16 dias cambiaron mi vida 31 y 32 Celos.

— ¿Qué pasa Claudia?… ¿Qué haces chiquilla? Aparta la mano de mi... ¡Joder, qué familia…! ¡No puede descuidarse uno! — Protesta Pablo algo apurado.

31.-ANA. Celosa.

Después de la agotadora noche con mi amiga Claudia despierto y no está a mi lado. Me levanto y desnuda como estoy me dirijo al baño que, como siempre cuando lo necesitas, está ocupado.

Busco a la zorrita de mi amiga Claudia y la encuentro… ¡En la cama con Pablo!... ¡Han dormido juntos, desnudos, ella con una mano sobre su pene!…

Esta me la pagara, se me ha adelantado la muy puta…Jajaja…  Qué suerte tiene. Me acerco para tomar posiciones al otro lado de Pablo.

— ¡Ana! ¿Qué haces?

La madre de Claudia me ha pillado. Se despiertan los dos bellos durmientes.

— ¿Qué pasa Claudia?… ¿Qué haces chiquilla? Aparta la mano de mi... ¡Joder, qué familia…! ¡No puede descuidarse uno! — Protesta Pablo algo apurado.

Mi amiga Claudia se aparta de Pablo, que se cubre como puede con la sábana. Claudia madre se ríe…  Yo adopto una expresión seria, para disimular.

— ¡Eso digo yo! ¿Qué hacéis los dos encamados?... Y encima le metías mano. ¡No puedes negarlo! — Insisto.

Claudia me pasa un brazo por el hombro.

— Tu amiga no ha hecho nada con Pablo. Vino anoche, por qué no se dormía y le hice un dedito para relajarla…  Hace un momento me levante para ir al baño y los dejé dormidos a los dos, tu amiga soñando se habrá cogido al palo para no caerse  — Dice Claudia.

— Muy gracioso, eres una mala hermana…  Ven conmigo al baño…  Y no vuelvas a dejarme sola — Protesto simulando estar enfadada.

Mi casi hermana se levanta, me hace cosquillas, ella sabe dónde darme para quitarme el enfado… Y no estoy enfadada…  Me ha gustado que Pablo pasara la noche con Claudia. Mis padres parece que van resolviendo sus problemas y ella se estaba quedando muy sola… Si esta relación sigue adelante habrá dos hombres en casa eso es bueno…  Demasiadas mujeres para mi padre…  El pobre podría acabar mal.

En el baño me siento en el inodoro Claudia entra en la ducha. Me gusta su cuerpo, delgada, pero no demasiado, marcando unas curvas suaves, la línea del cuello, pechos pequeños pero duros,  de pezones rosaditos  que me encanta excitar… Las caderas aún poco definidas, pero apuntando a unas curvas rotundas como las de su madre.  Piernas largas con muslos proporcionados, marcadas pantorrillas, tobillos finos… Y los pies, largos, dice que son griegos, el dedo gordo más largo y los demás decreciendo hasta el meñique… Preciosos…  La quiero mucho…

Entro con ella en la ducha, cojo el gel y lo esparzo en mi mano para lavar su espalda, se gira y deposita un breve y dulce beso en mis labios…

Respondo acariciando su vagina pasando un dedo por la suave grieta… El agua tibia cae sobre nuestros cuerpos…

La ducha resulta deliciosa cuando se comparte con una persona tan dulce. Me ha llevado dos veces al clímax y he tenido que sentarme en el plato ducha porque mis piernas no me sostenían.

Cuando me recupero veo a través del empañado cristal a la madre de mi amiga y a Pablo embelesados mirándonos.

— ¿Qué hacéis los dos ahí? ¿Nos estáis espiando? — Protesto.

Pablo parece abochornado. Pero Claudia, que nos conoce bien, sonríe.

— No, solo veníamos a ducharnos, pero estabais ocupadas y esperamos a que terminarais. Pablo no está acostumbrado a estos espectáculos. ¿No es verdad, Pablo? — Responde la mamá de Claudia.

