16 de marzo iv

Gabrielle y xena planean volver a la fortaleza y buscar sus cosas. se forma un nuevo vinculo entre las dos mas fuerte

El 16 de marzo

Linda Crist

Y entonces tuvo que volver.

Miró por la habitación y suspiró. Al menos habían vuelto las dos y era cierto, ahora mismo parecían sentirse increíblemente cerca la una de la otra. Gabrielle notaba el calor que emanaba entre las dos. Con todo, se preguntó si podrían recuperar todo el amor y la sensación de maravilla que habían sentido en los Campos Elíseos. Se descubrió deseando estar todavía allí. Aquí, de vuelta entre los vivos, tenía miedo de que la falta de comunicación, el afán protector de Xena y su propia búsqueda de significados les impidieran obtener la felicidad que habían compartido en los Campos. No, no estaba segura de querer estar de vuelta en absoluto.

—La realidad es un asco —dijo Gabrielle por lo bajo.

La bardo se soltó con cuidado del abrazo de Xena, tratando de no molestar a la guerrera. Era tan poco frecuente ver a Xena durmiendo tan apaciblemente. Anoche debía de estar realmente exhausta. Gabrielle salió rodando de la cama, aterrizando suavemente en el suelo de madera, y se acercó a la ventana para mirar fuera. Lo primero que vio fue la cumbre nevada del Monte Amaro y por un momento sintió una oleada de miedo. Se volvió para mirar a Xena y sintió que se calmaba al saber que la seguridad total estaba a pocos pasos de distancia.

Tomó aliento temblorosamente y volvió a mirar por la ventana. ¿Qué hace aquí Kallerine? Vio a la joven amazona sentada haciendo guardia fuera. Gabrielle recordaba vagamente haber conocido a la chica cuando estaban montando la pira funeraria de Ephiny. Kallerine tenía una madurez impropia de sus años, si Gabrielle no recordaba mal. Mientras Gabrielle miraba, Kallerine levantó la vista y sonrió ligeramente, antes de levantarse y saludar a la reina. Gabrielle le devolvió el saludo e hizo una señal a la chica para que descansara.

Gabrielle... se sintió... vieja. La mañana pasada en el prado con Eli parecía haber ocurrido hacía una vida entera. Uuy, claro que fue hace una vida , se rió por dentro un momento. No sabía muy bien cuánto tiempo había pasado desde la crucifixión. Pensó en la masacre que había realizado con sus propias manos y las dobló, recordando la sensación de la espada que había blandido. Eli, no creo que pueda volver al camino de la luz , se disculpó mentalmente. Creo que a partir de ahora parte de mi camino va a incluir proteger la espalda a mi alma gemela. Si se cree que me va a volver a mandar lejos o a obligarme a quedarme atrás, ya puede ir cambiando de idea.

De repente, un par de brazos cálidos le rodeó la cintura por detrás y una barbilla se apoyó en su hombro.

—¿Qué estás pensando? —preguntó una voz grave, justo al oído de la bardo.

Gabrielle dio un ligero respingo antes de apoyarse en Xena, colocando sus propios brazos encima de los de la guerrera. Ha sido una auténtica máquina de abrazos desde anoche , pensó Gabrielle en silencio.

—¿Cómo has conseguido acercarte a mí sin que te oiga? —preguntó la bardo.

—Gabrielle —dijo Xena, arrastrando el nombre—, ya deberías saber que el sigilo es una de las muchas cosas que sé hacer —la guerrera se rió suavemente—. Ahora, una vez más, ¿qué estás pensando? —Xena sonaba más despreocupada de lo que se sentía. Se había despertado y había visto a Gabrielle mirando por la ventana con una de las expresiones más serias que Xena había visto jamás, aun tratándose de la siempre introspectiva bardo.

—Xena —Gabrielle se giró a medias entre los brazos de la guerrera—, han pasado tantas cosas. No sé si estoy preparada para hablar de ello, no sé si puedo.

Mmmm, una bardo sin palabras. A ver qué puedo hacer al respecto , pensó Xena. Alzó una mano para acariciar el corto pelo rubio, apoyando la cabeza de Gabrielle en su hombro.

—Gabrielle, no pasa nada. No tienes que hablar de ello ahora. No tienes que hablar de ello nunca si no quieres.

—No, Xena, tenemos que hablar de ello —Gabrielle se giró otro cuarto hasta quedar de cara a la guerrera y levantó la mirada. Alzó una mano temblorosa y cubrió la mejilla de Xena, notando la piel sorprendentemente suave bajo los dedos—. Xena, has dejado que tu miedo nos separara. Yo he dejado que un camino mal elegido me llevara a esa prisión romana porque ni siquiera estaba dispuesta a luchar para salvarme a mí misma o a mis amigos. Xena, las dos hemos conseguido que nos maten — Y hemos tenido una suerte increíble de morir juntas y regresar juntas. No me gusta la idea de volver a morir sin ti , añadió en silencio y luego continuó en voz alta—: Creo que necesitamos empezar a confiar más la una en la otra. Yo tengo que confiar en que el camino del guerrero no es un mal camino —hizo una pausa y continuó—: Y tú tienes que confiar en que me puedes llevar contigo. No necesitas dejarme atrás para protegerme. Tú tienes que pensar más con el corazón y yo tengo que pensar más con la cabeza.

