16 de marzo xiii

Gabrielle sufre una fuerte contusion y no recuerda nada

El 16 de marzo

Linda Crist

Xena se detuvo de repente y se levantó, soltando a la oveja a medio lavar que había estado sujetando. Ésta corrió inmediatamente a la orilla, llenándose la lana enjabonada de hojas y hierba.

—Xena, ¿qué haces? —Toris la miró.

—Shhh —la guerrera ladeó la cabeza. Ahí estaba otra vez. Alguien gritaba su nombre—. Gabrielle tiene problemas —salió corriendo del agua y silbó para llamar a Argo, que salió al galope de entre los árboles. Agarró su espada de la roca donde la había dejado al lado de la orilla y montó a caballo de un salto. Salió a galope tendido y vio a Estrella cerca de la línea de árboles. Justo cuando llegaba, dos rufianes salieron de los árboles cargando con la bardo entre los dos.

Sin pensar, la guerrera saltó del lomo de Argo y dio una voltereta por el aire. Abrió las piernas y plantó una buena patada en la cara de los dos hombres. Soltaron a Gabrielle y cayeron al suelo. Antes de que se pudieran levantar, Xena sujetó a uno de ellos al suelo clavándole la espada en el cuello de la camisa. Sacó la vara de la bardo de la alforja de Estrella y la puso contra la garganta del otro hombre.

—Todavía no he decidido si os voy a matar o no —gruñó—. Depende de si está viva o muerta y si está viva, de lo que le hayáis hecho.

Toris llegó al galope en su caballo negro.

—¿Necesitas ayuda, hermana? Oh... —vio la figura inerte de la bardo tirada en el suelo.

—Sí —a la guerrera le temblaba la voz—. Mira a ver cómo está.

El hombre alto desmontó de un salto y se arrodilló al lado de la bardo. Le buscó el pulso.

—Está viva... oh... Xena, tiene un corte muy malo en el brazo. Le sangra mucho.

—Tenéis mucha suerte de que esté viva, porque si no lo estuviera... —apretó la vara con fuerza contra la garganta de Cefas y éste se ahogó. Xena continuó—: Si no lo estuviera, ahora mismo os estaría cortando en pedacitos y echándoos de comer a los peces. Pero dada la situación, dejaré que el alguacil del pueblo se ocupe de vosotros. Toris —se volvió hacia su hermano—, átalos —volvió a mirarlos—. Moveos un centímetro y os mato. ¿Entendido?

Los dos hombres asintieron, con los ojos desorbitados de miedo.

Se echó hacia atrás y se arrodilló al lado de su amante. Había un charco de sangre en el suelo debajo del brazo de la bardo, que estaba inconsciente. Xena arrancó rápidamente una tira de tela de la parte inferior de la túnica que se había puesto para lavar las ovejas y la ató por encima del corte para detener la hemorragia. Advirtió dos moratones que empezaban a mostrar dónde había pegado Angus a la joven. Xena levantó delicadamente a su compañera y notó un gran bulto en la parte de atrás de su cabeza, en la base del cráneo. Levantó con cuidado el párpado izquierdo y se sintió aliviada al ver que la pupila se contraía inmediatamente por la luz. Levantó el párpado derecho y la pupila permaneció dilatada y redonda. Maldición. Lesión de cráneo. Levantó a la bardo en brazos y montó con cuidado en la silla de Estrella.

—Toris, la han malherido. Tengo que volver al pueblo. Pon a esos dos encima de Argo. Enviaré gente a ayudarte a traerlos a ellos y a las ovejas a casa. ¿Vas a estar bien hasta que llegue alguien?

—Sí, hermana. Tú cuida de Gabrielle —Toris había atado a los hombres de pies y manos y ya los estaba levantando en vilo para colocarlos a lomos de Argo.

—Gracias —la guerrera sujetó con cuidado a la bardo y emprendió el regreso a la posada. Avanzaba lo más deprisa que se atrevía sin mover demasiado a la bardo ni soltarla y tras lo que le pareció una eternidad llegó a la posada.

—¡Madre! —gritó.

Cyrene salió corriendo de la posada.

—Por los dioses, Xena, ¿qué ha pasado? —la guerrera tenía el muslo embadurnado de sangre que había caído del brazo de su compañera.

—No lo sé muy bien. La han atacado unos maleantes. Trae unas vendas y agua caliente y ve a buscar al sanador. Acabo de darme cuenta de que me he dejado las cosas de curar en las alforjas de Argo en el arroyo.

—El sanador está aquí bebiendo un vaso de cerveza.

—Estupendo. Coge su equipo.

Se bajó despacio de Estrella y llevó a la bardo todavía inconsciente a su habitación, donde la depositó con cuidado en la cama. Cyrene llegó con vendas, un cuenco de agua caliente y un sanador ebrio.

—Quita, Xena, yo soy el sanador de este pueblo. Ya me ocupo yo.

—No, para nada, estás borracho —gruñó la guerrera, mientras empezaba a limpiar la sangre y la suciedad del brazo de la bardo.

—Claro que lo voy a hacer —el sanador, Gramulus, avanzó tambaleándose e intentó empujarla a un lado.

—Gramulus, no tengo tiempo para tonterías —Xena se alzó cuan alta era y clavó una mirada furiosa en el tambaleante hombre—. Deja tus cosas y sal de aquí. No me pongas más furiosa de lo que ya estoy.

Gramulus levantó la mirada y hasta en su estado de embriaguez reconoció la mirada de los penetrantes ojos azules. Dejó sus cosas a los pies de la cama y salió mansamente de la habitación.

—Xena, ¿puedo hacer algo? —Cyrene miraba preocupada a la figura inerte que yacía en la cama.

—Sí. Ha perdido mucha sangre. Necesito unas hierbas para hacer una infusión e intentar que recupere un poco las fuerzas —la guerrera dio una lista de hierbas a su madre y la posadera fue a la cocina para hervir agua y hacer la infusión.

La guerrera terminó de limpiar el corte y se dispuso a coserlo, cubriéndolo abundantemente de hierbas en polvo que se usaban para prevenir una infección. Siento tanto no haber estado ahí para ayudarte, amor. Metió otro paño en la jarra de agua fría que estaba en la habitación para lavarse y lo aplicó al bulto que tenía la bardo en la cabeza, sujetándolo con otra tira larga de tela.

