16 de marzo ix

Las dos amantes viajan al monte olimpo a buscar respuestas, pero ninguna esperaba la confesion que tenia que hacerles ares dios de la guerra

El 16 de marzo

Linda Crist

Xena se despertó justo antes del amanecer y de mala gana abrió un claro ojo azul. Y luego el otro. El fuego se había reducido a unas cuantas brasas y había caído un ligero rocío, cuya humedad hacía que flotara una niebla fresca justo por encima del suelo. Una tórtola solitaria arrullaba en un árbol cercano, en contraste con un cielo teñido de rosa. Los caballos estaban despiertos, de pie pacientemente el uno al lado del otro, moviendo las patas de vez en cuando y acariciándose con el morro amigablemente.

Debajo de las gruesas pieles se estaba tan... a gusto. La guerrera estaba arrebujada alrededor de su amante desnuda, que seguía sumida en un apacible sueño. Xena se apoyó con cuidado en un brazo para mirar a la bardo. La piel lisa y clara de su rostro reflejaba una satisfacción total y los suaves labios esbozaban una levísima sonrisa. La guerrera alzó la mano y siguió delicadamente los labios de su compañera con dos dedos. Qué suaves. Xena sonrió y pensó en lo perfecta que sería la mañana si no tuviera por delante la tarea de viajar al Monte Olimpo.

Con un leve quejido, la guerrera volvió a echarse, sin querer otra cosa más que quedarse ahí, abrazada a su amante, y volver a dormir. Pensó en la noche anterior. ¿De dónde salió eso? Xena sabía que la rabia, la furia y la oscuridad que normalmente tenía tan cuidadosamente controladas habían surgido con fuerza casi plena cuando vio al soldado que había participado en su crucifixión. Si Gabrielle no me hubiera parado, lo habría matado. Después de torturarlo.

¿Por qué he necesitado descargarlo todo con Gabrielle como lo he hecho? Había sentido la necesidad de consumir a la bardo por completo, de poseerla y dominarla. Era una sensación primitiva, una sensación de pura necesidad que iba más allá de los sentimientos normalmente delicados y protectores que tenía por su amante. Reflexionó sobre eso y supo que a cierto nivel su compañera era la única que en esencia tenía el poder de purificarla y evitar que siguiese sus impulsos más oscuros. La expresión de confianza total y completa de los ojos verdes de Gabrielle y la forma en que la bardo simplemente se había entregado a ella, una luz para borrar la oscuridad, derretían el corazón de la guerrera.

Xena cedió a las ganas de dormir un poco más y apretó más a su amante contra ella. Besó la cabeza rubia y oyó un leve gemido de felicidad al tiempo que Gabrielle se acurrucaba contra ella. Al Hades con el Monte Olimpo, puede esperar unas cuantas marcas más. La vida es demasiado corta para no disfrutar de un momento como éste. La guerrera cerró los ojos y dejó que la tórtola la arrullara hasta volver a sumirse en un sueño tranquilo.

Una marca más tarde Gabrielle se despertó y se encontró totalmente rodeada de cálida guerrera dormida. Suspiró de felicidad, se soltó despacio de los largos brazos y piernas y salió silenciosamente de debajo de las pieles de dormir. Brrrrrrrrr. Se le puso la carne de gallina por todo el cuerpo cuando el aire frío atacó su piel desnuda. Encontró su camisa de dormir y se la metió por la cabeza, seguida del manto. Luego se puso las botas y se mordisqueó el labio inferior un momento, pensando.

La bardo cogió un montón de leña y reavivó el fuego, atizándolo con un palo largo. Luego preparó agua para un té de hierbas y sacó tortas de pan, fruta seca y nueces, dejándolos aparte a la espera del té. Cerrando los ojos, se relajó, sintiendo el calor del sol en la cara. Relajándose aún más, puso en práctica algunos de los ejercicios de respiración profunda que había aprendido de Eli, vaciando la mente y sintiendo... una rápida oleada de miedo... y pena... relacionada de algún modo con Xena.

Gabrielle se estremeció y abrió los ojos. ¿Qué ha sido eso? Se volvió y vio que la guerrera seguía dormida sana y salva. La bardo se acercó a su compañera y se arrodilló. Inconscientemente, alargó la mano y acarició el pelo oscuro. Una mano fuerte salió de debajo de las pieles y cogió la suya, al tiempo que se abrían dos ojos azules. Una sonrisa iluminó la cara de Xena.

—Lo mejor de cada mañana —murmuró la guerrera adormilada.

—¿El qué?

—Despertarme y ver tu cara —Xena volvió la cabeza y besó la mano de su compañera y luego volvió a mirar los ojos verdes, que parecían preocupados—. ¿Qué pasa, amor? —se incorporó y se acercó más a la bardo.

Gabrielle bajó la mano y la apoyó en un fuerte muslo.

—Nada... exactamente... no estoy segura. Sólo una vaga sensación... —se quedó callada, mirando al suelo.

