16 de marzo xi
Xena y gabrielle llegan a anfipolis. toris hermano de xena trata de ligarse a gabrielle. que pasara
El 16 de marzo
Linda Crist
La cena estaba muy buena y Manolie demostró ser una cocinera excelente. La posada estaba de bote en bote, pues casi todo el pueblo se había presentado al enterarse de que iban a tener una bardo como entretenimiento. La sala reverberaba con un rugido sordo mientras los contentos aldeanos charlaban y consumían rápidamente el conejo y el pescado que había capturado Xena. Manolie hizo varios viajes a la mesa donde estaban sentadas la guerrera y la bardo, asegurándose de que sus huéspedes de honor tenían comida y bebida en abundancia. Gabrielle se permitió una jarra de cerveza, lo suficiente para calmarse, pero no tanto como para perder la concentración al contar las historias. Xena, por el contrario, había disfrutado de unas cuantas rondas de oporto y notaba un agradable aturdimiento y un cosquilleo cálido en la piel.
Gabrielle bebió un último trago de cerveza.
—Bueno, me parece que es el momento de las historias. Deséame suerte.
—Gabrielle, tú no has contado una historia mala en toda tu vida.
La bardo sonrió encantada y dio una palmadita a su compañera en el brazo antes de levantarse y dirigirse a la parte delantera de la gran sala. Decidiendo que era demasiado baja para que la vieran los que estaban al fondo, optó por sentarse en la barra, poniéndose cómoda y balanceando las piernas mientras acometía la historia de Cecrops, comenzando con una vívida descripción del espectacular salto de Xena desde un acantilado hasta la cubierta del barco.
La guerrera gimió por dentro y se hundió un poco en la silla, bebiendo un largo trago de oporto. Creía que se iba a portar bien conmigo. Xena notó las miradas de algunos aldeanos que se habían vuelto para observar a la protagonista de la historia de la bardo. Gabrielle terminó esa historia y cuando los aplausos se apagaron, preguntó:
—¿A quién le gustaría oír una historia sobre Hércules?
—A mí. A mí —gritaron varias voces con entusiasmo.
Ah, bien. La guerrera se relajó hasta que oyó a la bardo comenzar la historia de Prometeo encadenado y de cómo Xena y Hércules lo liberaron. Se encogió cuando de nuevo fue blanco de las miradas, justo cuando Gabrielle estaba hablando del momento en que la guerrera salió volando a lomos de una gran ave. La voy a matar , pensó Xena con una mueca. Y a Hércules también por contárselo.
Tras varias historias más, todas ellas sobre las heroicas hazañas de cierta princesa guerrera, una bardo muy ronca desechó por fin los gritos que le pedían una historia más y se bajó de la barra de un salto. Levantó la mirada y se encontró con unos claros ojos azules que la miraban, mientras la guerrera le ofrecía una jarra helada de cerveza. Gabrielle aceptó agradecida la jarra, bebiendo muy sedienta y observando los ojos azules con más atención. Unos ojos azules que estaban algo desenfocados.
—Le has estado dando al oporto, ¿eh? —la bardo sonrió a su relajadísima amante.
—Tenía que hacer algo para bloquear todas esas historias que estabas contando.
—Xena, tú sabes y yo sé que cada palabra que he dicho es absolutamente cierta.
—Sí, bueno, vale. ¿Y eso de que te ibas a portar bien conmigo?
—No puedo evitarlo. Eres mi tema preferido.
—¿En serio?
—En serio.
—Pues tú eres el mío —la guerrera sacó un objeto reluciente de la bolsita que llevaba al cinto y cogió la mano de la bardo, colocando la pulsera del granate alrededor de la muñeca de su amante—. Algún día, Gabriele, yo misma voy a contar historias. Así la gente sabrá quién es la auténtica heroína.
La bardo bajó la mirada y sofocó una exclamación.
—Oh, Xena, es precioso.
—Igual que tú, amor —impulsivamente, la guerrera se inclinó y besó a su compañera.
Gabrielle cerró los ojos un momento y se chupó los labios. Abrió los ojos verdes y levantó la mirada. Xena nunca le había regalado nada, aparte de aquella pequeña oveja de madera por el solsticio hacía ya unos años.
—¿A qué viene esto?
—Ah, no sé. Estaba allí gritando "Cómprame". Me alegro de que te guste.
—Me gusta. Me gusta de verdad. Y me encanta la compradora —la bardo bajó la cara de su amante para darle otro beso.
La guerrera rodeó a la muchacha más baja con los brazos y de repente, el sencillo beso se hizo mucho más apasionado, cuando las manos empezaron a moverse y las lenguas empezaron a entrelazarse. Recordando dónde estaban, Xena resistió las ganas de ponerse a arrancar la ropa a su compañera y se apartó, respirando muy hondo para calmarse.