— Cierto, no estoy habituado y no sé si lo estaré alguna vez… Pero debo reconocer que ha sido precioso — Murmura Pablo.

Miro al pobre hombre que no ha podido evitar…

— Claudia. ¿Has visto como está Pablo?  — Digo sin poder reprimir la risa.

Pablo se cubre con las manos lo que puede, que no es mucho y se marcha corriendo hacia la habitación. No podemos evitar reírnos las tres.

Claudia, jocosa, nos reconviene.

— No le hagáis esto, malvadas…  Lo estáis asustando y si se marcha no os lo perdonaré nunca — Protesta mamá Claudia.

Va en su busca. Nosotras nos secamos y vamos a terminar de arreglarnos a nuestro dormitorio. Poco después escuchamos a Claudia y Pablo en el baño, con gemidos, ayes y suspiros. Nos reímos alegremente. Mi madre pasa por la puerta, se asoma a la habitación.

— ¿Qué pasa? ¿De qué os reís?

— No es nada, mamá…  Pablo y Claudia parecen haber congeniado, han pasado la noche juntos y siguen con la marcha.

— Vaya, me alegro…  Últimamente, con todo lo que ha pasado, la veía muy decaída…  Hace algún tiempo que no la oía reír con tantas ganas…  A ver si por fin encuentra la felicidad y si es con Pablo, mejor que mejor. Vamos a desayunar señoritas.

El desayuno se realiza en completa armonía. Los niños con sus carreras, gritos, juegos y nosotros charlando de cualquier cosa…  Pablo se marcha a su casa, aunque no me extrañaría que se mudara aquí, para vivir con Claudia.

Pero hay algo que me sigue preocupando. ¿Qué hizo mi abuelo, que le afectó tanto a mi madre?...   Claudia madre e hija con Marga y mi madre se llevan a los niños al colegio y luego piensan ir de compras. Me quedo sola con mi padre.

— Papá…  ¿Por qué está mamá tan dolida con el abuelo?...  No se le va de la cabeza y eso le hace daño.

— Son muchas cosas hija… Tu madre ha superado situaciones muy conflictivas con ingenio. Pero eso no le sirvió de nada con mi padre…  Él era un hombre acostumbrado a hacer lo que quería con quien quería. Intentó educarme a mí de la misma forma, pero tu abuela no se lo permitió…  Según él mi madre me había convertido en un pelele y lo que ocurrió con tu madre se lo confirmó… Por eso no tuvo ningún reparo en aprovecharse de la situación y chantajear a tu madre para utilizarla como quiso.

— ¿Y no habrá algo más?...  ¿Algo concreto que aún le duela?...  ¿Has leído todos los cuadernos?...  Ahí puede estar la clave de lo que le ocurre — Insisto.

— Tal vez, cariño…  Pero yo no pienso entrar en ello…  Es muy doloroso para mí, destruí el pendrive porque no quería saber nada más. Pero si estás interesada, habla con Pablo, investigadlo, pero con cuidado, mamá está muy sensible con esas cosas… Ah, y cuidado también con Pablo.  No vayáis a liarlo, tú y Claudia, con vuestras artimañas y lo estropeéis todo…  Pablo es una buena persona, pero es un hombre y vosotras dos ninfas peligrosas — Me sermonea mi padre.

— Que dramático te pones, papá. No te apures, lo trataremos bien.

— ¡Eso!...  Eso es lo que temo. Que lo tratéis tan bien que acabe marchándose.

Doy un beso a mi padre y salgo corriendo.

— ¡Chau papi, me voy al insti!

32.-PABLO. Integrado en el clan.

Me he despertado con un sobresalto producido por las exclamaciones de Ana, cuando ha visto a Claudia, hija, dormida, con su mano en mi pene… No me había dado cuenta de nada.

Jamás había pasado una noche como esta. Primero con Marga y Claudia, luego con Claudia solo…

El morbo de sentir como la madre calmaba a su hija, la excitación, el polvo al generoso culo de la madre…

Generalmente tengo alguna dificultad para conciliar el sueño, pero, después de las sesiones de sexo, me dormí como un bebe, hasta que he despertado con mi pilila en las manos de Claudita.

