16 de marzo iii
Xena y gabrielle vuelven despues de la crucifixion. y apoyadas por las amazonas descubriran su amor
El 16 de marzo
Linda Crist
Gabrielle abrió los ojos y acarició la cabeza preciosa que tenía en el regazo y se inclinó y besó a la guerrera en los labios, al tiempo que las lágrimas le chorreaban por la cara. Y entonces... sintió un ligerísimo movimiento de los labios bajo los suyos. Sí, Xena, vuelve a mí. En los labios de Gabrielle se dibujó apenas una sonrisa mientras besaba los párpados cerrados de Xena y sentía el débil movimiento de los mismos. Buena chica. Vamos. Por favor, Xena. Impulsivamente, Gabrielle agarró la mano de Xena y la apretó y sintió un ligerísimo apretón a cambio.
—Hola —dijo una voz grave, con los ojos todavía cerrados.
—Hola tú —apenas consiguió decir Gabrielle, con todo el cuerpo tembloroso—. Has vuelto a mí.
—Lo que Gabrielle quiere, lo consigue —dijo la guerrera, al tiempo que en sus labios se formaba una pequeña sonrisa.
Ahora los ojos azules estaban abiertos, mirándola.
—Eli tenía razón, Gabrielle, tú eras la única que podía traerme de vuelta. He estado flotando justo encima de ti, esperando y observando, animándote a que tuvieras la fe suficiente para hacerlo.
—Siempre la fe suficiente en ti, amor —dijo Gabrielle suavemente.
—Almas gemelas —murmuró Xena, cerrando los ojos de nuevo, sonriendo plenamente. La guerrera apretó la mano temblorosa que todavía sujetaba la suya y se la llevó a los labios, besándola suavemente—. Siempre cualquier cosa por ti, amor mío. Qué cansancio. Perdona, Gabrielle, qué cansancio. Puedo mover los dedos —farfulló Xena, moviendo apenas los labios. Gabrielle bajó la mirada y vio que los dedos de los pies de Xena se movían, de hecho, vio que sus piernas se movían ligeramente.
—Gabrielle, estás temblando. No tengas miedo —dijo la guerrera en un susurro ronco.
Gabrielle se dio cuenta de lo agotada que estaba. Asimiló la realidad de lo que acababa de pasar y se llevó un puño a los labios, mordiéndose los nudillos.
—Oh, dioses —exclamó sofocadamente y de repente se sintió como si se fuese a caer. Eli le rodeó los hombros con un brazo para sujetarla y Gabrielle se echó a llorar en silencio.
Los ojos de Xena seguían cerrados pero no soltó la pequeña mano que sujetaba.
—Estoy aquí, Gabrielle, no pasa nada —murmuró la guerrera—. No voy a ir a ninguna parte.
—Santa madre de Artemisa —dijo por fin la regente y miró a Amarice, que cayó desmayada.
—Bueno —dijo Eli, sin saber qué decir en realidad. Miró a Gabrielle—. Vosotras dos necesitáis descansar y creo que Amarice necesita aire fresco.
—Eli, ayúdame a meterla en la cama —pidió Gabrielle. Entre los dos sostuvieron a la guerrera, que en realidad consiguió caminar débilmente y meterse a rastras en la cama.
—Gabrielle, por favor, duerme aquí conmigo —rogó Xena, quebrándosele la voz.
—No querría dormir en ningún otro sitio —contestó la bardo. Con un enorme esfuerzo, Gabrielle se subió al blando colchón—. Esto de volver de entre los muertos es mucho trabajo —rezongó.
—Y tú que lo digas —respondió Xena con cansancio.
Xena se puso de lado y miró a Gabrielle, que estaba tumbada boca arriba. Alargó la mano y tiró de la bardo hasta pegarla a ella y las dos mujeres quedaron encajadas la una en la otra. La guerrera rodeó la cintura de Gabrielle con un brazo protector y depositó varios besitos por el cuello y la parte superior de la espalda de la bardo antes de reclinarse por fin, apoyando la barbilla encima de la cabeza de Gabrielle y soltando un suspiro satisfecho.
Que obtuvo el eco de un pequeño suspiro por parte de Gabrielle, que colocó la mano encima de la que le rodeaba la cintura. Así iban a ser las cosas, lo sabía. ¿Cómo no podía ser así?
—Lo mejor de mi vida —farfulló Xena medio dormida.
—Te quiero —contestó Gabrielle.
Y las dos mujeres se sumieron en un profundo y apacible sueño.
Chilapa dio unas palmaditas suaves en la mejilla a Amarice y ésta recuperó el conocimiento y a punto estuvo de volver a desvanecerse antes de que la regente la agarrara.
—Van a estar bien —dictaminó Eli, llevándose a las dos atónitas amazonas de la habitación. Echó un último vistazo atrás, con la cara radiante de maravilla, y cerró la puerta en silencio. Algo ha cambiado entre ellas , pensó. Y... creo que hoy he aprendido algo. Necesito aprender sobre los muchos caminos de la vida.
