16 días cambiaron mi vida 2.-Martes, 9 de abril
Me llamo José, tengo treinta y nueve años y voy a acabar con mi vida. Miércoles, 24 de abril de 2013. Estoy pasando por los peores días de mi existencia.Ni en la más atroz de mis pesadillas, podría haber soñado lo que la realidad me ha deparado.
2.-Martes, 9 de abril de 2013
Me despierto cerca de las ocho, en las pantallas veo a los niños correteando por el pasillo y el salón. Con los uniformes del colegio salen con su madre hacia la puerta.
Ana debe haberse ido, ya que no la veo. Pero oigo hablar a Mila desde el recibidor.
—¡Ana!, si no quieres ir sola, yo te acerco cuando vuelva de llevar a los niños.
—No, déjalo mama. Iré sola. Tengo que ir acostumbrándome.
Veo salir a Ana de su habitación, restregándose los ojos medio dormida y haciendo un gesto de burla, sacando la lengua a su madre, aunque no puede verla.
No utiliza el baño del pasillo y entra en el de nuestra habitación, se sienta en la taza del wáter para sus necesidades y se quita la blusita y el pantaloncito corto que se pone para dormir.
Desde que la bañaba, con cuatro o cinco años, no la había vuelto a ver desnuda.
Se acaricia los pechos, como dos medios limones. Las areolas pequeñas y rosadas y unos pezones apenas visibles. Al acercarse hacia el lavabo para cepillarse los dientes, la cámara la enfoca de frente y admiro su pubis cubierto por un suave vello, del mismo color del pelo. Físicamente se parece mucho a su madre. Ya aparecen las curvas que definen su femineidad, sus piernas largas y finas de muslos suaves coronados por un culito redondo, respingón, como tallado por un artista.
Es muy bella. Me avergüenza espiar a mi hija, pero no puedo evitarlo, quiero saber qué hace, como es. Ha cogido un objeto de un cajoncito del mueble y entra con él en la ducha. Realiza extraños movimientos, como su madre. Es raro. Observo a través del cristal, borroso por el vapor y el agua, que parece entretenerse en sus partes bajas, parece que se está masturbando. Cuando termina de asearse va a la habitación de la madre donde saca, de un cajón de la cómoda, un tanga muy pequeño. No debe cubrir nada. Medias color arena, liguero y un pequeño sostén de media copa a juego. Se va a su habitación y sale vestida. Una blusita blanca, la faldita muy corta, una sudadera y un chaquetón. No desayuna. Coge su pequeño bolso de colgar y se dirige al recibidor. Se cierra la puerta.
Mi paranoia va en aumento, no conozco a mi familia. Tengo que saber adónde va, que hace, con quien se encuentra. Voy corriendo para verla salir, no llego a tiempo. Corro hacia la parada del autobús y menos mal, allí está. No me puede ver.
Llamo un taxi que se acerca y me subo en él. Le indico que se espere a que llegue y siga al autobús.
Tras un corto recorrido baja y se espera en la parada. Estamos lejos del instituto donde debe ir. Llega otro autobús y lo coge. El tramo es más largo, en una de las paradas desciende, yo le indico al taxista que se detenga a una distancia prudencial, lo despido.
Sigo a mi hija a pie, por las calles de un barrio poco recomendable. Cerca de la Avenida de Moratalaz. A ella parece que eso no le asusta, llama a un piso en el portero, le abren y entra en el edificio. Poco después me acerco y casualmente en ese momento un vecino sale del bloque.
Aprovecho que está la puerta abierta para entrar. Desde el zaguán veo que llama a un timbre en la primera planta, le abren pero no puedo ver a la persona del interior.
Realizo un cálculo para saber que es la puerta 1º D, me dirijo a los buzones de correo situados en el zaguán, donde puedo ver el nombre asociado a la puerta, una tal María L. a quien no conozco. Salgo del bloque y cruzo la calle situándome en un café cercano, desde donde puedo verla, me siento a desayunar y me entretengo leyendo el periódico del bar.
Pasa más de una hora, cuando la veo salir del edificio, con el pelo revuelto; parece acongojada.
¡Dios mío! ¿Qué puede haberle ocurrido? ¿Qué pasa con mi pequeña? ¿Qué ha venido a hacer aquí? No quiero ni imaginarlo. Me atormentan las dudas. Esto es una pesadilla.
La niña se dirige a la parada del autobús y se sienta en el banco, está sola, se cubre la cara con ambas manos. ¡Parece que está llorando! Saca un pañuelo de papel, de un paquete del bolsito que lleva colgado, se limpia las lágrimas, se suena la naricilla, la mirada perdida, al frente, sin ver. Al llegar el autobús sube y yo me lanzo a buscar un taxi que me lleve de vuelta.
