16 dias cambiaron mi vida 13.- Sábado 27 de abril
Me llamo José, tengo treinta y nueve años y voy a acabar con mi vida. Miércoles, 24 de abril de 2013. Estoy pasando por los peores días de mi existencia.Ni en la más atroz de mis pesadillas, podría haber soñado lo que la realidad me ha deparado.
13.-Sábado 27 de abril de 2013
Las últimas semanas han sido muy duras. Las más duras de mi vida.
Acabo de despertar y Mila está a mi lado, aún duerme. He decidido dejar pasar unos días para reflexionar… Desde que expuse las condiciones y las nuevas normas, no he permitido que se hable de nada que no sea nuestra vida cotidiana… Como si nada hubiera cambiado, excepto, claro está, que Ana no seguirá prostituyéndose y Mila tampoco… Por ahora.
Ana, desde la puerta, nos mira, será por eso que me he despertado. Esta amaneciendo. Hace señas con la mano para que vaya con ella.
En su habitación se tiende en la cama y la golpea con la mano, para que me acueste a su lado. La pared está empapelada de posters. Cantantes, actores. Se acurruca contra mí, siento el calor de su cuerpo junto al mío. Estoy boca arriba, ella sobre su costado derecho, de lado, con su brazo izquierdo sobre mi pecho.
— ¿Qué te ocurre Ana?
— Me he despertado y no podía dormir.
—Pero algo te mantiene en vela ¿No?
—Sí, papa, lo que está ocurriendo, lo que estás haciendo.
—Sabias que algún día se descubriría todo, solo era cuestión de tiempo.
—Pero creo que has sido muy duro con mamá.
— ¿Tú crees? Yo pienso que he sido demasiado blando.
Durante unos minutos se hace el silencio.
—Dime Ana, ¿Cómo acabaste en manos de María? Cuéntamelo, pero sin mentir ni omitir nada, ya sabes que al final me acabaré enterando.
Ana suspira profundamente, se separa de mí y colocándose boca arriba cruza los brazos sobre el pecho.
—Acabas de adoptar una postura defensiva, ¿vas a mentirme?
—No papa, es solo que me da mucha vergüenza hablar de esto contigo.
—Pues no la tengas, después de lo que te he visto hacer, ya no hay motivos para la vergüenza, necesito saber que pasó para que acabaras en las manos de esa mujer sin escrúpulos y sus clientes y además, con el consentimiento de tu madre. Cuéntamelo con todo detalle.
— ¿No me castigaras?
—No, no lo hare, eso es pasado y solo necesito saber a qué atenerme en el futuro.
—Pues veras… Hace unos meses, conocí a un chico del insti, Paolo, era del último curso. Me gustaba mucho, era muy guapo y me decía cosas muy bonitas, salíamos juntos, paseábamos, me invitaba a bailar y lo pasaba muy bien con él. Las otras chicas me envidiaban y él me decía que las otras no le interesaban, solo yo era su chica. Estuvimos algún tiempo saliendo, sin hacer nada.
Pero una mañana me lo encontré, en los servicios, besando a Gemma, una harpía.
Me fui corriendo y llorando, pero él me alcanzó, me dijo que la otra no le interesaba, que solo la quería para follar, porque a mí me respetaba y él tenía necesidades. Y que ella le daba lo que yo no le quería dar.
Yo ya había visto a mama con hombres, sabía lo que hacía y como lo hacía, así que le dije que lo que ella pudiera hacer, yo se lo haría mejor. Y así fue. Se lo di todo.
Me llevo a su casa, en el barrio donde vive María, no había nadie, solos él y yo. Un piso pequeño, de dos dormitorios, muy sucio, me dio muy mala impresión. Me dijo que no echara cuenta, que solo lo utilizaban él y su hermano mayor, vivían solos ya que sus padres eran de un pueblo de Galicia. Me cogió por la cintura y me llevo a uno de los cuartos, había una cama, me dio miedo, sabía lo que iba a pasar allí y me eche a temblar.
Pero cuando me abrazó, desaparecieron todos mis temores.
Me besaba como nunca lo había hecho antes, acariciaba mis mejillas, mi cara, la cintura, los pechos; yo estaba muy excitada, cuando deslizo su mano por mi sexo, encima del pantalón, mi cuerpo se deshacía, creí que me moría.
