16 de marzo xvi

Gabrielle acepta el desafio a muerte por la corona de las amazonas. ella se niega a nombrar a xena como su campeona. ¿podra gabrielle ganar el desafio a muerte?

El 16 de marzo

Linda Crist

—No te haces idea —la bardo dio otro beso rápido a Xena en los labios—. Por cierto, ¿qué le has hecho a Pony? Está como si la hubiera machacado un grupo de centauros.

—Chobos.

—Ah.

—Idea suya, no mía.

—¿Y los puntos? ¿Eso cómo ha ocurrido?

—Ah, sí. Eso. Le hablé de lo bien que manejas los sais, así que sacó dos pares. Intentó esquivarme agachándose y acabó en la trayectoria directa de mi golpe. Le di con la punta de uno. Cheridah la ha cosido. Han sido unos ocho puntos.

—Tcchh. Xena, ¿vamos a tener que decirle a Cheridah que duplique sus suministros de sanadora? Pony es lo mejor que tiene que ofrecer esta aldea en materia de dominio de las armas. Y no va a ser la única que querrá entrenar contigo.

—Bueeenooo... Tal vez. Pony ha sacado una lista para que la gente se apunte para combatir conmigo durante la próxima semana, a dos por día. Se han llenado todos los huecos menos tres.

—Por los dioses. Amazonas.

—Mm. ¿Gabrielle?

—¿Sí? —la bardo estaba ocupada mordisqueando un poco de carne de guerrera que estaba al aire.

—Uuu. Qué gusto. Oh —Xena intentó concentrarse al tiempo que se le ponía la carne de gallina en el cuello y los hombros—. Mm. Que te he apuntado para el primer combate de esta tarde.

—Xena, no tenías por qué hacerlo. Si quieres entrenar conmigo sólo tienes que pedirlo. Eso no va a cambiar sólo porque ahora vivamos aquí.

—Gracias. Pero no te he apuntado por eso.

—¿Ah, no? —Gabrielle había llegado al hueco entre la clavícula de la guerrera y la parte superior del hombro y seguía dando mordisquitos a la piel salada.

—Mmm Mmm. Qué bien, amor —Xena pasó los largos dedos por el corto pelo rubio—. No. Te he apuntado porque quiero que tengamos público cuando luchemos y creo que casi toda la aldea va a acudir a mirar.

—¿Por qué quieres eso? —la bardo se detuvo de golpe y levantó la mirada.

—Porque, mi amor, eres muy buena con los sais y la espada. Estás progresando estupendamente en el combate cuerpo a cuerpo. Y tu habilidad con la vara es la mejor que le he visto a nadie en toda mi vida. Quiero que las amazonas lo sepan. Quiero que vean que su reina puede luchar.

—Pero Xena, tú sabes que la lucha es lo último que elijo al enfrentarme a los problemas y los conflictos.

—Lo sé. Pero es lo que las amazonas respetan. Si ven que puedes luchar, que no tienes miedo de luchar, entonces creo que estarán más dispuestas a escucharte incluso cuando decidas no luchar. ¿Tiene sentido?

—Supongo que sí.

—¿Te parece bien?

—Xena, puede que sea reina de la Nación Amazona, pero no puedo ser una buena reina sin ayuda. Lo que dije en ese camino cerca de la fortaleza romana lo decía en serio. Acato tus decisiones porque confío en ti totalmente. Te necesito en mi vida y me voy a apoyar en ti cuando tome decisiones. Eso es probablemente el origen de parte de la oposición a la que puede que te tengas que enfrentar aquí. Las amazonas saben que aunque yo tenga el título, tú vas a influir en las decisiones que tome. Pues lo siento. Así es como va a ser. Si tú crees que luchar contigo ante un público va a mejorar mi situación en esta aldea, pues eso es lo que vamos a hacer. Sin dudarlo.

La guerrera se quedó mirando a la bardo un momento, con una expresión de duda.

—Yo... yo no quiero eclipsarte. Al mismo tiempo, estoy tan acostumbrada a cuidar de ti y enseñarte cosas que puede que me cueste renunciar a esa parte de mí que quiere guiarte.

—Pues no renuncies a ella. Xena, no quiero que por vivir en esta aldea tengas que renunciar a nada. Sé que esto es difícil para ti. Eres mi compañera, en todos los sentidos de la palabra. Quiero que me guíes. Tengo mucha suerte de poder contar con tu sabiduría y tu experiencia.

—Bueno, haré todo lo que pueda por ayudarte en todo lo que necesites —la guerrera sonrió y revolvió el pelo rubio.

—Oye, ¿eso que huelo es la comida?

—¿Hay hambre, bardo mía?

—Vaya si la hay. Venga, Xena. Vamos a comer. Y luego vamos a ofrecerles a estas amazonas un combate que no puedan olvidar en mucho tiempo.

—Me parece un buen plan.

Xena y Gabrielle llevaban combatiendo más de dos marcas y las dos estaban cubiertas de sudor y polvo. Tal y como esperaba la guerrera, casi toda la aldea había encontrado una excusa para pasarse por el campo de entrenamiento y había acabado quedándose para mirar. Ésta no era la reina que recordaban. Habían empezado con prácticas de espada, varias de las cuales habían terminado en empate. Aunque la bardo no había conseguido desarmar a la guerrera, ciertamente había hecho un buen papel. A continuación pasaron a las varas, el arma que siempre había preferido Gabrielle. Había conseguido quitarle a Xena la vara de las manos dos veces y en ambas ocasiones había recibido el aplauso espontáneo de las espectadoras.

Ahora se estaban batiendo con sais, un arma que no se utilizaba mucho en la aldea amazónica y que por tanto resultaba muy impresionante. Por suerte para la bardo, no sólo le había enseñado Xena varios trucos especiales a la hora de luchar con sais, sino que además había podido observar a varios maestros luchar con sais tanto en la India como en Chin. Las armas tenían su origen en realidad en el extremo oriente, igual que el chakram de la guerrera. Gabrielle había adquirido tal pericia con los sais que Xena todavía no había conseguido desarmarla y ya estaban en el quinto combate.

—Vale, Gabrielle. Lo estás haciendo muy bien. Ahora, quiero que te concentres en penetrar mis defensas. No tengas miedo de hacerme daño. Lánzate. Ya me ocuparé yo de que no me mates, ¿vale?

—Vale.

La bardo se abalanzó, levantando el brazo derecho y cruzando el izquierdo. La guerrera paró fácilmente ambos movimientos y contraatacó, satisfecha cuando su amante paró con la misma facilidad. Chocaron sus armas en un cruce constante entre sus cuerpos y el fuerte estrépito del metal al chocar se oía por todo el campo de entrenamiento. La seguridad de Gabrielle fue en aumento y por fin añadió algunos movimientos de artes marciales, lanzando patadas de lado y mezclando técnicas hábilmente. Al cabo de unos minutos, se echó hacia atrás y se giró, lanzando una patada en redondo contra la cabeza de la guerrera. Xena se agachó, como era de esperar. En el momento justo en que se agachaba, la bardo detuvo la patada y cambió rápidamente de táctica, lanzándose hacia delante y bloqueando eficazmente un golpe hacia arriba de la guerrera. Al mismo tiempo, la bardo le quitó a su amante el sai de la mano de una patada y plantó la empuñadura de su propio sai directamente encima del hombro de Xena.

—Me rindo —la guerrera se levantó y se acercó a recoger su sai.

La atónita reina amazona se quedó clavada en el sitio mientras las amazonas que miraban prorrumpían en aplausos.

