16 de marzo xii

Gabrielle es secuestrada con el fin de pedir dinero a la nacion amazona. podra xena salvarla

El 16 de marzo

Linda Crist

—No te preocupes, amor, sólo tengo ojos para ti, ¿es que a estas alturas no lo sabes?

—Y bien bonitos que son esos ojos —Xena contempló las verdes profundidades un momento y luego abrazó a su compañera estrechamente—. Recházalo con delicadeza, amor. Los guerreros altos y grandes caemos a fondo.

—Como si no lo supiera —Gabrielle acarició la cara de la guerrera con la mano, luego dibujó los labios generosos con un dedo y por fin se dio la vuelta y se dirigió a su habitación. Xena la miró mientras se alejaba y se perdió en sus fantasías, hasta que la voz de su madre la trajo de vuelta al presente.

—Bueno, Xena, ¿lo has hecho? —preguntó Cyrene amablemente.

—¿Que si he hecho qué? —la guerrera, sonrojada, consiguió levantar la vista hasta la barbilla de su madre, pero no logró mirarla a los ojos. Pero bueno, ¿por qué me pregunta eso?

La posadera se echó a reír por lo bajo al ver cómo interpretaba su hija la pregunta.

—Eso no, tonta. Por lo que vi esta mañana, es evidente que eso sí que lo has hecho.

—¡Madre!

Cyrene se acercó más a su hija.

—No, Xena, ¿tú has caído a fondo?

—Ah —una larga pausa—. Más de lo que nunca creí posible.

—Ya. Eso me parecía. Llevo mucho tiempo viéndolo venir.

—¿En serio?

—Xena, a las madres no se nos escapa gran cosa.

La guerrera cogió a su madre de la mano y la llevó de vuelta a la barra, donde sirvió unas tazas de té para las dos. Echó una generosa cucharada de miel en cada taza y contempló pensativa el aromático brebaje. Luego levantó la vista y por fin miró a su madre a los ojos.

—Madre, Gabrielle ha hecho algo más que salvarme la vida. Ha salvado mi alma. Ella es la luz que ahuyenta a la oscuridad. Sin ella, estaría perdida. Total y absolutamente. No hay nada que no estuviera dispuesta a hacer por ella. La seguiría al Tártaro ida y vuelta. Yo creía que amaba a Borias, pero en realidad sólo nos estábamos utilizando.

La posadera hizo una mueca, recordando la primera relación seria de su hija.

Xena advirtió la reacción, sabiendo que su madre había pasado un auténtico Tártaro mental en aquella época. Bajó los ojos un momento y luego los levantó de nuevo.

—Luego creí amar a Marcus y a lo mejor fue así. Al menos justo antes de que muriera los dos habíamos enderezado nuestras vidas. Pero murió y no pudo ser.

Cyrene sonrió.

—Xena, siempre supe que Marcus llevaba algo bueno en el corazón.

—Sí, así es. Y luego estuvo Hércules, que fue el catalizador que me impulsó a pasar a hacer el bien en lugar del mal. Creía amarlo, pero en realidad no nos conocíamos lo suficiente como para estar enamorados. Creo que en realidad sólo lo admiraba muchísimo. Todavía lo admiro. Espero que algún día puedas conocerlo.

—Bueno, pues claro que lo admiras, cielo, al fin y al cabo es un semidiós. Y utiliza su poder y su fuerza para ayudar a la gente —comentó la posadera.

La guerrera se quedó rígida un momento y luego miró al otro lado de la sala con una expresión distante en los ojos. Oh, madre, si supieras aunque sólo fuera la mitad de lo que estoy averiguando sobre los semidioses. No, eso no puedo contártelo. Te haría demasiado daño. Xena volvió a prestar atención a su madre, que, según advirtió la guerrera, la miraba con cierta preocupación.

La guerrera sonrió.

—Pero madre, Gabrielle es lo auténtico. Es el primer amor puro y desinteresado que he tenido en mi vida. Lo único que quiero es hacerla feliz. Creo que estoy enamorada de verdad por primera vez. Y por última. No puedo imaginarme la vida sin ella.

—Xena, cielo, creo que ella siente lo mismo. Lo veo en sus ojos. Creo que las dos vais a ser muy felices juntas —la posadera dio una palmada a su hija en la pierna.

Gabrielle entró de nuevo en la sala, vestida ahora con una camisa de manga larga, pantalones largos de lana y sus botas, ropa que había dejado aquí la última vez que Xena y ella habían estado en Anfípolis. Advirtió lo cerca que estaban sentadas su amante y la madre de ésta y sus expresiones serias.

—Eh, ¿interrumpo algo? Puedo ir fuera a esperar. Yo...

—No, Gabrielle —Xena miró a su compañera con afecto—. Estábamos terminando. Ven aquí.

Cyrene salió de la sala y fue a la cocina. La bardo fue al lado de Xena, apoyándose en ella un momento.

—Gabrielle, confío en ti, pero es mi hermano. Tenemos... mm... gustos parecidos, ya me entiendes. A lo mejor te conviene guardar las distancias mientras paseáis.

—Oh, Xena, no creo para nada que tengas que preocuparte por si Toris se pone fresco conmigo. Además, creo que he aprendido algo de defensa personal en los últimos cuatro años —la bardo le dio a su compañera un manotazo en broma en el estómago.

Mientras se reían, Toris, muy limpio y bien oliente, abrió la puerta y entró en la sala.

—Gabrielle, ¿estás lista?

—Claro —se acercó despacio al hermano de su amante y le cogió el brazo que le ofrecía. Se volvió para mirar a la guerrera y le guiñó un chispeante ojo verde—. Hasta ahora.

—Vale, mm... que os divirtáis —Xena sonrió y devolvió el guiño.

—Ah, no te preocupes, hermana, nos divertiremos —dijo Toris alegremente.

Ay ay ay , pensaron a la vez la guerrera y la bardo

Xena vio cómo se cerraba la puerta detrás de su hermano y Gabrielle y se sentó en una banqueta de la barra soltando un suspiro. Cogió su taza de té y bebió pensativa. Por un lado, se alegraba de que su compañera hubiera aceptado la carga de revelar a Toris la noticia sobre su relación. A Xena no le había apetecido nada. Ni siquiera sabía qué iba a pensar él, aunque eso no le importaba en última instancia. Era la posible incomodidad lo que temía más que nada. Llevaba más de catorce años sin tratarse mucho con su hermano, desde que se marchó de Anfípolis para crear su primer ejército. Había pasado mucho tiempo y habían sucedido muchas cosas. La gente cambia , pensó la guerrera. Yo he cambiado mucho. Por otro lado, le habría encantado escuchar la conversación entre Toris y su amante.

