16 dias cambiaron mi vida 22 - 2ª parte Claudia
El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas.
16 días cambiaron mi vida 22 - 2ª parte
El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.
— ¿Nosotros solos? — Pregunto.
— Sí, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad — Era Claudia quien hablaba. Ya no era la chiquilla arisca y protestona de antaño. Había madurado.
Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos chispean con destellos dorados, brillando con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida, con una leve inclinación hacia mí. Su respiración entrecortada mueve sus pechos y la boca, entreabierta, delata una ligera ansiedad.
Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.
— Corres peligro, Clau.
— ¿Por qué, amor?
— Hueles tan bien…. ¿Sabes que me encanta la vainilla?... Puedo comerte.
Acerca la mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en su palma. Me embriaga su fragancia.
Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece, junto a Claudia, portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven, unos entremeses, de salmón ahumado con queso fresco, sobre rebanaditas de pan tostado.
— Esto está delicioso. Claudia, Ana…. ¿De quién ha sido la idea?
— De internet, papá…. La preparación a medias entre las dos.
— Y ahora ¡¡Tachan!!
Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.
— Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?
— No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Cenamos antes, en la cocina.
Ronda de besos de las dos, a Clau y a mí.
— ¿No estaréis planeando alguna travesura? No me fio ni un pelo de vosotras… — Les digo simulando estar enfadado.
Se retiran entre risas. Es mosqueante.
Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremoniosidad.
Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita y una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.
— Vaya… ¿A esto sí nos acompañáis? — Protesto.
— Es que no queremos dejaros solos… Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe qué puede pasar si os dejamos sin protección… — Claudia se ríe, ríen las dos…
Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.
Clau desaparece, se oye una música de fondo parece hindú muy sensual, vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.
Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros… Grande, surge del mar, como un enorme globo brillante… El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa… Mi mano sobre la de Clau… Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz… Hasta que miro hacia las chicas.
Ana y Claudia se besan en la semioscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan siguiendo el ritmo de la dulce música. Con movimientos voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.
Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.
Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina, con su pálida luz, los bellos cuerpos.
Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios, me invita a callar… Sigo admirando los lúbricos movimientos… Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.
Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás… Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé…. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo y excitante… Pero de una belleza inigualable..
El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven profanamente… Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella, lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus labios. Los movimientos son ya espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.
Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente agarra la polla sobre el pantalón para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.
— Espera, José, espera un poco — La situación me hace recordar un momento parecido, la noche que bailamos en la casa que alquilamos con Edu y Amalia.
Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista del espectáculo que me ofrecen a la pálida luz de la luna. Me siento… Embrujado…
Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.
El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.
Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y suavemente, me empuja sobre la cama.
Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.
Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.
Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.
Algo sobre mi mano, acaricio otro sexo, cálido, mojado, mis dedos penetran la suave cavidad que se me ofrece.
Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer despacio, suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.
Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.
Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.
Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor ¿Es mi hija? No tengo voluntad. Me siento flotando… La sensación es extraña… Nunca me había sentido así.
Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¿Mi hija? Solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante. ¡SÍ! ¡Es ella!
He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas… ¿Qué he hecho?... Estoy perdido.
— Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre — La declaración de Ana me parecía irreal, como un sueño.
Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aún estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.
Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mí pecho.
El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.
Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.
Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.
Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.
La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él… No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime… Trataba de no pensar.
Poco a poco se fue recuperando... Me estrechó entre sus brazos.
— Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba. Espero que puedas perdonarme… Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.
Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con auténtica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.
¡Diosss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.
Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.
¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?
No me siento bien… Voy a vomitar. Me levanto y entro en el baño… Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.
— ¿Qué te ocurre, te encuentras mal?
— Si, bueno, no. No estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.
— La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina, doctor.
Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.
— Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.
— Me asustas. ¿Qué es?
— Ayer, en Madrid.
— ¿Con Mila?
— ¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.
— Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.
— Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia…
Y le conté todo lo ocurrido…
—Jajajaja. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad! — Su cristalina risa suavizaba el dolor que me producía recordar lo ocurrido unos momentos antes.
— Quiero saber algo, José. ¿Qué pasó en el club de Gerardo, con Mila, para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?
— Me resulta difícil hablar de esto, Clau… Pero, al menos, ya no me afecta como antes — Y así era. Me esforcé en relatar lo ocurrido aquella fatídica noche.
— Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas. En la barra de la entrada charlaban cuatro tipos, de unos treinta años. Mila, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después supe, que habían participado en un gangbang tiempo atrás y quizás, alguno, sea el padre de Mili. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.
Alma, la muchacha relaciones públicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.
— Hola Felipe, una alegría verte. Qué. ¿Vienes con Mila?