—Gabrielle, no era un camino mal elegido y a mí me encanta que siempre sigas tu corazón. Así es como eres. Puedo aceptarlo, puedo vivir con eso — Por favor, déjame seguir viviendo con eso, contigo , rogó en silencio.

Dos dedos rozaron los labios de la guerrera, haciéndola callar.

—Xena, así es como era. No es como puedo ser ahora. Cuando cogí esa espada y maté a esos hombres, Xena, entré en tu camino. No creo que quiera salir de él —miró a la guerrera con tristeza—. ¿Cuántas veces has luchado sola en los últimos meses, Xena, mientras yo me quedaba a un lado como una santurrona y dejaba que tú te ocuparas de protegernos a las dos? ¿Qué clase de injusticia es ésa? ¿Y qué clase de inútil he sido? ¿Qué clase de amiga se quedaría sin hacer nada y permitiría que otra amiga se enfrentara sola a un peligro mortal? Xena, hace mucho tiempo tomé la decisión consciente de quedarme contigo, pasara lo que pasase. En algún momento, olvidé lo que eres y que luchar es una consecuencia de la decisión que tomé de estar contigo. Enséñame a manejar la espada, Xena. No quiero que no puedas contar conmigo, nunca más.

—Gabrielle, no me importaba y nunca jamás has sido inútil para mí —replicó la guerrera, con cierto tono de desesperación—. No tienes que tomar la espada por mí.

—¡Xena! —una palabra, pronunciada con una insinuación de rabia, que lo decía todo.

Xena se puso rígida y se echó hacia atrás, sujetando a la bardo con los brazos extendidos. Unos penetrantes ojos azules se encontraron con unos ojos verdes como el mar y hubo un breve y silencioso enfrentamiento de voluntades. Maldición. Najara tenía razón. Le he hecho daño. Mucho daño. La guerrera recordaba claramente a Gabrielle asestando mandobles a los soldados por ella. Xena se había alzado, pero sólo consiguió ponerse al nivel de las rodillas de la bardo y vio con horror absoluto cómo la última capa de inocencia de Gabrielle, su fe total en el poder de la paz, le era arrancada violentamente. Estar conmigo le ha quitado eso. Krafstar, Dahak, Esperanza y Chin. Ese día horrible en que perdí la cabeza y, oh, dioses, lo que le hice. Y sin embargo, aquí estamos, juntas aún después de todo eso. Almas gemelas para siempre. ¿Cómo puedo negarle nada?

—Xena, ya he tomado la espada por ti y no lo cambiaría. Tengo que creer que hemos muerto juntas y hemos vuelto juntas por una razón. Tiene que ser por el bien supremo, ¿verdad? —dijo Gabrielle suavemente. Por nuestro propio bien, así como por el del mundo , añadió en silencio y luego continuó—: Xena, no lamento nada, nada en absoluto. Lo único que podría lamentar es si nos volvemos a separar voluntariamente.

Xena se vino abajo. Gabrielle había percibido cien emociones diferentes cruzando por el rostro de la guerrera. Agarró a la guerrera por la cintura, evitando por muy poco que la mujer más alta se desplomara en el suelo. La rabia de la bardo se desvaneció, sustituida por el cariño y la ternura.

—Vamos, amor, vamos ahí a sentarnos —llevó a Xena de nuevo a la cama y las dos se sentaron, al tiempo que Gabrielle abrazaba a Xena estrechamente, enredando los dedos en el pelo negro que caía sobre sus hombros.

Entonces la guerrera recordó las palabras de la bardo mientras esperaban la muerte en aquella fría celda de la prisión: "Xena, podía elegir entre no hacer nada o salvar a mi amiga. Elegí el camino de la amistad". Y las palabras pronunciadas hacía un momento: "Creo que necesitamos confiar más la una en la otra" y "Lo único que podría lamentar es si nos volvemos a separar voluntariamente".

Confianza. A estas alturas confiaría en ella para cualquier cosa , se dio cuenta Xena de repente. En cuanto a elecciones, también se dio cuenta de que del mismo modo que la bardo había elegido libremente tomar la espada para salvar a una amiga, Xena sabía que también le correspondía a Gabrielle la elección de volver a luchar. La bardo ya no era una niña. Era una mujer adulta y Xena saboreó la tristeza de saber que ya no podría proteger a Gabrielle de las crudas realidades del mundo en el que habían decidido vivir juntas. Y la mera idea de separarse... bueno, Xena se dio cuenta de que ya no podía dejar atrás a esta mujer valiente e inteligente. La necesito. La quiero.

Tomó aliento entrecortadamente, se irguió y volvió a mirar a Gabrielle a los ojos.

—Gabrielle, no sé si lo recuerdas, pero anoche ya te hice la promesa de que nunca más volvería a dejarte atrás.

—Lo recuerdo —contestó la bardo suavemente—. Es sólo que quiero asegurarme de que tú lo recuerdas.

—Bueno, Gabrielle, si ya no vas a volver a quedarte atrás, entonces es lógico que puedas defenderte, porque los dioses saben que donde yo vaya, habrá lucha. Pero... amiga mía... no puedo enseñarte a manejar la espada...