—Mm... Gabrielle, tenemos público.
—Oh —la bardo miró y se dio cuenta de que casi todas las miradas de la sala estaban clavadas en ellas. Se ruborizó y hundió la cara en la túnica de cuero de Xena—. Creo que les hemos dado más entretenimiento del que tenía planeado.
La guerrera lo pensó un momento y luego cogió a su amante en brazos y pasó ante las miradas observadoras. Al llegar al pie de las escaleras, se volvió y miró a los atónitos aldeanos.
—Se acabó el espectáculo, amigos.
Se dio la vuelta y al llegar a lo alto de las escaleras, se oyó el rugido de un poderoso trueno y las primeras gotas de lluvia golpearon el tejado que tenían encima. Xena sonrió. Un tiempo estupendo para dormir. O no. Entró de espaldas por la puerta de su habitación y se giró, depositando a su compañera en la cama. Cerró la puerta y luego se subió a la cama, situándose por encima de una bardo muy aturdida.
Xena le quitó a la bardo con cuidado la ropa y las botas nuevas y notó unas manos expertas que le desenganchaban la armadura, que Gabrielle dejó caer al suelo junto a la cama. La bardo desató la túnica de cuero de su compañera y se la quitó, echándola a un lado. Puso las mano en la nuca de su amante y la bajó para darle un largo beso, que sabía ligeramente a oporto.
La guerrera se echó hacia atrás para mirar a los ojos verdes oscuros de la bardo, mientras al otro lado de la ventana los truenos rugían y los relámpagos iluminaban el cielo. Se inclinó y murmuró al oído de su compañera:
—Gabrielle, me parece que se acerca una larga tormenta.
—Pues refúgiame, amor —replicó la bardo, mientras unos dedos largos empezaban a trazar dibujos lentos por su estómago. Sus sentidos reaccionaron a las suaves caricias de Xena y notó que empezaba a subir la marea.
La lluvia continuó toda la noche, añadiendo un elemento más a la música nocturna que arrulló a la guerrera y la bardo hasta sumirse en un sueño satisfecho. Justo antes del amanecer las nubes se despejaron por fin y unos débiles rayos de sol empezaron a deslizarse por las laderas inferiores del Monte Olimpo. En algún momento entre los sueños y la vigilia, la guerrera percibió el cambio del tiempo. Reaccionó internamente y por fin abrió los ojos despacio. Estaba boca abajo, medio tumbada encima de su amante desnuda, que también estaba boca abajo. La mejilla de Xena reposaba entre los omóplatos de la bardo y tenía el brazo sobre la espalda de Gabrielle y el brazo estirado de la bardo.
Vaya, no está mal despertarse así , pensó la guerrera. Se levantó con cuidado y salió de la cama. Cogió la manta de los pies de la cama y se la enrolló alrededor del cuerpo, metiendo por dentro el pico para sujetarla. Se acercó a la ventana, la abrió y miró fuera. Un cielo rosa con esponjosas nubes teñidas de oro la recibió al otro lado de la ventana. Respiró hondo y olió... la primavera.
Despacio, muy despacio, los rayos del sol se fueron haciendo más brillantes, bailando por encima de las laderas, y por fin apareció el ardiente astro, cubriendo la tierra de una luz suave y cálida. Xena suspiró y decidió que la vida no podía ir mejor. Se regodeó en esa idea durante unos minutos y decidió que no iba a permitir que Ares ganara o echara a perder esta segunda oportunidad que le había sido concedida para vivir. Y amar.
La guerrera miró a su compañera, que seguía dormida, y sonrió. Sí, amor, no nos va a estropear esto. No se lo voy a permitir. Se volvió, fue a la palangana y se echó agua en la cara. Luego recogió su túnica de cuero y su armadura del suelo y se las puso y terminó calzándose las botas. Cogió la espada de donde estaba apoyada al lado de la cama y la envainó y luego se colocó el chakram a la cintura, deteniéndose un momento para pasar el pulgar por el metal reluciente. Lo echaba de menos , pensó.
Xena salió sigilosamente de la habitación y bajó las escaleras. La recibió el olor de lo que estaba cocinando Manolie, cruzó la sala y se sentó ante la barra.
—Buenos días, Manolie.
—Y mu' buenos días tengas tú, moza. Hace un día estupendo. Hoy empiezo a plantar mi huerto de primavera. ¿Qué vais a hacer hoy la mocita y tú?
—Bueno, Gabrielle y yo tenemos que seguir viaje. Todavía tenemos que ocuparnos de una serie de cosas pendientes.
—Ah, vaya —Manolie se puso triste—. Os voy a preparar algo pa' que comáis más tarde.