Unos clientes de la aldea que venían a desayunar abrieron la puerta de la posada y cruzaron el umbral. Era una pareja de ancianos y Xena los reconoció vagamente de su infancia, aunque no recordaba cómo se llamaban. Los dos se detuvieron un momento y la miraron con aire sobresaltado, pero luego inclinaron la cabeza saludándola y fueron a una mesa al lado de una de las ventanas y se sentaron. Xena consiguió sonreír levemente e inclinó ligeramente la cabeza a su vez. Cyrene volvió a la sala principal desde la cocina con dos platos de jamón, pan y huevos, junto con una jarra de té caliente, todo lo cual dejó en la mesa de la pareja. Tras charlar amablemente un momento con ellos, fue a la barra y se sentó al lado de su hija.

—¿Qué te pasa, cielo? No estarás preocupada por Toris y Gabrielle, ¿verdad? Si lo estás, te puedo decir que te preocupas innecesariamente. Esa chica está coladita perdida, cielo, y es por ti.

Xena se sonrojó y bebió otro trago de té antes de levantar la mirada.

—No. No estoy preocupada. En realidad no. Sabes, madre, he viajado con Gabrielle por toda Grecia y varios países extranjeros, por tierra y por mar. Ni te cuento la de veces que he tenido que combatir o ahuyentar a los canallas que querían ligársela. Y eso era antes de que fuésemos... mm, pareja. Ahora que estamos juntas, o sea, juntas de verdad —la guerrera sonrió—, el primer hombre que se la quiere ligar es mi hermano. No podemos ignorarlo y es evidente que él no se va a marchar. Supongo que lo que espero es que acepte bien la noticia.

—Oh, Xena, Toris es un chico abierto de mente. O un hombre, supongo que debería decir. Estará bien. Puede que se sienta decepcionado, pero creo que también se alegrará por ti. Nos hemos pasado muchos años preocupados por ti. Creíamos de verdad que te habíamos perdido para siempre. Ese día en que Gabrielle apareció aquí e impidió que los aldeanos te lapidaran y luego yo me di cuenta por fin de que de verdad querías cambiar de vida, ése fue uno de los días más felices de mi vida. Y ahora mírate. Eres feliz. Has dado la vuelta a tu vida. No paro de oír cosas buenas sobre ti. Y ahora estás enamorada. De alguien que es evidente que te quiere también con toda su alma. Es más de lo que esperábamos que tuvieras en toda tu vida. Sobre todo después de lo que pasó con tu padre. Sé que os dejé a ti y a tus hermanos solos mucho más de lo que debía, intentando dirigir esta posada y poner comida en nuestra mesa. No podía ser madre y padre, pero hice todo lo que pude.

La cara de la guerrera se nubló un poco y tragó saliva varias veces.

—Madre, ¿nuestro padre... intentó... intentó alguna vez... mm... sacrificar a Toris o a Lyceus a alguno de los dioses?

La posadera estudió la cara de su hija largamente.

—No, Xena, sólo a ti. Pero tú siempre fuiste especial. Eras más fuerte. Más rápida. Más lista. Casi parecía que estuvieras tocada por los dioses de una forma que tus hermanos no. Supongo que Ares te quiso por todos los dones que tenías. Supongo que al final te consiguió durante un tiempo. Cómo me alegro de que dejaras esa vida. ¿Por qué lo preguntas?

—Ah, no sé —mintió Xena—. Simple curiosidad, creo — Estoy intentando averiguar si Toris y Lyceus son hermanos míos totalmente o sólo medio hermanos, pero eso no te lo puedo decir, madre.

—Bueno, será mejor que me ponga a trabajar —Cyrene miró un momento los ojos meditabundos de su hija y se le ocurrió una idea—. Xena, algunas de nuestras ovejas han pasado el invierno pastando en ese pequeño cañón cerrado que hay en las colinas. Ya hay que bajarlas aquí y meterlas un tiempo en el redil. Hay que lavarlas y esquilarlas y dentro de poco empezarán a criar. ¿Y si me haces el favor y sales con Argo y las bajas aquí?

La guerrera sonrió.

—Sí, claro que lo hago. Seguro que a Argo le viene bien el ejercicio y a mí me vendrá bien tomar un poco el aire —se levantó, cruzó la sala y salió por la puerta.

La posadera miró por la ventana hasta que su hija desapareció en el granero. Está dándole vueltas a otra cosa aparte de su preocupación por Gabrielle. Creo que voy a tener que ver cómo se lo saco. Esta chica siempre se ha guardado todo dentro. A lo mejor necesita unos mimos de madre.

Gabrielle y Toris habían caminado despacio hasta uno de los lugares más bonitos que había cerca de Anfípolis, una pequeña charca rodeada de varios tipos de árboles, un lugar muy apacible y retirado. Habían hablado del tiempo, de las ovejas, de los cotilleos del pueblo y Gabrielle le había contado casi todos los detalles de la crucifixión y la resurrección, saltándose la creciente relación entre Xena y ella. Toris se había quedado pasmado con todo ello y la bardo se daba cuenta de que le costaba mucho asimilarlo. Hasta ahora había evitado el tema de noviazgos, la vida amorosa de ella y la vida amorosa de él y empezaba a preguntarse si Xena y Cyrene no se habían equivocado con respecto a las intenciones del hombre alto.

Seguían caminando y Gabrielle iba cogida del brazo de Toris. Éste le cubrió la mano con la suya.

—Gabrielle, hace mucho tiempo que no te veo. No he tenido oportunidad de decírtelo. Me enteré de lo de tu marido. Pérdicas, ¿no?

Oh oh.

—Sí.

—Lo siento muchísimo. Tienes que haberlo pasado muy mal.

—Sí, así es. Y gracias. Pero ahora estoy bien. Es decir, estuvimos casados menos de un día y la verdad es que no lo conocía muy bien. Creía que sí, pero en aquella época ni siquiera me conocía muy bien a mí misma. Cuando lo pienso, ni siquiera estaba enamorada de él, al menos no de una forma que nos hubiera garantizado un buen matrimonio. Era un hombre bueno y honrado, pero creo que casarnos fue un error.

—¿Por qué lo dices?

—Es que no era lo que debía hacer con mi vida. No era mi destino.

—Ah. Bueno, ¿y has tenido otros pretendientes desde entonces?

—No exactamente. Xena y yo nos topamos con... mm... ciertos personajes en nuestros viajes. Muchos hombres intentan ligarnos cuando viajamos, pero sólo quieren pasar un buen rato. Hemos tenido que defendernos de bastantes canallas, eso te lo aseguro —la bardo agarró su vara con firmeza y la sujetó delante de ella—. Esto. Esto me ha sacado de más de una situación espinosa. Sobre todo si Xena no estaba cerca para protegerme en ese momento.

