16 dias cambiaron mi vida 19.- Sábado 4 de mayo

Me llamo José, tengo treinta y nueve años y voy a acabar con mi vida. Miércoles, 24 de abril de 2013. Estoy pasando por los peores días de mi existencia.Ni en la más atroz de mis pesadillas, podría haber soñado lo que la realidad me ha deparado.

19.-Sábado 4 de mayo

Me despiertan los movimientos de Mila. Está amaneciendo. La claridad se cuela por los ventanales. El cielo de color azul oscuro, limpio y diáfano augura un buen día.

Marga se ha desplazado al otro lado, se besan y acarician.

Las observo. Me gusta verlas, encendidas, los ojos brillantes, los carnosos labios hinchados y rojos por los continuos roces, las lenguas lamiendo sin descanso, la boca, las mejillas. Se mordisquean el cuello y las orejas. Runrunean como dos gatas.

Mila me da la espalda, acaricio su hombro desnudo. Se gira, me mira y me acaricia la cara con su mano. Sus dedos huelen a sexo, a coño, reconozco el aroma, es suyo, se ha estado pajeando. Seguramente Marga se ha dado cuenta y quiere calmar su excitación.

Decido ayudar. Paso mi mano derecha bajo su brazo hasta llegar al pecho. Pellizco suavemente el pezón y oigo su gemido. La respuesta es rápida, se endurece. Su querida amiga le hace algo, en sus partes, que le gusta. Me embelesa el color rojo de sus labios, su lengua los recorre, en un gesto, que me provoca una erección imparable, dolorosa. Bajo la mano a lo largo del costado, hasta llegar a su cadera. Esta desnuda bajo la manta.

Marga le acaba de quitar el vestido por los pies. Son los movimientos que me han despertado. La estaba despojando de la ropa.

Mi mano se encuentra con la de su amiga sobre el vientre. Dedea su rajita. Dirijo mi mano a su culo y acaricio el ano. Encoge las rodillas y me facilita la entrada. Mi polla esta dura, ensalivo mis dedos y froto su orificio.

Con sus manos separa las nalgas, como la he visto hacer, a través de mis cámaras, ofreciéndome el regalo de su hendidura.

Amalia ataca por mi retaguardia. Empuja mis pantalones hacia abajo. La verga salta como un resorte y golpea la nalga de Mila. La atrapa con su mano y la coloca en su ojal, empujo y entra con facilidad hasta el fondo. Contrae y expande su esfínter a voluntad, provocando sensaciones desconocidas para mí. Se mueve, estoy a su merced. Es ella quien controla y dirige toda la acción. Sus conocimientos sobre el sexo son prodigiosos.

Abrazo su cuerpo desde atrás, atrapo sus suaves pechos, como tórtolas palpitando.  Siento los latidos de su corazón en mi mano. Acelera. No puedo dejarme ir, debo resistir hasta que ella llegue a la culminación. Marga me mira y lleva sus dedos a mi boca, saben a Mila, a su sexo, es un sabor que ahora me fascina. Me la comería entera. Me metería entero dentro de su cuerpo. Como volver a la matriz. Fundirme con ella.

Su amiga sigue excitando su clítoris y con sus movimientos y los míos llega a un orgasmo brutal, estira y encoge sus piernas y brazos en feroces estertores.

Y se desvanece.

Mila le contó a Ana que ese fue el inicio de su carrera como puta, una característica que comparten madre e hija. Se desmayan en situaciones de extrema excitación.

No podía imaginar que le ocurriera conmigo, claro, conmigo y con Marga.

¿Estaba fingiendo?

La tenía entre mis brazos, como un cervatillo, sentía latir su corazón con velocidad y fuerza inusitadas. Besé su frente.

— ¡¡Joder Mila, te quiero!! — No pude evitar decir aquello, que no quería decir.

Es bonita, inteligente, un cuerpo precioso, me quiere, le gusta el sexo y un montón de hombres han pagado y están dispuestos a pagar, por follar con ella. Y a mí no solo no me cobra, me paga. Pensándolo fríamente es el sueño de cualquiera. Pero la muy zorra me lo ha negado hasta ahora. Claro que antes…  Yo me hubiera negado, no sabía lo bueno que es.