—Eh, ¿estás segura? —Xena le volvió la cabeza a la bardo para poder mirarla mejor a los ojos.

Gabrielle clavó la mirada en los ojos azules claros, tratando de sacudirse de encima la sensación de tristeza, y consiguió sonreír.

—Sí. Si lo descubro, te lo diré. Vamos. Creo que el agua ya está lista para el té —se levantó, tirando de su amante, e instintivamente la estrechó en un breve y cálido abrazo. Es como si quisiera protegerla de algo.

El estado de ánimo de la bardo inquietaba a la guerrera pero decidió no entrar en ello, sabiendo que su compañera, normalmente charlatana, no tardaría en hablar de lo que la estaba preocupando. Xena le devolvió el abrazo con fuerza, intentando comunicar tranquilidad mediante el contacto.

Se separaron y Xena se puso la armadura y se acercó a los caballos.

—Hola, chicas.

Dos suaves relinchos como respuesta.

La guerrera sonrió y echó cebada en dos bolsas, que las yeguas empezaron a devorar con ganas. Xena pasó entre las dos yeguas, apoyando la mejilla en el hombro de Argo, sitiendo ella misma parte de la tristeza de la bardo. Pensó en el viaje que tenían por delante y suspiró. Hace mucho tiempo que no he estado en el Monte Olimpo. Mucho tiempo. Cerró los ojos recordando una época en que se vendió a Ares... y a la oscuridad y el odio.

—Eh —Gabrielle interrumpió sus pensamientos y le ofreció una humeante taza de té de hierbas.

—Gracias. Mmmmmm. Menta. Y miel —la guerrera olió el vapor con placer, sujetando la taza con una mano y cogiendo la nuca de la bardo con la otra, apoyando su cabeza en el hombro de Xena. Se quedaron en silencio mientras Xena se bebía el té, ambas mujeres inmersas en un torbellino de pensamientos y emociones sin nombre.

Un cuarto de marca después recogieron el campamento, decidiendo comer el pan, la fruta seca y las nueces por el camino. Xena ayudó a su compañera a montar en Estrella y luego se subió a Argo. Se colocó al lado de su compañera y avanzaron en silencio, interrumpido sólo por el ruido que hacían al comer su desayuno. El sendero salió de los árboles y una vez más se encontraron al borde de la llanura baja que llevaba a la montaña. Gabrielle levantó la mirada y volvió a sentir la oleada de miedo, rápidamente seguida de una sensación de profundo vacío, como si le estuvieran arrancando algo precioso. Se tambaleó un poco en la silla, dejando caer un puñado de nueces al suelo, sintiendo que le escocían los ojos de lágrimas. Respiró profundamente un par de veces y notó una mano cálida que se posaba en su muslo.

—Gabrielle. Por favor. Dime qué te pasa.

—Xena. De verdad que no lo sé. Esta mañana, cuando estaba meditando, sentí miedo y pena, una pena profunda, y por algún motivo he pensado que podría estar relacionado contigo. He... he intentado olvidarme de ello. Pensaba que a lo mejor no eran más que restos de emociones de la... crucifixión. Pero ahora mismo, al mirar el Monte Olimpo, lo he vuelto a sentir. Creo que estoy sintiendo algo que tiene que ver con este viaje. Xena, tengo miedo por ti. ¿Tenemos que ir allí? ¿No podemos volver a la India y comprarte un chakram nuevo?

—Gabrielle. No sería lo mismo. Éste es mío. Fue hecho especialmente para mí. No te preocupes. Tendré cuidado. No me va a pasar nada malo —la guerrera se acercó a su compañera todo lo que pudo sin aplastar sus piernas entre los caballos y alargó la mano para secar una lágrima que caía por la mejilla de Gabrielle.

La bardo sorbió y agarró la mano y siguieron adelante, mientras la mano más pequeña aferraba estrechamente la más grande. La niebla baja de la mañana se había disipado y el sol brillaba radiante en un cielo azul y despejado. Una brisa suave agitaba las hierbas marchitas y marrones por las que pasaban. Aquí y allá se veía asomar un pequeño brote verde, un indicio de primavera.

—Mañana es el equinoccio, ¿verdad? —preguntó Gabrielle, intentando contar los días.

—Sí. Época de renovación —respondió Xena. A lo mejor para mí también. Y para nosotras , añadió en silencio—. Gabrielle, cuando acabemos aquí, había pensado en ir a ver a nuestras familias. Ya sabes, para que sepan que estamos bien. ¿Qué te parece?

—Sí. Probablemente deberíamos —la bardo miró sus manos unidas—. Xena, tenemos que pensar en cómo nos vamos a comportar delante de ellos. O sea, con las amazonas, así es como viven. Están... eeeh...

—¿Acostumbradas a ver mujeres que son amantes?—terminó la guerrera por ella.

—Sí. Pero nuestros padres... bueno, no estoy muy segura de lo que van a pensar de nosotras.

