16 de marzo vi
A xena le duele ver la cara de la bardo al entrar en la fortaleza romana donde fueron maltratadas y crucificadas, las amazonas que las acompañan no entienden la crueldad de los romanos
El 16 de marzo
Linda Crist
Después de desayunar y de una breve reunión de planificación con Chilapa en su habitación, la guerrera y la bardo se presentaron abajo, en la gran sala de la posada, siguiendo a la regente. Habían decidido que las amazonas que iban a volver a la aldea debían emprender ya la marcha para poder llegar a casa antes del anochecer. Chilapa fue a hablar un momento con Loisha, que pasó a reunir a las demás amazonas y llevarlas fuera. Rebina, Amarice y Kallerine estaban apoyadas tranquilamente en la pared del fondo de la sala, observando en un silencio pensativo la actividad de sus hermanas al partir.
La regente se puso al hombro el zurrón y se acercó a Xena y Gabrielle.
—Bueno, creo que ya estamos listas para marcharnos —miró a los chispeantes ojos verdes de Gabrielle—. Mi reina, por favor, ten cuidado. Quiero verte sana y salva en nuestra aldea... algún día. Ojalá... —se calló. Ojalá volvieras a la aldea con nosotras, donde no tendría que preocuparme por ti. Donde realmente podrías gobernarnos día a día. La regente continuó—: Hemos perdido a tanta gente, Gabrielle. A Terreis, Melosa y Velasca. Y luego a Ephiny y Solari. Son demasiadas en muy poco tiempo. Dicen que la Nación Amazona se extinguirá en la próxima generación.
Gabrielle le cogió una mano a Chilapa y se la apretó.
—Chilapa, no te preocupes. Xena y yo nos estaremos protegiendo la una a la otra. Y regresaré a la aldea. Puede que no llegue a vivir en la aldea permanentemente, porque... —hizo una pausa y miró a Xena y los ojos de la regente siguieron su mirada con nueva comprensión—. Bueno, en cualquier caso, confío totalmente en ti para gobernar a las amazonas en mi ausencia. Por eso te entregué la máscara de la reina. No me defraudes. No vamos a permitir que las amazonas desaparezcan —Gabrielle abrazó a la regente y se echó atrás al tiempo que Xena se acercaba.
—Gabrielle, ¿por qué no coges a Amarice, Kallerine y Rebina y salís a prepararos para entrenar un poco? —le pidió Xena a su compañera.
—Vale —replicó la bardo, dándose cuenta de que evidentemente Xena necesitaba hablar con la regente—. Vamos —Gabrielle hizo un gesto a las tres amazonas apoyadas en la pared y éstas siguieron a su reina por la puerta lateral de la posada.
Xena las vio marchar y echó el brazo por los hombros de Chilapa, conduciendo a la regente por la otra puerta hasta el patio delantero, donde las demás amazonas se movían, esperando inquietas para volver a casa.
—Chilapa, no puedo agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho por nosotras y especialmente por Gabrielle. Para ella es muy importante que enviaras una partida para intentar rescatarla. Le importa mucho la Nación Amazona. El hecho de que muchas de las amazonas mayores no la respeten como reina la inquieta más de lo que está dispuesta a reconocer. Sé que había facciones entre las amazonas, entre las seguidoras de Melosa, las seguidoras de Velasca y las seguidoras de Ephiny. Para Gabrielle ha sido muy difícil. Se esfuerza mucho por ser una gobernante imparcial y justa. Tal vez tú puedas contribuir a que las amazonas que quedan se unan tras ella —la guerrera miró a la regente con algo más que una insinuación de ruego en los ojos azules.
—Tenemos un buen comienzo, dado que Amarice y Kallerine muestran tal devoción por nuestra reina —respondió Chilapa—, especialmente con Amarice, porque cuenta con el respeto de muchas de las amazonas mayores. En cuanto a Kallerine, el grupo más joven besa el suelo que pisa. Es una joven única.
—Sí que lo es —rió Xena—, por eso quiero incluirla en mi partida de reconocimiento. Me he dado cuenta de que tiene una buena cabeza sobre los hombros.
—Xena —Chilapa se volvió para mirar a la guerrera, con expresión seria—, por favor, tráenos de vuelta a nuestra reina sana y salva.
—No te preocupes por eso en absoluto —replicó Xena—. No voy a dejar que le pase nada a Gabrielle, nunca más. No... no sé cómo podría vivir... bueno, da igual —la guerrera se detuvo a tiempo al darse cuenta de que estaba a punto de hacer una franca y sensiblera confesión de su amor por la bardo—. Digamos que la seguridad de Gabrielle es mi prioridad principal. Nada me va a separar de ella. No lo permitiré.
—No lo dudo —dijo la regente, echando a andar hacia las amazonas a la espera.
Xena la detuvo.
—Chilapa, cuando llegues a la aldea, ¿quieres mandar a Argo hacia aquí? Me encontrará.
—Claro —la regente miró a la guerrera con aprecio—, ningún problema —Chilapa se puso al frente del grupo—. Bueno, vámonos. Va a ser una larga caminata hasta casa —cuando las amazonas echaron a andar por el camino, Chilapa se volvió—. Nos vemos, Xena.
—Ya lo creo —sonrió la guerrera.
Y con eso la regente volvió a la cabeza del grupo de amazonas para llevarlas a casa.
Xena se quedó mirando hasta que el grupo desapareció al otro lado de la colina y se encaminó a la parte de atrás de la posada. Gabrielle y Rebina estaban entrenando con varas mientras Kallerine y Amarice hacían ejercicios con espadas: el fuerte estruendo del metal contra el metal se mezclaba con el sonido más hueco de las varas de madera al entrar en contacto. Al acercarse, se detuvieron y la miraron, a la espera de instrucciones.