Eli, la regente y Amarice bajaron en silencio, abrumados por lo que acababa de ocurrir. Habían pasado varias marcas en la habitación de Xena y Gabrielle y ahora ya era casi medianoche. La mayoría de las amazonas habían renunciado por fin a averiguar qué estaba pasando en la pequeña habitación y, por puro agotamiento tras los acontecimientos de los últimos días, se habían retirado a las diversas habitaciones que cada una había elegido para dormir. Sin embargo, algún par de ojos se encontró con los de Eli cuando éste llegó al último escalón y entró en la sala principal de la posada.
—¿Y bien? —preguntó Rebina, levantándose de un salto y cruzando la sala a toda prisa hasta Amarice—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué habéis estado tanto tiempo allí arriba? —entonces se detuvo y miró fijamente a Amarice—. Amarice, estás blanca como una sábana. ¿Qué...?
—Necesito sentarme —murmuró Amarice, dejándose caer en el banco más cercano. Rebina se la quedó mirando y luego miró interrogante a Chilapa, que también se desplomó en el banco al lado de Amarice. Eli, sin embargo, cruzó la sala y se quedó mirando por la ventana a la negra oscuridad.
Kallerine, que había estado sentada en un rincón observándolo todo, sonrió ligeramente, maravillada, y se levantó para ir a la cocina. Necesitan... y encontró tres grandes jarras que llenó de la espumosa cerveza ambarina del gran barril de madera que se había dejado el posadero. ¿Será posible? Unos días más como el de hoy y vamos a dejar seco este barril , sonrió irónicamente por dentro. Lo pensó un momento y sacó una cuarta jarra. Todavía no se me permite beber esto , reflexionó, pero al Hades con eso. Además, no creo que se den cuenta siquiera , sonrió. Llenó la última jarra, colocó las cuatro en una bandeja y se acercó a Rebina, Amarice y la regente.
—Ahora —dijo, depositando la cerveza y colocando la mano con amabilidad en el hombro de Amarice—, cuéntanos qué ha pasado.
Amarice cogió la jarra que tenía delante y la vació de un trago.
—Es... están... —tartamudeó y se quedó en silencio, palideciendo de nuevo.
—Shhh —la regente le puso la mano en la frente a Amarice. Miró primero a Rebina y luego a Kallerine—. Están vivas —declaró terminantemente—. No lo comprendo, todavía casi no me lo creo, aunque lo he visto con mis propios ojos, pero de alguna manera... Eli ha traído a nuestra reina de vuelta y luego la reina... —se quedó callada. Guardó silencio por un momento, tomó aliento temblorosamente y luego bebió unos cuantos tragos de su propia jarra. Miró al otro lado de la habitación y sus ojos se posaron en la espalda de Eli, que seguía mirando por la ventana—. Eli, ¿qué es lo que ha pasado allí dentro con Gabrielle y Xena?
Eli se acarició distraído la barba oscura, se acercó despacio a las amazonas y se sentó a la mesa frente a ellas. Tenía los ojos relucientes.
—Yo mismo no lo sé muy bien —confesó—. Lo único que sé es que lo que fuera que hacía falta para traer de vuelta a Xena, Gabrielle lo tenía —cogió la mano de la regente con una de las suyas y la de Amarice con la otra y miró a las cuatro amazonas—. Hay muchas cosas que no sé y que no comprendo. Creo que tendremos que esperar a mañana para hablar con ellas. Puede que tarden un tiempo en poder hablar siquiera de ello. Esto supera cualquier cosa que yo haya visto o hecho, es territorio desconocido, por así decir. Creo que por ahora, todos necesitamos descansar. ¿Hay alguna habitación vacía arriba donde pueda dormir esta noche? —preguntó.
Kallerine señaló las escaleras.
—Sube las escaleras, tuerce a la derecha y la última habitación a la izquierda está abierta —le dijo.
Él se levantó, les deseó a todas buenas noches y subió por las escaleras sin mirar atrás. Las demás no tardaron en hacer lo mismo, salvo Kallerine, que, profundamente ensimismada, se quedó bebiendo despacio de su jarra prohibida. Había sido una noche muy, muy larga y todavía no había acabado.
Se bebió las últimas gotas de cerveza, se acercó al fuego del centro de la sala y lo atizó. La reina está viva . Sonrió de oreja a oreja. Siempre había admirado a la reina. Era tan distinta de la mayoría de las otras amazonas. Más pacífica. Más juiciosa. Delicada, pero fuerte. Kallerine confiaba en ella, por algún motivo. Lo que se veía era lo que había y la reina no se comportaba como si tuviera algo que demostrar. No como todas las demás mujeres vestidas de cuero, llenas de armas y con la cabeza emplumada con las que convivía a diario en la aldea amazónica. La reina Gabrielle era auténtica.
En cuanto a Xena, un pequeño escalofrío recorrió la espalda de Kallerine. Supongo que si yo pasara todo el tiempo con alguien como ella, tampoco sentiría la necesidad de demostrarle nada a nadie. Me pregunto qué se siente teniendo esa clase de protección como respaldo. Con todo... por lo que Kallerine tenía entendido, al final fue la reina quien había intentado desesperadamente salvar a Xena. La poderosa guerrera había caído y sin embargo ahora había vuelto.