Tenía una sensación en el estómago, que no había sentido nunca y subía por el interior de mi pecho, sentía mi cara arder.
Había visto penes de los tíos que estaban con mamá, en la tele y en internet. A ti, papa, no te lo he visto nunca, pero cuando se desnudó y vi el suyo me pareció precioso, me arrodille y se lo chupe, lo lamí, se lo mordí, le acariciaba los testículos y se la meneaba, hasta que vi salir un chorro de leche, que me mojó toda la cara. Saque la lengua la probé y me gustó.
Él se dejó caer en la cama. Yo me desnude lentamente mientras lo miraba ¡Era tan guapo!
Me puse a chupársela hasta que se le puso dura de nuevo, me sentía muy excitada, él estaba quieto, tendido, su pene apuntando al techo.
Me monte encima, la coloqué en la rajita y me deje caer de golpe.
Sentí… Como un pellizco, dentro de mí.
Por un lado quería levantarme, irme, salir de allí. Pero algo, una fuerza desconocida, me mantenía sobre aquella espada que se internaba en mis entrañas. Cerré los ojos y me quede quieta, cuando deje de sentir el escozor empecé a moverme arriba y abajo y adelante y atrás, primero despacio, luego… Luego ya no podía parar, hasta que exploté, fue maravilloso.
Allí deje mi virginidad.
No había sentido nunca nada igual. Me deje caer sobre su pecho y lo bese, me lo comí a besos… Me sentía tan feliz.
Estaba aún sobre él, cuando oí una voz, tras de mí.
—Vaya, vaya, mi hermanito con una putita, que bien, vamos a follar.
Al principio traté de resistirme, pero Paolo me sujetó y su hermano empezó a acariciarme. Me revolví, trate de zafarme, quería soltarme, pero Paolo me sujetaba y deje de oponer resistencia. Lloraba. Mi querido Paolo me ofrecía a su hermano.
Y me follaron los dos.
Sentí tanto dolor en mi corazón, que cerré los ojos y me abandoné. Ya no pensaba, solo oía la respiración de los dos hermanos, sus gemidos.
Llegó un momento, en que estaba sintiendo dentro de mí, el pene del hermano, que era bastante más grande que el otro y el de Paolo en mi boca. Tuve un orgasmo y otro y otro y otro, incontables orgasmos. El placer iba y venía en oleadas.
Mi cuerpo se movía solo, adelante y atrás buscando la mayor penetración por la boca y mi chichi. Explotó algo dentro de mí, una fuerte convulsión.
Y me desmaye. No recuerdo nada más.
¿Fue una violación? Yo acepte hacerlo con Paolo, no quería a su hermano. Intente negarme. ¿Me forzaron? Aun ahora, no lo sé. Porque en el fondo me gustó.
Cuando recuperé el sentido, los dos hermanos, asustados, habían llamado a María, la vecina. Sabían que era una alcahueta y no les denunciaría. La mujer se reía, les decía que tenían una joya entre manos, que conmigo se podía ganar mucho dinero, que me dejaran a su cargo que ella me enseñaría. Cuando se dieron cuenta de que les oía se callaron y me ayudaron a levantarme.
Me vestí y fui con ella a su casa. Los chicos se quedaron. Tenían miedo a que los denunciara. María les dijo que ella lo arreglaría. Me explicó lo que me había pasado, que ella me enseñaría a controlar las corridas, para que no acabara parapléjica de un retortijón, decía y se reía mucho. En aquel momento me pareció una buena mujer.
Me dijo que fuera dos días después, a media mañana, me presentaría a alguien que me ayudaría y me enseñaría muchas cosas. Pero yo no fui.
Vi una sombra en la puerta. Mila nos miraba y sonreía tristemente.
—Y a partir de ese día, Ana, mi hija, mi pequeña Ana, dejo de ser niña para convertirse en mujer y en puta, como su madre… ¿Vamos a desayunar?
Nos levantamos y nos fuimos a la cocina los tres.
—Sígueme contando Ana.
Mientras Mila preparaba el café y las tostadas, Ana prosiguió su relato.
— Los días siguientes Paolo me esquivaba, no contestaba a mis llamadas y cuando me lo encontré, en un pasillo del insti, salió corriendo, huyendo de mí.
No lo entendía. Me había jurado que me amaba y ahora ya no quería ni hablar conmigo. Después supe, que María, le había prohibido seguir viéndome.