La guerrera miró a las cuatro amazonas, reconociendo de mala gana que Gabrielle era realmente una de ellas, y sus ojos se posaron en la imagen poco familiar de la vaina de cuero sujeta al costado de la bardo, con la espada de Ephiny bien segura en su interior. Le prometí entrenar con la espada, ¿verdad? Y delante de estas amazonas en concreto. No puedo dejar que quede mal delante de sus súbditas, ¿verdad? Suspiró resignada y se acercó a su compañera, colocando la mano con suavidad en el hombro de Gabrielle.
—Vamos a pasar una marca aproximadamente entrenando a espada y luego podemos comer y emprender la marcha hacia la fortaleza.
Gabrielle percibió el revelador hundimiento de hombros de Xena, la línea rígida y severa de la boca y la leve contracción espasmódica de la mandíbula apretada. Realmente no quiere hacer esto conmigo.
—Disculpadnos un momento —la bardo miró a las demás y se llevó a Xena a unos metros de distancia para poder hablar en privado—. Xena —cogió las manos de la guerrera entre las suyas. Xena miraba al suelo, dando patadas distraídas a un matojo de hierba marchita y seca—. ¿Me miras, por favor? —rogó Gabrielle con voz firme.
Xena levantó despacio la cabeza y unos tristes ojos azules se encontraron con los de la bardo.
—Gabrielle, lo siento. Voy a tardar un poco en acostumbrarme a esto. Va a ser un gran cambio ver cómo pasas de no luchar en absoluto a blandir una espada. Y —la guerrera levantó una mano y pasó los dedos por el pelo corto de un lado de la cabeza de la bardo—, no podría soportarlo si te pasara algo, ya sea física o emocionalmente. Siempre había tenido la esperanza de que si hubiera que matar, podría encargarme yo. Que podría evitártelo. Sé que ya no eres la niña inocente que eras cuando nos conocimos. Han pasado muchas cosas y las dos hemos cometido muchos errores por el camino. No puedo volver y limpiarte la sangre de las manos, como no puedo limpiarla de las mías. Una pequeña parte de mí muere por dentro cuando me doy cuenta de que has quitado tantas vidas por mí. Eso no me gusta nada. Lo que me gusta todavía menos es la idea de que tengas que volver a hacerlo alguna vez. Te quiero, Gabrielle. Y ahora, cuando estamos empezando a, bueno... —consiguió sonreír un poco y alzó las manos que seguían unidas, besando los nudillos del puño cerrado de la bardo—. Te quiero más que nunca. Quiero... quiero protegerte. Eso es todo.
Gabrielle se irguió, tomándose un momento para poner en orden sus ideas, consciente de la angustia que había en los ojos de la guerrera y de los fuertes latidos de su propio corazón.
—Xena —la bardo volvió a coger las manos de su compañera y la acercó un poco—, ¿es que no comprendes que yo siento exactamente lo mismo que tú? ¿Que yo también quiero protegerte? ¿Y que después de ese día en la fortaleza me ha quedado muy claro que una vara no siempre va a ser suficiente? Xena, si me hubiera enfrentado a aquellos hombres con una vara, habrían llegado hasta ti. Es distinto cuando estás de pie y luchando, pero aquel día estabas indefensa y yo era la única que había allí para protegerte. Tenía que matarlos. Darles unos cuantos golpes no habría sido suficiente. Eran demasiados. Si los hubiera dejado vivos, no habría podido mantenerlos lejos de ti. Xena, había que matarlos, ¿lo comprendes? Y era yo la que tenía que hacerlo. Y que me condene en el Tártaro antes que quedarme a un lado y ver cómo te mata alguien si puedo hacer algo para evitarlo —Gabrielle miró a los penetrantes ojos azules de Xena, viendo por fin en ellos la comprensión, y continuó—. Xena, la vara siempre será la primera arma que elija. Es con lo que estoy más cómoda. No me gustó matar. Lo odié —soltó las manos de la guerrera y volvió las palmas hacia arriba, contemplándolas, y luego miró de nuevo a Xena—. No tengo la menor intención de convertirme en una asesina. Pero quiero saber que si alguna vez necesito volver a protegerte, puedo hacerlo. Que estoy preparada para ello. Que puedes contar conmigo, amor.
Xena ahogó una exclamación de sobresalto, sintiéndose como si alguien le hubiera echado agua fría en la cara. Eh. Princesa guerrera. A ver si te enteras , se recriminó Xena por dentro. Claro que quiere protegerte tanto como tú quieres protegerla a ella. La guerrera ni se había planteado las decisiones que la bardo se había visto obligada a tomar mientras ella yacía indefensa en el suelo. Ahora se daba cuenta de que Gabrielle tenía razón. Sólo se podía tomar una decisión. Conociendo el amor que compartían, eso lo comprendía ahora totalmente. Ella misma habría hecho exactamente lo mismo si sus papeles hubieran sido al contrario. ¿Cómo puedo negarle algo que yo no me negaría a mí misma, sentir que puedo proteger a la persona que amo?
Xena tragó un par de veces.
—Gabrielle, siempre he sabido que podía contar contigo —contempló a su amante con una mirada que Gabrielle no pudo descifrar, retrocedió varios pasos y con un ágil movimiento desenvainó la espada de la funda que llevaba a la espalda—. Vale.
—¿Vale qué? —preguntó Gabrielle, mirando con nerviosismo, por la costumbre, la espada de Xena.
—Vamos a entrenar —dijo Xena con calma.
—¿Así sin más?
—Así sin más —Xena sonrió a su desconcertada compañera.
—Demasiado fácil, princesa guerrera —le sonrió Gabrielle.
Para ti tal vez. Para mí es una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida , pensó Xena por dentro.
