16 de marzo ii

Eli salva a la mas joven de sus amigas, pero no sabe si podra salvar a la otra.

El 16 de marzo

Linda Crist

Joxer corrió por el camino nevado durante aproximadamente un kilómetro y medio antes de darse cuenta de que casi se había puesto el sol. Tenía que tomar una decisión. Acampar o seguir viajando en la oscuridad para encontrar a Eli. Se sentía tan... solo. A decir verdad, a pesar de lo mucho que se jactaba de ser un guerrero, en el fondo de su corazón sabía que las únicas ocasiones en que había tenido aventuras de verdad habían sido cuando estaba con Xena y Gabrielle. Ahora se habían ido y se preguntaba si alguna vez volvería a vivir una aventura. De hecho, se preguntaba qué le pasaría al no tener a Xena para salvarlo cuando se metiera en problemas, cosa que, se reconoció irónicamente a sí mismo, le ocurría con frecuencia.

¿Qué haría Xena en esta situación? Pensó en todas las veces que Xena había renunciado al sueño y la comida para rescatarlos a él o a Gabrielle o a cualquier otra persona que la hubiera necesitado. La oscuridad le daba miedo, pero por una vez Xena lo necesitaba a él. Vale, Xena, por todo lo que has hecho por mí, espero poder hacer acopio de una pequeña parte de tu valor y fuerza para superar esta noche. Decidió seguir adelante. Si lo que Amarice decía era cierto, cuanto antes encontrara a Eli, mejor.

Decidió mantenerse pegado al borde del camino enfangado. Era casi imposible ocultar sus huellas en la nieve, pero tal vez en las sombras cercanas a los árboles sus pisadas serían menos llamativas. Sabía que había soldados romanos en el camino. Soldados romanos que no tenían a nadie que los dirigiera y que contaban con mucha energía acumulada. Antes de encontrar a Amarice ya había tenido que ponerse a cubierto varias veces para esconderse de ellos mientras pasaban. Era posible que no lo molestaran, pero no quería correr ningún riesgo. Si mantenía los ojos y los oídos abiertos, tal vez incluso en la oscuridad podría esconderse de los soldados antes de que lo vieran.

Se ciñó mejor las correas de su mochila y se arrebujó en su manto, intentando protegerse del frío creciente. Al principio se mantuvo al borde del camino, pero a medida que aumentaba la oscuridad se trasladó a la hilera de árboles, esquivando las ramas bajas desnudas por el invierno e intentando moverse tan sigilosamente como había observado hacer a Xena en muchas ocasiones. ¿Cómo lo hacía? Xena se movía tan silenciosa como una pantera y podía acercarse furtivamente a prácticamente cualquier persona o cosa. Joxer se sobresaltaba por cualquier sombra, cualquier grito de lechuza, cualquier ruido deslizante que oía. La mitad de las veces se daba cuenta avergonzado de que los ruidos que oía eran sus propios pies torpes al quebrar ramitas y remover hojas secas. La verdad es que soy un auténtico cobarde , francamente, se reprochó a sí mismo. Xena nunca habría tenido miedo de la música nocturna, como la llamaba Gabrielle, a su estilo bárdico.

Gabrielle. Sonrió al recordar el día en que debido a las errantes flechas robadas del travieso Eros, hijo de Cupido, Gabrielle se había enamorado de él. De él. Ella se echó a reír cuando se solucionó el hechizo de las flechas, sin darse cuenta de lo mucho que le dolió a él, aunque en los ojos de Xena vio que la guerrera comprendía su dolor. Con todo, a partir de aquel día supo que estaba enamorado de Gabrielle. Con la misma certeza, supo que su amor jamás sería correspondido.

Se había consolado viajando con la bardo y la guerrera, dispuesto a aprender todo lo posible y a vivir todas las aventuras que pudiera gracias a eso. Además, lo cierto era que no tenía nada mejor que hacer. Y admitía que las seguía para continuar cerca de Gabrielle, satisfecho simplemente con estar en su presencia y contemplar la elegante belleza de sus movimientos cuando ella no miraba. Antes de que Gabrielle renunciara a la lucha, su habilidad con la vara de combate amazónica había sido pura poesía en movimiento. Joxer había practicado el arte de la espada y de la vara cuando estaba solo, pero no conseguía dominar los movimientos que Xena y Gabrielle habían perfeccionado tras horas de entrenamiento.

Joxer dedicaba a la bardo toda la atención que podía y que ella toleraba, pero con frecuencia daba la impresión de que ella no hacía caso o ni siquiera se daba cuenta de su afecto. Era extraño, reflexionó Joxer, pero Gabrielle no parecía hacer jamás el menor caso a los hombres que se encontraban en sus viajes, por lo menos en el sentido romántico. Sabía lo de Pérdicas, el marido muerto de Gabrielle, y se preguntaba si tras la desolación de perder a Pérdicas, Gabrielle se había negado a correr el riesgo de volver a sufrir de esa manera. Una vez le preguntó a Xena si Gabrielle había amado a algún hombre aparte de Pérdicas y la guerrera le echó una mirada misteriosa y divertida. Luego le contó unas cuantas historias sobre algunos de los hombres que le habían gustado a Gabrielle durante los primeros tiempos de sus viajes juntas. Irónicamente, casi todos esos hombres ahora estaban muertos.

Joxer sabía que en la vida de Xena no había habido mucho romance, por no decir nada, desde que la conocía. Pensó que a medida que pasaba el tiempo, parecía que Gabrielle y Xena se habían convertido la una para la otra en el eje central de sus vidas, especialmente cuando volvieron de la India. A partir de entonces, Xena y Gabrielle parecían absortas la una en la otra. Las miradas silenciosas, las pequeñas caricias, las bromas privadas no habían pasado desapercibidas a los ojos de Joxer. No era posible negar que la relación de las dos mujeres iba más allá de la mera amistad. Pero no era fácil saber hasta dónde llegaba. Ni siquiera estaba seguro de que fueran conscientes de la química que había entre ellas y que era tan evidente para él. A veces se sentía muy solo en su presencia, casi como si estuviera invadiendo algo personal y privado.

Pasaron varias marcas y Joxer empezaba a sentirse cansado y hambriento. Tenía los ojos irritados de observar constantemente la oscuridad que tenía delante, intentando esquivar obstáculos y mantenerse alerta ante cualquier peligro. Oyó un chisporroteo y se detuvo, con la frente cubierta de un ligero sudor de miedo. El ruido procedía del bosque a su derecha. Ahora también detectaba el olor a madera quemada. Ah, una hoguera. También percibió el delicado aroma a carne asada y el estómago le dio un vuelco, rugiendo audiblemente. Se debatió entre la huida silenciosa y el creciente agotamiento que sentía. La necesidad de su cuerpo de descanso y alimento acabó imponiéndose y decidió acercarse con sigilo para ver quién era. Tal vez fuese alguien amable. Tal vez compartiera lo que tenía.

