16 de marzo xv

Gabrielle llega a la aldea amazona. y empieza a desempeñarse como reina. que sucedera con las amantes

El 16 de marzo

Linda Crist

—Creía que habías dicho que esto no iba a ser un preludio para otras actividades —murmuró la bardo en estado de letargo, sin molestarse en abrir los ojos.

—No lo es, amor. Sé que estás cansada —la guerrera terminó de quitarle la camisa, se colocó a horcajadas encima de Gabrielle y se puso a masajear los músculos del cuello, la espalda y los hombros de la bardo.

—Oh, Xena. Es maravilloso. Tienes dedos mágicos.

La guerrera, sin que la viera, enarcó una ceja ante este último comentario, riendo por dentro por el doble sentido. Tal vez mañana por la noche podría demostrar el pleno poder de esa magia. Gabrielle siguió gimoteando, soltando pequeños murmullos de placer hasta que poco a poco se fueron transformando en una respiración más profunda. Para cuando Xena terminó de masajear los músculos doloridos por el viaje, la bardo estaba profundamente dormida.

La guerrera se inclinó y sonrió al ver a su compañera dormida, con una cara que era la viva imagen de la paz. Notó que su pulso se calmaba como respuesta, al tiempo que las preocupaciones del día y del encuentro con Bruto se le iban quitando de encima. Xena todavía no tenía ganas de dormir, por lo que se levantó y tapó el cuerpo medio desnudo de su amante con la piel de encima. Se acercó a la hoguera y atizó el fuego y luego fue a ver a los caballos por última vez.

—Hola, chica —la guerrera peinó con los dedos la crin de Argo, desenredando unos cuantos nudos—. ¿Estás preparada para vivir en la aldea amazónica?

La yegua dorada empujó el estómago de Xena.

—Sí. Yo también. Te voy a decir una cosa. Sé que no te gusta nada estar encerrada en un establo todo el tiempo, así que de día te soltaré, siempre y cuando me prometas que volverás por la noche. Me sentiría mejor si estuvieras a cubierto por las noches. ¿Trato hecho?

Argo relinchó suavemente.

—Estoy un poco nerviosa con eso de vivir con las amazonas. Hace mucho tiempo que no formo parte de una comunidad, aparte de mi ejército. Y entonces estaba al mando. Espero poder adaptarme. Pero Gabrielle lo desea muchísimo. Y se lo merece. Estuvo increíble en la batalla contra Pompeyo. Hace mucho tiempo que es reina. Ya va siendo hora de que gobierne de verdad. No saben la suerte que tienen. Seguro que va a ser la mejor reina que han tenido jamás. Gab es una pensadora. No tomará decisiones a lo loco. Y sólo luchará como último recurso. Seguro que también va a ser bueno para mí. Podré concentrarme en algo que no sea sólo luchar y conseguir comida.

La yegua olisqueó el brazo de Xena.

—Gabrielle... ha sido difícil darle de comer. Ha habido veces en que sé que no he encontrado lo suficiente para llenarla de verdad. Eso me dolía. Nunca decía nada, pero cuando nos dormíamos, oía cómo le rugía el estómago. No me gustaba nada saber que se iba a la cama con hambre. Eso solía ocurrir en invierno. Ahora siempre podrá conseguir comida en el comedor de las amazonas. Es la reina. Le darán todo lo que quiera.

La guerrera suspiró y regresó a las pieles de dormir. Se quitó la armadura y dejó la espada en el suelo junto al petate. Despacio, para no despertar a su compañera, retiró la piel de encima y se metió debajo, suspirando al sentir el cálido contacto de la piel y la bardo contra su cuerpo. Gabrielle estaba boca abajo y Xena se colocó en su postura preferida, boca abajo entre los omóplatos de la joven, echando el brazo sobre la espalda de la bardo. Volvió la cara y besó ligeramente la piel suave de la espalda de su amante y luego se unió a Gabrielle en el sueño.

La guerrera y la bardo habían viajado todo el día a marchas forzadas y ya llevaban varias marcas en territorio amazónico. Los sensibles oídos de Xena habían captado el ruido de las centinelas externas, pero todavía no había habido señales verbales y no había aparecido ninguna amazona. Sonrió y detuvo a Argo, esperando a que Gabrielle y Estrella, que iban varios pasos por detrás, las alcanzaran.

La bardo se acercó, luchando con la ropa de cuero amazónica que se había puesto por la mañana. Xena y ella lo habían hablado y, dado que Gabrielle regresaba para gobernar la nación, habían decidido que debía ponerse el atuendo ceremonial completo de la reina, incluidos guanteletes, brazales, plumas en el pelo, pendientes, gargantilla y el anillo con el sello de la reina. Llevaba la espada de Ephiny envainada en la cadera izquierda y la vara iba sujeta al costado de Estrella, bien visible. Lo único que faltaba era la máscara de la reina, que estaba a buen recaudo en su cabaña de la aldea amazónica. Gabrielle había decidido dejar claro el mensaje de que iba muy en serio y que esto no era una visita social. Venía para quedarse.