Ha sido una extraña experiencia. Por una parte la muchacha es muy bella y atractiva. Por otra el rechazo por ser tan joven y además, hija de la mujer con la que acabo de tener relaciones sexuales. Tengo que rumiar todo esto.

Claudia me ha llevado de la mano al baño, donde el espectáculo ha sido alucinante. Ver a dos bellas lolitas dándose placer…

Y después el corte de estar ante las chicas con el miembro erecto… ¡Qué vergüenza!

Así que en cuanto he podido me he largado a mi casa. Tengo que poner en orden mis ideas, han sido demasiadas vivencias  en muy poco tiempo. Me he puesto a escribir esto para intentar aclararme.

Tenemos, por un lado a Claudia, que es una mujer deliciosa. Inteligente, atenta, alegre, sin inhibiciones, sin tabúes, capaz de hacer feliz a cualquier hombre y necesitada de afecto y cariño. Podría enamorarme de ella, me siento muy a gusto en su compañía. Solo pensar en ella y me pongo tierno…  ¿Seré cursi?

Por otro Marga, enamorada de Mila, daría su vida por ella… De hecho estuvo a punto…  No creo que llegue a formar pareja con ningún hombre. Se siente satisfecha en su relación con Mila, que además, comparte con José.

Las chicas, Claudia y Ana…  Peligrosísimas en su pícara inocencia…  Capaces de volver loco a cualquiera.  Pablo — Me digo a mi mismo —… No vayas a caer en esa locura.

Los niños, por lo poco que he podido observar, se comportan con normalidad, se sienten queridos, no he detectado ningún rechazo por parte de los mayores.

Todas las mujeres los atienden como madres y José, que es un hombre especial, los adora. Tanto a los suyos como a los demás. Como él mismo dice en sus notas, son sus niños.

Un caso aparte es Mila.

Está pasando por una fase de inestabilidad emocional… Que me preocupa.

Mientras esté abrigada por la familia, no creo que tenga problemas, pero si sufre algún otro revés, sus escasas defensas podrían caer y hundirse en una depresión peligrosa.

Debo alertar a José para que procure no alterar excesivamente a su esposa, que trate de evitarle cualquier complicación.

Llaman a la puerta…  Abro….  Caramba, qué peligro.

— Hola Ana. ¿A qué debo tan grata visita?

— Hola Pablo. Vengo a hablar contigo, sobre lo que comentamos anoche. Mi padre piensa que puede haber algo, en los cuadernos, que nos dé alguna pista para saber por qué se altera tanto mi madre, cuando se habla de mi abuelo.

— Vaya, yo pensaba lo mismo…  De hecho estoy a punto de repasar los ficheros para tratar de averiguar algo.

Ana entra y se sienta ante mi ordenador.

— Qué casualidad. Antes de salir he hecho lo mismo que estás haciendo tú. Escribir unas notas para aclarar y no olvidar ideas.

— Sí, se ha convertido en un hábito. Ya me falla la memoria y esta es mi agenda. Pero tú eres joven, no puede afectarte la pérdida de memoria.

— Pero me gustaría, Pablo…  Sería maravilloso… Poder olvidar todo lo pasado. Ya has visto como está mi madre  por no poder olvidar.

— No, Ana. Además de que el olvido voluntario es casi imposible, no lo considero positivo…  ¿Cómo te ves a ti misma?...  Porque yo te veo anímicamente bien. Te ríes, disfrutas con Claudia, con tu familia y con los chicos con los que estáis saliendo ¿No?

— Sí, pero a veces, me asaltan recuerdos que quiero desterrar de mi pensamiento y no puedo.

— Pues no lo hagas. No intentes desprenderte de ellos. Acarícialos, busca en ellos lo bueno que puedan contener. Seguro que lo hay...  Céntrate en la parte buena de esos recuerdos, la mala se irá desvaneciendo, no la olvidarás, pero perderá importancia…  Ana, eres una buena persona. Tienes buenos sentimientos.  Lo he podido comprobar. Esa persona, que eres tú, es el fruto de la acumulación de todas las experiencias que has vivido a lo largo de tu existencia. Y el resultado, por lo que observo, es bueno.