Amarice se cansó de entrenar con Kallerine y se sentó apoyada en un árbol, preguntándose si la guerrera y la bardo iban a solucionar de una vez lo que fuera de lo que estaban hablando con tanta seriedad. La alta pelirroja era toda acción y poca paciencia. Rebina se sentó a su lado. Kallerine aprovechó el tiempo, bailando por la zona blandiendo la espada, atacando a enemigos invisibles. Satisfecha del ejercicio, se acercó a las otras dos amazonas y botó ligeramente sobre los talones, con las estacas de madera que llevaba a la cintura agitándose ligeramente por el movimiento. Tenía el pelo castaño claro recogido hacia atrás y se puso a jugar distraída con la coleta.
—Venga, vamos a entrenar mientras las esperamos —intentó convencer a sus amigas de más edad para entrar en acción. Cuando Amarice soltó una queja de protesta, Kallerine se volvió y vio que Xena sacaba su espada contra Gabrielle. Las otras también miraron al oír el silbido de la espada desenvainada—. ¿Qué Tártaro le está haciendo a la reina Gabrielle? —preguntó Kallerine, colocando la mano en la empuñadura de su propia arma, dispuesta a proteger a la dirigente de las amazonas, de ser necesario.
—No sé —replicó Amarice—, pero creo que te puedes relajar. La reina está sonriendo y Xena también.
Mientras seguían mirando, Gabrielle desenvainó la espada de Ephiny del costado y las sonrisas desaparecieron de ambas caras, sustituidas por una concentración total. Xena retrocedió un paso y Gabrielle avanzó otro, asestando el primer golpe con su espada sin gran confianza. La guerrera desvió el golpe fácilmente y las dos mujeres intercambiaron varios golpes más, mientras Xena daba vueltas despacio alrededor de la bardo, obligándola a ponerse a la defensiva. Al cabo de unos minutos de esgrima, sus espadas chocaron en lo alto por encima de sus cabezas, con los cuerpos muy juntos, y al unísono las dos cruzaron sus armas hasta bajarlas hasta el suelo, sin perder el contacto. Un intercambio de miradas entre las dos reconoció el empate en ese asalto.
Se apartaron un momento, recuperando el aliento. Gabrielle tenía la frente cubierta de una ligera capa de sudor, pero Xena estaba totalmente tranquila y fresca.
—Lo estás haciendo estupendamente, Gabrielle —la animó la guerrera—. Vuelve a atacarme.
Gabrielle avanzó, intentando un movimiento de ataque, tratando de penetrar las defensas de su compañera más alta atacando desde abajo. La espada de Xena se abatió con fuerza contra la de la bardo, arrancándosela casi de la mano, pero Gabrielle la sujetó con determinación. Siguieron dando vueltas, intercambiando golpe por golpe, y la bardo levantó la mirada para ver si Xena lo aprobaba. En ese momento, la guerrera asestó un fuerte golpe de lado, haciendo que la espada de Gabrielle saliera volando por el patio.
—Regla número uno, Gabrielle —aconsejó Xena amablemente—, en el combate a espada, lo mismo que con la vara, siempre debes observar el arma de tu adversario, no su cara. Olvídate de la cara. Tienes que concentrarte cada segundo en el arma y dónde va. Especialmente con la espada. Puede suponer la diferencia entre vivir o morir —la guerrera fue hasta la espada de la bardo y con un pie la lanzó expertamente al aire, la cogió y se la devolvió a su frustrada compañera. Xena vio la cara abatida de la bardo y puso una mano en el hombro de Gabrielle—. Eh, no seas tan dura contigo misma. No hay muchas personas que aguanten tanto contra mí como lo has hecho tú antes de que las desarme.
Gabrielle se animó visiblemente.
—Vamos otra vez —dijo con renovado entusiasmo.
Las amazonas siguieron mirando varios asaltos más, cada uno de los cuales terminaba o en empate o con la guerrera desarmando a la reina. Sin que Gabrielle lo supiera, el respeto que las amazonas sentían por ella iba creciendo con cada asalto. No había muchas personas dispuestas a enfrentarse a la princesa guerrera en un combate a espada. Ninguna podía recordar que tal enfrentamiento hubiera acabado jamás en empate. La guerrera ganaba siempre.
Cuando las dos mujeres daban vueltas para iniciar otro asalto, Gabrielle se agachó con las rodillas dobladas y sin apartar un momento los ojos de la espada de Xena, dijo en un tono tan bajo y seductor que nadie salvo Xena la oyó:
—Xena, te quiero.
—Qué... —la sorprendida guerrera levantó la mirada, momento en el que Gabrielle se abalanzó por debajo de la espada de Xena y se la tiró al suelo.
—Ah ah ah —dijo la bardo burlonamente—, nunca apartes los ojos de la espada de tu adversario.
La atónita guerrera se quedó allí plantada un momento antes de estallar en carcajadas.
—Pero qué tramposa. Gabrielle, esa táctica puede que funcione conmigo, pero yo no la intentaría con un enemigo. Claro que, por otro lado, a lo mejor funciona —continuó riendo al tiempo que se agachaba para recuperar su espada.
—Tranquila, Xena —dijo la bardo con los ojos chispeantes y continuó en voz baja—: Sólo lo he hecho para quedar bien delante de mis amazonas. No tengo intención de incluir cariñitos en mi estrategia de combate.
—Me parece muy bien, amor —dijo Xena, que seguía de evidente buen humor—. De todas formas, creo que ya hemos entrenado suficiente. Vamos a comer algo y luego a recoger para ir a la fortaleza.
Volvieron a envainar sus espadas y mientras se dirigían juntas y en silencio hacia las amazonas, sus sonrisas desaparecieron, sustituidas por pensamientos mucho más serios.