—Gabrielle. Te amo. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Me importa un soberano bledo lo que piense mi madre, aunque estoy segura de que le va a parecer bien. En cuanto a tus padres, haré lo que tú quieras —en su cara se formó una sonrisa fiera—. Aunque me va a hacer falta mucha concentración para no ponerte las manos encima —la sonrisa se suavizó—. Es que estoy acostumbrada a tocarte. Para mí es casi como respirar. Ya ni siquiera lo pienso.

—Para mí también. Xena, sabes que la verdad es que no he tenido mucho contacto con mis padres desde que me marché de casa para seguirte hace cuatro años. No creo que lo hayan aceptado jamás. Cuando me fui a casa para casarme con Pérdicas, creo que pensaron que se había acabado, que me había quitado aquello... a ti... de encima. Se quedaron de piedra cuando decidí seguir viajando contigo después de que Callisto lo matara. Querían que me quedara en casa con ellos. Mi hermana Lila, bueno, ya sabes que ha estado algo con nosotras. Creo que no le importará lo nuestro. Puede que ni siquiera necesite ir a ver a mis padres. A veces creo que para ellos ya estoy muerta. Probablemente pueda enviarles un mensaje diciendo que estoy bien. Vamos sólo a Anfípolis y luego volvamos con las amazonas.

—Vale, amor, lo que tú quieras —la guerrera lamentaba la relación de su compañera con sus padres. La propia madre de Xena se mostraba tan cariñosa y ayudadora con ella desde que se habían reconciliado hacía cuatro años. De hecho, la madre de Xena trataba a la bardo como a otra hija, una hermana de la guerrera. Tengo una noticia para ti, madre, no es mi hermana.

En lugar de detenerse para preparar una comida, las dos decidieron comer más raciones de marcha y llegaron al pie del Monte Olimpo unas tres marcas antes del anochecer. Xena pensó en retrasar su encuentro con Ares hasta el día siguiente, pero decidió que sería mejor quitárselo de encima. Detuvo a Argo cerca de un gran árbol y desmontó de un salto, volviéndose para ayudar a su compañera, que ya había echado una pierna por encima de Estrella. La guerrera cogió la pierna, agarrando a su compañera y tirando de ella hasta que la bardo aterrizó en sus brazos.

—Xena —rió Gabrielle—, ¿qué te ha entrado... uummmmffff...?

La guerrera inclinó la cabeza y plantó un sólido beso en los labios de su amante y luego la depositó despacio sobre los pies, abrazándola.

—Estoy haciendo acopio de valor, amor. Eres mi fuente, ¿recuerdas?

Ambas mujeres se abrazaron más estrechamente, recordando a un espía persa y una flecha envenenada en el hombro de la bardo y un momento en que las dos pensaron que iban a morir. Gabrielle porque el veneno le estaba sorbiendo despacio la vida de los pulmones y la guerrera porque, francamente, sin su compañera, no tenía una razón para seguir adelante. Había planeado luchar contra los persas todo el tiempo posible, manteniendo a raya a un ejército entero, dispuesta a luchar hasta quedarse sin fuerzas, momento en el que esperaba poder aguantar el golpe final que le dieran y llegar al lado de la bardo para morir con ella. Hasta que encontró el frasco de suero que llevaba uno de los persas y de repente, sus planes cambiaron.

—Y tú eres la mía —susurró Gabrielle.

—Gabrielle, escucha, ya sé que te dije que nunca volvería a dejarte atrás, pe...

—Pues para ahí —la bardo apoyó los dedos suavemente contra los labios generosos de Xena—. No voy a dejar que subas ahí sola. Nunca más. Ahora mi trabajo es protegerte la espalda, compañera.

—Vale. No hay nadie que me parezca mejor para protegérmela. Vamos a dejar unas cosas organizadas aquí y luego vamos a subir y acabar con esto.

Decidieron dejar los caballos ensillados y preparados, por si necesitaban huir deprisa. Con solemnidad, se quitaron los mantos y tanto la guerrera como la bardo se colocaron bien la armadura y las armas. Gabrielle agarró su vara con firmeza y esperó, mientras Xena desenvolvía con cuidado los dos trozos del chakram y se los colgaba de unas presillas cerca de la cintura.

Xena se volvió a su compañera y suspiró.

—Vamos. Mantente cerca de mí —se volvieron hacia la montaña y emprendieron el ascenso. Gabrielle se sorprendió al encontrar un sendero que subía, hasta que Xena le explicó que a veces los dioses preferían caminar en lugar de trasladarse espontáneamente de un sitio a otro. Cuando doblaban un recodo se encontraron con una figura vestida de rosa tomando el sol en una roca, con una larga cascada de rizos que caía por un lado. Cuando se acercaron, la figura se levantó, arrugó la nariz y soltó una risita.

—Xeeeeeena. Y Gabrielle.

—¿Afrodita? —la guerrera miró a la diosa con desconfianza. Xena nunca había confiado mucho en los dioses.

