16 dias cambiaron mi vida 22 - 1ª parte Claudia

Los maleteros de los vehículos están a tope. Ana y Clau deciden viajar conmigo, los pequeños en el de Claudia. Y partimos.

22.-La vida sigue…. Alicante. 17 de julio. Claudia. 1ª parte

Los maleteros de los vehículos están a tope. Ana y Clau deciden viajar conmigo, los pequeños en el de Claudia. Y partimos. La salida de Madrid por la A3 es lenta… Viaja mucha gente hacia alicante. Las muchachas parecían alegres… Ana sentada a mi lado, en el asiento del copiloto. Clau atrás, en medio, con los brazos apoyados en los respaldos de nuestros asientos. Con su cabecita cerca de las nuestras. Pasaba su mano y acariciaba a mi hija, le tiraba de los pelos para hacerla rabiar…

— Papá… ¿Lo de Claudia es serio? — La pregunta de Ana me sorprende.

— A qué te refieres.

— Pues, si vamos a vivir como una familia, todos juntos. … Siempre.

— ¿Y si fuera así? ¿Te gustaría?

— La verdad, con mamá era divertido, pero yo no era feliz. Me dolía lo que te estaba haciendo, no lo veía bien, cuando confirmé que tú no sabías nada me sentó fatal. Se lo dije, pero ya sabes como es.

—  Y tú Claudia. ¿Qué piensas? ¿Te gustaría tenerme como… tutor?

— No eres mala persona….  Me gustas. Hasta me gustaría hacérmelo contigo.

— ¡Eres una perra! ¡Mala amiga! ¿Quieres enrollarte con mi padre?

Se pelean en broma, pellizcos, risas.

— No Claudia…  Eso ya lo hemos hablado Ana y yo….  No puede haber nada entre nosotros, debemos respetarnos.  Tú, sobre todo, debes respetar a tu madre ya que si todo va bien seremos pareja. No estaría bien que le pusieras los cuernos tú también — Mi comentario las hace reír a las dos.

Con gestos dramáticos. Dejándose caer en el asiento trasero.

— ¡Oohhh! ¡Me rompes el corazón! ¡Estoy locamente enamorada de ti José! — Y se reía con ganas.

Entre bromas seguimos el viaje. Paramos para comer en un bar de carretera en La Roda, estiramos las piernas y seguimos el viaje. Pasamos por Almansa, Elda, Crevillent, poco después dejamos la Autovía del Mediterráneo para coger una carretera  secundaria que nos lleva a nuestro destino.

La casa la compré casi por casualidad. Vi las fotos en una página inmobiliaria. Contacté con ellos  y fui a verla en un viaje relámpago en avión. Me gustó.  Los propietarios eran de Madrid y eso agilizó los trámites. El pago fue al contado.

Ahora podía verla tranquilamente. Era una buena adquisición. Sobre una parcela de mil metros sembrados de césped, doscientos cincuenta metros construidos en dos plantas. Totalmente amueblado.

Pero lo que nos entusiasmó fue ver, desde los amplios ventanales del salón y desde la terraza del dormitorio… El mar… Con esos tonos verdeazulados del Mediterráneo, el suave celeste del cielo.

El garaje con capacidad para dos vehículos,  un gran salón con la cocina comedor contiguo, una salita, un baño y la escalera de subida a la otra planta. Arriba cuatro dormitorios con tres baños, dos de ellos en el pasillo común y otro dentro del dormitorio principal que tiene  una amplia terraza con vistas a la playa a la que se accede por el dormitorio principal y otro de los cuartos. Los otros dos dormitorios tenían otra terraza pero a la parte opuesta. Sobre la puerta principal y la entrada al garaje.

Estaban locos de alegría. Los niños recorrían las habitaciones registrándolo todo y planeando como debían repartírselas. Se desnudan todos, se ponen los bañadores y salen de estampida hacia la playa, situada a unos trescientos metros de la casa.

Desde la terraza del dormitorio vemos como juegan en la arena,  se bañan, disfrutan como lo que son; niños. Ahora niños felices. Mientras nosotros les preparamos la merienda-cena llegan cansados, agotados de correr, saltar y jugar. Se acuestan y se duermen enseguida.