El cielo seguía despejado pero todavía soplaba un viento gélido y las cinco viajeras llevaban gruesos mantos de lana encima del cuero y la armadura. En el camino casi no había nieve y se estaba secando bien, lo cual hacía más agradable el viaje de lo que lo habría sido si hubieran tenido que abrirse paso a través del barro. Xena y Gabrielle caminaban por delante de las otras amazonas, juntando las cabezas mientras conversaban en voz baja. Amarice y Rebina iban varios metros por detrás de ellas, algo inclinadas para evitar que se les volara la capucha de la cabeza. Aún más atrás, Kallerine protegía la retaguardia, examinando constantemente con la mirada los árboles que las rodeaban al tiempo que escuchaba por si oía algún ruido que no casara con el entorno, flexionando las manos ligeramente cada vez que le parecía que iba a tener que sacar la espada. Todas estaban pensativas y tensas, sin saber lo que podían encontrarse tras la muerte de César.
Cuando se acercaban al lugar donde Loisha había dicho que habían encontrado la hoguera de los soldados, Xena se detuvo de golpe y alzó una mano por detrás para hacer callar a todo el mundo. Una cosa buena de las amazonas , pensó Xena, es que están acostumbradas a descifrar y usar señas manuales. Tras asentir un momento mirando a Gabrielle, se volvió para mirar a las otras amazonas.
—Quietas aquí —dijo en voz baja y se deslizó en silencio a un lado del camino y desapareció detrás de unos árboles, mientras Gabrielle la seguía silenciosamente.
—Ahí está el círculo de la hoguera —señaló la guerrera. Se acercó con cautela, tratando de no borrar ninguna de las huellas que ya había. Se arrodilló junto a las cenizas y las palpó con los largos dedos—. Ya están frías. Eso es buena señal. Esperemos que se hayan ido hace mucho tiempo —cogió unos huesecillos del borde de las piedras que formaban el círculo y los examinó atentamente—. Anoche cenaron conejo —miró un momento a su alrededor—. Parece que eran cuatro. ¿Ves esto?
Gabrielle se reunió con ella, acuclillándose para observar mientras Xena le explicaba lo que había encontrado.
—Hay huellas de cuatro tamaños distintos de sandalias, así como cuatro caballos distintos. Uno de ellos es un tipo bastante grande. ¿Ves lo profundas que son las huellas de este caballo? —la guerrera se puso en pie y ofreció una mano a la bardo, tirando de ella para levantarla también.
—¿No podría ser sólo un caballo pesado? —preguntó Gabrielle con interés.
—Las huellas son demasiado pequeñas para que sea un caballo grande, pero son profundas. O carga con una persona de gran tamaño o carga con mucho equipamiento. Sin embargo, el ejército romano tiende a viajar ligero. Por lo tanto, debe de transportar a un hombre grande —respondió Xena tranquilamente—. Pobre caballo —añadió con una ligera risa. Estudió más el suelo, recorriendo varias veces el perímetro de la hoguera, mientras Gabrielle se quedaba a un lado y observaba. A la bardo siempre le asombraba la capacidad de deducción de Xena.
La guerrera rodeó un árbol y quitó varios pelos duros de la corteza.
—Por lo menos uno de los caballos tenía la cola negra y uno la tenía blanca —comentó—, y llevaban cebada para dar de comer a los caballos —dijo, arrodillándose y tocando con un dedo unos granos de cebada que había en el suelo.
—Su rastro lleva al camino —la guerrera pensaba ahora en voz alta mientras regresaba por entre los árboles, deteniéndose cada pocos pasos para examinar el suelo. Cuando volvieron al camino, Xena se arrodilló de nuevo y luego se levantó, mirando en silencio el camino hacia la fortaleza romana—. Parece que van en la misma dirección que nosotras —dijo la guerrera con seriedad—. Pero esperemos que ahora ya nos lleven mucha ventaja. Se marcharon esta mañana temprano y al parecer sin cocinar nada.
—¿Eso cómo lo sabes, Xena? —preguntó Gabrielle.
—Esas cenizas están frías ahora. Si hubieran cocinado esta mañana, todavía estarían calientes. El hecho de que Loisha dijera que estaban calientes cuando encontró la hoguera esta mañana nos revela que anoche avivaron el fuego antes de dormir y simplemente lo dejaron morir. Parece que se han ido a toda prisa —y sonrió, mostrando una pequeña daga reluciente que se había metido en el manto—. He encontrado esto detrás del árbol donde ataron a los caballos. No está oxidada, así que no puede llevar allí mucho tiempo —empezó a meterse la daga en el cinturón y luego cambió de idea—. Toma, Gabrielle, si acabas en un combate a espada, necesitarás una buena daga, algo pequeño que puedas agarrar fácilmente si alguien consigue desarmarte —y entregó el arma reluciente a su joven compañera.
La bardo la cogió titubeando y vio el blasón de César grabado en la empuñadura de marfil. Se mordió el labio inferior y sonrió a Xena.
—Gracias, Xena —se limitó a decir y se agachó para colocarse la daga en la bota, la bota prestada. Dioses, cómo echaba de menos su propia ropa.
—De nada —replicó Xena, tratando de parecer menos preocupada de lo que se sentía.
Xena emprendió la marcha de regreso al resto del grupo cuando Gabrielle la llamó.
—Eh, Xena, ¿qué clase de huellas son éstas?
La guerrera se detuvo y volvió sobre sus pasos. La bardo se había adelantado varios metros, siguiendo el borde de los árboles.
—¿Qué huellas? —preguntó Xena.
—Éstas —y Gabrielle señaló unas huellas de pezuñas hendidas muy grandes y muy extrañas.
—No lo sé —respondió la guerrera tras unos minutos de estudio. Qué raro —. Nunca he visto nada parecido —contestó con franqueza. Las huellas eran del tamaño de un caballo grande de granja, pero hendidas como las de un buey, sólo que claramente no eran huellas de buey.
—Bueno, parecen huellas de vaca, ¿verdad? —comentó la bardo.