—Manolie, eso sería estupendo. Mm... ¿puedes darme algo de desayunar para que se lo suba a Gabrielle?
—Claro, moza —Manolie se volvió y sacó una bandeja de debajo de la barra, llenándola de pan recién hecho, mantequilla, jarras de sidra, un pote de té caliente y unas sobras de conejo de la noche anterior—. Toma, moza.
—Gracias, Manolie. Bajamos dentro de poco.
La guerrera cogió la bandeja y volvió a subir a la habitación. Sonrió. Gabrielle seguía profundamente dormida. Xena dejó la bandeja en una mesa y untó de mantequilla una rebanada de pan caliente. Se acercó a la cama y se sentó, poniéndole a la bardo el bien oliente pan debajo de la nariz. Dicha nariz se agitó y dos ojos verdes se abrieron despacio.
—Hola. Has traído comida.
—He pensado que sería la forma más amable y delicada de despertarte —dijo la guerrera, riendo por lo bajo.
—Pues has pensado bien —Gabrielle se incorporó y se estiró y luego le quitó a su compañera la rebanada de pan, arrancando un trozo y embutiéndoselo en la boca—. Mmmmm. ¿Quieres un poco? —arrancó otro trozo y se lo ofreció a la guerrera. Xena cogió el pan con los dientes y se lo comió, abriendo la boca para recibir otro trozo como un pájaro. Gabrielle soltó una risita y le ofreció otro bocado. La guerrera cerró la boca alrededor del trozo, así como de uno de los dedos de la bardo.
—Oye. ¡Ya vale!
—Mm-mm. No quiero —farfulló Xena alrededor del dedo. Soltó el dedo, masticó y se tragó el pan, luego se inclinó para lamer una gota de mantequilla que Gabrielle tenía en la nariz y bajó para saborear los labios que había debajo. El beso se hizo más intenso y la bardo acabó tumbada con una guerrera sin aliento por encima de ella—. Gabrielle, te quiero —dijo Xena con voz ronca.
—Yo también te quiero, Xena, ¿pero tenemos tiempo para esto?
—No, desgraciadamente no —dijo la guerrera con pesar. Bajó la cabeza para darle un beso rápido y se incorporó—. Tenemos que emprender la marcha hacia Anfípolis esta mañana.
—Ah. Sí, supongo que sí —la bardo parecía algo pensativa.
—Eh —dos ojos azules la miraron atentamente—. ¿Qué pasa?
—Xena, ¿qué va a ser de esta aldea cuando nos marchemos? Quiero decir, sé que no podemos salvar al mundo entero, pero si ayer no hubiéramos estado aquí, esos soldados les habrían quitado casi todos sus alimentos y si anoche yo no hubiera contado historias, Manolie no habría tenido clientela.
—Sí, lo he estado pensando —la guerrera posó una mano en la pierna de la bardo, frotando distraída los pelillos rubios con el pulgar—. Cuando llegue a Anfípolis, puedo enviar aquí a mi hermano Toris y unos cuantos más para que les enseñen a los aldeanos a defenderse por sí mismos. Yo entrené a la gente de Anfípolis. Saben perfectamente cómo defender mi pueblo. A lo mejor pueden ayudar a los que viven aquí.
—Es una idea estupenda —Gabrielle se animó considerablemente—. Y yo podría escribir a la Academia para Bardos de Atenas para ver si hay algún graduado dispuesto a intercambiar historias por comida y alojamiento. Seguro que Manolie estaría dispuesta a alojar aquí a alguien si pudiera llenarle la posada todas las noches.
—Seguro que sí, Gabrielle —la guerrera revolvió el corto pelo rubio y se levantó. Le ofreció la mano a su compañera y la sacó de la cama, dejándola en pie. Terminaron de desayunar y recogieron sus cosas.
Habían salido tarde de la posada, pues Gabrielle estuvo hablando con Manolie sobre la posibilidad de alojar a un bardo mientras Xena hablaba con Braden sobre la posibilidad de dirigir una milicia organizada para la aldea. El enorme herrero aceptó y la guerrera habló con él sobre las armas que tenía que hacer u obtener antes de que ella enviara a algunos anfipolitanos para entrenar a la milicia. En cuanto a Manolie, se quedó abrumada ante la idea de tener la posada llena todas las noches. Sólo pudo darle un beso a la bardo en la mejilla y un gran abrazo como señal de agradecimiento. Cuando fue a abrazar a la guerrera, Xena consiguió estirar el brazo y la posadera tuvo que conformarse con estrechar vigorosamente la mano de la guerrera.