Cada vez entiendo mejor la forma de pensar de mi mujer. Y ahora me gusta más. Ahora la conozco mejor. Marga me mira con el semblante triste. Me había oído… Acerco la mano derecha a su mejilla y la acaricio. Chupa mis dedos, deben saber a culo de Mila, este culo que ella conoce tan bien.

— ¡¡También te quiero!! ¡¡Joder, cada vez estoy más liado!! ¿Cómo puedo quereros a las dos? …Y… ¿Por qué no? — Marga alarga su mano para acariciar mi rostro, beso sus dedos.

— Tranquilízate José, yo también os quiero a los dos. Y no me preocupa. Te queremos… — Me dice Marga dulcemente mientras besa a mi mujer.

Me fije en Marga antes que en Mila, era la loquilla del grupo, siempre alegre, dicharachera, creo que primero me enamoré de ella. Luego Mila me zarandeó, me follo y me hizo marido y padre.

— Si José. Te queremos… — Era Mila quien me hablaba, girándose hacia mí, acercando sus labios a los míos y depositando un dulce beso.

Amaba a aquellas dos mujeres, las deseaba. Estos sentimientos me hacían dudar del  éxito de mis planes.

Nos fundimos los tres en un abrazo colmado de sensaciones. Mi pecho se henchía. Me inunda la alegría. ¡Me siento feliz!

Al volverme, veo a Amalia mirándonos con afecto. Alarga su mano y acaricia mis cabellos. Se acerca y me besa los labios.

Por el rabillo del ojo veo a Edu moverse. Con un gesto les advierto del peligro.

Es Amalia quien reacciona, arregla la ropa bajo la manta busca su pantalón para ponérselo y baja su camiseta, cubriendo sus exuberantes pechos. Se levanta y se dirige hacia su marido, en tono imperativo.

— ¡Edu, acompáñame anda, que tengo que ir al servicio, me estoy meando! — Dice Amalia dirigiéndonos una sonrisa cómplice.

Edu se levanta y la sigue. Amalia, al salir, se vuelve  y sin que la pueda ver su marido, guiña un ojo y nos invita a seguirlos. Nos levantamos, nos arreglamos la ropa y salimos.

El servicio está en el extremo del corredor, que linda con la habitación, donde habíamos instalado a las niñas. Se quejaban de que, a través de la pared, se oía hasta los pedos.

Se despertaron Ana y Clau, Mili y Elena seguían durmiendo. Por señas les indicamos que guardaran silencio y escucharan.

Oímos a Amalia.

— ¡Joder Edu, haz lo que te digo. Tiéndete en el suelo…! ¡Boca arriba! — Ordenaba Amalia.

— ¿Pero qué vas a hacer? — Protestaba Edu.

— Estoy muy caliente y necesito que me lo comas… Ahora — Amalia seguía dando órdenes…

— Puagg. Lo tienes chorreando. ¿Qué te pasa? — Se lamentaba el marido.

— Pues que durante la noche he tenido sueños húmedos y mira como me he puesto. ¡¡Come!! ¡¡Cómetelo, cabrón!! — Seguía gritando Amalia.

— ¡¡Ahhhhyyy!! ¡Qué gusto me da, sigue, sigue, chúpamelo todo, con la lengua, más adentro, el culo también chupa, chupa!  ¡¡Trágatelo!!  ¡No escupas, traga, lámeme el ojete! ¡Maricón de mierda! — Amalia seguía gritando como loca.

— Podd favod —malia no te — ientes en — ma. No edo  — es — rar. Me ahoggoooo…  ¡Puagg!  ¿Pero qué haces? … ¿Te estás meando encima? ¡Qué asco! ¡Guarraaaa! — Edu gritaba como un poseído.

— Que sigo caliente, Edu. Métemela. Los demás han debido estar follando toda la noche por cómo se movían y mi coño estaba chorreando. ¡Ay! ¡¡Me corrooooo!! — Amalia grita a los cuatro vientos su orgasmo.

En la habitación no podíamos aguantar la risa que nos producía aquella situación. Mila les explico quedamente a las niñas lo que sucedía. Y tampoco ellas podían resistir las carcajadas.

Para mí, sin embargo, aquello suponía una pírrica victoria.

Me debatía entre dos sentimientos encontrados. Por una parte el amor que sentía por aquellas mujeres, por otra el resentimiento que me invadía al pensar en el engaño.