Kallerine reflexionó sobre varias cosas, sabiendo que esa noche no iba a pegar ojo. Bueno, ya que estoy, podría hacer guardia , pensó. Ahora sí que estoy bien despierta. Recogió su espada del rincón donde la había dejado, controló el fuego por última vez y subió las escaleras para comprobar la guardia que había apostada justo fuera de la puerta de la habitación de Xena y la reina Gabrielle. Dos cabezas de amazona bien alerta la saludaron ligeramente. Ella asintió a su vez y volvió a bajar, se puso el manto y salió por la puerta principal de la posada, acomodándose en el frío escalón de piedra.
Se apoyó en el marco de madera de la puerta, estiró las piernas, cruzó los tobillos y se colocó la espada en el regazo, jugando distraída con la empuñadura de madera pulimentada que ella misma había tallado, para que encajara en su mano a la perfección. Había pasado marcas enteras para hacerla bien y varias más lijándola hasta hacerla tan suave que sabía que jamás se le clavaría una astilla.
Kallerine era joven, sólo tenía dieciséis años, pero se enorgullecía de sus habilidades, más que las demás amazonas jóvenes. Se tomaba sus responsabilidades muy en serio y había demostrado en más de una ocasión que se podía contar con ella en momentos de crisis. Ésa era una de las razones por las que la regente la había elegido para formar parte del grupo que había venido originalmente al Monte Amaro para intentar rescatar a la reina Gabrielle.
Nadie le había pedido que guardara la puerta principal de la posada. La verdad era que la regente estaba tan agotada que se había olvidado de este pequeño pero importante detalle. Kallerine suspiró. Simplemente sabía que había que guardar la puerta. Ahí fuera estaban ocurriendo demasiadas cosas y había gente que querría el cuerpo de Xena, con la esperanza de obtener alguna recompensa. El cuerpo de Xena. Bueno, menuda sorpresa se iba a llevar quien intentara venir a robar el "cuerpo".
Un búho ululó en un árbol al otro lado del patio de la posada. Kallerine estrechó los ojos hasta que lo localizó en lo alto de una rama, con los ojos dorados parpadeando a la luz de la luna.
—Parece que estamos solos tú y yo, señor búho —dijo en voz baja y se acomodó un poco más, arrebujándose en su manto. Contempló las estrellas del cielo claro y despejado, dispuesta a recibir el amanecer todavía despierta, montando guardia por su reina.
Xena se despertó sobresaltada, intentando recordar dónde estaba. Parpadeó varias veces mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad. Miró cautelosamente a su alrededor y luego palpó a su lado buscando su espada. ¿Dónde estaba? Nunca se acostaba sin tener la espada al alcance de la mano. Espera. La crucifixión. ¿Había soñado con los Campos Elíseos? La crucifixión había sido real, hasta ahí estaba segura. Se estremeció. ¿Gabrielle?
Poco a poco cobró conciencia de que la bardo estaba apretada contra ella hecha un ovillo, y suspiró con alivio. Ahora que ya veía, apartó con cuidado el brazo con que rodeaba a Gabrielle y se tocó las palmas de las manos, mirándolas. No hay agujeros de clavos. Mmmm... ¿Y las piernas? Probó a mover los dedos de los pies y luego levantó cada pierna, una después de la otra, y sonrió.
Se quedó pensando un momento. Lo último que recordaba era a la bardo y a Eli ayudándola a acostarse. Antes de eso... Arrugó el entrecejo e intentó concentrarse. Imágenes difusas de estar mirando a Gabrielle y una sensación muy cálida y reconfortante. Y antes de eso, recordaba estar flotando por encima de la bardo, mirando a Gabrielle y su propio cuerpo, mientras la bardo intentaba desesperadamente traerla de vuelta, besándola, acariciándole el pelo y llorando. Xena quería con todas sus ganas bajar junto a la bardo y consolarla, sabiendo que no podía hacer nada, que todo dependía de Gabrielle.
Maldición. Esa sensación de impotencia le iba a bastar para una vida entera. O una segunda vida, añadió sombríamente. Pero de algún modo, Gabrielle había vuelto a rescatarla. ¿Cuándo se habían invertido los papeles? ¿Cuándo se había hecho Gabrielle tan valiente y fuerte? ¿Cuándo empecé a quererla tanto? ¿O a necesitarla tanto? Hubo un tiempo en que era ella la que me seguía ciegamente. Ahora creo que es al contrario. Recordó la lucha feroz que había entablado Gabrielle en el patio de la prisión, todo por intentar salvarla.
De repente, sintió una fiera oleada de instinto protector hacia la bardo y alargó la mano para acariciar el pelo claro y corto. Nunca dejaré que nos vuelva a ocurrir eso, te lo prometo. Gabrielle soltó unos ruiditos incoherentes y agarró por reflejo la camisa de Xena, arrimándose más a la guerrera. Esto hizo que Xena sonriera. ¿Cuántas veces me he quedado sentada viéndola dormir? se preguntó. Creo que me podría perder en esa cara. La piel clara de Gabrielle había adquirido un tono luminoso por la débil luz de la luna que caía sobre ellas, como si la luz que la bardo llevaba dentro estuviera intentando salir a la superficie. Xena se quedó varios minutos mirando a Gabrielle mientras dormía hasta que se le ocurrió que ni siquiera sabía dónde estaban.