— Sí. Mila es mi mujer y me llamo José — Aclaré.
— Perdón, no quería molestarte — La disculpa de Alma me hizo recapacitar.
— Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.
— Vaya, Gerardo me comentó algo, sobre que tú no sabías nada de la vida de Mila y de pronto… Lo descubriste todo.
— Así es. He vivido quince años con una desconocida.
— ¿Y qué quieres hacer ahora?— Preguntó.
— La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber qué hace Mila, como ha sido su vida.
— ¿Aun la quieres?
— Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.
— ¿Quieres verla?... Sinceramente… No te lo aconsejo…
— Pero… Tengo que hacerlo.
— Tú sabrás lo que haces… Ven conmigo.
Me llevó a una habitación, donde se me mostró un espectáculo dantesco.
Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca.
Además, un cuarto sujeto orinaba sobre todos ellos…
Sentí nauseas… Mareos…
Alma se dio cuenta y me saco de allí. Me llevó a su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido.
En un rincón había un pequeño servicio, entré y vomité.
Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia.
Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Fue él, quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y yo me sentía mareado, sin poder pensar...
En aquel momento tomé la decisión… Me divorciaría y la apartaría de mi vida.
Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.
Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.
Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.
Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.
Mila se sacó la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.
¿De qué? ¿Por qué se reía?
¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!
No pude más, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.
Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo era mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.
— Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero. Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!
— ¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?
Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.
— Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!
Nos acostamos los cuatro juntos… Ana me abraza… Acaricio sus cabellos.
— Papá… ¿Me perdonaras?… Yo te juro, que no volveré a hacer esto, nunca, nunca más.
— Ana. Te quiero demasiado. No voy a reprocharte nada. Pero, te pido por favor, que no vuelvas a hacerme esto. Duérmete.
Mi cabeza. El dolor no me deja abrir los ojos. Clau está conmigo en la cama. Ana y Claudia no están, pero oigo ruido por abajo, estarán trasteando en la cocina. Golpea mi mente el recuerdo borroso de la noche. ¡Joder! ¿Qué he hecho? Ahora puedo entender lo que sentía Lot, después de ser seducido por sus hijas. De nuevo referencias a los textos sagrados.
Al moverme, Clau se despierta. Su mirada es dulce. Sus ojos claros, como el cielo que se cuela por el cierre de la terraza, me miran, sonríe. Se estira hasta posar sus labios sobre los míos. Tiene el poder de hacer que se diluyan mis preocupaciones.
— ¡¡Papá!! ¡Aquí hay un señor que viene a instalar el teléfono!
— ¡Ya bajo, cariño!
Busco un pantalón corto, una camiseta sin mangas y bajo corriendo. Un muchacho joven con uniforme de una empresa filial de una filial de una operadora de servicios telefónicos, estaba en la entrada de la casa, esperándome.
— Hola, buenos días, la instalación está hecha, el propietario anterior tenia instalado el teléfono y solo tengo que conectar la roseta. Solo serán cinco minutos. Su hija ha sido muy amable y me ha dicho que la acometida está en el garaje.
— Bien, tómese el tiempo que necesite.
Se marcha hacia el garaje.
Un muchacho joven, fuerte, supongo que guapo para las chicas. ¡Joder! ¿Dónde están las chicas? Me asomo al garaje y veo, a las dos lolitas, mariposeando alrededor del técnico. No me ven. El muchacho esta encima de una escalera de mano, conectando cables. Claudia se acerca y le coge una pierna. Ana de la otra.
— No quiero que te caigas, yo te sujeto. ¿Luego me enseñaras lo que hay en esa cajita?
El chico, muy turbado.
— Síi, claro, señorita… En cuanto termine de conectar, sube usted para que lo vea.
Se le cae el atornillador… No me extraña… Estas muchachas ponen nervioso a cualquiera. Ana lo recoge y se lo da.
— Gra…acias — Balbucea el chico.
— Para eso estamos, bueno para eso y para lo que quieras — Responde mi hija.
Clau me da un golpecito en el hombro.
— ¿Qué haces, cotillo? Anda déjalas y vamos a desayunar.
Sentados en la mesa, mi mente no descansa, los recuerdos de la noche pasada me atormentan. Entran las chicas acompañando al técnico.
— Ya he terminado, solo me tiene que firmar la orden de trabajo, si no le importa.
— Sin problemas. ¿Cuándo podré conectarme a internet?
— Cuando quiera. Ya he llamado para activar el enlace y está disponible.
Firmo la orden y el chico se despide, las chicas lo acompañan a la puerta. Vuelven y se sientan a la mesa, en silencio.
No puedo levantar la vista de la taza de café. Me siento, terriblemente avergonzado.