Mientras esperaba a que su madre volviera con la infusión, se quitó su propia túnica empapada en sangre y se lavó en la palangana, quitándose la sangre de su compañera de la pierna y los brazos. Fue a la cómoda, sacó una túnica limpia y se la puso. Luego le quitó las botas a Gabrielle y le quitó con cuidado la falda roja de cuero y el corpiño. Limpió la suciedad y la sangre del cuerpo de su amante y luego volvió a la cómoda. Encontró la camisa de dormir preferida de Gabrielle, suave y abrigosa, y se la puso a la bardo. Gabrielle, creo que ese baño caliente que querías va a tener que ser para otro día.

Cyrene regresó con una jarra de agua humeante y varios paquetes de hierbas, junto con una taza grande. Xena cogió los paquetes, echó las cantidades apropiadas de cada uno y luego echó el agua caliente sobre las hojas en polvo.

—Xena —preguntó la posadera suavemente—, ¿dónde está Toris?

—Oh, dioses, madre, me había olvidado de él. Está vigilando a los rufianes que han hecho esto. Está en el arroyo donde lavamos a las ovejas. Tenemos que enviar a alguien para que lo ayude. Las ovejas siguen allí, lo mismo que mi armadura y las alforjas de Argo.

—No digas más, cielo, yo me ocupo. Tú quédate aquí y cuida de Gabrielle.

—Gracias, madre.

Cyrene salió de la habitación y Xena se sentó junto a la bardo, levantándole la cabeza y los hombros. Echó despacio un poco de infusión entre los labios de la bardo y se sintió aliviada al ver que la garganta de Gabrielle tragaba por reflejo el fuerte brebaje. Consiguió que la bardo bebiera media taza y luego dejó la taza en una mesa al lado de la cama. Se acurrucó al lado de su amante, acomodándola sobre su hombro, y echó las sábanas por encima de las dos. El cuerpo de la bardo estaba febril.

¿Será por la infección del brazo o por la inflamación que tiene dentro de la cabeza? se preocupó la guerrera en silencio. Maldición. ¿Por qué no he oído a esos tipos? Le prometí que ya no nos iba a pasar nada malo y ahora mira lo que ha pasado. Ni siquiera podemos lavar unas malditas ovejas en mi propio pueblo sin que venga gente a atacarnos. ¿Pero por qué a ella? No lo entiendo. Casi siempre son cazarrecompensas que vienen detrás de mí. Qué ganas tengo de interrogar a esos asquerosos hijos de bacante cuando Toris los traiga a rastras.

La madre de Xena entró de nuevo en la habitación y se sentó en el borde de la cama.

—Cielo, ¿qué tal va?

—No es fácil saberlo. El corte es muy profundo. Le ha afectado el músculo y por poco no le toca los tendones. Tiene un bulto bastante grande en la parte de atrás de la cabeza. Los golpes de la cara se curarán sin problema, pero no tendremos forma de saber cómo tiene la cabeza hasta que se despierte. Está empezando a tener fiebre. Ahora mismo no es muy alta, así que voy a dejar que haga su trabajo. Puede que esté luchando con una infección y si es así, una fiebre baja la ayudará a mantenerla a raya. Si le sube, tendré que darle las hierbas para remediarlo. Está palidísima, probablemente por la pérdida de sangre, pero creo que hemos llegado a tiempo de que no perdiera demasiada. No... no sé cómo puedo haber dejado que le pase esto. Se supone que debo cuidarla y he fracasado por completo. Madre, si sufre daños permanentes por esto, no sé qué voy a hacer —los ojos azules estaban llenos de lágrimas y Xena se atragantó con las últimas palabras.

—Oh, Xena. No puedes echarte la culpa de esto. Alégrate de haber llegado a ella antes de que pasara algo peor. Es joven y fuerte. Tienes que tener fe en que se pondrá bien.

—Madre, me cuesta mucho creer que cualquier cosa buena que tengo vaya a durar mucho. La quiero tanto. La mayoría de los días ni siquiera me puedo creer que esté en mi vida. No me la merezco.

—Cielo, si la mayoría de nosotros obtuviéramos lo que nos merecemos en la vida, me da la impresión de que muchos estaríamos bastante mal. Todos hemos hecho cosas que lamentamos. Tienes que concentrarte en lo bueno que hay en tu vida y en las cosas buenas que has hecho y dejar de atormentarte por tu pasado. Ella está en tu vida y creo que te quiere más que a la vida misma. Agárrate a eso, Xena. Agárrate a ello con fuerza. Es una cosa poco común lo que tenéis vosotras. Yo lo veo. Deja que ese vínculo que hay entre las dos te ayude a pasar por esto.

—Lo intentaré, pero ya sabes que nunca he sido muy dada a hacer las cosas por fe, salvo por la fe en mis propias capacidades.

—Inténtalo, cielo —la posadera apartó un mechón oscuro de la frente de su hija y arregló un poco las mantas.

Toris asomó la cabeza por la puerta.

—Ha venido el alguacil y tenemos a esos dos rufianes encerrados en el sótano. Xena, ¿quieres hablar con ellos?

—¿Y me lo tienes que preguntar? —la guerrera levantó con cuidado la cabeza de Gabrielle y la colocó sobre la almohada. Se levantó de la cama y se puso las botas—. Madre, ¿quieres quedarte con ella mientras yo interrogo a esos hombres? Tardaré como media marca.

—Sí, si Toris vigila la sala principal de la posada.

—Por supuesto, madre. Creo que me las podré arreglar un rato. Ve, hermana.

—Gracias. A los dos —Xena salió apresuradamente de la habitación y fue a las escaleras del sótano.

Cefas y Angus estaban encadenados juntos, espalda con espalda. Aaron, el alguacil del pueblo, estaba sentado en una banqueta en el rincón del sótano con una espada en el regazo. De repente, la puerta se abrió de golpe y una guerrera alta y furiosa cruzó la estancia hasta quedarse plantada ante ellos cruzada de brazos.