Con el mayor sigilo posible, se acercó hacia el ruido hasta situarse detrás de un gran peñasco debajo de un afloramiento de rocas que sobresalía de la ladera de una pequeña colina. Se agazapó y miró al otro lado del peñasco. Había varias personas sentadas alrededor de la hoguera, sin hablar, simplemente mirándola. Algunos parecían estar comiendo los restos de una comida. Otros estaban dormidos envueltos en diversas mantas y pieles, todos ellos cerca del calor de la acogedora hoguera.

Un hombre de largo pelo oscuro estaba sentado aparte del resto del grupo en un tronco, dando la espalda al peñasco. Ante la sorpresa de Joxer, el hombre dijo:

—Sal de detrás de la roca. No te vamos a hacer daño.

Joxer no hizo el menor ruido y siguió oculto en las sombras, examinando al grupo más atentamente, y se dio cuenta de que ninguno de ellos parecía llevar un arma. ¿Qué clase de gente acampa de noche sin armas, especialmente teniendo en cuenta todo lo que ha pasado hoy? Recordó que Gabrielle había hablado de las enseñanzas de Eli sobre la no violencia. Miró más atentamente al hombre sentado en el tronco y vio que tenía barba. Gabrielle le había dicho que Eli tenía el pelo largo y oscuro y barba.

Joxer salió con cautela de detrás del peñasco, con la mano sobre la empuñadura de la espada.

—¿Eli? —preguntó vacilante, preparado para salir corriendo de ser necesario.

—Sí, soy yo —dijo el hombre y se volvió para mirar a Joxer. Sus ojos relucían al débil resplandor de la fogata e incluso en la penumbra su cara irradiaba paz.

Joxer apartó la mano de la empuñadura de la espada y se relajó, acercándose a donde estaba sentado Eli.

—Soy Joxer, un amigo de Xena y Gabrielle —dijo. O era amigo de Xena y Gabrielle , pensó en silencio.

Eli se levantó rápidamente del tronco y se acercó, extendiendo el brazo, que Joxer le estrechó.

—Cualquier amigo de Gabrielle es amigo mío —replicó Eli—. Por favor, siéntate con nosotros. ¿Has comido? Puedes compartir lo que tenemos —Eli hizo un gesto señalando el tronco para que Joxer se sentara.

Joxer dejó caer su mochila y se sentó cansinamente con un suspiro. Uno de los hombres se levantó del otro lado de la hoguera, sirvió un guiso en un plato y se acercó para dárselo a Joxer. Éste aceptó el plato que le ofrecían sin decir nada y se puso a comer, sin saborear la comida, movido sólo por el convencimiento de que tenía hambre y necesitaba la fuerza que le daría el alimento.

—¿Te envía Xena? —preguntó Eli.

Joxer se quedó mirando su plato y dijo en voz baja:

—No, me envía Amarice.

—¿Amarice? —Eli se había preguntado qué había sido de la alta amazona pelirroja. Había desaparecido justo después de que escaparan de la fortaleza romana. No había comprendido en absoluto el camino que seguían Gabrielle y él mismo. ¿Por qué iba a buscarlo, a menos que...?—. ¿Dónde están Xena y Gabrielle? —preguntó Eli con evidente preocupación en el tono.

Joxer se volvió para mirarlo y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Eli lo miró un momento, tratando de interpretar el silencio. Algo va muy mal. Lo había notado todo el día. Después de huir de la prisión romana y de que Amarice hubiera desaparecido, Xena y Gabrielle no se habían presentado. Seguía esperando a que se reunieran con él, especialmente después de todo lo que habían pasado juntos. Gabrielle y él habían tenido muy poco tiempo para ponerse al día y la bardo estaba llena de preguntas y anécdotas. Tenía que reconocer que le encantaba escucharla tanto como le encantaba instruirla. Tenerla cerca era una alegría.

Cuando no aparecieron, había tenido la esperanza de que simplemente hubieran decidido que tenían otros sitios a los que acudir, especialmente porque en el camino habían oído los rumores sobre el asesinato de César. Había seguido esperando que no les hubiera pasado nada malo, pero no había conseguido desechar la sensación de inquietud que le llenaba el estómago.

—Joxer, dime, ¿dónde están Xena y Gabrielle? ¿Es que...?

—Xena y Gabrielle están muertas —dijo Joxer a duras penas.

Eli cerró los ojos un momento y no dijo nada en absoluto. Gabrielle. Estabas empezando a encontrar tu camino. Cuánto siento que tu viaje de autodescubrimiento haya sido tan corto. ¿Ha sido el camino de Xena, el camino del guerrero, tu ruina final, hija? Espero que ahora estés a salvo en los brazos amorosos de Abba, amiga mía, espero que por fin hayas encontrado el camino final de la paz y el amor.

Eli se acercó inconscientemente a Joxer y lo miró con los ojos relucientes. Puso la mano en el hombro de Joxer con un gesto de consuelo y tragó varias veces, buscando las palabras adecuadas.

—Joxer, tú las querías mucho, ¿verdad? —el avatar estudió la cara de Joxer buscando la confirmación y la encontró en la expresión atormentada y triste con que lo miraba.

—Yo... yo quería ser como Xena —dijo Joxer titubeando—. Me esforcé mucho por aprenderlo todo sobre cómo luchar, cómo ser noble, cómo tener valor.

—Has demostrado una gran nobleza y valor al venir a buscarme —le dijo Eli, decidiendo no comentar lo de la lucha, al menos por ahora. Se daba cuenta de que el desolado hombre tenía más que decir.

—Gabrielle —empezó Joxer y luego se detuvo y se le vino abajo la expresión—. Estaba enamorado de ella —terminó en un susurro.

Ahhh, la hermosa bardo se ganó otro corazón , pensó Eli. También tiene el mío , pensó con tristeza, aunque a otro nivel. Y la guerrera, ella también entregó su corazón a Gabrielle. Un corazón tan complicado y misterioso y sí, roto, que es un milagro que se lo pudiera entregar a nadie. Xena era una persona muy privada y Eli sabía que sólo había arañado la superficie en la tarea de llegar a conocerla. Le había impresionado su instinto protector hacia Gabrielle y por fin se dio cuenta de que era porque en muchos sentidos, la guerrera necesitaba a la bardo mucho más de lo que Gabrielle necesitaba a Xena. Gabrielle hacía amigos y ganaba corazones fuera a donde fuese. Xena no tenía esa suerte y Eli se daba cuenta de que al haber obtenido el cariño y la confianza de la bardo, no era probable que la guerrera renunciara a ello sin presentar batalla. De hecho, esta misma mañana temprano, la guerrera había cruzado Grecia a toda velocidad para intentar rescatar a Gabrielle y a todos los demás de esa prisión, incluso sabiendo que iba derecha al lugar de la visión que tanto temía. Así que la visión debe de haberse hecho realidad.