— Papá, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien? — Mi hija parece preocupada.
Sin levantar la vista.
— No, Ana, no me encuentro bien. Lo que hice ayer me afecta mucho. No debía haberlo permitido. Por ti, por mí. Ha sido un error.
— ¿Por qué papá? ¿Cuál ha sido el error? ¿Hacerme feliz? ¿Hacer que me sienta más cerca que nunca de ti?
— Ana, hemos roto algo, que no puede recomponerse. Nuestra relación ya no podrá ser nunca la misma. ¿Qué soy ahora? ¿Tu amante? ¿Puedo seguir siendo tu padre después de esto?
— Si papa, seguirás siendo mi padre, siempre. Ahora te quiero más… Pero, si lo que hicimos, te plantea problemas, no te lo pediré nunca más.
Se gira hacia Clau que la abraza y le acaricia los cabellos. Ana Llora. Claudia me reprende.
— José, estas siendo muy duro con Ana, no se lo merece. Tu represión no te permite ver la belleza de esta relación. Ana no se merece sufrir así y tú la castigas con tus preceptos religiosos.
— Quizá tengáis razón, pero no puedo evitarlo. No quiero lastimarte, Ana. Te quiero demasiado y no quiero que sufras. Tal vez necesite vuestra ayuda para superarlo. Pero por favor, no lo repitáis. Yo no lo tolero.
La mirada de Clau es de comprensión.
— No te preocupes. No volverá a suceder. No pensamos que te afectaría tanto. Te queremos demasiado y no queremos que lo pases mal. Las chicas prepararon la danza mientras estabas fuera, querían sorprenderte, solo querían hacerte feliz. ¡Queremos hacerte feliz!
— Bien, no hagamos de esto un drama… ¿Qué le habéis hecho al pobre técnico? — Digo intentando bajar la tensión.
Me miran sorprendidas.
— ¿Al técnico?... Nada… ¿Por qué? — Responde Claudia.
— Porque ha salido algo nervioso… ¿No? — Insisto.
— Bueno le hemos gastado una broma. Nosotras lo hacemos mucho. Además hemos quedado para salir con él y un amigo suyo… Esta tarde.
— Es un poco mayor para vosotras ¿No?
— Papá, por favor. Ya no somos niñas.
— Eso es lo que creéis, pero sí, aun sois niñas y no sabéis aún las consecuencias de vuestra actitud. De vuestras acciones. No quiero reprenderos. Solo os pido que seáis responsables. Vuestra vida anterior os ha marcado, ya lo entenderéis más adelante.
— Papá, esto para nosotras es solo un juego, lo pasamos bien, nada más. ¿Recuerdas el restaurante donde paramos a comer en La Roda?
— Sí, claro, ¿Por qué?
— Pues que fuimos las dos a los servicios, allí había una muchacha de nuestra edad, muy bonita, parecía tímida. Al verla, Clau y yo, nos miramos y empezamos a besarnos en la boca, se quedó de piedra… Nos acercamos a ella y le pregunté si quería participar, asintió con la cabeza, nos liamos a besos con ella y pilló un calentón impresionante. Cuando le toqué encima de las bragas parecía que se había meado, las tenía empapadas.
— Pero. ¿Estáis locas? ¿Y si llega a entrar alguien y os ve?
— No hubiera pasado nada… La metimos en la cabina del wáter, le quitamos las bragas y mientras yo le comía la boca, Claudia le chupaba su cosita… Después cambiamos… La corrida que se pegó fue impresionante… Tuvo que sentarse en la taza para no caerse… Cuando se recuperó nos dio las gracias. Le habíamos hecho un favor. Era su primer orgasmo y seguía virgen… Nos besó a las dos y se fue. Nosotras tuvimos que hacernos unos dedos, nos habíamos puesto muy cachondas… Yo me traje sus braguitas ¿Las quieres ver?
— No gracias, Ana, déjalo, te creo. Sois unas golfillas, inconscientes.
— Déjalas, José, son más responsables de lo que piensas. Han madurado muy pronto y debes comprenderlas.
— Intento hacerlo Clau, lo intento, pero solo veo a dos niñas con cuerpo de mujer... Bien, dejemos esto... Esperemos no tener que lamentarlo.
— Déjate llevar y no lo lamentarás. Vamos chicas despertad a las pequeñas, que desayunen. Nos vamos a la playa.
Todas las chicas en la playa, yo solo en casa. Instalo el equipo que me permite observar el piso de Madrid. Accedo a la grabación de las últimas horas. Encuentro una secuencia en que Mila y Marga están en la cama, retozando.
Veo a las dos amigas acostadas en la cama, juntas, besándose.