—Empieza a hablar —la voz de Xena era un gruñido grave.

—No tengo nada que decirte —dijo Cefas mirándola con desprecio.

Ella los rodeó y se enfrentó a Angus.

—¿Vas a hablar tú?

Angus se limitó a mirarla y sacó la mandíbula con gesto desafiante, luchando con los grilletes que tenía en las muñecas.

—Muy bien. He intentado hacerlo por las buenas, pero vosotros lo habéis querido —regresó con Cefas y se inclinó, clavándole rápidamente dos dedos a los lados del cuello. Él inhaló bruscamente y empezó a resbalarle un hilillo de sangre de un agujero de la nariz. Abrió mucho los ojos y levantó la mirada mientras se le iban quedando vidriosos—. He cortado el flujo de sangre a tu cerebro. Estarás muerto dentro de treinta segundos si no suelto los puntos de presión. Ahora, una vez más. ¿Por qué habéis atacado a Gabrielle?

—Rescate... reina amazona... por favor... —jadeó Cefas.

Xena le volvió a golpear el cuello y él tomó aire profundamente varias veces.

—A ver si lo entiendo bien —la guerrera hablaba en un tono apacible y mesurado—. ¿Ibais a secuestrar a Gabrielle y pedir un rescate por ella? ¿Es que queréis morir o sólo sois estúpidos? ¿Tenéis idea de a quién acabáis de enfurecer con vuestro pequeño plan? ¿En qué estabais pensando?

—Pensábamos que las amazonas pagarían un buen precio por recuperar a su reina. Y pensamos que nos divertiríamos un poco con la reina mientras esperábamos a que soltaran los dinares. A fin de cuentas, es una putilla amazona. Seguro que es una fierecilla en el catre —respondió Angus con una sonrisa lasciva en la cara.

—Ya veo que quieres morir y que eres estúpido —con un rápido movimiento, la guerrera se colocó delante de él, echó el pie hacia atrás y le dio una patada bestial en la entrepierna. Él gritó y se dobló todo lo que le permitieron los grilletes, juntando las piernas. Xena lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás, inclinándose hasta pegar la nariz a la de él—. Si... alguna... vez... vuelves a hablar así de ella —dijo la guerrera entre dientes—, no me limitaré a darte una patada, sino que te los cortaré. ¿Me has entendido? —él asintió débilmente, intentando esquivar los ojos azules que amenazaban con atravesarlo de parte a parte.

El alguacil se levantó y fue al lado de Xena.

—Xena, eso cambia las cosas. Esto parece un crimen directo contra la reina de la Nación Amazona. Tenemos dos posibilidades. Podemos quedarnos con ellos y juzgarlos de acuerdo con las leyes de Anfípolis o podemos entregarlos a las amazonas para que se ocupen de ellos.

—Mmmmm. Justicia amazónica. Eso podría ser justamente lo que se merecen —la guerrera se puso a pasear de un lado a otro, pensando en voz alta—. Sí. Me parece un buen plan —se volvió y miró a los dos maleantes—. Chicos, vais a hacer un viaje de ida a la aldea amazónica, donde seréis juzgados y castigados por el ataque, el intento de secuestro y la violación planeada contra la reina amazona. Creo que descubriréis que el sistema legal de las amazonas es muy interesante. Así como los diversos castigos que tienen si sois declarados culpables de los crímenes de los que se os va a acusar. ¿Alguna vez habéis visto los juguetes especiales que las amazonas tienen reservados para los violadores?

Cefas tragó con dificultad y volvió la cabeza hacia Angus.

—Cretino estúpido. Tenías que abrir la bocaza. ¿Es que no sabes que la guerrera es la consorte de la reina amazona? Ahora mira en lo que nos has metido.

—Xena —dijo Aaron—. También hemos descubierto dos corderos en el bosque que le robaron a un aldeano. No eran vuestros. Al parecer usaron los corderos como cebo para llevar a Gabrielle hasta ellos. Podemos acusarlos también de robo.

—¿Los corderos están bien?

—Sí. Ya se los hemos devuelto a su dueño.

—Déjalo —replicó la guerrera con una sonrisa fiera—. Estos dos van a pagar con creces para cuando las amazonas terminen con ellos —se volvió y se arrodilló al lado de los dos prisioneros—. Por supuesto, si no se recupera del todo, los crímenes de los que se os acuse irán en aumento. Ahora mismo está arriba inconsciente. Más os vale empezar a rezar a los dioses que creáis que os van a escuchar para que se ponga bien. Porque si no es así, cuando las amazonas terminen con vosotros, yo os daré caza y os castigaré personalmente. Muy despacio. Y dolorosamente. Y cuando termine con vosotros, lo que os hagan las amazonas parecerá una fiesta dionisíaca.

Xena se levantó.

—Aaron, prepara una escolta para estos dos para mañana a primera hora. Escribe una nota para las amazonas detallando sus crímenes. Diles que los encierren hasta que yo les envíe noticias sobre el estado de su reina —se dio la vuelta y salió de la estancia, dando un portazo tras ella.

Subió rápidamente por las escaleras del sótano y corrió por el pasillo hasta su habitación. Respiró hondo al tiempo que giraba el picaporte de la puerta.

—¿Cómo está?

—Puede que esté un poco más caliente —Cyrene se volvió hacia su hija—. ¿Por qué le han hecho esto, Xena? ¿Te lo han dicho?

—Madre, iban a secuestrarla y pedir un rescate por ella a las amazonas. No puedo creer que después de todos los cazarrecompensas que me han estado persiguiendo, alguien haya podido ir por ella de esta forma. Nunca se me había ocurrido pensar que alguien podría hacer eso, a menos que fuese para llegar a mí.

—Oh, Xena, qué horror. ¿Qué vamos a hacer con ellos?

Xena sonrió a su madre por primera vez desde que había vuelto del arroyo.

—Entregarlos y dejar que prueben la justicia amazónica —la sonrisa se hizo más amplia por un instante.

—Ah. Bien. ¿Y qué van a hacer las amazonas con ellos?

—Créeme, madre, más vale que no lo sepas.

Cyrene lo pensó un momento.

—Supongo que sea lo que sea, van a aprender una buena lección.