—Joxer, por favor, cuéntame lo que ha pasado —pidió el avatar en voz baja.

Joxer consiguió contarle toda la historia a Eli, al menos todo lo que él sabía, y por fin dijo:

—Amarice me ha enviado a buscarte. Ha dicho que tú tal vez podrías... eeeh... bueno... ha dicho que te había visto... —se quedó callado. ¿A que parezco un tonto redomado? terminó en silencio por dentro.

—¿Curar a un hombre que no podía caminar? —Eli acabó la frase por él.

—Sí —dijo Joxer con alivio—. Parecía creer que podrías... ayudar también en este caso —la mirada de Eli atravesó a Joxer y a pesar del calor del fuego, Joxer se estremeció. Esos ojos. Esa serenidad total. Había visto esa expresión en la cara de Gabrielle. Pensativo, preguntó—: ¿Puedes? Ayudar, me refiero.

Eli le apretó el hombro a Joxer ligeramente. Los propios ojos de Eli se llenaron ahora de lágrimas.

—Joxer, no lo sé. Abba me ha hecho el honor de ser su receptáculo para ayudar a muchos necesitados, tanto física como espiritualmente. Sin embargo, esto supera el campo de mi experiencia. Ven, por favor, vamos a acomodarte para pasar la noche. Yo pasaré el resto de la noche ayunando y meditando. Mañana iré a la posada y veré lo que depara Abba.

Uno de los discípulos de Eli encontró una manta de sobra para Joxer y otros reorganizaron sus propios petates para hacerle sitio junto al fuego. Joxer agradecía poder dormir al abrigo del viento junto al gran peñasco y por fin notó que el frío abandonaba su cuerpo gracias a la cálida fogata que tenía delante.

—Gracias —dijo escuetamente al hombre que le había traído la manta. Dejó la espada a su lado como le había enseñado Xena y cerró los ojos cansados, deseando sumirse en el sueño. Las imágenes de los dos cadáveres de sus amigas acudían a su mente sin parar, lo cual le imposibilitó dormir durante largo rato.

En cuanto a Eli, se dirigió al otro lado del peñasco y se sentó en el suelo blando, apoyando la espalda en la fría piedra. Contempló la luna llena y las estrellas parpadeantes. Sabía que a Gabrielle y a Xena les encantaba mirar las estrellas. Tal vez ahora estuvieran entre las estrellas, emitiendo su propia luz mágica. Tal vez ahora mismo lo estuvieran contemplando. Cerró los ojos y se vació. Abba, ¿puedo hacer algo en este caso? ¿Cuál es tu voluntad? Notó que lo invadía una sensación de paz. No sabía exactamente lo que acabaría revelándole Abba, sólo que debía ir a la posada y aguardar nuevas instrucciones.

Junto al fuego, Joxer se sumió en un sueño inquieto, a pesar de sí mismo. Había sido un día muy largo y triste. Gabrielle... muerta. Los sueños de Joxer estuvieron poblados por los hermosos ojos verdes y el bonito pelo rubio y corto que temía no volver a ver jamás. La sonriente cara bronceada de la bardo no dejaba de transformarse en los rasgos pálidos y magullados que Joxer había visto en la parte de atrás del carro en el camino. Junto al peñasco, un par de ojos relucientes siguieron contemplando pensativos las estrellas. Esta noche Eli no dormiría en absoluto.

Joxer se despertó despacio y se encontró totalmente cubierto por la manta. Sus sueños torturados sobre Gabrielle se habían convertido en pesadillas de imágenes difusas y violentas. Le dolían todos los músculos del cuerpo por dormir en el suelo frío y duro. La manta era mal colchón y estaba acostumbrado a las pieles más gruesas sobre las que dormía durante sus viajes con Xena y Gabrielle. Al despertarse del todo y atisbar desde debajo de la manta, se dio cuenta de que no todo había sido una pesadilla. Estaba de verdad acampado junto al fuego con los discípulos de Eli. Joxer suspiró. Eso quería decir que Xena y Gabrielle estaban muertas de verdad. Ésa, al menos, era la cruda realidad y no parte de los horribles sueños, como había esperado.

Amaneció y Eli despertó al resto del grupo. Decidió que debían recoger deprisa el campamento y comer por el camino, sin molestarse en avivar el fuego y tratar de cocinar algo. Eli quería llegar a la posada lo más pronto posible. Se repartieron raciones de campaña y el pequeño y desamparado grupo emprendió la marcha de vuelta por el camino que llevaba al Monte Amaro. El aire estaba helado, pero al salir el sol, la nieve del día anterior había empezado a derretirse, haciendo que el camino estuviera algo embarrado en algunos tramos. El grupo avanzaba en silencio, comiendo las raciones e intentando protegerse la cara de las ráfagas de viento. Joxer y Eli caminaban detrás del resto del grupo.

—¿Y qué va a pasar ahora? —preguntó titubeante Joxer a Eli, bajando la cabeza para guarecerse del frío al tiempo que se volvía para hablar con el hombre barbudo.

Eli miraba al frente, con las manos recogidas a la espalda.

—No lo sé —contestó por fin con franqueza tras un largo silencio—. Abba todavía no me lo ha aclarado. Sólo sé que debo ir a la posada. Tendremos que aguardar nuevas instrucciones hasta que lleguemos allí.

Siguieron caminando en silencio, los dos sumidos en sus pensamientos, ajenos al hecho de que los pájaros habían dejado de cantar y que un silencio ominoso se había apoderado del bosque que los rodeaba. Joxer oyó un crujido de hojas secas seguido de un ligero roce y un ruido metálico que salían del bosque detrás de él, el ruido de una espada al ser desenvainada, y se giró cuando un solo soldado romano salió de un salto de detrás de un arbusto, blandiendo un sable de un solo filo. Joxer sacó su propia espada y gritó a sus compañeros desarmados:

—¡Corred! ¡Escondeos en el bosque!

Eli guió rápidamente a los demás hacia los árboles mientras Joxer emprendía un combate a espada con el soldado. Los fuertes choques metálicos reverberaban detrás de él. Levantó la mirada y vio una cueva en la cumbre de unas colinas rocosas que estaban justo pasados los árboles.

—Escondeos en esa cueva hasta que venga a buscaros —susurró con fuerza. El grupo se dirigió a la cueva y Eli se detuvo y se ocultó detrás de un árbol para esperar a Joxer.

