16 de marzo v

!!!!!!!!!!!!!xena y gabrielle consuman amor y de que forma.¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

El 16 de marzo

Linda Crist

—¿A Eponin? —dijeron a la vez la guerrera y la bardo, recordando a la exaltada, terca y algo impetuosa amazona.

—Venga, chicas, no tenía mucho donde elegir y, además, es dura y no va a aguantar muchas tonterías a nadie.

—Supongo que eso es cierto —comentó Gabrielle—. Chilapa, espero que no las deje agotadas a todas a base de dobles turnos.

—Sí, yo también —rió la regente.

—Sabes que lo digo en broma, ¿verdad? Chilapa, te nombré regente porque confío en tu capacidad para dirigir a las amazonas —la bardo sonrió cálidamente.

—Gracias, mi reina —la regente deseó buenas noches a Xena y Gabrielle y las dejó a solas.

Xena cruzó la habitación y se echó agua en la cara y luego le lanzó a Gabrielle una camisa de dormir limpia que habían encontrado las amazonas. Gabrielle fue a la palangana después de ella. Mientras Gabrielle se lavaba, Xena atizó el fuego de la chimenea y organizó sus armas, mirando de reojo la espalda desnuda de la bardo cuando ésta se ponía la camisa. Xena suspiró. Qué bella es. Recordó los Campos con melancolía.

Gabrielle se volvió y vio a la guerrera mirándola. Sonrió al darse cuenta de que Xena no sabía que estaba mirando.

—¿Xena? Eh, ¿dónde estás? Llevas todo el día haciendo eso.

—¿Eh?... Qué... —Xena sintió un rubor en la cara. ¿Me ha visto mirándola mientras se cambiaba?

—Xena, amor, ¿qué pasa? Pareces un poco acalorada.

La bardo se acercó a ella y puso la mano en la frente de su compañera, lo cual sólo sirvió para subirle la temperatura a la guerrera unos cuantos grados más.

—Oh, es el fuego, Gabrielle, eso es todo. ¿Ves? —Xena señaló las brasas recién avivadas, agradecida por tener una excusa que explicara el calor de su piel, ahora muy elevado.

—Bueno, si tú lo dices, pero si sigues caliente dentro de un par de marcas, vamos a tener que sacar las hierbas amargas, ¿me oyes?

—Sí. Claro, pero de verdad que creo que voy a estar bien — Sí, voy a estar muy bien , pensó Xena por dentro, mirando inocentemente a los ojos verdes que la tenían cautiva.

La bardo sonrió de medio lado y revolvió el pelo oscuro.

—Venga, princesa guerrera, vamos a la cama.

Oh, sí, como que eso me va a bajar la temperatura. Hierbas amargas, allá voy , se lamentó Xena.

La guerrera se levantó, cruzó la habitación y se subió a la cama, tan acogedora. Qué cansada estoy , pensó por dentro. Gabrielle no tardó en reunirse con ella y la bardo apagó la vela que había en la mesa junto a la cama. Se acurrucó dentro de las sábanas y notó un calor en la espalda, cuando Xena se apretó tímidamente contra ella, rodeándole la cintura con un largo brazo. Un segundo y la guerrera echó una pierna sobre las piernas de la bardo. Gabrielle sonrió en la oscuridad y se arrimó a Xena, dejando una mano en el muslo de la guerrera que la envolvía.

—Buenas noches, Xena. Te quiero — Podría acostumbrarme a esto , pensó la bardo por dentro, notando que su propia temperatura empezaba a elevarse.

—Yo también te quiero, Gabrielle — Por Hades, no me puedo creer que acabe de arrebujarme a su alrededor de esta manera. Anoche tenía una buena excusa... el delirio total. Esta noche... bueno, no parece importarle. Xena notó la cálida mano que descansaba delicadamente sobre su pierna.

Y se quedaron dormidas apaciblemente, soñando con los Campos Elíseos.

Gabrielle se despertó antes del amanecer y se encontró a Xena todavía arrebujada a su alrededor. Le resultaba... agradable... correcto... reconfortante, y se apretó un poco más contra el estómago de la guerrera. Siempre había sabido que quería a Xena, desde la primera vez que la vio. Por supuesto, era muy inocente cuando conoció a la guerrera y ese amor había empezado como admiración por la heroína. Lo cual poco a poco fue creciendo hasta convertirse en un amor muy profundo por la mejor amiga que había tenido jamás.

Sabía que después de que Nayima les dijera que eran almas gemelas eternas, los límites se habían hecho borrosos. Xena se mostraba mucho más atenta con ella y había empezado a escucharla de verdad, tratándola más como a una igual. Habían empezado a tocarse mucho más, pequeños abrazos por aquí, pequeñas palmaditas por allá, algún que otro beso en la mejilla si había ocurrido algo realmente importante. A veces pillaba a la guerrera mirándola simplemente y Xena se arrimaba a menudo a ella y se quedaban sentadas la una al lado de la otra en agradable y silenciosa compañía. Habían pasado muchas cosas juntas y con frecuencia no necesitaban palabras para comunicarse la mutua devoción que sentían. Sabía que harían cualquier cosa la una por la otra, incluido el sacrificio de su propia vida para salvar a la otra.

Pero ahora... bueno, morir juntas y lo que había ocurrido junto a la cascada y luego el regreso, todo eso ponía las cosas a un nuevo nivel. Pensó en todo lo que se habían dicho en aquella celda cuando sabían que iban a morir. Cosas tanto expresadas como tácitas, que salían directamente del corazón, cosas dolorosamente sinceras que sólo se podían decir con los ojos. Pensó en lo cercanas que estaban desde que habían regresado de la muerte. No sólo estaban más cerca físicamente, era evidente que su conexión emocional era mucho mayor de lo que lo había sido antes de morir. Tal vez no tendrían que esperar a volver a los Campos Elíseos para recuperar lo que tenían allí. Se dio la vuelta en los brazos de Xena para reflexionar más sobre la guerrera y se encontró unos ojos azules que la miraban.