— Vaya, tengo que hablar más contigo. Me das vida con tus palabras. Me subes la autoestima.

— De eso se trata. No importa lo que haya pasado en tu vida anterior. Debes aprender a metabolizarlo y digerirlo, lo positivo lo conviertes en alimento para tu mente y lo negativo lo expulsas, que no es, ni más ni menos, que convertirlo en algo sin importancia. Y como todo en esta vida, a digerir, se aprende. Pero vamos a dejar esto así, ya seguiremos hablando de ello cuando vengas con Claudia. Ahora buscaremos algo en los cuadernos de Mila.

— He traído mi portátil, pero está bajo de batería y no traigo cargador — Me dice Ana.

— Espera, aquí tienes un alimentador de noventa vatios con clavijas intercambiables. Conéctalo en ese enchufe. — Le facilito el cargador y lo conecta.

Nos sentamos en mi mesa escritorio, Ana frente a mí, cada uno con nuestro ordenador.

Tras más de una hora de búsqueda, Ana llama mi atención sobre una fecha. Lo busco y leemos.

xx-xx-2010—

— José me ha dicho que su padre nos ha invitado a una montería en la provincia de Jaén. Tiene reservadas habitaciones en un hostal y los niños se quedarán con la abuela. No me hace mucha gracia. Mi suegro está organizando esto para follar conmigo, pero si me niego será peor. Acepto y a ver qué pasa.

— xx-xx.2010—

— Como suponía me la han jugado. Llegamos por la tarde y en la recepción del hostal ya he visto a dos de sus amigos que, disimuladamente, me han confirmado lo que yo imaginaba…  José está contento, no sabe que me han traído aquí para follar conmigo y lo peor es que no sé cómo se lo van a montar para que mi marido no se dé cuenta de nada… Ya me he enterado…  Lo han quitado de en medio. Han llamado de Madrid a José porque, al parecer, ha habido un problema con un equipo de supervisión de un banco...  Él se ha llevado una desilusión por no poder participar en la cacería…  El muy idiota no sabe que, a quien van a montear, es a mí. He intentado, por todos los medios volverme con él a Madrid. Pero se ha puesto muy pesado con que debo quedarme — para vivir la experiencia de la caza mayor—…  Como si a mí me importara un pimiento... Me ha dado mucha rabia por su insistencia en que me quedara, alentada por mi suegro, claro. Se ha marchado y me ha dejado sola ante el peligro. Bueno, peor para él. Intentaré pasarlo lo mejor posible.

La cena, con mi suegro, resulta un tanto crispante. No hace más que decirme lo bien que lo vamos a pasar esta noche, que él se vendrá a mi habitación cuando esté todo tranquilo. Me he levantado para ir al servicio y Salvador, uno de los amigotes de juerga de mi suegro, ya me ha dicho que, — ¿Cuándo echamos un polvete…?  Tu suegro no nos había dicho que vendrías…—  Me han dado ganas de darle un puntapié en la espinilla, pero he puesto, en mi cara, la mejor de las sonrisas y le he dicho que tuviera paciencia, que ya se lo diría.

Como suponía, no han pasado ni diez minutos desde que entré en la habitación y ya estaba llamando Pepe en la puerta. Ha entrado como un huracán. Estaba desvistiéndome para ponerme algo cómodo, pero no me ha dado tiempo…  Me ha arrancado la ropa a tirones y empujado de espaldas sobre la cama, ha abierto mis piernas y se ha clavado en mí, como un caballo cubriendo a su yegua, me hacía daño. No estaba lubricada y su polla en seco me ha lastimado, pero pronto se ha puesto a segregar líquido preseminal... Ha sido rápido, en dos o tres minutos ha soltado su carga en mi coño y se ha tumbado boca arriba, a mi lado.

