16 dias cambiaron mi vida 34.-Ana, mi historia.

6 años después. Sí, mi historia… Tengo una necesidad visceral de escribir, de relatar lo que ha sido mi vida en los últimos años hasta hoy. Y sin saber lo que el futuro me deparará.

Libro 4

34.-Ana, mi historia. 6 años después.

Esta es la continuación de la historia de mi familia narrada por Pablo A. (Solitario), basándose en la información que recibió de mi padre hace seis años y que dio en llamar:

“16 días cambiaron mi vida”


Sí, mi historia… Tengo una necesidad visceral de escribir, de relatar lo que ha sido mi vida en los últimos años hasta hoy. Y sin saber lo que el futuro me deparará.

Hoy mi vida  ha cambiado por completo y me está resultando muy… muy, doloroso. Casi un dolor físico que inicia como un alfilerazo en el pecho hasta sentir… Como si una mano estrujara mi corazón y me dejara sin respiración, como si me faltara el aire en los pulmones.

Y no puedo llorar, aunque lo necesito… más que respirar, pero no puedo. No, no puedo llorar, algo me lo impide.

Hoy hemos dado sepultura a mi madre… Mila.

Tras varias semanas de dolorosa agonía nos ha dejado…

Y a pesar de mi dolor, no puedo llorar…

He visto llorar a mis hermanos y amigos, sobre todo a Pablo, que la asistió  a su lado el corto tiempo, apenas dos meses, que duró su dolorosa enfermedad.

Han pasado seis años. Seis largos años desde el intento de suicidio. Y han ocurrido tantas cosas.

Tras la triste experiencia del intento de suicidio de mi madre, José, mi padre y Pablo, psicólogo y un buen amigo, lograron recuperar en parte la alegría de su vida. Pero no del todo; no fue suficiente.

Gracias a la guía de Pablo logré terminar mis estudios de bachillerato e ingresar en la Universidad de  Valencia, en la Facultad de Psicología.

Pablo, amigo de la familia, ha acompañado a mi madre en los últimos tiempos. Ha sido su confidente, su paño de lágrimas. Mi padre no ha querido saber nada de ella... Y lo entiendo. Mi madre le hizo mucho daño. Y no una vez, muchas veces. La última fue insoportable para mi padre y desaparecieron los dos de nuestras vidas, de mi vida. Mi padre no sé dónde está, si vive… Desde hace tres años. El único contacto que tengo con él es el de los ingresos que periódicamente realiza en mi cuenta para mis gastos. Pero al parecer los realiza en efectivo para que no pueda localizarlo. Y lo necesito. Necesito hablar con él. De mi madre no supe nada en los últimos meses hasta la llamada de Pablo en la que me decía que se estaba muriendo… Y no llegué a tiempo.

—¡¡Ana, mi querida Ana!! ¿Cómo estás?

Reconozco la voz. Es Pablo, el amigo incondicional de la familia que se acerca y abre sus brazos. Me entrego a él, es como un refugio. Lo percibo como antaño, afable, cariñoso, me siento protegida en sus brazos. Recuerdo el aroma de su colonia. Me separo lo justo para ver sus lágrimas deslizarse por su envejecido rostro y esto despierta en mí una extraña sensación de angustia, de pena… Y ¡por fin lloro!

Con mi rostro sobre su hombro vierto las lágrimas que hasta ahora no he podido derramar. Lloramos los dos abrazados…

Pablo consigue, poco a poco, calmarme.

Alguien trajeado más bien, uniformado, un empleado del tanatorio se acerca y se detiene frente a mí.

—¿Es usted doña Ana XXXX?

—Sí, ¿por qué?

—Me han dicho que usted es el familiar más cercano a la finada…  para entregarle…

Y deposita en mis manos una cajita plateada… del tamaño de una caja de zapatos. Son las cenizas de Mila. Es lo que queda de ella. De mi madre…

Mi puta madre.

Supongo que al no estar presente mi padre y ser mis hermanos menores que yo, soy el familiar más cercano.

Una especie de mareo me invade. Un sudor frio me hace palidecer, se me doblan las rodillas y tengo que realizar un gran esfuerzo para no caerme. Pablo se da cuenta y me sostiene, acompañándome hasta una silla donde me siento. La cajita sobre mis rodillas. Sostiene mi mano libre con la suya. Me mira fijamente a los ojos.

—¿Te encuentras mejor? — Me pregunta poco después mientras acaricia mi mejilla con el dorso de la mano.

No respondo, me levanto y miro desafiante a los curiosos presentes. Apenas cinco o seis. A algunos los conocía. Dos o tres fueron antiguos clientes de mi madre. De mi puta madre. Desvían su mirada al suelo para no enfrentarme y se alejan para ir saliendo del local.

El empleado del tanatorio espera con una carpeta en su mano…

Firmo la recepción de los restos mientras Pablo coge la caja. Después me la entrega de nuevo.

Con su brazo en mi espalda, Pablo, me sujeta y me empuja suavemente para salir del fúnebre lugar, del tanatorio, donde Mila, mi madre, ha sido incinerada.

Fuera del local me despido de mis hermanos que me esperan y que deben marcharse a sus colegios internos. Una despedida fría, sin emoción. Solo somos hermanastros, solo hermanos de madre y en los últimos años apenas nos hemos visto. La pequeña, Mili, ha crecido mucho. Ya es más alta que yo, es guapa, tiene un hermoso cuerpo, no sé quién será su padre. Pepito, mi otro hermano, es más bajo y gordito, creo que se parece a su padre biológico.

Claudia, amiga de mi madre, me abraza con verdadero afecto. No deja de llorar.

—Lo siento Ana, lo siento, no pude evitarlo. No me dejó ayudarla y ya ves… — Decía entre lamentos.

Claudia hija, mi “amiga del alma”, apenas me da un ligero abrazo, dos besos y se aleja llorando sin mirarme a los ojos.

Mi cabeza parecía estar a punto de estallar, tales eran las emociones que me embargaban en aquellos momentos. Pena, dolor, pero a la vez descanso por haber finalizado la tortura de no saber cómo estaba mi madre y sabiendo que se prostituía en las calles de Madrid.