—Buenos días, amor —dijo la guerrera con voz ronca.

—Buenos días a ti también —replicó Gabrielle y dio un ligero beso en el hombro a la guerrera—. Xena, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Gabrielle sin mucha confianza.

—Pregunta lo que quieras, amor —fue la suave respuesta.

—¿Te sientes... diferente? —Gabrielle miró a los ojos azules que la miraban con lo que interpretó como adoración.

Xena enarcó una ceja y le echó una pequeña sonrisa de medio lado.

—Pues veamos, Gabrielle, paralizada de la cintura para abajo... crucificada... muerta... trasladada a los Campos Elíseos... resucitada de entre los muertos... y eso que no es la primera vez que resucito —se rió un poco—. Sí, me siento un poco diferente.

Eso hizo sonreír a Gabrielle, sonrisa que se transformó rápidamente en una expresión más seria.

—Todo eso lo entiendo, Xena, o sea, yo acabo de pasar por casi todo ello también, pero no me refería a eso exactamente —la bardo frunció ligeramente el ceño.

—Ah, vale —Xena observó su cara y en ella percibió algo curiosamente familiar. Ah, bien. Creo que Gabrielle también siente esto. Venga, Xena, sabes de qué está hablando. Salta de una vez de ese precipicio , se recriminó la guerrera a sí misma.

—Gabrielle —la guerrera estrechó a la mujer más menuda en un fuerte abrazo—, ven aquí —miró profundamente a Gabrielle a los ojos un momento y luego inclinó la cabeza y cerró lo ojos, en el momento en que se juntaron sus labios. El primer beso fue muy dulce y muy delicado y envolvió a ambas mujeres en una maravillosa capa de calidez. Volvieron a abrir los ojos un momento y entonces el segundo beso fue una exploración más larga y experimental, en la que había todo el anhelo y todo el amor que habían estado bajo la superficie durante tanto tiempo.

Xena se apartó, capturó los ojos medio cerrados de Gabrielle y preguntó:

—¿Eso ha sido diferente?

—Eso —dijo Gabrielle sin aliento—, ha sido muy diferente. De una forma muy, muy buena.

—¿Era a eso a lo que te referías? —preguntó Xena, cuya expresión era una mezcla de felicidad y esperanza.

—Sí —dijo la bardo, sonriendo y con los ojos ahora bien abiertos—. ¿Te das cuenta de que es la primera vez que hemos hecho eso estando las dos vivas? —rió Gabrielle y Xena soltó una brusca y sonora carcajada.

—Bueno... —dijo Xena, depositando un breve beso en la frente de la bardo—, espero... —otro beso en la mejilla—, que no sea... —otro en los labios—, la última vez que lo hacemos estando las dos vivas —la guerrera se reclinó, abrazando aún a Gabrielle, y su humor cambió y la bardo notó que se estremecía.

—¿Qué ocurre, amor? —preguntó Gabrielle. Esa palabra nos sale con tal naturalidad a las dos. La bardo se apoyó en un brazo, puso una mano sobre el cálido estómago de Xena y al levantar la mirada vio los ojos de la guerrera arrasados de lágrimas. Una se escapó y bajó despacio por la mejilla de Xena. Gabrielle se acercó y la secó con un beso—. Por favor, Xena, ¿me dices qué te ocurre?

La guerrera suspiró y sonrió.

—Gabrielle, ¿recuerdas cuando nos separamos en los Campos y tú te volviste a mirarme y luego desapareciste al otro lado de aquella luz? —Xena colocó la cabeza de la bardo sobre su hombro, le acarició el pelo claro y la besó en la coronilla.

—Ésa es una de las cosas que más me ha costado hacer en mi vida —dijo Gabrielle suavemente—. Sabía que tenía que volver, no podía resistir el impulso, pero pensaba que podía estar dejándote atrás y no sabía cómo iba a vivir sin ti si tú no conseguías regresar también. Sabía... sabía que lo intentarías y sabía que habías dicho que me esperarías ahí mismo si no lo conseguías, pero la idea de pasar aunque sólo fuese un día contigo a ese lado y yo a éste era la sensación de mayor vacío que he tenido jamás —terminó la bardo, con los labios temblorosos.

Xena abrazó a Gabrielle ferozmente por un momento y luego se relajó un poco. Se volvió de lado, colocando suavemente a la bardo boca arriba, y se apoyó en un brazo, mientras con la otra mano jugaba distraída con el cuello de la camisa de Gabrielle. Miró a la bardo y continuó:

—Gabrielle, cuando desapareciste de nuevo en esa luz, ni todas las alegrías de los Campos Elíseos podían consolarme. Me di cuenta de que podía estar perdiendo lo más precioso que había tenido jamás, aunque sólo fuese por un tiempo. M'Lila apareció ante mí, como la última vez, y habló conmigo. Me hizo darme cuenta de que no sólo te quería, sino que estaba enamorada de ti. Creo que lo sabía desde hacía mucho tiempo, sólo que no sabía cómo admitirlo.

—Sí, igual que yo —sonrió la bardo.

Xena volvió a besar a Gabrielle brevemente y dejó que una mano bajara por la mejilla de la joven, dejándola por fin apoyada ligeramente en el esternón de la bardo.

—Bueno —continuó Xena—, el caso es que le rogué a M'Lila que me ayudara a volver contigo, pero ella dijo que sólo tú podías traerme de vuelta. Que nuestro amor y nuestra fe la una en la otra eran las únicas cosas con la fuerza suficiente para tirar de mí a través de aquella luz. Gabrielle, no quería perderme ni un solo momento de compartir la vida contigo, en ningún mundo.

La bardo cogió la mano de Xena, la besó y la sujetó con firmeza contra su corazón, mirando con toda seriedad a los penetrantes ojos azules de la guerrera.