Sé, por experiencia, que no ha terminado. Pero también sé que si lo dejo ahora puede pasarse la noche entera entrando y saliendo. Así que tomo la iniciativa. Acaricio su miembro, me incorporo hasta colocarlo en mi boca y mamarlo, mientras acaricio sus huevos. Llevo su mano a mi teta, sé que le gusta. Trabajo un poco, si me comiera el coño no sería tan aburrido, pero, para él, solo soy una puta haciendo su trabajo… Y a una puta no se le come el coño, como me ha dicho algunas veces.

Viene muy caliente. Consigo que se corra otra vez en mi boca. Disimulo y escupo el semen. Me tiendo a su lado. Descansa, amodorrado. Como mucho aguantará otro orgasmo y se dormirá, pensé… Así ha sido…  Al rato lo he despertado, he reanimado su pistola, lo he cabalgado y se ha corrido dentro... Lo he dejado en la cama y me he dado una ducha...  Al salir, el muy cabrón, estaba roncando. Me he acostado en la otra cama, para alejarme de él.

Me ha despertado, el hijo de puta, golpeándome la cara con la polla... Le río la gracia, se la chupo y en cuanto está tiesa se coloca encima y me penetra con su acostumbrada violencia... Se corre, se levanta, se ducha y se marcha con un…. ¡Hasta luego!

Veremos como paso el día. A mí esto de la montería me importa una mierda. Pero tengo que disimular... Me visto con la ropa de montear. Una falda amplia de tela gruesa, color caqui, camisa, chaqueta a juego y botas para el campo. Bajo a recepción. Aún es de noche. Tomamos un café y salimos… Me subo en el todoterreno de mi suegro y tras unos minutos por carretera, tomamos un carril de tierra, dando tumbos, hasta llegar a un cortijo, donde están reuniéndose los participantes. Hace frio.

La verdad es que resulta pintoresco. Las rehalas de perros ladrando, los mozos, los secretarios, los guardas. Una fogata agrupa a la gente en busca del calor. Se sortean los puestos. Mi suegro se acerca con un plato de migas con chorizo,  trocitos de tocino frito y una hogaza de pan. Me dice que desayune, que luego pasarán varias horas hasta que termine la montería y volvamos a comer. Le hago caso, está bueno. Pepe me enseña a manejar la escopeta con la que debo disparar. Disimulo.

Lo he hecho en otra ocasión, en la que participé, con un cliente, en otra montería. Me llevó con él porque le daba morbo follar conmigo en el puesto, mientras su mujer, él lo sabía, se follaba al secretario en otro puesto.

Me he topado con otro de los amigos de Pepe, mi suegro le ha dicho que puesto me había tocado en suerte. Casualmente el suyo estaba colindante con el mío. Vaya suerte la suya. Me presentan al que será mi secretario durante la cacería. Pepe habla con él. Es un mozo de unos veinte años, moreno, alto, con la piel curtida por el sol, agraciado, sin ser guapo. Le sonrío y me devuelve una risa franca, limpia. Me gusta. Se llama Manuel.

Al salir el sol nos conducen a los puestos. Manuel lleva las escopetas, la munición, una manta y un zurrón con comida y vino. Nos acomodamos en un hoyo, enclavado en la parte alta de una ladera que domina una vaguada por la que, Manuel me dice, van a pasar los marranos y los venaos. Jabalíes y ciervos. El sol empieza a calentar. Ya me sobra ropa. De reojo veo al muchacho mirar mi cuerpo. Suena una algarabía de trompas, tiros de arcabuz, griterío de perros y algunos disparos de rifles de gran calibre, de todo ello me informa Manuel. Estamos solos en el hoyo, no nos ve nadie.

— ¿Manuel, tienes novia?— Pregunto al chico.

— Que va, señora, no tengo naa.

— ¿No haces el amor? — Sigo preguntando y observando cómo sube su nerviosismo.

— Señora… Eso es muy privaoo — Responde hecho un manojo de nervios.

— Pero algo harás ¿No?