—Parecen... —Xena se quedó en silencio con una expresión distante en los ojos—. Pero no lo son. Es casi como si...
—¿Como si qué, Xena? —preguntó Gabrielle.
—Nada —dijo Xena.
La bardo se dispuso a insistir, pero al mirar a su compañera a la cara, se dio cuenta de que Xena estaba debatiéndose con algo, posiblemente miedo. Me dirá lo que la preocupa cuando esté preparada , decidió la bardo.
—Vamos, Xena, pongámonos en marcha —Gabrielle dio una palmada en la espalda a la guerrera cuando las amazonas se acercaban para reunirse con ellas.
Xena seguía mirando las huellas con expresión perpleja. ¿Qué clase de buey camina sobre dos patas? se preguntó en silencio. ¿Un minotauro? Qué va, demasiado grande. Qué cosa más rara. La guerrera sintió un escalofrío involuntario por la espalda.
—Bueno, vamos a la fortaleza —dijo por fin. Se irguió y echó a andar, pero no sin antes volverse una vez más para mirar las extrañas huellas de pezuñas.
Cuando el grupo reemprendió el viaje, Kallerine se quedó atrás y se agachó para mirar las huellas y ver con sus propios ojos lo que había estado mirando Xena. Mmmmmm... fíjate. Con un ligero brillo en los ojos, se levantó y posó la mano inconscientemente en una de las estacas de madera que llevaba a la cintura. Si lo que había dejado esas huellas estaba cerca, ella planeaba estar preparada. Miró a su alrededor y salió corriendo para alcanzar a las demás.
Amarice se colocó al lado de Xena.
—Bueno, Xena, ¿cuál es el plan cuando lleguemos a la fortaleza? —preguntó la alta pelirroja.
—Pues primero, voy a subir a esa colina de piedras que hay a un lado de la fortaleza para asegurarme de que no hay nadie. Si está vacía, entraremos y buscaremos mi ropa y la de Gabrielle y mis armas y armadura. Si no está vacía, pues dependiendo de quién esté allí, nos ocuparemos de ellos, de una forma u otra —replicó la guerrera.
—¿Quieres decir que a lo mejor tenemos que pegar a alguien? —dijo la amazona, casi esperanzada.
—A lo mejor —suspiró Xena. Amazonas. Siempre buscaban pelea. Supongo que creen que yo también la busco. A lo mejor lo hago —. Amarice, escúchame —continuó—. Tienes que seguir mis órdenes o las de Gabrielle cuando lleguemos a la fortaleza, ¿vale?
—Bueno, claro, pero... —empezó a contestar Amarice.
—Nada de peros, Amarice —interrumpió Gabrielle—. Soy la reina de las amazonas. Te agradecemos que llevaras nuestros... mmm... cuerpos a la posada y que tuvieras la fe de buscar a Eli. No me malinterpretes. Sin embargo, tiendes a actuar sin pensar primero y en el pasado has demostrado tener la costumbre de no obedecer órdenes y eso ha causado muchos problemas para ti y para nosotras. Te voy a ser franca. No habrías viajado con nosotras si Xena no respetase tu habilidad en el combate tanto como la respeta y —continuó la bardo—, yo respeto a Xena. Confío en ella por completo. Le confío mi vida. Hay veces en el fragor del combate que tengo que hacer lo que dice sin preguntar. Yo soy la reina, pero Xena está al mando de esta expedición. Todas vosotras formáis parte de esta partida de reconocimiento como mis amazonas y por eso solo estáis sometidas a mi autoridad. Xena es mi compañera y es una extensión mía y acataré todas sus decisiones. Por lo tanto, vosotras también las acataréis. Si ella o yo os damos, a cualquiera de vosotras —y se volvió para mirar a Rebina y Kallerine—, una orden, obedeceréis sin rechistar, ¿entendido?
—Sí, mi reina —Amarice inclinó la cabeza ligeramente, dándose cuenta de que quien hablaba era la reina valerosa, la que había eliminado a aquellos soldados romanos.
—Bien, me alegro de haberlo dejado claro —dijo la bardo con severidad y caminó con determinación varios metros por delante del grupo, sin ver la expresión boquiabierta de su pasmada amante mientras la guerrera la miraba alejarse.
Xena se volvió a las restantes amazonas.
—Seguidnos. Despacio —y echó a correr para alcanzar a su compañera.
Cuando llegó al lado de Gabrielle redujo el paso para acoplarse al de la furiosa bardo y se puso las manos a la espalda. La guerrera carraspeó. No hubo respuesta. Enredó un poco con su manto. Siguió sin haber respuesta. Silbó unas notas, mirando de reojo a su amante, y arqueó una ceja cuando Gabrielle por fin la miró.
—Un dinar por tus pensamientos —ofreció Xena en voz baja.
La bardo suspiró profundamente y se arropó más en su manto.
—Xena, estoy hartísima de que las amazonas no me respeten, al menos cuando se trata de dirigirlas. Yo no elegí ser reina, pero lo soy y acepto la responsabilidad que eso conlleva.
—Gabrielle —dijo la guerrera en tono mesurado—, estas tres amazonas te respetan, especialmente Kallerine. Incluso Amarice se ha convencido. Me lo dijo ayer cuando estabas paseando con Kallerine.
—¿Sí?
—Sí.
—Mi reacción ha sido un poco desproporcionada, ¿eh?
—Bueno, ya que lo has dicho tú primero, sí.
—Lo siento. Supongo que estoy tensa por ir a esa fortaleza. Tendrás que reconocer que es el escenario de lo que ahora se ha convertido en mi peor recuerdo.