—Gabrielle, M'Lila me dijo que tu amor por mí, tu fe en mí y mi amor por ti eran lo único que me había hecho entrar en los Campos Elíseos. Que todos mis intentos de expiación se quedaban cortos. Que no captaba la idea global. ¿Te acuerdas de Nayima?

—Sí —dijo la bardo en voz baja.

—Nayima tenía razón, Gabrielle, somos almas gemelas eternas. M'Lila lo confirmó. Dijo que sin eso yo nunca habría expiado por completo todas las maldades que he cometido. Tú, amor, eres mi salvación, mi manera de alcanzar la expiación. M'Lila me explicó que no fue una coincidencia que nos conociésemos justo cuando yo había decidido cambiar mi vida. Tú eres la clave para mí. Si no hubieras logrado traerme de vuelta el otro día, estaba condenada al Tártaro hasta que volvieras a morir. Tú eres la única razón de que estuviera en los Campos Elíseos.

Gabrielle se incorporó, tirando de Xena con ella, puso las manos en los hombros de Xena y se la quedó mirando largo rato.

—Xena, no sabía si podía traerte de vuelta —Gabrielle aferró la túnica de Xena con ambas manos y hundió la cabeza en la guerrera, estremeciéndose ante la idea, mientras unas lágrimas silenciosas resbalaban por su cara—. Xena, ¿y si hubiera fracasado?

Xena la rodeó con los brazos y la meció suavemente durante un momento.

—Shhh, Gabrielle, sabes que lo lograste. Nunca dudé de que lo conseguirías, ni por un solo segundo. Me has demostrado la fuerza de tu amor por mí en un millón de formas diferentes. Creía en ti. Así de sencillo. Además, aunque no me hubieras traído de vuelta, al final volveríamos a estar juntas. Es nuestro destino.

Gabrielle empezó a calmarse a medida que iba absorbiendo la maravilla de todo aquello. Miró a la guerrera con todo el amor de su corazón y Xena la estrechó en otro abrazo feroz.

—Gabrielle, no quiero soltarte jamás —dijo la guerrera, depositando besitos por toda la cabeza de la bardo.

—Pues no lo hagas —dijo Gabrielle, poniendo las manos a ambos lados de la cara de Xena y tirando de ella hasta que sus labios se juntaron con los suyos. Eran tan suaves y cálidos que la bardo se permitió perderse en la sensación.

Pasaron varios minutos así y la guerrera empezó a bajar besando por la cara de Gabrielle y luego el cuello, lo cual provocó que la piel de Gabrielle se estremeciera con pequeños escalofríos. Xena acabó por fin probando el pequeño hueco de la garganta de la bardo y luego lo mordisqueó despacio. Notó que a Gabrielle se le aceleraba el pulso, al tiempo que la bardo empezaba a explorar la parte inferior de su espalda con manos delicadas, primero por fuera de la camisa y luego tocando la piel desnuda de debajo, masajeándola con pequeños círculos que hicieron que el deseo se apoderara de Xena de una forma que no había sentido desde hacía muchísimo tiempo, por no decir nunca. No se trataba sólo de un hambre física, era una profunda y dolorosa necesidad emocional.

—Gabrielle, yo... —los labios de Xena seguían pegados a la suave piel de su garganta—. ¿Esto es...?

La bardo levantó la barbilla de la guerrera, apoyando los dedos de plano contra sus labios generosos, haciendo callar a la guerrera.

—Te amo, Xena.

La guerrera sacó la punta de la lengua, saboreando los dedos salados. Suspiró y volvió a inclinarse, echando a un lado el cuello de la camisa de la bardo y recorriendo a besos el hombro de Gabrielle. Sonrió y trató de concentrarse. Por los dioses, amaba a esta mujer con todo su corazón. Unos sentimientos abrumadores de amor, protección y pasión desbordada la asaltaron con tal fuerza que apenas pudo resistirlo. Miró a Gabrielle a los ojos y deseó poder meterse en el alma de la bardo, aunque sólo fuese un momento, y sentirse rodeada de ese amor y esa luz que equilibraban su propio lado oscuro, que realmente habían salvado su propia alma.

—No... no consigo acercarme lo suficiente —Xena temblaba.

Gabrielle percibió un tono de duda en la voz de la guerrera. Tengo que hacerle saber que las dos queremos lo mismo , sonrió la bardo por dentro. Cogió la cara de Xena entre las manos y clavó sus ojos en los de ella, forzando a la guerrera a leer lo que había en su corazón.

—Xena —su voz acarició el nombre—, enséñame el amor, Xena —y se acercó más—. Acércate todo lo que quieras —dijo esto último en un susurro seductor y hormigueante al oído de la guerrera.

Xena ahogó una exclamación cuando captó las palabras de la bardo y volvió la cabeza para encontrarse con los labios de Gabrielle, sujetando la cabeza de la muchacha rubia con una mano mientras con la otra empezaba a moverse por debajo de la camisa de la bardo, acariciando la suave piel que había ansiado tocar. Trazó una línea lenta y ascendente por el centro del estómago de la bardo y tocó ligeramente otros puntos sensibles, haciendo que Gabrielle soltara un pequeño grito sofocado contra los labios de Xena.

Las manos de la bardo se movían sin cesar por la espalda de la guerrera y tiraron despacio de la camisa de Xena para quitársela por encima de la cabeza, intentando no interrumpir el beso. Xena se apartó un momento para respirar y vio una pasión desatada que ardía en los ojos verdes de Gabrielle. Bajó las manos y le quitó también la camisa a la bardo y luego volvió a abrazarla, estremeciéndose por el suave contacto de la piel contra la piel.

—Bueno, creo que esto es otra cosa que nunca hemos hecho juntas, vivas o muertas —dijo Xena con una sonrisa fiera y Gabrielle volvió a mirar esos penetrantes ojos azules y susurró:

—Sí, y ya iba siendo hora, amor.