—¿Cuánto crees que va a tardar en aparecer una escolta?

—No lo sé. Llevan dos marcas observándonos.

—¿Sí?

—Sí. Hemos pasado cuatro de sus puestos avanzados. Falta como una marca para que lleguemos a las puertas de la aldea, así que yo diría que ya se ha corrido la voz de que vienes de camino. Creo que esa escolta va a llegar... —Xena se detuvo, ladeando la cabeza—. Pues ahora mismo, en realidad.

Las dos mujeres desmontaron, sacaron las espadas y clavaron la punta de las armas en el suelo blando delante de ellas. Con un movimiento ágil, las dos alzaron las manos por encima de la cabeza, uniendo las manos para hacer la señal amazónica de la paz. De repente, cuatro amazonas descendieron rápidamente por unas cuerdas desde los árboles hasta el suelo, todas ellas con máscaras de plumas. Tres de ellas se quedaron de pie, desenvainando la espada y colocándola cruzada sobre el pecho y por encima del hombro. Una se adelantó y se arrodilló ante Gabrielle, cruzándose también el pecho con la espada como saludo.

—Mi reina. Bienvenida a casa.

—Puedes alzarte —Gabrielle dio un paso al frente.

La mujer se levantó y poco a poco se echó hacia atrás la máscara hasta colocársela encima de la cabeza y sonrió.

—¡Chilapa! —la bardo y la regente se abrazaron un momento.

Las otras tres amazonas también se echaron las máscaras hacia atrás, revelando a las sonrientes Amarice, Kallerine y Eponin.

—Hola, Xena —Pony, como llamaban afectuosamente a Eponin sus amigas, se acercó a la guerrera y le dio un puñetazo de broma en el brazo. Xena se dio cuenta sorprendida de que el hecho de que permitiera tal cosa a Pony era buena prueba de su amistad. Gabrielle, Toris y su madre eran las únicas otras personas que podían invadir su espacio personal de esta manera y eran su familia. Sí. Gabrielle es parte de mi familia. Una sonrisa leve, casi indetectable, bailó por la cara de la guerrera.

—Hola, Pony. Cuánto tiempo.

—Sí. Tenemos que contarnos muchas cosas. Además, tengo que ver si todavía puedes darme una paliza con prácticamente todas las armas que tengo.

La guerrera suspiró. Siempre tengo que demostrar mi valía antes ellas.

—Ya veremos —retiró la espada del suelo y la volvió a meter en la vaina que llevaba a la espalda—. ¿Me dejarás al menos que coma y me dé un baño caliente antes de ir al campo de entrenamiento?

—Claro. Además, Chilapa y el consejo han preparado una pequeña ceremonia de bienvenida para mañana por la noche. Y supongo que Gabrielle y tú necesitaréis algo de tiempo para instalaros de aquí a mañana.

El grupo iba andando por el camino y Xena y Gabrielle llevaban a Estrella y Argo por las riendas. Chilapa iba por fuera al lado de la bardo, mientras que Eponin iba al lado contrario junto a la guerrera. Amarice iba en cabeza del grupo y Kallerine en retaguardia. Chilapa, en voz baja, iba poniendo a Gabrielle al tanto de los asuntos de la aldea, mientras Pony y Xena intercambiaban historias de combates y la maestra de armas oía la historia de la crucifixión de labios de la guerrera.

—Chilapa, ya he emprendido acciones antes de llegar aquí.

—Ah. ¿Y de qué se trata?

—Ayer nos encontramos con Bruto.

La regente enarcó las cejas y tomó aliento sorprendida.

—¿En serio?

—Sí. Fue muy incómodo, pero el resultado ha sido un principio de acuerdo de paz entre las amazonas, Roma, Potedaia y Anfípolis. Voy a tener que reunirme un momento con el consejo mañana por la mañana para hablar de ello. Si pudieras encargarte de convocar la reunión, te lo agradecería.

—Pero claro. Es una buena noticia. Creo que a la mayoría del consejo le parecerá bien.

—¿A la mayoría del consejo?

—Gabrielle, no te voy a mentir. Siempre hay facciones. Y como de costumbre, algunas de las amazonas de más edad dudan de tu capacidad para gobernar. Algunas todavía te ven como la persona que depuso la vara y no quiere luchar. He intentado explicarles los cambios que he visto, pero cuesta convencerlas. Y por desgracia, algunas están en el consejo.

—Bueno, por ahora voy a mantener intacto el consejo tal y como está. Pero que no se equivoquen. No soy una cobarde. Y ahora sí que lucho si tengo que hacerlo. Siempre escucharé las sugerencias razonables de cualquiera que desee hablar conmigo. Y de verdad que me refiero a cualquiera, desde la más vieja de las ancianas hasta las niñas. Pero no voy a tolerar la desobediencia. Si tengo que hacerlo, sustituiré a cualquier miembro del consejo que me dificulte en exceso el gobierno de la nación.