—Xena, ¿qué ha pasado?

—Que has ganado. Si hubieras usado la punta, estaría muerta o gravemente herida.

—¿Que he ganado? ¿No me has dejado ganar?

—No. Te lo estaba dando todo —los ojos azules chispeaban risueños—. Creo que has encontrado una nueva arma para acompañar a tu vara, bardo mía. Eres la mejor que he visto en mi vida con los sais, por lo menos en Grecia.

—¿En serio?

—Sí —la guerrera rodeó tranquilamente a la reina con el brazo y se inclinó hacia ella, susurrándole al oído—: Mira a tu alrededor, amor. ¿Ves el respeto en sus ojos?

La bardo observó vacilante a la multitud y lo vio. Le hizo un gesto de asentimiento a Xena.

—Eso es por ti, Gabrielle. No se esperaban ver eso. Ni en un millón de veranos. Ni una sola de ellas ha ganado jamás un combate conmigo. Ni una sola. Más vale que te prepares.

—¿Para qué?

—Para todas las amazonas que van a querer entrenar contigo.

—¡Oh, que los dioses nos protejan! ¿Y tengo que hacerlo?

—No. Eres la reina, ¿recuerdas? No tienes que hacer nada que no quieras hacer.

—Bien. Porque prefiero luchar con palabras. Mucha menos mugre —Gabrielle se miró el cuerpo embadurnado de polvo, enjugándose el sudor de la frente y limpiándose el dorso de la mano en la parte delantera de la falda—. Oh oh.

—¿Qué pasa? —la guerrera levantó la mirada y luego siguió la de su compañera. Una mujer mayor se dirigía con paso decidido al campo de entrenamiento con cara de pocos amigos. A su lado iba una mujer más joven, baja pero muy fornida, de pelo castaño corto y de punta y músculos que se le movían por todo el cuerpo—. ¿Quiénes son ésas?

—La mayor es Maniah, una de las ancianas. Me ha dado mucho la lata en la reunión del consejo esta mañana. Se... mm... negó a votar para darte permiso de residencia en la nación. No sé quién es la otra —la bardo se volvió cuando Amarice se puso a su lado.

—Ésa es Feriny. Es de mi aldea natal —la alta pelirroja tenía una ligera expresión de desdén—. Se ha trasladado aquí hace poco. Era una de las luchadoras más fuertes que teníamos.

Gabrielle alzó la mano para protegerse los ojos del sol de la tarde. Cuando las dos mujeres estuvieron más cerca, la bardo se adelantó, cubriendo rápidamente la distancia que las separaba. Xena fue detrás en silencio, seguida de Amarice. Gabrielle se quedó allí plantada y se cruzó de brazos.

—Hola, Maniah. ¿Algún problema que deba conocer?

—Nada que no se pueda remediar rápidamente. Mi reina, te presento a Feriny.

—Hola, Feriny —la bardo alargó el brazo—. Me parece que no nos conocíamos. Tengo entendido que conoces a mi amiga Amarice. Bienvenida a nuestra aldea.

—Encantada de conocerte... reina... Gabrielle —estudió a la bardo con sus oscuros ojos marrones—. He venido para ofrecerte el desafío.

—¿Qué? —Gabrielle no se lo esperaba en absoluto y se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago—. ¿Cómo dices?

—Ya la has oído, mi reina —Maniah posó la mano ligeramente en la espalda de Feriny—. Elige tu arma —unos gélidos ojos azules se clavaron en Maniah al mirar por encima del hombro de la bardo—. O elige a tu campeona.

Xena dio un paso al frente.

—Yo...

—Vara —Gabrielle habló en un tono tranquilo y firme y detuvo a la guerrera en seco. La bardo sintió que una mano fuerte le aferraba el hombro.

—¿Gabrielle? —Xena estaba sin voz, pues el fuerte palpitar de su corazón la había dejado momentáneamente sin habla.

—Disculpadnos un momento —la bardo cogió a su amante de la mano y tiró de ella para apartarla de los oídos de las otras. Surgió un murmullo bajo cuando corrió la noticia por el campo de entrenamiento de que la reina había sido desafiada.

—Gabrielle, no me voy a quedar mirando cómo luchas a muerte con alguien. No pienso hacerlo.

—Xena —la bardo acarició el brazo de la guerrera con gesto tranquilizador—. Has dicho que tienen que saber que no me da miedo luchar.

—Sí. Pero esto no es lo que tenía en mente.

—Lo sé, amor. Pero tenías razón. Tengo que demostrarles que soy capaz de cuidar de mí misma. No puedo seguir escondiéndome detrás de tu cuero.

—Puedes esconderte detrás de mí cuero todo lo que quieras, Gabrielle. No hay nada en la ley amazónica que te niegue el derecho a elegir una campeona. Ya has oído a Amarice. Feriny era una de sus mejores luchadoras.

—Ya lo he oído. Pero también te he oído a ti decir antes que yo soy la mejor con la vara que has visto en toda tu vida. Y... —Gabrielle colocó la mano de plano sobre el estómago de la guerrera—. Feriny no estaba aquí antes para vernos combatir. No sabe lo buena que soy y no ha visto todos mis movimientos. Por favor, Xena. Necesito hacerlo.

—Gabrielle, llevas dos horas combatiendo conmigo. Estás cansada. Ella está fresca.

—Xena, haz el favor. Llevo siguiéndote por todas partes todo el día, cada día, desde hace más de cuatro años. Hace falta algo más que dos horas de entrenamiento para cansarme.

—Vale. Eso es cierto. Pero Gabrielle, ¿estás dispuesta a matarla? ¿Sobre todo con una vara? Eso quiere decir que vas a tener que matarla a golpes. Eso lleva mucho tiempo. Podría ser muy desagradable.

—No tengo que matarla. Sólo llevarla a un punto en el que podría matarla, como lo hiciste tú con Melosa.

—Eso es muy arriesgado, Gabrielle.

—Es un riesgo que estoy dispuesta a correr.

—Gabrielle, tengo que serte sincera. No voy a permitir que mueras. No te voy a perder. No puedo. Si parece siquiera que va a ganar, intervendré y acabaré con ella. Y te cogeré de la mano y nos iremos de esta aldea. ¿Me comprendes? —Xena tenía la voz temblorosa, al batallar por dentro con sus emociones.

—Perfectamente —la bardo se puso de puntillas y dio un beso a su amante en los labios—. Xena, amor, yo tampoco quiero morir hoy. Si llega un punto en el que tienes que intervenir, me retiraré voluntariamente y me iré de aquí contigo. Tú sigues siendo mi prioridad número uno. La razón de mi vida. Eso no lo he olvidado y al diablo con las amazonas. Pero Xena, piénsalo. Si gano... por mis propios méritos... seguro que pasará mucho tiempo antes de que alguien vuelva a desafiarme. Tú y yo seremos un equipo formidable. Juntas seríamos imparables. Podemos llevar a la Nación Amazona a unas cumbres como nunca ha alcanzado hasta ahora.

Xena pasó los dedos ligeramente por el corto pelo rubio.

—Empiezas a hablar como yo en mis tiempos de señora de la guerra.

—No es eso lo que quiero decir y tú lo sabes, Xena. No tengo ansias de poder. Quiero servir a esta nación, a mi nación. Y creo que para poder hacerlo lo mejor posible, tengo que enfrentarme a este desafío.

—Vale.

—Ya sé que no quieres que lo haga y que... ¿eh?