Con eso, Xena pasó un brazo por debajo de los hombros de la bardo y la tumbó con cuidado en la cama, besándola de nuevo durante largo rato, y luego emprendió una lenta y delicada exploración de la hermosa muchacha con dedos, labios, lengua y dientes, atenciones que la bardo le devolvió con igual fervor.

Y la dulce exploración se hizo más intensa, a medida que el horror y el dolor que habían sufrido, la breve paz total de los Campos Elíseos y el regreso a la vida se iban resolviendo y el amor, la necesidad, el miedo y la maravilla se combinaban en algo que ambas necesitaban asegurar desesperadamente la una a la otra. Estaban juntas y estaban vivas, maravillosamente vivas. Juntas para siempre. César y Callisto habían perdido, pues el poder de su amor era mayor que todo el mal del que habían sido objeto.

Xena sintió que se fundía en Gabrielle, sintió la proximidad que ansiaba, hasta que no supo dónde acababa ella y empezaba Gabrielle y supo que jamás volvería a dejar a su alma gemela. Sus corazones se unieron en un vínculo indestructible y las dos se hicieron una de verdad. Y mucho después, se hundieron en un lugar cálido y reconfortante que no querían abandonar jamás.

Aproximadamente una marca más tarde, el sol había salido, pintando dos cuerpos entrelazados con la cálida luz de sus rayos. Gabrielle yacía boca abajo, con la cabeza apoyada en el estómago de Xena, y la guerrera volvía a estar arrebujada alrededor de la bardo. Xena deslizó un dedo por la espalda de Gabrielle y sonrió cuando su recién descubierta amante se arqueó contra ella al sentir la caricia. Nuevo y sin embargo extrañamente familiar, casi como volver a casa. La guerrera contempló sus cuerpos tendidos y se sintió inundada por una dulce oleada de contento.

Xena estaba segura de que Pérdicas era la única otra persona con la que se había acostado Gabrielle en toda su vida. En cuanto a la guerrera, bueno, demasiados para llevar la cuenta, hombres y mujeres, algunos de los cuales me importaban y otros no , pensó con ironía. A muchos los utilicé para poder realizar mis propios planes. Pero esta vez, ésta ha sido diferente. Xena había tenido sexo, pero de repente cayó en la cuenta de que acababa de hacer el amor por primera vez.

Mi nueva amante será mi última amante. La guerrera se sentía muy vulnerable, pero sabía que podía confiar ese sentimiento a Gabrielle. No puedo vivir sin ella, como no podría vivir sin aire y agua. ¿Ella siente lo mismo? Maldición. Ha ocurrido muy deprisa. ¿Acabamos de cometer un grave error? Maldición de maldiciones. Debería haberme controlado más. Como si hubiera podido.

La guerrera tiró de Gabrielle hasta que quedaron cara a cara. Besó la frente de la bardo y sonrió cuando la bardo cerró los ojos y suspiró con satisfacción.

—Gabrielle, ¿estás bien con esto? —dijo Xena con voz temblorosa. Por favor, que esté bien. No quiero renunciar a ello , añadió en silencio.

Gabrielle sabía que Xena tendría dudas por haber hecho el amor. Sabía que el instinto protector de la guerrera acabaría asomando su hermosa y terrible cabeza. También sabía que debajo de esa fachada fría y dura como el granito, había una mujer a la que habían hecho daño tantas veces que no se abría a menudo ni fácilmente a nadie. Tengo que hacerle entender que la amo por completo. No quiero estar jamás con nadie salvo ella. Esa única vez con Pérdicas fue dulce e inocente, pero esto... ha sido... asombroso. Ahora, ahora sé lo que es el amor , las propias palabras de la bardo volvieron para perseguirla.

Gabrielle se incorporó y rodó hasta que su cuerpo quedó totalmente encima de la guerrera, sonriendo al notar la sutil reacción de los músculos del estómago de Xena ante el súbito contacto más íntimo. Fue dejando una lenta hilera de besos por el pecho y el cuello de Xena, plantando por fin uno en los labios generosos de su amante y relajándose en la seguridad de los fuertes brazos que la habían estrechado durante sus atenciones. Gabrielle suspiró llena de felicidad, apartó un mechón sudoroso de pelo oscuro de la frente de Xena, miró a los ojos azules de la guerrera unos minutos y sonrió.

—Xena —siguió acariciando el pelo oscuro—, nunca me he sentido mejor en toda mi vida de lo que me siento en estos precisos momentos —dicho esto, notó que los músculos tensos de Xena se relajaban considerablemente y bajó la cabeza y volvió a besar los labios expectantes de la guerrera, disfrutando un rato de la cálida y dulce suavidad.

Se apartaron y Gabrielle volvió a rodar hasta quedar tumbada de lado, con la cabeza de nuevo en el estómago de Xena, siguiendo la curva de la cadera de la guerrera con ligeras caricias con los dedos, observando que a Xena se le ponía la piel de gallina. La mano ociosa de la bardo se movió por la pierna de la guerrera, subiendo y bajando por los fuertes músculos. Xena notó que los dedos se movían hacia la parte interna del muslo y tomó aliento con fuerza. Lo soltó despacio y colocó una mano sobre la mano errante de Gabrielle, obligándola a parar.

—¿Qué pasa, no te gusta? —la bardo se alzó y ronroneó al oído de Xena con una sonrisa traviesa y luego acarició el tentador lóbulo con la punta de la lengua.

Xena se echó a reír por la sensación de cosquillas.

—Me gusta demasiado, Gabrielle, tanto que no me puedo concentrar y hay algo que quiero decir —esta vez Xena se puso de lado, obligando a la bardo a echarse boca arriba—. Gabrielle, llevo mucho tiempo enamorada de ti. Me ha hecho falta morir para darme cuenta de eso. Quiero pasar el resto de mi vida contigo, pero no quiero hacer nada que te haga daño. Me quedaré contigo en las condiciones que tú impongas. M'Lila me hizo ver que nuestro amor es lo que me salvará. Así que si vamos demasiado deprisa, házmelo saber. Estoy absolutamente dispuesta a tomarnos las cosas con calma.

