me tapé la boca y me giré para que no me vieran.
El genio de mi chica no había cambiado… Al pan… pan.
—Claudia, cálmate. Las chicas quieren decirte algo más… — Dijo mi padre.
—Sí, mamá… Y queremos casarnos Ana y yo. — Claudia ya no soportaba más tensión y se dejó caer en el sofá.
—Pero eso ¿Cómo va a ser? ¿Desde cuándo sois pareja? — Pablo se sentó a su lado y abrazó sus hombros.
—Desde toda la vida, mamá. Desde pequeñas, desde que nos apoyábamos la una en la otra cuando trabajábamos como prostitutas para María… No podíamos contárselo a nadie y nos tenía atrapadas con la amenaza de decírselo a papá o, peor aún, contárselo a todo el mundo en el colegio… Pero cálmate. Ana me lo ha propuesto y yo he aceptado, la quiero mamá. Nos hemos ayudado siempre y hemos estado enamoradas la una de la otra desde siempre. Hemos hecho el amor hasta caer desfallecidas y con nadie más he sentido lo que me hace sentir Ana. Cuando se marchó de mi lado lo pasé muy mal, fui de mal en peor hasta que un cerdo me engatusó y me hizo esta barriga… Pero algo tengo que agradecerle, este bebé me ha devuelto a mi Ana. Y me quiero casar si ella está de acuerdo.
Nos quedamos todos en silencio. No pude evitar las lágrimas, me acerqué a ella y nos abrazamos con verdadera ternura. Besé su cuello y percibí un escalofrió que me indicaba que estaba excitada… La conocía muy bien y sabía cuáles eran sus puntos sensibles. Me separó lo justo para dejar mis labios sobre los suyos y nos besamos dulcemente.
Pablo comenzó a aplaudir, a continuación se unieron mi padre y Mónica. Claudia se acercó a su madre y la abrazó, la besó, la estrujó contra su pecho y Claudia madre también la abrazó con amor, con el amor de una madre.
—Bueno… Ya sabes, dentro de poco serás abuela y me tendrás como nuera, pero… ¡¡Dios mío!! ¡¡Tú serás mi suegra!! ¡¡Qué horror!!… — Grité.
Mi comentario en tono jocoso provocó un estallido de risas que distendieron el ambiente. Me arrodillé ante Claudia y juntas, las tres, nos abrazamos.
—No podía tener mejor suegra, Claudia. Te quiero, te queremos y nos encantaría que fueras mi madrina… y claro está, José, mi padre, el padrino… No lo habíamos hablado pero ¿Qué os parece?
—¡Que me va a parecer! ¡Que hay que celebrarlo! — Gritó mi padre.
Y se fue a su bodeguita para venir cargado con una botella de cava, copas, vasos y dos refrescos para las preñaditas.
Llenó los vasos de Mónica y Claudia, descorchó la botella y brindamos por las buenas nuevas entre chanzas y las ocurrencias de Pablo y mi padre… Después, Mónica acompañó a Pablo y Claudia a la habitación de invitados. Yo me quedé sola con mi padre.
—Ana… — Me dijo mi padre abrazando mis hombros — Y tú, ¿no quieres tener hijos?
Esperaba y temía ese momento desde que llegué a casa de mi padre.
—No es que no quiera, papá… Es que no puedo tenerlos…
—¡¿Por qué?! ¿Qué te lo impide?
—Veras… Cuando estaba en el instituto me contagiaron de clamidia. Bueno, nos contagiaron a Claudia y a mí. No presté mucha atención porque no presentaba síntomas y cuando lo hice la inflamación había dañado las trompas de Falopio de forma irreversible. Con los antibióticos lograron atajar la infección, pero los daños me habían dañado el sistema reproductor. A Claudia no le afectó de la misma forma, ya ves que si ha podido embarazarse. Tras tener el problema me dediqué a estudiar obsesivamente… Ese es otro motivo por el que estoy decidida a casarme con Claudia. La quiero y con ella podré tener el hijo que la enfermedad me imposibilita tener.
Mi padre me abrazó y besó con ternura. Peinó mi pelo con sus dedos.
—No importa tanto mi vida. Que no sea tu hijo biológico no es óbice para que lo ames como si lo fuera; tú sabes cómo quiero a Pepito y a Mili… El amor por un hijo no tiene tanto que ver con el genoma como con la convivencia, el contacto.
Los días que siguieron fueron una locura. Mis hermanos, Mili y Pepito llegaron y nuestro encuentro fue también muy emotivo. Tuvimos que habilitar camas para los recién llegados. La documentación para celebrar la boda no se hizo esperar y nos dimos el “sí quiero” en una población cercana a Valencia, donde el alcalde, amigo de Pablo, tuvo a bien celebrarla.
Fue una ceremonia encantadora, emotiva. Después nos trasladamos a un restaurante en la playa del Cabañal, donde estábamos solo nosotros y nos agasajaron con suculentas delicias culinarias.
Yo bebí un poquito más de lo debido y tuvieron que llevarme a casa en brazos. Me depositaron en la cama y Claudia me acariciaba, tendida a mi lado.
—¡Vaya noche de novios me espera! — Me dijo riendo.
—Déjame que te coma el… — No pude decir más, me quedé dormida.
Desperté varias horas después. Estaba sola en la cama. Aún era de noche, me levanté y fui a la ducha desnuda. Por el pasillo escuché gemidos y vi a mi nueva esposa, Claudia, mirando por la rendija de la puerta entreabierta de los invitados. Donde dormían Pablo y mi suegra, Claudia.
Al acercarme la sorprendí acariciándose mientras veía a su madre hacer el amor con Pablo. Levanté su camisón y acaricié sus pechos, besé su cuello. La piel se le erizó y los pezones se irguieron. Se giró para besarme. Mi mano apartó la suya de su vulva, cálida, húmeda; mojé mis dedos en ella y los llevé a mi boca para saborearlos. Ella también los chupó. Cogidas de la mano fuimos a nuestra habitación, pero al apartarse ella de la puerta pude entrever los cuerpos de los amantes y no pude evitar un ramalazo de envidia.
Cuando entramos en la cama nuestros cuerpos se entrelazaron buscando el calor, la humedad de la otra y poco después los orgasmos nos hacían vibrar.