Cuando terminaron de organizar las cosas, salieron de la aldea a lomos de Argo y Estrella, agitando la mano para despedirse de un pequeño grupo de aldeanos que se habían reunido delante de la posada para despedirlas. Acamparon una noche y al día siguiente reemprendieron el camino. El buen tiempo aguantaba y era maravilloso. Al anochecer del segundo día, entraron en el valle que bajaba hasta Anfípolis.
Las primeras estrellas aparecieron en lo alto y la guerrera las miró largo rato, luego cerró los ojos y pidió... el deseo. Abrió los ojos y sintió dos ojos verdes que la miraban en la creciente oscuridad. Llevó a Argo hacia Estrella, hasta que estuvo lo bastante cerca como para coger a la bardo de la mano.
—Bueno, ¿qué has deseado? —preguntó la curiosa bardo.
—Gabrielle, no hay que decirlo. Si no, puede que no se haga realidad.
—Pero si supiera lo que has deseado, a lo mejor podría contribuir a que se haga realidad.
Si ella supiera , pensó Xena para sí misma.
—Amor, sólo con estar conmigo ya haces realidad mis deseos.
—Oh —Gabrielle apretó la mano grande y entrelazó los dedos con los de la guerrera—. Xena, tú eres el lugar donde empiezan y terminan mis sueños.
La guerrera se llevó la mano más pequeña a los labios, dándole la vuelta para besarle la palma, con la esperanza de que la bardo no viera las lágrimas que amenazaban con derramarse sobre sus mejillas.
Una serie de silbidos bajos interrumpió la quietud. Xena ladeó la cabeza y luego contestó con una serie distinta de silbidos, que las indentificaban a ella y a la bardo. Escuchó la respuesta y sonrió. Toris. La guerrera azuzó a Argo y de repente su hermano surgió de detrás de un árbol.
—¡Hermana, por los dioses, creíamos que estabas muerta!
Xena se levantó sobre los estribos y saltó por el aire, rebasó la cabeza de Argo y dio una voltereta, aterrizando a los pies de su hermano. Toris agarró a la guerrera y la levantó por el aire, dando vueltas con ella antes de depositarla en el suelo.
—¡Toris, bájame! —exclamó Xena, golpeando los hombros de su hermano.
—No puedo creer que estés aquí —dijo el hombre más alto, con la cara radiante—. De verdad que habíamos oído que estabas muerta.
—Pues oísteis mal —Xena lo abrazó—. Hacía mucho que no te veía, hermano.
—Sí, por fin he decidido instalarme en casa un tiempo. Madre necesitaba alguien que le echara una mano en la posada. He dejado de ganarme la vida luchando. Eso es cosa tuya.
—Ah, no sé, Toris. Algún día, puede que hasta deje la espada —Xena se quedó mirando al suelo un momento. Se volvió y miró a su amante, que seguía montada en Estrella—. Ven, Gabrielle. Toris, te acuerdas de Gabrielle, ¿verdad?
La bardo desmontó, se acercó y se quedó al lado de su compañera.
—Pues claro que me acuerdo de Gabrielle. ¿Cómo estás?
—Bien, me alegro de verte, Toris —la bardo observó al hermano de su compañera. Era una versión más alta y en masculino de Xena, con el pelo negro hasta los hombros y los mismos ojos azules y penetrantes. Hacía unos cuantos años que no lo veía. La última vez que estuvieron en Anfípolis, él no estaba.
En cuanto a Toris, se quedó cautivado por unos chispeantes ojos verdes y una bardo que ya era bien adulta. Se la quedó mirando un rato demasiado largo hasta que sacudió la cabeza para volver a la realidad.
—Bueno, estoy de servicio como centinela unas cuantas marcas más, pero seguro que madre ya ha recibido el mensaje de que habéis llegado. Seguro que ya está preparando una fiesta de bienvenida. Te veo mañana por la mañana, hermana. A ti también, Gabrielle —sonrió a la bardo, con una expresión que a Gabrielle le pasó inadvertida, pero a Xena no.
—Sí —la guerrera volvió a abrazar un momento a su hermano y luego la guerrera y la bardo se montaron de nuevo en sus caballos y cabalgaron hacia la posada. Cuando llegaron al patio de la posada, la puerta se abrió de golpe y Cyrene, la madre de Xena, salió corriendo.
La guerrera desmontó de un salto y corrió hacia ella.
—¡Madre! —Xena abrazó a la mujer más baja y notó sus sollozos convulsivos—. Shhh, madre, está bien. Estamos bien.
—Lo sé, no me lo puedo creer. Oímos que César te había crucificado. He estado desesperada intentando averiguar qué había sido de tu cuerpo. Incluso intenté enviar un mensaje a las amazonas, pero no he recibido respuesta —Cyrene sorbió y dio unas palmaditas a su hija en la mejilla y luego miró por encima del hombro de ésta—. Gabrielle, gracias a los dioses que estás viva. Ven aquí. Ya sabes que eres mi segunda hija.