—Xena —sonrió Gabrielle—, yo no diría que cuatro años sea ir demasiado deprisa. Te amo. Te he amado desde la primera vez que te vi, pero es un amor que ha evolucionado con el tiempo. Nos lo hemos estado tomando con calma. Nos conocemos mejor que nadie y hemos pasado por muchas cosas juntas. La mayoría de las amistades no sobrevivirían a lo que hemos sobrevivido nosotras y sin embargo, aquí estamos, unidas con más fuerza que nunca. ¿No crees que esto era inevitable? Tenemos algo que la mayoría de la gente no tiene jamás, un amor muy fuerte nacido de una amistad muy fuerte. ¿Cuánta gente tiene la suerte de encontrar a su mejor amiga, su alma gemela y su amante todo a la vez de una sola tacada? Yo... yo... —la bardo vaciló un momento—. Yo no tengo mucha experiencia en el amor, Xena, no en esta clase de amor, pero no soy tan ignorante que no reconozco una oportunidad única y maravillosa de alcanzar la felicidad cuando la veo —Gabrielle estudió los ojos de su amante y en ellos vio un asombro total—. Xena, tú eres bella para mí. El amor que hay entre nosotras es algo bello. Te deseo muchísimo. No creo que pueda esperar más. Te deseo ahora —terminó la bardo en un susurro ronco y tiró de la guerrera hasta colocarla encima de ella.

Las palabras acabaron con cualquier duda que pudiera haberle quedado a Xena. Bueno, es una bardo elocuente. ¿Cómo he tenido tanta suerte? se preguntó la guerrera. Rió en voz baja desde el fondo de la garganta y se lanzó a una segunda y minuciosa exploración, empezando por seguir con la lengua los dibujos de los tatuajes del mendi que adornaban el cuerpo de la bardo.

Chilapa subió de mala gana las escaleras que llevaban al primer piso de la posada. Las amazonas habían desayunado y las que iban a volver a la aldea habían recogido y estaban listas para partir. La patrulla de exploración había regresado, informando de que a una marca de camino a la fortaleza habían encontrado los restos de una hoguera, con las cenizas aún calientes, y lo que parecían huellas de sandalias romanas y cascos de caballos con la típica marca de las herraduras que llevaban los caballos del ejército de César. La partida de reconocimiento elegida por Xena estaba preparada para entrenar. Unas cuantas amazonas valientes habían llamado dudosas a la puerta de la habitación de la reina, pero hasta ahora esas llamadas no habían tenido respuesta. Ya pasaban varias marcas del amanecer y la guerrera y la reina todavía no habían hecho acto de presencia.

Chilapa suspiró. El grupo de amazonas reunidas sin saber qué hacer se había convertido rápidamente en un grupo de amazonas nerviosas y aburridas y las amazonas aburridas normalmente no tardaban en convertirse en amazonas quisquillosas y malhumoradas. La regente se encogió en más de una ocasión al ver varios momentos de peligro durante un juego de "lanzamiento de cuchillo", juego en el que una amazona se quedaba de pie pegada a una pared mientras las demás se dedicaban por turnos a ver quién conseguía lanzar el cuchillo más cerca de su cabeza sin llegar a alcanzarla. La amazona objetivo sólo debía cumplir dos requisitos para participar. Nervios de acero y excelentes reflejos. Unos cuantos tragos de cerveza tampoco venían mal.

Como regente, había sido elegida para ir a despertar a la reina... y a la guerrera. Cuanto antes supieran todas cuál era el plan del día, antes se dedicarían a las tareas que les fueran asignadas, en lugar de pelearse entre sí y enredar con sus armas y plumas. Por fin aceptó despertar a la reina sólo porque temía acabar con unas cuantas amazonas muertas si esperaban mucho más. Al llegar a la habitación miró a las dos guardias.

—¿Alguna señal de ellas?

—Pues —una amazona bastante joven miró a la regente—, juraríamos que las hemos oído hablar y... mmm... reír... pero no, llevan en silencio desde hace por lo menos una marca y todavía no han salido.

La regente se limitó a asentir a las dos guardias y llamó a la puerta. No hubo respuesta. Llamó un poco más fuerte. Seguía sin haber respuesta. ¡Oh, al Hades con todo! Xena es la que ha obligado a todo el mundo a levantarse temprano esta mañana. Chilapa se rascó la cabeza y luego giró vacilando el picaporte de la puerta y entró de puntillas en la habitación.

Los rayos del sol entraban por la ventana y caían en bandas encima de la cama, revelando dos figuras profundamente dormidas bajo las mantas, pero evidentemente abrazadas. Chilapa advirtió dos camisas de dormir tiradas de cualquier manera al pie de la cama y sonrió en silencio. Bueno. Eso respondía a la pregunta. También advirtió la espada cuidadosamente colocada al alcance de la mano de la guerrera y recordó los rapidísimos reflejos de Xena. Retrocedió hasta la puerta y carraspeó con fuerza.

—¡Ejem!

Dos penetrantes ojos azules se abrieron de golpe, seguidos de dos verdes que se abrieron más despacio. Xena se limitó a clavar la mirada en la regente mientras Gabrielle, evaluando la situación, se ponía colorada como un tomate y se echaba las mantas por encima de la cabeza.

—¿Síííííí? —dijo Xena despacio, alzando una ceja severa y apretando a Gabrielle contra ella con aire protector.

—Mi reina... Xena —farfulló Chilapa, mirando a todas partes menos a la cama—, perdonad la intrusión, pero la patrulla de exploración ha vuelto y estamos todas preparadas. Sólo estamos esperando vuestras instrucciones.

—Las nativas se están impacientando, ¿eh? —sonrió Xena. La guerrera recordaba los días en que dirigía su ejército y los esfuerzos constantes para mantener a los soldados ocupados y evitar que se metieran en problemas.