Pablo me guía hasta su coche, me abre la puerta del acompañante y me siento. Él entra, se sitúa ante el volante y conduce lentamente hasta salir del lúgubre lugar.

Llevo sobre mis rodillas los restos de mi madre… Circulábamos en silencio, abstraídos en nuestros pensamientos.

—Pablo, ¿exactamente, de qué murió? — Pregunté.

—De sobredosis Ana. Al parecer hacía tiempo, desde que dejó a tu padre, que se  había enganchado. Yo no la veía desde que se marchó de casa. Intenté contactar con ella, pero era imposible. A pesar de tener suficientes medios para vivir cómodamente, se empeñó en ejercer lo que ella llamaba “su oficio” y lo hacía en las peores condiciones. Estoy convencido que su intención era suicidarse. Ya que no se lo permitimos hace seis años, lo logró ahora, lentamente con la heroína. Se alejó de todas las personas que la queríamos y se lanzó a una carrera que la ha conducido…

—Hasta aquí, Pablo. Mírala, la tengo en mis manos… — Un sollozo me desgarró— Me llegaron noticias de que la habían visto en…

—En polígonos industriales. En las calles… Ya lo sabía, intente ayudarla, pero no se dejaba, Ana… Y eso la llevó a su final. No se protegía y se hundió en el mundo de las drogas. La encontraron en un soportal en muy malas condiciones. Intentaron salvarla pero no lo lograron, por fin consiguió lo que pretendía.

Sí… Si he dicho mi puta madre es que lo era. Una puta que en los últimos tiempos se vendía por diez euros en un polígono industrial. La busqué. Hace más de un año la encontré e intenté hablar con ella y convencerla para que se viniera a vivir conmigo… Pero me fue imposible. Me dijo que “bastante daño me había hecho ya”. Lloraba y se reía como una loca medio desnuda en medio de la calle y me dejó porque unos tipos la llamaban desde un coche y le ofrecían quince euros si se dejaba follar el culo a pelo. Se marchó con ellos y no la volví a ver.

(Pablo fue el autor de Todorelatos que subió la serie “16 días cambiaron mi vida” y que ahora se puede bajar de Freebooks. Como autor Pablo Andrade)

Cuando anteayer me llamó Pablo a Módena, donde he terminado un master, supe que algo fatal había sucedido y no me equivocaba.

—¿Estuviste con ella… al final…  no?

—Me llamaron hace tres días porque ella había dado mi nombre para que contactaran conmigo. Y sí, estuve a su lado hasta el final… Ana… Tu madre estaba obsesionada contigo y con tu padre. No dejaba de repetir que os había hecho mucho daño… Que os pidiera perdón, que a pesar de todo os quería con locura, por eso lo mejor que podía ocurrir era que ella desapareciera para que pudierais vivir en paz. Y en parte estoy de acuerdo con ella Ana, aunque sea muy doloroso. Creo que es el momento de cerrar este capítulo de tu vida y comenzar de nuevo… — Se hizo un  silencio. — ¿Cómo te va en Italia?

—A pesar de lo ocurrido, estoy bien. He terminado el curso con magnificas notas y puedo quedarme allí. Ya tengo el título de grado en psicología, el master en Psicología Forense y si quiero tengo trabajo o sea, soy autosuficiente. No necesito depender de nadie, eso lo aprendí de ti y debo agradecértelo. Aunque pretendo realizar algún otro master en la especialidad que más me guste.

—Eres muy inteligente y posees una experiencia personal de la que muchos forenses con años en el oficio carecen. Creo que serás una magnífica psicóloga… ¿Qué sabes de tu padre?

—Nada… Bueno, mis hermanos me han dicho que los visita de tarde en tarde en el colegio, pero no saben ni donde vive… ¿Qué pasó?

—Ana… Han pasado muchas cosas… Ya viste cómo tu madre parecía mejorar tras el intento de suicidio. Y creímos que estaba bien, pero yo observaba un deterioro difícil de detectar. Se lo dije a José, tu padre, pero no me hizo caso. Cuando te marchaste a la universidad, a Valencia, empeoró rápidamente. Tristeza, agresividad, conductas paranoicas. Celos exacerbados… En cuestión de meses el deterioro se aceleró. Las discusiones con Marga y Claudia eran continuas y, claro está, con tu padre. Ellas se marcharon a Madrid. Según me dijeron cuando hable con ellas, se había vuelto insoportable. Tu padre aguantó lo indecible hasta que un día, al volver a casa, se la encontró en la cama con tres jovencitos, entre ellos el muchacho que salía contigo. Y al parecer no era la primera vez. Llevaban algún tiempo visitando a tu madre cuando tu padre se marchaba de viaje y no estaba en casa. Ella les cobraba por los servicios…

—¡Joder! ¡Ahora lo entiendo! El chico con el que yo salía, el que nos instaló el cable, un buen día dejó de responder a mis llamadas. Me extrañó, pero como tampoco tenía un especial interés en él lo dejé estar. Pero un fin de semana que vine al pueblo, lo encontré en la calle, vino hacia mí y me preguntó cuánto le cobraba por un polvo. Me enfadé mucho. Le di un tortazo y me marché. Desde entonces traté de venir lo menos posible y desde hace tres años…

—Tu padre me dijo que cuando los sorprendió  la recriminó, ella se revolvió y le dijo que ella necesitaba “pollas en todos sus agujeros” “pero pollas de verdad, no la pistolita de agua que tenía él entre las piernas”. Como te puedes imaginar la reacción de tu padre fue violenta, pero ellos eran tres, le dieron una paliza y tu madre se reía, se burlaba y seguía follando a uno mientras los otros dos sujetaban a tu padre. Después de aquello, cuando se quedaron solos, tu madre le dijo que era el fin. Hizo las maletas y se marchó a Madrid, donde retomó las actividades junto a Amalia. Como ya no era tan joven y al haber estado un tiempo fuera de la circulación, se dedicó al BDSM duro y las drogas para soportar las sesiones. En pocos meses el deterioro era evidente y tuvo que dedicarse a la prostitución callejera.