De mala gana, separó con delicadeza la mano de la bardo de su camisa. Gabrielle murmuró una protesta y frunció el ceño, tratando de volver a agarrarla. La guerrera le estrechó la mano y la besó en la cabeza.
—No pasa nada, amor —susurró Xena—. Tengo que levantarme un momento. Ahora mismo vuelvo —la bardo seguía dormida, pero sonrió un poco y rodeó con un brazo la almohada sobre la que había estado durmiendo la guerrera. Xena se levantó despacio y arropó con cuidado a su compañera.
Se acercó con cautela a la ventana hasta que se dio cuenta de que podía caminar sin problema.
—Gracias a los dioses por eso —dijo por lo bajo. Abrió la ventana, se asomó y vio una luna llena y un cielo despejado lleno de brillantes estrellas parpadeantes. El aire que entraba era frío y vio los restos tenues de nieve en el suelo. ¿Dónde Tártaro estoy? se preguntó. A lo lejos distinguió la silueta del Monte Amaro, cuyos picos cortados destacaban en negro contraste sobre el cielo azul oscuro. El largo cuerpo de la guerrera se estremeció con un escalofrío al permitirse un breve recuerdo de lo que había ocurrido en aquella fortaleza romana.
Sus ojos recorrieron el patio de debajo y decidió que debía de estar en una posada. Se quedó pensando un momento y recordó vagamente la posada, ya que hacía bastante tiempo que no pisaba este lado del Monte Amaro. Volvió a mirar abajo y distinguió apenas una figura solitaria apoyada en la puerta de entrada de la posada. ¿Amazonas? ¿Qué está pasando aquí? Se acercó a la puerta y tiró despacio del picaporte, abriéndola sin hacer ruido. Sacó la cabeza con cautela para mirar el pasillo. Dos amazonas más flanqueaban la puerta, ambas dormidas, sin saber en absoluto que estaban siendo observadas por dos pensativos ojos azules. Xena volvió a la cama y la rodeó hasta llegar al lado donde dormía Gabrielle. Se apoyó en una rodilla para ponerse a la altura de los ojos de la bardo.
—Gabrielle —susurró apenas. La bardo seguía durmiendo apaciblemente y esperó poder enviarle un mensaje subliminal sin tener que llegar a despertarla—. Tengo que ir abajo un rato para descubrir qué está pasando. Volveré en cuanto pueda —volvió a besar la cabeza rubia y se levantó.
Mirando atrás con melancolía, Xena salió por la puerta abierta y pasó en silencio ante las amazonas dormidas. Una antorcha gastada colgaba de un candelabro de pared sobre la escalera, iluminando apenas el camino. Inconscientemente, bajó la mano al costado derecho en un gesto familiar para coger su chakram y entonces recordó que no lo tenía. Callisto. La última vez que Xena vio su chakram fue cuando Callisto se apropió de él en el palacio de César. No puedo creer que me marchara sin recuperarlo , se recriminó a sí misma. Pero tenía que encontrar a Gabrielle. No había tiempo. En malas manos... bueno, lo primero es lo primero.
Xena miró a un lado y otro del pasillo y suspiró en silencio. Maldición. No tengo espada. No tengo chakram. No tengo armadura. Aquí estoy, descalza, con una camisa extraña y sin tener la más mínima idea de cómo he llegado aquí o quién puede haber al final de estas escaleras. Bueno, supongo que no hay más remedio que bajar.
Bajó las escaleras sigilosamente, escalón a escalón, con los sentidos hiperalerta. Oyó un chasquido y se detuvo de golpe, mientras sus sensibles oídos intentaban detectar el origen del ruido. Vale, era el sonido de un fuego. Empezó a moverse de nuevo y llegó al final de las escaleras. Preparada para defenderse, miró por la sala y decidió que estaba sola. Soltó un largo suspiro, dándose cuenta de que había estado aguantando la respiración desde que empezó a bajar las escaleras. Al sentir el frío en el aire, la guerrera se puso un manto de piel que colgaba de una percha de madera en la pared. Se acercó a la puerta de la posada y la abrió despacio, sabiendo que al otro lado había una amazona armada.
Kallerine oyó el ruido del picaporte al girar y se apartó de la puerta. No tenía nada que temer de nadie que estuviera dentro, eso al menos lo sabía. Se puso de pie justo cuando Xena abría la puerta. Unos penetrantes ojos azules se la quedaron mirando un momento y a Kallerine se le puso un nudo en la garganta.
—Mmm, hola, soy Xena —dijo Xena, sin saber si ya conocía de antes a esta amazona en concreto o no. Estúpida, estúpida, más que estúpida, Xena. Es evidente que ya sabe quién eres , se recriminó la guerrera por dentro.
Kallerine se limitó a asentir y alargó el brazo.
—Yo soy Kallerine, a tu servicio y al servicio de la reina.
Xena dudó un momento y luego alargó su propio brazo. A la joven amazona le temblaba ligeramente el brazo cuando Xena se lo estrechó y Kallerine se retorció nerviosa un mechón de pelo castaño claro con la otra mano. Xena la miró directamente a los ojos y sonrió.