Dicen que el doctor tiempo… Casi todo lo cura.

El resto del día transcurre entre juegos y excursiones. Edu andaba cabizbajo, apesadumbrado.

Cuando tuve ocasión, hable con Mila sobre lo que había pasado la noche anterior, al salir ella y detrás Edu.

— José, sigues desconfiando… — Mila hablaba apenada.

— Lo siento Mila… No puedo evitarlo.

— Lo comprendo… Cuando salí  me apoye sobre la barandilla, vino hacia mí. Pretendía follar, aunque dudo que pudiera hacerlo por su borrachera…  Intento bajarme el pantalón y le dije que no…  Saco unos billetes para que fuera con él abajo, al coche; me negué, le dije que tú estabas aquí…  Él insistió recordándome  que en otras ocasiones lo habíamos hecho estando tú.

— Espera, ¿Cuándo ocurrió eso? — Interrumpí.

—  Una vez en casa — Respondió.

— No me jodas ¿Cuando? — El dolor laceraba mi pecho, pero debía saberlo.

— ¿Por qué te torturas así?... Una noche que los invitamos a cenar, hará un año o así — Me respondía con tristeza.

— Y ¿Cómo? — Yo seguía insistiendo.

— Por favor, no te enfades. No quiero hacerte más daño.

— Cuéntamelo todo, he de saberlo aunque reviente — Respondí con rabia. Ella apretó los puños hasta hacer blanquear los nudillos.

— Mientras tú preparabas la comida en la cocina, con la ayuda de Amalia… Los niños estaban jugando en el salón con la play y Ana no había llegado aún…  Estaba como loco, amenazó con decírtelo…  Edu traía el dinero en la mano me lo dio y salimos a la terraza, por la puerta de la habitación de Ana. Estaba oscuro. Apoye los codos en la barandilla, el me levanto la falda me quitó las bragas y me follo el culo, mientras magreaba mis tetas.  Fue rápido, yo ni me enteré. Se llevó las bragas como trofeo.

No nos dimos cuenta que Amalia estaba escuchando lo que Mila hablaba. Se acercó furiosa.

— Mila. Eres una guarra y una puta. Me costara mucho olvidar esto y no sé si lo lograre. Pero si te puedo decir que me consuela haber follado con José y haber disfrutado de los mejores orgasmos de mi vida con él. Además ha tenido el privilegio de desvirgar mi culo y yo de disfrutarlo. Tú a saber cuándo y dónde dejaste los virgos… José, me tienes a tu disposición, para hacer conmigo lo que te apetezca, incluido que me contrates como puta en tu negocio… Y si piensas en hacerle una trastada a esta mala amiga, cuenta conmigo. Para lo que sea... En cuanto a Edu, ese calzonazos, va a llevar cuernos el resto de su vida — Amalia lanzaba las palabras como bofetadas.

— Como yo, ¿no es así? … Pero gracias, Amalia, lo tendré en cuenta. Y por cierto tienes un culito muy estrecho, debemos ensancharlo… También he de decirte que he hecho verdaderos esfuerzos para no correrme y al final no he podido evitarlo. Estas muy buena y tienes que aprovecharte de lo que la vida te da… Por cierto…  ¿Te vienes conmigo al pueblo por vino para esta noche?

— Cuando quieras, donde quieras… — Respondió airada.

— Vamos Mila, acompáñanos — Le dije a mi mujer.

Se lo comunicamos a los demás y salimos con mi coche rumbo al pueblo.

Una vez en marcha, por el carril en muy mal estado íbamos muy lentos. A un kilómetro de la casa, me detengo en un pequeño pinar, entremezclado con eucaliptos, cerca de un arroyo y bajamos los tres del vehículo.

— Amalia quítate las bragas por favor — Le digo a la mujer.

—No llevo José y seguramente no volveré a llevarlas nunca más — Responde riendo.

Abro la puerta trasera de la ranchera.

— Siéntate aquí y échate para atrás — Le dije y le ayude a colocarse.

— Mila, ven a comerle el coño — Ordené.

Mila obedece. Al agacharse deja su culo en pompa. Le bajo el pantalón y compruebo que tampoco lleva bragas.