—He dicho que vale. No voy a intentar impedírtelo.

—Ah —la bardo se irguió y miró a Xena a los ojos durante un buen rato—. Será mejor que vaya allí y acabe con esto.

—Gabrielle —dos fuertes manos se posaron en los hombros de la bardo—. No lo olvides. Tendré una mano en el chakram todo el tiempo y no dudaré en usarlo si tengo que hacerlo.

—Cuento con ello. Deséame suerte.

—Buena suerte, amor mío. De verdad que eres la mejor que he visto.

—Gracias, Xena. Te quiero.

—Y yo a ti.

Gabrielle acarició un momento la mejilla de la guerrera y luego se agachó y cogió su vara, que estaba en el suelo cerca de ella. Entonces se volvió para enfrentarse a su adversaria.

—Feriny —la voz de la bardo resonó por el campo de entrenamiento—. Coge una vara y vamos a empezar.

Feriny entró en la choza de las armas y regresó al momento con una vara sencilla, en nada parecida a la vara ornamentada que sujetaba Gabrielle. La bardo hizo girar ligeramente el arma con una mano y luego la levantó, agarrándola con firmeza, y notó la reconfortante sensación familiar de la madera en las manos. Miró atentamente a su adversaria a los ojos oscuros y en sus profundidades captó una seguridad cargada de orgullo y un ligerísimo amago de sonrisa sardónica en la cara de la robusta amazona.

Gabrielle se echó hacia atrás, pasando el peso de un pie al otro, a la espera, como le había enseñado Xena, de que Feriny hiciera el primer movimiento. Dieron vueltas la una en torno a la otra, ninguna de las dos dispuesta a descargar el primer golpe.

—¿Qué pasa, mi reina? ¿Tienes miedo de luchar conmigo? —le dijo a la bardo con desprecio.

—No. Pero esto lo has empezado tú. Así que ataca o cállate y vete a casa. No estoy aquí para jugar contigo. Estoy aquí sólo para defender mi máscara —los ojos verdes de Gabrielle la miraban con calma y sonrió por dentro cuando Feriny se encontró con su mirada y al cabo de un segundo apartó los ojos, incapaz de hacer frente a la seguridad tranquila y fría que se percibía en el rostro de la bardo.

De repente, la robusta amazona blandió la vara en un arco de lado, que la bardo paró con facilidad. Gabrielle giró en redondo inmediatamente, usando el impulso para contraatacar desde el otro lado con un duro golpe que Feriny también paró. Pasaron entonces a cruzar sus varas varias veces con golpes frontales directos hasta que Gabrielle se agachó y giró, pillando a Feriny desprevenida y golpeándola justo detrás de las rodillas. La amazona cayó sentada y luego dio una voltereta hacia atrás y se puso de nuevo en pie, justo a tiempo de levantar la vara como defensa contra un fuerte golpe de la bardo desde arriba.

La sonrisa sardónica de Feriny quedó sustituida por una expresión de férrea determinación, al tiempo que la expresión de Gabrielle seguía siendo casi pasiva, mientras paraba y luego contraatacaba con una serie de veloces golpes que dejaron a Feriny totalmente a la defensiva. La bardo continuó atacando, obligando poco a poco a la amazona más fornida a retroceder dando vueltas por el campo de entrenamiento.

En cuanto a Xena, los dedos de la guerrera se movían inconscientemente encima de su chakram, pero no podía evitar la sonrisa que poco a poco se le iba dibujando en la cara. Uuu. Muy bueno, Gabrielle. ¡Cuidado! Eso es. De lado. Arriba. Por encima. Vuelta. Así se hace, chica. La estás empezando a cansar. La guerrera se dio cuenta de que Gabrielle había sido muy buena alumna. Su manejo de la vara era pura poesía en movimiento, un reflejo de la técnica que había aprendido de la propia Xena.

A medida que avanzaba el combate, la férrea determinación dio paso a una muda desesperación, cuando Feriny se dio cuenta de que había subestimado gravemente la habilidad y el valor de la reina. Dioses. Y creía que se iba a enfrentar a Xena. Si así es como lucha la reina, ¿cómo habría sido eso? ¿En qué Hades estaba yo pensando? La cara de la amazona se cubrió de una fina capa de sudor y notó que se le empezaba a cansar el cuerpo bajo los golpes duros, precisos e incesantes que llovían contra su vara.

Gabrielle vio el cambio y agarró con más firmeza aún la vara, arrugando la frente muy concentrada. De repente, vio su oportunidad, pues Feriny tardó demasiado en devolver la vara a su posición después de un choque. La bardo atacó rápidamente hacia dentro y oyó el crujido de los huesos al romperse, cuando su vara conectó con el tórax de la robusta amazona.

Feriny gritó de dolor y retrocedió, intentando en vano defenderse de un golpe seguido por parte de la reina, pero el movimiento que hizo al levantar la vara hizo que los huesos y tejidos dañados del costado se le movieran aún más, atravesándola de dolor. Gabrielle cayó sobre una rodilla y alcanzó a la amazona en las pantorrillas con el extremo de la vara, separándole las piernas y tirándola al suelo boca arriba, momento en el que a la amazona se le escapó volando la vara de las manos.

La bardo se abalanzó y apretó el extremo de la vara contra la garganta de Feriny. Vio que la amazona tragaba varias veces y percibió la resignación en los oscuros ojos marrones. Gabrielle tuvo que reconocer que la otra muchacha tenía mérito. Era evidente que estaba preparada para morir.

—Bueno, mi reina. ¿A qué esperas? Adelante. Termina.

Gabrielle se limitó a cambiar la forma en que sujetaba la vara, aplicando un ligerísimo aumento de presión contra la piel lisa del cuello de Feriny.

—Nadie va a morir aquí hoy, Feriny. Pero podría matarte ahora mismo si quisiera. No lo olvides nunca. Ahora, quiero que dejes que Cheridah te vende las costillas y luego quiero que regreses a tu aldea natal. En ésta ya no eres bien recibida.

La bardo observó un momento a la multitud de espectadoras hasta que vio a la sanadora.

—¡Cheridah! —gritó—. Ayúdala a ir a tu cabaña y ocúpate de atender sus lesiones —los ojos verdes siguieron pasando de una cara a otra—. Eponin, cuando se hayan ocupado de ella, métela en el calabozo hasta mañana por la mañana. Cuando todas nos hayamos... mm... recuperado de la fiesta de esta noche, quiero que organices una escolta para llevar a Feriny al borde de nuestro territorio mañana.

Gabrielle se apartó cuando la sanadora y la maestra de armas se adelantaron rápidamente, agarrando a la amazona herida. Xena no pudo contenerse más y cruzó corriendo el campo de entrenamiento, deteniéndose cuando la bardo se volvió y le sonrió. Se quedaron mirándose a varios metros de distancia hasta que Gabrielle abrió los brazos y se los encontró llenos de una alta, morena y temblorosa guerrera.

—Eh. Xena. Amor. Tranquila. He ganado. Estoy bien. No tengo ni un rasguño siquiera —acarició el pelo oscuro, entrelazando los dedos con las largas guedejas y haciendo ruiditos tranquilizadores que sólo oía la guerrera.

—Ya lo sé. En cuanto cogiste el ritmo, me di cuenta de que todo iba a ir bien. Creo que mi cuerpo todavía no cree a mi mente, nada más —Xena se echó hacia atrás y sujetó a la bardo con los brazos estirados, mirando a su amante con cariño y admiración sinceros—. Gabrielle, has estado increíble. Siento haber dudado de ti. ¿Me perdonas?