Unos días después fui a casa de Paolo para hablar con él. Pero no estaba o no quiso abrirme, me senté llorando en la escalera. Supongo que me oiría María, porque se asomó al rellano y al verme se acercó, me cogió de la mano, sin hablar y me llevó a su casa.
Había otra muchacha. Joven, rubia y muy guapa, con un vestido color beige. Nos presentó.
— Se llama Pamela. Tiene nombre de tiro, Pam.
Nos reímos.
Seguimos charlando, al rato llamaron a la puerta, María fue a abrir.
Pam abrió mucho los ojos y sonrió.
— Este es el mío.
— ¿Tu novio?
— No tonta, mi cliente.
Nos callamos al entrar un señor de unos cincuenta años, alto, con barba y bien parecido, acompañando a María.
— Hola chicas, vaya, ¿hoy dos?— Dijo el señor, mirando a María.
— No don Armando, esta chica está de visita —Respondió la mujer.
— Qué pena, es muy guapa. Bueno… ¿Vamos?
Y cogiendo del brazo a Pam, se fueron a otra habitación y cerraron la puerta.
Yo me quede muy extrañada y María se dio cuenta.
— ¿Te gustaría ver lo que hacen?— Me preguntó.
Me encogí de hombros y le respondí.
— Bueno
Me llevó a otra habitación, donde descolgó un cuadro, había un agujero y me indico por señas que callara y mirara por allí.
Lo que vi me dejo sin habla. Pam estaba arrodillada en un lateral de la cama, aquel hombre, empujo su espalda hasta quedar con su cuerpo boca abajo, atravesada en la cama, con las piernas colgando y los brazos estirados en cruz.
El señor levanto su vestido, por atrás, mirando su pompis. De pronto empezó a darle palmadas en el culo, sobre sus bragas, diciendo que había sido muy mala, había suspendido las matemáticas y debía castigarla. Ella lloriqueaba, pero sonaba a falso. Más bien se reía.
Paró, le quito los zapatos y las medias, las olió, se las restregó por la cara y se dedicó a chuparle los dedos de los pies, la planta, le mordisqueaba los talones. Subía por las pantorrillas, los muslos. Pam se moría de risa por las cosquillas.
Luego le quito las braguitas, se arrodillo en el suelo y hundió la cabeza entre las cachas del culo. Al ratito se apartó le dio la vuelta y le hizo lo mismo por delante.
Pam empezó a dar grititos, estaba disfrutando. Yo me sentía rara, ver aquella escena me excitaba, metí mi mano bajo la falda y acaricié mi cosa sobre las bragas y al poco de darme me corrí.
De pronto el señor se levantó, se bajó la cremallera y saco su cosa, muy tiesa, se arrodillo de nuevo y continuó lamiendo la rajita al tiempo que se la meneaba. Se levantó, se corrió sobre los pelos del pubis de Pam y se dejó caer sentado en la cama.
Pam se acercó a darle un beso, pero el señor la aparto de un manotazo. Se levantó, abrocho su bragueta y se fue.
Al salir de aquella habitación me encontré con Pam, María había acompañado al señor a la puerta.
— ¿Qué te ha parecido? ¿Por qué me has visto, no?
— Si, te he visto pero ¿Eso es todo?
— No Anita, ahora viene lo bueno.
Se acerca María y le entrega unos billetes, Pam los cuenta, doscientos euros.
— Jolines Pam, ¿doscientos solo por eso?
María nos miraba y sonreía.
— Si Ana, ya te dije que si tú quisieras podías ganar mucho dinero y aquí tienes la prueba de que no te engañaba. Si quisieras tú podrías ganar mucho más — Me dijo.
— ¿Y qué tendría que hacer?— Pregunté.
— Algo para ti muy sencillo, disfrutar. Te he observado mientras mirabas… ¿Te ha gustado lo que has visto, no?
— Si, ha sido muy excitante… — Sentía mi cara ardiendo, creo que de vergüenza…
Pam recoge su bolso y su chupa.
— María me voy que tengo clase, quedamos para el próximo jueves. Y tu Ana anímate chica, te lo vas a pasar pipa y ya ves, dineritooo — Decía Pam, alegremente.
Nos besó y se marchó. María me cogió un brazo con suavidad. Y me invito a sentarme a su lado en el sofá.