— Mila… ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?...Te veo rara — Era Marga.
— ¿Te parece poco lo que me pasa? — Responde Mila.
— Por primera vez en mi vida, no tengo ganas de follar. O mejor dicho, no puedo follar con quien quiero. El último en metérmela en el culo fue Isidro, como pago por su actuación como abogado en la compra del negocio a José. Y con Gerardo, tuve que fingir que me moría de gusto.
— Vamos Mila, déjame que te coma el chochito, cariño, a ver si te relajas
— Gracias Marga, si no fuera por ti. ¿Qué sería de mí?
Paso rápido las imágenes en que ambas se comen el chocho en un sesenta y nueve. Ya no me excitan. Terminan sus juegos y se tumban de espaldas en la cama, las dos juntas.
— Mila… ¿Qué ha pasado con José?… ¿Cómo lo has visto?
— No sé qué pensar, Marga… Por una parte parece que su relación con Claudia funciona. Seguramente acabará enamorándose de ella… Eso será bueno para él. Aunque a nosotras se nos parta el corazón… El sufriría con nosotras, no podríamos evitarlo. Lo mejor ha sido apartarlo de nuestro lado y facilitarle una vida mejor… ¡Le he hecho tanto daño!… No podíamos seguir adelante con el plan que habíamos forjado. Tenerlo para las dos. Él no lo hubiera soportado. Por eso hice lo que hice en el club de intercambio. Era la única forma de alejarlo de mí, de nosotras. Después ocurrió lo de Gerardo y se aceleró todo.
— ¿Qué pasó con Gerardo? — Pregunta Marga extrañada.
— Le pedí a Gerardo ayuda para marcharme, sin intención de hacerlo. Luego intentaría que él se enterara, sabiendo como reaccionaria… Lo conozco muy bien. Lo quiero mucho, tanto, como para renunciar a él por su felicidad, aun a costa de nuestra desdicha… He llamado a Ana y me ha dicho dónde están… El viernes quiero ir a Alicante. ¿Vendrás conmigo?
— Sabes que sí. Te seguiré a todas partes. Lo que tú has descubierto con José, tu verdadero amor, lo descubrí yo hace mucho tiempo. Te quiero Mila, quiero a quien tú quieras. Os quiero a los dos y como tú dices, estoy dispuesta a renunciar a él por ti. La diferencia, es que yo tengo el consuelo de estar contigo, de tenerte; tú no lo tienes a él.
La confesión de Mila me dejo helado. Mila lo había planeado todo, para alejarme de ella. ¿Qué estaba planeando ahora?... Debo reconocer que posee una inteligencia prodigiosa. No puedo dejar de admirarla. A pesar de que utiliza esa inteligencia para manipularme, para conducirme adonde ella quiere…
— Por cierto, Mila, mañana tengo que ir al banco, quedé con el director de la sucursal en hacerle un trabajito extra, por haber liberado el dinero que te di, que estaba a plazo fijo. Quería cobrarme una pasta en concepto de comisión, por adelantar el reintegro. Después puedo acompañarte, a Alicante o a donde quieras.
— Gracias Marga. Vamos a dormir, mañana hablamos.
¡Coño! ¡Han salido esta mañana, dentro de un rato estarán aquí!
Que querrán. Puede que solo quiera ver a sus hijas. No sé. Lo cierto es que no me puedo librar de ella. Por cierto. ¿Y si monto cámaras para ver qué traman? Arriba, en el dormitorio y en el salón. Más adelante veremos. Instalo las cámaras vía radio. Tengo un receptor portátil con el que puedo recibir la señal dentro de un radio de 500 metros. Será suficiente.
Clau vuelve de la playa, viene a preparar la comida. He terminado de hacer el trabajo. No he tenido tiempo de probar los equipos. Ya veré.
Mi nueva amada entra directamente a la cocina. Sobre la encimera, corta verdura para una ensalada. Me acerco por atrás, la sorprendo besando su cuello, se envara, respira hondo, gira su cara y me ofrece su boca entreabierta. Mordisqueo sus labios. Mis manos van de la cintura a los pechos, que se crispan, las meto bajo la tela del sostén del biquini, los pellizco. Bajo la derecha por la cintura y el muslo, su piel erizada. Introduzco la mano por el elástico del vientre, abro sus labios vaginales, está mojada y no es agua de mar. Sigo mordisqueando su cuello. Me encanta sentir como se estremece con el contacto de mis dedos, de mi boca, de mi lengua. No lo soporta más.
— ¡Fóllame! José, me pones muy caliente. ¡Ahora!