—Seguro que sí. Si es que queda algo de ellos cuando algunas de las amazonas que he conocido recientemente terminen con ellos —la guerrera pensó por un instante en la devoción de Kallerine y Americe por su reina—. Madre, gracias por quedarte con ella. Ya me quedo yo ahora. Tú seguro que tienes que preparar cosas para la cena.

—Vale, cielo, pero si necesitas cualquier cosa, llámame, ¿de acuerdo?

—Vale.

Cyrene dio una palmadita a su hija en el hombro y salió en silencio de la habitación.

Xena se sentó al borde de la cama y apartó las sábanas. Levantó con cuidado las vendas del brazo de la bardo para comprobar la herida. Maldición. Los bordes del corte estaban claramente irritados e hinchados. Puso una mano en la frente de su compañera. Está más caliente.

La guerrera se levantó y hurgó en su propio equipo de sanadora, que le había traído Toris. Sacó varios paquetes de hierbas y las echó en una taza vacía que estaba en la mesa al lado de la cama. Echó un poco de agua y removió con los dedos. Lo olió y, satisfecha con la mezcla, levantó la cabeza de Gabrielle y una vez más le echó un poco del líquido entre los labios, vigilando que su compañera tragara.

Xena dejó la taza y volvió a su equipo. Sacó un poco más del polvo empleado para prevenir infecciones y lo echó en otra taza. Lo mezcló con un poco de agua para crear un ungüento. Levantó de nuevo las vendas de la bardo, aplicó con cuidado el ungüento en la herida infectada y luego volvió a poner bien las vendas.

Gabrielle. Por favor. Por favor, despierta, amor. Por favor, ponte bien. La guerrera apartó las mantas y se metió en la cama al lado de su amante, abrazando el cuerpo caliente de la bardo. Besó la cabeza rubia y notó que se le empezaban a saltar las lágrimas de los ojos y a caerle por las mejillas. Xena lloró hasta quedarse dormida, sujetando a su compañera entre sus brazos. No oyó que Cyrene entraba en la habitación y dejaba la bandeja de la cena en la mesa. La posadera se inclinó y arropó bien a sus hijas, deteniéndose un momento para colocar una mano fresca en cada frente. Con el ceño fruncido de preocupación, se volvió y regresó a la sala principal de la posada.

La guerrera se despertó al sentir que el cuerpo que tenía entre los brazos se estremecía y al oír unas palabras incoherentes que se escapaban de la boca de la bardo.

—Xena... no... no... ¡ooohhhh!

—Shhhh. Tranquila. Vamos, amor, estoy aquí —Xena acarició el pelo rubio, que estaba mojado de sudor. Bien. Le está bajando la fiebre. Se dio cuenta de que su compañera tenía el cuerpo empapado en sudor. Apartándose con cuidado de la bardo, se levantó y cogió una camisa de dormir seca, quitándole a Gabrielle con delicadeza la camisa arrugada que llevaba y sustituyéndola por la limpia.

Xena fue a la palangana, mojó un paño limpio en el agua fría y se lo puso a la bardo en la frente, sujetándolo mientras le tocaba con cuidado el bulto que tenía detrás. Había bajado un poco, cosa que a la guerrera le produjo un gran alivio. Se inclinó y besó la suave mejilla antes de volver a meterse en la cama, pegándose de nuevo a su amante. Te vas a poner bien. Tienes que ponerte bien.

La siguiente vez que la guerrera se despertó, el sol entraba a raudales por la ventana de la habitación que daba al este. Se incorporó y miró a Gabrielle, poniéndole una mano en la cabeza. Su temperatura parecía normal. Suspiró y notó que la bardo se despertaba. Poco a poco, los ojos verdes se abrieron parpadeando e intentaron enfocar la mirada.

—¿Xena? ¿Qué...? —la bardo empezó a volverse hacia ella y se detuvo—. ¡Ayy! Ohhhh. Me duele. Me duele todo. La cabeza...

—Gabrielle —la guerrera tenía el corazón en un puño—. Quieta, amor. Lo has pasado muy mal.

Los ojos se cerraron y Xena vio que los músculos de la garganta de la bardo se movían al intentar tragar.

—Xena —se le quebró la voz—, ¿qué me ha pasado?

Oh, dioses. Su memoria.

—Gabrielle, ¿qué es lo último que recuerdas?

—Mm... —la bardo sentía un martilleo en la cabeza y tenía todo borroso—. Corderos. Iba detrás de unos corderos. Xena, ¿los corderos están bien?

A la guerrera se le escapó una lágrima de un ojo al mirar a su tierna compañera, cuya memoria, al parecer, estaba bien.

—Sí, amor, los corderos están muy bien.

—Ah. Bien. He hecho un buen trabajo, ¿verdad?

—Has hecho un trabajo perfecto, tesoro. Ahora descansa. Seguiremos hablando más tarde.

Gabrielle se volvió hacia la guerrera y sufrió una oleada de náuseas, al tiempo que la cabeza empezó a dolerle con saña.

—Xena, creo que voy a vomitar.

La guerrera saltó de la cama, cogió la palangana casi vacía y la colocó bajo la cara de su amante. Colocó una mano firme en la frente de la bardo mientras ésta vaciaba el estómago. Cuando Gabrielle volvió a echarse, Xena mojó un paño en la jarra y limpió con delicadeza la cara y la boca de la bardo.

—Te voy a dar una cosa, amor —sacó otras hierbas, unas para el dolor y otras para la náusea, y las mezcló—. Toma, bébete esto.

La bardo hizo una mueca al tragarse el desagradable líquido.

—Puaajjj. Qué horror. ¿Seguro que me quieres?

—Más que a nada —replicó Xena suavemente.

—Me cuidas bien —Gabrielle cerró los ojos cuando las hierbas empezaron a hacer efecto.

La guerrera la tapó con las sábanas y acarició el corto pelo rubio, escuchando la respiración de la bardo que se iba haciendo más profunda. ¿En serio? Veamos, en la última semana y media ha sido hecha prisionera por César, crucificada y ahora casi ha sido secuestrada y violada por dos hombres que lograron dejarla sin sentido antes de que yo pudiera llegar a ella. No, amor, me parece que no te he estado cuidando bien en absoluto. Xena suspiró y cogió la palangana para llevarla fuera y limpiarla. Miró con tristeza a la bardo dormida y salió en silencio de la habitación.