—Pero Xena... —interrumpió la bardo.

—Shhh, déjame terminar —la recriminó Xena—. No puedo enseñarte a manejar la espada porque no hay nada que te pueda enseñar que no demostraras conocer ya en ese patio. Gabrielle, no sé dónde o cómo lo has aprendido, pero eso fue uno de los mejores combates a espada que he visto en mi vida.

—Yo tampoco sé dónde lo he aprendido —dijo Gabrielle con una ligera sonrisa, recordando las marcas pasadas observando a la guerrera haciendo sus ejercicios de espada por las noches.

Se quedaron ahí sentadas disfrutando del calor del abrazo y Xena recordó un sauce y una cascada y se preguntó si Gabrielle también lo recordaba. Me pregunto si podremos tener eso aquí también , pensó con melancolía. Oh, bueno, supongo que hay tiempo de sobra para plantear ese tema. Esto está bien por ahora. Sus pensamientos quedaron interrumpidos por un rugido grave de su estómago.

—Gabrielle.

—¿Mmmmm?

—Hace dos días que no comemos. Vamos abajo a ver si podemos desayunar algo.

—Vale —replicó la bardo, súbitamente hambrienta—. Xena.

—¿Sí?

—¿De dónde hemos sacado estas horrendas camisas que llevamos?

—Amazonas.

—Ah.

Xena recogió la espada de al lado de la cama y salieron por la puerta de la habitación, pasando ante dos guardias amazonas que se sobresaltaron en silencio.

Abajo, en la sala principal de la posada, varias amazonas estaban sentadas desayunando. Gabrielle se sentía un poco rara y cogió la mano de Xena y la apretó para asegurarse. Xena la miró, le sonrió con gesto tranquilizador y le devolvió el apretón.

—Preséntate ante tus súbditas, majestad —ronroneó en voz baja.

La bardo miró a su alrededor y vio a Chilapa y Rebina sentadas frente a Amarice en una mesa del fondo junto a la ventana. Alzó la cabeza, irguió los hombros y avanzó con decisión, con Xena justo detrás de ella, sonriendo en silencio ante el súbito alarde de seguridad de la bardo. Le gusta ser reina de las amazonas, lo reconozca o no. Cuando se acercaban a la mesa, las amazonas que estaban en la sala se levantaron y se cuadraron. Xena advirtió con aprobación la expresión de respeto hacia Gabrielle que había en sus ojos. Mortificada, la guerrera se dio cuenta de que ella misma atraía miradas de pasmo mezclado con miedo. Supongo que lo único que da más miedo que la princesa guerrera es una princesa guerrera que ha vuelto de la muerte , pensó. Bueno, creo que eso podría venir bien.

—Mi reina —Chilapa se levantó y se acercó a Gabrielle, hincando la rodilla en el suelo delante de la bardo y agachando la cabeza.

—Chilapa, ¿podemos prescindir por ahora de toda esa ceremoniosa caca de centauro? —preguntó Gabrielle, ofreciendo la mano para poner en pie a la regente—. Las demás, seguid como estabais —dijo la bardo con cansancio, mirando por la sala, y todo el mundo volvió a sentarse despacio, tratando de dar la impresión de que todos los días veían gente que se había alzado de entre los muertos. La sencilla bardo de Potedaia nunca se acostumbraría a ser tratada como reina de las amazonas. Le gustaban la responsabilidad, los tratados, la toma de decisiones y las amistades que había hecho, pero la parte ceremonial siempre la pillaba desprevenida.

Xena y Gabrielle se sentaron en el banco bajo al lado de Amarice, y la regente y Rebina volvieron también a sus asientos. Se hizo un silencio incómodo hasta que Xena soltó:

—¿Qué pasa? Parece que habéis visto un fantasma.

Eso hizo que todas se echaran a reír un poco y empezaran a relajarse.

—Amarice, tenemos mucho que agradecerte —la guerrera miró a la pelirroja con sus cálidos ojos azules—. Kallerine me ha contado todo lo que has hecho por nosotras. Siento haberte subestimado.

—No... no ha sido nada... tenía que hacer algo —la amazona, normalmente muy despachada, no sabía qué decir.

—¿Xena? —Gabrielle miró a la guerrera con ojos interrogantes y la guerrera cayó en la cuenta de que la bardo no sabía qué había ocurrido desde la crucifixión.

Le va a costar mucho asimilarlo , pensó Xena.

—Gabrielle, vamos a comer mientras te lo contamos —Loisha les trajo una bandeja de pan, queso y dátiles, así como jarras de sidra, que fueron distribuidas. Xena untó de mantequilla una rebanada de pan y se la pasó a la pensativa bardo, cuyos ojos revelaban que sus pensamientos estaban muy lejos de la posada—. Eh, ¿estás bien? —preguntó la guerrera, rodeando con un brazo los hombros de Gabrielle y estrechando a la bardo contra su costado.

La bardo cogió el pan y lo mordisqueó, tratando de animarse un poco.

—No sé —respondió por fin con franqueza, acurrucándose en el abrazo y dejando la mano libre en el musculoso muslo de Xena, como si fuese lo más natural del mundo. Estaba pensando en ese sauce , pensó Gabrielle por dentro.