—Xena. ¿Y esa cara? Yo creía que me darías las gracias —la diosa del amor pasó la mirada de la guerrera a la bardo—. Otro de mis grandes éxitos. Y créeme, princesa guerrera, eres dura de pelar, hasta para una diosa como una servidora. Me costó un poco darme cuenta, pero cuando me fijé bien fue tipo a ver si te enteras, de lo evidente que era. Ya teníais esa perfecta conexión de amoooor.

—Ah, sí. Eso. Sí, gracias —Xena se sonrojó y a su pesar sonrió a la diosa de oreja a oreja.

—De nada —dijo la diosa encantada—. ¿Y qué te trae por aquí, chata? Hace mucho tiempo que no te vemos por estos pagos.

—Afrodita, necesito hablar con Ares. ¿Sabes dónde está?

—Ah, mi querido hermano —la diosa se erizó un poco—. Está por aquí. No sé dónde. Es que como que no nos llevamos mucho. Tú le entiendes mejor que yo, Xena. ¿Es que a estas alturas no lo sabes? O sea, tú eres la Destructora de Naciones.

Gabrielle vio que su compañera se tensaba e instintivamente puso la mano en la espalda de Xena, haciendo pequeños círculos con la palma de la mano. Notó que la guerrera se relajaba un poco y sonrió, volviéndose para mirar a la diosa.

—Afrodita, yo también quiero darte las gracias. Xena y yo somos muy felices. Pero por favor, Xena ya no es la Destructora de Naciones. No lo es desde hace mucho tiempo.

—Bueeenooo —la diosa se pavoneó un poco—. A lo mejor no, pero deja que te diga que siempre será la elegida de mi hermano. Eso nunca cambiará. Que tengáis buena suerte para encontrarlo, aunque no será difícil. Si la princesa guerrera ronda por aquí, Ares no se quedará escondido mucho tiempo. ¡Chao! —la diosa volvió a soltar otra risita, agitó la mano en el aire y desapareció en un remolino de chispas.

El humor de la guerrera se ensombreció considerablemente e hizo un gesto a su compañera para que la siguiera. Continuaron caminando otra media marca y al pasar por delante de una pequeña cueva, los sentidos de Xena se agudizaron y sintió una familiar acometida de sangre corriéndole por las venas, una seducción casi tangible por su fuerza. Se volvió hacia la boca de la cueva y sus sentidos se agudizaron aún más. Cogió un gran palo del suelo y sacó pedernal de la bolsa que llevaba al cinto, prendiendo el palo para crear una antorcha.

—Está ahí —hizo un gesto a la bardo—. Gabrielle, vamos a entrar. Ponte detrás de mí.

Entraron despacio en la cueva, con la antorcha que formaba sombras inquietantes en las paredes, que se alzaban hacia lo alto dentro de la montaña. Cuando entraron en una gran sala, Xena le pasó de repente la antorcha a su compañera y desenvainó la espada velozmente, con todos los nervios de punta.

—Vale. Sé que estás aquí. Muéstrate.

Silencio.

—Ares, lo digo en serio —dijo la guerrera con calma.

Nada.

—¡Ahora! —gritó Xena.

El olor a azufre inundó la sala y con relámpago de luz rojiza y una nube de humo, el dios de la guerra apareció justo detrás de la guerrera.

—Hola, Xena. Cuánto tiempo sin verte —ronroneó Ares al oído de Xena.

La guerrera se giró en redondo.

—Hola tú.

—¿Cómo, ni siquiera vas a abrazar a tu dios preferido? Xena, eso me duele —Ares bajó los ojos con abatimiento fingido.

—Ares —Xena no hizo caso del comentario—. Sé que sabes lo que nos ha ocurrido a Gabrielle y a mí. Y estoy segura de que sabes quién es responsable y por qué. Tenía la esperanza de que pudieras informarme. Y... —sacó con cuidado los trozos del chakram roto y se los presentó—. He venido a pedir un favor.

—Ahhh. ¿Después de tanto tiempo la princesa guerrera ha venido a pedirme un favor? Qué risa. ¿Qué has hecho últimamente por mí, Xena? ¿Cuánto vale para ti?

—Vamos, Gabrielle, es evidente que este viaje ha sido un error. Vámonos —la guerrera se dirigió a la entrada de la sala, seguida de cerca por la bardo.

—Espera —una orden del dios de la guerra.

—Ares. No voy a venderte mi alma por un chakram. O por información. De modo que no tenemos nada más que hablar.

—Xena. Espera un momento. No puedes culpar a un dios por intentarlo, ¿verdad? Vuelve. Te diré lo que quieres saber. Y luego hablaremos de tu chakram.

La guerrera dudó un momento, comprobando sus sentidos. Mmmmm. Creo que por una vez lo dice en serio. Sin trucos.

—Vale —dijo en tono mesurado, dándose la vuelta y regresando.

—Siéntate —Ares hizo un gesto con el brazo señalando una piedra baja y plana—. Tú también, rubita —le dijo a Gabrielle.

Xena se sentó al lado del dios, estrechando a su compañera contra ella al otro lado.