—Xena, no hay nada que perdonar. ¿Sabes lo desilusionada que me quedaría si llega un día en que no sientas la necesidad de protegerme? Eso me haría mucho más daño del que te puedo expresar. Quiero que sepas que el sentimiento es mutuo.

—Eso, bardo mía, quedó perfectamente claro en esa fortaleza romana no hace tanto tiempo —la guerrera vio que su amante se estremecía y volvió a estrecharla en un cálido abrazo. Se quedaron abrazadas la una a la otra, mientras la gente que las rodeaba se iba dispersando poco a poco. Por fin se separaron, lo suficiente para mirarse—. Gabrielle, creo que somos dos personas muy capaces que tienen mucha suerte de tenerse la una a la otra.

—Oh, estoy de acuerdo —la bardo volvió a estrechar a su amante en un feroz abrazo.

La guerrera suspiró y se apartó.

—Oye, que tenemos que prepararnos para una celebración, bardo mía, y tú eres la razón principal de la fiesta.

—Sí. Será mejor que volvamos a la cabaña y nos lavemos, ¿no?

—Mm, Gabrielle, ¿puedes volver a la cabaña sin mí? Tú báñate y prepárate para la ceremonia de esta noche. Me pasaré a buscarte justo antes. Tengo que ocuparme de una cosa.

—Xena, asegúrate de que al menos llegas a casa a tiempo de lavarte.

—Oh, no te preocupes, me daré un baño, te lo prometo.

—¿De qué se trata?

—Ya lo verás —la guerrera sonrió con aire misterioso, se inclinó y le dio un beso a su amante en la mejilla antes de cruzar trotando la aldea—. ¡Eh, Pony, espérame!

La maestra de armas se detuvo.

—¿Qué quieres?

—¿Podrías ayudarme? Necesito... —la guerrera se distrajo un momento al ver a Maniah pasar por allí cerca—. Pony, ¿vas ahora a los baños?

—Dentro de nada, sí.

—Te veo allí. Necesito que me ayudes con una cosa, pero antes tengo que hablar un momento con alguien.

—Muy bien. Ahora nos vemos —Eponin se quedó mirando mientras Xena alcanzaba a Maniah. Ay ay ay. Ahora mismo no querría estar en el pellejo de Maniah ni por todo el oro del Olimpo. Pony se rió por dentro.

Xena sintió que su lado oscuro salía a la superficie y se detuvo un momento, concentrándose en lo que necesitaba decir con exactitud.

—Hola. Maniah, ¿verdad? Creo que no nos conocemos —dijo la guerrera en tono grave, caminando al lado de la amazona de más edad—. Yo soy Xena.

—Ya sé quién eres. Cyane era la hija de una amiga mía.

—Ah —de repente la guerrera cayó en la cuenta de lo personal que era el rencor de Maniah contra ella—. Escucha. Tú y yo no nos conocemos muy bien, Maniah. De hecho, no nos conocemos en absoluto. Y no tengo tiempo en una sola tarde de explicarte lo distinta que es mi vida ahora de cómo era cuando maté a Cyane. Era una chiquilla joven, estúpida y codiciosa y utilicé a esas dirigentes de las amazonas del norte para tratar de obtener una cosa que quería. Me volví contra ellas y luego Alti se volvió contra mí. No tenía ni idea de lo que significaba ser una amazona ni del valor que hace falta para ser reina de las amazonas. Pero ahora sí. Nunca lamentaré lo suficiente todo aquello y sé que probablemente no hay nada que pueda hacer para expiar las faltas de la persona que era entonces. Creo que parte de la venganza de Artemisa contra mí fue ocuparse de que durante el resto de mi vida, de una forma u otra, estuviera implicada en la Nación Amazona. Y ahora soy consorte de vuestra reina. Te aseguro que capto la ironía perfectamente.

—¿A dónde quieres ir a parar con todo esto?

—A lo siguiente. Si tienes algo contra mí, ven a mí y deja a Gabrielle al margen. Ella no te ha hecho nada.

—Es una traidora. De toda la gente que hay en el mundo, se ha juntado contigo, una de las mayores enemigas que han conocido las amazonas en su vida.

—Maniah, ya no. Estoy de vuestro lado, tanto si me crees como si no. Y Gabrielle no es ninguna traidora. Ni siquiera supo mi historia con las amazonas del norte hasta el año pasado, cuando fuimos a la India. Deja que te aclare un poco más las cosas. Toda la energía que empleé en matar a esas dirigentes de las amazonas del norte, la emplearé mil veces más en proteger a Gabrielle y asegurarme de que nadie, repito, nadie, le haga daño. Lo que has hecho hoy ha sido una estupidez. Gabrielle decidió combatir en persona, pero podría haberme elegido a mí para luchar por ella. De haber sido así, puede que yo no hubiera sido tan buena con Feriny, que podría haber muerto hoy por el rencor que sientes contra mí, no Gabrielle.

—Ella ya conocía los riesgos.

—¿Dejarías que una amiga muriera por tu odio hacia otra persona?

—Si es por una buena causa, sí.

Xena se detuvo y se quedó mirando a la amazona de más edad con una expresión inescrutable.

—Siento lástima por ti. Y no tengo nada más que decir, salvo esto: estaré vigilándote. Y si alguna vez intentas volver a hacer daño a Gabrielle, te aseguro que lo lamentarás durante el resto de tu vida, si es que decido dejarte vivir.

La guerrera se dio la vuelta y se dirigió a los baños.

Gabrielle salió del baño envuelta en una toalla con otra alrededor de la cabeza. Entró en el dormitorio y se quitó la toalla de la cabeza, inclinándose para secarse el pelo frotándoselo. Se enderezó de nuevo justo al oír que Xena entraba por la puerta principal de la habitación de al lado.

—Estupendo. Me alegro de que estés en casa. Así puedes ayudarme con todos estos cierres, brazales y... Guau... —la bardo se detuvo a media frase, boquiabierta ante la visión que entró en el dormitorio.

—¿Qué te parece? —preguntó Xena con tono dubitativo.

—Tú... yo... mm... guau. Despampanante.

—¿Tú crees?

—Xena, no sé si puedo dejarte salir de aquí vestida así. Puede que algunas amazonas no consigan evitar ponerte la mano encima. Puede que yo no consiga quitarte las manos de encima.

La guerrera sonrió y bajó la vista para mirarse. Se había bañado en la sala de baños común y ahora iba vestida con el atuendo tradicional amazónico. Xena había obligado a Eponin y la maestra de armas había ayudado a la guerrera a encontrar un conjunto que le estuviera bien. El conjunto en cuestión era de un cuero de color tostado claro, de hecho varios tonos más claro que la piel olivácea de Xena. Había tres cosas que quedaban claramente acentuadas. Los ojos azules y el pelo oscuro de Xena eran de lo más notable, junto con sus músculos bien formados, muchos de los cuales no se solían ver con su ropa normal. La falda, que le llegaba a medio muslo, le colgaba de las caderas, revelando buena parte de su estómago plano, y la mayor parte de la pierna izquierda quedaba expuesta, gracias a una raja lateral que llegaba hasta la cadera. La parte de arriba era como un sostén sin tirantes.

—Date la vuelta. Despacio —dijo Gabrielle con la voz ronca.