— A mí me resultaba raro no encontrar a Marga ni a Claudia en casa, pero mi padre me dijo que tenían negocios en Madrid y que ya venían poco. Por cierto… ¿Qué os pasó a Claudia y a ti? Parecíais estar enamorados…

—No Ana. Ya sabes que soy una persona solitaria, el ritmo de vida al que intentaban arrastrarme no era para mí. Ella lo entendió y lo dejamos. Fue cuando se marchó con Marga a Madrid. Claudia maneja el negocio de Amalia y Marga creo que encontró un alemán que se la llevó a Múnich y ya hace tiempo que no sé nada de ella… ¿Y tú? No te he visto muy afectuosa con tu amiga Claudia, su hija… ¿Pasó algo entre vosotras?

—Pues… Lo que tenía que pasar. Fuimos a Valencia y vivíamos en un pisito de estudiantes. Yo me dejé influir por ti y me dediqué a mis estudios, pero ella seguía con sus juergas y líos tratando de involucrarme a mí… Y no me dejé. La planté un par de veces, ella se enfadó mucho se marchó con su madre a Madrid y no la he visto más, hasta hoy. Y me alegro. Ella lleva un camino similar al de mi madre… Y yo no estoy dispuesta a acabar… así… — Mostré el recipiente con las cenizas de mi madre. De nuevo las lágrimas acudieron a mi rostro.

Como no quise volver al antiguo piso de mis padres me había alojado en un hotel cerca del Retiro. No quería rememorar viejos y penosos recuerdos.

—Ana, por qué no te vienes unos días a Alicante conmigo. Intentaremos localizar a José, tu padre y hablas con él.

—¿Lo crees conveniente Pablo? Hace más de dos años no sé nada de mi padre y no sé cómo va a recibirme.

—Ana, tu padre te quiere con locura y tú no eres responsable del comportamiento de tu madre. Se alegrará de verte. Vamos, recoge tu equipaje y vámonos…

—Me has convencido Pablo, pero… Bien vámonos. Deja el coche en el aparcamiento de mi hotel.

—¿Qué piensas hacer con…? — Señaló la vasija.

—Vamos a dar un paseo por el Retiro. Buscaremos un lugar que conozco bien… Cuando era pequeña, diez u once años, mi madre me traía a corretear por aquí. Años después comprendí porqué. Este era su lugar de caza, aquí se revolcaba tras los arbustos con algún hombre mientras mis hermanos y yo jugábamos. Cuando aparecía salía peinándose y arreglándose el maquillaje y la ropa. En una ocasión la vi apoyada en un árbol con la ropa subida y un hombre tras ella. Me dijo que la había ayudado a cubrirla mientras orinaba. Ella disimulaba, pero su sexo húmedo, goteaba… Me parece verla ahora. Reía, con su risa contagiosa, mirándome mientras se subía las bragas.

No pude evitar llorar. Pablo me abrazó y consoló.

Bajo un árbol centenario en el Bosque del Recuerdo, disimuladamente, aprovechando un momento en que nadie estaba a la vista volqué las cenizas, justamente tras los arbustos que ella, mi madre, solía utilizar para disimular los folleteos con los clientes circunstanciales.

Me quedé con una mínima cantidad de polvo que trataría de conservar como recuerdo de la que, a pesar de todo, fue mi madre y la quise y ella, a su manera, me quiso.

Seguimos paseando hasta el hotel.

En la habitación le dije a Pablo que necesitaba asearme. Él me esperaba sentado en la silla del escritorio. Yo entré en el baño, me di una reparadora ducha con la que intentaba librarme de los recuerdos que me acompañaban, pero no pude evitar que se agolparan en mi mente los momentos de placer vividos en hoteles como este con desconocidos… Y a mi pesar me excité… Al pasar la mano impregnada de gel por mi sexo sentí una vibración en mi vientre que conocía muy bien. Pero me obligué a no seguir.

Me sequé y enrollada en la toalla me acerqué a Pablo que se sorprendió.

—Pablo, me conoces muy bien y sabes que no te pediría esto si no lo deseara de verdad… ¡Hazme el amor!…  No como si fuera una prostituta sino como una mujer adulta necesitada de  afecto y de placer. Es algo que solo tú puedes darme. Te necesito… Además, por extraño que te parezca, el fallecimiento de mi madre me ha producido una extraña excitación sexual… ¿Eros y Tánatos?

Dejé caer la toalla dejando mi cuerpo desnudo ante sus ojos.

—¡Dios mío Ana, eres la viva imagen de tu madre! ¡Y… eres preciosa!

—Sé que te recuerdo a mi madre y que la deseabas y yo también te deseo… Y veo, sé, que tú a mí también. ¡Por favor!

Me arrodillé entre sus piernas y desabroché su cinturón, bajé la cremallera, él facilitó la maniobra. Nos pusimos en pie frente a frente, me rodeó con sus brazos y nuestros labios se unieron suavemente para fundirnos en un ardiente beso. Un apasionado beso que hacía años deseaba.

Se colocó en el borde de la cama y me senté sobre sus rodillas. Me sentí como una niña, como la quinceañera enamorada que lo visitaba en su despacho seis años atrás. Sus delicadas caricias, sus besos, sus abrazos, hacían que mi excitación se desbordara. Pasaba las yemas de sus dedos por mis senos que respondían erizando los pezones y la piel.

Introdujo su mano entre mis muslos y llegó hasta la vulva que emitía flujo abundante debido al ardor de mi sexo que acarició con infinita ternura. Sabía cómo excitar a una mujer, creo que Claudia y Marga lo adiestraron muy bien.

Desnudos nos dejamos caer en el lecho. Seguimos enlazados en un cálido abrazo que me hacía estremecer.

—¿Qué estamos haciendo Ana?

—No dudes más, mi amor. Sabes que te he deseado siempre, que cuando te visitaba en tu casa era el deseo el que me llevaba hasta ti. Pero tú te hacías el duro, con tu moral misógina, repitiéndome una y otra vez que no podía ser. Que yo era menor de edad… Que tus principios no te lo permitían. Y eso solo acrecentaba mi ansia… Ahora me tienes entre tus brazos, soy mayor de edad y te sigo deseando tanto o más que entonces. ¡Hazme tuya! — Le susurraba al oído.