—Ya —Chilapa observó a la mujer madura que caminaba a su lado, apreciando la seguridad de su porte, la espada y los sais pulcramente metidos en las botas. Efectivamente, ésta ya no era una jovencita aldeana de Potedaia. Ésta era la reina. La reina que había domado a la Destructora de Naciones. Una hazaña que nadie más en el mundo había logrado. Una guerrera a la que nadie más en el mundo podía acercarse. Pero Gabrielle podía y lo había hecho. Si podía hacer eso, ¿qué no podría hacer?

Al aproximarse a las puertas de la aldea, Gabrielle se detuvo.

—Voy a entrar a caballo.

La guerrera y la bardo intercambiaron una mirada de entendimiento. Gabrielle se montó en Estrella y Xena subió a la silla de Argo. Con una rara muestra de sumisión, la guerrera se colocó a varios pasos por detrás de su compañera. Chilapa y Amarice caminaban delante de Estrella y Kallerine y Eponin iban detrás de Argo, formando una escolta protectora ceremonial. Al entrar por las puertas, la bardo enderezó los hombros sin darse cuenta y mantuvo la cabeza en alto. Casi toda la aldea se había congregado para su llegada y bordeaba el sendero a ambos lados, mirándola en asombrado silencio.

Llegaron al centro de la aldea y Chilapa subió al pequeño estrado. Señaló a Gabrielle haciendo un arco con el brazo.

—¡La reina ha regresado para gobernar la nación! —su anunció resonó con fuerza y fue seguido de un aplauso aún más atronador mezclado con vítores cuando las amazonas dieron la bienvenida a su reina.

Gabrielle desmontó y se reunió con su regente en el estrado. Carraspeó y miró a su alrededor.

—Gracias. Me dirigiré a todo el mundo mañana por la noche en la ceremonia, pero por ahora, mi... —hizo una pausa, poniendo en orden sus ideas—. Mi consorte y yo nos vamos a instalar en mi cabaña —sonrió a Xena, quien estuvo a punto de quedarse boquiabierta ante el osado reconocimiento de su relación por parte de su amante. Todo el mundo se habría dado cuenta bien deprisa, pero la guerrera sabía lo que intentaba hacer Gabrielle. Dejar bien claro que estaban juntas y que nadie lo iba a poner en entredicho. Y menos cualquier miembro del consejo que deseara negar la residencia a la guerrera en la aldea amazónica. La expresión de Xena se mantuvo estoica, pero Gabrielle captó una ligerísima chispa risueña en los claros ojos azules.

Mientras las habitantes se dispersaban y la bardo bajaba del estrado, Eponin se acercó a Argo y levantó la vista para mirar la inocente expresión de la guerrera.

—Perra tramposa. Hemos estado un buen rato charlando y ni se te ha ocurrido comentarme que por fin estabais juntas.

—No me lo has preguntado.

—Bueno, eso es cierto. Habéis sido sólo amigas tanto tiempo que ya había renunciado a veros juntas. ¿Y cuándo ha ocurrido?

—Ha sido algo gradual, Pony. Llevamos enamoradas mucho tiempo. Pero no nos lo confesamos mutuamente hasta después de la crucifixión.

—Vaya, vaya, que me aspen. Felicidades. Está bien ser reina.

Xena se inclinó en la silla hasta colocar la cara justo por encima de la cabeza de Pony.

—No puedo hablar por la reina, pero sí que te puedo decir que está muy, pero que muy bien ser yo —meneó una ceja y lanzó una rápida mirada a su amante, que se acercaba despacio a ellas, rodeada de una pequeña cantidad de amazonas—. Claro, que tampoco he tenido quejas.

—Qué perra —Pony dio una manotazo a la guerrera en la pierna.

Gabrielle se acercó justo a tiempo de ver dicho manotazo. Paseó la mirada de una mujer a otra. Xena tenía expresión satisfecha y Pony estaba algo colorada. Recordó los líos en los que eran capaces de meterse su compañera y la maestra de armas, en una constante batalla amistosa de egos, habilidades y fuerza. Suspiró.

—No quiero ni saberlo —la bardo apoyó una mano pequeña en la misma pierna que había recibido el manotazo, acariciando sin darse cuenta los fuertes músculos del muslo—. Xena, vamos a instalarnos. Necesito un baño. Y la cena se sirve dentro de una marca.

Xena se despertó pero siguió con los ojos cerrados, mientras confirmaba que se encontraba en una cama comodísima, salvo por una cosa. Estaba boca abajo con la cara en una almohada y el brazo estirado sobre el colchón. Palpó alrededor con el brazo.

—¿Gabrielle? —farfulló la guerrera adormilada. Xena abrió los ojos de golpe. La bardo no estaba. Xena se sentó, echó las largas piernas por el borde de la cama y se levantó, torciendo la espalda de un lado a otro y oyendo los satisfactorios crujidos a medida que se le colocaban bien las vértebras.

Fue a la puerta del baño y asomó la cabeza por la esquina.

—¿Gabrielle?