Casi toda la musculosa espalda de Xena quedaba al aire. Llevaba muñequeras, unas bandas de plata le rodeaban los bíceps e iba calzada con un par de mocasines blandos con flecos que le llegaban hasta los tobillos, del mismo color que la falda y el sostén. Alrededor del cuello llevaba una gargantilla de huesos y un collar de cuentas de turquesa. El pelo de Xena era una masa de largas y delgadas trenzas, mezcladas con plumas y cuentas, gracias a los arduos esfuerzos de Rebina y Kallerine. La habitual vaina de Xena y, por supuesto, el chakram, completaban el atuendo.

—Xena, no me malinterpretes. Estás fabulosa. Pero, ¿por qué?

—Yo... Mm... bueno, ya sabía que esta noche ibas a proclamarme residente. Y soy tu consorte. Sólo quería tener aspecto de amazona. Tener el aspecto de alguien digna de ser vista con la reina. Quería que estuvieras orgullosa de que te vean conmigo.

La bardo se acercó a su amante por detrás y le rodeó con los brazos el estómago desnudo.

—Xena, podrías llevar puesto un saco de patatas y estaría orgullosa de que me vieran contigo —Gabrielle trazó círculos lentos en el estómago desnudo de la guerrera con la palma de la mano.

—Así y todo, tú eres la reina. Y esta tarde se lo has demostrado a toda la aldea. Te mereces lo mejor.

—Ya tengo lo mejor. Lo supe desde el primer momento en que te vi. Y sólo llevabas esa camisa, ¿te acuerdas?

—Sí.

—Me pareciste la cosa más bella que había visto en mi vida. Y no tenía nada que ver con lo que llevabas puesto. Es lo que vi en tu interior lo que me hizo decidir seguirte.

—Me alegro de que lo hicieras. Que decidieras seguirme —dijo Xena en voz muy baja.

—Y yo.

—Bueno, ¿necesitas que te ayude a vestirte? —la guerrera apartó juguetonamente la toalla del cuerpo de la bardo, admirando la figura esbelta y musculosa—. Más vale que te pongamos ropa encima antes de que me entren tentaciones de hacer algo que nos haría llegar tarde a la ceremonia.

—Yo siento lo mismo por partida doble, oh princesa guerrera de la piel al aire. Me está entrando calor sólo de mirarte, amor.

La guerrera se inclinó y apretó los labios contra una oreja bárdica.

—Pues más tarde. Cuando todo esto haya acabado, tendremos que ver lo que podemos hacer para apagar ese fuego —mordisqueó el lóbulo y se rió entre dientes cuando a Gabrielle se le cortó la respiración.

Media marca después, Xena y Gabrielle salieron de la cabaña de la reina, el brazo de la bardo enganchado al de su alta compañera. Gabrielle llevaba su propio atuendo y joyas amazónicas y la máscara debajo del brazo libre. Oyeron la charla aguda de voces femeninas entremezcladas que procedía de la zona de la ceremonia, así como tambores. Las amazonas eran famosas por hacer fiestas que duraban toda la noche para celebrar prácticamente cualquier tipo de acontecimiento, desde el cambio de estación hasta la unión de dos amazonas. El regreso de la reina exigía una fiesta por todo lo alto. No se había ahorrado detalle, desde la comida hasta los adornos, pasando por la plataforma cuidadosamente preparada.

A medida que la reina y su consorte se abrían paso a través de la multitud, las voces se fueron apagando poco a poco cuando, una tras otra, las amazonas se callaron y se quedaron mirando a la pareja real que avanzaba hacia la plataforma principal. Los ojos de Xena no paraban de moverse y eso era lo único que traicionaba su ligero nerviosismo. A la bardo el estómago le dio un vuelco varias veces y sin darse cuenta apretó el antebrazo de la guerrera mientras subían los escalones y tomaban asiento en el centro de la plataforma, Gabrielle en la silla más grande del medio y Xena en la silla colocada justo a la derecha de la bardo. Chilapa no tardó en reunirse con ellas a la izquierda de la reina, aceptó en silencio la máscara de manos de la bardo y se levantó.

La regente avanzó y levantó una mano, con la palma hacia abajo, para pedir silencio a las pocas que seguían hablando.

—Amazonas, éste es un gran día para nuestra nación. Hace más de cuatro años, nuestra hermana, la princesa Terreis, cayó víctima de las flechas enemigas. Pero no sin que una mujer muy valiente intentara salvarle la vida. Ahora esa mujer valiente es nuestra reina. Y la reina ha venido a casa para gobernarnos. ¡Os presento a la reina Gabrielle!

Chilapa señaló a la bardo haciendo un gesto con el brazo y Gabrielle se levantó y se colocó al lado de la regente. Ésta le entregó la máscara y la bardo se volvió para mirar a la multitud. Elevó la máscara por encima de su cabeza y luego se la puso con firmeza sobre la cara y estuvo a punto de caerse de espaldas por el atronador estruendo de vítores y aplausos que se produjo. Se quedó así un momento, separada de la gente por la máscara, y luego volvió a colocársela encima de la cabeza, revelando su cara.

—Gracias. Estoy aquí para servir a la Nación Amazona. No tengo preparado un discurso. Aunque lo mío son las palabras, prefiero que mis acciones en los días venideros hablen por mí. Sin embargo, antes de pasar a la fiesta, sí que tengo un asunto que atender. Xena, ¿quieres venir aquí, por favor?

La bardo se volvió hacia su amante, quien se levantó y con la elegancia de una pantera fue al lado de Gabrielle. Xena sacó la espada y se la cruzó sobre el pecho como saludo y luego cayó sobre una rodilla ante la reina y agachó la cabeza llena de trenzas. Gabrielle bajó la mirada hacia la guerrera, controlando el impulso de coger la mano libre de Xena con la suya.

—Xena de Anfípolis, esta mañana el consejo amazónico ha firmado los papeles que te otorgan permiso de residencia en la Nación Amazona. ¿Deseas dicho permiso? —Gabrielle mostró el pergamino.

—Sí, reina Gabrielle, lo deseo —la guerrera miró solemnemente a su amante.

—¿Prometes respetar las leyes y costumbres de nuestra nación durante tu estancia entre nosotras? —Gabrielle esbozó una mínima sonrisa que sólo podía ver la guerrera.

—Lo prometo —unas pestañas oscuras parpadearon sobre unos penetrantes ojos azules.

—¿Prometes respetar los derechos de las amazonas que viven en esta aldea?

—Lo prometo.

—¿Prometes honrar a la reina durante tu estancia?

Xena irguió los hombros.

—No sólo prometo honrar a la reina. Prometo servirla, protegerla y, de ser necesario, dar la vida por ella. Durante mi estancia en esta aldea y durante mi estancia en esta vida. Y más allá. Amo a la reina —estas cuatro últimas palabras fueron un susurro apagado que sólo oyó la bardo.

Gabrielle se quedó sin habla por un momento ante la modificación improvisada por parte de su compañera de la promesa de honra y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y que le temblaba la barbilla ligeramente. Oyó un murmullo bajo entre las espectadoras amazonas. Consiguió controlar sus emociones, pero no antes de que una sola lágrima se le derramara y bajara despacio por su mejilla.

—Muy bien, pues. Yo, la reina Gabrielle, te otorgo permiso de residencia permanente en la Nación Amazona durante todo el tiempo que desees vivir aquí. Puedes alzarte y volver a tu asiento.

La guerrera le cogió una mano a la bardo y le besó ligeramente los nudillos antes de levantarse y regresar a su silla. Se quedó sorprendida al oír los aplausos que la siguieron, lo mismo que la bardo. Gabrielle puso en orden sus ideas y se volvió de nuevo hacia las amazonas.