No dijo nada. Se deslizó hasta la parte inferior de la cama, me tendió de espaldas y se arrodilló, acarició mis pies, los besó… Parecía venerarlos, adorarlos. Acariciaba sus mejillas con mis plantas. Chupaba los deditos,  mordisqueaba los talones provocándome deliciosas sensaciones. Sus manos se desplazaban con suavidad por mis pantorrillas, los muslos… Lo hacía con una lentitud y delicadeza exasperante… Hasta alcanzar mis ardientes ninfas y separarlas con sus manos para acariciar con su lengua el inflamado clítoris.

Chillé, cerré y abrí mis piernas alocadamente. El placer era intenso, casi insoportable. Pablo asaeteaba mi sexo con su lengua… No podía más y grité que se detuviera y poco a poco recuperé el aliento. Después cubrió mi cuerpo con el suyo, me besó con dulzura y me penetró. Con suavidad, con verdadera ternura. Mi sexo vertía fluidos que facilitaban la entrada, la dulce fricción.

Derramaba lágrimas sobre mi rostro que se mezclaban con las mías, las bebíamos y aquello me conmovió y elevó la excitación hasta límites desconocidos por mí. Jamás había experimentado un orgasmo como el que me provocó, seguido de otro y otro…

Innumerables veces alcancé el clímax. Y me desmayé. Hacía años que no experimentaba un desmayo tras los orgasmos.

No sé cuánto tiempo estuve sin sentido, pero Pablo estaba allí, a mi lado, abrazándome besándome y ofreciéndome toda la ternura del mundo. Apartando con delicadeza los mechones de pelo de mi rostro y mirándome con auténtico y verdadero amor. Aquello era radicalmente distinto a las relaciones que mantenía, años atrás, con otros hombres previo pago de mis servicios.

Y entonces lo comprendí. Todas las explicaciones de este hombre que intentaba convertirme en una mujer libre, autosuficiente, que diferenciara las relaciones que mantuve con los viciosos que solo buscaban el placer con menores y esta experiencia sublime. Que dejara de buscar la felicidad, que esta llegaría sin esperarlo.

Recordé una de las charlas que mantuvimos en su despacho entre mi amiga Claudia, Pablo y yo seis años atrás, explicando nuestro comportamiento. Porqué nos prostituíamos y eso nos hacía sentir superiores a las chicas de nuestra edad. Pablo escribió esto:

—Ya, pero, nosotras tenemos una experiencia, que no tienen otras chicas de nuestra edad —Dijo Claudia.

—Lo supongo. Pero eso puede tener aspectos positivos y negativos. ¿A qué tipo de experiencias te refieres? —Dijo, intentando aclarar algunos puntos.

—Pues con los hombres — Responde Ana.

—¿Con qué hombres? — Insisto.

—¡Jope! ¡Pues con los que follábamos! — Respondí yo alterada.

—Tranquilízate Ana. Simplemente quiero que toméis conciencia, de la repercusión, que esos actos pueden tener en vuestra vida. ¿Cómo eran los hombres con los que habéis estado? — Repitió la pregunta.

—¡Pues como van a ser!  ¡Hombres! Altos, bajos, rubios, morenos, gordos, flacos, viejos… Puagg. Hombres… Con algunos lo pasábamos bien, nos gustaban, con otros menos, pero el dinero compensaba los malos ratos… Era un trabajo… Una mujer que trabaje limpiando retretes en los bares, seguramente, lo pasara peor — El argumento de Ana parecía sólido, al menos para ella.

—Bien… Ante todo debéis tener en cuenta, que no soy un juez, ni un inquisidor, no voy a juzgaros. Vamos a analizar esas experiencias para sacar algún provecho de ellas. Me gustaría que os fijarais en algo. Me habláis de la apariencia física de los hombres con los que habéis estado. Pero no de su forma de ser, de pensar. ¿Por qué solicitaban vuestros servicios?... ¿Todos los hombres son como ellos? — Pablo dejó la pregunta en el aire.

Claudia toma la palabra.

—La verdad es que no me lo he planteado nunca… Y ahora que lo pienso, puedes tener razón. Por ejemplo, José se ha portado con mi madre, mi hermana y conmigo de forma distinta a cómo se portaban aquellos cerdos. Hasta el extremo de que siento más cariño por él que por mi padre. Y sé… Sabemos; ¿Verdad Ana? Que nos desea como hombre, pero no se deja llevar por esos deseos, solo follamos con él una vez y fue porque lo drogamos — Otra confesión de Claudia difícil de digerir.

—Eso es muy fuerte. Se sentiría fatal. ¿Y vosotras, como os encontrasteis después? —Preguntó Pablo.

Ana me mira, dos lágrimas recorren sus mejillas.

—Sí Pablo, lo hicimos, fue una locura, no sabía las consecuencias que tendría. Lo veíamos muy mal y urdimos un plan para que dejara de pensar en mi madre, fue peor. Lo que conseguimos fue agravar la cuestión. Lo quiero mucho, el problema es que no consigo separar el cariño que le tengo, de la atracción sexual. Le quiero y le deseo y los dos sentimientos van juntos. Esto ha hecho que me replantee mi vida…  ya no me atrae lo que yo hacía, antes disfrutaba, cada cita era una aventura; ahora me doy asco de mí misma por las barbaridades que he llegado a hacer. Me siento mal; cuando pienso en ello me dan escalofríos y se me revuelve el estómago, de pensar las cosas que he hecho, que me han hecho —Ana hablaba entre sollozos.

—No te castigues así Ana, no consigues nada, excepto atormentarte. Por lo que sé, el cariño que tu padre siente por vosotras, le ha hecho aceptar lo que hicisteis sin rechazaros. Ese es el verdadero amor. Os quiere y os acepta como sois, trata de corregir aquellos comportamientos, que sabe, os hacen daño. Lo hecho, echo está y no tiene vuelta atrás. Hay que asumirlo, extraer lo positivo, siempre lo hay, incluso de las peores experiencias se puede aprender y vosotras tenéis muchas experiencias que analizaremos para extraer lo positivo —Conseguía atraer su atención — ¿Os habéis parado a pensar, que solo conocéis a un cierto tipo de hombre?  Sin escrúpulos, sin conciencia, capaz de tener relaciones con una menor sin remordimiento, sin que medie el más mínimo afecto. Hombres que, en cuanto se satisfacían, os apartaban de su lado, os despreciaban… ¿Y los demás?... Porque los hay, son la mayoría. Personas que no se dejan arrastrar por sus pulsiones… Me gustaría que reflexionarais sobre esto…  Así qué, tranquilas… Seguiremos hablando pasado mañana, a esta misma hora… ¿Os parece bien? — Creí conveniente cerrar la sesión en este punto.