—Sí —respondió la regente, relajándose visiblemente ante el buen humor de la guerrera.

Gabrielle reapareció de debajo de las cálidas mantas.

—Chilapa —dijo la bardo, tratando de recuperar cierto grado de dignidad—, ¿por qué no bajas y nos traes una bandeja de desayuno y luego nos informas de lo que ha contado la patrulla de exploración?

—Claro —replicó Chilapa—, así tendréis tiempo de... mmm... vestiros.

—Gracias —sonrió Gabrielle—, y Chilapa, puedo confiar en tu discreción con respecto a esta situación, ¿verdad?

—Por supuesto, mi reina —la regente se inclinó profundamente con una aparatosa reverencia y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Las dos amazonas del pasillo la miraron interrogantes—. La reina y Xena están... indispuestas. No dejéis que entre nadie en la habitación. Volveré dentro de poco —y la aturdida regente bajó rápidamente las escaleras de dos en dos hasta la sala principal.

En la habitación, la guerrera, divertida, se echó a reír y abrazó a la bardo.

—Qué bien lo haces, Gabrielle... mi reina —le tomó el pelo Xena.

—Xena, no puedo creer que nos haya visto así —la bardo miró las dos camisas de dormir y se tapó la cara con las manos.

La guerrera sonrió y replicó:

—Gabrielle, es una amazona. Son... mmm... muy abiertas. No es nada que no haya visto ya, créeme.

—Sí, pero nunca me ha visto a mí así —afirmó la bardo, consternada.

—Bueno, siempre te quejas de que las amazonas te ven como a una chiquilla inocente de Potedaia. A lo mejor esto contribuye a cambiar esa idea —sugirió la guerrera.

—A lo mejor —Gabrielle lo pensó un momento y miró a Xena con una sonrisa maliciosa—. Supongo que tendrían que respetar a una persona que ha sido capaz de acercarse tanto a la misteriosa y fiera princesa guerrera.

—Gabrielle —dijo Xena con exasperación fingida y luego, sin avisar, tumbó a la bardo boca arriba y saltó sobre ella, atrapando a la mujer más menuda con sus fuertes piernas y un brazo y haciéndole cosquillas con la mano libre—. Misteriosa y fiera, ¿eh? —rió Xena, intentando sujetar a la bardo, que no paraba de agitarse.

—¿He comentado que también eres malvada y traicionera? —chilló Gabrielle, logrando soltarse un brazo de la mano de la guerrera, y trató desesperadamente de imponerse a su compañera, mucho más grande y fuerte. Xena soltó a la bardo y se enzarzaron en una breve pelea de almohadas hasta que las dos mujeres se levantaron de mala gana de su agradable y cálida cama y empezaron a lavarse preparándose para el día.

Cuando se ponían la ropa de cuero y la armadura que les habían dado el día anterior, Xena pilló a Gabrielle mirándola tímidamente, tratando evidentemente de observarla sin mirarla con descaro. La guerrera sonrió y acarició la piel suave de la cara de la bardo con el dorso de los dedos.

—Gabrielle —dijo Xena—, no pasa nada. Me encanta cómo me miras. Siempre me ha encantado —levantó la barbilla de su compañera, obligando a la joven a mirarla a los ojos, y continuó—: Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que me estabas mirando... mmm... de esa forma.

Iban las dos montadas en Argo. Acababan de terminar la primera noche que habían pasado juntas acampadas al raso. Era al día siguiente de haberse marchado de Anfípolis, donde Gabrielle había impedido que la gente del lugar lapidara a la guerrera y Xena había derrotado al antiguo capitán de su ejército, Draco, en un combate con varas. Después del combate, la guerrera, respetando su juramento de no volver a matar a nadie a sangre fría, decidió perdonarle la vida y luego, contra toda esperanza, se había reconciliado con su madre. Teniendo todo en cuenta, había sido el mejor día que Xena recordaba haber tenido desde hacía mucho tiempo, por no decir nunca.

Ahora se encontraba inesperadamente en compañía de esta jovencita de Potedaia, que había puesto dos veces su vida en peligro por los demás en el poco tiempo que Xena la conocía. No estás sola , las palabras de Gabrielle resonaron en la cabeza de la guerrera. Xena no conseguía explicar, ni siquiera a sí misma, por qué estaba permitiendo que la chica viajase con ella. Era evidente que apenas sabía luchar, iba a ser una boca más que alimentar y sólo podía ser una carga en todos los sentidos. Con todo, la guerrera se sentía inexplicablemente atraída por la bardo, por su tenacidad y su valor. Además, por alguna razón incomprensible, a la chica parecía que la guerrera le caía bien de verdad y Xena no conseguía recordar la última vez que le había caído bien a alguien.

Ah, bueno , reflexionó Xena, ¿qué daño puede hacer que la deje seguirme durante un tiempo? Me entretiene con las historias que cuenta y eso es mucho mejor que viajar sola con mis pensamientos... y recuerdos. La guerrera se daba cuenta de que, aunque sólo fuera eso, tal vez la chica lograría distraerla de los demonios constantes que la torturaban. Se cansará del camino dentro de unos días y volverá corriendo a Potedaia. Más me vale disfrutar de la compañía mientras la tenga.

Mientras cabalgaban en un raro momento de silencio, al menos para la bardo, el sol caía sin piedad sobre ellas, creando delante de ellas espejismos trémulos en el camino, que desaparecían uno tras otro según se iban acercando. Cada vez que Argo daba un paso se elevaban pequeñas nubes de polvo y el pelaje dorado del pobre caballo empezaba a oscurecerse en ciertas zonas, húmedo de sudor. Su cola blanca no paraba de espantar a las moscas que zumbaban a su alrededor y los ásperos mechones del pelo de la yegua azotaban de vez en cuando las piernas y los brazos de Gabrielle. La bardo notaba el sudor que le resbalaba despacio por la espalda y la blusa pegada a los hombros.