—Eso es todo. Ahora, a disfrutar de la fiesta.

Mientras la gente se dirigía a las mesas cargadas de comida y otras iban a ver los espectáculos de baile, la bardo se volvió y se acercó al asiento de Xena. Ahora le tocaba a ella arrodillarse. Gabrielle se dejó caer ante la guerrera. Colocándose entre las rodillas de Xena, alzó las manos y cogió la cara de la guerrera. Xena puso sus propias manos encima de las de su amante y pasaron largo rato simplemente mirándose a los ojos.

—Xena, ¿tienes idea de cuánto te quiero?

—Aunque sólo sea la mitad de lo que yo te quiero a ti, soy la ex señora de la guerra más afortunada que ha caminado sobre la faz de la tierra.

—¿Quiere la ex señora de la guerra más bella que existe en la faz de la tierra unirse a la reina amazona en la cabecera de la mesa del banquete?

—Sería un honor —la guerrera se levantó, ayudó a la bardo a ponerse de pie y le ofreció el brazo. Gabrielle lo tomó y bajaron los escalones y cruzaron el patio hasta la mesa del banquete. Llegaron a las sillas de la cabecera y se sentaron. Rápidamente, unas encargadas les sirvieron copas de vino y grandes fuentes de comida humeante. La bardo no perdió tiempo en disfrutar del banquete, hincando el diente en una gran pata de pavo salvaje. Mientras masticaba, levantó la mirada.

—Pony, por favor, Raella y tú venid a sentaros con nosotras —la bardo hizo un gesto a las dos amantes amazonas cuando pasaban por allí. Al poco, Chilapa, Kallerine, Amarice y Rebina también estaban sentadas con ellas, completando la mesa para ocho personas. Gabrielle alzó su copa de vino—. Me gustaría proponer un brindis —hizo una pausa, mirando en torno a la mesa—. Por las amigas, que se han convertido en mis hermanas y mi familia. Qué éste sea el comienzo de una nueva era de prosperidad para la Nación Amazona.

—Por las amigas. Por las amigas —las demás entrechocaron las copas mostrando su acuerdo. Mientras seguían comiendo y disfrutando del vino inagotable, varias amazonas se las arreglaron para pasarse por la mesa principal y felicitar a Gabrielle por su demostración de combate de ese día y, por supuesto, por haber derrotado a Feriny. Xena sonreía radiante y procuraba mirar a otro lado, mientras la bardo no paraba de replicar:

—Gracias. He tenido una maestra buenísima. La mejor de toda Grecia.

Amarice y la guerrera no tardaron en enfrascarse en una discusión sobre maniobras tácticas en combate y era evidente que Kallerine escuchaba con gran interés, tomando notas mentales. Gabrielle meneó la cabeza divertida, asombrada por los conocimientos de su compañera, sin poder entender todo lo que decía Xena. La bardo observó despacio a su compañera vestida con la ropa amazónica y suspiró. La guerrera estaba maravillosa y no pocas amazonas daban un repaso visual a Xena cuando pasaban ante la mesa. Gabrielle por fin puso la mano en el muslo de la guerrera por debajo de la mesa, el muslo que quedaba expuesto por la alta raja que tenía en la falda. La bardo acarició distraída con los dedos los firmes músculos al tiempo que bebía un largo trago del ligero vino dulce. Xena se movió y sonrió al sentir el contacto, pero continuó inmersa en su debate.

Gabrielle dejó la copa y se inclinó, tocando a Eponin en el brazo.

—Pony, gracias.

—¿Por qué?

—Por ayudar a Xena a vestirse esta noche. Está estupenda. Y creo que las amazonas lo agradecen mucho. Yo, desde luego que sí. Y sobre todo, gracias por ser amiga de Xena.

—Xena ha sido una buena amiga para mí. Gabrielle, puede que las guerreras no hablemos mucho. Pero cuando lo hacemos, normalmente es muy a fondo. Te sorprenderías de los temas que tratamos Xena y yo cuando dejamos las bromas y la competencia.

—¿Sí? ¿Como cuáles?

—Historia. Filosofía. La vida. El amor. ¿Quién crees que me dio las indicaciones que puse en práctica para que Raella se fijara en mí?

—¿En serio? ¿Y qué te dijo Xena exactamente?

—Que escuche a Raella cuando habla. Que la deje ser ella misma y la aprecie tal y como es. Que la anime a hacer realidad sus sueños. Que preste atención a los pequeños detalles. Que le diga piropos. Que le haga regalitos y me asegure de que sus necesidades básicas están cubiertas. Que la anteponga a mí misma. Que me comunique abierta y claramente. Que pasemos momentos en silencio abrazadas contemplando las estrellas o las nubes. Que le diga que la quiero.

—Vaya —dijo Gabrielle parpadeando—. Yo diría que te ha dado muy buenos consejos.

—Por ahora funciona.

—Sí, así es —la bardo miró a Xena, que estaba usando el tenedor y el cuchillo para ilustrar algún tipo de posición de combate.

—¿Gabrielle?

—¿Eh? —la bardo se volvió de nuevo hacia la maestra de armas.

—¿Me disculpas? Creo que Raella quiere bailar.

—Por supuesto. Que os divirtáis —Gabrielle se quedó mirando mientras Eponin y su compañera de pelo castaño rojizo se dirigían al círculo de tambores, uniéndose a varias otras parejas que ya estaban bailando alegremente al son de la música. Se volvió, apartó la mano del muslo de Xena y rodeó ligeramente con el brazo la espalda desnuda de su compañera, apoyando la barbilla en el hombro de la guerrera y observando el creciente conjunto de tenedores y cuchillos que había sobre la mesa.

—...y mira, si pones a la caballería alineada de esta forma, aquí... y aquí... entonces has cortado el paso de su infantería, que ya no puede atravesar tu línea principal de defensa —la guerrera se apretó inconscientemente contra su amante mientras terminaba su ilustración, disfrutando del calor de sus cuerpos en contacto.

—Caray. ¿Así es como Boadicea y tú vencisteis a César? —Amarice contemplaba la mesa llena de pasmo—. Es asombroso.

—Sí. No es tanto misterio cuando se ve cómo funciona, ¿verdad? —rió Xena.

—No —la alta pelirroja miró a Kallerine, que estaba haciendo su propia colocación de tenedores y cuchillos sobre la mesa.

—Xena, ¿qué pasaría si en cambio la infantería se moviera en esta dirección? —Kallerine hizo un ligero ajuste de la colocación de los cubiertos que la guerrera había desplegado sobre la mesa.

—Bueno —Xena cogió un tenedor y lo puso en otra dirección—. En ese caso, pasas aquí parte de tu caballería. Tiene el mismo efecto que la otra disposición. Sigues protegiendo tu línea principal.

—Ah —la cazabacantes frunció el ceño y volvió a contemplar la mesa—. Pero y si...

—Eh, culo de bacante. Te estás poniendo demasiado seria. Estamos en una fiesta. Vamos a bailar —Amarice se levantó y apartó la silla, haciéndole un gesto a Kallerine para que la siguiera.

—Oh. Claro —la sorprendida cazadora siguió a la alta pelirroja hasta el círculo de tambores.

—¿Creéis que se está preparando otra conexión amorosa? —Gabrielle observó a las dos jóvenes amazonas mientras éstas empezaban a moverse al ritmo de la música.