La bardo desmontó y se acercó para darle un abrazo a la madre de su compañera. Espero que siga sintiendo lo mismo cuando se entere de que he estado acostándome con su primera hija , pensó Gabrielle apesadumbrada.
—Cyrene, cómo me alegro de verte.
—Entrad a cenar algo. Debéis de estar hambrientas —la mujer mayor llevó a la guerrera y a la bardo al interior de la posada y las hizo sentarse a una mesa junto a una ventana. Trajo unos platos llenos de venado, patatas y pan y se los sirvió, junto con una jarra alta de cerveza para Gabrielle y una jarra de oporto para su hija. Se sentó frente a Xena—. Bueno, dime, hija, ¿cuál es la historia de verdad? ¿Qué te ha pasado? Me contaron una historia evidentemente falsa sobre que te habían crucificado y que luego habías desaparecido varios días.
—Mm... madre... la historia no era falsa —dijo la guerrera suavemente—. Gabrielle y yo fuimos crucificadas.
—Pero...
—Y morimos. Y ahora estamos vivas otra vez.
—Pero Xena, no lo entiendo —Cyrene cogió las manos de su hija entre las suyas y las examinó.
—No vas a encontrar cicatrices, madre, han desaparecido.
—¿Cómo... Xena... qué...?
Xena intercambió una mirada con su compañera y luego volvió a mirar a su madre.
—Es una larga historia.
—Pues ahora mismo no tengo que estar en ninguna parte y todavía es temprano. Cuéntame lo que pasó.
La guerrera suspiró y le sirvió a su madre un vaso de cerveza.
—Toma, madre, te va a hacer falta.
Durante la marca siguiente, Xena y Gabrielle le contaron a Cyrene la mayor parte de la historia, saltándose los detalles más sangrientos y el hecho de que ahora eran amantes. La guerrera decidió guardarse la noticia sobre la relación que ahora tenían la bardo y ella para otro día. Consiguió comunicarle esa decisión a su amante con los ojos y, aliviada, vio una expresión comprensiva en la cara de la bardo. Xena no sabía cuántos sobresaltos podía aguantar su madre en una sola noche.
—Cielos —Cyrene se había bebido dos vasos y medio de cerveza durante la historia—. Si alguna vez me encuentro con Eli, tengo que darle las gracias personalmente —se levantó, secándose una lágrima que se le había escapado del ojo—. Xena, tu habitación está donde la dejaste. Gabrielle, te he preparado una habitación al lado de la de Xena. Seguro que estáis cansadas. Yo recogeré aquí.
Guerrera y bardo intercambiaron otra mirada. En el camino, incluso antes de hacerse amantes, siempre habían compartido una habitación cuando se alojaban en las posadas, para ahorrar dinares. La posada de Cyrene era el único sitio donde se habían dado el lujo de tener una habitación y una cama propias, porque la posadera se negaba en redondo a aceptar dinares de su propia hija. Era una rara oportunidad de disfrutar de intimidad que en el pasado siempre les había gustado, pero ahora, bueno, las cosas habían cambiado.
Xena se levantó.
—Gracias, madre. Te veremos por la mañana —se inclinó y le dio un beso a Cyrene en la mejilla.
La bardo se puso en pie y abrazó a la mujer mayor.
—Buenas noches, Cyrene. Gracias por la cena. Estaba deliciosa.
—No tenéis que agradecerme nada. Ahora, venga, a vuestras habitaciones las dos. ¡Fuera! —la posadera se rió y empujó a las dos mujeres más jóvenes hacia la puerta interior de la sala.
Xena y Gabrielle cruzaron la puerta y entraron en el pasillo. La guerrera se inclinó y le susurró a su compañera al oído:
—Vete a la cama, amor, yo voy a tu habitación enseguida.
—Vale —la bardo abrazó un momento a su compañera más alta y entró en la habitación grande y espaciosa que Cyrene siempre le preparaba. Tenía una cómoda cama con dosel y ventanas altas que daban a las lejanas montañas y también ofrecía una bonita vista del cielo estrellado por las noches. Dejó sus alforjas en el suelo y sacó una camisa de dormir limpia. Echando agua de una gran jarra en la palangana, se lavó la cara y se peinó. Se puso la camisa suave y gastada y se metió en la cama grande y mullida, que parecía muy vacía sin su amante.
Pareció pasar mucho tiempo hasta que por fin se abrió la puerta de su cuarto y la guerrera entró sin hacer ruido. Xena fue hasta la cama, retiró las sábanas y se metió en ella, pegándose a la bardo.
—Hola, ¿por qué has tardado tanto?