No hubo respuesta. Xena entró en la sala de estar y vio una nota que alguien había dejado bien visible en medio de la mesa junto con una bandeja de desayuno. La guerrera sonrió y se dejó caer en una silla, frotándose los ojos mientras se acostumbraba a la brillante luz del sol que entraba a raudales por la gran ventana. Desenrolló el pergamino y cogió un bollo que se dispuso a comer con satisfacción mientras leía.

Hola. Estabas durmiendo tan bien cuando me he levantado que no he querido despertarte. Disfruta del desayuno. He intentado escoger cosas que sé que te gustan. Tengo que ocuparme de un asunto, así que he desayunado temprano. Después, iré derecha a la reunión del consejo, así que supongo que te veré a la hora de comer. Y Xena, sé que Eponin y tú tenéis planeada una sesión de entrenamiento después de desayunar. Xe, por favor, intenta no matarla o incapacitarla. Está en el consejo y es una de mis más firmes aliadas. Además, Eponin y Raella se han hecho pareja desde la última vez que estuvimos aquí y no quiero que se enfade contigo también. Te quiero. Gabrielle.

La guerrera frunció el ceño mientras cogía una manzana y la mordía, salpicando la mesa de zumo con los afilados dientes. ¿De qué tenía que ocuparse tan temprano y por qué no me lo dijo anoche? Bueno. Supongo que ya me enteraré a la hora de comer. Espero que esté bien. Xena intentó controlar los impulsos excesivamente protectores que le corrían por las venas, deseando poder asistir a la reunión del consejo. Sabía que la bardo estaba nerviosa al respecto.

Terminó de desayunar y entró en el baño para lavarse la cara. El baño de la cabaña de la reina era una genialidad. La gran bañera redonda estaba incrustada en el suelo de modo que no había que pasar por encima del borde, sólo había unos escalones que bajaban hasta la bañera. Había tres grandes chimeneas para que siempre hubiera suficiente agua caliente para llenar la bañera. En unos estantes del suelo al techo había pilas de toallas limpias y paños para lavarse, así como varios tipos de aceite para el baño y jabón. Lo más impresionante era que parte del techo se podía recoger con una manivela, para poder ver el cielo mientras uno se bañaba. Xena y Gabrielle habían pasado un buen rato juntas en la bañera la noche antes, contemplando las estrellas, abrazadas la una a la otra sumergidas en el agua caliente y humeante.

Después de lavarse la cara en una palangana colocada sobre una plataforma de mármol, la guerrera se puso la túnica de cuero y la armadura, se calzó las botas y se aseguró de que tenía todas sus armas en su sitio. Se miró en el espejo que colgaba de la pared encima de la palangana y se pasó los dedos por el largo cabello negro. Se detuvo un momento, examinándose la cara. Tenía los rasgos un poco más marcados de lo que recordaba, pues en los últimos años había perdido algo de grasa, sustituyéndola por músculos esbeltos. No era que no hubiera estado en forma. Sólo que los entrenamientos extra con Gabrielle le habían producido más musculatura.

Cuando Xena pensó en la bardo, vio en el espejo una sonrisa involuntaria que le bailaba en la cara y en sus ojos se formó una chispa risueña claramente visible. Se le sonrojaron un poco las mejillas y se echó a reír. Ah, sí. Me ha dado fuerte. ¿Tengo este aspecto cada vez que pienso en ella? Oh, dioses. En esta aldea, eso me podría costar muchas burlas si no lo controlo. La guerrera lo pensó un momento y por fin se encogió de hombros. Si estar enamorada le hacía sentirse así de bien, decidió que le daba igual lo que pensara el resto del mundo. Además, se daba cuenta de que sus sentimientos por Gabrielle eran ya algo muy por encima de su capacidad de control.

Salió de la cabaña y se dirigió al campo de entrenamiento, saludando con la cabeza a diversas amazonas al pasar. Algunas sonreían, las que conocía de encuentros pasados. Algunas de las más jóvenes se ruborizaban y apartaban la mirada con timidez. Algunas ancianas permanecían absolutamente impasibles. Ay ay. Creo que no todo el mundo se va a alegrar de tener a la antigua Destructora de Naciones viviendo en su aldea , reflexionó Xena. Espero que no le causen demasiadas dificultades a Gabrielle en la reunión de esta mañana.

—Hola, Xena. Llevo casi una marca esperándote. ¿Dónde estabas? ¿Te estás ablandando? No es propio de ti dormir hasta pasado el amanecer —Pony abrió el portillo del campo de entrenamiento para la guerrera, dándole un manotazo de broma en el hombro.

—Por favor, Pony. Anoche no dormí mucho.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta la cama de la cabaña de la reina? Me parece que después de dormir todo el tiempo en el suelo, cualquier cama te parecería mejor.

—La cama está bien. Es la reina la que me tuvo despierta.

—¿Eh?

Xena enarcó una ceja y sonrió.

—Ah. Aaahhhh —Eponin sonrió con sorna—. Por los dioses, Xena. Ya veo que mi reputación en esta aldea se va a poner en entredicho en terrenos que van más allá del patio de armas.