Cyrene levantó la vista de la mesa que estaba limpiando, donde dos clientes acababan de desayunar.

—¿Cómo está? —la posadera cruzó la sala y le puso a su hija una mano en el hombro, mirando preocupada los claros ojos azules.

—Creo que se va a poner bien. Se ha despertado un rato esta mañana y parece que tiene la memoria intacta. Le va a doler todo durante un tiempo y necesita recuperar las fuerzas, pero creo que lo peor ya ha pasado.

—Oh, cielo, qué buena noticia —la mujer mayor miró la palangana que llevaba la guerrera—. ¿Está mala?

—Mm... creo que es sólo mareo y dolor a causa del golpe de la cabeza. Voy a llevar esto fuera para limpiarlo. ¿Podrías darme algo de comer? Lo siento, no llegué a comerme la cena que me dejaste anoche. Me temo que se ha enfriado.

—Claro, cielo. Ve ahora. Te tendré preparada una bandeja cuando vuelvas.

—Gracias, madre —Xena salió por la puerta.

Cuando volvió, su madre le dio una bandeja en la que había infusión de hierbas, cereales calientes, beicon y un tazón de caldo de pollo ligero junto con unas galletas de pan sin levadura.

—Toma, Xena, el caldo y las galletas son para Gabrielle. A lo mejor su estómago lo retiene.

—Gracias. ¿Dónde está Toris? Hoy tenía que ayudarlo a esquilar las ovejas. Si viene, dile que iré más tarde a ayudar.

—Ya está en el granero esquilando. Ha conseguido que lo ayuden unos chicos del pueblo. Ha dicho que te diga que no te preocupes por lo de ayudarlo. Que te ocupes de Gabrielle.

—Ah. Bueno, estupendo. Le debo una. ¿Aaron ya se ha encargado de esos dos rufianes?

—Se los han llevado con una unidad de guardia al amanecer. Y no parecían nada contentos. Uno de ellos no paraba de murmurar algo sobre que iba a morir a manos de una panda de amazonas enloquecidas.

—Bien. Aunque no van a morir. Al menos todavía no. Tal vez para nada. Será mejor que vuelva ahí dentro. No quiero que se despierte sola.

—Ve, cielo. Dime si necesitas algo.

—Gracias —la guerrera salió apresuradamente de la sala cargada con la pesada bandeja. Entró de espaldas en su habitación y depositó la bandeja en la mesa al lado de la que no había tocado la noche antes. Gabrielle seguía dormida y Xena se sentó en el borde de la cama y le tocó la pálida frente. Convencida de que su compañera no volvía a tener fiebre, alisó las mantas y luego fue a la mesa y desayunó, respirando hondo entre bocado y bocado para relajar los músculos contraídos del estómago. Se va a poner bien. Loados sean los dioses.

Cuando terminó de comer, la guerrera se trasladó al escritorio bajo que estaba junto a la ventana y sacó un trozo de pergamino y una pluma. Se puso a redactar una nota informativa para Chilapa, comunicándole que la reina amazona se iba a poner bien y que iniciara el juicio de los dos hombres. Firmó con una floritura, dobló la nota y derramó un poco de cera de una vela en el borde. Mmmm. ¿Debería usar el anillo de Gabrielle para sellarla? Probablemente no. Las amazonas podrían enfadarse si lo usa alguien que no es la reina. A lo mejor debería hacerme mi propio sello. Supongo que con mi firma basta. Creo que casi toda Grecia la conoce. Xena recordó una época en que recibir una nota con su firma producía un miedo mortal al receptor.

Gabrielle se movió en la cama y gimoteó al volver a sentir el dolor.

—Xena. ¿Dónde estás?

—Aquí mismo, amor —la guerrera se levantó del escritorio de un salto y fue rápidamente a la cama y se sentó, cogiéndole una mano a la bardo—. ¿Cómo te encuentras?

—Como si me hubiera arrollado un carro. Y bien grande.

—¿Crees que podrías comer algo?

La bardo frunció el ceño y tragó varias veces.

—Puedo intentarlo.

—Así me gusta —Xena cogió el tazón de caldo de pollo de la bandeja y lo llevó hasta su compañera. Le pasó a la bardo un brazo por debajo, alzándola lo suficiente para que el caldo no se derramara, y acercó el borde de la taza a los labios de Gabrielle.

La bardo bebió unos sorbos con cuidado y consiguió sonreír ligeramente.

—Esto es mucho mejor que eso que me diste hace un rato —poco a poco, vació el tazón.

La guerrera cogió entonces las galletas de pan sin levadura y se las ofreció a su compañera. La bardo empezó a comerlas y se terminó dos.

—Xena, ¿me podrías dar un poco de agua?

—Claro —la guerrera cogió un odre de agua de la mesa y lo sujetó para su sedienta compañera. Gabrielle bebió del odre con fruición.

—Despacio, amor. Demasiada agua demasiado pronto podría hacerte vomitar de nuevo. ¿Qué tal el estómago?

—Bien, creo. Parece que la comida se va a quedar ahí.

—Bien. A lo mejor no necesitas tomar más hierbas de ésas.

—Eso espero —la bardo empezó a moverse para acercarse más a Xena y se detuvo rápidamente—. ¡Ay! —bajó la mirada y vio la venda que tenía en el brazo por primera vez. Levantó el borde con cuidado y miró los puntos que había debajo—. Dioses, Xena, ¿qué ha pasado?

—¿Qué recuerdas? —la guerrera empujó delicadamente a su amante para que se tumbara de nuevo y le puso una mano en la suave mejilla.

—Mm... —el cerebro de Gabrielle estaba confuso por la medicación y frunció el ceño intentando concentrarse—. Ah... ese hombre. Me iba a secuestrar para intentar obtener un rescate de las amazonas. Me cortó el brazo cuando intenté coger un palo para defenderme. Conseguí tirarlo al suelo y eso es todo lo que recuerdo. Puaj. Xena, tenía un aliento asqueroso y unos dientes amarillos repugnantes.