Nosotros sentados en el porche de atrás orientado al mar, ella prefiere el gin-tonic, yo el brandi, lo saboreamos mientras cogidos de la mano vemos el reflejo de la luna en el mar en calma. Al fondo se mueven unas lucecitas rojas, blancas, verdes, son barcos faenando en el mar.

— ¿Te puedo llamar Clau?

— Puedes llamarme como quieras…. ¿A qué viene eso ahora?

— Me crea problemas que tu hija se llame como tú. Si diferencio tu nombre habrá menos confusiones.

— ¿Tienes miedo de que llames a Claudia y vengamos las dos?...  A mí no me importa.

— Dejémoslo así. No me atosigues. Aún hay cosas que me cuesta aceptar. .. No te juzgo por la relación con tu hija, pero me cuesta admitirlo. Racionalmente lo comparto, pero la tradición judeocristiana pesa mucho. No me resulta fácil librarme de mis tabúes.

— Hemos dejado de hacerlo. La verdad es que… Desde que descubrí el placer contigo, ya no es lo mismo. Te prefiero a ti. Y ahora mismo, acabo de sentir un hormigueo en el pubis y me sube un cosquilleo hacia el estómago…  Estoy mojada José…  Si aprieto un muslo contra otro siento placer.  Eso es lo que yo creía que era el orgasmo. Hasta que me pasó lo que tú sabes con mi hija. Desde entonces estoy obsesionada con el sexo. Tú me has llevado al cielo, llévame ahora al infierno. Te deseo. Te quiero dentro de mí, de mi boca, de mi coño, dentro de mi culo… Tengo ganas de ti.

Me decía con los ojos entornados, la boca entreabierta, pasándose la lengua por los carnosos labios, su voz sensual, ronca por el deseo me tenía atrapado, subyugado.

Con mi mano en su mano me levanté y tiré cariñosamente de ella se alzó y nos abrazamos. Los besos subieron de tono. Nos dábamos mordisquitos en los labios. Las manos no estaban ociosas. Recorrían las caderas, la espalda, el cuello, la nuca.

Rodeé con las dos manos su cabeza y la atraje hacia mí. Me miré en sus ojos. Estos no mentían, vi el deseo reflejado en ellos. La pasión. Por un momento, cruzó por mi mente la idea de que era nuestra noche nupcial…  Nuestra primera noche…  Mi primera noche.

Lo que ocurrió a continuación no puedo relatarlo…  Un torbellino… ¡No!... Un huracán de sentimientos, de sensaciones y emociones indescriptibles. Ya en la cama, desnudos, en posturas imposibles, tratando de alcanzar rincones ignotos. Tocarlos, besarlos, chuparlos y penetrarlos. Sentíamos la necesidad de experimentar, de conocer… Nuestros cuerpos, nuestras zonas sensibles…

Con la excitación no nos afectaba el cansancio, no nos llenábamos, queríamos más. Deseábamos más. Y llegaron los orgasmos.

Clau descubrió que era multiorgasmica, y lo aprovechó… Tres horas después, desnudos, derrotados, cansados, sudorosos, con la ropa de cama revuelta por el suelo, nos quedamos dormidos, abrazados. .. Ya no me importaba nada.

Recordaba una frase muy común en Andalucía. — Tò er mundo e gueno — Y encontré su verdadero significado. Es un estado de la conciencia, del ánimo, de la emoción. Cuando se ha sentido alguna vez…Ya no se olvida.

Todos los problemas se habían esfumado. Tenía entre mis brazos, la promesa de una nueva vida.

Tres días habían pasado. Maravillosos. Ya no pensábamos en Madrid, ni en las putas, ni en el negocio. Vivíamos solo para nosotros y nuestros hijos. Me sentía inmensamente feliz. Ella era feliz, su cara resplandecía. Estaba mucho más guapa. Los niños se contagiaron de nuestra ventura y disfrutaban como nunca los había visto.

¡Los teléfonos, se nos habían olvidado en los coches! Estaban descargados. Cuando estuvieron en funcionamiento tenía un montón de llamadas perdidas, casi todas de Gerardo.

Gerardo, eufórico, en una grabación del buzón de voz.