—He notado que siempre llevas eso contigo. Ahora ya debes de manejarlo muy bien.

—Xena dice que sí. Durante un tiempo decidí que ya no iba a luchar más. Incluso tenía otra vara que tiré. La vara era originalmente de Ephiny, lo mismo que ésta. Bruto la mató en combate cerca de la aldea amazónica. Fue mi regente durante tres años mientras yo viajaba con Xena. Ahora me doy cuenta de que con lo que hacemos Xena y yo, tengo que luchar. No puedo dejar que sea ella la que se encargue de protegernos. No es justo.

—Gabrielle, ¿por qué sigues a mi hermana? ¿No es peligrosísimo? Quiero decir, os han matado. ¿Cuántas veces puedes esperar que alguien os devuelva la vida? ¿No crees que algún día vais a acabar muertas para siempre?

—Sí, de eso no me cabe duda. Xena es una guerrera y no se ven muchos guerreros viejos. Casi todos mueren jóvenes. Pero estoy donde debo estar. Hago lo que debo hacer. Tengo que confiar en que mientras siga el camino que me corresponde seguir, las cosas, mi vida, saldrán como tienen que salir.

—¿Pero no quieres encontrar a alguien y asentarte? ¿Tener una familia? ¿Echar raíces en algún lugar?

—Ésa es una pregunta muy complicada. Toris, tengo familia. Os tengo a Xena y a ti y a vuestra madre. Tengo a las amazonas. Sé que podría contar con todos vosotros si os necesitara. Tengo a mi hermana Lila. En cuanto a asentarme, tal vez algún día, pero por ahora estoy contenta con lo que hago. Y Toris, he encontrado a alguien. Alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.

—¿Qué? No lo entiendo —el hombre alto parecía bastante decepcionado—. Gabrielle, creía que habías dicho que no habías tenido ningún pretendiente de verdad desde que murió Pérdicas.

—Sí, eso he dicho. Y no los he tenido. Esta persona no me ha cortejado. Fue algo que ocurrió poco a poco hasta que un día me di cuenta de que estaba enamorada.

—Pues Gabrielle, si estás enamorada de alguien, ¿por qué no estás con él? ¿Por qué diablos sigues a mi hermana por todas partes?

—Mm, Toris, no es un "él".

—Ah. Ahhhh.

—Sí.

—Supongo que tienes más en común con las amazonas de lo que creía.

—Eso es cierto.

—La persona de la que estás enamorada. ¿Es una amazona?

—No, aunque probablemente tiene más de amazona incluso que yo.

—¿Entonces quién es y por qué no estás con ella?

Este chico es más espeso que el barro , pensó la bardo por dentro.

—Toris, estoy con ella. Casi todos los momentos de cada día de mi vida. Y soy más feliz que nunca.

Toris se detuvo, se volvió y se la quedó mirando, mientras las palabras de la bardo iban calando despacio, muy despacio.

—A ver si lo he entendido. ¿Estás enamorada de Xena? ¡¿De mi hermana?! ¿Y ella lo sabe?

—¡Pues claro, tonto! —dijo Gabrielle riendo y le dio un manotazo de broma en el brazo.

—Bueno, ¿y ella está enamorada de ti?

—Ya lo creo.

—No es por ofender, Gab, pero mi hermana no me parece capaz de una cosa así. No da para nada la impresión de que se le dé bien la cosa romántica y... mm... esas cosas —el hombre alto se sonrojó.

No tienes ni idea.

—Toris, ¿por qué crees que Xena se convirtió en la clase de persona que era? ¿Te lo has planteado alguna vez?

—No. La verdad es que no. La mayor parte del tiempo pensaba que era una loca furiosa. Causó tanta vergüenza a nuestra familia que durante mucho tiempo intenté borrarla de mi mente, hacer como que no era mi hermana.

La bardo se entristeció al oír esto.

—Toris, una persona no expresa emociones fuertes, ya sean de amor u odio, a menos que sea porque algo o alguien le importa mucho. A tu hermana mucha gente le ha hecho un daño enorme. El rechazo de este pueblo. La muerte de Lyceus y su parte de responsabilidad en ella. Las personas que se ganaron su confianza y luego la traicionaron. Bajo esa fachada fría, siente muchas cosas muy profundamente. Por suerte para mí, el amor es una de esas cosas.

—Caray. La verdad es que no la he tratado mucho desde que éramos adolescentes. Ya no sé muy bien qué clase de persona es.

—Deberías conocerla mientras estemos aquí. Creo que te va a gustar lo que descubras.

—Tal vez. Pero Gab, tendrás que reconocer que a Xena no se le da muy bien la comunicación. Es decir, ¿cómo sabes que te quiere? No me la imagino siquiera elaborando una frase completa la mitad de las veces.

La bardo sonrió, recordando las brevísimas y bruscas conversaciones que a lo largo de cuatro años se habían transformado en profundos debates sobre la vida, la política, la religión, la filosofía y... el amor. Supongo que las dos hemos mejorado mucho.

—Toris, me dice que me quiere. Me lo demuestra. Tiene detalles bonitos conmigo todo el tiempo. ¿Quieres leer una cosa que me ha escrito?

—Bueno, si no te importa, sería interesante, creo.

—Ven, vamos a sentarnos —Gabrielle llevó a Toris hasta una gran peña que había junto a la charca y los dos treparon hasta arriba. Se metió la mano en el bolsillo de la camisa y sacó una notita doblada, la que le había dejado Xena después de que ella hubiera escrito el poema pocos días antes—. Toma. Lee —le puso la nota al hermano de su amante bajo la nariz.

Toris la cogió y la leyó en silencio. Soltó un silbido por lo bajo.

—"Sus ojos son del color del mar antes de una tormenta". ¿Eso se le ha ocurrido a mi hermana ella sola?

—Sí. Es una persona muy especial y estamos muy enamoradas. Tuvimos que morir juntas para darnos cuenta —la bardo le dio unas palmaditas a Toris en el brazo y el sol hizo brillar la pulsera que llevaba en la muñeca, llamando la atención del hombre alto.

Bajó la mano y la tocó con los dedos.

—Qué bonita.

—Sí. Me la ha regalado ella. Porque sí.

—¿En serio?

—Sí.

—Así que ella y tú... vosotras... mm. Olvídalo, no quiero saberlo.

Gabrielle sonrió con aire burlón y luego soltó una gran carcajada.

—Oh, sí, y es fantástico. No, es más que fantástico, es...