Cuando se estaba agazapando, oyó el ruido de metal cayendo al suelo y de repente los ruidos de las estocadas se detuvieron. Atisbó desde detrás del árbol y vio a Joxer tendido boca arriba, con la espada en el suelo a varios metros de distancia, y el soldado de pie sobre él con el sable alzado por encima de la cabeza. Con un ruido nauseabundo, el soldado hundió el arma en el pecho de Joxer y éste soltó un grito y luego se quedó inmóvil. Eli vio que le corría la sangre por el costado, acumulándose en el fango blando del camino. El soldado se agachó y dio la vuelta a Joxer, tirando de las correas de cuero para quitarle la mochila. Luego se acercó a la espada caída y la recogió, la alzó pensativo un momento y luego se la colgó de una correa de su armadura. El soldado miró rápidamente por todas partes y se alejó en la dirección opuesta a Eli.

Eli esperó unos minutos y luego se acercó con cautela al cuerpo de Joxer. Fuiste un estupendo amigo para Gabrielle y la guerrera, y también para mí , le dijo en silencio a Joxer. Se arrodilló y cubrió a Joxer con el manto que había llevado. Eli se dio cuenta de que la distracción de Joxer era probablemente el acto más valeroso que había realizado en su vida, al dar a Eli y a los demás la oportunidad de escapar sin sufrir daño. Sabía por cosas que le había contado Gabrielle que Joxer no tenía más familia real que su malvado hermano gemelo, Jett, ya que su padre estaba en la cárcel. Eli sacó a rastras del camino el cuerpo de Joxer hasta colocarlo detrás de un árbol.

El avatar volvió a la cueva donde esperaban sus discípulos. Les dijo dónde estaba Joxer y les encargó que enterraran su cuerpo, temeroso de que el humo de una pira funeraria llamara la atención de algún indeseable. Luego tomó una rápida decisión. Sus seguidores estarían mucho mejor ocultos a salvo y él llegaría antes a la posada si no tenía que estar pendiente de todos ellos. Se dirigió a ellos:

—Quedaos aquí escondidos durante un tiempo. Si dentro de dos días no habéis tenido noticias mías, volved a Atenas y esperadme. Tened cuidado. Que Abba os acompañe —con eso, Eli siguió solo hacia la posada con una renovada sensación de urgencia.

Y así, en la muerte, Joxer por fin vio cumplido su mayor sueño de convertirse en un auténtico guerrero.

Amarice se apartó de Chilapa, salió corriendo de la habitación y bajó las escaleras de dos en dos. Sin aliento, salió corriendo por la puerta y bajó los escalones de la posada. En el camino distinguió la figura de Eli que acababa de pasar la colina, con la silueta de su largo pelo oscuro recortada contra el sol. Echó a correr y cuando llegó a él por fin cayó de rodillas en la tierra ante él y le tomó una mano entre las suyas. Mientras las lágrimas le corrían por la cara, levantó los ojos hacia él y le rogó:

—Por favor, ayúdalas.

Eli la levantó y la sujetó con los brazos estirados, mirándola profundamente a los ojos.

—Amarice, no lo sé —dijo el alto hombre barbudo con tristeza—. He curado personas, sí, pero eran personas vivas. No sé qué puedo hacer por los muertos. Cuéntamelo todo sobre cómo murieron. Necesito saber dónde tenían el corazón en el momento de su muerte.

Amarice se estremeció, recordando la última defensa desesperada de Gabrielle contra los soldados en su intento inútil de salvar a Xena. ¿Qué pensaría Eli de eso? Titubeando, Amarice volvió a coger la mano de Eli y echaron a andar hacia la posada. Cuando llegaron a la puerta, lo llevó arriba hasta la habitación donde yacían los cuerpos de las dos mujeres, sin hacer caso de las miradas disimuladas de las amazonas que les iban dejando paso por la posada.

Cuando Eli entró en la habitación se acercó a la cama y se quedó al pie. A pesar de sus cuerpos magullados, las mujeres parecían... en paz. Cerró los ojos largo rato, colocando las manos juntas frente al pecho, moviendo los labios en una meditación silenciosa. Al cabo de un buen rato, volvió a abrir los ojos.

—Creo que están juntas —dijo. Y al menos en el caso de Gabrielle, no creo que fuese aún su hora , añadió en silencio. Se acercó al lado de la cama donde yacía Xena y le tocó ligeramente la cabeza morena con la punta de los dedos.

A Gabrielle siempre la podía interpretar muy bien. Era abierta, franca y motivada por el amor, ignorando en muchas ocasiones lo que le decía la cabeza y siguiendo imprudentemente lo que le decía el corazón. La princesa guerrera era mucho más difícil de captar, toda ella reflejos rápidos, sombras y expresiones severas. No comprendía su camino, "el camino del guerrero", como lo llamaba ella. Xena no dudaba en matar, algo que Eli no podía entender. Sin embargo, tenía que reconocer que ayer los había salvado a él y a sus discípulos de una muerte segura en aquella prisión.

—Ahora —dijo, acercándose a la chimenea y sentándose en el hogar, haciéndole un gesto a Amarice para que se uniera a él—, cuéntamelo todo.

—Creo que para eso necesito un vaso de cerveza —contestó Amarice y miró a Rebina, que había estado haciendo guardia y no había podido resistirse a colocarse dentro de la puerta para escuchar. Bajo la mirada inflexible de Amarice, Rebina desapareció inmediatamente de la habitación, regresando poco después con una jarra de cerveza para Amarice y una jarra de sidra para Eli. Amarice le hizo un gesto de agradecimiento y se llevó la jarra a los labios, con la mano temblorosa mientras tomaba un largo sorbo. Tragó y miró a los ojos pacientes de Eli por encima del borde de su jarra.

De repente a Amarice se le ocurrió algo.

—Eli, ¿dónde está Joxer? —preguntó. Casi se había olvidado del inadaptado compañero de Xena y Gabrielle.

—Joxer murió combatiendo con un soldado romano —dijo Eli con tristeza. Más violencia por mi causa , admitió en silencio el avatar.

—Oh, siento oír eso —dijo Amarice sin darle mucha importancia. La verdad era que no conocía muy bien a Joxer y siempre le había dado la impresión de ser un cobarde descoordinado, un fallido imitador de Xena. Bueno, el mundo de los guerreros está lleno de sorpresas en los últimos tiempos , pensó Amarice con ironía, echando una mirada al cuerpo de Gabrielle y recordando su valiente combate en defensa de Xena. Vio las heridas de la crucifixión y volvió con un sobresalto al tema del momento.

—Eli —dijo despacio—, antes de contarte lo que pasó, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Pues claro —respondió el amable hombre.

—Eli, sé que enseñas el camino de la paz absoluta, ¿verdad? —preguntó ella.

—Sí, creo que el único modo de romper el ciclo de la violencia y el odio en el mundo es a través del amor y el perdón —replicó él, preguntándose a dónde quería ir a parar con eso.