—La primera vez que intenté escabullirme, madre estaba en el pasillo llevando ropa de cama limpia a las habitaciones vacías. Luego, cuando estaba a punto de salir de la cama otra vez, entró y... mm... me arropó —dijo la guerrera algo cortada.
—¿Que te arropó? Xena, qué cosa más rica. Nadie creería jamás que la madre de la princesa guerrera sigue arropándola por la noche cuando está en casa.
—Gabrielle, no te atrevas a contárselo a nadie —gruñó la guerrera—. Y menos a ninguna de tus amazonas.
—No te preocupes. Como he dicho, nadie se lo creería —la bardo soltó una risita—. ¿Y cómo has logrado salir?
—Al final, he esperado hasta que he oído a madre acostarse. Luego he esperado otro cuarto de marca para darle tiempo a quedarse dormida. Pero... —la guerrera se arrimó un poco más—, ha merecido la pena con creces —se inclinó y besó a su compañera a fondo—. ¿No crees? —la besó de nuevo y deslizó una mano por la firme pierna de la bardo, moviéndola hacia la parte interna del muslo—. ¿Mmmmm?
—Mm... merecido... —murmuró la bardo sin aliento, mientras su mente bloqueaba todo menos las sensaciones que iba creando su compañera con sus atenciones.
Cyrene se levantó temprano y decidió sorprender a su hija y a Gabrielle con unas bandejas de desayuno. Llevó una bandeja a la habitación de Xena y abrió la puerta con sigilo, tratando de no despertar a su hija... que no estaba allí. La mujer mayor se quedó mirando la cama largo rato, sabiendo que había dejado a su hija allí arropada la noche antes. ¿Dónde habrá ido tan temprano? pensó para sí misma. Se encogió de hombros y salió de nuevo con la bandeja, decidiendo que la iba a dejar en la habitación de Gabrielle y que Xena podía comer abajo cuando volviera de donde hubiera ido.
Bajó por el pasillo hasta la habitación de Gabrielle y entró sigilosamente. Dejó la bandeja en una mesa baja, se dio la vuelta, miró al otro lado de la habitación y se dio cuenta de que había dos personas en la cama. Consiguió a duras penas reprimir una exclamación en voz alta al darse cuenta de quiénes eran las dos personas. Gabrielle estaba tumbada boca abajo y Xena también estaba echada boca abajo, con la cabeza sobre la espalda de la muchacha más joven y el largo brazo de la guerrera cruzado sobre ella. Había dos camisas de dormir arrugadas en el suelo al lado de la cama. Cyrene se rió por dentro. Ya era hora de que se dieran cuenta. ¿Por qué no me lo habrá dicho Xena?
Dos ojos azules se abrieron de golpe cuando la guerrera percibió que había alguien en la habitación. Al darse cuenta de quién era exactamente la persona que estaba en la habitación, a Xena se le pusieron los ojos como platos y se tapó la cara con la mano.
Cyrene se acercó y posó la mano en la que tapaba la cara de su hija.
—Xena, cielo, no pasa nada —susurró—. Luego hablamos. Vuelve a dormirte, ¿vale?
La guerrera se limitó a asentir, sin dejar de taparse la cara. Maldición. Quería volver a mi habitación antes de que se levantara. Quería decírselo, pero no precisamente así.
Cyrene arropó mejor con las sábanas a su hija y la amante de ésta, se agachó y dio un ligero beso a ambas mujeres en la frente. Luego salió de la habitación y se echó a reír en voz alta.
Mientras, Xena estaba bien segura de que no iba a poder quedarse dormida de nuevo. Pensó en la reacción de su madre al encontrarlas a Gabrielle y a ella de esa forma y soltó un suspirito de alivio. Estaba bastante segura de que Cyrene lo iba a aceptar, pero al parecer no sólo lo aceptaba, sino que las apoyaba. Xena suspiró de nuevo y tomó aliento con fuerza, oliendo el aroma a lavanda de la piel de su amante que era pura Gabrielle. Se pegó más a la bardo y a pesar de sí misma, se volvió a quedar dormida al arrullo de los firmes latidos y la respiración lenta y suave de la bardo.
En la sala principal de la posada, Cyrene estaba haciendo preparativos para la gente que solía acudir a desayunar. Cuando llevaba cubiertos a la barra, Toris entró desde el pasillo, bostezando y estirándose.
—Buenos días, madre. ¿Hay té?
—Buenos días, Toris, aquí tienes —y le dio a su hijo una humeante taza de té negro bien cargado y aromático.
—Gracias. Qué bien tener a Xena en casa, ¿eh?
—Sí, ya lo creo.
—¿Qué dijo sobre los rumores de la crucifixión?
—Hijo, será mejor que eso te lo explique la propia Xena. Yo no sé si podría darte bien los detalles.