Iba montada detrás de Xena, rodeando con los brazos la cintura de la guerrera sin apretar, cosa que tenía que hacer para no caerse del caballo. Intentaba no agarrarse con demasiada fuerza, consciente de que el calor que generaban sus propios cuerpos contribuía al sufrimiento de ese día horriblemente caluroso. Se dio cuenta de que dado el calor que tenía, Xena debía de estar sufriendo aún más con todo el cuero y la armadura que llevaba la guerrera. Gabrielle soltó del todo a Xena y se echó un poco hacia atrás, tratando de dejar a la guerrera espacio para respirar, y notó que empezaba a caerse de la grupa de Argo.

—Quieta ahí, Gabrielle —Xena la cogió antes de que se cayera—. Tienes que agarrarte mejor —la guerrera detuvo a Argo un momento y se movió un poco, agarrando los brazos de la bardo y colocándolos alrededor de su cintura. Xena animó entonces al caballo a reemprender la marcha, dejando uno de sus brazos apretado contra los de Gabrielle por seguridad, y siguieron adelante un rato en silencio—. ¿Vas bien ya? ¿Crees que puedes sujetarte sola? —preguntó Xena al cabo de un rato.

—Sí, es que... pensaba que podías tener demasiado calor. Estaba intentando echarme hacia atrás para que estuvieras más fresca —consiguió contestar Gabrielle, consciente de la nueva sensación del brazo de Xena tocando los suyos y decidiendo que le gustaba.

A Xena también le gustaba el contacto y apartó de mala gana el brazo de los de la bardo, entrelazando los dedos ahora libres en un mechón de la crin de Argo.

—No pasa nada. Vamos, agárrate. Prefiero pasar un poco de calor que tener que vendarte después de una caída —respondió la guerrera con despreocupación—. Además, puedo aguantar el calor.

—Vale —murmuró Gabrielle, agarrándose con más fuerza a la cintura de Xena.

Al cabo de unas cuantas marcas, Xena detuvo a Argo al borde de unos árboles.

—Oye, Gabrielle, hace mucho calor y Argo necesita descansar. Podemos parar aquí. Hay un buen claro al otro lado de estos árboles donde podemos acampar esta noche y... —hizo una pausa pensativa—, ese sendero de ahí lleva a un pequeño lago, si no recuerdo mal —señaló una senda apenas visible que se adentraba por el bosque.

Construyeron rápidamente un círculo para la hoguera con unas piedras y desplegaron sus petates. Xena descargó las alforjas de Argo y las dejó apoyadas en un tronco que había arrastrado hasta la hoguera. Se puso a cepillar a Argo mientras Gabrielle recogía leña para poder cocinar más tarde. La mera idea del fuego hizo que la bardo sintiera aún más calor del que ya tenía y se pasó inconscientemente la mano por la frente para secarse el sudor y levantó la vista para encontrarse con dos ojos azules que le sonreían.

—Toma —Xena metió la mano en una alforja y se irguió, lanzándole una toalla que apenas tuvo reflejos para atrapar—. Vamos a nadar —sonrió la guerrera, poniéndose una toalla en los hombros, y echó a andar por el sendero hacia el lago.

Gabrielle la siguió al cabo de un momento, apartando con cuidado las ramas bajas que bloqueaban el sendero delante de ella y dando manotazos a algún que otro mosquito que revoloteaba alrededor de su cara. Y entonces se detuvo y observó maravillada cuando se abrió un claro entre los árboles, revelando el laguito más precioso que había visto en su vida. El agua era transparente como el cristal y estaba rodeada de vides bajas. Los pájaros cantaban en los árboles cercanos y había patos nadando en la superficie del agua. A un lado había un alto acantilado de piedra.

Xena había desaparecido. Gabrielle miró a su alrededor y se encogió de hombros y luego se ocultó pudorosamente tras unas vides para quitarse la blusa y la falda, decidiendo que el lago era demasiado tentador para esperar a la guerrera ausente. Mientras luchaba con su ropa sudorosa oyó un fuerte alarido y levantó la mirada para descubrir a Xena en lo alto del acantilado, completamente desnuda y sin dar muestras de la menor inhibición. Miró a la bardo con una amplia sonrisa en la cara y soltando otro grito, la guerrera se tiró de cabeza al lago, cortando limpiamente el agua y volviendo a desaparecer.

Gabrielle se levantó para intentar ver dónde iba a emerger Xena. Al no divisar a su interesante compañera, y algo preocupada, salió de detrás de las vides y se acercó a la orilla de la charca, concentrándose en el punto donde Xena había entrado en el agua. Mientras se esforzaba por ver mejor, una mano fría y húmeda le dio unos golpecitos en el hombro. Soltando un grito, se giró en redondo y se encontró con la guerrera, que le sonreía con aire travieso. La bardo se olvidó de su propia desnudez e intentó concentrarse en los ojos de Xena y no en las gotitas de agua que salpicaban el cuerpo perfectamente en forma y perfectamente bronceado de la guerrera.

—¿Vas a entrar? El agua está fresca y estupenda —dijo Xena con despreocupación—. ¿Mmmm? ¿Gabrielle?

La bardo se sonrojó, al darse cuenta de que sus ojos se habían apartado de la cara de Xena y estaban contemplando el brillo del sol en los músculos del muslo y la pantorrilla de la guerrera.

—Yo... yo... eeeh —se esforzó Gabrielle por responder y luego volvió a chillar, cuando Xena la levantó en brazos y la tiró ceremoniosamente al lago.

Cuando la bardo salió a la superficie escupiendo agua, Xena se zambulló tras ella. La guerrera cruzó a nado el lago y volvió, se sumergió bajo el agua y luego volvió a emerger al lado de Gabrielle.

—Genial, ¿verdad? —dijo la guerrera con regocijo, por un momento con cara de niña.

—Sí —sonrió Gabrielle—. Gracias por parar aquí.