La bardo reflexionó en silencio. Peor que haber envenenado a Esperanza. Peor que la violación de Dahak. Peor que aquel día horrible en que Xena me arrastró por el campo detrás de un caballo y estuvo a punto de matarme. Continuó:
—Amarice no nos facilitó las cosas en esa celda. Lo empeoró todo. Sólo quiero asegurarme de que no hace nada que pueda llevar a tu muerte, o a nuestra muerte, otra vez.
—Bueno, Gabrielle, creo que la muestra de autoridad que acabas de dar se encargará de eso. Has hecho callar a Amarice, eso seguro —y Xena sonrió, pensando en las severas palabras de la bardo—. Conque acatarías todas mis decisiones, ¿eh? —la guerrera se acercó más a su amante y rodeó con un brazo los hombros de la muchacha más menuda. Se subió el manto para que las amazonas que iban detrás no las vieran y con la otra mano volvió la cara de Gabrielle hacia ella y se detuvo un momento para besarla a fondo, sintiendo un escalofrío de júbilo cuando sus labios se juntaron.
La sorprendida bardo se apartó jadeante y con los ojos medio cerrados, miró a la guerrera.
—Sí, todas —Gabrielle se apretó contra Xena para otro beso rápido, disfrutando del calor que había entre sus cuerpos, y luego siguieron caminando, con el brazo de la guerrera todavía a su alrededor.
—Eso también influye, Xena —dijo Gabrielle cuando habían recorrido una corta distancia.
—¿El qué?
—Eso. O sea, esto, o nosotras —la bardo no encontraba las palabras—. Te das cuenta de que ha sido esta misma mañana, ¿verdad?
—Eeeh... sí... lo sé —Xena estaba concentrada en el aroma a flores del jabón que habían usado, que todavía se percibía en el pelo y la piel de Gabrielle. Así de cerca resultaba casi embriagador—. Supongo que ha sido un día muy lleno de emociones, ¿eh?
—Mucho —la bardo sonrió y estrechó un poco más a Xena contra su costado—. Y recuerda, todavía no he acabado contigo.
—Gabrielle —la guerrera miró a su amante con una sonrisa salvaje—, espero que nunca acabes conmigo.
—Cuenta con ello.
—Oh, cuento, cuento.
Continuaron avanzando delante de las demás, intercambiando palabras de amor, hasta que llegaron a la cumbre de la siguiente colina y debajo de ellas apareció la fortaleza. Xena notó que los hombros de Gabrielle se ponían rígidos bajo su brazo y se inclinó y besó a la bardo en la cabeza, olvidándose de las amazonas que estaban detrás de ellas.
—Gabrielle, no pasa nada. Estoy aquí contigo. Esta vez vamos a entrar ahí y salir de ahí juntas.
—Lo sé. Es que es duro —y Gabrielle cerró los ojos un momento, tomó aire con fuerza e hizo acopio de valor para enfrentarse al escenario de su peor pesadilla, el escenario de la peor pesadilla de su compañera. Se volvió a Xena—. Bueno, vamos.
—Ésta es mi bardo —replicó la guerrera con evidente cariño.
Se detuvieron y esperaron a que las alcanzaran las otras.
—Bueno, Amarice, tú y yo vamos a subir a lo alto de esas rocas que dan a la fortaleza —dijo Xena, señalando los amenazadores peñascos que Amarice recordaba demasiado bien—. Kallerine, Gabrielle y tú quedaos al otro lado del muro donde están las puertas donde yo os pueda ver, pero donde si sale alguien, os podáis esconder rápidamente. Rebina, tú ve al otro lado de la fortaleza, también donde yo te pueda ver. Amarice y yo vamos a ver cómo están las cosas. Esperad mi señal antes de moveros. ¿Alguna pregunta?
Las amazonas hicieron gestos negativos y cubrieron los metros que quedaban hasta la fortaleza. La guerrera se quedó atrás e hizo un gesto a las demás para que siguieran avanzando y llevó a Kallerine aparte.
—Kallerine, quiero que te ocupes de Gab... de tu reina. No me la llevo a las rocas conmigo porque no sé lo que podemos ver ahí dentro. Sólo han pasado tres días y no creo que nadie haya hecho... mmm... limpieza desde que nos mataron. Esto es durísimo para ella. Quiero ver a qué nos enfrentamos antes de llevarla ahí dentro.
—Claro —replicó la joven amazona y salió corriendo para alcanzar a la bardo.
—Vamos, Amarice, empecemos a trepar —dijo Xena y se agachó y saltó por el aire, recogiendo las rodillas por debajo de su cuerpo y dando una voltereta perezosa que la hizo aterrizar encima de la primera peña. Sonrió, satisfecha de sí misma, y se inclinó para ofrecerle la mano a Amarice—. Ése era el paso más difícil. Creo que el resto podremos hacerlo con bastante facilidad.
Amarice tenía los labios apretados en una línea delgada al recordar la última vez que había trepado por estas peñas. Se concentró en seguir los pasos de Xena, dejando que la guerrera eligiera la ruta de ascenso más fácil. La amazona se esforzó por no pensar en lo que podían ver dentro de la fortaleza.
Xena alcanzó un punto desde donde podía ver claramente el patio dentro de las puertas. Se arrodilló detrás de una gran roca y examinó rápidamente lo que había abajo. Maldición. Las cruces seguían donde Amarice las había talado, con las manchas de sangre donde habían tenido las manos y los pies claramente visibles incluso desde donde estaban agazapadas. Xena cerró los ojos un momento, recordando.
Sentía un dolor terrible de la cintura para arriba por la paliza y no sentía nada de la cintura para abajo. Se había despertado, consciente de que estaba descansando en los brazos de alguien. ¿Gabrielle? Volvió la cabeza y levantó la mirada para ver la cara llena de lágrimas de la bardo por encima de la suya. Tragó, con la garganta ardiente, y se sintió helada, probablemente de fiebre. Deseó con todas sus fuerzas decirle algo a Gabrielle, cualquier cosa para que se sintiera mejor, sabiendo que no podía. Le dijo a Gabrielle que no llorase, un ruego absurdo como poco, dadas las circunstancias.