— No te asombres. Ayer nos pusimos de acuerdo las cuatro para no llevar bragas y dejarnos follar por ti, donde, cómo y cuando quieras. Y para facilitarte más las cosas… Leggings elásticos.

Empujo su cabeza hacia el coño de Amalia.

— Has sido muy mala esposa mía, voy a castigarte como te mereces. Claro que a ti a lo mejor hasta te gusta ¿No es así? — Le digo mientras veo como le lame la vulva a Amalia.

— Sí, por favor, castígame, pégame, me lo merezco — Responde con sorna y riéndose.

Le palmeo las nalgas, hasta dejar las huellas de los dedos en su culo. Amalia, disfruta de la sabia lengua de Mila. Entorna los ojos y entreabre la boca pasándose la lengua por los labios.

— Amalia… ¿Quieres seguir tú? — La invito a continuar el castigo.

— ¡Sí!  Ya lo creo, me encantará calentar a esta puta, pero no con la mano, con una vara — Responde decidida.

Doy una vuelta por los alrededores y vuelvo con una vara flexible, de unos sesenta centímetros de largo y uno de diámetro, se la entregó a Amalia.

Sin los leggings, desnudas hasta la cintura las dos, eran todo un espectáculo. Los culos de ambas, a pesar de ser distintos, eran hermosos. Me acerque a Amalia y la bese en los labios. Aquello me excitaba. Me tendí en el maletero de la ranchera, con las piernas colgando.

— Mila sube y cabálgame — Le digo a mi mujer.

Lo hace. Rodea mis caderas con sus rodillas y se deja caer, con ese movimiento que le he visto hacer con otros… Puta…  Mi mente se rebela…

Inicia un vaivén de caderas que me enloquece. Amalia comienza a golpearle el culo con la vara. Eso provoca contracciones, de su esfínter vaginal, que me producen un placer insoportable. Se inclina adelante y queda sobre mí pecho. Su boca me sabe a gloria, su saliva, mezclada con lágrimas y moco que gotea de su naricilla son deliciosos. Y pensar que hace un mes me hubiera dado asco.

Paso una mano entre nuestros abdómenes y accedo a la vulva, masajeo y froto el clítoris mientras Amalia la golpea con furia. Está alterada, muy excitada. Su cara refleja crueldad. Para evitar correrme pienso en el negocio.

Amalia será una magnífica “ ama sádica” .

Los lamentos de Mila me conmueven. Llora. Tiene las nalgas enrojecidas. Verdugones rojizos atraviesan sus glúteos. Detengo los golpes. Me aparto y dejo que siga tendida boca abajo.

— Amalia, colócate sobre Mila, boca abajo. Como si fueras a follar su culo de puta. Voy a follarte sobre ella.

Se coloca y la penetro, con furia, por el coño, los empujones se transmiten a través de su cuerpo al de Mila que soporta el peso y los envites. El roce del cuerpo de Amalia sobre los cardenales debe producirle un gran dolor. Gime, llora, maldice. El roce de los muslos de Amalia en su culo le escuece y la excita hasta hacerla gritar.

Se corre Amalia pellizcando el cuerpo y las tetas de Mila. La insulta,  las injurias salen a borbotones de su boca, está trastornada.   La aparto. Le hemos hecho daño.

Mila sigue en la misma postura. Acaricio y beso sus magulladas nalgas, cojo mi miembro y lo apunto a la suave hendidura de su vagina y la penetro. Con la mano bajo el vientre, alcanzo y excito el clítoris con los dedos. Amalia quiere participar, sube a la ranchera, se sienta frente a Mila y coloca el coño en su boca. Mila lo chupa, lengüetea, sorbe el elixir de su vulva, exhala un suspiro y se corre. Al verla se acelera mi corrida dentro de su cuerpo. De su delicioso cuerpo.

El castigo infringido a Mila no es un capricho. Amalia ha saciado su sed de venganza, con lo que disminuye su agresividad y así puedo evitar enfrentamientos mayores. Por otra parte, debo demostrar a Mila, que realmente soy el chulo que ella espera que sea.

Pero… ¿En qué coño estoy pensando? … Yo no soy así…Esa no es mi naturaleza…

A mí no me entusiasma infringir dolor a nadie, menos a personas a las que quiero. Incluso haciéndola gozar con los golpes, siento un rechazo hacia estas prácticas. Me parecen enfermizas.