—Ah, vale. Sabes, madre, Gabrielle está muy guapa. Me gusta mucho el pelo corto que lleva. O sea, no la he visto desde hace casi dos años y la recordaba como a una chiquilla. Ya no es una chiquilla. Se ha transformado en una mujer preciosa. ¿No te parece raro que todavía siga a mi hermana por todas partes? Desde luego, no parece que puedan tener mucho en común. Tal vez debería asentarse con un hombre y tener una familia. A mí no me importaría cortejarla. De hecho, creo que a lo mejor lo hago mientras estén aquí. Nunca se sabe, ¿verdad?
—Toris, a mí no me parece nada raro que Gabrielle siga con Xena. Estoy convencida de que tienen... mmm... mucho más en común de lo que crees. En cuanto a cortejarla, hijo, yo que tú no iría por ahí. Te llevarías una gran decepción —advirtió Cyrene amablemente. Por no decir una buena paliza por parte de tu hermana , añadió por dentro.
—¿Por qué, madre? Seguro que todavía no tiene pretendiente. ¿Por qué iba a estar con Xena si no?
—Ésa es otra cosa que te convendría hablar con Xena, hijo.
—¿Con Xena? ¿Por qué iba a hablar con Xena de la vida amorosa de Gabrielle? No es por ofender, madre, pero mi hermana no es precisamente observadora en temas del corazón ni se le dan bien las conversaciones delicadas. Es tan callada y pragmática. No me las imagino a Gab y a ella sentadas alrededor del fuego por la noche hablando de hombres.
—Bueno, hijo —dijo la posadera, riendo por lo bajo—, en eso probablemente tienes razón. Estoy segura de que no se sientan a hablar de hombres. Créeme, Toris, tienes que hablar con tu hermana de todo esto.
—Está bien, madre, si eso es lo que crees, supongo que lo haré. Pero esa Gabrielle, mira que es una chica preciosa y dulce. Me conoce, conoce a nuestra familia. Anoche me saludó con afecto. No me digas que no te encantaría que formara parte de nuestra familia.
—Toris, por lo que a mí respecta, Gabrielle ya forma parte de nuestra familia —Cyrene meneó la cabeza divertida. Ahora más que nunca , pensó—. Tú habla con tu hermana, por favor.
—Bueno, vale —el hombre alto y moreno siguió bebiéndose el té muy pensativo, planeando formas de quedarse a solas con la bella bardo.
Pasó una marca y Gabrielle notó que el cuerpo echado en su espalda se movía. Se dio la vuelta y descubrió que tenía los ojos a escasos centímetros de los azules de Xena.
—Buenos días, amor.
La guerrera sonrió y cubrió la distancia que las separaba, dándole a la bardo varios besos lentos en la cara. Se alzó y se echó de lado, apoyando la cabeza en una mano y con la otra sobre el musculoso estómago de Gabrielle, y suspiró.
—Xena, ¿pasa algo?
—Gabrielle... mm... madre sabe lo nuestro.
—¡Qué! ¿Cómo?
—Entró antes y dejó esa bandeja de desayuno en la mesa de ahí.
La bardo levantó las sábanas y miró sus cuerpos desnudos. Se asomó por el lado de la cama y advirtió las dos camisas de dormir en el suelo. Gimió y se echó sobre su alta amante, hundiendo la cara en el fuerte hombro de la guerrera.
Xena se rió entre dientes y empezó a frotarle la espalda a Gabrielle en suaves círculos.
—Creo que no pasa nada. Hasta dijo que no pasaba nada. Y... mm... nos besó a las dos en la frente y... —otra risa—, nos tapó los hombros desnudos con las sábanas.
—¡¿Que hizo qué?!
—Nos dio un beso y nos arropó. No es exactamente la forma en que planeaba decírselo y le debo una explicación, pero parece que no le importa en absoluto.
—¡Gracias a los dioses! Xena, ¿estás segura de que no estaba enfadada?
—No me pareció enfadada para nada. En realidad, parecía contenta por ello.
—Caray.
—Sí.
—¿Qué nos ha traído de comer?
Una risotada de la guerrera. Revolvió el pelo rubio y se levantó para coger la bandeja.
—Veamos, tenemos una infusión, jamón, cereales, leche, mantequilla y... pan de nueces.
—¡Pan de nueces! Se ha acordado.
—Sí, ¿cómo se iba a olvidar? La última vez que estuvimos aquí, te comiste tú sola una hogaza entera.
—¿Y? Me pareció que se lo tomaba como un cumplido a su arte culinario.
—Pues así debió de ser, porque en esta bandeja hay dos hogazas —otra risotada—. Venga, amor, deja que te sirva el desayuno en la cama.