Desabrocho el enganche del sostén y se lo quito. Con las manos en las tiras del biquini lo bajo y ella se libra de él con los pies. Desnuda, acaricio su espalda, deslizo los dedos a lo largo de su espina dorsal, los hombros, sus brazos, los suaves globos de las nalgas. Se vuelve. Frente a mí, tira de mi camiseta hacia arriba, del pantalón corto hacia abajo. Queda de rodillas, con mi polla a la altura de su cara, la sujeta con una mano mientras acaricia los testículos con la otra. Saca la lengua, lame él glande y la introduce suavemente en su boca. Acaricio su cabeza. Me mira desde abajo. Es muy bonita, sus pechos rozan mis rodillas, siento sus pezones duros por la excitación.
No puedo más.
— ¡Clau, me corro! ¡Me corro!
Afirma con la cabeza mientras sigue mamando.
— ¡¡AAHHGGGG!! — Descargo en el fondo de su garganta, tose, necesita aire, escurren por la comisura de sus labios goterones de lefa.
La cojo por los hombros y la levanto hasta besar su boca inundada por mi corrida y la compartimos, las lenguas se debaten, se entrelazan, bajo hasta lamer los pezones. Con mis manos, bajo sus brazos, la levanto hasta sentarla en la encimera. Separo sus rodillas, ella se tiende hacia atrás y entro con mi lengua en su deliciosa, salada gruta, con sabor a concha fina, a marisco fresco. Paseo la punta desde el ano hasta el pubis, mordisqueo los labios, subo hasta el vértice superior del ángulo de su sexo, penetrándolo, me detengo en el botoncito que se descubre bajo el capuchón, lo excito, lo torturo, me detengo, ella aprieta mi cabeza sobre su coño y empuja con las caderas. Respiración acelerada, miro hacia arriba, su cabeza inclinada hacia atrás, sus dedos, sus uñas se clavan en mi cráneo, me tira del pelo. Y explota. Tiemblan sus piernas, su cuerpo se mueve adelante y atrás.
— ¡¡¡AAAAHHHH!!! ¡¡Me matas, me matas!! ¡¡AAAAHHHH!! ¡¡Que gusto!!¡¡Joder!! ¡¡MMIERDA!! ¡¡Que gusto me das!! ¡¡Es un orgasmo permanenteeee!! ¡¡PARA!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Va y viene!! ¡¡¡AAAAHHHH!!! — Se calma — ¡¡Joder!! José, que gusto. ¡¡Bésame!! Te necesito, te quiero… Abrázame…
Cojo su cintura, la sitúo de pie, en el suelo; estrecho su pecho entre mis brazos. Nos comemos a besos. Me siento muy bien, sus ojos reflejan felicidad. ¡Quiero a esta mujer!
Un griterío en el césped nos dice que acaban de llegar las niñas. Entran en tropel a la cocina. Me besan las pequeñas. Ana me mira, con esa mirada que habla en silencio. Cojo su mano, tiro de ella y la acerco a mí. Rodeo su carita con mis manos y beso su frente. La abrazo y ella me rodea con sus brazos apretando con fuerza. Es mi hija. ¡Cuánto la quiero!
Comemos, las niñas hablan de lo que han estado haciendo en la arena, en el agua. Son muy felices. Están disfrutando de lo lindo. Quiero que sigan haciéndolo.
Están agotadas, las enviamos a dormir la siesta. Clau y yo subimos a descansar. Hace calor.
Una hora después un claxon suena ante la cancela de la parcela. Ya sé quién es. Clau me mira extrañada, encojo los hombros. Bajamos los dos, Clau coge mi brazo y aprieta hasta hacerme daño. Ha visto quien es, quienes son. Abrimos con el mando y el vehículo entra en el carril de acceso. Se detiene en la puerta del garaje. Nos miran desde dentro. Están indecisas. Empujo a Clau hacia ellas. Abren las puertas y salen del coche, cierran y se acercan a Clau, la abrazan, se abrazan las tres, vienen hacia mí. No sé cómo comportarme. Mila me mira suplicante.
— José, por favor, no nos rechaces, solo venimos a ver que estáis bien vosotros y las niñas. Nos alojaremos en un hotel. No queremos molestaros.
— Pasad, no tenéis que iros a ningún hotel, podéis quedaros aquí y estar todo el tiempo que queráis con las niñas. Por mí no tenéis que preocuparos. ¿Y pepito?
— Este fin de semana, se lo ha llevado a una finca que tiene Gerardo en Navacerrada.
— Bien. Vamos, entrad.
Se sorprenden al ver la casa, parece que les gusta. Clau las coge de las manos y se las lleva arriba a ver a las niñas. Oigo los gritos de Mili y Elena. Ana, sorprendida.