Se puso muy nervioso. Le temblaban las manos.

— ¿Te gustaría hacerlo conmigo, ahora? — Ante mi pregunta la sorpresa del chico es mayúscula.

—  Jopoo, señora, no me haga uste bromas — Responde acorralado.

— No es broma, mira.

Libero un pecho. El chico abre los ojos de par en par.

— Anda, tócalo, acarícialo, pero hazlo suave.

Y me lo acaricia. La rugosidad de la piel se compensaba con la suavidad con que pasaba las yemas de los dedos por mi seno. Desabrocho toda la camisa y le ofrezco mis dos frutas, que se apresura lamer y chupar. El olor a jara, a romero, la boca del chaval mamándome y  mi coño destilando jugos. Una combinación explosiva. Mi secretario ha colocado la manta en el suelo, de forma que puedo estar acostada sobre ella para disparar, si fuera preciso. Me tumbé boca abajo, dejando mi grupa a disposición del chico que, sin perder tiempo, levanto la falda hasta la cintura, apartó el tanga, hilo dental y acarició con los dedos mi rajita, que aún destilaba los jugos depositados unas horas antes por mi suegro. La situación me excitaba. El recuerdo de mi marido me provocó un arranque de rabia.

— ¡¡Manuel, fóllame!! ¡Hazlo ya!

El muchacho desabrocho la montera, bajó su pantalón y me incrustó una soberana polla, que me llenó hasta el fondo del útero. Obedecía mis instrucciones como un autómata, me excitaba su sumisión.

— ¡No te vayas a correr hasta que yo te diga! ¿Vale?

— Vale, señora… Lo que uste mande.

Y seguía bombeando. El orgasmo me sorprendió, como una explosión. Toda la rabia, la frustración que sentía por lo que me hacia mi suegro, explotó en aquel momento.

El pobre chico se quedó muy quieto, al sentir mi espasmo.

— Sigue, Manuel, sigue y córrete. Te lo has ganado.

Al oírme se lanzó a una carrera alocada, me zarandeaba, yo era como una paloma bajo su cuerpo fibroso, duro. No aguantó mucho más. Un sonido ronco y profundo precedió a su eyaculación, que me hizo llegar a otro orgasmo. Recorrió mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta la nuca, concentrándose después en la pelvis. Quedamos desmadejados. Cuando me repuse me senté y lo atraje hasta mí. Besé su boca, mientras acariciaba los duros músculos de sus brazos, el pecho, sus nalgas. Me quité el tanga y se lo entregué como trofeo.

— ¡Gracias, Manuel! Me has hecho feliz.

— ¿A mí me va a dar las gracias?... ¡Gracias a uste, señora! ¡Esto es lo mejo que ma pasao en toa mi vida! — Balbucea el chico agradecido.

La cacería sigue, los disparos, los gritos, se alejan. Vi unas ciervas que corrían asustadas por los perros. Manuel me dijo que a las hembras no se les disparaba. Me dieron lástima. Me sentía como ellas, acorraladas, indefensas, en las manos de desaprensivos capaces de cualquier cosa, con tal de satisfacer sus sucios deseos.

Pero. ¿No acababa de hacer lo mismo con este pobre chico?... Lo había utilizado para liberarme de la frustración, por la impotencia ante el acoso de mi suegro y el abandono de mi marido. Enfrascada en mis pensamientos no veo a un hombre que se acerca por detrás al puesto. Manuel lo saluda. Es el amigo de Pepe, que viene a ver que cae. Hablan los dos, envía a Manuel  a su puesto, para que acompañe a su secretario, dice que por aquel puesto no pasa ni un conejo. Está prohibido circular por las trochas durante la montería, para evitar accidentes, pero este se lo pasa por el forro. Al quedarnos solos.

— Mila, estaba deseando joderte. Desde que tu suegro me dijo que venías, no he dejado de pensar en darte por el culo — Me dice el muy cerdo.