—¿Un hombre? ¿Sólo recuerdas a un hombre? Gabrielle, eran dos.

—Oh. Yo sólo vi a uno. ¿Qué les pasó?

—Te oí llamarme y Argo y yo acudimos corriendo.

La bardo sonrió y puso la mano encima de la mano grande que le acariciaba la cara.

—Dijo que estabas demasiado lejos para oírme, pero yo sabía que me oirías.

—¿Eso te dijo?

—Sí. Pero estaba equivocado. Sabía que me protegerías. Siempre lo haces.

—Gabrielle, vamos. Hemos muerto hace poco porque no pude protegerte. Ayer dos rufianes te pegaron porque yo no estaba allí para protegerte. No soy digna de tu admiración por mi protección. Estoy fallando mucho. A lo mejor me estoy haciendo vieja.

—Xena, eso no es justo. Nadie es perfecto. Además, yo soy la que entró en el bosque sin mi vara, en contra de todo lo que me has enseñado siempre. Y ayer sí que me rescataste. Impediste que me secuestraran. ¿Cómo íbamos a saber que alguien intentaría hacernos daño tan cerca de casa mientras hacíamos algo tan trivial como lavar un puñado de ovejas? No podemos prever cada cosa mala que va a ocurrir. No es posible. Tú eres mi heroína y siempre lo serás. Así que acostúmbrate, ¿vale?

La guerrera examinó los tercos ojos verdes y en ellos vio una devoción fiera y decidida. Por ella.

—Gabrielle, te quiero.

—Y yo a ti. Siempre. Ahora dime, ¿qué pasó con esos dos hombres?

—Los sujeté mientras Toris los ataba. Aaron los ha mantenido presos hasta esta mañana. Los hemos enviado a las amazonas.

—A las amazonas. ¿Por qué?

—Gabrielle, iban a secuestrar a la reina amazona. Te han herido y... confesaron que también planeaban violarte —a Xena le tembló ligeramente la mano con que acariciaba la mejilla de su amante—. Ha sido un crimen directo contra la Nación Amazona y las amazonas merecen ver que se hace justicia.

—Sí. Supongo que eso es cierto. Chica, casi lo siento por ellos. Espero que no los dejen a solas con Amarice.

La guerrera se rió entre dientes.

—Sí. No sería agradable de ver. He escrito a Chilapa y le he dicho que inicie el juicio. Podemos hacer que Aaron te tome declaración y se la envíe como testimonio. Así puedes descansar y no tienes que viajar hasta allí para testificar. He pensado que no querrías ir a la aldea hasta que se hayan ocupado de ellos. Si regresas, tendrás que presidir el juicio y decidir su castigo.

—Qué bien me conoces. Xena, ¿qué voy a hacer? Quiero ser una buena reina cuando regrese a la aldea, pero no me gusta nada tener que decidir el destino de alguien, no cuando es una cuestión de vida o muerte. Es evidente que acabará sucediendo algo que me va a obligar a entrar en el terreno de la pena capital.

—Gabrielle, no tienes que aplicar la pena de muerte si no quieres. Eso es prerrogativa tuya como reina. Créeme, las amazonas cuentan con gran cantidad de castigos alternativos para gente de esa calaña.

—Eso es cierto —la bardo cerró los ojos al sentir una breve oleada de dolor en la parte de atrás de la cabeza—. Xena, me duele mucho la cabeza.

—Lo siento, mi amor. Me temo que te va a doler a ratos durante un tiempo. Ya te he dado muchas hierbas analgésicas. Creo que por ahora no debería darte más.

—¿Entonces podemos trasladarnos al banco del porche? La verdad es que me siento mejor sentada que tumbada.

—¿En serio que te apetece moverte?

—Sí. Creo que sí.

—Vale. Te voy a levantar en brazos muy despacio. Dime si te duele demasiado.

—Vale.

Xena envolvió bien a su compañera con las mantas y luego le pasó los brazos por debajo y la levantó. Cruzó la sala principal de la posada con la bardo bien envuelta y meneó la cabeza cuando vio que Cyrene iba a protestar.

—Sólo vamos al porche. No vamos a ningún lado.

—Ah. Hola, cielito —Cyrene puso delicadamente una mano en la pierna de la bardo—. Me alegro de verte levantada.

—Yo también me alegro de verte, mamá —Gabrielle consiguió sonreír con mucha debilidad.

Xena salió al exterior. El banco en cuestión estaba en un pequeño nicho cavado en la pared de la posada. Se sentó de lado con cuidado, estirando las largas piernas en el asiento y bajando despacio a su amante hasta depositarla entre sus piernas, y la bardo apoyó la cabeza en el pecho de la guerrera. Besó la cabeza rubia, abrazó a Gabrielle y luego se apoyó en la pared. La guerrera y la bardo no tardaron en quedarse dormidas apaciblemente, recuperándose gracias al poder curativo del íntimo contacto, Gabrielle físicamente y Xena emocionalmente.

Había pasado una semana desde el ataque contra Gabrielle y ésta recuperaba rápidamente las fuerzas. Ya habían empezado las lluvias de primavera, empapando la tierra sedienta con un aguacero lento y casi continuo, que doblaba las nuevas briznas de hierba y creaba un inmensa ciénaga en el patio de la posada y en el granero que había detrás.

Xena estaba en el granero ayudando a nacer a dos corderos al mismo tiempo, pues dos ovejas preñadas se habían puesto de parto a la vez. Estaba echada de lado en el heno, con el brazo metido a fondo dentro de una oveja, dando la vuelta a un cordero atravesado para que pudiera salir. Tenía los músculos del brazo cansados de luchar con las contracciones de la oveja y por la nariz y la cara de la guerrera resbalaban grandes gotas de sudor salado, que se le acumulaban entre la mejilla y el hombro. Estaba trabajando sola, pues Toris había partido esa mañana hacia el mercado para vender la lana de las ovejas esquiladas. Xena no dejaba que Gabrielle la ayudara por temor a que el brazo aún con puntos de la bardo pudiera infectarse a causa de la sucia tarea.