—No es una competición, Pony. No cuando se trata de Gabrielle.

La maestra de armas se acercó más, observando el rostro y los ojos de la guerrera.

—Esto no es sólo lujuria, ¿verdad, Xena?

—No —firme. Segura. Sin vacilar.

—El amor te sienta bien, amiga mía.

La guerrera se miró los pies, colorada como un tomate. Soltó un largo suspiro y levantó la mirada.

—Bueno, Pony. ¿Qué quieres hacer primero?

—He pensado que entrenáramos un poco con los chobos. No te he visto usarlos desde que luchaste con Melosa hace más de cuatro años.

—Vale. Vamos allá.

Gabrielle subió los empinados escalones de granito que llevaban al templo de Artemisa. Había muchos templos dedicados a la diosa de la caza por toda Grecia. Sin embargo, era la diosa patrona de la Nación Amazona y había un templo en el extremo norte de la aldea para poder hacer ofrendas con frecuencia y facilitar las consultas con la diosa.

La bardo abrió de un tirón las grandes puertas de madera labrada y entró en el templo, bien consciente del eco que producían sus pisadas en las altas paredes con cada paso que daba por el liso suelo de baldosas. Por lo demás, el templo estaba en absoluto silencio. Había bellas pinturas de escenas del bosque en dos paredes y unos cuantos bancos de mármol con cojines diseminados aquí y allá. En el frente había un gran altar de madera situado sobre una tarima en el que estaba colocada una intrincada estatua de mármol de la diosa. A los pies de la estatua había una larga mesa baja de madera en la que había varias velas encendidas. Gabrielle encendió una vela, depositó un ramo de flores en la reluciente madera pulimentada y retrocedió un paso, arrodillándose sobre un almohadón en el suelo delante de la estatua y agachando la cabeza.

Gabrielle suspiró y luego dio un respingo, cuando ante ella apareció una nube reluciente y se materializó Artemisa. La bardo permaneció en silencio, esperando a que la diosa le hablara. Sintió una ligera descarga de adrenalina y notó que le temblaban un poco las manos. Las juntó con fuerza en el regazo, obligándolas a estarse quietas.

—No me tengas miedo, Gabrielle —la diosa se sentó al borde del altar, con los pies a meros centímetros de las rodillas de la bardo. Alargó la mano y acarició una vez la cabeza rubia de Gabrielle—. ¿Qué deseas de mí?

—He... he venido a pedirte consejo. He decidido ser reina en activo de la Nación Amazona, en lugar de ser reina sólo de nombre. Nunca he sido dirigente de nada. He pensado que tú podrías orientarme.

Artemisa sonrió.

—Gabrielle, eres una dirigente. Una dirigente nata. Diriges a una formidable guerrera por el corazón y has conseguido hacerlo sin planteártelo siquiera. Simplemente has seguido los dictados de tu propio corazón. Eres mi elegida. Del mismo modo que Xena es la elegida de Ares. Llevo tiempo observándote y me satisface que hayas decidido asumir un papel activo.

—¿Sí?

—Sí. Gabrielle, ¿acaso crees que fue mera casualidad que estuvieras allí cuando murió Terreis? ¿Que fue casualidad que intentaras protegerla?

—La verdad es que nunca lo he pensado.

—Pues no lo fue. Llevo observándote desde que eras niña. Te elegí para que dirigieras a mis amazonas. Cuéntame lo que has hecho en los últimos años.

—¿No lo sabes?

—Claro que lo sé. Sólo que deseo oír tu versión de los hechos.

La bardo puso en orden sus ideas y luego se lanzó a hablar de su encuentro con Xena, sus primeros viajes, Pérdicas, Esperanza, la pérdida de su inocencia de sangre y el horrible cisma entre Xena y ella y la resolución de ese cisma. Habló de su viaje espiritual por la India y de la crucifixión. Durante todo el relato, la diosa se limitó a sonreír y a asentir en los momentos apropiados.

—¿Y qué has estado haciendo desde la crucifixión?

—Pues Xena y yo teníamos que ocuparnos de un montón de cosas y ya hemos atado prácticamente todos los cabos sueltos. Ahora vivimos juntas en la aldea amazónica. Y estamos muy enamoradas.

—Sí. Hasta mi hermano Ares ha reconocido de mala gana que no hay forma de romper la conexión entre Xena y tú.

—Ares. Recuerdo esa vez en que fue mortal por un tiempo cuando Afrodita encantó mis pergaminos. Él y yo casi nos hicimos amigos. Pero la mayor parte del tiempo, me da miedo. Me da miedo la influencia que tiene sobre Xena. En el fondo de mi corazón sé que ella ha cambiado y él me dijo que ha renunciado a intentar separarnos. Pero una parte de mí no confía en él. Artemisa, ¿Ares quiere a Xena? Es decir, ¿como un padre querría a su hija? ¿Ares es capaz siquiera de sentir amor?