—Relájate, no soy un fantasma y no muerdo —se rió suavemente.
Kallerine se relajó visiblemente.
—Yo... sabía que era cierto, pero todavía no lo había visto con mis propios ojos —dijo, con un balbuceo muy poco propio de una amazona.
—Pues sí, estoy viva —replicó Xena—. ¿Puedo quedarme aquí fuera contigo un momento? Tengo muchas preguntas que hacer y parece que tú eres la única que está despierta.
—¿Pero y las...? —empezó a preguntar Kallerine.
—Dormidas —dijo Xena con una sonrisa irónica—. Dile a la regente que tiene que exigir más disciplina a su unidad de guardia.
—Oh —dijo Kallerine sonrojándose—. Se lo diré —y deseó poder dar un buen golpe ella misma a un par de cabezas dormidas. Bueno. Cuando sea mayor , suspiró. Miró a Xena—. Ven, siéntate, por favor —y se sentó y dio unas palmaditas en el sitio que quedaba a su lado sobre el escalón—. ¿Quieres beber algo, cerveza o lo que sea? —le preguntó a la guerrera.
—Algo de agua estaría bien —replicó Xena. Kallerine se descolgó del hombro un odre de agua y se lo pasó. La guerrera bebió un largo trago y se lo devolvió—. Gracias —sonrió Xena—. ¿Estás segura de que eres amazona? Pareces mucho más tranquila que la mayoría de las que he conocido.
—Sí, gr... gracias —contestó Kallerine—. ¿Tenías algo que preguntar?
—Sí —dijo Xena en tono circunspecto—. ¿Cómo he llegado aquí, por qué se han apoderado las amazonas de esta posada y qué Tártaro de día es hoy?
Kallerine la miró titubeante y se lanzó a contar toda la historia, al menos todo lo que le habían contado a ella o había observado. Pasó media marca mientras las dos mujeres hablaban y Xena absorbía cada palabra.
—...y cuando nos enteramos de que César había sido asesinado... —Kallerine estaba empezando a sentir auténtica simpatía por Xena y se sentía honrada de ser la portadora de noticias.
—Espera, para —interrumpió Xena—. ¿Me estás diciendo que César está muerto?
—Sí, a manos de Bruto y otros, por lo que hemos oído —respondió Kallerine.
Bueno, pues no ha aparecido en los Campos Elíseos , reflexionó Xena. Parece que al final no va a conseguir esos seis millones de dinares. A lo mejor puedo dejar de protegerme las espaldas todo el tiempo. O a lo mejor no. No puedo creerlo. He pasado por todo eso, he obligado a Gabrielle a pasar por todo eso, ¿y lo único que tenía que hacer era darle una idea a Bruto? Maldición, maldición, maldición. Levantó la mirada y se dio cuenta de que estaba golpeando en silencio la pared de la posada y que Kallerine tenía una expresión asustada en los ojos.
—Lo siento —se disculpó Xena—. Estaba pensando.
—No pasa nada —dijo Kallerine, con los ojos menos espantados.
Xena dejó de golpear la pared y apoyó los codos en las rodillas dobladas, con la barbilla en las manos. Mmmmm... probablemente lo mejor será que el mundo siga creyendo que la princesa guerrera está muerta, al menos por un tiempo.
—Kallerine, ¿sabe alguien fuera de esta posada que Gabrielle y yo volvemos a estar vivas?
—No —replicó la joven amazona, mordisqueándose el labio inferior.
—Bien, necesito que la cosa siga así. Y en cuanto Gabrielle esté en condiciones de viajar, voy a tener que organizar una partida de reconocimiento para volver a la prisión. Tengo que ver si recupero mi chakram, mi espada y mi armadura. Quiero que tú formes parte de esa partida —afirmó Xena.
—Vale —contestó Kallerine, con evidente orgullo en la voz. Luego puso cara seria y frunció los labios—. Xena, Amarice dijo que cuando estabas luchando en esa prisión romana, tu chakram apareció volando de la nada y te dio en la espalda y luego se... se pa... —se quedó callada, recordando las cosas increíbles que una vez había visto hacer a Xena con la misteriosa arma.
—¿Se qué? —preguntó Xena bruscamente, con los ojos azules abiertos de par en par.
—Se partió en dos y cayó al suelo —farfulló la joven amazona.
Xena sintió que el mundo daba vueltas por un momento y tomó aire con fuerza.
—¿Qué? ¿Se rompió?
—Sí —dijo Kallerine en voz baja.
La consternación era evidente en el rostro de la guerrera. El chakram había sido hecho expresamente para ella. Sólo funcionaba correctamente en sus manos y ella era la única persona a la que regresaba como un bumerán. Tenía la vaga sospecha de que era responsable de al menos parte de su fuerza. El dios de la guerra, Ares, había otorgado muchos dones a la guerrera, todos ellos internos salvo el chakram. Era la única prueba física que la relacionaba con Ares. Roto. No puedo creer que no me partiera en dos. No me extraña que me quedara paralizada. Me pregunto qué ocurrió. De repente, recordó haber visto a Callisto cuando Gabrielle y ella fueron conducidas a las cruces. Me lo debe de haber lanzado Callisto.