En el camino detengo el taxi, le digo que me espere unos minutos y entro un supermercado de barrio, para comprar víveres y algunas cosas que necesito para mantenerme, los dos días que me quedan antes de volver.
Cuando llego al apartamento de Edu, enciendo las pantallas para ver el lupanar en que se ha convertido mi casa. Ana esta tendida en el sofá del salón, llorando. Al parecer está sola.
Poco después llega Mila, al verla se acerca a ella y la abraza. Hablan muy bajo, no consigo oír nada.
—No vayas más si no quieres… — Dice Mila levantando la voz.
La besa en la frente y se la lleva a la cocina a seguir hablando, donde no tengo cámara ni micrófono.
Si no fuera por lo acontecido ayer en ese mismo piso, la imagen de esa madre consolando a su hija seria enternecedora. Pero se me cruzaban en mi mente las imágenes de mi mujer desnuda, penetrada por sus dos amigos y alcanzando orgasmo tras orgasmo hasta el desfallecimiento.
El resto del día transcurre con normalidad, el trasiego por las estancias, la merienda. Suena el teléfono, contesta Ana.
—Mama es para ti.
—¿Quién es?
—Es Marga, que te pongas.
—Hola Marga, que tal estas —……— ¿Esta noche? —……— ¿A qué hora? —……— Vale allí estaré, o mejor, ven a recogerme —……—. De acuerdo amor, un beso.
—¿Que quería, mamá? ¿Tienes cita para esta noche?
—Si y no, Marga quiere que salgamos a tomar una copa con unos amigos.
—¿Y vas a ir?
—Pues claro, tú ya eres mayor y te puedes hacer cargo de los niños por un rato, son clientes importantes.
—Pero no vuelvas muy tarde, por favor.
—Vale, no te preocupes — Ana se queda leyendo en el salón, con la tele encendida, viendo un programa de cotilleos.
Mila se va al baño a ducharse y acicalarse. El conjunto de lencería que saca es para morir de infarto. Imagino que esta noche tendrá fiesta. Los pequeños cenan y los acuesta.
Son las diez, llaman al portero, Mila contesta.
—Ya voy Marga.
—Ana acuéstate ya.
—Vale, ya voy, pesada.
Oigo cerrarse la puerta. Salgo corriendo a la calle, me acerco al bloque y llego a tiempo de ver a mi mujer salir. Marga, su amiga, la espera en el portal. Se abrazan y se besan las dos.
Marga es una mujer bonita, con un cuerpo muy sexi, separada, al parecer por infidelidad. Me cae bien, es muy agradable y cariñosa conmigo y los niños.
¿Dónde irán las dos? Tengo que seguirlas para saber que traman.
Se acercan al coche de la amiga y veo a dos hombres en los asientos de atrás. Uno de ellos sale del vehículo besa a mi mujer y cede el asiento, da la vuelta y se sienta en el asiento del copiloto junto a Marga, que conduce. Mi mujer, al entrar en el coche, se abraza al otro y lo besa en la boca. El coche arranca. Busco un taxi para seguirlos, tengo suerte y lo consigo antes de perderlos de vista.
—¡Siga ese coche, a una distancia prudente pero sin perderlo! — El taxista me mira extrañado.
Recorremos las calles hasta llegar a lo que parece un club, en un polígono industrial. Aparcan, se apean y se dirigen al local, abrazados, besándose; entran en el establecimiento. Yo despido al taxista que, al pagarle, me guiña un ojo con complicidad.
Decido acercarme y preguntar al portero que clase de local era ese, le digo que estoy de paso por la ciudad y no conozco el lugar. El hombre, joven y amable guardia de seguridad, sonriendo me dice que aquel era un local de “parejas”, recalcando lo de “parejas”, vamos de intercambio de parejas. Pregunto si puedo entrar, aun a riesgo de que me puedan ver y me dice que bueno, pero al ir solo tengo que pagar cuarenta euros.
Al entrar en el local con las luces muy tenues, solo se veían sombras. A mi izquierda, una barra de bar de unos tres metros, atendida por una preciosa chica de unos veinte años de facciones sudamericanas. Ante la barra del local, hay una pareja follando; ella sentada en un taburete, con los codos apoyados en la barra, las nalgas hacia fuera y un tipo de unos cuarenta años, penetrándola por detrás.
Ante la expresión de mi cara, una mujer se acerca con una sonrisa en los labios.