— ¡¡Mamá!! ¡¡Que alegría!!
Me encierro en la salita, conecto el receptor, sintonizo la frecuencia de la cámara de la habitación. No hay nadie. Siguen en los dormitorios de las niñas.
Bajan al salón, Mila lleva a Ana en un brazo y a Mili en otro.
Clau está triste, parece preocupada. No sabe cuáles son las intenciones de las dos amigas. Salgo para que no sospechen. Me siento en el sofá. Ana me mira interrogante. Encojo los hombros. Se acerca y se sienta en mis rodillas. Pasa su brazo tras mis hombros, me besa en la mejilla.
— ¿Estás bien, papá?
— Si, cariño, no te preocupes por mí. No sé cómo han averiguado donde estábamos. Pero no importa. Es lógico que quiera veros, es vuestra madre.
— He sido yo, papá. Se lo dije cuando hable con ella por internet.
Acaricié su cabeza. Y la atraje hacia mí, besé su mejilla. Mila nos miraba, empuje suavemente a Ana hacia su madre, se levantó y fue a sentarse a su lado. Charlaron de cosas intrascendentes. Le hice una seña a Claudia para que se acercara.
— Clau, necesito unos cables para instalar los ordenadores. Voy a salir a comprarlos, así os dejo tranquilas. No sé a qué vienen. Espero que sea como dicen, ya veremos.
— No tardes mucho, no me gusta esto. Tengo miedo por ti.
— Por mí, no tienes que preocuparte. A ver si averiguas algo.
— Marga, por favor, mueve el coche que voy a salir con el mío.
— Voy José.
Salimos juntos. Cuando estamos solos se detiene, me mira de frente.
— ¿Cómo estás José? Parece que te llevas bien con Claudia.
— Es una gran mujer. Creo que estoy enamorado de ella.
— Muy pronto nos has olvidado.
— Ella me ha ayudado mucho, lo sigue haciendo. Y quiere mucho a las niñas. Intentamos ser felices.
— Me alegro de corazón, José. No sabes cuánto. Y debes saber que seguimos queriéndote, aunque tú no lo creas.
— Por favor Marga, no sigas, lo he pasado muy mal, he sufrido mucho. No sé hasta qué punto por mi culpa… Quizá si hubiera aceptado el papel de cornudo consentidor ahora estaríamos todos juntos y felices. ¿No crees?... ¿Vosotras podríais seguir queriendo a una mierda de hombre que consienta que docenas de tipos se follen a su mujer?... O, peor aún… ¿Qué se dedique a prostituir a las mujeres que quiere?... No Marga. Yo no podía soportar eso. No puedo y no quiero. Dejadme seguir con Claudia. Ahora la quiero. Vosotras ya no significáis nada para mí. Dejadnos vivir. Vamos, aparta el coche por favor.
Marga mueve el vehículo lo suficiente para yo salir. Me marcho, doy la vuelta a la manzana y me sitúo en una calle cercana, donde no pueden verme desde la casa.
Conecto el receptor y el ordenador portátil, alimentados con un convertidor de tensión, de 12 a 220 voltios, conectado a la batería de la ranchera. Escucho con cascos auriculares.
Las pequeñas quieren irse a jugar con los vecinos, se quedan las cinco mujeres solas.
— Claudia… ¿Cómo te va con José?
— Mila, es lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He sabido lo que es amor, me tiene sorbido el seso… Te lo suplico, no lo estropees. Le quiero como no sabía que se podía querer.
— No te preocupes. No pretendo arrebatártelo. Yo también lo quiero. Precisamente por eso, porque lo quiero, debo renunciar a él y tratar de que sea feliz contigo y con las niñas. No dudes en llamarme si necesitas algo, si peligra vuestra relación te ayudaremos. No desconfíes de nosotras. También te queremos.
— Pero mamá, ¿Por qué lo haces? Si lo quieres… ¿Por qué no luchas por él?
— Muy sencillo Ana. Tu padre con nosotras sería un desgraciado. Con Claudia puede ser feliz, podéis ser felices. Es lo que queremos. ¿O no?
— Tienes razón… Y tengo que contarte algo... Le dimos a beber vino con una substancia… Lo drogamos y nos acostamos con él… follamos con él. Claudia tampoco lo sabía.
— ¡Dios mío! ¿Qué habéis hecho chiquillas? ¿Estáis locas? — Claudia no daba crédito a la locura de las chicas.
— Si Claudia, estamos locas. Yo estaba loca y lo sigo estando. Como mi madre, sé que le he hecho daño. No podía imaginar que reaccionaria así. Pero lo deseaba y no pensé en las consecuencias. Ha sido un error. Un gran error. Ahora ya no tiene remedio.