—Ya veo que mi hermana ha estado trabajando de nuevo —musitó Ares.

—Sí. Ahora. ¿Me dices qué Hades está pasando?

—Bueno, Xena, no se trata de Hades.

—¿Dahak?

—No.

—¿Tú?

—En absoluto. Xena, puede que juegue contigo de vez en cuando, pero jamás te mataría. El mundo es un lugar mucho más interesante cuando tú estás en él.

—¿Entonces quién?

—Calma, Xena. Es una larga historia. ¿Te acuerdas del dios único de los israelitas?

—Sí. Pero creía que era un dios bueno. Además, no parecía tener mucho poder a fin de cuentas.

—Ah, pero el poder está en los creyentes, no en el dios. Hay una contrapartida del dios único. Se llama Satán.

—¿Satán? Nunca he oído hablar de él.

—Pues imagínate el mal de Dahak multiplicado varias veces. Nunca hemos visto nada parecido. Al parecer, cuando alguien es muy, pero que muy malo, dependiendo de sus creencias, acaba en un lugar peor que el Tártaro y con un dios peor que Hades. Satán vive en un lugar llamado Infierno, pero aquí está el truco. El Infierno es en parte lo que tienes en tu mente. Aquello que te haya atormentado más en la tierra, es con lo que estás condenado a vivir para toda la eternidad en el Infierno. Todos sabemos que Callisto era malvada, quiero decir que a veces me daba miedo incluso a mí, especialmente durante su fase inmortal. Fue al Infierno, conoció a Satán e hizo un trato con él.

—¿Qué clase de trato? —preguntó Xena con aprensión.

—Satán quiere controlar el mundo, pero no puede hacerlo a menos que elimine del mundo todo el bien que hay en él. Te lo creas o no, tiene muchos objetivos, pero tú, Xena, tú eras el más importante para él. Bueno, a lo mejor Hércules también, aunque todavía no me he enterado de ningún plan contra él. Con tu fuerza y tu poder, y el hecho de que los usas para luchar contra el mal, el poder de Satán no podía entrar del todo en el mundo. Así que hizo un trato. Si Callisto conseguía que depusieras la espada, es decir, que dejaras de luchar contra el mal, y si se encargaba de que César se hiciera emperador, podría recuperar la mortalidad y salir del Infierno. Satán necesitaba quitarte a ti de en medio y necesitaba que César tuviera el poder para usarlo para hacer sufrir a los mortales y llevar a cabo sus maléficos planes.

—Sigue.

—Pero había una condición. Callisto no podía hacerte daño físico, sólo mental. Fracasó totalmente, gracias a ti. Eras demasiado fuerte para caer en sus pequeñas tentaciones de paz a cambio de dejar la espada. Luego avisaste a Bruto del plan de César de declararse emperador y Bruto convenció a los demás senadores romanos para que lo asesinaran. Entonces, cuando ella vio que ibas a derrotar a todos los soldados de la fortaleza romana y a escapar, perdió la paciencia y te lanzó el chakram. Te rompió la espalda y por eso también su parte del trato de no hacerte daño físico.

—Oh, Xena —dijo Gabrielle—. ¿Callisto es la que tiró el chakram?

—Es lo que sospechaba —replicó la guerrera—. ¿Y qué le pasó a Callisto?

—Está de vuelta en el Infierno, donde seguirá viviendo con sus mayores tormentos durante toda la eternidad.

—¿Y qué tormentos son esos?

—Visiones de ti. Y de aquí la rubita.

Xena aspiró con fuerza por la sorpresa antes de obligarse a tranquilizarse.

—¿Y qué pasa con Satán? ¿Esas huellas hendidas que veo vaya a donde vaya son suyas?

—Sí. Bueno, probablemente. Sí sé que te ha estado vigilando. Seguirá haciendo planes contra los mortales. Y francamente, tenemos miedo de que este dios único al que se opone se haga más popular. Ya sabes cómo somos los dioses griegos, nos gusta el mundo de colores alegres con matices de gris. Nos gusta que los límites estén un poco borrosos. Con este dios único, enseñan que su mundo será en blanco y negro, con límites estrictamente trazados que nadie podrá cruzar. Todo el mundo deberá comportarse, vivir y pensar del mismo modo. No habrá sitio para las diferencias. Los que lo siguen predican la obediencia absoluta sin vacilaciones. No enseñan a sus seguidores a pensar por sí mismos. Y tienen muchísimas normas. Normas, normas, normas. "Harás esto". "No harás aquello". Es una locura. Pero atraen a la gente ofreciéndole libertad y paz y luego se quedan con la gente explotando su miedo al más allá. Les dicen que si no siguen al dios único, irán al Infierno. Y enseñan que no existen otros dioses.