— Mira hija, este es un negocio para jóvenes, yo ya no sirvo, la edad es nuestra enemiga más feroz. Así que aprovecha tu juventud… Si tú quieres te puedo concertar una cita para la próxima semana.
— Me da reparo, no lo he hecho nunca.
— Aparta los reparos, es lo mismo que hacías con el golfo de Paolo, pero ganando dinero. Ya has visto a Pam.
— Bueno, por probar.
— Así me gusta, decisión. Vas a ser una estrella. Vente mañana antes de las once y no te preocupes por nada. ¿De acuerdo? Pero no me falles. No me gustaría que se presentara un señor aquí y no tuviera a nadie.
— No te preocupes, no fallare… FOLLARE… —Quise hacer un chiste.
Nos reímos las dos y me marché.
Aquella noche casi no pude dormir. Por una parte, me sentía atraída por aquel mundo que se abría ante mí, por el dinero, pero también tenía miedo. En el insti nos habían dado algunas clases sobre sexualidad, yo ya lo había probado y me gustaba. Me hacía muchas pajillas viendo videos en el ordenador. Cuando me lo hicieron Paolo y su hermano fue genial. Aunque al principio no quería, después disfruté mucho.
Pero esto era prostitución. Qué pasaría si se enteraban mis padres. ¿Y si alguien me denunciaba?
A pesar de todo, a las once estaba en casa de María.
Había otra muchacha con ella, de unos veinticinco años. Alta guapa, con un traje falda y chaqueta rojo, medias negras y una pulsera de oro preciosa.
— Esta es Marcela, Marce para los amigos y estará contigo en tu primera vez. Confía, déjate llevar por ella y veras como pasáis bien
Llamaron a la puerta y María fue a abrir. Mientras Marce cogía mis manos.
— Ana eres preciosa, nos vamos a divertir. ¿Has besado antes a una mujer?— La pregunta me pilló desprevenida.
— Si, a mi madre y a las amigas...
— No tontina, a otra mujer… ¿A mí me besarías?
Me miro a los ojos y tiro un poco de mis manos hacia ella, yo me acerque más, me besó los labios, fue como una corriente eléctrica, ella abrió la boca y rodeo mis labios con los suyos, sentí como un mareo y me deje llevar.
Era de una dulzura, una suavidad, que me hizo sentir un latigazo de placer y me mojé.
Entró María, acompañada de un hombre de unos cuarenta años, con una barriguita, como la de mi padre, pensé, moreno, con algunas canas que lo hacían interesante; de facciones varoniles, afeitado, pero con la cara oscurecida por la barba.
— ¡Vaya! ¡María! ¡Han empezado sin mí! Jajaja — Se reía al vernos besándonos.
Me quede un poco cortada, pero Marce se abrazó al señor y le dio un beso en la boca.
— Hola, hola, ¿A quién tenemos aquí?— Dijo el hombre, que no dejaba de mirarme, yo me sentía extraña…
— Mira Ana, este señor es Pedro — Marcela nos presentó — Y esta señorita se llama Ana y nos va a acompañar. ¿Qué te parece?
— ¡Por mi magnifico! ¡Vamos! — Dijo Pedro con entusiasmo.
Marce se acercó, me pasó un brazo por la espalda y entramos en la habitación donde ayer vi a Pam. Me quede de pie, sin saber qué hacer.
Pedro entro y se sentó en el sillón que había al lado, a la derecha del cabecero de la cama. Me miraba con curiosidad.
— Así que tú eres Ana… María me ha hablado de ti, me dijo que eras muy bonita… Pero se ha quedado corta. Eres preciosa… Además; al verte he creído ver a otra persona que… Fue importante en mi vida pasada…
Yo lo miraba sin saber que decir. Marce cubrió la lámpara con un paño, dejando la luz tenue de un tono salmón.
Pedro me indico que me acercara con un gesto, me sentó en sus rodillas y con su mano derecha, paso los dedos por mi mejilla, rozo mis labios con el pulgar, yo los separe un poco.
Paso la mano izquierda por mi nuca y acerco mi boca a la suya.
Lentamente nuestros labios se unieron, abrí la boca y comenzó un forcejeo de lengua que me volvía loca. La sensación en mi estómago y mi pecho era extraña, imposible de explicar. Después me empujó hacia la cama, donde me esperaba Marce arrodillada, me puse frente a ella y me puso las manos en mis hombros; me besó, bebía mis labios, mi lengua…
Bajo sus manos acariciando mis brazos, hasta llegar a la altura de mis pechos y allí se paró, rozaba mis pezoncitos con sus pulgares y yo me sentía en la gloria.