—Gabrielle —la interrumpió Toris—. Demasiada información. Pero demasiada. Es mi hermana, ¿recuerdas?

—Uuuy. Sí. Perdón. Venga, vamos a volver —la bardo saltó de la roca, tirando de Toris.

—Gabrielle.

—Sí.

—Me alegro mucho por mi hermana y por ti. Tengo que reconocer que tenía la esperanza...

—Lo sé. Y me siento halagada. Eres un buen hombre, Toris. Y muy atractivo.

—¿Tú crees?

—Bueno, puede que sienta cierta debilidad por los guerreros altos de pelo negro y penetrantes ojos azules —rió la bardo—, pero sí, creo que eres muy atractivo.

—Gracias.

—Toris.

—Sí.

—Ya encontrarás a alguien. No me cabe duda.

—Pues eso espero. Espero que sea tan dulce y buena como tú.

Gabrielle le apretó el brazo e hicieron el resto del camino de vuelta en silencio.

Gabrielle regresó a la posada para descubrir que su compañera se había ido a las colinas a pastorear. La bardo pasó la mayor parte de la tarde ayudando a Cyrene a limpiar la posada. Cuando estaban empezando con los preparativos iniciales para la cena, la mujer mayor se empeñó en que Gabrielle merecía relajarse un poco tras sus recientes penalidades. La bardo había ido a su habitación y había trasladado sus cosas a la de Xena. Ahora que las cosas estaban al descubierto no tenía sentido ocupar espacio en una habitación estupenda para los clientes. Cyrene la había ayudado incluso a hacer un poco de sitio en uno de los armarios del cuarto de Xena para que Gabrielle pudiera meter allí las cosas que normalmente dejaba siempre en la posada. En el curso de esta tarea, la bardo encontró algunos de los pergaminos de sus primerísimos viajes con su compañera.

—Oh. Cuánto tiempo hace que no los leo —cogió con cuidado los pergaminos enrollados y los dejó en la cama.

—Cielito, ¿qué tal si te pones a leerlos ahora o te vas a dar un paseo o vas a ver a ese caballo tuyo? Aquí está todo controlado. Además, te dije hace dos marcas que te relajaras.

Gabrielle sonrió a la posadera y la abrazó.

—Gracias, Cy... mamá.

Cogió los pergaminos y fue al granero a visitar a Estrella. Dejó los pergaminos en un banco bajo que había en la pared del fondo del granero y se acercó al caballo pinto. Estrella relinchó sonoramente y dio con la cabeza en el hombro de la bardo cuando ésta se acercó.

—Hola. ¿Qué haces? ¿Echas de menos a Argo? Yo echo de menos a la mamá de Argo, eso te lo aseguro. No sabía que sabía guardar ovejas. Es una fuente de sorpresas.

Gabrielle cepilló a fondo a Estrella y luego echó heno limpio en una casilla vacía del final de la fila. Encontró una manta para caballos limpia y suave y la echó encima del heno. Una vez hecho eso, cogió uno de los pergaminos y se acomodó en la cama bien oliente que se había hecho para leer. Al poco tiempo, se le cerraron los ojos y poco a poco se fue quedando dormida. No oyó a la alta figura que entró en el granero.

Xena metió a las ovejas en un gran redil, luego llevó a Argo al granero y la metió en la casilla que había al lado de Estrella. Le quitó a la yegua dorada la silla y la brida y la cepilló antes de darle un poco de avena para comer y llenarle el abrevadero de agua fresca. Cuando la guerrera ya se marchaba vio varios pergaminos en el banco del fondo del granero. ¿Qué hacen ahí? Fue hasta allí y al pasar ante la última casilla, bajó la mirada y vio a la bardo acurrucada en una manta, profundamente dormida.

La guerrera sonrió y sintió un aleteo vertiginoso en el estómago. No me puedo creer que el mero hecho de mirarla me afecte de esta forma. Se arrodilló sin hacer ruido y se acurrucó al lado de su amante, rodeando la cintura de la bardo con un largo brazo.

—Hola. Hueles a oveja —los ojos verdes se abrieron y Gabrielle se dio la vuelta para mirar a la guerrera.

—Oh. Lo siento. Puedo ir a lavarme si...

—No. No a oveja sucia. A lana suave caliente por el sol. Es agradable.

—Ah —Xena se arrimó más, acariciando con la nariz la cabeza de su amante—. ¿Qué tal con Toris?

—Le conté lo nuestro. Está bien. De hecho, se alegra por nosotras.

—¿En serio? ¿No está celoso o molesto?

—No, bueno, no mucho. Al principio le costó mucho creerse que fueses capaz de hacer cosas románticas, pero creo que he conseguido convencerlo.

—Gabrielle, que es mi hermano —Xena se sonrojó y la bardo notó que la piel de la guerrera se ponía caliente.

—No te preocupes. No le he contado nada embarazoso. Sólo le he dicho lo atenta que eres y todas las cosas estupendas que haces por mí.

—¿Todas las cosas estupendas? —Xena mordisqueó un ombligo bárdico al sacar la camisa de Gabrielle de la cinturilla de sus pantalones de lana.

La bardo notó unos dedos expertos que le subían por el estómago hasta alcanzar zonas sensibles y tomó aliento entrecortadamente.

—Bueno. A lo mejor no todas las cosas estupendas —inclinó la cabeza para juntar sus labios con los labios expectantes de Xena, al tiempo que le pasaba las manos por la espalda y le soltaba la armadura y luego desataba el cuero, caliente por el calor corporal de su amante.

A Xena le dio un vuelco el corazón y luego se le aceleró considerablemente cuando se encontró boca arriba, con su amante a horcajadas encima de ella y unos ojos verdes que la atravesaban hasta la médula.

—¿Tu turno, amor? —preguntó la guerrera con la respiración entrecortada.

—Ya lo creo —la bardo se inclinó y besó a fondo a la guerrera, al tiempo que le quitaba la túnica de cuero para revelar la piel lisa y bronceada que había debajo—. Dioses, cómo te quiero —dijo Gabrielle con la voz ronca.

Xena se había quedado sin habla ante el asalto de su amante y simplemente cerró los ojos, disfrutando de las atenciones de la bardo. Los ojos azules se abrieron un momento cuando unas manos pequeñas bajaron despacio por su tórax hasta acariciarle los muslos.

—Yo también te quiero.

Los ojos azules y los verdes se encontraron y soltaron un destello y las almas que había tras ellos bailaron juntas en una armonía nacida de una profunda entrega y amistad. La guerrera volvió a cerrar los ojos cuando las actividades de Gabrielle se hicieron mucho más íntimas.