Xena agarró la mano que tenía en el muslo y se la llevó a los labios, apretándolos contra ella largo rato antes de volver a colocarla donde había estado, posando su mano más grande encima de la más pequeña.

—Gabrielle, todo va a ir bien —susurró al oído de la bardo.

Gabrielle le sonrió y dio otro mordisco al pan.

Xena advirtió de repente que las tres amazonas seguían a la mesa y las estaban mirando.

—¿Algún problema? —dijo con un gruñido grave, alzando una ceja amenazadora.

—Mm... no —farfulló Chilapa, mientras las otras dos amazonas se interesaban súbitamente por la comida que tenían en el plato—. Vamos... a contarle... mm... a la reina lo que ocurrió ayer — ¿Qué pasa con estas dos? pensó la regente. Nunca han estado así. Cierto, la regente sabía que las dos mujeres eran buenas amigas, pero por los dioses, se comportaban como si fuesen amantes. ¿Es que no se dan cuenta?

Siguieron comiendo y entre Xena, Amarice, Rebina y la regente, le contaron a Gabrielle toda la historia, incluidas partes que Kallerine no le había contado a Xena.

—Ooh —dijo Gabrielle, soltando un suspiro de asombro cuando terminaron. Cuántas cosas habían pasado. Joxer muerto. César muerto. Callisto rondando de nuevo. Eli resucitando a Gabrielle. Ella resucitando a Xena. El chakram roto. Miró por la sala y sintió de nuevo la pena por la pérdida de Ephiny. Y Solari. Habían sido sus amigas y le habían allanado el camino para asumir el liderazgo de la Nación Amazona. Estas amazonas, sus amazonas, eran en su mayoría desconocidas para ella. Soy su reina y apenas las conozco.

Se le revolvió el estómago y de repente se sintió como si volviera a surcar las olas en el barco de Cecrops. La bardo se puso verde, se levantó rápidamente y se agarró con fuerza al borde la mesa, con los nudillos blancos.

—Disculpadme un momento, creo que necesito que me dé el aire —y se dirigió rápidamente a la puerta, la abrió y salió, con los ojos llenos de lágrimas ardientes.

—Gabrielle... —Xena estuvo a punto de ir tras ella y luego se lo pensó mejor. Quizás necesita estar sola un momento. Déjala respirar un poco, Xena.

Tras echar una larga mirada a la puerta, la guerrera se volvió de mala gana a la regente y se puso a hablar de los planes para asegurarse de que nadie fuera de la posada descubriera que Gabrielle y ella volvían a estar vivas y de las estrategias sobre lo que debían hacer a continuación.

Gabrielle cerró los ojos y se apoyó en la pared fuera de la posada, apretando las palmas de las manos contra la recia madera y aspirando grandes bocanadas de aire frío y vigorizante. Sintió que su piel recuperaba el color normal y la oleada de náuseas que la había acometido fue cediendo. Bajó la mirada y vio los grandes ojos marrones oscuros de Kallerine que la miraban con gran preocupación.

—Mi reina —Kallerine se puso en pie e inclinó la cabeza—. ¿Qué ocurre? ¿Puedo hacer algo por ti, traerte algo?

—No, gracias —replicó Gabrielle—. Es que ahí dentro está un poco cargado.

La bardo observó a la joven amazona, estudiando el largo pelo castaño claro, el cuerpo delgado y musculoso y el despliegue anormalmente grande de armas que la chica llevaba encima. Además de la armadura de cuero y metal, llevaba los brazos enfundados en cota de malla, una espada sujeta a la espalda, un puñal en cada bota, una ballesta y una aljaba llena de flechas con la punta de plata colgadas del hombro y lo que parecían ser varias estacas pequeñas de madera colgadas de unas presillas de cuero en torno a la cintura. Eso es raro , pensó la bardo distraída.

—Kallerine, ¿para qué son esas estacas? —preguntó por fin.

—Mm... es una historia algo larga —la chica parpadeó con sus largas pestañas y luego miró tímidamente a la reina—. ¿Quieres dar un paseo conmigo?

Gabrielle se irguió, se estiró y miró el camino que había frente a la posada. Notó que el sol intentaba calentar el aire frío y subió la mirada para ver un cielo azul y despejado. De repente, un paseo le pareció una idea muy buena.

—Claro —dijo con una sonrisa sincera. Bajó hasta colocarse junto a Kallerine e hizo un gesto con la cabeza, señalando el camino—. Bueno, ¿y esa larga historia? —preguntó la bardo cuando echaron a andar.