Tras el saludo, me da un morreo y me magrea el culo. Yo ya lo esperaba, este cabrón es un fanático de mi trasero, me coloca a cuatro patas en el fondo del hoyo, levanta la falda hasta colocarla en mi espalda, dejando las nalgas al aire.

—Vaya sorpresa… ¿Y las bragas?... ¿Me esperabas?... — Comenta riéndose.

Sin preliminares, sin una caricia y sin lubricar, entierra su aparato en mi vientre. Debía estar muy apurado, porque bombeó con fuerza un par de minutos y se corrió dentro. Se limpió la verga en mi falda y se sentó, yo me senté a su lado.

— No puedes imaginarte lo que he tenido que liar para quitar a tu marido de en medio. Cuando Pepe me dijo que venias con él, me dije, ¡la jodimos!, José no nos va a dejar echar un polvo. Así que llamé al director del banco  —xxxx—  y le dije lo que tenía que hacer para provocar la avería y que llamaran a tu marido para que fuera a arreglarla. Lo dicho, un lio. Pero ahora me alegro, me he quedado muy a gusto. Por cierto, esta noche te toca con Fulgencio, irá a tu habitación después de la cena. Ahora me voy que esto se está acabando, ya están recogiendo las rehalas. Nos vemos luego.

Se levanta y se va. Mi cabreo es monumental. El cerdo de mi suegro ha montado todo esto, para tenerme estos días a la disposición suya y de sus amigotes.

Después de la comida en el cortijo, donde no probé nada, le digo a mi suegro que no me encuentro bien y que me quiero ir a casa, a sabiendas que no lo va a permitir. Pero lo convenzo para que me deje ir al hostal. Me lleva uno de los mozos que tenía que ir al pueblo. Consigo localizar a José por teléfono y le pido que venga, que no me encuentro bien y estoy muy sola. Si supiera la verdad…

Me asegura que enseguida se pone en marcha. Me doy una ducha…

Apenas tres horas después llegó, subimos a la habitación y quiso echarme un kiki. Como es lógico no se lo podía permitir, descansamos un rato en la cama  vestidos y bajamos a cenar.

Cuando Pepe, mi suegro,  ha visto que su hijo había vuelto le cambió la cara. Pero la de “Don Fulgencio” era para reírse, su enfado era evidente, le hacía señas a Pepe indignado.

Se acercaron a saludar a José y preguntarle qué había pasado, les dio una ligera explicación del problema que había tenido que resolver y los invitó a sentarse y tomar una copa. Y no ha sido una, empezaron a animarse bebiendo, charlando, yo cada vez más mosca y al final consiguieron emborracharlo a pesar de mis advertencias. El muy idiota cayó en la trampa,  yo también.

— Bueno, ya está bien. José está muy mareado y me lo llevo a la habitación — Les digo muy cabreada.

Pepe se levanta para coger a su hijo por un brazo, yo por el otro y nos lo llevamos casi a rastras al ascensor, subimos, entramos en la habitación y lo acostamos en una de las dos camas. Fue caer y quedarse dormido, más aún, parecía estar en coma. Pepe me empujó sobre la otra cama y se me echó encima.

— ¡Pepe, por favor, tu hijo nos puede ver!

— Quién. ¿El calzonazos?...  Anda ya, este no se despierta ni a tiros. Ya me han dicho que hoy te han puesto el culo bien  ¿No?

— ¡Si, cabrón!... Os estáis aprovechando bien de mí. Quiero tres mil euros por la faena, díselo a tus amigos.

— Por el dinero no te preocupes. Tú  procura hacer  bien tu trabajo y déjanos contentos a todos. Ahora chúpamela, que Fulgencio está al llegar.

Se saca el miembro, me arrodillo ante él y se la mamo hasta que descarga en mi garganta. Se la envaina y se marcha, dejando la puerta abierta. Inmediatamente entra Fulgencio, de sesenta y tantos años, con una enorme tripa, la cara roja, papada fofa, y unas gafas de miope tras las que me miran unos ojos pequeños y lacrimosos. Me asusta un poco, José está aquí tendido en la cama y este quiere follar ahora conmigo. Se me ocurre algo.