Una marca después Xena y Gabrielle estaban sentadas en la casilla, cómodamente acurrucadas juntas. La guerrera estaba leyendo los pergaminos de su compañera por primera vez y la bardo miraba en silencio por encima de su hombro, deseosa de oír la reacción de su amante ante su trabajo. Acariciaba distraída con los dedos los musculosos hombros de la guerrera, leyendo con ella.

Esta serie concreta de pergaminos empezaba en realidad unas pocas lunas antes de que se conocieran y le estaba dando a Xena una percepción nueva del estado mental de su amante en el momento en que empezaron a viajar juntas. Las historias recogían su primer encuentro y seguían hasta la estancia de Gabrielle en la Academia para Bardos de Atenas y su decisión de volver al camino con Xena.

La guerrera empezó a percibir dos temas muy claros, por lo menos en el sentido de que no se los había planteado en realidad hasta ahora. El primer tema era la forma en que Gabrielle veía a Xena, sus descripciones de las acciones de la guerrera, así como sus interpretaciones de los pensamientos y la personalidad de Xena y también el afecto creciente de la bardo por ella. El segundo tema, que le escocía un poco, era la profundidad de los pensamientos y sentimientos de la propia Gabrielle. Por supuesto, Xena había estado presente en la mayoría de las aventuras que había relatado la bardo y a veces habían hablado brevemente de sus pensamientos y sentimientos. Pero eso era al principio de su amistad y la guerrera se contenía mucho y se cerraba en banda mucho más, manteniendo a distancia a la chica más joven, que era muy observadora y sensible.

—Gabrielle. Lo siento. Nunca me di cuenta del daño que te estaba haciendo. Ojalá me hubiera permitido abrirme más a ti en aquella época. Siento como si me hubiera perdido muchas cosas buenas sólo porque no te dejaba entrar —la guerrera tiró de la cabeza rubia y le dio un beso, para acabar volviéndose, sentando a la bardo en su regazo y estrechándola entre sus brazos.

Gabrielle apoyó la cabeza en un fuerte hombro y estrechó a su compañera ligeramente por la cintura.

—Xena, no importa. Seguro que en aquella época yo era muy difícil de entender para una persona como tú. En Potedaia me sentía muy sola. Todo el tiempo. Sí, le caía bien a la gente y eso, pero me lo tenía que guardar todo. Eran personas sencillas de sueños sencillos. Había un anciano en nuestro pueblo que había ido a Atenas para estudiar con Sócrates. Le rogué que me enseñara a leer y escribir y lo hizo a regañadientes. Eso era algo que no se hacía en nuestro pueblo. Las chicas se tenían que casar, tener hijos y hacer las tareas de la casa. Mis padres estaban empeñados en encontrar al hombre adecuado para que me casara con él. Eso era lo único que querían para mí. Y yo quería muchísimo más. Sabía que había un gran mundo allí fuera, más allá de Potedaia, y que quería verlo. No sabía cómo lo iba a hacer, pero necesitaba salir de allí. Y entonces apareciste tú y supe que si no aprovechaba esa oportunidad, ese breve instante en que nuestros caminos se cruzaron, me iba a quedar en Potedaia para el resto de mi vida.

La guerrera apoyó los nudillos en la suave mejilla, acariciándola despacio.

—Nunca me di cuenta de lo importante que era para ti salir de allí. No lo comprendía. Lo irónico es que cuando yo tenía esa edad, era igual. Tenía tantas ganas de salir de Anfípolis que vendí mi alma para hacerlo. Supongo que no lo veía en ti porque por fuera tú y yo somos dos personas muy distintas. No entendía por qué una persona buena como tú elegía la crudeza de la vida en el camino cuando en casa tenías una cama caliente donde dormir. He tardado mucho tiempo en darme cuenta de que en el fondo, tú y yo somos esencialmente muy parecidas.

La bardo sonrió y volvió la cabeza para besar el dorso de la mano de Xena.

—Xena, cuando te conocí odio reconocerlo, pero no me importaba gran cosa qué clase de persona fueses. Había visto tu valor y tu habilidad en el combate y eso era lo único que necesitaba saber... que ahí fuera había otra mujer que había tomado las riendas de su propia vida y no iba a dejar que el mundo le dijera cómo tenía que vivirla. Cuando estaba contigo podía expresar muchas más cosas de las que había podido en casa durante toda mi vida. Que escucharas o me hicieras algún comentario casi no me importaba, al menos al principio. Lo que me importaba era que por fin era libre de convertirme en el tipo de persona que necesitaba ser y que podía expresarme con libertad. Así que no te sientas mal. El mero hecho de que me dejaras quedarme contigo fue el mayor regalo que podrías haberme hecho en esa época.

Los ojos azules se enternecieron.

—Es curioso. Al hacerte ese regalo creo que yo he recibido el mayor regalo que existe.

—¿Y cuál es?

—Amarte. Y ser amada por ti.

Sus labios se juntaron un momento y luego siguieron hablando.

—Xena, ¿qué vamos a hacer ahora? ¿Lo has estado pensando?

—Pues sí, un poco. Creo que lo único que queda por resolver del rompecabezas actual es averiguar qué está pasando con el gobierno y tener esa charla que quiero con Bruto. A partir de ahí, no sé. Bueno, no exactamente. Nunca te conté toda mi conversación con Krisna en la India, ¿verdad?

—No... no estaba segura. Tenía la impresión de que te estabas guardando algunas cosas.

—Sí. En ese momento me dijo que cada persona tiene que encontrar su propio camino y que el mío era el camino del guerrero. Ése era mi camino en la vida. Pero ahora es como si estuviera en la segunda parte de esa vida. Creo que el camino del guerrero sigue siendo parte de mi camino, pero que se le ha añadido algo nuevo. Tiene que ver con lo que tú llamas el camino de la amistad. Todavía quiero ayudar a la gente, Gabrielle, y utilizar mis habilidades con ese fin. Y todavía creo que mi camino es no retirarme de una lucha y actuar con confianza al estar en ella. Pero hay algo por encima de eso. Parte de mi camino es estar contigo, amarte, aprender de ti, y esa parte está por encima del camino del guerrero. Creo que los dos pueden funcionar juntos, pero si tuviera que elegir, dejaría la espada por ti.