Me desnudó, deteniéndose en todos los trocitos de mi piel, que descubría, al quitarme la ropa, besaba, acariciaba y yo temblaba de la excitación que me embargaba.
Me quito las braguitas y puso su mano, abierta, acariciando mi cosa, un dedo se coló entre los labios y toco mi botoncito.
Fue como un castillo de fuegos artificiales. Vi luces de colores y me caí sobre la cama. Apenas me había tocado y tuve mi primer orgasmo.
Se detuvo; cuando abrí los ojos, Pedro la desnudaba.
Me repuse un poco y contemple a Marce arrodillada en el suelo junto a la cama y con su cuerpo sobre mí, entre mis piernas, que sobresalían y Pedro detrás la penetraba despacio, sin prisa mientras ella, besaba mis muslos, subía mis piernas y paseaba la lengua desde mi agujerito al pubis, sorbiendo los líquidos que salían de mi almejita sin parar.
Mis pezones estaban duros como piedras, se erizaba mi piel, el placer iba y venía en oleadas.
Marcela se separó de mí, la mire a los ojos, sonriendo, se acercó a besarme y acariciar mis pechos con las yemas de los dedos, mientras dejaba libre mi cuerpo para ser penetrado por Pedro. Al sentir su miembro dentro de mí, cerré los ojos, comencé a moverme despacio, él se apoyaba en sus brazos estirados, con los puños cerrados, sobre la cama. Fue fabuloso.
Impulsaba mi cuerpo hacia el suyo, para que me penetrara más y más, profundamente. No pude evitarlo, surgió de repente, desde lo más profundo de mí ser.
Sentí un estallido de calor que envolvía mi clítoris, mezclado con un placer que se propagaba por todo mi ser. Fue como si mi cuerpo explotara y se rompiera en mil pedazos.
Y perdí el sentido.
Como la otra vez, la segunda en poco tiempo. Cuando recupere la conciencia. Pedro estaba a mi izquierda y Marce a la derecha junto a mí.
Marce me explicó que, en la mujer, no existe una sensación que se parezca a la eyaculación del varón. Lo que se produce es un estallido de calor y placer alrededor del clítoris, que se irradia por todo el cuerpo, acompañado de contracciones sin control de la musculatura de todo el organismo, afectando, sobre todo al útero, llegando en ocasiones a provocar espasmos y perder el conocimiento por un corto espacio de tiempo. Este era mi caso, pero no entrañaba peligro alguno. También me dijo, que hacía años, estuvo enamorado de una muchacha, a quien también le ocurría.
Marce me dijo que controlara mi mente. Que pensara en cualquier cosa que no fuera sexo.
Si pensaba dedicarme a esto, no podía estar corriéndome continuamente, o acabaría en un hospital. Durante toda la explicación, no dejaron de acariciar y besar mi cuerpo, que comenzaba a responder de nuevo.
Y así lo hice. Cuando Pedro me penetro de nuevo, me dedique a pensar en el examen de mates y aunque me daba mucho gusto, evité un nuevo orgasmo.
Quien no pudo pararlo fue él, que se derramo dentro de mí como un torrente, mientras Marce le acariciaba los testículos y lamia su culo.
Estábamos cansados, eran las dos de la tarde y habíamos estado tres horas casi sin parar. Pedro me entrego trescientos euros.
El primer dinero ganado con mi cuerpo como ramera. María nos había preparado unos refrescos y cervezas con pinchos de tortilla, que nos comimos con apetito.
— Ana, ¿Cómo te ha ido?— Preguntó la mujer.
— Ha sido fantástico María, yo no podía imaginar tanto placer, una pasada.
— Entonces…. ¿volverás?
— Cuando tú me digas. Me tienes a tu disposición.
Los cuatro brindamos y nos abrazamos.
Desde entonces he visitado la casa de María una o dos veces en semana.
Los niños estaban preparados para salir. Querían ir al teatro de marionetas.
Me los lleve y deje a Mila y Ana en casa.
El domingo cumpliendo con mis deberes de padre y amante esposo salimos todos a comer en un restaurante cerca de Madrid. Como si nada hubiera sucedido.