Pablo cerró la sesión y nos hizo ir a casa.

Mi felicidad era completa en aquel momento. Entonces fui consciente de que había estado enamorada de Pablo desde que lo conocí. Sentimientos encontrados desbordaban mi pecho. El amor hacia este hombre que podía ser mi abuelo por la edad… y el dolor por la pérdida de mi madre. A pesar de todo en mis recuerdos se mezclaban momentos felices y amargos.

Dormimos casi dos horas. Después nos duchamos entre besos y repetimos caricias bajo la tibia lluvia del baño.

Recogí mis cosas, liquidé la cuenta del hotel y nos marchamos por la A3 hacia Alicante. Los recuerdos se agolpaban en mi mente. Hubo un momento en el que un pánico irracional se apoderó de mí. Mi madre había desaparecido… Desconocía el paradero de mi padre.  Apreté la mano que Pablo tenía sobre la palanca de cambios. Me miró, sonrió… y el miedo desapareció.

Anochecía cuando llegamos a casa de Pablo. Preparó una cena ligera, a pesar de estar muy cansada hicimos el amor para, después, dormir abrazados en la cama como dos recién casados en la noche de bodas.

Por la mañana desayunamos en el bar de la planta baja del bloque, donde mi madre reencontró a Pablo seis años atrás.

Fuimos a la que fue nuestra casa en la playa y hablamos con los nuevos propietarios. Estos nos informaron de que lo único que sabían era que mi padre había vuelto a su pueblo en Jaén, a la casa de su hermana.

Y allí nos encaminamos. Comimos en un restaurante de carretera en Guadix y al llegar al pueblo le indiqué donde vivía mi tía Silvia. La sorpresa fue saber que se había divorciado. Su marido supo que mi tía no heredaría nada de los bienes de su familia y la dejó.

Mi tía se marchó a Valencia. El exmarido nos dio la dirección y nos dijo que tal vez mi padre viviría con ella.

Al preguntar por mi abuela nos dijo que estaba en un asilo en Jaén. Padecía demencia senil y no reconocía a nadie. Me propuse visitarla algún día, más adelante.

A Valencia nos dirigimos. Pasamos la noche en un motel en Albacete para no conducir durante tantas horas, aunque nos turnábamos al volante. Estábamos agotados.

—Pablo — pregunté mientras conducía — hay algo que me ocultasteis relacionado con el testamento de mi abuelo Pepe. ¿Por qué desheredó a mi padre y a mi tía Silvia y dejó la mitad de la herencia a mi hermana Mili?… Yo sospecho el motivo pero necesito saberlo…

—Querida… Creo que esa pregunta se la debes hacer a tu padre. Él te podrá responder con más conocimiento de causa.

—¿Pero tú lo sabes, no?

—Sí, pero quiero que sea José quien te lo explique. Lo sabe mejor que yo.

Sabía que no lograría que me dijera nada más.

Cenamos en el restaurante del hostal y a pesar de que las camas eran separadas en la habitación, las unimos y tras una deliciosa sesión de sexo nos dormimos abrazados. Yo quería a este hombre del que me separaban cuarenta años, pero no me importaba.

Llegamos a Valencia y con el GPS no tardamos en localizar el nuevo domicilio de mi tía Silvia. Un tercer piso en un bloque de diez plantas.

—¡¿Ana?! ¡Dios mío, hace años que no te veía pero… Estás preciosa! ¡Cuánto te pareces a tu madre! ¿Cómo está?

Nos abrazamos y no pudimos evitar que aparecieran las lágrimas.

—Nos dejó tía. El sepelio fue anteayer, vengo buscando a mi padre…

—¡¿Ha muerto?! ¡¿Mila ha muerto?! ¡Dios mío! No sé qué decir… Lo siento hija. Lo siento de verdad por ti y por… Tu madre no era la única culpable de lo que sucedió. Por desgracia lo sé muy bien. Tu padre podrá explicarte…

—Mi padre… No sabe nada, creo. No sé dónde está. No hemos podido localizarlo. ¿Tú lo sabes?

—¡Claro! Vive muy cerca de aquí… con… — Me miró, su duda me intrigaba.

—¿Con quién tía? No me voy a asustar y si él ha logrado ser feliz… Yo me alegraré por él, lo merece. — Le dije.

—Bueno. Lo mejor es que vayas a verlo y que sea él quien te lo explique.

Nos facilitó la dirección, tras despedirnos con afectuosos abrazos nos marchamos.

Sentía una desazón en mi estómago que no presagiaba nada bueno. ¿O eran imaginaciones mías?

Llegamos a una barriada con casas de tres o cuatro plantas… En una zona cercana al puerto. Localizamos la vivienda y Pablo pulsó el timbre desde el porterillo de la calle. Yo estaba hecha un manojo de nervios, hacía tres años que no veía a mi padre.

Una voz femenina preguntó.

—¿Quién es?

—Soy Pablo Andrade, ¿está José?

Silenció. Poco después la voz inconfundible de mi padre.

—¡¿Pablo?! ¡Entra!.

La cancela se abrió y mi padre estaba esperando en el zaguán. Yo no pude más y estallé en sollozos corriendo a abrazarlo.

—¡¡Ana!! ¡Mi vida! ¡¿Cómo tú aquí?! Si estabas en Italia… — Me estrujó entre sus brazos.

—¡Papá, necesitaba verte! ¡Abrazarte! — Dije llorando.

—Deja de llorar Ana, cariño mío — Mi padre miró a mi acompañante —  ¿Qué ha pasado Pablo?

Se apartó de mí para abrazar a Pablo. Me acogió con su brazo por la cintura y nos empujó al interior de la casa. En el salón una mujer nos miraba sorprendida. Tuve la extraña sensación de conocerla.

—Esta es Mónica, mi esposa.