Xena se olía que detrás de todo aquello había algo malévolo, algo muy sucio. Aquí había algo más grande que una Callisto inmortal. Recordó que Callisto había intentado hacerla abandonar el camino del guerrero y que se uniera a Gabrielle en el camino del amor, tentándola con promesas de serenidad. Sin duda, Callisto debía de ser un peón para un plan más grande, ¿pero quién o qué había detrás? ¿Ares? Qué va. Ares la quería viva, aunque sólo fuese para intentar que volviera a su lado. Para él era casi un juego y Xena percibía que disfrutaba demasiado de dicho juego para renunciar a él. Además, tenía la medio sospecha de que... Repasó mentalmente los enemigos que se había hecho, hasta quedar agotada. Había tantos, humanos e inmortales. ¿Dahak? Tal vez...
Xena reflexionó un momento sobre eso. ¿Qué podía hacer, incluso si encontraba el chakram? Supongo que tendré que descubrir cómo repararlo. Ni siquiera sé si se puede reparar. ¿Me haría ese favor Ares? Lo dudo. A menos que se me ocurra una forma de engañarlo para que lo haga o de hacerle creer que me lo debe. O a menos que vuelva a su lado, como si eso fuese a pasar jamás.
Hubo un tiempo en que la guerrera sentía la seducción de Ares hirviendo en su sangre. En los últimos cuatro años, a medida que su reputación se iba haciendo por fin cada vez más conocida por sus buenas acciones en lugar de las malas y a medida que iba conociendo la sensación de paz que obtenía cuando luchaba para ayudar a la gente, la seducción se había ido moderando, pasando de la ebullición a una cocción lenta. Y el hecho de estar con Gabrielle, de ver el comportamiento pacífico y cariñoso de la bardo, casi había conseguido que la seducción desapareciera. Siempre sería parte de la guerrera, pero ahora era una parte de ella que estaba totalmente controlada.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos por un tenue lamento que salía de la ventana abierta de arriba. Gabrielle.
—Kallerine, tengo que volver arriba. Mañana hablaremos más —dijo Xena y se levantó de un salto, abrió la puerta, cruzó corriendo la sala y subió las escaleras hasta la habitación donde había dejado a la bardo. Pasó corriendo ante las dos guardias amazonas, ahora bien despiertas y bien sobresaltadas, y cerró la puerta detrás de ella mientras las dos amazonas se miraban la una a la otra y luego a la puerta cerrada.
Gabrielle estaba sentada en la cama, con expresión de terror, y Xena vislumbró las lágrimas que le corrían por las mejillas a la luz de la luna.
—Xena, ¿dónde estabas? Me he despertado y no estabas y me he sentido tan confusa. No conseguía recordar qué era real y qué era lo que había soñado —a la bardo se le quebró la voz y tragó con fuerza, tratando de contener las lágrimas—. Por... por un momento he pensado que seguías muerta.
Xena se sentó y atrajo a la bardo hacia ella, frotándole suavemente la espalda y besándola en la frente, sintiendo un pequeño par de brazos que envolvían su cuerpo más grande.
—Gabrielle, lo siento muchísimo. No debería haberte dejado así. Sólo he ido a averiguar dónde estamos y qué está pasando —dijo Xena en tono tranquilizador.
—¿Dónde estamos? Xena... —Gabrielle estaba temblando.
Xena la abrazó aún más fuerte.
—Estás en un lugar seguro, amor. Yo estoy aquí y no voy a dejar que te pase nada malo. Jamás volveré a dejarte atrás, nunca jamás.
—¿Qué...? —Gabrielle se quedó callada. Todo le resultaba confuso, pero al menos las palabras tranquilizadoras y el abrazo que la sostenía eran muy reales y por un momento se aferró a esa ancla.
—Gabrielle —dijo Xena en voz baja—, esto puede esperar a mañana. Vamos a volver a dormir, ¿vale?
—Vale —la bardo sorbió un poco y luego suspiró y bostezó.
—Un momento —dijo Xena, que se levantó, cruzó la habitación y abrió la puerta. Clavó una mirada amenazadora en las dos guardias amazonas—. ¿Alguna de vosotras me puede prestar su espada, dado que es evidente que no vais a estar despiertas el tiempo suficiente para ver si vais a tener que usarla? —gruñó, sacando la espada de la funda de la amazona que tenía a la derecha. Volvió a entrar en la habitación y cerró la puerta dando un sonoro portazo.
Las dos guardias amazonas se miraron mortificadas. Oh oh. Ahora sí que nos la hemos cargado. Nos hemos quedado dormidas guardando a la reina. Y a Xena. Entonces los dos pares de ojos se abrieron aún más por el estupor. Oh... por... los dioses... están... ¡¡¡vivas!!! De repente, ninguna de las dos guardias creyó que fuese a quedarse dormida otra vez esta noche.
Xena volvió a cruzar la habitación. Hala. Al menos ahora estoy armada , pensó. Contempló el arma un momento, dando vueltas a la empuñadura en la mano unas cuantas veces. No es perfecto, pero servirá. Colocó la espada en el suelo apoyada en el cabecero de la cama y subió de nuevo al blando colchón, acurrucándose contra la espalda de Gabrielle, consciente de que la bardo seguía despierta. Gabrielle se arrimó al estómago de Xena y soltó un suspiro de alivio.