Amarice continuó:

—¿Te acuerdas del prado cuando te pregunté que si alguien amenazara a tu madre, lucharías para salvarla? No tuviste ocasión de responderme. Ahora necesito una respuesta —terminó.

—¿Por qué? —la miró atentamente a la cara.

—Por favor, respóndeme primero —le rogó ella.

Eli se levantó y se paseó por la habitación.

—Amarice, no, jamás podría usar la violencia contra otra persona por mí mismo, especialmente para matarla, aunque eso supusiera sacrificar a alguien a quien quiero —respondió por fin.

—Pero Eli, ¿y si alguien que ha seguido tu camino de la luz usa la violencia para salvar a alguien a quien quiere? ¿Se puede justificar alguna vez la violencia en el caso de alguien que haya elegido seguir tu camino? —preguntó ella.

—No lo sé —dijo él mirando por la ventana—. Abba ve nuestro corazón y conoce nuestros motivos. Yo no puedo juzgar a los demás. Eso es algo que corresponde a Abba decidir —se daba cuenta del por qué de estas preguntas y se acercó despacio al cuerpo inerte de Gabrielle. Le cogió la mano fría y la atravesó con la mirada, sin ver. Conocía la gran devoción de Gabrielle por la princesa guerrera, sabía que Nayima les había dicho que eran almas gemelas eternas, que habían recorrido el mismo camino en vidas anteriores, que estaban destinadas a viajar juntas en esta vida, que estarían juntas en vidas futuras. Tanta oscuridad mezclada con tanta luz, ramales gemelos del mismo río que desembocaba en el mismo mar.

—Amarice —la miró con los ojos llenos de dolor—, ¿abandonó Gabrielle el camino de la luz en esa fortaleza? ¿Volvió a tomar la vara?

Si sólo fuese la vara , pensó Amarice gravemente.

—No, Eli, tomó la espada —dijo en tono tajante.

—¿Y mató? —preguntó él en voz baja.

—Sí —replicó Amarice enfáticamente.

—¿A cuántos? —susurró él a duras penas.

—A siete u ocho —dijo ella, atizando el fuego de la chimenea con un palo.

—Ya —dijo él distraído, volviéndose hacia Gabrielle y mirando el rostro amable y apacible que tenía delante. Le dolía el corazón, pero no conseguía imaginar que la bondadosa mujer matara sin razones de enorme peso, aunque la imagen de Gabrielle blandiendo la espada casi le resultaba inconcebible—. ¿Qué ocurrió? —se volvió a Amarice, con la voz temblorosa.

—Había tantos soldados... Xena estaba herida... no se podía levantar... un soldado iba a matarla... Gabrielle le tiró una lanza y lo alcanzó... venían más soldados contra ellas y Xena estaba allí tirada indefensa... cuando me quise dar cuenta, Gabrielle se volvió como loca... —las palabras le salían atropelladas y Amarice cruzó la habitación, se arrodilló y agarró el borde de la túnica de Eli—. Eli, fue horrible. Creo... no, sé que Gabrielle sólo habría tomado la espada para salvar a Xena. Jamás la habría tomado sólo para salvarse a sí misma —terminó Amarice.

Nunca necesitó hacerlo , se dijo Eli en silencio. Xena siempre estaba allí para salvar a Gabrielle. Salvo al parecer esta última vez. Gabrielle, Gabrielle, ¿qué has hecho? Creía que estabas firmemente instalada en el camino del amor. Tendría que haber trabajado más tiempo contigo. Debería haber sabido que si se trataba de Xena matarías para salvar a la guerrera. No lo comprendo, pero tal vez Abba sí.

Xena era quizás la única fuerza que podía apartar a Gabrielle del camino del amor. Eli tenía que reconocer que era la única debilidad de la bardo. Era tan raro. Por otro lado, Gabrielle era también la mayor debilidad de la guerrera. Las dos mujeres juntas parecían completas, un extraño equilibrio de poder y pasión, de fuerza y amor, de pensamientos y sentimientos. Por algún motivo, la combinación funcionaba. Eli había visto el amor en los ojos de Xena cuando miraba a la bardo. Un amor que estaba dispuesto a permitir que Gabrielle creciera en la dirección que quisiera, con tal de que ese crecimiento incluyera a Xena en la vida de la bardo. De repente, Eli se dio cuenta de que Xena había hecho grandes sacrificios para seguir con Gabrielle después de que la bardo eligiera seguir el camino de la paz y el amor.

—¿Qué más? ¿Qué ocurrió después de eso? —preguntó Eli, mirando la cara angustiada de Amarice.

Amarice se levantó y lo llevó de vuelta a la chimenea, contándole todo lo que había visto, estremeciéndose al narrar la crucifixión, sintiendo de nuevo las náuseas. Hasta Eli sintió el dolor que sin duda debió de sentir Xena al ver cómo clavaban a Gabrielle en esa cruz. Amarice terminó y bebió otro largo trago de la jarra de cerveza, toda temblorosa.

—Eli —dijo en tono lastimero—, por favor, intenta ayudarlas. El mundo necesita a Xena. Las amazonas necesitan a Gabrielle. Yo las necesito a las dos —añadió en voz baja, dejando la jarra y agarrándose las manos entre las rodillas—. Por favor —y se levantó, cogiéndolo de las manos y estrechándolo en un abrazo, estallando de nuevo en sollozos.

Eli acarició el ondulado pelo rojo y miró por encima de su hombro, por la ventana, a los últimos rayos del sol poniente. Abba, ¿qué debo hacer? La guerrera que había matado a tantos. ¿Puedo traer de vuelta a alguien destinado a matar a otros? ¿Y qué ocurría con Gabrielle, que en la última tarde de su vida había tomado una espada y enviado a la muerte a varios hombres? Sin embargo, he percibido que están juntas. Y que están en un lugar apacible. Y que es posible que no fuese la hora de Gabrielle. ¿Qué ocurre si la traigo a ella de vuelta y no a Xena? ¿Qué significaría eso dado que las dos son almas gemelas? ¿Esperaría Xena en ese lugar apacible hasta que Gabrielle vuelva a morir algún día?

—Necesito estar a solas con ellas un rato —le dijo a Amarice—. Tengo que meditar y decidir cuál puede ser la voluntad de Abba. Te volveré a llamar cuando haya recibido instrucciones.

Amarice le estrechó las manos entre las suyas y salió en silencio de la habitación con dos miradas finales, una a los dos cuerpos que había sobre la cama y una última mirada de ruego a Eli por encima del hombro. Se quedó de pie al otro lado de la puerta y se apoyó en la pared, con las rodillas de repente hechas gelatina y el estómago encogido. Loisha estaba de guardia junto con Kallerine, la amazona más joven que había en la posada con ellas.

—¿Estás bien? —Loisha la miró tímidamente.

—No —fue su áspera respuesta—. Me voy abajo. Llamadme cuando salga —y se fue.