Mi padre presentó a Pablo y se dieron dos besos.

—Y esta es Ana… Mi Ana… Mi hija…

Me miró, la miré y vi un parecido con mi padre… Lloramos abrazadas. Me besaba y mesaba mis cabellos. Percibí una extraña sensación de afecto en ella, sobre todo teniendo en cuenta que acabábamos de conocernos.

—No sabes cuánto he deseado este momento Ana. — Me dijo Mónica sin dejar de mirarme a los ojos. — Vamos sentaros que vamos a comer. Aunque no os esperábamos prepararé algo…

Me dirigí a mi padre.

—Papá, ha ocurrido algo que… Mama ha muerto. — Dije y de nuevo estallé en sollozos. Abrazándome a él.

Su rostro cambió. Sentí su dolor. Me consoló y con un pañuelo secó mis lágrimas.

—Descanse en paz… — Dijo lacónicamente. No preguntó ni dijo nada más.

Pero yo vi cómo se humedecían sus ojos, aunque trataba de disimularlo. Busqué refugio en sus brazos; se hizo un incómodo silencio.

Nos sentamos a la mesa. Era hora de comer. Compartieron la comida que tenían preparada con nosotros y además huevos fritos con patatas. Comimos sin hablar. Ayudé a retirar la mesa, mi padre y Pablo se quedaron sentados en el sofá del salón. Un gran ventanal daba salida a la terraza, a una avenida y jardines que la separaba de la playa del Cabañal.

Terminamos de limpiar. Yo aún estaba ante el fregadero cuando Mónica me abrazó por la espalda…

—Tú debías haber sido mi hija, Ana… Nuestra hija. — Me giré y me seducía su dulce mirada. Detecte un aroma especial… familiar

Al sentarnos en el salón yo no dejaba de mirar a mi padre y a Mónica. Tenían los mismos ojos.

—Ana, puede que pienses que te abandoné, que no quise saber nada de ti.

—No papá, sé que a pesar de todo siempre estuviste a mi lado. Comprendo que para ti tampoco fue fácil, yo también me aparté para dedicarme a mis estudios, Pablo me ayudó mucho, el bachillerato lo terminé en un año y las notas, 9.25, me permitieron ingresar en la facultad que yo quería. Psicología. Logré ir sacando créditos a base de matricularme en asignaturas de dos cursos consecutivos, o sea, dos cursos por año. Eso me permitió acabar el grado de Psicología que consta, normalmente, de cuatro años, casi en dos y pude acceder a una beca para seguir y terminar en Italia. Pero eso ya lo sabes ¿no? Me consta que has seguido mi carrera puntualmente en silencio sin involucrarme en los asuntos que pudieran distraerme.

Vi lágrimas en sus ojos. Me abrazó con fuerza y besó mis mejillas. La emoción me desbordaba y lloré.

—Bueno Ana. Lamento no haber estado más cerca de ti en estos últimos tiempos, pero ha llegado el momento de que sepas algunas cosas que han sucedido en nuestra familia y que yo he tratado de ocultarte para no distraerte, sabiendo que tus logros académicos eran inmejorables. — Dijo mi padre.

—¿Hay más cosas papá?

—Sí hija, pero no debes preocuparte, ya están en su sitio. ¿Recuerdas que tu madre intentó suicidarse?

—Sí, claro, pero de eso hace seis años y no resulta un buen recuerdo.

—¿Sabes por qué lo hizo?

—Creo que porque tú te enteraste que ella se acostaba con tu padre  ¿No?

—Bueno, sí… en parte, pero no solo eso… Él se obsesionó con tu madre, quería que nos divorciáramos para casarse con ella. En su locura se dedicó a hacer pruebas de paternidad a todos sus hijos. Y a los míos, así fue como descubrió que era el padre de tu hermana Mili.

—¡¡¿Quée?!!

—Pero hay más. Al hacer las pruebas supo que tu tía Silvia y yo tampoco éramos hijos suyos. Por eso nos desheredó. Sí cariño, por eso le dejó la herencia a tu hermana.

—¡Dios mío que familia ¿no?! — Dije asombrada.

Pablo, apesadumbrado, se levantó…

—José. Yo me marcho… Creo que tenéis mucho de qué hablar y yo estoy cansado. Hay que traer las maletas de Ana.

Mi padre y Pablo fueron al coche para traer mis maletas que subieron a la habitación.

Pablo se despidió diciendo que tenía asuntos que resolver y que se marchaba a su casa, en Alicante. Lo sentí mucho pero comprendí que era lo mejor.

Nos abrazamos, nos besamos con mucho cariñó y nos separamos con dolor. Pero era necesario; Pablo era un espíritu libre y yo no podía, no debía, retenerlo.

Cuando se marchó, Mónica que se dio cuenta de mi tristeza, me empujó hacia la escalera…

—Ven conmigo Ana, arreglaremos una habitación para ti. Te quedarás con nosotros. Tu padre te necesita; yo te necesito y tenemos muchas cosas de las que hablar.

Estábamos solas. Nos sentamos en la cama, Mónica me miró con ternura,  tomó mis manos entre las suyas. Sus ojos se humedecieron.

—¿Qué ocurre Mónica? ¿Está todo bien?

—No te preocupes Ana. Todo está bien, pero tienes que saberlo todo… Para ello tengo que remontarme muchos años atrás. Tu padre y yo nos conocemos desde pequeños. Jugábamos en el pueblo. Nos hemos atraído siempre. De niños en el colegio, más tarde cuando éramos adolescentes empezamos a salir juntos y se enteró tu abuela… Ella se opuso por razones inexplicables para nosotros, cuando se enteró mi padre también se lo tomó a mal. Discusiones, castigos en casa… cuando mi padre vio que no podía evitarlo decidió internarme en un colegio en Jaén y tu abuela hizo lo mismo con tu padre. Lo obligó a irse a Madrid para separarnos, para que no pudiéramos vernos. No comprendíamos porqué nos separaban. Y nos queríamos… Tu padre se escapaba y venía a verme a Jaén, hasta que lo atraparon.  Me llevaron a otro colegio más estricto, de monjas.  Era una cárcel y quise morirme Ana. Seguí con mis estudios hasta que pude salir. Habían pasado los años, ya era mayor de edad  y seguía enamorada de tu padre. Pero no podía hacer nada.