—Yo no nací en la aldea amazónica —empezó Kallerine, dando patadas a los pequeños terrones de barro que había en el camino—. Nací cerca de Atenas y tuve una vida bastante tranquila hasta hace unos cuatro años. Mis padres eran dignatarios y hacían fiestas para entretener a grupos de comerciantes, mercaderes y visitantes de otras provincias. Una noche de luna llena, organizaron la fiesta más espléndida que habían dado jamás. Fue durante la fiesta de la cosecha y el vino corría libremente. A mí no me permitieron quedarme toda la noche y al cabo de un rato me mandaron a dormir a la cabaña de un vecino cercano. Esa noche, unas bacantes invadieron la fiesta y mataron a todos los que estaban allí o al menos a los que no transformaron en bacantes. Cuando volví a casa a la mañana siguiente, encontré docenas de cadáveres en la casa. Era evidente que mi padre había muerto intentando proteger a mi madre. Mi hermana mayor no aparecía por ningún lado. Creo... creo que debió de transformarse en bacante. Juré vengar sus muertes, de modo que pasé unos años vagando por el campo, cazando bacantes y experimentando formas de matarlas. Perfeccioné varios métodos distintos, pero un día me encontré con un grupo de amazonas y viajé unos días con ellas. Nos hicimos amigas. Ephiny estaba con ese grupo y me pidió que me fuera a vivir a la aldea. Estaba muy harta de estar sola, así que lo hice. Pero todavía cazo bacantes cuando tengo ocasión y todavía tengo la esperanza de encontrar a mi hermana.

—Oh, Kallerine, no sabía que habías pasado por todo eso —Gabrielle rodeó los hombros de la chica con un brazo. La gente nunca deja de sorprender. Supongo que todo el mundo tiene una historia. Kallerine parecía tan joven. La bardo sintió compasión por la joven amazona, que se había quedado sola tan pronto en la vida. Impulsivamente, Gabrielle abrazó a la chica y una estaca pinchó a la bardo en el costado.

—¡Ay! —exclamó la bardo—. Kallerine, todavía no me has explicado para qué sirven esas estacas de madera.

—Bueno —dijo la joven amazona con una chispa en los ojos—, descubrí por pura casualidad que las bacantes mueren siempre si les clavas una estaca de madera en el corazón. Una bacante me tenía acorralada en una cueva y lo único que conseguí coger para usar como arma fue una gran astilla de madera que estaba tirada en el suelo a mi lado. La agarré y se la hundí en el pecho con todas mis fuerzas. ¡Puuf! Explotó y se convirtió en polvo.

—Por los dioses —exclamó Gabrielle—. ¿Qué otras cosas funcionan?

Kallerine se mordisqueó pensativa el labio.

—El ajo las ahuyenta, pero no las mata. Las flechas con la punta de plata y el astil de madera funcionan muy bien. La luz del sol las cuece vivas...

—Puaaj, basta —la bardo arrugó la nariz. Contempló el bosque, advirtiendo la posición del sol y las sombras—. Kallerine, vamos a volver. Hemos perdido de vista la posada y no sé si es seguro estar en los caminos, con todo lo que ha ocurrido.

Regresaron bajo las ramas desnudas por el invierno.

—Reina Gabrielle, ¿cómo conociste a Xena? —preguntó Kallerine con timidez.

—Ah, hace unos cuatro años nos salvó a mí y a mi hermana de unos traficantes de esclavos. Decidí que quería seguirla y ver mundo, así que lo hice. Su vida parecía muy emocionante y yo no era más que una simple aldeana, a punto de casarme con un simple aldeano. Tenía grandes sueños y sabía que Potedaia acabaría con ellos. Xena para mí era una forma de escapar de aquello. Quería ser como ella. No tenía ni idea entonces de que cuatro años después todavía estaría con ella.

—Supongo que ninguna de nosotras estaba destinada a tener una vida aburrida —afirmó Kallerine.

—No, con Xena la vida nunca es aburrida, te lo aseguro.

—¿Reina Gabrielle?

—¿Sí?

—Si hubieras sabido lo que te iba a pasar con Xena, ¿la habrías seguido así y todo?

—Sí —una palabra. Dicha con convicción. Sin vacilar, sin dudar.

—¿Reina Gabrielle?

—¿Mmmmm?

—Creo que Xena quiere ser como tú.

—Lo sé —la bardo sonrió.

Ya estaban cerca de la posada y Gabrielle vio a la que había sido su compañera desde hacía cuatro años sentada en los escalones. Sintió el pequeño estremecimiento de felicidad, que le empezó en los dedos de los pies y le fue subiendo hasta la cabeza, y de repente se dio cuenta de que era lo que siempre sentía cuando veía a la guerrera tras cualquier período de separación. Una sonrisa involuntaria se adueñó de la cara de la bardo, sonrisa reflejada por la guerrera.

—¿Dónde has estado? —intentó preguntar Xena sin darle importancia, pero Gabrielle percibió la preocupación que había detrás de esa sonrisa tranquila.

—Yo... mm... necesitaba tomar el aire y me encontré aquí con Kallerine, nos pusimos a hablar y decidimos dar un paseo —dijo Gabrielle—. Xena, ¿sabías que Kallerine es una cazabacantes?

—No, ¿en serio? —replicó la guerrera con evidente respeto en los ojos. Qué bien sé elegir una partida de reconocimiento , pensó. Xena sonrió a la joven amazona y estaba a punto de preguntarle sobre la caza de bacantes cuando vio las ojeras que tenía—. Kallerine, ¿cuándo dormiste por última vez? —Xena recordó la conversación que habían tenido por la noche.