— José, ¿Dónde estás? Nadie sabe tu paradero, llámame, es urgente.

Llamé.

— ¿Gerardo?...  Soy José. ¿Qué ocurre?

— ¡Por fin! Gracias a Dios que apareces…  ¡Pepito es mi hijo!

Me cayó un jarro de agua fría. Clau noto el cambio en mi cara.

— ¿Qué pasa, es algo grave? — Preguntó alarmada.

— No Clau, o sí, no lo sé aun…  Gerardo es el padre biológico de Pepito.

Por el móvil se oía gritar a Gerardo.

— ¡¡José!! Respóndeme coño. ¡Dime algo!

— ¿Y qué piensas hacer Gerardo? — Pregunté.

— Pues hacerme cargo del chico. Yo estaba deseando tener un hijo y lo tenía sin saberlo. Además, su madre está aquí, conmigo…

— Salgo para Madrid enseguida. A las cinco estaré en casa. Vente para allá. ¿Y Mili?

— Nada, lo siento. Ella no es mi hija y Mila no tiene ni idea de quién puede ser su padre. Dice que en aquella época estaba muy pasada, estuvo en orgias donde folló con muchos desconocidos.

— De acuerdo; lo dicho a las cinco.

— Okey, os esperamos a los dos.

Clau se mesaba los cabellos. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

— Dios mío.  El chiquillo se va a llevar un disgusto…. ¿Qué vas a hacer?

— No puedo hacer nada Clau… Se irá con sus padres biológicos… La verdad es que va a ser un duro golpe para todos. Quiero a este chiquillo, lo he criado yo... Prepáralo por favor. No le digas nada por el camino se lo explicaré todo. Vosotras os quedáis aquí. Prefiero ahorraros el mal trago — Intento hacer la situación lo más llevadera posible — Cuando nos hayamos ido… Se lo explicas a las chicas. Lo van a pasar mal. Pero no puedo evitarlo. En cuanto pueda volveré.

— Veras a Mila ¿No?

Sentí un pellizco en el estómago.

— Seguramente. Es su madre. No le voy a entregar el niño a un desconocido.

Se anegaron sus ojos de lágrimas. Se adivinaba el temor en ellos.

— Te esperaré José. Bésame. Puede que parezca una locura, pero… Creo que me he enamorado de ti.

Nos abrazamos. Yo tenía un nudo en la garganta. No podía hablar.

Ahora comprendía el relato bíblico de Abraham y su hijo Isaac. El padre no quería, pero estaba obligado a sacrificar al hijo, porque así lo exigía su Dios. Maldita tradición.

— ¡Pepito!...  Prepárate, recoge tus cosas que tenemos que irnos — Un nudo atenazaba mi garganta al llamar al niño.

— ¿Por qué? ¿Adónde? Estáis muy serios. ¿Qué pasa?

— Te lo explicaré por el camino. Vamos, tenemos prisa.

Las niñas nos miran extrañadas, pero Clau les dice que ya se lo explicará. Cargamos su maleta y otra mía, casi vacía. No quería que se diera cuenta antes de salir que no volvería conmigo.

Llevábamos más de una hora de camino en silencio. Yo no podía hablar, me ahogaba. Fue él quien inicio la conversación.

— Papá, ya no volveré contigo ¿Verdad?...  ¿Adónde me llevas?

— Pepito, eres ya casi un hombre… Sé que lo que te voy a decir no te va a gustar. Pero a veces, en la vida, surgen situaciones que no podemos controlar… Que se nos escapan de las manos… Esta es una de ellas — Me centraba en la carretera, no podía mirarlo a la cara — ¿Sabes que mamá y yo nos hemos separado?

— Sí

— Y ¿sabes porque?

— ¡Sí…! ¡Porque ella es una puta!

Me dejo sin habla. No sabía que decir.

— No debes hablar así de tu madre. A pesar de todo ella te quiere y no deja de ser tu madre… ¿Te gustaría verla?

— Psi, porque no. Es mi madre. Pero no me gusta verla haciendo cosas con otros hombres.

— ¿Qué cosas?

— Pues follar y eso.

— ¿Cómo lo sabes?