Tal vez debería facilitar tratamiento psicológico a Mila, al menos para tratar de saber el porqué de sus desviaciones… ¿Es ella la desviada?… ¿Soy yo quien está afectado por una rigidez enfermiza?...

Seguimos el camino y vamos a comprar vino y pan. De vuelta a la casa, Mila, nos cuenta que en una ocasión, le pagaron, por participar en la producción de una película, porno por supuesto.

— O sea,  hay por ahí una película en la que apareces tú, follando — Pregunto.

— Sí. Me aseguraron que la productora era japonesa y esa era la zona de distribución. Me dieron poco dinero por mi actuación y solo trabaje en un video — Mila sigue contándonos. Desde luego esta mujer no tenía desperdicio — Después he seguido en contacto, con los que me llamaron, porque me seguían facilitando citas, acompañando a gentes de ese mundillo, cuando vienen a Madrid.

— ¿Y qué hacías en la película? — Pregunto.

Mila me mira y baja la vista. Mi pregunta le afectaba.

— Pues algo normal en ese tipo de películas. Como tengo cara aniñada, me dieron el papel de niña caliente que seduce a su padre y a su madre, metiéndose en la cama de ellos mientras duermen. Después aparece un amigo del padre estando ella sola en casa y se lo lleva a la cama, pero…

— Pero qué.  Sigue — La fuerzo a seguir con el relato.

— Mira, mejor te lo doy cuando lleguemos a casa y lo ves — Nos dice intentando zafarse.

— ¿Hay algo que no quieres contar? — Sigo preguntando. Necesito saber…

— Veras, el tal amigo era negro y se calzaba un aparato descomunal.  Allí conocí a Mariele y ella me inició en ciertas prácticas sexuales. A partir de entonces me aficioné al fisting. Eso es todo — Dijo, cortando.

Inaudito. Increíble. ¿Cómo una persona, una personita tan delicada, puede cometer tales brutalidades?

Y yo, imbécil de mí, sin enterarme de nada. Debo reconocer que Mila es una verdadera actriz, con una inteligencia para el engaño, insuperable. Trato de no darle más vueltas a la cabeza. Mila es una mujer excepcional. Lo experimenta todo, no le hace ascos a nada. A veces me asquea a mí, pero lo compensa dándome un placer indescriptible.

Detengo el vehículo en un claro. Extiendo los brazos sobre el volante. Vuelvo la cara hacia mi derecha. Miro a Mila.

— Dime.  ¿Cómo empezó tu “relación” con Edu? — Insisto en preguntar.

Se vuelve hacia mí con mirada triste.

— De la forma más estúpida del mundo. Un día, hará unos dos años, estaba tomando café en un bar, en Gran Vía, me sisearon por atrás y me lo encontré acompañado de uno de mis clientes, estaban hablando de negocios — Mientras hablaba cruzaba los brazos sobre el pecho mirando al suelo —  Cuando se quedó solo, vino hacia donde yo estaba, se sentó a mi lado y me dijo que me invitaba a una copa. Por la forma de decirlo ya sospeche, que el otro imbécil le había hablado de mí y de lo que hacía. Le contesté que no, gracias, insistió y al ver que me levantaba para irme, me cogió de un brazo y me obligó a sentarme. Ya lo veía venir — Mila levanta la cara y enfrenta mi mirada — Me dijo, que el tipo que se había marchado le había contado que yo, era una experta en anal, que “como yo ninguna, en Madrid”  Le había facilitado los datos, para acceder a la página donde podía contactar para follar conmigo. Intente, por todos los medios, de disuadirlo, pero me amenazo en contártelo a ti y poner una hoja en el tablón de anuncios, de la empresa, con mis datos como puta. Yo jamás hubiera aceptado a un conocido o amigo tuyo como cliente. Me chantajeó — Parecía sincera contando aquello.

— ¿Y el marido de Claudia?... También te follaba... ¿Era otro chantaje? — Le dije.

— No José. El marido de Claudia era mi cliente antes de conocerte a ti… De la universidad…  Quería chulearme, que trabajara para él, era muy joven y tenía muchos pajaritos. Yo le presenté a Claudia y al hacerse novios, me dejó tranquila… Pero hace tres o cuatro años, quiso follar otra vez. Me habló de facilitarme clientes y acepté. Intento cobrar comisión por los contactos y no se lo permití. Lo trataba como a un cliente, solo que, en ocasiones, le pagaba con sexo algunos trámites, asuntos legales…

Reanudamos la marcha.  Al llegar a la casa, vemos a las chicas y los niños, esperándonos en la entrada.  Ha ocurrido algo.