Muy guapa, morena, casi de mi estatura, con un quimono rojo de estilo oriental de una pieza, abierto por un lado dejando ver el muslo hasta casi la cintura.
—Hola soy Alma, ¿Tú quién eres?
—Me llamo Felipe —. Miento, no quiero dar mi nombre.
—¿Es la primera vez que visitas un local así?
—Sí, no he conocido nunca algo parecido. Pero alguna vez tendría que ser la primera ¿No?
—¿No estás acostumbrado a esto verdad?
—Pues no, ciertamente.
—Ven te voy a enseñar las instalaciones. Tenemos salas para BDSM, experiencias sadomasoquistas, un yacusi, también una sala oscura y una sala para voyeurs.
—¿Qué es eso? He oído hablar de ello pero no lo imagino.
—Ya lo veras. ¿Te gusta mirar?
—No lo sé, quizás descubra una faceta desconocida en mí — La muchacha ríe.
—Aquí hay unas normas a seguir. No forzar a nadie a nada. Todo se hace voluntariamente. Y no formar escándalo. Ah… y siempre con forro. Ya sabes.
Pasamos por pasillos con habitaciones a los lados con gente practicando sexo. Dos parejas en el yacusi disfrutando de las burbujas. La mayoría desnudos. Algunas parejas sentadas tomando té y combinados.
En un pasillo oscuro y estrecho percibo unos gemidos que me resultan familiares, era Mila. Un escalofrío recorre mi espalda
—¿Puedo mirar sin ser visto?
—Por supuesto, hay muchas parejas a las que les excita saber que un desconocido las está mirando. Acércate, mira todo lo que quieras. Yo te dejo, tengo otras obligaciones. Si necesitas algo me buscas. Que te diviertas.
Me señala una pequeña ventanilla por la que me asomo.
A pesar de la tenue luz puedo ver a Mila a cuatro patas, siendo penetrada por un hombre bajo y grueso que me parece repugnante; la verga con que estaba follando a mi mujer era la mayor y más gorda que podía imaginar. La penetraba analmente. Y al parecer ella disfrutaba. Se la metía despacio, recreándose, con las manos tiraba de sus cabellos como si de una yegua se tratara.
—¡¡Párteme en dos, mierda, hijo puta, cabrón, métemela hasta el fondo!!
¡¡Joder que gusto, me muerooo!! ¡¡Quiero otra polla más, quiero otra pollaaa!! — Gritaba Mila, casi sin resuello y con la cara bañada en lágrimas y mocos.
El lugar tenía el suelo cubierto de colchonetas. Marga, tendida boca arriba en perpendicular bajo Mila, le mamaba las tetas, otro tipo mal encarado y flaco, se la follaba por el coño y ella, con una mano, le acariciaba los huevos al tipo que se la metía por el culo a Mila.
— Pero qué putas sois. Os encanta que os follen ¿Verdad? Guarras, que os gusta que os metan las pollas por todos los agujeros del cuerpo. Te voy a poner el culo que no te vas a poder sentar en una semana — Berreaba el energúmeno.
Y seguía bombeando a Mila. Ahora con una fuerza bestial. Saca su verga de golpe. Mila grita, su rostro refleja dolor. Empuja al flaco y saca a Marga de debajo de Mila, le dice al otro tipo que se tienda boca arriba y coloca a Mila sobre él boca abajo, le agarra el miembro al flaco y se lo mete en el coño a Mila, colocada encima. El gordo se coloca detrás y agarrando las caderas de mi esposa le incrusta, de golpe su badajo por el culo.
— ¡Así me gusta follar un culo! ¡Cuando otra polla por el coño me lo deja más estrecho!
De pronto veo con horror, que la bestia se vuelve hacia la mirilla donde yo estoy gritando:
— ¡¡ Ven aquí mirón, maricón, métele la polla en la boca a esta guarra que no tiene bastante con dos!! ¡¡Necesita más pollas!!
Mila mira en mi dirección, no puede verme por la oscuridad que me rodea y menos reconocerme y con los jadeos y gemidos grita:
— ¡Deja al mirón que le dé al ojo y se la menee en paz mamón, a mí me pone caliente que vean como me follan!
Al oír eso salgo corriendo, espantado, del local, mientras escuchaba las risas de mi mujer y sus amigos burlándose, aun les oí decir.
— ¡El mirón se ha llevado un susto de muerte! Jajajaja. No sabe lo que se pierde.
Al salir del antro respiré profundamente el aire fresco y limpio de la noche. Detuve un taxi y regrese al apartamento. No encuentro palabras para describir como me sentía tras ver lo que hacia mi “delicada” mujercita. Me tumbe en la cama y poco después estaba dormido.