Cubre su cara con las manos y solloza. Su madre la abraza.
— Esto de cometer errores con los hombres a los que queremos debe ser cosa de familia cariño. Tú lo has dicho. Las dos hemos cometido errores. Claudia, ayúdala a superar esto. Te lo pido por favor — El gesto de Mila era enternecedor.
— Creo que infravaloramos a José. Todas. Es un buen hombre, incapaz de hacer daño a su hija. Porque la quiere… Incapaz de hacer daño a su mujer, porque la quiere o la quiso, aun no lo sé…. Mila, ayúdame con José. No sé… Si aún te quiere — Clau pedía ayuda a Mila…
— ¿Cómo podemos ayudarte? — Tercia Marga.
— No sé, quizá si tuvierais un encuentro. Intenta seducirlo, si él sigue enamorado de ti yo no tengo nada que hacer. Si te rechaza quizá tenga esperanza. Él dice que me quiere y no es hombre de mentiras. Lo cree, pero puede que se equivoque… Voy a pedirle a José que se acueste con vosotras. Con las dos.
— ¿Cómo le vas a pedir eso? ¿Estás loca? — Era Mila quien hablaba.
— Con la verdad. Necesito saber si aún te quiere u os quiere, no sé.
— Por nosotras no hay problema. ¿Y tú? ¿Lo podrás soportar?
— Con tal de salir de este mar de dudas, soy capaz de lo que sea.
— Pues adelante. Pero veo difícil que lo puedas convencer.
Tras estas palabras, la conversación se vuelve intrascendente. Vuelvo a casa, entro con unos cables en la mano que ye tenia preparados en el coche.
Están las tres solas, Ana y Claudia, se han marchado a buscar al muchacho de la instalación telefónica y su amigo para salir. Claudia está nerviosa, se retuerce las manos.
— ¿Que te ocurre, Clau? — Intento calmarla.
— Tengo algo que proponerte. Necesito que aclares nuestra situación. Necesito saber a quién quieres, a Mila a Marga o a mí.
— Cariño, sabes muy bien que te quiero; no tengo nada que aclarar. Te quiero y ya está. No le des más vueltas.
— Si, se las doy. Pruébame que me quieres. Sube y acuéstate con Mila y con Marga, hazlo con ellas y dime después a quien quieres. Aceptaré lo que me digas.
— Tú no andas bien de la cabeza. ¿Para qué quieres que folle con ellas? ¿Qué vas a probar?
— Te lo suplico, hazlo. Si te convences de que no me quieres dímelo, lo aceptare. Si por el contrario, no sientes nada por ellas, dímelo. Te querré más.
— Si es tu voluntad. Sea. Vosotras que decís.
— Que lo estamos deseando.
Subimos a la habitación Marga, Mila y yo. Nos desnudamos. Me tiendo. Marga se apodera de mi manubrio.
Mi mente está lejos, en el tiempo y el espacio. Mila me besa, noto su calor, hay momentos en que parece que voy a desfallecer, pero no consiguen que mi verga se enderece. Se mantiene fláccida. En las últimas semanas he aprendido a controlar mis erecciones a voluntad.
Se intercambian, rozan con su sexo el mío, que sigue sin responder. Se esfuerzan, usan sus conocimientos y experiencia.
Yo tengo en mi mente la imagen de Mila, llena de lefa, de un montón de hombres, que se pajean a su alrededor, eyaculan sobre su cara, llenándole el pelo, los pechos, orinándose sobre ella, apestando a sudor y meados.
Así consigo evitar la erección.
Mila llorando abandona el dormitorio. Marga de pie sobre la cama con un pie a cada lado de mi cintura y abriéndose el coño, trata de excitarme.
— No Marga, no insistas. No podéis hacer nada. Mi voluntad es quien me controla. Os aprecio y me dais lastima, las dos. No insistas. Déjame.
Claudia entra.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Mila?
— Porque no ha aprendido a controlar la frustración. Sigue siendo una niña caprichosa. Cuando no consigue lo que quiere llora. Ven, vamos a ducharnos. Me han dejado pegajoso con sus flujos, ayúdame a lávarme.
Cojo su delicada mano y me dirijo con ella a la ducha. Desnudo su cuerpo, abro el grifo y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Clau, con una esponja en una mano y jabón en la otra me lava, amorosa y concienzudamente.
Libera sus manos y acaricia mi verga que, con el contacto de sus manos y su imagen en mis ojos, crece hasta alcanzar el máximo tamaño. Se gira, dándome la espalda e inclinándose hasta coger con sus manos el borde de la bañera.