—Pero eso es horrible, Mónica. — Nos abrazamos. Su rostro reflejaba dolor.

—Cuando supe que tu padre se había casado, intenté suicidarme con pastillas, pero por suerte no lo conseguí.  Me ingresaron en un sanatorio mental donde pasé dos años. Me sentía como una muerta en vida, sin ilusiones… la existencia carecía de sentido para mí. Mi madre enfermó y me convertí en su enfermera. Intenté sobrevivir para cuidarla hasta su muerte hace seis años, Después cayó enfermo mi padre y lo cuidé hasta que hace poco más de un año murió.

—Y cómo os reencontrasteis… — Le dije, retirando de su rostro un mechón de cabello que me impedía ver sus bellos ojos.

—Tu tío, el hermano mayor de tu padre, que sabía de la atracción que existía entre nosotros le informó del fallecimiento de mi padre. Y en el entierro se presentó José. No me di cuenta hasta que estaba a mi lado… Cuando lo vi me desmayé. La gente pensó que era por mi padre, pero… no… Fue la impresión que me dio ver al hombre de mis sueños, que además, fue el que estaba más cerca y me recogió en sus brazos.

—¡Cuánto debes haber sufrido Mónica! — Le dije estrujando sus manos con las mías.

La historia me conmovió, me hizo llorar.

—No llores Ana… Ahora soy feliz, muy feliz… Tu padre es maravilloso.

—Cuando me desmayé tu padre me cogió en brazos y me llevó hasta su coche y condujo hasta mi domicilio. En el trayecto tomé conciencia de lo que ocurría, tartamudeando por los nervios lo invité a tomar café en mi casa. No dejaba de temblar de emoción. Pero no llegamos a probarlo. — Se enrojecieron sus mejillas y miró al suelo — Yo era virgen Ana. Tu padre fue el primer y único hombre de mi vida y ese día… fue mi primera vez… y fue maravillosa. Tu padre fue tan cariñoso, tan delicado conmigo…  Estoy muy enamorada Ana. Lo quiero con toda mi alma, desde que era niña. Ahora me parece estar viviendo un sueño. Pero hay algo más…

—¿Más? Bueno, esta familia es una caja de sorpresas. — Dije.

—Tras pasar la noche más extraordinaria de mi vida, al día siguiente, me notificaron que tenía que presentarme en la notaría para la lectura de las últimas voluntades de mi padre. José me acompañó; al final, tras leer el testamento, el notario me entregó una carta. Tenía instrucciones de entregármela tras su muerte… En ella me informaba de algo que me impactó.

—¿Qué era? — Pregunté.

—En una larga carta me explicó que mi padre era novio de tu abuela en su juventud. A tu abuela la casaron con Pepe, el hijo del cacique del pueblo que se encaprichó de ella. La forzó y la dejó embarazada y tuvo al hermano mayor de tu padre. Ante lo que ocurrió mi padre se casó con una chica que lo miraba con buenos ojos, mi madre. Pero por circunstancias tu abuela y mi padre se reencontraron, tuvieron un romance, estaban muy enamorados, tu abuela quedo embarazada… y nació tu padre. Les dio mucho miedo porque el marido de tu abuela era muy violento, si se enteraba sería capaz de cualquier barbaridad y lo dejaron por un tiempo. En ese periodo vine yo al mundo…

—¡¡Espera!!… ¡¡Espera!!… ¡¿Quieres decir que mi padre y tú…?!

—Sí Ana, José y yo somos hermanos de padre… Esa era la razón por la que intentaban separarnos; no podían permitir que nos emparejáramos siendo medio hermanos. Pero mi padre y tu abuela reanudaron su idilio tras nacer yo y tuvo a tu tía Silvia…  tu tía Silvia también es hermana nuestra, mía y de tu padre… Los tres somos hermanos de padre y madre.

Nos quedamos en silencio entrelazando nuestras manos, mirándonos.

Rompí el silencio…

—Por lo que veo…  esperas algo ¿no? — Le dije acariciando su vientre. — ¿Me traes un hermanito? Bueno, o hermanita, pero también sobrinito o sobrinita. Y tú eres mi madre y mi tía… Buuufff  ¡Qué lio!

Observé una reacción extraña en Mónica, Los ojos muy abiertos y la “piel de gallina”.

—¡¡¿Cómo lo has sabido?!! ¡Aún no lo sabe nadie, ni tu padre! — Me dijo sorprendida.

—Es algo que he heredado de mi madre, Mónica. De las pocas cosas buenas que me ha dejado. Soy algo bruja, pero no te preocupes, una bruja buena. ¿Quieres que te llame mamá o tía?

—Puedes llamarme como quieras Ana, yo ya te quiero como a una hija. Sé lo mal que lo has pasado; le pregunté a tu padre y me indicó donde podía leer cómo había sido su vida, tu vida, vuestra vida. Pablo dejó en Todorelatos vuestra historia y lo pasé muy mal al leerlo, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Tengo la sensación de conocerte desde siempre a través de los relatos.

Nos abrazamos las dos y comprendí el porqué de la extraña atracción que ejercía sobre mí. Sus ojos, parecidos a los de mi padre y a los míos, pero sobre todo el aroma de su piel. Era un olor familiar… Era el olor de mi padre…

—Mónica, quiero hacerte una pregunta y no sé si debo. Casi no te conozco.

—No temas preguntarme Ana. ¿Qué quieres saber?

—Pues… Tu vida sexual. ¿Es cierto que no has tenido experiencias hasta estar con mi padre?

—Verás, Ana. Es cierto que tu padre fue el primero que… Sí, hasta estar con él era virgen… Pero…

—¿Pero…? —  Pregunté intrigada.