—Te quiero, Xena —dijo la bardo suavemente.
Xena le respondió con un beso en la mejilla y rodeó la cintura de Gabrielle con un brazo. Con el otro brazo, se puso a acariciar la espalda de la bardo, trazando ligeros círculos con la mano. Se colocó bien hasta tener la cara junto a la cabeza de Gabrielle y le susurró palabras tranquilizadoras al oído hasta que oyó que su respiración se hacía más profunda y supo que la bardo se había vuelto a quedar dormida. Arregló las mantas firmemente alrededor de las dos. No te preocupes, Gabrielle. Estoy aquí y nada volverá a separarnos jamás. No lo permitiré. Y por fin Xena se permitió quedarse dormida de nuevo.
Gabrielle se despertó y vio el débil brillo del amanecer por la ventana de una habitación desconocida. Advirtió que unos brazos fuertes le rodeaban la cintura y se volvió a medias para encontrarse con Xena, todavía dormida, acurrucada contra su espalda. La bardo reflexionó un momento sobre esto. Nunca habían dormido así. Poco a poco, empezó a reconstruir lo que había ocurrido el día anterior. Bueno, tampoco hemos muerto nunca juntas , pensó, ni hemos vuelto juntas de entre los muertos. Qué raro era estar de vuelta.
Los Campos Elíseos habían sido... tan apacibles. A Gabrielle le había encantado estar con Xena en aquel lugar. El dolor y la oscuridad de la guerrera habían desaparecido, sustituidos por un asombro infantil ante la belleza que las rodeaba. El deleite de Xena al jugar en los exuberantes prados verdes se hizo aún mayor cuando vio a Marcus, su antiguo amante. Gabrielle recordaba el hermoso canto fúnebre que Xena entonó por él cuando murió y recordaba todo el tiempo que había estado sentada a la orilla de un lago, esperando a que la guerrera regresara de salvar el mundo subterráneo cuando Marcus volvió para pedir la ayuda de Xena. Marcus le contó a Gabrielle la historia de cómo Hades le había permitido entrar en los Campos Elíseos como un favor a Xena, después de que la guerrera recuperara el casco de Hades y se lo devolviera.
Y cuando Xena vio a Lyceus, su hermano, y luego a Solan, la alegría que se veía en los ojos de la guerrera hizo que el corazón de la bardo alzara el vuelo. Xena los abrazó uno tras otro, estrechándolos con fuerza, y luego se quedó mirándolos con una sonrisa resplandeciente en la cara. Gabrielle no había visto a la guerrera tan feliz desde hacía muchísimo tiempo. La bardo se fue a dar un paseo para dejar que la guerrera pasara un rato a solas con ellos.
Mientras Xena estaba en su reunión familiar con Lyceus y Solan, Gabrielle tuvo su propia reunión con Pérdicas. Fue un momento lleno de alegría y pudieron decirse todo lo que había habido en su corazón cuando se separaron. Ella por fin se dio cuenta de que había seguido adelante y ya no estaba enamorada de Pérdicas. Sentía por él un amor fraternal más que otra cosa y hablaron de ello y todo quedó en orden.
—Gabrielle, tú y yo no estábamos destinados a estar juntos. Sí, habríamos sido felices, pero no estaríamos completos —dijo Pérdicas.
—Pero Pérdicas, yo estaba dispuesta a asentarme, dispuesta a ser tu mujer. Era lo que se esperaba de mí y sí que te quería —protestó ella.
Pérdicas le sonrió y dijo:
—Gabrielle, eres capaz de querer a mucha gente, pero hacer lo que se espera de ti y seguir lo que te dicta tu corazón son dos cosas completamente distintas. Seguiste los dictados de tu corazón cuando te marchaste de Potedaia hace cuatro años, a pesar de lo que se esperaba de ti. Cuando volviste y te casaste conmigo, no estabas siguiendo en absoluto lo que te decía el corazón. Ahora me doy cuenta. También tú deberías darte cuenta. Confía en ti misma. Tú sabes lo que es mejor para ti. Mira en tu interior y entonces verás quién tiene de verdad tu corazón.
Ephiny y Solari, que habían estado escuchando en silencio, ocultas, aparecieron de repente, sonriéndole y asintiendo ante lo que había dicho Pérdicas.
—¡Ephiny! ¡Solari! ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Por qué no estáis en la tierra de los muertos de las amazonas? Ahora que lo pienso, ¿por qué no estoy yo en la tierra de los muertos de las amazonas?
—Gabrielle —Solari la abrazó—. Las personas que se han conocido y querido en vida se pueden mover por los mundos subterráneos para verse, si los dioses lo permiten. Artemisa nos ha permitido a Ephiny y a mí venir a visitarte y tú también puedes venir a vernos de vez en cuando.
—Sí —Ephiny también dio un abrazo a la bardo y un beso suave en la mejilla—. En cuanto a por qué estás en los Campos Elíseos en lugar de en la tierra de los muertos de las amazonas, pues deberías haber visto la pelea que tuvieron Hades y Artemisa para ver quién se quedaba contigo. No fue agradable. Hacía tiempo que en el Monte Olimpo no se veía tanto fuego ni volaban tantas flechas. Por fin tuvo que intervenir el propio Zeus. Y Afrodita.