— Fulgencio, venga conmigo a la terraza. Podemos ver con las cortinas medio cerradas si se despierta José. Así podemos disimular.

— ¡Venga, venga!, ¡Lo que sea! Pero mi mujer está en la habitación de al lado. ¿No nos vera? — Dice temeroso.

— No, los laterales son altos y tendría que salirse por la barandilla para vernos. Pero no haga ruido.

Así lo hicimos, me desprendí de la ropa, me puse un salto de cama y la bata encima, sin nada más debajo y salimos a la terraza. Hacía frio, las zapatillas no me calentaban los pies, el hombre se colocó a mi espalda mientras yo miraba hacia dentro de la habitación. Las frías manos del cliente, al deslizarse por mis caderas, buscando las tetas, me provocaron un escalofrío. Le cogí el pene, pequeño, fláccido, lo manoseé un poco y me lo llevé a la boca, aún tenía el sabor del semen de mi suegro.

Logré que reviviera y me agaché, dándole la espalda y lo guié hasta introducirlo en mi chocho. Me movía para acelerar el orgasmo, pero sin mucho éxito. Le llevé las manos a mis pechos, para ver si lo animaba, pero la situación, el frio, estar de pie, no facilitaban las cosas. Además yo estaba pendiente por si José despertaba. Fulgencio se cansaba, resoplaba como un toro.

— Fulgencio, vamos a probar dentro, aquí hace mucho frio — Le digo al desdichado, me daba pena.

— No Mila, no puedo, ya estoy viejo para esto, me canso y ya ves, está arrugada. Hace tiempo que me pasa. Solo te pido que no le digas esto a nadie. Si preguntan… Diles que me he portado bien — Dice el pobre compungido.

— No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.

Le di un beso y se marchó. Cerré la puerta con el pestillo y me tendí junto a mi marido. En ese momento lo necesitaba, me sentía mal por lo que hacía, pero era como una droga…  Sí, eso era, una sexo adicta, necesitaba hacer estas cosas, me excitaba el riesgo y en ese momento hubiera dado, años de mi vida, por poder hacer el amor con mi marido... Lo miré a la cara, acaricié sus mejillas, besé los labios, pasé una mano entre mis muslos y acaricié mi rajita, besando a José llegué al momento más hermoso de la noche, al único, un orgasmo dulce, oleadas de placer inundaban mi cuerpo  y me quedé dormida con la mano en las ingles.

Por la mañana convencí a José para marcharnos enseguida. Cuando Pepe, su padre, vino a despertarnos, le dijo que no nos encontrábamos bien y que nos íbamos después de desayunar. Le sentó como un tiro, pero aceptó y se fue a seguir con la montería.

Pasamos por casa de los padres, recogimos a los niños y regresamos a Madrid.

Han pasado dos días, en mi cuenta privada han ingresado cuatro mil euros…

Ana me miraba atónita. Aquella aventura de su madre la dejó muy pensativa.

— ¡Mi abuelo era un cabronazo! No me extraña que mi madre esté así con él. Pero a pesar de todo, no creo que esto sea el motivo por el que ella está así.

— Tienes razón, Ana, esto es muy fuerte pero a la vista de las vivencias de tu madre, tiene que haber algo más duro, algo que la ha traumatizado y probablemente relacionado con tu abuelo. Yo seguiré investigando y tú debes marcharte, no conviene que estemos aquí solos mucho tiempo.

— ¿Tienes miedo de mí? — Me dice la chiquilla.

— No, Ana. Es por ti. Debes velar por tu reputación, vivimos en sociedad y aunque ahora te parezca que te da igual, con el tiempo comprobaras que te engañas.

— Pues sí, me da igual. ¿Pasa algo? — Ana manifiesta su rebeldía.

— En este momento no, pero, imagínate una situación… Hipotética... Conoces a un chico que te gusta, te enamoras, un día se entera de algo que has hecho, o que dicen que has hecho y te rechaza. Te parte el corazón… Y no puedes hacer nada por evitarlo. Piénsalo.