—Que Artemisa nos asista si es así —gimió Chilapa—. Mira que son dos jóvenes con mucha personalidad. No me gustaría nada presenciar su primera pelea de enamoradas. Y detestaría tener que recoger los desperfectos después. Ahora, mi reina, si Xena, Rebina y tú me disculpáis, tengo que atender unos asuntos en mi cabaña.

—Chilapa, sean cuales sean esos asuntos, seguro que pueden esperar a mañana. No quiero que te pierdas la fiesta.

—Gabrielle —la regente se inclinó, apoyando una mano en la mesa—. Asuntos personales. Me espera una fiesta privada en mi cabaña —Chilapa guiñó un ojo—. ¿Me entiendes?

—Oh. Claro. Por supuesto —la bardo se sonrojó y la regente se dio la vuelta y dejó la zona de la ceremonia.

Xena se echó a reír y estrechó a su joven amante contra ella.

—Qué rica te pones cuando te aturullas.

Gabrielle le dio un manotazo a la guerrera en el muslo.

—Te voy a dar aturullamiento yo a ti. Más tarde.

—Eso espero.

Mientras la guerrera y la bardo seguían tomándose el pelo, Loisha se acercó a la mesa y pidió a Rebina que bailara con ella. Las dos tímidas amazonas se disculparon, dejando solas a la guerrera y a la reina en la mesa.

—Xena, no sabía que Chilapa se veía con alguien. ¿Tienes idea de quién es?

—No sé cómo se llama. Una rubita muy mona. Hoy las vi sentadas juntas durante el almuerzo y otra vez cuando estábamos combatiendo. Y hablando de rubitas monas, ¿quieres bailar conmigo?

—Oh. No hemos bailado juntas desde que rescatamos a Tara de esa aldea tan conservadora. Y eso era distinto.

—Sí. Muy distinto —la guerrera se inclinó y besó rápidamente a su amante—. Bueno, ¿bailas conmigo, por favor?

Gabrielle se levantó y arrastró a Xena de la mano hasta el círculo de tambores. Al llegar al borde exterior, la bardo se detuvo, vacilando un momento.

—Xena, no sé qué tal me va salir esto.

—Créeme, lo harás bien. Nos movemos muy bien juntas en otras situaciones, ¿no crees? —dijo la guerrera en tono grave y provocativo. Susurró al oído de Gabrielle—: Piensa en este tipo de baile como una versión en vertical de una idea horizontal. Mira a tu alrededor.

La bardo echó un vistazo a su alrededor, advirtiendo todos los cuerpos bien pegados.

—Oh. Ya entiendo lo que quieres decir.

Xena cogió a Gabrielle de las manos, tirando de ellas hasta que se apoyaron en los hombros de la guerrera. Luego puso sus propias manos sobre las caderas de la bardo y acercó a su amante, marcando un ritmo lento e hipnótico al son de los tambores. Gabrielle no tardó en olvidarse de pensar en sus movimientos y simplemente sintió la música, siguiendo a Xena mientras bailaban juntas perfectamente sincronizadas. Bailaron varias canciones más, algunas rápidas y otras lentas. La bardo iba adquiriendo confianza poco a poco y lo estaba pasando en grande.

De repente, el ritmo cambió a un compás mucho más sensual. La guerrera miró a su amante a los ojos y dio la vuelta despacio a la bardo hasta que la espalda de Gabrielle quedó pegada al pecho de Xena. La guerrera rodeó el estómago desnudo de la bardo con los brazos y emprendió un movimiento lento y sugerente de caderas contra el trasero de Gabrielle, apretando a su amante con fuerza contra ella. Xena agachó la cabeza y habló en tono seductor al oído de la bardo.

—Relájate. Fúndete conmigo, Gabrielle.

La bardo sintió un delicioso escalofrío que le recorrió el cuerpo y supo con toda certeza que de no haber sido porque Xena la sujetaba, le habrían fallado las piernas. Echó las manos hacia atrás y las colocó sobre las caderas de Xena, ayudando a guiarla en el baile. Se apoyó en la guerrera hasta que su cabeza descansó sobre un fuerte hombro. Xena volvió la cabeza y se puso a besar despacio a su amante mientras continuaban bailando. Sus lenguas iniciaron una exploración sin prisas mientras el baile se prolongaba varios minutos más.

Cuando los tambores empezaron a bajar el ritmo, Xena interrumpió el beso. Murmuró en un susurro ronco:

—¿Podemos volver ya a la cabaña?

—Estaba pensando justo lo mismo —la bardo se dio la vuelta y rodeó el cuello de la guerrera con los brazos y se mecieron juntas a medida que terminaba el baile. Gabrielle colocó las manos en el estómago desnudo de Xena y se aupó para darle otro beso—. Ooh, cómo me gustas con esta ropa de amazona. Hay más piel que tocar —la bardo hizo cosquillas en el ombligo expuesto de la guerrera.

Xena notó que se le contraían los músculos del estómago y no pudo esperar más. Levantó a su amante en brazos y se alejó con ella del círculo de tambores, cruzó el patio y entró en su cabaña. Cerró la puerta tras ella y Gabrielle sintió que el mundo giraba cuando le dio la vuelta y la depositó con cuidado en la cama. Y de repente se encontró debajo de una guerrera cálida y muy hambrienta, que estaba despojándolas a las dos rápidamente de su ropa.

—¿Vamos a tener una fiesta privada como Chilapa? —la bardo mordisqueó un poco de piel justo debajo de la oreja de la guerrera.

Xena se rió por lo bajo.

—Oh, sí. Todo esto, fuera —la guerrera tiró de la cinturilla de la ropa interior de la bardo, quitando el último trozo de tela que las separaba y lanzándolo al otro lado de la habitación con un leve movimiento de muñeca. Volvió a colocarse encima de su joven amante y capturó los labios de la bardo, gruñendo por lo bajo al sentir las manos de Gabrielle que se movían por su cuerpo, y empezaron a moverse juntas, esta vez al son de la música interna creada por la unión de sus almas.

La guerrera se movió y alargó la mano, tirando de las mantas para echarlas mejor por encima de su compañera y ella misma. Estaban en su postura de dormir más habitual, las dos boca abajo, Xena con la cara entre los omóplatos de la bardo y el brazo estirado a través de la espalda de Gabrielle y sobre uno de los brazos de la bardo. Un ojo azul se entreabrió en una rendija. Fuera seguía oscuro como boca de lobo.

Mmm. ¿Por qué me habré despertado? La guerrera cerró el ojo y escuchó atentamente un momento. Al no oír nada, suspiró, olisqueó la piel suave de su amante y se acomodó de nuevo para volver a dormir.

Gabrielle notó que su compañera se movía y se dio la vuelta hasta quedar boca arriba debajo de Xena.

—¿Ya es de día?

—No. Todavía faltan unas horas para que amanezca —dijo Xena con pereza.

—¿Ocurre algo?

—No. Todo está perfecto —la guerrera besó el hueco de la garganta de la bardo, que había quedado cómodamente situado justo debajo de su cara después de que Gabrielle se diera la vuelta. La bardo se echó para abajo hasta que sus labios se encontraron. Se dieron unos cuantos besos adormilados, mordisqueando despacio sin llegar a abrir los ojos—. Mmm. Recuérdame que me despierte más a menudo en medio de la noche por ningún motivo —ronroneó Xena.

Tras varios minutos de feliz pero soñoliento contacto, Gabrielle se apartó y se puso boca abajo. Xena se colocó de nuevo en la espalda de su amante y acarició distraída los pelillos del brazo de la bardo.

—Te quiero, Xena.

—Yo también te quiero, mi amor.