—De nada. Me encanta este sitio. Venía aquí con mis hermanos cuando éramos niños —respondió Xena, antes de volver a alejarse nadando. Cansada por fin de tanto nadar y sintiéndose totalmente refrescada y limpia por el agua fresca, la guerrera nadó hasta una vid que colgaba sobre el agua y arrancó algunas uvas de una rama. Sosteniendo su botín con cuidado fuera del agua, regresó al lado de la bardo.

—¿Quieres una uva? —Xena alargó la mano y le ofreció una ramita.

—Gracias —contestó Gabrielle, aceptando el sorprendente regalo de su nueva amiga y metiéndose una uva en la boca—. Ñam —farfulló encantada mientras masticaba la fruta dulce y jugosa.

—De nada —dijo Xena, disfrutando ella misma de la fruta. Cuando terminaron las uvas, la guerrera se puso boca arriba y nadó de espaldas hasta una pequeña cala cerca del acantilado. Mientras Gabrielle observaba, la guerrera se incorporó en el agua y se quedó totalmente inmóvil, ladeando la cabeza.

—Xena, ¿qué haces? —gritó la bardo.

La guerrera se volvió y se llevó un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio. Al cabo de un momento, Xena hundió la mano en el agua y sacó un róbalo bastante grande. Xena miró interrogante a la bardo.

—Si lo limpio, ¿crees que podrías cocinarlo? Yo... mmm... nunca he sido buena cocinera —la guerrera casi parecía estar disculpándose.

—Claro —respondió Gabrielle, sin poder creer que acabara de ver a Xena atrapar un pez con las manos.

—Estupendo, entonces nos vemos dentro de un momento —replicó la guerrera, regalando a la bardo una sonrisa plena y auténtica. Xena nadó hasta la orilla del lago, se levantó, echó la cabeza hacia atrás para escurrirse el agua del pelo y salió a la orilla pedregosa.

Cuando la guerrera se alejaba, Gabrielle le gritó:

—Xena, ¿cómo has hecho eso?

—¿El qué? —preguntó Xena inocentemente, con los ojos azules abiertos de par en par al girarse para mirar a la bardo.

—Coger ese pez —dijo Gabrielle con vehemencia.

Xena dio despacio la espalda al lago y miró por encima del hombro con una sonrisa misteriosa, alzó una ceja y ronroneó, no por última vez:

—Gabrielle, sé hacer muchas cosas.

Y se alejó por el sendero hacia el campamento, agarrando el pescado con una mano y sujetando su túnica de cuero y su armadura sobre el hombro con la otra.

Gabrielle se quedó mirando el movimiento de los músculos de la espalda y los hombros de la guerrera mientras se alejaba.

—Seguro que sí —dijo la bardo en voz baja, sin darse cuenta de que los sensibles oídos de Xena la podían oír.

La guerrera se limitó a sonreír y cambió el paso, caminando a zancadas lentas y fluidas.

—Recuerdo ese día —Gabrielle sonrió a Xena, mirando ahora abiertamente a su compañera sin timidez alguna—. Tenía tantas emociones mezcladas. Acababa de marcharme de casa, te tenía en parte miedo y en parte admiración y de repente, me enseñaste esa faceta tuya totalmente juguetona. Fue una sorpresa enorme. Y —la bardo apoyó la mano en un fuerte bíceps—, pensé que tu cuerpo mojado reluciente al sol era la cosa más bella que había visto en mi vida. Me dejaste sin aliento, amor. Nunca hasta entonces había sentido una cosa así por nadie. Entonces no sabía qué hacer con esos sentimientos. Sólo sabía que estaba muy contenta de que me dejaras acompañarte y que esperaba que nadáramos muchas veces más —terminó riendo.

Xena se echó a reír también y estrechó impulsivamente a la bardo contra ella.

—Tú, amor mío, tú fuiste la que me dejó sin aliento y tú eras la cosa más bella. Hasta entonces, sólo te había visto con esa blusa suelta y esa falda larga que llevabas cuando empezamos a viajar juntas. No me había dado cuenta de lo preciosa que eras hasta que me acerqué con sigilo a ti por detrás. Lo que no sabías es que me quedé allí mirándote un momento antes de tocarte el hombro. Y entonces te volviste y noté que me recorrías con los ojos. Me gustó y eso me asustó horriblemente. ¿Por qué crees que hice tantos alardes, tirándote al agua, trayéndote uvas y atrapando ese pez? Por un lado, quería distraerme de las cosas que estaba sintiendo por ti y por otro, estaba tonteando contigo, tratando de impresionarte. Cuando me alejé de esa charca y oí tu comentario sobre las muchas cosas que sabía hacer, supe que iba a ser una amistad muy interesante.

—¿Me oíste? —preguntó Gabrielle sin dar crédito.

—Sí —dijo la guerrera—. Cuando lo oí, caminé más despacio. Quería aferrarme todo lo posible a lo que sentí cuando supe que me mirabas así. Quería recordarlo por si alguna vez te hartabas de mí y decidías volver a Potedaia.

—Supongo que llevamos mucho tiempo enfrascadas en esta danza sutil —Gabrielle sonrió a su amante—, y Xena, sé que me fui a casa un par de veces, pero después de esta mañana no hay la más mínima posibilidad de que vuelva jamás a Potedaia, a menos que tú vengas conmigo.

—Gabrielle, yo te seguiría a cualquier parte —la guerrera le devolvió la sonrisa y se inclinó para besar a su compañera. Las interrumpió un fuerte golpe en la puerta.

—Amazonas —suspiraron las dos a la vez.

—Más tarde. No he terminado contigo —dijo Gabrielle, besándose un dedo y apretándolo contra los labios de Xena antes de apartarse a regañadientes de su abrazo y dirigirse a la puerta. La abrió y dejó pasar a la regente, que llevaba una gran bandeja llena de cereales, jamón y jarras de sidra. El tentador aroma llegó a la nariz de la bardo y su estómago rugió de emoción hambrienta.