—Oh, creo que hace dos noches, antes de dejar la aldea amazónica para venir aquí. La primera noche estaba demasiado tensa, al no saber lo que iba a ocurrir, y luego anoche, bueno, anoche no hubo forma de dormir, después de que Eli... hiciera... lo que hizo.

Eli. La guerrera se había olvidado del avatar.

—¿Dónde está Eli? —preguntó Xena.

—¡Oh, por Artemisa! Se me había olvidado. Reina Gabrielle —Kallerine se volvió para mirar a la bardo—, Eli se marchó esta mañana al amanecer. Dijo que tenía que ir a buscar a sus discípulos y asegurarse de que estaban bien. Dijo que intentaría volver aquí en los próximos días, pero que si te ibas, te dijera que tenía mucho de que hablar contigo. Le dije que bajo ningún concepto le dijera a nadie que Xena y tú estabais vivas o que se iba a enterar —miró a Xena con una sonrisa tímida—. Cuando preguntó, "¿Enterarme de qué?", le dije, "De Xena, punto". Dijo que no diría ni una palabra.

—Buen trabajo, Kallerine —la guerrera alabó a la chica—. Sabía que podía confiar en ti. Ahora, ve a dormir un poco. No me sirven de nada las exploradoras que no están alerta.

Kallerine sonrió, asintió y pasó dentro, con las palabras de la guerrera resonando en sus oídos. ¡Sí! ¡Todavía quiere que vaya en la partida de reconocimiento!

Xena y Gabrielle se miraron y se echaron a reír.

—Ya te ha salido otra joven admiradora, Xena —la reprendió la bardo.

—Sí, bueno, da igual —replicó la guerrera sonrojándose y luego abrazó a Gabrielle—. Eh, ¿estás bien? Me quedé preocupada cuando te levantaste de la mesa tan deprisa. Luego, cuando salí aquí, te habías ido. Encontré tu rastro y el de Kallerine...

—Ya estoy bien —dijo Gabrielle—, pero Xena, si pienso mucho en todo, es demasiado.

—Ven aquí, siéntate —y Xena volvió a sentarse en los escalones, tirando de la bardo para que la acompañara. Colocó a Gabrielle delante de ella y ambas se sentaron de forma muy parecida a como se habían sentado bajo aquel árbol junto a la cascada en los Campos—. Gabrielle, hoy descansaremos y haremos planes. Las dos hemos sufrido mucho y tengo la sensación de que todavía no ha acabado. Podemos tomárnoslo con calma, al menos hasta mañana —la guerrera acarició el claro pelo corto, contenta de que su amiga hubiera vuelto. Era difícil de explicar, pero no le gustaba estar separada de la bardo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Gabrielle, haciendo dibujitos con el dedo en la fornida pierna de Xena, regodeándose en la sensación de estar rodeada de cálida guerrera.

—Pues lo primero, quiero organizar un grupo y volver a la prisión romana —Xena notó que la bardo se estremecía y la besó en la cabeza, estrechándola con más fuerza entre sus brazos—. Lo sé, lo sé, amor, pero tengo que volver y tratar de encontrar mi armadura, mi espada y lo que quede del chakram. Tú... tú no tienes que volver allí conmigo si no quieres.

—No, Xena, iré contigo. Creo que necesito volver a enfrentarme a ese sitio. Tal vez me ayude a seguir adelante —Gabrielle intentó parecer valiente, aunque no se sentía valiente en absoluto.

—Tal vez —continuó Xena—. Y también quiero ver si descubro alguna pista sobre lo que hay detrás de todo esto, además de Callisto. Puede que necesite hacer un viaje al Monte Olimpo.

—Qué... Ares —una pregunta que la bardo acabó convirtiendo en afirmación.

—Sí —dijo la guerrera con seriedad—. No creo que él esté detrás de esto, pero seguro que sabe quién o qué lo está.

—Xena, ¿no necesitamos también averiguar qué está pasando con el gobierno... quién tiene el control o si hay alguien que controle? —preguntó Gabrielle—. Tengo que saber qué esperar para gobernar a las amazonas. Qué tratados siguen en pie, si es que sigue alguno.

—Sí, eso también —replicó Xena—, y yo necesito tener una larga charla con Bruto.

—Ven aquí, siéntate —y Xena volvió a sentarse en los escalones, tirando de la bardo para que la acompañara. Colocó a Gabrielle delante de ella y ambas se sentaron de forma muy parecida a como se habían sentado bajo aquel árbol junto a la cascada en los Campos—. Gabrielle, hoy descansaremos y haremos planes. Las dos hemos sufrido mucho y tengo la sensación de que todavía no ha acabado. Podemos tomárnoslo con calma, al menos hasta mañana —la guerrera acarició el claro pelo corto, contenta de que su amiga hubiera vuelto. Era difícil de explicar, pero no le gustaba estar separada de la bardo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Gabrielle, haciendo dibujitos con el dedo en la fornida pierna de Xena, regodeándose en la sensación de estar rodeada de cálida guerrera.

—Pues lo primero, quiero organizar un grupo y volver a la prisión romana —Xena notó que la bardo se estremecía y la besó en la cabeza, estrechándola con más fuerza entre sus brazos—. Lo sé, lo sé, amor, pero tengo que volver y tratar de encontrar mi armadura, mi espada y lo que quede del chakram. Tú... tú no tienes que volver allí conmigo si no quieres.