Abajo varias amazonas estaban de pie en torno al fuego, asando carne, probablemente adquirida por la partida de caza que había salido esa mañana. Por suerte el posadero se había marchado a toda prisa y se había dejado casi todas sus provisiones. Por alguna razón, el olor de la carne le revolvió el estómago y buscó un plato de pan y queso y la compañía de Rebina y la regente. Rebina empezó a abrir la boca y Amarice alzó una mano para mandarla callar.

—No quiero hablar de ello —espetó.

—Bue... no —dijo despacio la mujer de pelo castaño. Luego untó un trozo de pan con mantequilla y se lo pasó a Amarice, apretándole la muñeca con comprensión.

—Vale, a lo mejor sí quiero hablar de ello —dijo Amarice en voz baja, con una mirada lastimera a Rebina y luego a la regente—. Me debería haber quedado con ellas. A lo mejor podría haber cambiado algo. Huí como una cobarde. Luego, cuando volví, me escondí detrás de una roca y no hice nada. Me quedé allí sentada viendo cómo las crucificaban. ¡Es culpa mía! —bajó la mirada, sin sentir de repente la menor gana de comerse el pan y el queso.

—No, Amarice —dijo la regente, poniéndole la mano bajo la barbilla a Amarice y obligándola a mirarla a los ojos—. Por el amor de Artemisa, si te hubieras quedado también te habrían crucificado a ti. Al menos ahora estás intentando hacer algo. Si este Eli de verdad puede hacer magia como tú dices, puede que acabes siendo la que al final las salve. No puedes castigarte de esta manera por todo esto. Ahora come, apenas has probado dos trozos de pan desde anoche. Necesitas conservar las fuerzas. Puede hacernos falta. Puede que a ellas les haga falta.

Amarice intentó obligarse a comer algo de queso, que parecía quedársele atravesado en la garganta. Rebina alargó la mano con un gesto de compasión y le frotó suavemente la espalda, tratando de consolar a su angustiada amiga.

Arriba en la habitación, Eli se sentó con las piernas cruzadas en la estera delante de la chimenea. Cerró los ojos. Abba, me voy a vaciar para poder conocer tu voluntad, tu verdad, tu amor. Relajó la respiración y poco a poco su mente se fue quedando en blanco. Sintió que su mente y su corazón eran atraídos hacia Gabrielle. Percibió una vida sin terminar, un camino que todavía no se había recorrido del todo. Ah, sí, no era su hora. Tiene que volver.

En cuanto a Xena, Abba guardaba silencio. Como siempre, lo único que Eli veía alrededor de Xena eran sombras y misterio. Abba, ¿qué pasa con Xena? Pero no hubo una respuesta clara.

Abrió los ojos y sacó un incienso muy aromático de la bolsa que traía, encendiendo un poco y colocándolo en la chimenea. Encendió también unas velas pequeñas por toda la habitación. Luego trasladó el cuerpo de Gabrielle de la cama a la estera delante del fuego. De esto al menos estaba casi seguro. En cuanto a Xena, tendría que esperar y ver. Por último se encaminó a la puerta, la abrió y se asomó.

—Decidles a Amarice y a Chilapa que es la hora.

Kallerine bajó con cautela las escaleras y vio a Amarice, Rebina y la regente inmersas en una conversación. Irguió los hombros, se acercó y susurró al oído de Amarice. Ésta tragó, agarró a la regente de la mano y la condujo en silencio escaleras arriba. Chilapa notaba la mano de Amarice, fría al tacto, y veía la tensión y la expectación en la cara de la pelirroja.

—No sé, Amarice —dudó la regente.

—Confía en él —fue la respuesta que obtuvo—. Es lo único que tenemos —y subieron en silencio las escaleras, que parecían durar una eternidad.

Cuando las mujeres entraron en la habitación, el fuerte olor especiado del incienso les dio de lleno en la cara.

—Por favor, sentaos en esas sillas junto a la ventana y guardad silencio —les dijo Eli. Las mujeres se acercaron en silencio a las sillas y se sentaron, con expresión pensativa. Amarice cogió la mano de la regente, apretándosela tanto que le cortó la circulación. Por fin, se relajó un poco y miró a Eli.

Eli se arrodilló junto a Gabrielle y le colocó las piernas derechas, estirándole el cuerpo del todo. Movió de arriba abajo una barra de incienso encendida sobre el cuerpo frágil y magullado. Volvió a colocar el incienso en la chimenea y luego cerró los ojos. Una vez más se vació y sintió que lo invadía una oleada abrumadora de amor. Entonces estiró las manos por encima de Gabrielle, a pocos centímetros de su cara, y las fue moviendo despacio hacia abajo, deteniéndose encima de las heridas causadas en las manos y los tobillos por los clavos de metal. Amarice dejó escapar un ligero grito y Chilapa le apretó la mano con fuerza.

—Ah, Gabrielle mató, efectivamente, pero sus motivos eran puros y desinteresados. Mató para intentar salvar a Xena. Mató por amor. El camino de Gabrielle no es el mismo que el mío. El suyo está destinado a ser un camino de paz mezclado con el camino del guerrero. Sólo tomará las armas para ayudar a aquellos que no puedan ayudarse a sí mismos, como lo hizo ayer cuando tomó la espada para salvar a Xena —dijo Eli en un tono profundamente hipnótico—. Abba, devuélvele su fuerza vital, cura su cuerpo de estas horribles heridas y permítele volver a caminar en esta tierra para amar y hacer el bien.

Bueno. Abba puede aceptar la violencia en algunos casos. Eso era una sorpresa. De repente, Eli se dio cuenta de que tenía que replantearse su camino "único" y tener en cuenta que tal vez hubiera tantos caminos como personas. Sin embargo, la violencia extrema de Xena. La guerrera casi parecía regodearse en ella, disfrutar de ella. Eli había visto el brillo de los ojos de Xena cuando se preparaba para un combate. La guerrera parecía jugar casi con sus adversarios. No podía imaginar que eso pudiera estar justificado jamás. Entonces volvió a concentrarse en Gabrielle.

—Vuelve a nosotros, Gabrielle —dijo despacio, casi con reverencia. Las manos de Eli quedaron suspendidas y luego volvió a moverlas despacio subiendo por el cuerpo de Gabrielle y empezó a notar el débil calor de su esencia. Al llegar a su cara notó un aliento ligerísimo que le hacía cosquillas en la palma de la mano. Sofocó un grito y los párpados de ella se agitaron. Y entonces abrió los ojos.

—Qué... dónde... —tenía la voz muy débil mientras intentaba enfocar la mirada. Los ojos verdes lo miraron—. Eli, ¿qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? ¡Xena! ¿Dónde está Xena? —lo miró alarmada. Amarice y la regente estaban en el borde de sus asientos, temerosas de hablar o moverse, sin dar crédito a lo que veían.