Hablaron de cómo Gabrielle había matado a los soldados y la bardo le aseguró que no era culpa de Xena. Que había elegido libremente intentar protegerla. Xena intentó concentrarse, sabiendo que se estaba muriendo. Pensó en todas las veces que Gabrielle había aguantado sus malos humores y se había quedado atrás y había aceptado órdenes, y en todas las cosas horribles que le había hecho a la bardo durante todo el terrible asunto de Dahak, Esperanza y Solan. ¿Sabía la bardo que lo lamentaba? Se disculpó por todas las veces que había tratado mal a su amiga y una vez más Gabrielle redimió su alma, diciéndole que ella había salvado a la bardo, que había visto en ella cosas que nadie más veía.
A cierto nivel, Xena sabía que eso era cierto. Si no se hubieran conocido, Gabrielle habría sido vendida como esclava. Aunque hubiera conseguido escapar, se habría casado con Pérdicas y habría acabado como esposa y madre en Potedaia y todas las historias de la bardo, su imaginación y sus sueños habrían muerto. Xena pensó en todas las veces que había estado sentada junto a la hoguera por la noche y había mirado a Gabrielle escribiendo sus historias. Nunca se había molestado en leerlas. Ni siquiera una vez, pensando siempre que algún día tendría tiempo. Le dijo a Gabrielle que deseaba haber leído los pergaminos.
Xena regresó al presente un momento. Leeré tus pergaminos, amor, te lo prometo. Lo último que sabía era que Gabrielle los había dejado en la aldea amazónica para que estuvieran a salvo.
La guerrera recordaba vagamente gran parte del resto de aquel último día. Había perdido y recuperado el conocimiento varias veces. Recordaba difusamente que la sacaron a rastras al patio hasta la cruz y que no veía gran cosa salvo los pies de los soldados que la arrastraban. La tumbaron en la cruz y se volvió para ver cómo ataban a Gabrielle a una cruz a su lado. Se le estaba rompiendo el corazón y no podía hacer nada. Hizo acopio de las fuerzas que le quedaban e intentó pronunciar el nombre de Gabrielle, apenas capaz de elevar la voz lo suficiente para que la oyera la bardo. Tenía que decírselo. Tenía que hacérselo saber. Gabrielle, has sido lo mejor de mi vida. Y Gabrielle la miró y sonrió y le dijo que la quería.
Se quedaron mirándose y Xena intentó proyectar todo el amor que pudo a su alma gemela. Y entonces, horrorizada, vio cómo uno de los soldados colocaba el primer clavo en la palma de la mano de Gabrielle. La valiente bardo apartó la cabeza, mirando al cielo, y cuando cayó el mazo no hizo el menor ruido. Xena recordaba que su propio cuerpo se estremeció como respuesta al ruido que hacía el mazo y que gritó de angustia mientras miraba. No podía hacer nada. Quería apartarse volando de esa cruz y matar a esos soldados y estrechar a Gabrielle contra ella y hacer que todo desapareciera, como un mal sueño. Ojalá pudiera absorber todo el dolor que sabía que estaba sintiendo su alma gemela. Pero no podía.
Apenas recordaba cómo le clavaron sus propias manos y tobillos, porque tenía la mente demasiado ocupada con la idea de que su mejor amiga yacía agonizante a su lado, una amiga que estaría viva de no haber sido por la decisión que había tomado de pasar su vida con ella. Intentó comprender el hecho de que se les había agotado el tiempo. De que su visión se había hecho realidad y que lo que más había temido estaba ocurriendo. Por primera vez no iba a poder rescatar a su mejor amiga. Ya no viajarían más juntas. Ni siquiera sabía si iban a ir al mismo sitio. Era posible que nunca más volviera a abrazar a Gabrielle, que nunca más pudiera volver a mirar esos hermosos ojos verdes ni a escuchar sus historias ni a quedarse sentada mientras la bardo le cepillaba el pelo. Iba a echar de menos tantas cosas que había dado por supuestas. Iban a morir y no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto. Todo se puso oscuro. Y entonces, ante la felicidad de Xena, fueron a los Campos Elíseos. Juntas. Y descubrieron que estaban enamoradas.
La guerrera abrió los ojos y sacudió la cabeza para despejarse las ideas. Miró cuidadosamente el resto de la fortaleza y no vio ninguna señal de que allí siguiera alguien. No había animales. Levantó la cara y olfateó el aire. Tampoco olía a animales. El agua del abrevadero estaba baja y sucia, como si llevase varios días sin renovar.
—Amarice, hay un cambio de planes. Ve a buscar a Rebina y Kallerine y reuníos conmigo en la puerta. Ahí dentro no hay nadie. Yo tengo que hablar con Gabrielle.
Amarice asintió y empezó a bajar por las rocas. Xena hizo una señal a las otras amazonas para que esperasen. La guerrera saltó de peña en peña y dobló la esquina para reunirse con Gabrielle.
—Kallerine, ve con Amarice y Rebina —pidió Xena. Kallerine pasó la mirada de la guerrera a la bardo y se alejó, protegiéndose los ojos del sol con la mano.
Xena se volvió a Gabrielle y a ésta se le paró el corazón al ver la angustia evidente en el rostro de su compañera.
—Xena, ¿qué te pasa? ¿Qué ocurre? —la bardo miró a la guerrera a los ojos.
La guerrera cogió una de las manos de Gabrielle entre las suyas y la apretó.
—Gabrielle, esto va a ser muy duro. Todo está igual que lo dejó Amarice cuando se marchó de aquí con nuestros cuerpos, con nosotras. Es horrible, amor. Si quieres, puedo hacer que las amazonas limpien un poco ahí dentro antes de que entremos. Así no tendrás que verlo.