Sin embargo, la muchacha más joven estaba sentada cerca, ofreciendo todo el apoyo moral que podía y trayendo agua y paños limpios según iban haciendo falta. Estaba sentada en lo alto de una bala de heno, con las piernas cruzadas, trabajando en un pergamino y volcando sus pensamientos y sentimientos sobre la crucifixión y sus consecuencias. Era una tarea emocional, pero esperaba que algún día pudiera contar la historia a otras personas. Quería escribir todo lo posible antes de que empezara a olvidar los pequeños detalles.

—Gabrielle, ¿puedes secarme la cara? Se me ha metido sudor en los ojos y no veo. Me escuece.

—Claro —la bardo bajó de un salto y cogió una toalla que llevaba la última marca usando precisamente para eso. Se arrodilló al lado de la guerrera y secó con delicadeza la cara de Xena. Metió un pico de la toalla en un cuenco de agua limpia y mojó los ojos de la guerrera.

—Hala, ¿mejor así? —contuvo las ganas de tocar o establecer contacto físico, temiéndose otro sermón sobre la higiene y su brazo herido.

—Sí. Gracias, amor.

—¿Qué tal va?

—Bueno —Xena hizo una mueca al torcer ligeramente el brazo dentro de la oveja—. Ya casi le he dado la vuelta al cordero y después de eso, espero que todo vaya muy rápido. Está agotada. No sé cuánto más va a poder aguantar. Pobrecilla, es su primera cría. Ella misma nació el año pasado.

—Oh. ¿Va a estar bien?

—Eso creo. Aajjjjj... —la guerrera sacó el brazo rápidamente y se incorporó. De repente, apareció la cabecita de un cordero. Con un gran empujón, la oveja expulsó al húmedo y lanoso animalito, que cayó en brazos de Xena, cubriendo a la guerrera de sangre y porquería.

—Puuuh. Xena. ¿Quieres que te eche un cubo de agua por encima? Oh... —la bardo miró a la nueva cría—. Qué ricura. Mira, está empezando a abrir los ojos.

El corderito se estremeció y soltó su primera bocanada de aliento con un sonoro beeee. La madre contestó con tono preocupado. Unos grandes ojos negros y húmedos contemplaron el nuevo mundo. Xena cogió una toalla y limpió al animalito antes de tumbarlo y guiar delicadamente su boca a una de las ubres de la madre. Gabrielle se echó a reír encantada cuando la cría se puso a mamar vigorosamente, chupando la nutritiva leche.

La guerrera dirigió su atención a la casilla que estaba frente a la suya, donde una oveja veterana se esforzaba por parir a su cría anual. El animal de más edad gruñó y empujó y por fin ella también depositó un nuevo corderito en la paja limpia. Xena se puso a limpiarlo con la toalla y en ese momento la oveja volvió a empujar.

—Eh. Ya me parecía a mí que estaba enorme. Creo que tiene otro —cuando la guerrera decía esto, nació otro cordero, éste totalmente negro.

—Caray —a Gabrielle se le pusieron los ojos muy redondos—. Xena, ¿cómo es que ése es todo negro? No he visto ninguna oveja o carnero negros en vuestro rebaño.

—La vieja Ébano —dijo la guerrera con cierto cariño—. Ébano era una oveja totalmente negra que pertenecía al rebaño cuando yo era pequeña. Esta oveja es una de sus descendientes. De vez en cuando tenemos una oveja negra por su causa. Recuerdo un otoño que madre me hizo un largo manto negro con la lana de Ébano. Éramos muy pobres. No era frecuente que nos dieran algo nuevo o especial. Me sentía como una reina cuando llevaba ese manto —los ojos de Xena rieron un momento al recordar. Limpió con la toalla al cordero negro y lo depositó al lado de su gemelo.

—Bueno —la guerrera se levantó—, creo que mi trabajo ha terminado. Gabrielle, ¿podrías ir dentro y empezar a prepararme un baño? Yo voy a la bomba a quitarme todo lo que pueda de esta porquería, pero voy a necesitar jabón y agua caliente para lavarme bien.

—Sí. Ahora nos vemos —la bardo se puso su manto para protegerse de la lluvia, recogió sus pergaminos, metiéndoselos debajo del manto, y se escurrió por la puerta del granero.

Xena la siguió, sin molestarse en ponerse el manto. Fue a la bomba de agua que estaba al lado del abrevadero y se arrodilló, sujetándose mientras movía la palanca y un chorro de agua fría le caía por encima. Se frotó los brazos, las piernas y la cara con una toalla limpia hasta que le pareció que se había quitado suficiente sangre y mugre para poder entrar en la posada e ir a la habitación del baño.

Se levantó, cruzó el patio y subió al porche de la posada, sacudiéndose para intentar eliminar cualquier exceso de agua. Abrió la puerta principal y entró, avanzando pegada a la pared hasta la puerta del pasillo.

—¡Xena! De verdad, es que hay cosas que nunca cambian.

Oh oh. La guerrera, cortada, agachó la cabeza.

Cyrene salió de la cocina, amenazando a su alta y mojada hija con una espátula.

—Ya sabes que eso no se hace. Tenemos una puerta trasera por un motivo. Ahora pasa de una vez, que me vas a poner perdidos los suelos limpios.

—Lo siento, madre. Lo limpiaré después de bañarme.

—No te molestes. Vete. Ya —la posadera empujó a su hija hacia el pasillo.

Xena caminó sigilosamente hasta el final, donde estaba la habitación del baño. El olor a aceite de lavanda le dio de lleno en la nariz cuando abrió la puerta. Un agradable vapor llenaba la estancia y su amante desnuda estaba metida en la bañera, con los brazos apoyados en los bordes y la cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados. La guerrera sonrió ante lo que veía. Se acercó en silencio y se agachó, besando a la bardo a conciencia en un lado del cuello.

Gabrielle soltó un gritito.

—Dioses, Xena, me has sorprendido. Pero es una agradable sorpresa.

—¿Ah, sí?

—Oh, sí —la bardo volvió a besarla, esta vez en los labios—. ¿Te metes?

—Por supuesto.