—Qué concepto tan extraño. Todo el mundo sabe que existe más de un solo dios —reflexionó la guerrera—. ¿Desde cuándo los mortales tienen que obedecer a los dioses? ¿Y desde cuándo los dioses tienen normas? ¿Y por qué iba a seguir nadie esas normas si no son adecuadas para uno como individuo? ¿Por qué la gente no puede vivir su vida como quiera, mientras no haga daño a los demás? ¿Y por qué la gente no puede creer en los dioses que se le antoje?

—Sí, bueno, para algunos mortales es mucho más fácil seguir ciegamente unas reglas establecidas que hacer el esfuerzo de pensar como individuos. Los dioses del Olimpo tenemos miedo de que si la popularidad del dios único crece demasiado, dejaremos de existir. Nadie creerá ya en nosotros. Lo difícil es que Satán usa el concepto del dios único en su propio provecho. Planta semillas de desprecio en la mente de los seguidores del dios único. Se portan de una forma odiosa con aquellos que no creen lo mismo que ellos y lo llaman rectitud —el dios de la guerra se volvió para mirar a su protegida—. Satán es poderoso, pero mientras el amor verdadero y el bien se mantengan en equilibrio con su mal, el mundo seguirá adelante. Así que, princesa guerrera, por mucho que odie reconocerlo, aunque ya no luches a mi lado... yo... nosotros... los dioses griegos necesitamos que luches contra este nuevo mal —Ares casi se ahogó al decir esto último.

—¿Acabo de oír al dios de la guerra decir que necesita a Xena para luchar contra el mal? —dijo Gabrielle riendo en voz alta.

—Eh, rubita. Déjalo ya —soltó Ares.

La guerrera se quedó en silencio un momento, jugando distraída con el chakram roto. Por fin levantó los claros ojos azules.

—¿Qué te parece esto? Puedo luchar contra este mal, este tal Satán, mucho mejor si esto me funciona bien de nuevo —levantó los trozos.

Ares se dio la vuelta y se paseó por la caverna en silencio. La guerrera y la bardo intercambiaron miradas de curiosidad y esperaron. Gabrielle sintió el miedo indefinido que llevaba sintiendo todo el día. Era más fuerte que antes y por un momento se sintió casi mareada y vio puntitos negros delante de los ojos. Jadeó en silencio, respirando hondo, y sintió un brazo fuerte que la sostenía.

—¿Estás bien? —susurró apenas Xena.

—Sí... espera un momento... yo... mmm...

—Tienes otra vez esa sensación extraña, ¿verdad?

—Sí —Gabrielle levantó los ojos y miró al otro lado de la sala, con expresión de miedo al contemplar la espalda del dios de la guerra.

—No te preocupes, Gabrielle, no me va a hacer daño. Y yo no voy a dejar que te haga daño a ti.

La bardo se apoyó en su compañera, sin sentirse convencida en absoluto.

Ares se dio la vuelta, se acercó a la guerrera y se arrodilló, poniéndose a la altura de sus ojos.

—¿Conoces la historia de esa arma, Xena?

—Pues no, aparte de que me la diste tú la última vez que estuve aquí. Antes de convertirme en la Destructora de Naciones — Antes de que mi mundo quedara sin control.

—A lo mejor quieres que la rubita se vaya antes de que te diga nada más.

—No, Ares, hemos pasado juntas por muchas cosas. Donde ella vaya, voy yo. Donde vaya yo, va ella. Y Ares, tiene nombre y no es rubita. Es Gabrielle. Lo sabes. Ahora muestra un poco de respeto a mi compañera.

Es la única que tiene las agallas de plantarme cara , pensó el dios de la guerra por dentro.

—Vale, pero tengo que decirte una cosa y no va a ser agradable. Al menos para ti. Probablemente para ella tampoco. Hay una serie de cosas que creo que ya es hora de que sepas. Información que te debo.

—Tú dime que lo que necesito saber... ¿qué? —las palabras de Ares calaron por fin—. ¿Qué puede haber que pienses que me debes? Cada vez que hablamos, intentas convencerme de que soy yo la que te debe algo a ti.

—Xena, te sorprendería saber lo mucho que te debo —el dios de la guerra no apartó la mirada de los claros ojos azules—. El chakram fue creado por tu padre. Lo... mmm... lo hizo para ti hace mucho tiempo. Cuando no eras más que un bebé. Lo tuvo guardado hasta que tuviste edad suficiente para usarlo. Hasta que estuviste preparada para usarlo.

—Mi padre... pero mi padre era un guerrero malvado. Mi madre lo mató porque me iba a sacrificar a ti. Yo era una niña cuando murió. Tú lo sabes. ¿Cómo pudo guardar algo para mí? Estaba muerto.

—Xena —el tono del dios de la guerra era casi delicado—. ¿Te acuerdas de las Furias?

—Sí —dijo la guerrera con mucha cautela, recordando el momento en que las Furias, influidas por Ares, la habían vuelto loca temporalmente y casi la convencieron de que matara a su propia madre para vengar la muerte de su padre. Hasta que se inventó una historia y las convenció de que Ares era su padre y que por tanto no había muerte que vengar. Ares se puso furioso pero reconoció lo lista que había sido.