— Pues como Ana y Mili, la hemos visto en casa, en la cama, en el salón, en el baño….  ¿Puedo contarte algo? ¿Te enfadaras?

Estaba helado. Un escalofrió recorría mi espalda.

— Pues claro. Hoy es el día de las confesiones. Sabes que no me gustan las mentiras. Y no, no me enfadaré contigo.

— Es que me da vergüenza.

— No la tengas, esta es una conversación de hombre a hombre.

— Una vez, yo estaba malo, por la noche mamá me dio un vaso de leche al acostarme. No sé lo que me pasó, me sentía mal y vomité. Se me quitó el malestar y me dormí. No sé qué hora era cuando me desperté con ruidos, risas. Me levanté, venían de la habitación vuestra. Me acerque y vi a mamá tendida en la cama con un señor encima y le metía la pilila en su cosa. Luego me enteré que eso era follar. Me puse muy nervioso, no sabía que era aquello pero mi cosita se me enderezo, me la toque y me daba gustito, seguí, hasta que me dio una cosa y casi me caigo al suelo; de la punta salía un juguito transparente, como el moco de los caracoles. Me pude sujetar y volví a acostarme…  No se lo he dicho nunca a nadie. ¿Me guardaras el secreto?

— Si cariño, no se lo diré a nadie. Pero yo sí tengo algo importante que decirte. ¿Sabes de donde vienen los niños?

— Pues claro. El papá y la mamá se juntan, follan y tienen niños — La inocente sinceridad del niño me apabullaba.

— Y sabes que otros hombres han estado haciéndolo con mamá. ¿Cierto?

— Sí. Y qué

Respiré hondo.

— Pues que uno de esos hombres que lo hacían con mamá… es tu papá — Tras mi declaración, silencio. Pepito miraba fijamente por la ventanilla.

El niño se arrellanó en el asiento, subió los pies y rodeó sus rodillas con los brazos, apoyando encima su cabecita.

El silencio se hizo pesado, como una losa. Solo se oía el ruido del motor y el roce de los neumáticos en la calzada.

— Entonces…. ¿Tú no eres mi papa? — Al fin habló.

— No… Yo no lo sabía….  Pero hace unos meses me enteré de las cosas que hacía tu madre. Os hice una prueba y resultó, que solo Ana era mi hija biológica, tu madre no sabía quién era tu padre ni el de Mili… Pero eso no me importó. Para mí erais mis hijos, todos por igual, os quiero a todos.

Y lloré. Nos acercábamos a una gasolinera y entré a la zona de servicios… Llorando no podía conducir.

Pepito se asustó.

— No llores papá, yo te quiero igual, tú eres mi papá. ¡Siempre serás mi papá!

— El problema no es ese mi vida…  El problema es que ahora ya sé quién es tu padre.

— ¿Cuándo lo has sabido?

— Esta mañana. Ese es el motivo de este viaje. Vas a conocer a tu padre. Está con tu madre esperándote en Madrid.

— ¿Y qué vamos a hacer?

— Tu mamá quiere que vayas a vivir con ella y con tu nuevo padre.

— ¿Y si no quiero ir?

— Las leyes pueden obligarte. Probando que son tus padres no puedo hacer nada. El único consuelo que me queda es que estarás bien con tu madre. Al menos, hasta que te familiarices con tu nuevo padre. Además, nos veremos con frecuencia. Cuando tu madre venga a ver a Ana y Mili, nos reuniremos todos.

— Bueno…  Vale.

Me maravillé de lo sencillo que había resultado. De la facilidad que tienen los niños para adaptarse a estas ingratas situaciones. Seguimos el viaje hasta nuestra casa. Llegamos a las cuatro. Tomamos un refresco y nos sentamos en el salón a esperar. Estaba casi dormido cuando llamaron a la puerta. Me espabilé y no vi a Pepito. Gritó desde su habitación.

— ¡Yo voy a abrir!

Entran, Mila abraza a su hijo y Gerardo que se dirige a mí a darme la mano. No la acepto. Me quedo de pie impasible. Gerardo habla.

— No queremos empezar mal ¿Verdad?

Mila me mira a los ojos, agacha la cabeza y se lleva a su hijo a la habitación.