La guerrera se quitó la túnica mojada y sucia y se metió por el borde de la bañera, aterrizando suavemente al lado de la bardo. Suspiró cuando el agua humeante le envolvió los músculos cansados. Gabrielle cogió una pastilla de jabón y un paño y se puso a frotar a Xena en el cuello y detrás de las orejas. La guerrera suspiró de nuevo y se dio la vuelta, permitiendo que su compañera pudiera acceder a su musculosa espalda. Las pequeñas manos trabajaron sin descanso hasta que la piel de Xena quedó sonrosada y reluciente de la cabeza a los pies.

—Dame, amor. Deja que te devuelva el favor —la guerrera lavó por completo a su compañera y por fin dejó car el paño en la bañera y tomó a la bardo entre sus brazos para darle un beso largo y lento. Fue avanzando por la mandíbula de Gabrielle, depositando besos por su cuello hasta alcanzar la clavícula y notando que el pulso de la muchacha más joven empezaba a acelerarse. Xena soltó un gruñido hondo, pero al bajar más, la bardo se echó a reír sin poderse controlar.

Xena abandonó sus atenciones.

—¿Qué? —parecía algo molesta con su joven amante—. Yo... mm... yo creía que te gustaba que hiciera eso. ¿Es que lo hago mal?

Gabrielle tomó aliento y sonrió, mordisqueando la nariz de la guerrera.

—No, claro que me gusta. Mucho. Es que de repente me he acordado de ese cordero recién nacido cuando lo pusiste con su madre y le llevaste la boca al... bueno... ya sabes.

La guerrera sonrió con picardía.

—Beeeee —miró a su amante enarcando una ceja y volvió a bajar los labios para reanudar sus atenciones con la bardo.

Poco después, Xena y Gabrielle se habían trasladado de la habitación del baño y estaban acurrucadas en la cama. La guerrera fue besando a su amante por el estómago y subió hasta que sus labios se encontraron y se juntaron largo rato. Por fin se alzó, apoyando el peso en un antebrazo, y miró a los chispeantes ojos verdes. Xena alzó la mano y tocó la mandíbula de la bardo y la mano le tembló un poco al tiempo que se le escapaba una lágrima que resbaló por la mejilla de la guerrera, rápidamente seguida de otra. Sorbió un poco y sonrió de medio lado.

—Xena, ¿por qué lloras? —Gabrielle levantó la mano y secó las lágrimas.

—Tenía tanto miedo de que esa lesión de cráneo fuese a tener malas consecuencias. De que no te despertaras. O de que te despertaras y no fueras tú misma. Que no recordaras nada. Ni lo nuestro.

—Haría falta algo más que un golpe en la cabeza para hacerme olvidar que estoy enamorada de ti, Xena. Mucho más. No es que sepa que te amo con la cabeza. Lo siento hasta lo más profundo de mi alma. Mi cuerpo te conoce —la bardo se apretó contra la guerrera para hacer hincapié en lo que decía. Cogió la mano que descansaba a un lado de su cara y se la puso en la parte superior del pecho—. ¿Sientes eso, Xena?

La guerrera asintió, notando los fuertes latidos de la bardo en la mano.

—Mi corazón te conoce, Xena. No hay nada que pueda arrebatarme eso. Jamás.

Xena tragó y sonrió, con los labios un poco temblorosos. Se agachó y besó la cabeza rubia.

—Todavía me cuesta creer que las cosas hayan salido así de bien. No sé si alguna vez me lo creeré. Después de todo lo que he hecho, ¿cómo puede pasarme algo bueno?

—Oh, Xena, supongo que ésta es otra cosa que tendré que creer por las dos. Además, ¿se te ha ocurrido pensar que esto es bueno para mí? ¿Estás diciendo que yo no me merezco algo bueno?

—¿Tú? Tú, amor, te mereces todo lo bello y maravilloso que hay en este mundo. Te mereces toda la felicidad que puedas conseguir.

—Pues entonces, escúchame. Estar contigo me hace feliz. Y te considero lo más maravilloso y bueno que me ha pasado jamás. Si te pasan cosas buenas a cambio de hacerme feliz, pues me parece que vas a tener que aceptarlo, ¿no es cierto?

—Supongo. Me alegro de ser la que te hace feliz.

—Más feliz de lo que he sido en toda mi vida.

—Te quiero tanto. Eres tan preciosa para mí —la guerrera se agachó para darle un beso sentidísimo. Se alzó y se puso de lado y levantó el brazo de la bardo—. Esto se te está curando muy bien, amor. Creo que mañana podemos quitarte los puntos. Luego necesitas empezar a hacer ejercicios con el brazo para recuperar la fuerza muscular. De hecho... —Xena se sentó, echó las piernas por el lado de la cama y se levantó. Fue a la cómoda y abrió un cajón, donde estuvo hurgando hasta que sacó una pequeña bola de cuero. Volvió a la cama y se sentó, pasándole el gastado objeto a su compañera.

—¿Para qué es esto?

—Te lo pones en la mano, con la palma hacia arriba, y lo aprietas una y otra vez. Te ejercita los músculos del antebrazo. No es más que una bola de cuero rellena de lana de oveja.

—¿Así es como desarrollaste tú tus brazos? —la bardo alargó la mano y tocó los marcados músculos del antebrazo de la guerrera.

—Mm... sí, en parte. Me pasé mucho tiempo apretando esta bola cuando era adolescente. Desde entonces, creo que se han mantenido desarrollados por todo el ejercicio que hago con la espada y la vara y por apoyarme en las manos al dar una voltereta y por meterme constantemente en situaciones en las que tengo que levantar mi propio peso a pulso. O el tuyo —Xena sonrió y le hizo cosquillas a Gabrielle en el estómago.

—¡Eh! —la bardo le dio un manotazo a la guerrera en la mano—. No valen cosquillas. No puedo usar las dos manos para contraatacar.

—Cierto. Así tengo ventaja.

—Como si no tuvieras siempre ventaja, mi guerrera grande y fuerte.

—Puede que tenga ventaja en el terreno de la fuerza física, amor, pero tú tienes unas cosas más intangibles con las que me superas. Me tienes pillada. Espero que lo sepas.

—¿Ah, sí?

—Absolutamente.

—Ven aquí —dijo la bardo con la voz ronca de deseo y colocó a la guerrera encima de ella.