—Es que en el colegio de monjas donde me internaron, la habitación la compartía con otra chica, Lidia, teníamos diecisiete años. Todas las noches la oía gemir; hasta que no pude más y le pregunté, despacito para que no pudieran escucharnos. ¿Lidia, qué haces, te pasa algo? ¿Estás llorando? Y ella me respondió que no, que se hacía un dedito. ¿Y eso qué es?  Le pregunté. ¿No sabes lo que es? Le dije que no; de pronto me sorprendió en la oscuridad, se metió en mi cama; yo estaba intrigada, pero la sorpresa fue mayúscula al comprobar que estaba desnuda. Me quedé paralizada; jamás había sentido el contacto íntimo de nadie y cuando empezó a acariciarme me dieron ganas de gritar, pero temía el castigo, así que me callé. Me besaba el cuello, mordía mis orejas, me acariciaba los pechos; las sensaciones que despertaba en mi cuerpo eran similares a las que me producía tu padre cuando nos besábamos; sobre todo la vez que metió una mano bajo el jersey y me acarició un pecho. Pero, cuando mi compañera bajó la mano y la pasó sobre mi coñito, la sensación fue tan intensa que no pude evitar un grito, que intenté amortiguar tapándome la boca con la mano. Fue mi primer orgasmo.

—¡Buuff! Tía, me has puesto cachonda y al mismo tiempo… triste. Muy triste, porqué por culpa de las malditas tradiciones tuviste que descubrir el placer a los diecisiete. En eso te llevo mucha ventaja. Algún día te contaré lo de mis orgasmos.

—Lo sé cariño, pero ya ves, la vida a veces nos lleva por caminos extraños. Bueno te sigo contando; a partir de aquella noche estaba deseando que apagaran las luces para meternos las dos en la cama y acariciarnos. Con ella aprendí lo poco que sabía sobre el sexo antes de estar con tu padre. Te la presentaré, vive cerca de aquí, tu padre la conoce y no sabe nada de esto que te estoy contando. Cuando nos separaron para casarla, lo pasé muy mal. Creo que estaba algo enamorada de ella y cuando nos encontramos de nuevo, por casualidad, pasados los años, tuvimos una gran alegría; ella está casada, tiene dos hijos y al parecer es feliz con su marido; el segundo, porque del primero se divorció a los once meses de casarse; creo que la maltrataba. Ahora nos vemos de cuando en cuando, tomamos café y hablamos de cosas de nuestra estancia en el colegio, de nuestra nueva vida, pero no hemos vuelto a recordar las noches en las que nos dábamos placer una a la otra. Esto no lo sabe tu padre; te lo he contado a ti porque, de alguna forma, tenía necesidad de confesarme con alguien… ¿Me comprendes?

—Te comprendo Mónica. Yo también he vivido algunas experiencias de las que no puedo hablar con nadie, excepto con Pablo. Él ha sido mi paño de lágrimas y mi confidente. En los relatos no está todo; hay otros relatos que no conoce mi padre y que se los hemos ocultado porque le harían daño y no queremos verlo sufrir. Quizá algún día te hable de ello… Cuando esté preparada.

—Ana, esta tarde estoy citada con Lidia para tomar café en un centro comercial; si quieres puedes venir conmigo así la conocerás. Pero ya sabes, no se habla de lo que ocurrió… ¿Vale?

—Sí, me apetece salir y conocer a tu amiga. Y, de acuerdo, no se habla de sexo, ¿es eso?

—Nooo. Si sale la conversación sobre sexo sí se puede hablar, pero no quiero que sepa que te he confesado lo que hacíamos.

—¿Te das cuenta de que acabas de decir “confesar”? Eso es la consecuencia de tus años de adoctrinamiento religioso. Y ya sabes, toda confesión implica una penitencia para que sean perdonados los pecados… No pongas esa cara… Jajajaja… Y la penitencia me toca a mí imponértela, ya te diré cual es.

—¿No será muy dura verdad? — Al ver mi expresión — La penitencia Ana, la que me impondrás…

—No te preocupes Mónica, seré moderada. Claro que después de escuchar algunas manifestaciones de “monjas” que se someten voluntariamente a castigos corporales… ¿Sabes a lo que me refiero?

—Sí Ana, lo sé. Y por desgracia me he visto sometida a algunos castigos por rebeldía hacia la orden o la superiora. He visto someter a hermanas a la mordaza, el látigo, el cilicio, que consiste en una corona de alambre de espino apretando el muslo y los golpes en las nalgas. Poco antes de salir del convento nos sorprendieron, no vieron nada claro pero lo sospechaban y nos encerraron en celdas separadas para evitar contactos entre nosotras. Casualmente mi padre me visitó en aquellos días y me sacó de aquel infierno.

—Mamá, hay muchos tipos de infierno… También el que ha vivido mi padre era inhumano… Y mi madre…

—¿Qué le ocurrió a Mila, Ana?

—Estaba muy mal desde que supo que el que figuraba como su suegro, era el padre de mi hermana Mili. Intentó suicidarse una vez y casi lo consigue; entre Pablo y mi padre lograron que se repusiera pero después recayó. Quería desaparecer y al final lo logró. — No pude seguir hablando, un nudo en la garganta me lo impedía.

—¡Déjalo Ana, lo siento, no debí preguntar! — Nos fundimos en un abrazo, las lágrimas bañaron nuestras mejillas.

—¡¿Qué pasa aquí?! — La voz de mi padre nos sobresaltó.

Mi padre nos abrazó a las dos y nos apoyamos en sus hombros.

—Nada José, cosas de chicas… Bueno de muchas chicas… — Respondió Mónica.

  • ¿Cómo, de muchas chicas? ¿Qué quieres decir Mónica? — José se separó para mirarnos a los ojos.
  • Díselo tú, Ana… — Me dijo Mónica.
  • Papá, voy a tener una hermanita… o hermanito, aún no lo sabemos. Bueno, también primita o primito… ¡Buuuuf¡ ¡Vaya lío!
  • ¡¡¡Cómooo!!! ¿¡Estas… estas?! —
  • Sí José, de cuatro semanas. No quise decirte nada hasta estar segura.

Mi padre abrazó con fuerza a  su hermana y se besaron con autentico amor. Las lágrimas de mi padre se unieron a las suyas, mientras yo enjugaba las mías con las manos. Los veía radiantes a los dos, la cara de mi padre resplandecía, acariciaba las mejillas de su hermana, mi madre, mi tía… Sus ojos se movian saltando de los de ella a los míos.

Mi corazón se henchía de felicidad al verlos y me dejé abrazar por mi padre, junto a Mónica, compartiendo la emoción del momento.