— Tampoco tengo interés en empezar bien. No soy yo quien lo ha jodido todo. ¿Qué quieres?  Habla pronto y claro.

— Vaya, ahora tiene genio. No quiero jaleos, solo quiero a mi hijo. Y si en el paquete entra el negocio, estoy dispuesto a pagar un millón de euros, trescientos cincuenta mil por cada piso y trescientos mil por el negocio. Pienso que es un buen precio. ¿Estás dispuesto a vender?

—  No voy a discutirlo… Acepto… Prepara la documentación y lo solucionamos todo de una vez. En cuanto esté cerrado y firmado el acuerdo ante notario podrás disponer de todo. Yo necesito un par de días para recoger mis cosas. ¿De acuerdo?

— De acuerdo. Así da gusto hacer tratos. Mañana, en el despacho de Isidro, a las diez.

— Allí estaré. Dejadme unos minutos con el niño.

Gerardo se adentra en el pasillo.

— ¡Mila! Ven, trae a  Pepito.

Mila trae a su hijo de la mano. Su cara refleja tristeza. Mi paranoia. No sé si es teatro.

Es curioso, pero no me importa. Me da pena pero no la odio… ¡¡Coño!!... No siento nada. Es una extraña para mí. Ya no siento la desazón que me carcomía al verla.

La cura de Claudia ha sido eficaz, muy eficaz. Ahora, me siento más cerca de Claudia y más lejos, mucho más lejos, de Mila. Ella ya es para mí un triste recuerdo.

Pepito deja su maleta en el suelo y se abraza a mí llorando.

— No llores cariño. Ya lo hemos hablado. Eres un hombre y como tal debes comportarte. Esto no es un adiós es solo un hasta pronto.

— Papá, dale muchos besos a Ana y a Mili, a Claudia y a Elena, diles que las quiero mucho.

— Lo haré. No te preocupes, pronto se lo dirás tú mismo.

Se marchan.  Sólo, me dejo caer en el sofá. Y me quedo dormido.

Despierto y no sé dónde estoy. Me cuesta reconocer el salón de la que hasta hace poco ha sido mi casa. He dormido algunas horas pero aún es temprano y tengo mucho trabajo por delante.

Primero desmontar todas las cámaras de vigilancia, instalar una en el dormitorio pero en otro lugar, inaccesible y totalmente disimulada. Maldita paranoia. No puedo utilizar la radio porque es detectable. Utilizaré cable coaxial hasta el concentrador que tengo disimulado en el otro piso. Que a su vez tiene dos instalaciones, una para el negocio y otra exclusivamente mía. Emparedada.

Desde Alicante podré seguir observando a esta gente. Se ha convertido en un vicio para mí. Lo reconozco. Pero no puedo ni quiero evitarlo. ¿Seré un vicioso, un voyeur?

Una vez terminado el trabajo, llamo a una agencia de transportes, para encargarle el traslado de los enseres a Alicante. Me dirijo al apartamento que uso como centro de control para cambiar las claves y la nueva configuración. Lo utilizaré como estación repetidora. Aquí tengo instalado un servidor. Con acceder a él, desde cualquier parte del mundo, podre espiar a los que se muevan en los pisos.

Me dirijo a la dirección del abogado que gestionará la venta. Previamente he llamado al mío para que me acompañe y asesore.

El abogado de Gerardo es Isidro, ex marido de Claudia y cliente de Mila.

Seguramente ya sabe que estoy con su mujer y sus hijas. La tensión se puede masticar. Mi abogado me llama aparte y me informa, que quien realmente compra el negocio y los pisos es Mila. Gerardo, no es más, que un testaferro. No sé de dónde ha sacado el dinero. Ni me importa. Es casi seguro que tenía otra cuenta, quizá en algún paraíso fiscal, donde guardaba dinero sucio. Procedente de negocios tenebrosos. Quién sabe.

En el fondo me alegro. Me cae fatal el tal Gerardo. Y saber que fue el artífice de convertir, en prostituta a Mila, a mi hija y ni se sabe cuántas pobres desgraciadas más me desquicia.

Sigo sorprendido por lo tranquilo que estoy ante Mila. Y ella se da cuenta. Casi no cruzamos palabras. Pero sus ojos la delatan. Cuando ya no puede más.