— ¿Qué os pasa? ¿Qué hacéis todos aquí? — Pregunto.

— ¡Edu se ha vuelto loco!... ¡Ha intentado violar a Marga!  Menos mal que ha podido pararlo. Se ha encerrado en el salón y no quiere salir — Responde Claudia asustada.

— Marga, dime ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? — Pregunto preocupado.

— Lo que se esperaba de este mal nacido. Me preguntó dónde estaba Amalia, yo le dije que había bajado al pueblo con vosotros por vino y pan, estábamos solos en la cocina e intentó besarme. Había bebido, olía a alcohol. Le di un tortazo y se cabreó.  Me llamó puta, tortillera y no sé cuántas cosas más, se abalanzo sobre mí, que casualmente estaba fregando una sartén y le di con ella en la cabeza. Fue peor.  Me golpeo, diciéndome que todas éramos unas putas calientapollas, que Mila anoche no se dejó follar y llevaba el dinero encima para pagarle, que,  — que más queríamos —  Entonces, para rematarlo, le dije que  más puta era su mujer, que había estado toda la noche follando con José y todas nosotras. En ese momento entraron Claudia y las niñas y me salí con ellas. Él se encerró por dentro y no quiere salir — Dijo Marga. No parecía preocupada.

Me acerco a la puerta del salón para hablar con él.

— ¡Edu, ábreme, tenemos que hablar!  ¡Abre por favor! — Le grito.

Se acercan Mila y Amalia.

— ¡¡Edu, abre y sal de ahí, venga, no me cabrees!! — Le grita su mujer.

— Amalia, no lo exacerbes más. No vaya a hacer una locura. Déjame a mí — Intento apartarla.

— ¿Que lo deje? Claro que lo voy a dejar, es el hombre más envidioso y ruin del mundo. ¿Sabes qué me dijo una vez? Que tú y Mila erais solo fachada, que detrás de vuestras vidas había mucha mierda y os creíais superiores. Que nos mirabais por encima del hombro… ¡Que si él hablara!... — Amalia estaba encolerizada.

Escuchamos ruido dentro y opte por dar la vuelta y asomarme por la ventana de atrás.

Lo que vi me puso los pelos de punta. Sus movimientos eran torpes. Se había subido a la mesa y con un cordel, atado a la lámpara del techo, intentaba ahorcarse.

La ventana no tenía reja. Desde abajo lance una piedra y partí el cristal, al oír el estruendo Edu resbalo y cayó al suelo al descolgarse la lámpara.

En el bajo de la casa, donde guardaban la herramienta, había una escalera, la coloque sobre la pared, subí y entré por la ventana rota. Edu estaba en el suelo, lloraba, se quejaba de una mano o el brazo. Lo sujeté y acompañe al sillón y lo senté. Fui a abrir la puerta para que entraran las mujeres.

Mila vendó el brazo, que parecía roto o magullado, para inmovilizarlo. Recogimos todo y nos marchamos. Dejamos cerradas las contraventanas de madera, el cristal roto y la lámpara se lo pagamos a la dueña.

Conduje el coche de Edu, con Amalia y sus niños. Por el camino de vuelta Edu no hablaba, pero su mujer no dejo de gritarle improperios. Conduje hasta una clínica, deje allí a los padres y me lleve a los pequeños.

Los sucesos impresionaron, sobre todo, a Ana y Claudia hija. De vuelta a casa les hablé de las consecuencias catastróficas que traían la lascivia, las prácticas sexuales desordenadas, sin control, mezcladas con el alcohol. Querer ir en contra de los convencionalismos sociales, estaba bien a nivel teórico, pero en la práctica, en la vida real, no funciona. La presión de la mayoría, que permanece entre tinieblas, en la cueva, es demasiado grande.

Es lo que había llevado al desastre de nuestra familia y de las que nos rodeaban.

El resto del sábado lo pasamos en casa, con Marga, Claudia con sus hijas y los hijos de Edu que no querían volver a su casa. Temían a su padre.