—No, Xena, iré contigo. Creo que necesito volver a enfrentarme a ese sitio. Tal vez me ayude a seguir adelante —Gabrielle intentó parecer valiente, aunque no se sentía valiente en absoluto.

—Tal vez —continuó Xena—. Y también quiero ver si descubro alguna pista sobre lo que hay detrás de todo esto, además de Callisto. Puede que necesite hacer un viaje al Monte Olimpo.

—Qué... Ares —una pregunta que la bardo acabó convirtiendo en afirmación.

—Sí —dijo la guerrera con seriedad—. No creo que él esté detrás de esto, pero seguro que sabe quién o qué lo está.

—Xena, ¿no necesitamos también averiguar qué está pasando con el gobierno... quién tiene el control o si hay alguien que controle? —preguntó Gabrielle—. Tengo que saber qué esperar para gobernar a las amazonas. Qué tratados siguen en pie, si es que sigue alguno.

—Sí, eso también —replicó Xena—, y yo necesito tener una larga charla con Bruto.

Pasaron el resto del día relajadamente, haciendo planes con las amazonas y haciendo acopio de pertrechos de viaje. Ni la guerrera ni la bardo tenían nada aparte de las camisas prestadas y las amazonas se las arreglaron para encontrar unas botas y armadura para las dos mujeres que les estaban mal.

—Gabrielle, esa armadura te queda un poco grande —rió Xena.

—Bueno, para empezar no estoy acostumbrada a llevarla —replicó Gabrielle, tirando sin éxito de un trozo de cuero que se suponía que debía cubrirle el estómago.

—Deja que te ayude con eso —se ofreció la guerrera, estirando la poco colaboradora pieza de armadura y aprovechando para hacerle cosquillas en el estómago desnudo.

—Eh. ¡Estate quieta! —exclamó la bardo.

La guerrera se echó a reír y dio un paso atrás para observar el resultado final.

—No te queda mucho mejor de lo que te quedaba la mía... —Xena se paró en seco al ver la expresión entristecida de la bardo.

Ambas mujeres se quedaron en silencio, recordando la primera vez que Xena murió, dejando que Gabrielle terminara un combate por la guerrera incapacitada.

—Por el bien supremo —dijeron solemnemente la guerrera y la bardo al unísono.

—Gabrielle, escúchame —Xena colocó ambas manos sobre los hombros de su compañera y la miró de frente, sin hacer caso de las miradas de las atentas amazonas—. A partir de ahora, el bien supremo va a incluir lo que sea mejor para nosotras dos y eso siempre va a ser lo primero, ¿comprendes?

—Ya lo creo —la bardo consiguió sonreír, notando el calor que emanaba de la presencia cercana de Xena. Gabrielle colocó sus propias manos encima de las manos grandes que le cubrían los hombros y las apretó y luego se llevó una a la mejilla, sintiendo que los largos dedos le acariciaban la cara instintivamente. La bardo se ruborizó al darse cuenta de que tenían público y bajó la mirada al suelo.

Xena miró por la habitación y gruñó:

—¿Pasa algo? Si no recuerdo mal, sigo siendo la campeona oficial de la reina. ¿Alguien quiere desafiarme al respecto?

De repente, las amazonas sintieron un gran interés por organizar la armadura y los diversos zurrones y sus ojos se posaron en todas partes menos en la alta mujer morena y su dulce reina. Todas recordaban la última vez que alguien había desafiado a la reina y la fiera protección de la guerrera como campeona suya. No. No queremos desafiarte, Xena, para nada.

—Supongo que tendremos que apañárnoslas con esta ropa —le comentó Xena a Rebina, que llevaba toda la tarde afanándose a su alrededor para ayudarlas a encontrar los pertrechos que necesitaban—. Ahora, tenemos que encontrar unas armas decentes.

Hubo un intercambio de miradas entre la guerrera y la bardo y Xena suspiró.

—Rebina, Gabrielle y yo necesitamos tomar prestadas dos espadas.

Rebina entregó sin más a la guerrera la espada que ella misma llevaba.

—Tendré que bajar para encontrar una espada para Gabrielle —dijo la perpleja amazona—. Mi reina, con el debido respeto, ¿estás segura? Yo creía que tú no... mmm...

—Gabrielle no necesita pedir prestada una espada —dijo una voz detrás de ellas y Amarice entró en la habitación.

—Sí, Amarice, lo necesita —replicó Xena.

—Espera —Amarice las miró—. No necesita pedir prestada una espada porque ésta es suya por derecho —Amarice desenvainó la espada de la funda que llevaba a la espalda, se arrodilló ante Gabrielle y le presentó la reluciente arma—. Mi reina, te entrego la espada de Ephiny.

Gabrielle ahogó una exclamación y luego agarró vacilando la suave empuñadura. Encajaba... a la perfección.

—Ya me había parecido reconocer esta espada —dijo por fin y se volvió a Xena—. Mira, Xena, no es tan grande como la tuya, mira lo bien que me encaja en la mano —le resultaba extraña y familiar al mismo tiempo—. Creo que probablemente podré manejarla muy bien.