— ¿Cómo están las niñas José?

— Bien Mila, ahora supongo que tristes por no tener a su hermano con ellas. Sabes que están muy unidos.

— José, me gustaría que fuéramos amigos. No soportaría que me odiaras. Yo te…

— No Mila, por favor. No sigas. No podemos ser amigos. Y no te odio. Si te digo la verdad ahora… Ya no siento nada por ti… Ha desaparecido el dolor y está cicatrizando la herida. Voy a intentar rehacer mi vida. Te deseo lo mejor y que tú… También seas feliz. Lo que tenemos que acordar es un régimen de visitas para que veas a las niñas y yo a Pepito. Nos comunicaremos por internet.  Nada más.

— Isidro me ha dicho, que sospecha que te has llevado a Claudia y a las niñas. Ten cuidado, es un hombre peligroso y esta cabreado.

— Pues más cabreado estoy yo con él. Ha estado martirizando a Claudia durante años. Y eso es algo que no soporto, tú lo sabes. Ya están divorciados, nosotros también, somos libres. Ahora solo intentamos ser felices.

— De todos modos si necesitas algo llámame, a mí o a Marga. Seguimos juntas.

— Pero ¿No estabas con Gerardo?

— No, Gerardo es un buen amigo nada más. Pepito vivirá conmigo y él vendrá a verlo cuando quiera, se lo llevará de vacaciones. Será bueno con él no te preocupes. De eso me encargo yo. Me he dado cuenta que con quien únicamente puedo vivir es con Marga. Voy a dejar las citas y dedicarme a los negocios. Sé, que te has dado cuenta de quien ha comprado el negocio.

— Me alegro, por ti.  Cambia de vida. Adiós Mila.

— Adiós José.

Se acerca y me da un beso en la mejilla. No produce ninguna reacción en mí. Se marcha con Gerardo. Me despido de mi abogado y voy a terminar con las órdenes para la mudanza.

Ya tarde visito a Edu en su casa. Me recibe él con su eterno pijama.  Ha cambiado mucho, más delgado, sin afeitar, demacrado, parece enfermo. Al oírme, Amalia, sale de la habitación, totalmente desnuda.

Me sorprende, se alegra de verme, me da un abrazo que me pone a cien.

Me invita a coger sus glúteos, pellizcarle las tetas y ella se ríe a mandíbula batiente.

— Ven conmigo, mira a quien tengo aquí.

Edu se deja caer en su sillón, ella tira de mi mano y me arrastra hasta su habitación.

— Mira quien está aquí. ¿Lo conoces?

Sí, claro que lo conocía, es Manuel, el de la AMPA. El artífice involuntario de mis desgracias. El cerdo borracho, que hablaba con mi mujer a las siete de la mañana, para ir a jodérsela, aquel fatídico ocho de abril.

Está esposado a la cama, boca arriba, inmovilizado de pies y manos. Tampoco sentía odio ni rencor. En manos de Amalia me daba pena. Ella se coloca sobre él, cubre su cara, incrustándola  en la raja vagino-anal de la mujer.

Ella se mueve adelante y atrás, se detiene y solo se levanta cuando ve los estertores agónicos, por la asfixia. Restriega el culo y el coño por la cara del pobre hombre. Mientras, con las manos, pajea su polla y retuerce sus testículos.

Se levanta, la cara del sumiso aparece empapada de flujo y quién sabe qué, de la mujer.

Se acerca a un mueble, saca un arnés del cajón y se lo coloca, lo libera parcialmente, le da la vuelta y lo inmoviliza boca abajo, se sube sobre él y sin lubricante, sin preparación alguna, abre las nalgas peludas del desgraciado y le hunde en su ano el enorme aparato con sus manos aferradas y tirándole de los pelos como si fueran riendas.

Gritó, chilló como una rata, pataleó. Sangraba, pero ella, como poseída, no se detenía, empujaba hasta golpear, con sus muslos, las nalgas peludas. Al sacar el dildo podía apreciarse la enorme y negra cavidad en que se había convertido su ano. Ella, sin descanso, volvía a enterrar aquel instrumento de tortura, en el maltrecho trasero del pobre Manuel.