No sé cuánto tiempo pasó, me desperté por el murmullo del equipo de sonido, me acerque a las pantallas y vi cual era el origen.
Mila y Marga, con los dos energúmenos, estaban en el salón desnudos, follando. Mila tendida a lo largo, en el sofá, con la cabeza sobresaliendo doblada hacia atrás, se dejaba penetrar la boca por el canijo, se la metía hasta fondo en la garganta, sin producirle arcadas. Mientras Marga, de rodillas en el suelo, sobre el cuerpo de su amiga le comía el coño. A su vez el gordo, agarrado a las caderas de Marga le follaba el culo y ella se quejaba por el daño que le estaba haciendo. Se la veía a disgusto.
¿Nunca tenían bastante? ¿No se cansaban? ¿Cómo Mila, tan delicada, era capaz de soportar tamañas aberraciones?
Había botellas y copas por el suelo. Estaban borrachos. Al parecer habían continuado la juerga en mi casa, llevaban un buen rato y yo no los había oído hasta despertarme.
— Mierda, no hagáis ruido, que no se si Ana les ha dado el las gotas a los niños y se pueden despertar —. Mila hablaba despacio.
— No te preocupes tía, si se despiertan nos los follamos también. Jajaja — Responde el canijo.
— No digas burradas, joder, son demasiado pequeños —. Dijo Mila, riéndose.
Y apretaba la cabeza de su amiga contra su vulva. Empujaba al que se la metía por la boca y se corría una y otra vez, estrujando con sus piernas a Marga, que levantaba la cara y con los ojos desencajados, se relamía de gusto con los líquidos de Mila.
Por la cámara del pasillo vi, como se entreabría la puerta de Ana, se asomaba y se volvía a cerrar.
¡Mi niña estaba despierta y se estaba enterando de todo, había visto a su madre en una orgía desenfrenada con desconocidos!
¿Qué más sabia mi niña? ¿Cuántas cosas habría visto? ¿Desde cuándo hacían esto?
Se levantaron todos y se fueron al dormitorio.
Se revolcaron en la cama en un batiburrillo de cuerpos, manoseándose, dando palmadas y pellizcos en los cuerpos de las mujeres, les mordían los pezones hasta hacerlas gritar de dolor y ellas se agarraban a las pollas de ellos y las chupaban. Ellos metían sus dedos en los coños y culos de ellas. Risas, jadeos…
Marga se levantó y entro en el baño a orinar, tras ella entro el gordo barrigón y peludo, el vello le cubría el pecho, los hombros y la espalda, parecía un oso. Al ver a Marga en el WC se agarró la verga, apunto a Marga y la ducho con su orina.
¡¡No seas guarro, cabrón!! — Protestó Marga.
— ¿Qué te está haciendo? — Gritó Mila desde la cama, mientras era penetrada por el flaco.
— Se me ha meado encima este cerdo. — Gritó Marga.
— ¡¡Eso no!! ¡Eh! ¡¡Esas marranadas aquí no!! — Decía Mila, mientras sonreía.
El gordo, riéndose, entra en la ducha…
¿Qué podía haberla llevado a estos excesos, a esta inmoralidad? A la obscenidad más absoluta. Para mí era difícil comprender que hubiera personas a quienes estas atrocidades les produjeran satisfacción. Pero lo inaudito es que fuera mi mujer precisamente quien lo hiciera. Era totalmente incomprensible.
Se ducharon todos juntos entre risas y bromas pellizcos, mordiscos en los pechos de las dos, en las nalgas, las hacían dar grititos de dolor-placer que dejaban marcas en sus cuerpos. Las dos mujeres, tras secarse mutuamente, se tienden en la cama, besándose. Los dos sujetos se visten, sacan unos billetes, se los tiran encima de Mila y Marga y se marchan. Las dos amigas siguen juntas, desnudas, abrazadas y cansadas, sobre el dinero ganado vendiendo su cuerpo. Se duermen enseguida. Son casi las seis de la mañana.
Mi cabeza hervía de ideas extrañas, no comprendía nada de lo que sucedía. A Mila ¿no le importaba que los niños oyeran y vieran lo que ella hacía? Y si lo sabían, ¿Cómo les afectaba? ¿Habrían abusado de ellos?
¡¡Joder, esto era una locura!!
Era preciso que yo averiguara todo lo que ocurría; sobre todo por qué y cómo se había llegado a esta situación. Caí rendido en la cama, derrotado, agotado.