Tras un desayuno tranquilo, un poco de mimos y un baño caliente, guerrera y bardo por fin aparecieron en la sala principal de la posada. Gabrielle, muy cortada, se quedó un poco por detrás de su compañera, sin saber dónde mirar. La guerrera, sin embargo, se acercó muy segura a la barra y se sentó.
—Buenos días, madre. Gracias por el desayuno.
—De nada, Xena. Y eso va por ti también, Gabrielle. Puedes dejar de esconderte detrás de mi hija y sentarte. Quiero deciros una cosa a las dos —la posadera las miró a las dos con la cara muy seria.
Guerrera y bardo intercambiaron una mirada. Oh oh. Llegó el momento. Xena cogió la mano de su compañera por debajo de la barra y la apretó, sin soltarla.
Tras un momento de silencio, Cyrene carraspeó y miró a su hija con aire severo.
—Xena, más te vale ser buena con ella porque es lo mejor que te ha pasado nunca. No te atrevas a estropear esto.
—¿Qué...? —la pasmada guerrera empezó a abrir la boca.
—Calla, no he terminado —la posadera dirigió la mirada hacia la bardo—. Gabrielle, gracias. Gracias por devolverme a mi hija. Gracias por quererla cuando nadie más quería saber ya nada de ella, ni siquiera yo. Gracias por salvarle la vida hace cuatro años cuando yo estaba dispuesta a dejar que la gente de este pueblo la lapidara. Gracias por ver la bondad que había en ella cuando nadie más la veía. Yo ya había perdido a Lyceus. Toris se había ido a luchar y yo vivía cada día con el miedo de que me dijeran que lo habían matado. No creo que hubiera podido soportar perder también a mi única hija. Y ahora tengo dos. Siempre tendrás un hogar aquí y siempre serás parte de mi familia.
Las comisuras de los labios de la bardo empezaron a curvarse en una sonrisa que se extendió por su cara hasta formarle ligeras arrugas en los ojos. Se levantó, pasó al otro lado de la barra y abrazó a la mujer mayor.
—De nada, Cyrene.
—Llámame madre.
—Cy... madre... mamá, tenía que salvarle la vida. Al fin y al cabo, ella salvó la mía primero y sigue salvándome a tantos niveles diferentes que no podría describirlo siquiera. Tu hija es la otra mitad de mi alma. Me completa.
—Lo sé, cielo —la mujer mayor besó a Gabrielle en la cabeza y sintió un par de brazos fuertes que las rodeaba a las dos, cuando Xena se acercó por detrás, creando un bocadillo de Cyrene.
Toris eligió justo ese momento para entrar tras haberse ocupado del ganado.
—Eh, ¿qué pasa aquí, un atracón de cariño? ¿Puedo participar?
Las tres mujeres se separaron rápidamente.
—Oh, nada, hijo, sólo estaba dándoles la bienvenida a las chicas. Me alegro de que estén vivas y eso —Cyrene se puso a limpiar la barra muy afanada.
—Ah —el hombre alto parecía un poco desconcertado. Posó la mirada en la bardo y se le animó la cara—. Gabrielle, ¿te gustaría dar un paseo dentro de media marca? Ya casi he terminado mis tareas.
—Mm, claro —la bardo lo miró con curiosidad.
—¡Estupendo! —Toris sonrió y volvió a salir.
—¿Qué le pasa? —la confusa bardo miró a su compañera.
—Gabrielle, creo que Toris, pues... mm... —la guerrera no encontraba las palabras.
—Está quedado contigo —terminó Cyrene por su hija.
—Ah. Ahhhh —la cara de Gabrielle se llenó de comprensión.
—Maldito chico, mira que le he dicho que tenía que hablar contigo, Xena, pero parece que ha decidido no hacerme caso —dijo la posadera, preocupada, estrujando el delantal con las manos.
—Gabrielle, puedo hablar yo con él. O sea, no quiero ponerte en una situación incómoda —se ofreció la guerrera.
—No, Xena, no importa. Puedo ocuparme yo, a menos que te estés muriendo por darle tú misma la noticia a tu hermano. Ya sé lo mucho que te gusta mantener largas conversaciones delicadas y emotivas con la gente —la bardo rodeó la cintura de su compañera con el brazo y le dio unas palmaditas en la tripa.
—Justo —la guerrera sonrió a su compañera—. Oh, no, si crees que puedes ocuparte tú, por mí adelante, bardo mía.
—Pues muy bien —la bardo se mordisqueó el labio inferior—. Me voy a acicalar un poco y a ponerme algo más abrigoso para salir. Si vuelve Toris, decidle que saldré dentro de nada —se dio la vuelta y se detuvo al oír la voz insegura de Xena.
—Oye, no te acicales demasiado.
Gabrielle se giró en redondo y se tiró a los brazos de la guerrera.