—Sólo Ares sabe lo que siente. Te puedo decir que la observa todo el tiempo. Y ha intervenido para protegerla en muchas ocasiones. Es mi hermano, pero no lo conozco muy bien ni lo comprendo. Sabes, Gabrielle, cuando Xena y tú estabais colgadas de esas cruces, Ares vino a mí y lloró. Yo también. Zeus no nos dejó ayudaros. Dijo que había un plan superior. Creo que ya sabes cuál era ese plan, ¿verdad?

—¿Xena y yo teníamos que ir a los Campos Elíseos para descubrir lo que sentíamos la una por la otra y confesárnoslo?

—Sí.

—Artemisa, ¿mi relación con Xena va a dificultar que gobierne a las amazonas? Algunas no sienten mucho cariño por ella. Sobre todo las que la vieron sacarme a rastras de la aldea en aquella ocasión. Y las que conocen su ataque contra las dirigentes de las amazonas del norte hace ya tanto tiempo.

—No. Xena y tú sois un equipo. Un equilibrio perfecto. Ella será una gran ventaja para ti a la hora de gobernar. No tengas miedo de consultarla ni de escuchar sus consejos. Es una mujer muy inteligente.

—Lo sé —sonrió la bardo.

—Gabrielle, el hecho de que Xena y tú estéis juntas tampoco es casualidad. Aunque tardé cuatro años en conseguir que Afrodita interviniera y que Ares se apartara. Te elegí porque no creciste en la aldea amazónica. Te elegí porque eres inteligente. Y valiente. Y dispuesta a aprender cosas nuevas. Y porque actúas usando el corazón además de la cabeza. Las amazonas necesitan a alguien que tenga un punto de vista objetivo. Y que tenga la amplia experiencia que tú posees. Te uní a Xena para ayudarte a crecer. Tus viajes con Xena te han puesto en contacto con muchas culturas, religiones e ideas diferentes. Esas experiencias te han dado una base muy amplia en la que apoyarte a la hora de tomar decisiones. Gabrielle, toda tu vida se ha encaminado a este preciso momento. Ha llegado el momento de que gobiernes a mis amazonas y vuelvas a convertirlas en una sociedad estable y floreciente.

—¿Cómo? ¿Cómo lo hago?

—No necesitas que yo te dé indicaciones. Haz lo correcto, Gabrielle. Sé fiel a ti misma y todo lo demás irá encajando en su sitio. He oído tus pensamientos e ideas. Son muy buenos. Ponlos en práctica e irás en la dirección adecuada. Y también mis amazonas.

—Ah —Gabrielle se miró las manos en el regazo durante un momento—. Artemisa, has dicho que me uniste a Xena para ayudarme a crecer. Estoy convencida de que Xena y yo hemos estado juntas en vidas pasadas y que estaremos juntas en vidas futuras. Averiguamos muchas cosas al respecto en la India. ¿Vamos a estar juntas para siempre?

—Sí —Artemisa bajó la mano y la puso en la mejilla de la bardo, levantándole la cara para que la diosa pudiera mirar los ojos verdes de la reina—. El crecimiento es un proceso que dura la vida entera, Gabrielle. También necesito que sigas ayudando a Xena a crecer. Puede que no sea una amazona. Al menos todavía no. Pero lo será —a Gabrielle se le pusieron los ojos como platos y sofocó una exclamación al oír la revelación. La diosa sonrió ante la reacción de la reina—. En muchos sentidos, ya la considero una de las mías. Por lo menos hasta donde me lo permite Ares. En el fondo, Xena es una amazona. Gabrielle, tu futuro, el futuro de Xena y el futuro de mis amazonas están fuertemente interrelacionados. Hay muchas más cosas de tu futuro con Xena que no te puedo revelar. Por ahora, ve, sabiendo que tienes mi bendición como reina de mis amazonas. Y que Xena tiene mi bendición como tu consorte de por vida. Pero Gabrielle, no presiones a Xena. Dale tiempo. Cuando esté preparada para unirse a la nación, te lo hará saber. Y cuando esté preparada para formalizar su relación contigo, deja que sea ella quien lleve la voz cantante. Lo necesita.

Gabrielle miró solemnemente a los ojos de la diosa. Dejó que las últimas palabras calaran en su interior y le entró una tremenda sensación de maravilla al pensar en la posibilidad de tener un compromiso formal con Xena. Cerró los ojos y respiró hondo.

—Gabrielle, ¿hay algo más que pueda hacer por ti?

—Bueno —la bardo se mordió el labio inferior—. Artemisa, cuando Eli nos resucitó a Xena y a mí de entre los muertos, bueno, incluso antes de eso, cuando Xena y yo estábamos en aquella celda romana esperando para morir, decidí que mi compromiso principal en la vida sería con Xena. Había buscado en todas partes para encontrar sentido a mi vida y lo había tenido a mi lado todo el tiempo. Eso me quedó clarísimo cuando Xena estaba tirada indefensa en esa fortaleza romana y yo era la única que podía salvarla. De repente me di cuenta de que el camino del amor necesitaba un objeto y que para mí Xena era el objeto de mi amor. Eso sigue siendo cierto. Si llega un día en que tenga que elegir entre las amazonas y Xena, tendré que elegir a Xena. Es la otra mitad de mi alma. No puedo imaginar la vida sin ella.