Xena se concentró en la figura oscura que tenía delante.

—Sí, pero eso no fue más que un cuento que me inventé para engañarlas. No quería molestarte ni ofenderte, sólo quería recuperar la cordura. Si te ofendí, lo siento. O sea, si lo que quieres es una disculpa a cambio del chakram, supongo que es lo menos que puedo darte, pero ¿qué tiene eso que ver con mi chakram o mi padre, realmente?

—Princesa, ¿cómo podría ofenderme por tu... cuento? Ése fue uno de tus momentos de mayor cordura. Nunca te he oído pensar con mayor claridad. ¿Y por qué, exactamente, crees que te llaman princesa guerrera? —Ares hizo hincapié en la palabra "princesa".

—Pues... la verdad es que nunca lo he pensado. Bueno, Lao Ma decía que me iba a convertir en una princesa guerrera, pero eso nunca ocurrió.

—Te equivocas. Lao Ma no tiene nada que ver con eso. Piensa. ¿Tu padre o tu madre pertenecían a la realeza? —insistió el dios.

—No, pero...

—Piensa, Xena.

Gabrielle volvió a sentir la oleada de miedo y percibió la confusión interna de su compañera. La mandíbula de la guerrera temblaba y por su cara pasaban varias emociones.

No. No me lo puedo creer. No quiero creerlo. No puede ser cierto. Xena se debatió consigo misma largo rato. Esta vez fue la guerrera quien se levantó y se puso a dar vueltas por la sala. Se puso a mascullar frases incoherentes entre dientes, que fueron subiendo de tono, hasta que se puso a dar patadas y puñetazos a la pared.

—¡Noooooo!

Gabrielle hizo ademán de levantarse, pero Ares la agarró y la sujetó.

—Rubita —susurró el dios de la guerra—. Déjala sola un momento. No puedes hacer nada. Tiene que pasar por ello y tiene que aceptarlo.

La bardo se resistió un momento y luego se dio cuenta de que Ares tenía razón. Lo miró y vio algo cercano al dolor... y la pena... en su cara. Vaya. Así que el dios de la guerra sí que tiene un punto débil. Y es mi amante.

Por fin, Xena se quedó en silencio, con los hombros hundidos, regresó despacio y se sentó al lado de la bardo, rodeando instintivamente los hombros de su compañera con un brazo. Durante unos minutos sólo pudo mirar al suelo y luego, con una expresión de derrota absoluta, levantó la vista y miró a los ojos oscuros de... su padre.

—¿Tú?

—Tenía grandes esperanzas puestas en ti, Xena. Ya sabes, lo de "de tal palo, tal astilla". Pero como he dicho, aunque no luches a mi lado, sigo necesitando que hagas lo que has estado haciendo. Así que dame uno de los trozos del chakram.

La guerrera se levantó sin decir palabra y le pasó un trozo, todavía anonadada por la última revelación. Ares lo cogió y le ofreció una mano a su hija. Sorprendida, Xena la cogió y dejó que la llevara al centro de la caverna. Gabrielle se levantó y observó, pero sin seguirlos, aferrando con fuerza su vara entre las manos.

—Bueno, Xena, prepárate —dijo Ares, al tiempo que levantaba la mitad que tenía del chakram, apuntando con los bordes rotos hacia la guerrera—. Tienes que encajar tu mitad en la mitad que estoy sujetando y luego aguantar. No dejes que los trozos pierdan el contacto y no lo sueltes hasta que yo lo diga.

Echando una mirada por encima del hombro a su compañera, la guerrera obedeció, levantando la mitad del chakram para juntarla con la que sostenía Ares y plantando los pies con firmeza al sentir una fuerte sacudida. Ares levantó la mano libre hacia el techo con el puño cerrado, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El suelo tembló y un rugido grave resonó por toda la sala. Xena notó que la sensación eléctrica aumentaba y que la seducción del lado oscuro le recorría el cuerpo, sintiéndola en todos los nervios. El chakram empezó a vibrar y luego a brillar. El brillo se hizo cada vez más intenso hasta que resultó difícil verlo. En la mano lo notaba caliente, pero no quemaba. Xena cerró los ojos, concentrándose en la fuerza del amor y la luz que sentía procedentes de su compañera detrás de ella. Por fin, se volvió a hacer el silencio y la guerrera abrió los ojos para ver el chakram, ahora entero como si nunca se hubiera roto. Y la mano de Ares que seguía sujetándolo por un lado.

—Ya está —el dios de la guerra lo soltó despacio—. Ya tienes de nuevo tu chakram. Y la fuerza plena de tus poderes. El chakram es parte de ti, Xena, una parte del origen de tu habilidad en el combate. Eso, combinado con tu inteligencia y tu... mmm... linaje, es lo que te convierte en la gran guerrera que eres.

Ares se volvió para mirar a Gabrielle.

—Eh, rubita, sabes que los dioses podemos leer tus pensamientos, ¿verdad?