Volvieron a dormirse bien contentas.

Xena se despertó de nuevo. Esta vez los primeros rayos del amanecer entraban en la habitación formando delicadas bandas de luz. Salió con cuidado de debajo de las mantas y se puso una túnica gruesa y las botas. Le rugió el estómago y salió sigilosamente de la habitación andando de puntillas y dejó la cabaña rumbo al comedor. Dirigió la mirada a la zona de la ceremonia de la noche anterior y sonrió sacudiendo un poco la cabeza. Debajo de los árboles había unas cuantas amazonas sin sentido que no habían conseguido volver a sus cabañas después de la fiesta.

Gracias a los dioses que anoche tuve el sentido común de controlar mi consumo de vino , reflexionó Xena. Abrió la puerta del comedor y entró. Daria, la cocinera, había dispuesto una mesa de autoservicio con diversos tipos de desayuno. La guerrera cogió una bandeja y la llenó de varias cosas, con la intención de sorprender a su compañera con el desayuno. Miró al otro lado de la sala y vio a Amarice sentada sola a una mesa, bebiendo té caliente y mirando distraída al vacío. Xena se acercó y se sentó frente a la alta pelirroja.

—Buenos días, ¿lo pasaste bien en la fiesta de anoche?

Amarice dio un respingo.

—Xena. Dioses, me has dado un susto.

—¿Que te he dado un susto? Me has tenido a la vista todo el tiempo mientras venía hacia aquí.

—Ah. Lo siento. Supongo que estaba distraída.

—Evidentemente. ¿Estás bien?

—Sí —la amazona sonrió—. Al menos eso creo.

Xena ladeó la cabeza y observó a la chica.

—¿Estás segura?

—Xena, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Puedes preguntar, pero a lo mejor no te contesto. Dispara.

—¿Qué sentiste la primera vez que besaste a Gabrielle?

La guerrera reprimió una sonrisa.

—¿Esto tiene algo que ver con Kallerine?

Amarice se sonrojó.

—Mm. Sí.

—¿Tu primer beso?

—No. Bueno, con ella sí. Y creo que para ella ha sido el primero de su vida.

—Ah. ¿Y cómo fue?

Amarice sonrió y la cara se le tiñó de un tono sonrosado.

—Muy agradable. Pero ahora tengo miedo de que cuando la vea, me ponga toda tímida y estúpida.

—Ya. ¿Por qué piensas eso?

—No lo sé. Es que me siento distinta.

—Amarice, sentirte distinta está bien. Lo más seguro es que ella sienta lo mismo. Sé tú misma y si te apetece, háblalo con ella. Mejor aún, bésala otra vez. Si sigue siendo agradable para las dos, pues adelante. Id despacio y día a día. Sólo el tiempo dirá si las cosas pueden progresar entre las dos. Pasad tiempo juntas y divertíos. Y no os toméis las cosas demasiado en serio. Las dos sois jóvenes. Ahora me parece que el tema de nuestra conversación viene hacia aquí, así que voy a volver a la cabaña de la reina. No te preocupes. Todo irá bien.

—Xena, gracias.

—No hay de qué —la guerrera dio una palmadita en el hombro a la alta amazona y luego fue a la puerta y pasó al lado de Kallerine, que estaba perdida en sus fantasías—. Buenos días, Kallerine.

—¿Eh? Oh. Buenos días, Xena. ¿Verdad que hace un día precioso? —la cazadora tenía una expresión de lo más boba en la cara.

—Sí. Precioso —la guerrera se quedó mirando divertida cuando Kallerine vio a Amarice y unas sonrisas idénticas les iluminaron la cara. Sí. Creo que todo va a ir muy bien. Amor adolescente. Que los dioses me impidan volver a tener esa edad. Claro, que supongo que a mí también se me pone esa misma cara de boba cuando veo a Gabrielle, ¿no? Xena cruzó el patio y entró en su cabaña.

—Me estás acostumbrando muy mal —la bardo se metió el último bocado de un tercer bollo en la boca y se lamió los restos de azúcar de los dedos.

—Ése es el plan. Quiero que seas feliz —sonrió Xena, cogiendo otro bollo para sí misma.

—Soy muy feliz, así que tu plan está funcionando.

—Bien. Bienvenida al hogar, Gabrielle.

La bardo se reclinó, recostándose en la recia madera de la silla donde estaba sentada, y suspiró.

—¿Lo estamos, Xena?

—¿Que si estamos qué?

—En nuestro hogar.

La guerrera se quedó callada un momento, alargando la mano por encima de la mesa para coger la de la bardo.

—Gabrielle, tú eres mi hogar.

—Yo siento lo mismo, Xena. A veces el hogar no es un sitio, sino una persona.

—Cierto. Pero sí. En lo que se refiere a la situación física, estamos en nuestro hogar. Durante el tiempo que necesitemos que lo sea. Durante el tiempo que las amazonas necesiten que estemos, que estés, aquí.

—Xena, gracias. Pero esto es cosa de dos. No se trata sólo de mis necesidades. Se trata también de las tuyas. Si llega un día en que no puedes soportar más estar en esta aldea, dímelo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Supongo que no puedo esperar que vaya a ser un trabajo fácil, ¿verdad?

—Gabrielle. Piénsalo. Tú. Yo. Amazonas. Hasta ahora esa combinación ha sido un caos. Ahora estamos a punto de incluir en la mezcla a Bruto y el imperio romano. Se me ocurren varias descripciones que vienen al caso, pero te aseguro que "fácil" no es una de ellas.

La bardo se mordió el labio y sonrió.

—Nuestra vida nunca va a ser aburrida, ¿verdad, Xena?

Los ojos azules la miraron risueños.

—En un mundo lleno de incertidumbres, Gabrielle, ésa al menos es una de las pocas cosas que te puedo garantizar.

Mientras se ponían a hablar de la próxima cumbre para firmar el tratado, dos figuras invisibles las miraban desde el Olimpo.

—Bueno, Ares. ¿Estás dispuesto a trabajar conmigo en lugar de contra mí?

El dios de la guerra se cruzó de brazos y se acarició despacio la barba con una mano.

—¿Acaso tengo elección, Artemisa?

—Por supuesto que la tienes, pero seamos francos, mi mortal preferida y tu mortal preferida me parecen de lo más inseparable. ¿No sería más fácil estar del mismo lado en lugar de empeñarte contantemente en intentar salirte con la tuya?

—Al menos mi preferida sólo es medio mortal.

—Da igual, hermano querido. No me refiero a eso. Venga, te encanta ver a Xena luchar, aunque no sea necesariamente por una de esas causas tuyas. ¿Tengo o no tengo razón?

El dios oscuro frunció los labios y luego dejó que se le dibujara una sonrisa en la cara.

—Sí. Eso es cierto.

—Bueno, pues Gabrielle va a dirigir a mis amazonas y aunque es una buena luchadora, no es una guerrera. Va a necesitar a alguien con la habilidad táctica de Xena.

—Cierto.

—Eso quiere decir que de vez en cuando Xena se va a ver envuelta en alguna que otra batalla. ¿No te gustaría verlo?

—Sí. Me gustaría.

—Bueno, ¿qué dices? ¿Podemos hacer una tregua y emplear nuestros poderes para ayudarlas a trabajar juntas? —la diosa le ofreció el brazo.

Tras un breve debate interno, Ares alargó despacio la mano y se lo estrechó.

—Vale, hermana, por ahora trabajaré contigo.

—Ares, éste va a ser el comienzo de una bella relación.

FIN