La forma de su grupa es la de una guitarra española. La delicadeza de su espalda, la estrecha cintura, el ensanchamiento de sus caderas. Toda ella invita al placer.
— Por el culo José. Por el culo y sin piedad. No la merezco. Tengo que pagar el mal rato que te he hecho pasar.
En aquel momento sentía verdadera ansia de venganza. No era por Clau. Debía habérselo hecho a Mila, pero hubiera disfrutado. Algo dentro de mí me empujó a hacerlo y colocando el glande en el ano. Empujé.
— ¡¡¡Aaaahhhh!!! ¡¡Joder, qué dolor!!... ¡¡Siguee!! ¡¡Párteme en dos!! ¡¡Me lo merezco… Por idiota!!
Empujé. Empujé, hasta que, sin que dejara de gritar, sentí mis huevos golpear sus muslos. Me paré. Espere a que su esfínter se adaptara y continué.
Ha sido un buen polvo. Me está gustando esto de joder culos estrechos. ¿Por quién me decidiré después?
He visto a Mila y Marga en el dormitorio. Han oído todo lo que hemos hecho. Salgo abrazando a Clau. Me miran las dos, implorantes.
— Este es mi futuro Mila. Quiero a Claudia.
— Vámonos Marga, aquí no podemos quedarnos.
— No, Mila. Quedaros. Podéis dormir con las niñas y marcharos cuando queráis. Para mí no supone un problema y supongo que para Claudia tampoco.
Entran Ana y Claudia hija en la casa.
— Carrozas, ¿dónde estáis? — Ha gritado Claudia.
— Aquí arriba, cariño — Responde su madre.
Suben y nos ven a todos desnudos. Ana mira a su madre, sabe que ha llorado.
— Vaya ¿Qué nos hemos perdido? — Dice entristecida.
— Nada cariño. Tu madre se queda, dormirá con vosotras — Le digo a mi hija.
Se marchan a las habitaciones.
— Ven Clau, tenemos que hablar — Le digo con seriedad.
— ¿De qué?... ¿Estás enfadado conmigo?
— No cariño, comprendo tus dudas… Yo también las he padecido. Ahora estoy tranquilo. Solo quiero que no te queden dudas sobre mi amor. Te quiero y siento haberte hecho daño… No me gusta hacer sufrir a nadie. El sexo, para mí, es una fuente de placer y no concibo el placer en el dolor. Me parece enfermizo. Vamos a la cama. Quiero hacerte el amor, a ti, a mi mujer, a la mujer que quiero.
Yacemos juntos, abrazados, juntas nuestras bocas… No es solo placer, es una emoción que trasciende lo físico, que va más allá, es simplemente, inexplicable. Si no lo has sentido nunca no podrás saber a lo que me refiero. Es como intentar explicar cómo es el cielo, a un ciego de nacimiento.
Despierto por los ruidos en el pasillo.
Las niñas, Mila, Marga. Espabilo a Claudia y salimos a ver. Se marchan, están bajando las bolsas de viaje. Les ayudo. No me gustan las despedidas, aunque sean temporales. Mila me mira, avanza hacia mí, me da la mano. Las demás están expectantes. Cojo su mano, tiro de ella, me acerco a Mila y beso superficialmente sus labios. Es un instante, infinitesimal. Pero una descarga eléctrica recorre mi espalda. Disimulo. ¡Joder! ¿Hasta cuándo? También beso a Marga. Ahora sé que las dos me quieren, que han renunciado a mí por amor. Me siento en deuda con ellas. Anoche tuve que esforzarme para no descubrirme. Las sigo queriendo, claro. Pero, como dice Mila, no podemos estar juntos. Yo también debo renunciar a ellas.
Mila y Marga se alejan en su coche. No podré olvidarlas, pero ya no duele. Claudia es una buena mujer. Me esforzare en hacerla feliz, se lo merece y estoy aprendiendo a quererla. No es difícil.
Guardo en un pendrive Los cuadernos de Mila. Cuando esté preparado los leeré. Los ordenaré y quizá busque la forma de publicarlos. Aun no sé lo que encontraré en ellos.
Seguimos en la costa de Alicante. Nuestra vida es sencilla, he visto los planos del proyecto original de la casa y aparece una piscina en la parte de atrás. La construiremos. A las niñas les hará ilusión. Mi objetivo es hacer felices a las que me rodean.
Han pasado unas semanas desde la visita de Mila y Marga. Nuestra vida es agradable, sin problemas económicos, las niñas disfrutan de unas vacaciones permanentes. Ya he encontrado colegio para las pequeñas y un instituto para las mayores. La relación con Clau es buena. Resulta fácil vivir con ella, es dulce y amable. Quiere a las niñas y yo la quiero… También.