—Gabrielle, si llega el día en que tengas que tomar tal decisión, la respetaré. No tendrás la menor oposición por mi parte. El amor es la fuerza más poderosa del mundo. Del inframundo también, a decir verdad. Ni se me ocurriría interponerme entre Xena y tú. ¿Algo más?

—No.

—Entonces ve con confianza, mi reina. Si me necesitas, aquí estoy.

—Gracias, Artemisa.

—Y gracias a ti, Gabrielle, por preocuparte por mis amazonas —la diosa se desvaneció en una nube reluciente y la bardo tuvo que parpadear por el brillante destello que la acompañó. Gabrielle miró a su alrededor y luego dejó solemnemente el templo para enfrentarse a su primera reunión formal del consejo.

Ya estaba avanzada la mañana y los miembros del consejo se dirigían despacio a la cámara del consejo, que se encontraba en una sala adyacente al comedor principal. Gabrielle estaba sentada a la cabecera de la mesa central, leyendo un pergamino en el que había escrito un guión para la reunión. Levantó la mirada en el momento en que Eponin entraba en la sala. La bardo miró a la amazona de más edad y se encogió. Ay.

Una serie de magulladuras de un fuerte color morado y azul bajaba por la parte externa de la pierna derecha de la maestra de armas. Otro moratón daba más color a su mejilla izquierda y Gabrielle estaba segura de que los puntos que lucía Pony en el hombro izquierdo no habían estado allí el día anterior. Eponin cojeaba de la pierna derecha. Al volverse para sentarse, la bardo advirtió que las tiras que normalmente sujetaban la vaina de Pony a su espalda habían sido cortadas limpiamente, dejando tan sólo unos trozos de cuero colgantes. Ohhh. Muy bueno, Xena. Bueno, al menos me ha hecho caso. Pony está aquí y está coherente. La bardo sonrió a la amiga de Xena. Eponin la miró a su vez con el ceño fruncido, pero al cabo de un momento no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Mi reina, puedo comunicarte con toda seguridad que tu campeona sigue tan en forma como siempre y que su habilidad con las armas es más precisa que nunca. Tu seguridad se encuentra en las mejores manos —Eponin se frotó distraída el golpe de la cara—. Pero ya podría aprender a ser un poco más delicada.

—Emmm. Sí. Gracias, Pony —la bardo se rió por dentro—. Mm... ¿qué tal está Xena?

—Ni un rasguño.

Gabrielle se lo había figurado. Echó un vistazo por la sala y esperó a que se sentaran las últimas rezagadas. Elevando una breve y silenciosa oración a Artemisa, se puso en pie y miró atentamente a todas las presentes.

—Gracias por acudir con tan poco aviso. Esta mañana tengo cuatro asuntos que tratar. En primer lugar, quiero un informe sobre los rufianes que me atacaron en Anfípolis. A continuación, tenemos que hablar de la liberación de los cuatro soldados romanos que tenéis aquí desde mediados de marzo. Luego hablaremos brevemente de un inminente tratado de paz entre la Nación Amazona, Anfípolis, Potedaia y el imperio romano. El tratado se firmará en el solsticio de verano. Hoy sólo quiero formar un comité que más tarde se reunirá conmigo para trabajar en los detalles preliminares —hizo una pausa cuando un murmullo bajo se elevó por toda la sala. Si se han quedado de piedra con eso, espera a que oigan el último punto del orden del día. Eso sí que les va a poner las plumas de punta.

Gabrielle tomó aliento con fuerza e irguió los hombros, alzando la voz para que se la oyera por encima del murmullo generalizado.

—También tenemos que firmar los papeles para conceder permiso de residencia permanente a Xena de Anfípolis en la Nación Amazona.

El murmullo bajo se convirtió en un rugido apagado cuando la última noticia caló por fin. Maniah, una de las ancianas, se levantó y se volvió para mirar a la reina.

—Xena es peligrosa. Su presencia en nuestra aldea atraerá la atención de indeseables y posibles ataques.

La bardo contó hasta diez por lo bajo y clavó los ojos en los de Maniah antes de hablar.

—Las ventajas de contar con la presencia de Xena en esta aldea superarán con creces cualquier posible peligro. Xena es perfectamente capaz de hacer frente a cualquier persona que pueda atacarnos a causa de su presencia. Tiene mucho que ofrecer a esta aldea. Además, este punto del orden del día no se va a someter a debate. Yo voy a vivir aquí y Xena es mi consorte. Por lo tanto, Xena va a vivir aquí. Si votáis en su contra, votáis contra mí. Y o me marcho de esta aldea o sustituyo a la oposición por miembros del consejo más favorables. Y votar en contra de Xena puede suponer convertirla en enemiga. No creo que eso sea algo que el consejo desee hacer. ¿Me he expresado con claridad?