Me dijo que me acercara, que subiera a la cama,  obedecí. ¿Estaría convirtiéndome en sumiso? Era imposible oponerse a las órdenes de aquella impresionante dómina.

Abrió la cremallera de mi pantalón, saco mi verga y la mamo hasta ponerla dura.

— Ahora métemela por detrás, fóllame el culo, como aquella vez sobre Edu. Y empuja fuerte para que con tus envites le entre hasta la garganta a este maricón.

Y así fue. Otra pírrica venganza. Agarrado a las grandes tetas de Amalia, pellizcando sus pezones  y clavando mi polla en su majestuoso culo, bombeé hasta que estuve a punto de correrme, entonces la saqué, me deslice hasta colocarle la verga en la cara de aquel imbécil y descargue. Solo una eyaculación, sin emoción, sin pasión, sin amor.

No podía compararlo con lo que unos días antes había experimentado con Claudia. Aquello me termino de convencer. El sexo sin amor no podía competir con las emociones, las sensaciones, las vibraciones que acompañan al sexo con la persona amada.

Comprendí lo que me dijo Mila. Ella no había sentido con nadie lo que llego a sentir conmigo. Y pensé; Mila, deseo de todo corazón, que encuentres a la persona que te haga sentir de nuevo lo que ahora sé que llegaste a sentir conmigo.

Amalia me mostro la cámara, con la que estaba grabando toda la acción, para después enviársela a la mujer de Manuel y así provocar la ruptura del matrimonio o, más perverso aún, convertir a la esposa en prostituta. Esa era la mejor opción ya que además de cumplir la venganza se beneficiaba del trabajo como puta de su mujer.

Informé a Amalia de la venta del negocio y que Mila se haría cargo de todo.

Dejé a Amalia con su cliente, me despedí  de Edu, que me miraba con una sonrisa bobalicona en la boca y me marché.

Deseaba con toda mi alma llegar a mi casa, mi nueva casa. Donde me esperaban mi mujer y mis niñas, a las que amaba con toda mi alma.

Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a Torrevieja.

Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.

¡Oh!  ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos… A la difusa luz de la aurora, que entraba por los ventanales, pude reconocer  a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres durmiendo; los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.

¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.

Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, bajé y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.

— Papá, que alegría ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?— Ana parecía preocupada.

— Tu hermano está bien cielo. Está con tu madre.

Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.

— ¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya. ¿Qué ha pasado? — Claudia, hija, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.

— Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí — Les dije.

— ¿Cómo? ¿Y eso porque? — Clau, alarmada.

— Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo…  Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás… Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones… Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino, se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.

Me miraban en silencio…

— No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegué, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.

Ana me abraza.

— Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte  en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.

Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.

— ¿Dónde están Elena y Mili? — Pregunté.

— No te apures. En la parcela de al lado vive una pareja con dos niños, casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer — Aclaró Clau.

Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos.

Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.

— Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? … Es un paliza, pero lo echo de menos.

— Sí, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con ellos. Te hará bien.

— Síi, vamos. Quiero verla… ¿No te importa? — La pregunta de Ana me emocionó.

— ¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.

Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados,  como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.

Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.

La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita para no caer en según qué… Tentaciones.

¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.

— No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.

No sé cuánto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.

— Hola, ¿ha dormido bien el señor? — Pregunta haciendo una reverencia.

— Estupendamente… ¿Y la señora, ha dormido bien?...  ¿Ha soñado la señora?

— Pues sí, he soñado.

— ¿Y puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?

— Un caballero… Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema…  Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera... Siento mariposas en el estómago cuando me mira y si como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos no es solo agua.

— ¡Vida mía!... Ayer pude comprobar que lo que siento por ti no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción. Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti… Yo también te quiero Clau… Te quiero y te deseo. Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz… Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa, inundado por el placer, por mi amor.

No puede más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.

La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.

Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.

Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí, desde dentro de ella.

Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las areolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.

No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, gritando, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla, para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.

— José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado? — Clau estaba desconcertada.

— ¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado? — Claudia, su hija se preocupó al verla.

— No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará — Les dije.

— ¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas — Al entrar mi hija la atención se concentró en ella.

— Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.

— Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa. El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo.  Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es lo más. Me dijeron una vez, que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto… Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos  ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!