—¿Afrodita? —dijo la bardo algo confusa—. ¿Por qué Afrodita?
—La diosa del amor dijo que el amor verdadero debería primar sobre la posición y el honor de una amazona.
—¿Qué? —Gabrielle parecía aún más confusa.
—Piensa en todo lo que has hecho, en dónde has estado y por qué —continuó Ephiny—. Gabrielle, si te hubieras quedado en Potedaia, jamás te habrías convertido en reina de las amazonas y nunca nos habríamos conocido. Has tenido una vida estupenda, amiga mía. Una muchacha sencilla de Potedaia que se convirtió en reina amazona, en una bardo famosa, en una guerrera competente y que tuvo un papel bien importante a la hora de amansar a Xena, la Destructora de Naciones. Eso está íntimamente relacionado con la guardiana de tu corazón. Incluso aquí en los Campos, tu amor seguirá creciendo. Ve con ella, Gabrielle, ella es la razón de que seas quien eres.
Xena, la guardiana de su corazón. Sabía a quién se referían y que estaban en lo cierto. Supongo que sí que tiene mi corazón. Y una vez me dijo que yo soy su corazón.
Gabrielle se despidió, diciéndoles que se reuniría con ellas más tarde, sin darse cuenta de que en realidad estaba diciendo adiós de nuevo. Quería estar sola para pensar en lo que habían dicho. Eligió un sendero que seguía el borde de una colina verde y bajaba hasta la orilla de un riachuelo. Se sentó junto al río, cruzó las piernas y tiró guijarros al agua, contemplando los círculos concéntricos que creaban, recordando haber estado sentada junto a un lago en una ocasión con Xena y haber recibido una lección sobre el hecho de que el lago había cambiado para siempre sólo por haber lanzado una sola piedra al agua.
Bueno, lo cierto era que recordaba muy bien una gran piedra que se había estrellado contra su corazón en un camino fuera de Potedaia hacía cuatro años. Una piedra de largo pelo negro y los ojos más azules que había visto jamás, llenos de fuego, pasión, valor y aventuras. Eso... había cambiado claramente su vida para siempre. Cuánto me alegro de haberle dicho que me salvó. Que ella fue la única que vio en mí cosas que nadie más veía. Sonrió al pensar en Xena, levantó la mirada y vio al objeto de sus pensamientos caminando hacia ella por la orilla. Sus ojos se encontraron y sus caras se iluminaron con unas sonrisas involuntarias de oreja a oreja. Gabrielle se levantó y agitó la mano saludando a la guerrera y Xena recorrió el resto del camino casi dando brincos, plantando impetuosamente un beso en la frente de la bardo antes de pasarle un brazo por los hombros.
Pasearon por la orilla del río en agradable silencio hasta que llegaron a un remanso profundo alimentado por un cascada muy alta. Xena sostuvo a la bardo entre sus brazos cuando se sentaron apoyadas en un sauce llorón, contemplando los pequeños arco iris en la espuma creada por el agua al estrellarse en las rocas de debajo. Gabrielle se sentó apoyada en el pecho de la guerrera, flanqueada por las piernas dobladas de Xena, y ésta colocó la barbilla encima de la cabeza de la bardo. Gabrielle puso los brazos encima de los fuertes brazos que le rodeaban la cintura y se dio cuenta de que era más feliz que nunca. Se podría haber quedado así sentada para siempre. Dio vueltas en la cabeza a lo que había dicho Pérdicas, acomodada en los brazos de la que tenía su corazón, la que siempre tendría su corazón. ¿Xena siente lo mismo?
—Xena, ¿qué tal ha sido ver a Marcus? —preguntó Gabrielle.
—Oh, Gabrielle, ha sido maravilloso —respondió la guerrera, acariciando distraída con el pulgar los finos pelos del brazo de la bardo.
—¿Estás... estás... mmm... enamorada todavía de él? —preguntó, temerosa de la respuesta.
—Le quiero —dijo Xena titubeando—, y él me quiere a mí. Pero Gabrielle, no estamos enamorados. No creo que lo estuviéramos nunca. Es distinto. Han pasado muchas cosas desde que Marcus murió. Creo que ahora estoy unida a otra persona. Alguien que me conoce mejor que nadie. Alguien que renunció a su familia y finalmente a su vida por mí. Alguien que sigue siendo mi corazón —terminó Xena, estrechando un poco más a Gabrielle contra ella.
—Oh —dijo Gabrielle y se volvió para ver unos cálidos ojos azules que creyó que la iban a atravesar de parte a parte. La bardo tocó la cara de Xena y le sonrió, estremeciéndose un poco cuando Xena le cogió la mano, volviendo la cara para besar la palma de Gabrielle.
No dijeron nada más, mientras disfrutaban del bienestar de lo que ambas eran todavía demasiado tímidas para decir. Estamos enamoradas la una de la otra. Y tenemos toda la eternidad en este hermoso lugar para disfrutar de ello. La bardo se sentía encantada.