—No me cabe la menor duda, bardo mía —replicó Xena—. Ephiny era mucho más baja que yo, era más de tu estatura —era tan raro ver a Gabrielle con una espada en la mano—. Bueno, amiga mía, me alegro de que me vayas a proteger la espalda —sonrió la guerrera forzadamente.

—Xena, ¿mañana entrenarás un poco conmigo antes de que nos vayamos?

—Claro — Dioses. Entrenamiento a espada con Gabrielle. Qué raro va a ser.

Gabrielle captó las emociones contradictorias en el rostro de la guerrera. Se quedó pensando un momento.

—Amarice, estoy decidida a aprender a manejar bien la espada y llevaré ésta mañana, pero ahí fuera quiero estar preparada para dar lo mejor de mí. ¿Tienes también una vara que me puedas prestar? Es con lo que estoy más cómoda. Creo que me gustaría llevar las dos cosas, por si acaso.

—Tampoco necesitas pedir prestado eso —dijo otra voz y se volvieron para ver a Chilapa, que había estado observando desde la puerta—. Un momento —la regente desapareció un instante y volvió con una vara cubierta de intrincadas tallas—. Mi reina —Chilapa se inclinó—, la vara de Ephiny para acompañar a su espada.

Ephiny, ojalá estuvieras aquí, llevando tu propia espada y tu propia vara. Te prometo, amiga mía, que honraré tu recuerdo portando tus armas. Cuando Gabrielle aceptó el derecho de casta, Ephiny fue la primera amazona que lo reconoció y que vio en la bardo el potencial para asumir el liderazgo. Aparte de Xena, la amazona caída era una de las pocas amistades íntimas que Gabrielle había tenido desde que se marchó de Potedaia.

—Gracias —se limitó a decir la bardo y cogió su arma preferida, oyendo el claro suspiro de alivio que soltó Xena. Las dos se quedaron mirando la vara, que estaba cubierta de pequeñas vides talladas en la madera. La parte central estaba envuelta en suave cuero claro para evitar que se resbalara al cogerla. La parte inferior estaba cubierta de lana de oveja y el extremo superior tenía una cabeza tallada de pájaro con dos caras. Por un lado era un rostro de paloma y por el otro un águila.

—Igual que tú, amor, dulce como una paloma pero inteligente como un águila —le susurró suavemente la guerrera a su compañera.

Gabrielle miró a los claros ojos azules, sin saber muy bien lo que veía en ellos, y de repente le entró la timidez. Volvió a mirar la vara que tenía en las manos.

—Gracias —dijo por fin.

—Bueno —dijo Xena, evidentemente más animada que un momento antes—, ha sido un día muy largo. Vámonos todas a dormir. Mañana al amanecer enviaré una patrulla de exploración y si el camino parece estar despejado de las tropas que quedan de César, saldremos mañana después de comer. La fortaleza no está muy lejos de aquí y creo que a todas nos vendrá bien descansar un poco más y desayunar bien por la mañana. Pasaremos el tiempo entre el desayuno y el almuerzo entrenando un poco. En cuanto a la patrulla de exploración y el grupo que me acompañará —continuó la guerrera—, me gustaría que Amarice, Rebina y Kallerine fueran con Gabrielle y conmigo a la fortaleza. Loisha, busca a otra persona para salir mañana al amanecer. No vayáis hasta la fortaleza, sólo parte del camino, y buscad cualquier señal de que pueda haber soldados romanos en la zona. Chilapa, lo mejor será que tú te lleves a las demás amazonas de vuelta a la aldea y que nos esperéis.

—Muy bien —asintió la regente—. ¿Todo el mundo tiene claro lo que debe hacer?

Las cabezas llenas de plumas asintieron solemnemente.

—Bien. Pues vamos a dormir y mañana nos prepararemos para emprender la marcha —la regente se quedó pensativa un momento y se volvió a Xena—. Xena, se me había olvidado decírtelo. Argo apareció en nuestra aldea después de que te marcharas para ir al palacio de César. La hemos estado cuidando.

—Oh, bien... gracias... —respondió la guerrera, obviamente agradecida y aliviada—. Tenía miedo... bueno... no sabía, con todo lo que ha pasado, tenía miedo de que los soldados se hubieran quedado con ella. Como no ha aparecido por aquí... estaba intentando no pensar mucho en ella —terminó Xena, con los ojos llenos de lágrimas contenidas al pensar que su amado caballo estaba sano y salvo. Se dio la vuelta y sorbió y luego se giró para mirar a Chilapa y dio unas palmaditas en la espalda a la regente.

—De nada, amiga mía —sonrió Chilapa, volviéndose para ver a unas cuantas amazonas boquiabiertas, al parecer sorprendidas de ver la poco frecuente muestra de emoción por parte de la guerrera—. Vale, vosotras, a la cama —ordenó la regente con severidad.

—Mmm, Chilapa, espera un momento —mientras la habitación se vaciaba de gente, Gabrielle apoyó una mano en el hombro de la regente—. ¿Quién está a cargo de la aldea amazónica en estos momentos? —la bardo acababa de caer en la cuenta de que sin la regente y ella misma, la aldea carecía claramente de líder.

—Pues, bueno, he... he dejado a Eponin al mando.