—No podría pedirte que hicieras eso y no quiero que lo hagas, pero creo que las dos estamos siguiendo la misma idea. Ya sabes lo que siento. No me gusta luchar. Pero te amo. Y si tengo que luchar para cubrirte la espalda, para ayudarte a protegernos, lo haré. Y tampoco me voy a echar atrás. Creo que aquí es donde se encuentran por fin esos dos afluentes del río, Xena, en el camino del amor y la amistad, porque lo que parece que hemos decidido las dos es ponernos la una a la otra y a las dos juntas por encima de cualquier cosa. Tenemos nuestro propio camino individual, el tuyo es del guerrero y el mío el del amor y la paz, pero el de las dos juntas es el camino de la amistad y eso significa que a veces la guerrera tendrá que ser pacífica y la pacificadora tendrá que luchar.

—Caray —los ojos azules relucían—. Tras tanto esfuerzo, por fin todo está cobrando forma, ¿verdad?

—Sí. Es genial, ¿no...? Uomff... —los labios de la bardo quedaron de repente cubiertos por los de una guerrera feliz.

Al cabo de un momento, Gabrielle tuvo que tomar aire y frunció un poco el ceño.

—¿Xena?

—¿Mmmm?

—Hay otra cosa que estado pensando y no sabía cómo hablarlo contigo, pero creo que éste es un buen momento.

—¿De qué se trata?

—Xena, he pasado más de tres años como reina de las amazonas sólo de nombre. Cuando las conocí, eran una nación fuerte, con muchas líderes capaces. Ahora ya no es así. Chilapa es muy inteligente y justa, pero no cuenta con mucha ayuda. La mayoría de las amazonas que quedan o son muy jóvenes e inexpertas o muy viejas e incapaces ya de luchar. Han muerto muchas de las guerreras amazonas bien preparadas. Tú incluso has dicho que la Nación Amazona se estaba muriendo.

—Sí. Me da mucha pena. Son un elemento único y vital de nuestro mundo. No quiero ver cómo se extinguen.

—Yo tampoco. Xena, creo que ha llegado el momento de que me haga responsable de ellas de verdad. Me gustaría mucho dirigir a las amazonas durante un tiempo. Ser reina en activo. Ayudarlas a levantarse de nuevo. Y me encantaría que tú estuvieras a mi lado. Podríamos hacerlo juntas. Pero no lo voy a hacer si eso supone dejarte atrás.

—Creo... creo que es una idea muy buena. Las amazonas te necesitan. No siempre me encantan sus costumbres —la guerrera se rió entre dientes—. Creo que en parte es por todas esas hormonas femeninas que chocan constantemente. Luego tienen todas el ciclo lunar a la vez y uuuuh, se pone todo muy emocional. Pero creo que podría soportarlo, al menos durante un tiempo.

—Xena, podríamos hacerlo de dos formas, sabes. Y ya sea una u otra, vivirás conmigo en el alojamiento de la reina. Pero vamos a tener que conseguir la aprobación por mayoría del consejo de ancianas amazónico para que obtengas permiso de residencia en la Nación Amazona o... podríamos darte la nacionalidad formal... hacerte ciudadana. La ley amazónica permite la doble ciudadanía, así que no tendrías que renunciar a la ciudadanía de Anfípolis.

—Bueno, bardo mía, deja que lo piense un poco. Cualquiera de las dos opciones tiene ventajas y desventajas. La primera me da más independencia, pero la segunda me da más derechos dentro de la Nación Amazona. En ambos casos, juraría honrar y proteger a la reina.

Gabrielle soltó una risita.

—Xena, ya sabes que no tienes que inclinarte ante mí. Jamás. Pero aprecio que me honres y me protejas.

—Resumiendo, Gabrielle, que te seguiría a cualquier parte y si necesitas estar con las amazonas, ahí estaré contigo. De hecho, la aldea amazónica podría ser nuestra base permanente, con independencia de lo que acabemos haciendo. Si por alguna razón volvemos al camino, podría ser el lugar al que siempre regresemos.

—Gracias, Xena. Para mí es muy importante que me apoyes en esto.

—Haría lo que fuese por ti.

Gabrielle miró a su compañera largamente y sonrió antes de colocar la mano suave en la cara de la guerrera.

—Lo sé —echó hacia delante la cabeza de Xena y la besó con gran ternura. La guerrera rodeó a su compañera con los brazos y la estrechó con todas sus fuerzas.

Tras una breve exploración se separaron y la bardo cogió una pluma y un trozo de pergamino y se apoyó en el pecho de la guerrera, sujetando el pergamino sobre la rodilla doblada. Dio vueltas a la pluma entre los dedos con aire distraído y luego se puso a escribir.

—¿Qué escribes?

—Estoy redactando un mensaje para mis padres y Lila, para que sepan que estoy bien y que pronto me voy instalar en la aldea amazónica. Supongo que se lo puedo mandar con una de las palomas mensajeras de tu madre.

—¿Estás segura de que no quieres ir a verlos en persona? Ya sabes que iré contigo si quieres.

—No. No creo que quieran verme. Me dolió mucho que ni siquiera vinieran aquí el año pasado para mi fiesta de cumpleaños. Y la pobre Lila tuvo que unirse a esa caravana de mercaderes para poder llegar hasta aquí. Menos mal que Minya viajaba con la caravana, porque al menos Lila pudo contar con una amiga en el grupo. Creo que voy a ofrecerles a mis padres una invitación abierta para que vengan a visitarme a la aldea amazónica si quieren, pero no me voy a desvivir por verlos, al menos durante un tiempo.

—Bueno, vale, pero si cambias de idea, aquí estoy para lo que necesites.

—Gracias —la bardo dio unas palmaditas a la guerrera en la pierna y siguió escribiendo.

—Gabrielle, ¿qué tal si nos quedamos aquí unos días más? Voy a ayudar a Toris a lavar y esquilar las ovejas y luego podemos viajar hasta las amazonas.

—Estupendo. ¿Puedo ayudar con las ovejas?

—Claro. Estrella y tú podéis mantener a las ovejas cerca del arroyo mientras Toris y yo las lavamos. Probablemente podremos tenerlas todas lavadas mañana y esquilarlas pasado mañana. Embalaremos la lana al día siguiente y luego Toris puede llevarla al mercado para venderla. Para eso no va a necesitar mi ayuda. Así que dentro de cuatro o cinco días podemos recoger los bártulos e ir... a casa.

—Me parece un buen plan —Gabrielle levantó la mirada y sonrió a su compañera. Dobló la carta terminada para sus padres y derramó un poco de cera de vela derretida en el borde para sellarla. Volvió la mano y apretó el anillo con el sello de la reina amazona en la cera caliente—. Me parece que nunca han visto el sello —murmuró—. Espero que no les dé un ataque.

La bardo sacó otro trozo de pergamino. Xena la miró.

—¿Y ahora qué escribes?

—Un mensaje para Chilapa. Diciéndole que la reina amazona regresa. Para gobernar la nación.