—Shhh, Gabrielle, cálmate. Has sufrido mucho —le sonrió Eli, con su propia voz quebrada. Abba, qué maravilla es ésta.

Gabrielle cerró los ojos y tragó con dificultad.

—Qué sed —dijo adormilada. Eli se levantó, agarró un odre de agua, volvió a arrodillarse, se lo acercó a los labios y ella bebió un sorbo—. Lo tengo todo borroso. Estaba en los Campos Elíseos con Xena. Vi a Ephiny y a Solari y a Pérdicas. Xena vio a Marcus y a Solan y a Lyceus. Éramos... tan felices. ¿Ha sido un sueño?

De repente, abrió los ojos de golpe e intentó sentarse.

—¡La crucifixión! ¿Dónde está Xena? —se miró las manos y las examinó, volviéndolas. Las horribles heridas de los clavos habían desaparecido. Estaba recuperando las fuerzas. Y la memoria. Se incorporó, vio el cuerpo sin vida de Xena encima de la cama y de su garganta salió un sollozo ahogado que se convirtió en un gemido bajo, seguido de un lamento desesperado—. ¡Nooooooo!

Se levantó y llegó al lado de la cama, caminando ahora sobre unos pies y tobillos curados y sin rastro de violencia. Se inclinó y acarició el pelo de Xena y luego se inclinó más y la besó en las mejillas, apoyando por fin la cabeza en el pecho inmóvil de la guerrera.

—No, Xena, tienes que volver conmigo, por favor. Te necesito.

Levantó delicadamente la mano de Xena y tocó apenas el espantoso agujero abierto que había dejado el clavo romano. Luego se subió a la cama y estrechó el cuerpo de Xena entre sus brazos, mojando la cara de la guerrera con las lágrimas que ahora le caían libremente y meciéndola dulcemente, acariciándole el pelo oscuro y susurrando palabras inaudibles al oído de Xena.

—Eli, tienes que traerla de vuelta. ¿No es eso lo que acabas de hacer conmigo? Los Campos Elíseos, eso no ha sido un sueño, ¿verdad? —miró con tal tristeza a Eli que a éste casi se le rompió el corazón.

La desesperación del rostro de la bardo mientras sujetaba a Xena hacía difícil recordar que mientras que ella sentía amor por la guerrera, Eli sólo veía oscuridad.

—Gabrielle, es muy difícil. En tu caso estoy seguro de que tenía una indicación clara por parte de Abba para traerte de vuelta. Lo que iba a ser de Xena no estaba tan claro. Puedo intentarlo, pero no puedo prometer nada —la miró con tristeza y se acercó a su lado.

Ella lo agarró de la túnica y lloró en silencio contra su cuello, con unos sollozos tan arrasadores que creyó que se iba a partir por la mitad.

—Eli, tienes que intentarlo, por favor —jadeó por fin—. ¿Por qué me iba a enviar Abba de vuelta para vivir sin ella? Creía que éramos almas gemelas. Me prometió que intentaría volver conmigo —dijo en un susurro. Ahora lo recordaba todo.

Lo recordaba... todo. El chakram... y Callisto... y Xena cayendo al suelo. Ella cogiendo la espada y sabiendo sin lugar a dudas que era lo correcto, lo único que podía hacer. Dioses. ¿Cómo había hecho aquello? No tenía entrenamiento alguno con la espada salvo las pocas lecciones que recibió de Xena después de que Callisto matara a Pérdicas.

Recordaba que los soldados las llevaron a rastras a la celda de la prisión y luego le dieron una paliza brutal mientras Xena miraba. Cuando Xena trató de llegar hasta ella, también le dieron una paliza a ella. Por fin, cuando se marcharon, se acercó a rastras y sostuvo a Xena en sus brazos, acariciándole el pelo y la mejilla y llorando y besándola en la frente, sabiendo que la visión de Xena se estaba haciendo demasiado real.

Xena rompió el silencio, mirando a Gabrielle débilmente.

—Gabrielle, ¿estás llorando? No llores —dijo Xena, al ver las lágrimas silenciosas que le resbalaban por las mejillas.

—No lloraré —dijo Gabrielle en voz baja—. Descansa, Xena.

Y Xena cerró los ojos, para abrirlos momentos después.

—Te he hecho abandonar el camino de la luz —dijo con tristeza.

—No, Xena, tenía una elección —replicó Gabrielle—. Podía elegir entre no hacer nada o salvar a mi amiga. Elegí el camino de la amistad.

—Perdóname por todas las veces que te he tratado mal —dijo Xena con la voz ronca.

—No, Xena, antes de conocerte, me sentía invisible. Tú viste todo lo que podía llegar a ser. Me salvaste —dijo Gabrielle, tranquilizando a Xena, incapaz de evitar las lágrimas que seguían cayéndole despacio de los ojos.

Xena volvió a mirarla.

—Siento no haber leído nunca tus pergaminos.

—Te habrían gustado —sonrió Gabrielle.

—Lo sé —dijo Xena débilmente.

Esos pergaminos son todos sobre ti, amor , añadió Gabrielle en silencio. Espero haber dejado un legado por ti. Espero que alguien los encuentre y que el mundo conozca las buenas acciones realizadas por la princesa guerrera.

Y no se dijo nada más, mientras Gabrielle seguía sujetando a Xena y acariciándole el pelo y Xena la miraba con un amor y una tristeza inmensos. Sabían que su destino estaba sellado. Morirían juntas y de algún modo eso les hacía sentir menos miedo. Por fin llegaron los guardias. Gabrielle gritó cuando intentaron hacer caminar a Xena y, al fracasar, simplemente arrastraron a la guerrera por el suelo, pues sus piernas indignas se negaban a funcionar. Gabrielle miró a Xena mientras caminaba hacia las cruces y vio tal culpa y tristeza en los ojos azules de la guerrera que tuvo que apartar la mirada.

Cuando la tendieron en la cruz y esperaba a que llegara el dolor que estaba por venir, sintió que le ataban con fuerza unas cuerdas alrededor de los brazos y las piernas y oyó una voz apagada y ronca.

—Gabrielle.

Miró a Xena con todo el amor y el valor que fue capaz de reunir.

—Gabrielle, has sido lo mejor de mi vida —susurró Xena, con una ligera y tristísima sonrisa en la cara.

—Te quiero, Xena —consiguió decir Gabrielle y se quedaron allí tumbadas mirándose, intentando ser valientes, ya sin tiempo y sin nada más que decir. El amor mutuo que se veía en sus ojos lo decía todo.