La pregunta fue recibida en silencio.

—Bien. Entonces voy a pasar los papeles de residencia para que los firméis. Vuestra firma indicará que aprobáis la residencia de Xena en la aldea. La falta de firma indicará que os oponéis —Gabrielle firmó los papeles con una floritura, asegurándose de que su firma era la primera, y luego los pasó hacia la derecha.

—Ahora, ¿tengo voluntarias para trabajar en el tratado de paz?

Se alzaron varias manos y la bardo eligió a tres voluntarias para formar parte del comité. Con Chilapa, por supuesto, no cabía duda. A las otras dos las eligió sobre la base de su conocida lealtad a Ephiny.

Pasaron a hablar del resultado del juicio de Angus y Cefas, los dos maleantes. Gabrielle averiguó que habían sido condenados a cinco veranos de trabajos forzados cerca de la costa noreste de Grecia. Se sintió satisfecha con la sentencia y así se lo hizo saber al consejo. Luego acordaron la inmediata liberación de los cuatro soldados que las habían atacado en el camino de la fortaleza, para dejar que regresaran a Roma.

El certificado de residencia volvió a la bardo y ésta repasó la lista de firmas. No todos los miembros del consejo habían querido firmarlo, pero sí los suficientes para hacerlo oficial. Gabrielle sonrió y dobló el documento en dos, metiéndolo en una carpeta para usarlo en la ceremonia de esa noche.

—Vale. Me gustaría reunirme con el comité del tratado dentro de tres días. Me gustaría reunirme de nuevo con todo el consejo dentro de una semana. Se cierra la sesión. Os veré a todas en la ceremonia de esta noche.

Las patas de las sillas se arrastraron por el suelo a medida que los miembros del consejo se levantaban y empezaban a salir de la sala. En medio del jaleo, Xena entró por la puerta y se apoyó en la pared, esperando a que Gabrielle levantara la vista. Por fin obtuvo su recompensa, cuando un par de relucientes ojos verdes dejó de fijarse en las notas que estaba tomando en un pergamino y la miró con una gran sonrisa. En cuanto la sala quedó vacía, la bardo se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a Xena, colocando las manos en las caderas de la guerrera.

—Hola. ¿Estás bien? Me he preocupado al ver que no estabas esta mañana.

—Sí. Estoy bien. Es sólo que me ha dado un poco de miedo presidir mi primera reunión del consejo. No estoy acostumbrada a tener que ponerme desagradable y dura para conseguir lo que quiero.

—Gabrielle, a veces eso es lo que hace falta para dirigir a la gente. No todo el mundo va a estar siempre de acuerdo contigo.

—Ya lo sé. Es que voy a tardar un poco en acostumbrarme —la bardo suspiró, pegándose a su alta amante y olisqueando el cuello de Xena—. Ah, por cierto, cariño, se te ha concedido la residencia oficial en la Nación Amazona por decisión mayoritaria del consejo.

—No unánime, ¿eh?

—No. Lo siento.

—Me habría sorprendido que hubiera sido así. No es que aquí sea la persona preferida de todo el mundo. Muchas amazonas podrían considerarme una fuente de posible peligro para esta aldea.

—Xena —Gabrielle se echó hacia atrás y cogió las manos de la guerrera con las suyas—. Esta noche en la ceremonia voy a anunciar tu condición de residente. Hay una tontería de juramento que tienes que hacer. ¿Te importa? No es más que una ceremonia. Sé que ningún juramento a la fuerza te va a impedir ser un espíritu libre y yo no querría que nada te lo impidiera.

—¿Qué clase de juramento?

—Mm... tienes que arrodillarte ante mí y prometer una serie de tonterías de que vas a honrar a la nación y a la reina.

—Esas promesas no son una tontería. No tengo ningún problema con eso.

—¿Ni siquiera con lo de arrodillarte?

Como respuesta, la guerrera se dejó caer de rodillas, rodeando las piernas de la bardo con los brazos y apoyando la mejilla en su tripa. Notó que Gabrielle jugueteaba con su pelo y suspiró profundamente.

—Te quiero, Gabrielle. Me arrodillaría delante de todo el mundo para prometer honrarte.

—Ven aquí, tú —la bardo la levantó y abrazó a Xena con fuerza, hundiendo de nuevo la cara en el cálido cuero.

—Mm... ¿me vas a decir dónde has estado esta mañana?

—Ah. Sí. Fui al templo de Artemisa para consultarla.

—Caray. ¿Y todo ha ido bien?

La bardo se echó hacia atrás ligeramente y miró a los penetrantes ojos azules. Recordando las palabras de Artemisa sobre Xena, alzó despacio un brazo y lo colocó detrás del cuello de la guerrera, bajándola para besarla con pasión. Los brazos de Xena se apretaron en torno a su amante y la guerrera profundizó el beso, suspirando por el cálido contacto.

Al cabo de un minuto, las dos tuvieron que respirar. La guerrera se rió entre dientes.

—Parece que ha sido una consulta estupenda.