Gabrielle estaba terminando su segunda taza de té caliente cuando Xena asomó la cabeza por la puerta de la posada.

—¿Estás lista?

—Claro —la bardo se levantó y se alisó la falda roja de cuero. Fue a la puerta y recogió su vara del rincón.

Cyrene salió de la cocina.

—Toma. Algo de comer —le entregó un paquete a su alta hija.

—Gracias, madre —sonrió la guerrera—. ¿Qué es?

—Tendrás que esperar para verlo, ¿no? —la posadera dio unas palmaditas a Xena en el estómago—. Tened cuidado ahí fuera. Serán ovejas, pero son fuertes.

La guerrera sonrió con sorna.

—Intentaré que las feroces ovejas no acaben conmigo. Venga, Gabrielle, te he ensillado a Estrella.

Fueron al redil donde Toris ya estaba montado en su semental negro, con dos perros pastores echados expectantes a los pies del animal. Xena ayudó a la bardo a montar en Estrella y luego abrió la puerta del redil. Los perros se levantaron de inmediato y entraron corriendo, sacando eficazmente a las ovejas del redil al camino. La guerrera se subió de un salto a la parte más alta de la puerta y silbó llamando a Argo. La yegua vino corriendo y Xena dio una voltereta por el aire, aterrizando limpiamente en la silla en el momento en que el caballo pasaba a su lado.

—Chula —le dijo Gabrielle en broma. Llevó a Estrella junto a Argo y se pusieron a seguir al rebaño. Toris iba en el otro extremo, sin decir nada.

—¿Qué le pasa? —preguntó la bardo.

—No le gusta madrugar. Creo que todavía no le ha hecho efecto el té. Se bebe unas cinco tazas bien cargadas cada mañana. Dale otra marca y probablemente entonces pronuncie la primera palabra del día.

Gabrielle soltó una risita.

—Pues en eso sí que sois bien distintos, señorita "Venga, hay que irse, que va a salir el sol".

—Creo que eso me viene de haberme criado en la posada. Aprendí que si me levantaba temprano, conseguiría algunos panecillos dulces de los que hace madre recién salidos del horno. Creo que Toris nunca lo pensó. Para cuando se levantaba, los clientes, Lyceus y yo ya nos habíamos terminado los panecillos. Eran lo primero que se acababa. Madre estaba demasiado ocupada para hacer un desayuno especial sólo para nosotros, así que siempre comíamos lo que se servía a los clientes cada mañana. Y todo era estupendo. Ya has visto cómo cocina.

—Chica, ya te digo. Como pasemos unas semanas más aquí, vamos a tener que ir de compras otra vez para ver si consigo una falda más grande.

La guerrera examinó con la mirada el musculoso estómago de su amante y sonrió con aprecio.

—Ah, no creo que tengas nada de que preocuparte, amor. A mí me parece que estás muy bien.

—¿Sí?

—Oh, sí. Más que muy bien.

Gabrielle se ruborizó. Xena le había hecho cumplidos en el pasado, pero desde que eran amantes las miradas seductoras y los comentarios encantadores prácticamente no paraban y le costaba un poco acostumbrarse.

—Me mimas desaforadamente, sabes.

—Ése es el plan, amor —la guerrera acercó aún más a Argo y le cogió la mano a la bardo, besándola ligeramente.

—¿Queréis parar ya? Desde que habéis venido, estáis que echáis humo. Si seguís así uno va a tener que buscar un arroyo bien frío —gritó Toris por encima del rebaño.

—Mira, Gabrielle, hay alguien más en el camino con nosotras —dijo Xena, sonriendo a su amante de medio lado.

—Uuy. Creo que el té por fin le ha llegado al cerebro —rió Gabrielle.

—Eh, Toris, aguántate. Además, dado donde vamos, eso del arroyo frío se puede arreglar —le gritó la guerrera a su hermano.

—No te atreverías. ¿Verdad? —el hombre alto miró a su hermana con desconfianza.

—¿Que no? —Xena le echó una sonrisa malévola—. Pero no me va a hacer falta. Estamos a punto de meternos en ese arroyo frío para lavar las ovejas, ¿recuerdas?

—Oh. Tenía la esperanza de que vosotras dos os ocuparais del lavado mientras yo guardo el rebaño.

—Toris, tú y yo somos los más grandes y fuertes y los dos podemos manejar a estas ovejas sin problema. Gabrielle no está muy acostumbrada a ellas así que le toca a ella guardar el rebaño.

—Claro y así no se moja —dijo el hombre alto.

—Tal vez sí. Tal vez no. Depende de lo buena que sea —rió Xena con aire travieso.

—Escúchame bien, princesa guerrera —intervino la bardo—. No, no tengo la menor intención de meterme en el agua fría a menos que tenga que rescatar a una oveja. ¿Te enteras? Si todo va bien, no me voy a mojar hasta que me dé un baño caliente esta noche. Y a la que más le vale ser buena es a ti, o si no tendré que pensar en un castigo adecuado.

—¿Me lo prometes?

—¡Xena! —la bardo, exasperada, dio un manotazo a su compañera en la pierna.

Llegaron al desvío del sendero que pasaba por entre los árboles y bajaba hasta el arroyo. Xena y Toris, junto con los perros, consiguieron sacar al rebaño del camino y encaminarlo en la dirección correcta. Gabrielle se quedó un poco a un lado, observando lo que hacían, aprendiendo todo lo posible para su tarea de controlar al rebaño en la orilla.

Cuando los árboles se aclararon, apareció el arroyo y la bardo suspiró. Era un sitio precioso. El agua estaba limpia y borboteaba por encima de los guijarros. A lo largo de la orilla las primeras florecillas de primavera empezaban a mostrar sus colores rosas, rojos y amarillos. Los pájaros habían vuelto de su refugio de invierno y cantaban en los árboles y la hierba por fin empezaba a brotar con pequeñas briznas verdes.

—Dioses, Xena, todos los sitios que he visto por aquí son absolutamente maravillosos. Qué suerte has tenido de haber crecido aquí.

—Sí, no estaba nada mal —asintió la guerrera. Se bajó de Argo y le quitó la silla y la brida a la yegua, tirándolas debajo de un árbol junto con las alforjas—. Venga, chica, ve a divertirte —dio una palmadita a la yegua en la grupa y el caballo relinchó con fuerza antes de salir corriendo río abajo.

—Gabrielle —Xena se acercó a su compañera—. Toris y yo vamos a empezar a lavar las ovejas, de dos en dos. Tu trabajo consiste en impedir que el resto del rebaño se aleje demasiado río arriba o río abajo. Deja que los perros se encarguen de casi todo. Para eso están entrenados. Si tienes algún problema, dame un grito, ¿vale?