Vio que el soldado colocaba el clavo sobre su propia mano y apartó la mirada de Xena. Quería desesperadamente mirar a Xena para conseguir el último resto de consuelo que encontraría en el mundo, pero no quería, no quería obligar a Xena a mirarla cara a cara para esto. Dispuesta a no gritar, sintió los ojos de Xena fijos en ella. Cuando el mazo cayó sobre el primer clavo, apretó la mandíbula por el terrible dolor y se estremeció, pero no hizo el menor ruido. Se le encogió el estómago al oír el grito angustiado de Xena y Gabrielle supo que Xena la estaba mirando, sintiendo su dolor, incluso ahora al final, queriendo protegerla como siempre e incapaz de hacer nada.

Tras eso las cosas se pusieron borrosas y lo único de lo que era consciente era del dolor. Notó difusamente que el soldado se apartaba de ella y luego oyó los clavos que se incrustaban en Xena. Oyó que Xena volvía a llamarla y su alma gritó de agonía por la valiente guerrera caída, su mejor amiga y su alma gemela. Y luego se sumió en una oscuridad blanda y silenciosa y el dolor... simplemente desapareció.

Se quedó flotando un tiempo en un reconfortante silencio oscuro y luego sintió un calor brillante y oyó su nombre.

—Gabrielle.

Abrió los ojos y allí estaba Xena, cogiéndole las mejillas en las manos y sonriéndole. Xena estaba... preciosa... y relucía de amor total y con una paz que nunca había tenido en vida.

Gabrielle cogió las manos de Xena en las suyas y levantó la mirada y entraron juntas en la luz. Al otro lado de la luz estaban los Campos Elíseos y allí se sintieron completamente felices, almas gemelas en la muerte como en la vida, sin separarse jamás, viendo a todas las personas que habían querido y que habían muerto antes. Pasearon juntas por los Campos, regodeándose en la belleza que las rodeaba, felices de estar juntas en este lugar final de paz y felicidad. Nunca se habían sentido tan contentas. Era un gran descanso, sin miedo, sin violencia ni preocupaciones. Un lugar donde por fin podían expresarse el amor que habían contenido durante tanto tiempo, sin las ataduras de las inseguridades de la vida. Hasta que Gabrielle oyó la voz que la llamaba para que volviera.

—Xena, creo que tengo que volver. Ven conmigo.

Xena la miró.

—Iré justo detrás de ti, amor, si puedo, te lo prometo. Si no, estaré esperándote aquí mismo. Ve, Gabrielle —la guerrera se mordió el labio y consiguió sonreír con tristeza—. Te quedaba tanta vida por delante.

—Pero yo quiero que vuelvas conmigo —era difícil estar triste en este lugar, pero sintió una pequeña punzada—. Xena, prométeme que intentarás seguirme de vuelta.

—Haré todo lo que pueda, Gabrielle.

Se abrazaron y Xena le sonrió. Gabrielle acercó la cara de Xena a la suya y le dio un largo beso en los labios suaves.

—Te tienes que ir ya, amor —dijo Xena con tristeza—. Te necesitan.

Gabrielle la soltó de mala gana y se volvió hacia el túnel de luz. Miró hacia atrás por encima del hombro y exclamó:

—Te quiero, Xena —y luego se volvió y la fuerza de la luz la volvió a arrastrar, mientras las últimas palabras de la guerrera flotaban tras ella:

—Yo también te quiero, Gabrielle. Siempre.

Ese beso y esas palabras estaban muy claros. Y ahora ella estaba aquí y Xena seguía allí. Tal vez no había conseguido volver.

—Eli, lo que me hayas hecho a mí, por favor, házselo a ella —rogó Gabrielle.

Eli suspiró y con gran esfuerzo, levantó el cuerpo de Xena y lo trasladó y depositó con cuidado en la estera delante del fuego. Gabrielle se arrodilló a su lado. Él movió el incienso por encima de Xena y una vez más se sentó y vació la mente. Y sintió... nada. No conseguía sentir el amor. Tampoco sentía maldad, pero quizás porque en sus tiempos como Destructora de Naciones la guerrera había matado a cientos de personas y no por amor sino por rabia y codicia, tal vez no se le iba a permitir regresar. Con todo... había ido a los Campos Elíseos, o Nirvana, como lo llamaban sus seguidores. No dudaba de lo que Gabrielle decía que había pasado.

—Gabrielle, yo no puedo hacerlo, pero tal vez tú sí puedas.

—Eli, por favor, inténtalo, yo no sé qué hacer. No puedo.

—Gabrielle, para traerte de vuelta, he tenido que sentir el poder definitivo del amor. Por alguna razón ahora no lo siento, pero sé que tú ya has sentido ese tipo de amor por ella. Pareces ver un bien absoluto en ella que nadie más consigue ver. Puede que seas la única que pueda traerla de vuelta.

—Entonces dime lo que tengo que hacer —exigió Gabrielle, con expresión decidida.

—Gabrielle, vacía tu mente, como lo hiciste en la celda de la prisión, y deja que te inunde todo el amor que sientes por Xena. Después sabrás lo que tienes que hacer.

Gabrielle se acercó y se sentó con las piernas cruzadas, colocando la cabeza de Xena en su regazo. Amarice y la regente seguían mirando, fascinadas, sin decir aún ni una palabra. Gabrielle cerró los ojos y se dejó ir. De repente, una luz brillantísima, hermosísima, más hermosa que la que las había guiado a ella y a Xena a los Campos, penetró hasta el fondo de su corazón y su alma y el amor que sintió tapó cualquier otra cosa.

—Xena, vuelve a mí —Gabrielle sabía que Xena había hecho cosas horribles e inenarrables antes de que se conocieran. Nunca sabían cuándo iba a aparecer uno de los enemigos de Xena, tratando de conseguir venganza. Otros se presentaban intentando cobrar una de las decenas de recompensas que se ofrecían por la cabeza de la guerrera en cualquier momento. Sabía que su crucifixión estaba de algún modo ligada a Callisto, una de las más eternas enemigas de Xena, así como a la recompensa de seis millones de dinares que César había ofrecido por la cabeza de Xena. La bardo sabía igualmente que su amiga, su mejor amiga, había jurado pasar el resto de su vida intentando redimir todo el mal que había hecho. Xena recorría ahora el camino del guerrero, el guerrero auténtico, el buen guerrero, y sólo levantaba la espada para ayudar a otras personas.

A un nivel más profundo, Gabrielle sabía de algún modo que el amor, el amor que había entre ellas, también era parte de la salvación de Xena. Gabrielle lo sabía. Sabía la verdad absoluta de ello, con la misma seguridad con que lo había sabido cuatro años atrás cuando se interpuso entre Xena y una multitud enfurecida en la posada de Anfípolis. Sabía con todo su corazón y toda su alma que Xena era una buena persona, una persona llena de amor, y que estaban unidas por su fe la una en la otra.

—Xena, por favor, somos almas gemelas, me lo prometiste. Por favor, vuelve a mí —rogó la bardo en un susurro casi inaudible.