—Sí —la bardo clavó una mirada firme en el dios de la guerra.

—Acabo de oírte, dándole fuerzas para que aguantara y no cediera ante mí. He oído tus pensamientos de amor por ella.

—¿A dónde quieres ir a parar, Ares? —preguntó Gabrielle secamente.

—A esto. He intentado separaros una y otra vez. Siempre supe que si podía alejarla de ti, probablemente podría conseguir que volviera conmigo. Ahora veo que eso no va a pasar. Tengo una cosa, una sola cosa que decirte —Ares se acercó hasta pegar casi su cara a la de la bardo.

Gabrielle se puso bizca y tragó, consciente de que Xena estaba preparada para protegerla, de ser necesario. La bardo respiró hondo y retrocedió un paso.

—¿Y qué es lo que tienes que decir?

—Cuida bien de mi hija —entonces el dios de la guerra volvió junto a Xena, alzó una mano y tocó la mejilla de la guerrera—. Estaré cerca y te estaré observando. Y ahora sabes por qué —con otro relámpago rojo y otra humareda, desapareció.

Xena parpadeó y levantó el chakram, examinándolo atentamente sin encontrar el menor defecto. Probó a lanzarlo por la caverna. Rebotó dos veces en las paredes y lo agarró cuando rebotó de vuelta hacia ella. Bajó la mano y lo enganchó a su túnica de cuero y luego sintió que le fallaban las piernas cuando sintió el impacto pleno de su encuentro con el dios de la guerra. Al dar con las rodillas en el suelo, notó unos brazos cálidos que la rodeaban por detrás y se apoyó en su fuente.

—Oh, dioses —gimió y se volvió para hundir la cara en el hombro de su amante.

—Shhhhhh. Xena. Te tengo. Aguanta, amor. Aguanta. No pasa nada —la bardo siguió susurrando palabras de consuelo al oído de su compañera y acariciando la cabeza morena, notando que el fuerte cuerpo que sostenía estaba temblando. Gabrielle notó que unas lágrimas muy poco características le mojaban el hombro y bajó la cabeza y besó la de Xena y luego se inclinó más para secar con besos las lágrimas de la cara de la guerrera.

—Gabrielle —dijo la guerrera medio ahogada—. ¿De qué sirve? Soy la hija del mal. Tal vez ni siquiera debería intentarlo. Tal vez esté destinada a ser malvada.

—¡No! Xena, escúchame. Tú no eres malvada. No... lo... eres. Ya no. ¿Recuerdas lo que dijiste que te contó M'Lila?

—¿Que ahora que conozco el mal, puedo luchar contra él? —dijo Xena débilmente.

—Sí. Xena. Agárrate a eso. Y créelo. Tienes que creerlo. ¿Me entiendes? Ahora no te rindas a Ares. Ahora no, después de todo este tiempo y de lo lejos que has llegado. Me niego a creer que alguna vez vuelvas a ser la Destructora de Naciones. No es posible. Eres una buena persona, Xena. ¿Y qué si Ares es tu padre? Tú no tienes que ser como él. Puedes usar ese poder y hacer el bien con él. En realidad, ya lo has hecho. Yo no soy como mi padre y tú no tienes que ser como el tuyo.

La guerrera se limitó a escuchar, sin soltar la ropa de cuero de su compañera. Soy una semidiosa. Como Hércules. Supongo que eso explica por qué puedo hacer algunas de las cosas que puedo hacer. Y... Zeus es mi abuelo. Afrodita es mi tía. Cupido es mi primo. Y supongo que Hércules es mi tío. Uuuuh. En eso no voy a pensar mucho. Xena se sintió muy rara de repente.

—Xena —preguntó la bardo con cierta vacilación—, ¿qué le vas a decir a tu madre?

La guerrera se quedó pensativa un momento. Su madre había dicho que su padre estaba en la guerra. De repente, una noche, acudió a ella. Volvió al combate y nueve meses después nació Xena. Era un hecho conocido que a veces los dioses se disfrazaban para poder copular con mortales. Así era como a la guerrera se le había ocurrido la historia que les había contado a las Furias sobre que Ares era su padre. Nunca se había permitido a sí misma pensar que esa historia podía ser cierta.

—No le voy a decir nada a mi madre. No necesita saberlo. Sólo le haría daño. Es mejor que siga creyendo que fue mi padre... eeeh... su marido... el que acudió a ella aquella noche. De hecho, Gabrielle, esto debería quedar sólo entre tú y yo. Podría ser muy peligroso para las dos si gente indeseable se enterara de que soy la hija de Ares. Ya es bastante malo que me conozcan como su elegida. No necesitamos ser un objetivo mayor de lo que ya somos. No se lo puedes decir a nadie, ¿lo prometes?

—Lo prometo.

Xena se puso en pie, sacudiéndose la armadura.

—Vamos. Salgamos de aquí —cogió a su compañera de las manos y la ayudó a levantarse. Salieron de la cueva y emprendieron el camino de descenso de la montaña.