—Vale.

La guerrera sacó dos pastillas de suave jabón marrón y le lanzó una a Toris.

—Toma, hermano, vamos a empezar.

—Vale, hermana, seguro que lavo más ovejas que tú.

—Seguro que no.

Dos pares de ojos azules idénticos se miraron de hito en hito y luego los hermanos agarraron cada uno a una oveja quejumbrosa y arrastraron a los pobres y desconcertados animales hacia el arroyo.

Ay ay, esto va a ser divertido de ver , pensó la bardo por dentro, observando mientras su competitiva compañera y su no menos competitivo hermano se ponían a trabajar.

El día había ido muy bien. Se tomaron un descanso cuando el sol estaba en lo más alto del cielo y descubrieron que Cyrene les había preparado unos grandes bocadillos de jamón, pequeñas botellas de limonada y pan de nueces de postre. Devoraron el delicioso almuerzo y volvieron al trabajo. Ahora ya era por la tarde, casi todas las ovejas de la orilla estaban limpias y sólo quedaban unas pocas por lavar.

Gabrielle sonrió satisfecha, al darse cuenta de que en términos generales había hecho un buen trabajo. Sólo había tenido que perseguir a unas pocas fugitivas y, como había dicho Xena, en realidad los perros habían hecho casi todo el trabajo, con tan sólo unas pocas órdenes verbales por parte de la bardo. Hasta había podido sacar un pergamino y escribir un poco, levantando la vista de vez en cuando para asegurarse de que el rebaño seguía entero. También había tenido tiempo de jugar con un par de corderos lechales que habían nacido en el cañón al final del invierno.

Levantó la mirada cuando Xena y Toris sacaron a dos ovejas más del agua y los malhumorados animales subieron por la orilla y echaron a correr río abajo. Gabrielle metió el pergamino en el que había estado trabajando en la alforja de Estrella, azuzó suavemente a la yegua y salió al galope tras las dos fugitivas. Los perros corrían a su lado y la bardo alcanzó a las ovejas y se detuvo delante de ellas, bloqueándoles el camino. Los perros las mantenían lejos del borde del camino, por lo que las ovejas tenían dos posibilidades. Volver a meterse en el agua o reunirse con el rebaño. Por supuesto, eligieron reunirse con el rebaño.

Cuando la bardo regresaba, siguiendo a las dos ovejas, miró río arriba y vio a dos de los corderos lechales que se metían entre los árboles.

—Oh, vaya —se dijo—. ¿Cómo se han alejado tanto tan deprisa? —miró a los perros—. Vosotros controlad aquí las cosas mientras yo voy a buscar a esos corderos —salió de nuevo al galope.

—Eh, ¿dónde vas? —gritó Xena desde el agua cuando su compañera pasó volando.

—Se han escapado unos corderos río arriba —gritó Gabrielle por encima del hombro.

—Ah. Oye, estás haciendo un trabajo estupendo.

—Gracias —la bardo sonrió mientras seguía su camino.

Gabrielle alcanzó el punto donde creía que los corderos se habían metido entre los árboles. El follaje era demasiado denso para pasar a caballo, de modo que se bajó de Estrella y la dejó justo fuera de la línea de árboles.

—Quédate aquí —echó a un lado las gruesas ramas, avanzando con cuidado entre los árboles a la búsqueda de los dos corderitos blancos. Y de repente se encontró aplastada contra un árbol por un hombre muy grande con un aliento apestoso.

—Por fin te pillo a solas, reinita —dijo el hombre, mostrando unos dientes amarillos y torcidos—. Llevo días observándote —le sonrió lascivamente y toqueteó el borde de la parte inferior de su falda y luego subió con el dedo por su estómago y le levantó la barbilla—. Pero qué mona eres.

Gabrielle se encogió visiblemente e intentó disimular su creciente miedo.

—¿Quién... quién eres? ¿Qué quieres? —la bardo miró a su alrededor. Tenía la espada en la posada y la vara estaba en las cinchas de la silla de Estrella. Desarmada. Maldición.

—Mi nombre no importa. En cuanto a lo que quiero. Quiero el rescate.

—Rescate. ¿Qué rescate?

—La preciosa suma que seguro que están dispuestas a pagar las amazonas por recuperar a su reina de una sola pieza.

—¿Qué?

—Sí, te oí contar historias en la posada de Manolie. Esa mujer es una bocazas. Se jactaba por toda la aldea de que la princesa guerrera y la reina de las amazonas se alojaban en su posada. Os llevo siguiendo desde entonces. Casi te cojo en el granero ayer cuando llegó esa maldita guerrera. Pero ahora... por fin te he pillado sola.

—¡Xeeeenaaa! —gritó Gabrielle lo más fuerte que pudo.

—¡Cállate, zorra! —el hombre le pegó una fuerte bofetada en la cara—. Además, estamos demasiado arriba. No te va a oír.

Oh, sí que me va a oír , pensó la bardo antes de volver a gritar.

—¡Xeeeenaaa!

Otra buena bofetada, que la tiró al suelo. Se incorporó, sacudió la cabeza y trató de alcanzar un palo largo y grueso que estaba cerca de ella. Y sintió un dolor abrasador, cuando una daga le hizo un profundo corte en el antebrazo.

—Ah, no, quieta ahí. Ya he visto esa vara tan grande que llevas —el hombre estaba de pie por encima de ella y echó la daga hacia atrás con aire amenazador.

Gabrielle sintió la sangre caliente que le chorreaba por el brazo, bajó la mirada y sofocó un grito. Manaba muy deprisa. La rabia se apoderó de ella y agarró el palo, se hizo un ovillo y rodó hacia delante, empujando al hombre con los pies. Él cayó al suelo y ella se levantó y se quedó encima de él, alzando el palo por encima de los hombros. Y no llegó a ver la empuñadura de la espada que la golpeó en la cabeza. Se desplomó en el suelo y el mundo se puso negro.

—Gracias, Cefas —dijo el hombre de dientes amarillos, levantándose—. Estaba a punto de darme, vaya si estaba. Es peleona.

—Sí, pues no tenías que haberla cortado, Angus. Ahora vamos a tener que coserla. No se nos puede morir antes de que consigamos el rescate. ¿Estás seguro de que ésta es la reina?

—Sí, estoy seguro.

—¿La guerrera anda cerca?

—Qué va. Está muy abajo.

—Tengo que reconocerlo, Angus, robar esos dos corderos como cebo ha sido genial.

—Vaya, gracias, Cefas. Ahora vamos a cargar a la pequeña reina en ese caballo tan bonito que tiene.