—No, Xena, quiero entrar ahora. Necesito verlo. Necesito saber que ha sido real e intentar superarlo —acarició el dorso de la mano de Xena con el pulgar—. Prométeme que estarás ahí conmigo.
—Siempre, amor —dijo Xena suavemente, acariciando con dulzura la mandíbula de la bardo. Sin decir palabra, la guerrera cogió a Gabrielle de la mano y la llevó a las puertas de la fortaleza. Se reunieron con las amazonas e hizo falta la fuerza combinada de las cinco para abrir las grandes puertas. Xena miró a su compañera y le apretó la mano y entraron juntas, mientras las amazonas aguardaban a la entrada para darles un poco de intimidad.
Gabrielle soltó la mano de Xena, se acercó en silencio a la cruz que había sido suya y la contempló un momento, notando las manchas oscuras de sangre oxidada donde había tenido las manos y los pies. Luego se acercó a la cruz de Xena. Se arrodilló y tocó las manchas de sangre donde habían estado los tobillos de Xena. Se levantó, fue a la cabeza de la cruz y se agachó, soltando unos mechones de largo pelo negro que encontró enredados en las astillas de la áspera madera. Se levantó, apretó los pelos en el puño, se los llevó al pecho y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas hasta que todo se puso borroso.
Xena observaba en silencio a pocos metros detrás de la bardo. Vio que Gabrielle se echaba a temblar y que su compañera caía despacio de rodillas mientras su cuerpo se estremecía en silencio. La guerrera cubrió rápidamente la distancia que las separaba, cayó a su vez de rodillas, envolvió a su amante en sus fuertes brazos y la meció mientras la bardo aspiraba una gran bocanada de aire y soltaba un largo grito de agonía.
—Ohhhhhhhh...
—Tranquila, amor, te tengo, suéltalo todo —Xena siguió meciendo a Gabrielle, acariciándole el corto pelo rubio, dándole besos en la cabeza, mientras la bardo se aferraba con ambas manos al manto de Xena y se apoyaba en el fuerte cuerpo de la guerrera. Al cabo de varios minutos, Xena notó que los sollozos de su compañera empezaban a ceder y oyó unos pequeños hipos. Soltó un brazo de alrededor de la bardo y secó las lágrimas de la cara de Gabrielle.
A medida que iba recuperando poco a poco el equilibrio, Gabrielle fue soltando el manto de Xena y se apartó un poco.
—Lo siento, Xena, no sabía que iba a reaccionar así. Creo que hasta ahora todo era como un sueño muy malo. Ha sido real, ¿verdad?
La guerrera acarició con la mano la cabeza de su compañera.
—Sí, amor, ha sido real, todo ello, incluso el tiempo que pasamos después en los Campos. Intenta recordar eso cuando esta parte sea demasiado dura, ¿vale?
—Vale —dijo Gabrielle, sorbiendo y sonriendo al mismo tiempo—. ¿Me ayudas a levantarme?
Sin pensar, Xena levantó en brazos a la bardo como a una niña y la llevó a un banco de madera bajo situado junto al edificio y la sentó en él.
—Gabrielle, descansa aquí un poco mientras yo echo un vistazo, ¿por favor?
La bardo asintió en silencio y se apoyó en la piedra fría del edificio, con la cabeza martilleándole por haber llorado tanto.
—Kallerine, quédate aquí fuera con Gabrielle —gritó la guerrera—. Rebina y Amarice, venid conmigo.
Mientras Xena y sus acompañantes abrían la puerta de la prisión y entraban, Kallerine cruzó el patio.
—Reina Gabrielle —se arrodilló a los pies de la bardo y le ofreció un odre de agua—. Toma, bebe un poco. Parece que te vendría bien.
—Gracias —dijo Gabrielle, agarrando el odre con las dos manos y tomando varios tragos sedientos.
—¿Te puedo traer algo? —preguntó la joven amazona.
—No, gracias, Kallerine, siéntate aquí conmigo. Eso es suficiente —dijo la bardo, con la voz todavía ronca de llorar.
—Te quiere de verdad, ¿sabes? —dijo Kallerine.
—Lo sé —afirmó Gabrielle—. Y yo la quiero a ella. Más de lo que jamás pensé que fuera posible querer a alguien. Recordar lo que le hicieron aquí me hace daño. Me hace mucho daño. No estoy acostumbrada a ver a Xena en un momento de debilidad y cuando recuerdo lo que era verla completamente indefensa, sabiendo lo mucho que odia no tener control... Dos de ellos me sujetaron y me obligaron a mirar mientras le daban una paliza, Kallerine, y ella ni siquiera podía ponerse en pie para defenderse. Sabiendo cuánto me quiere y que tuvo que mirar mientras ellos... hacían lo que hicieron... me causa tal desgarro interno que no sé si alguna vez se curará.
—Reina Gabrielle —Kallerine dio unas palmaditas a la bardo en la rodilla—, se curará. Estoy convencida. El amor que os tenéis lo curará. Sólo que va a tardar mucho.
—¿Tu dolor se ha curado? —preguntó Gabrielle con toda seriedad, recordando que Kallerine tenía que luchar con sus propios demonios.
La joven amazona bajó la vista un momento y luego levantó los ojos para encontrarse con los de su reina.
—Eso creo. Es decir, nunca desaparece por completo. Sigues adelante y un día te das cuenta de que el mundo vuelve a parecer normal. Es una normalidad distinta de cuando mis padres estaban vivos, pero no obstante, es normal. Creo que el apoyo que recibo de mis hermanas en la aldea amazónica me ha ayudado mucho a ponerme bien. Por supuesto, no tengo nada parecido a lo que tenéis Xena y tú. Supongo que soy un poco joven para eso.