14. en el ginecólogo

Una rutinaria y poco apetecible visita al ginecólogo se convirtió en lo mejor del día.

No le hacían gracias este tipo de revisiones pero era muy consciente de que eran necesarias para estar tranquila un tiempo. Se había lavado el coño a conciencia en casa para no dar ningún olor y estaba lista.  Ahora, en la sala de espera, a ella misma le subía un olor muy rico a jabón de vainilla que provenía de su zona genital.

Ya sabía que su ginecólogo no sería el habitual  por lo que iba mentalizada para pasar un mal rato. Se abrió la puerta y un enfermero alto, moreno, de buen ver, incluso guapo anunció su nombre.

-¡Sandra!

Ella levantó el brazo exclamó: -¡Soy yo!

-Pase- dijo él.

Él sujetó la puerta y al pasar a su lado ella notó una fragancia a perfume masculino que pareció rodearla por completo.

El enfermero cerró la puerta y se sentó ocupando la silla del médico. Fue entonces cuando cayó en la cuenta. ¡Era el médico! Aquel joven era el ginecólogo suplente. Él volvió a pronunciar su nombre  y le preguntó que cómo se encontraba. El escuchar su nombre saliendo de aquellos labios con aquella voz tan grave y profunda hizo que su mente se desviase al terreno sexual y empezó a fantasear con lo que pasaría a continuación. En cuestión de minutos se encontraría completamente desnuda delante de aquel médico tan atractivo. Seguramente él empezaría a explorar con sus dedos todo su sexo abierto de par en par, totalmente disponible para él. Solo de imaginarse la escena y sentir el aliento de aquel médico cerca de su coño ya se ponía cachonda. Seguramente le ella le llevaría más de 15 años de diferencia pero eso sólo le añadía más morbo a la situación.

No demasiado atenta a lo que él le iba preguntando, solo esperaba el momento en el que le dijese que pasase a la camilla. Estaba por primera vez en muchos años deseando desnudarse para ser explorada. Solo le preocupaba, pero tampoco demasiado que no se notase demasiado lo mojado que se le había puesto el coño. Mientras él le iba haciendo preguntas rutinarias sobre la edad, fecha aproximada de la ultima revisión, molestias , etc. ella repasaba los rasgos de su cara. Le parecía a cada momento más guapo. Aparentaba tener unos treinta años, la edad ideal en un hombre, ni demasiado joven ni demasiado maduro. Un hombre, como a ella le gustaban. Siempre le habían tirado los uniformes pero aquella bata blanca la estaba poniendo muy cachonda.

Por fin, escuchó de su boca las palabras que ansiaba oír.

  • Bien. Pasemos a la camilla y te haré una pequeña exploración para ver qué está todo correcto. Desnúdate de cintura para abajo. Puedes dejar la ropa aquí.

Ella se levantó de inmediato sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos y se dirigió junto a la camilla donde tenía que colocarse. Se quitó los zapatos, los pantalones y las braguitas. Mientras seguía mirando fijamente al doctor. Empezaba el juego de seducción  y ella era muy buena jugadora cuando quería.

Él mientras, se dirigió a un pequeño lavabo y empezó a lavarse las manos con abundante jabón. Él médico se sentó en un taburete con ruedas algo bajito para que su cara y sus manos quedasen lo más cerca posible de su vagina. Ella nerviosa estaba rígida en la camilla, desnuda de cintura para abajo pero con las piernas estiradas. Él notó su nerviosismo, y le dijo:

-Tranquila Sandra. No te haré daño. Voy a lubricar mis guantes con un gel y no notarás ningún dolor.

Ella sonrió nerviosa y colocó sus manos bajo su hermoso trasero.

El médico se colocó unos guantes de látex y extendió en ellos un gel. Se frotó las manos con destreza para calentar el líquido y colocó sus manos bajo los muslos de ella y poco a poco fue colocando primero una y después la otra, las piernas de ella sobre los soportes. Su coño quedaba totalmente expuesto ante la visión del médico. Él pudo comprobar a simple vista el color rosado de sus labios y como el coño de ella estaba bien mojado. Los pelos alrededor de los labios estaban húmedos de la excitación y se pegaban a la piel. Él, sin pretenderlo, empezó a notar como su polla se llenaba de sangre ante aquella maravillosa visión.

Se recreó la vista unos segundos antes de acariciar suavemente aquellos muslos y llegar sin prisa hasta los labios exteriores de ella.

-mmmmmmm! - exclamó. Tiene muy buena pinta. ¡Ejem! Quiero decir que tiene buen color externo y parece estar en buen estado inicialmente.

Él trato de dar un toque profesional a sus explicaciones pero ella notó de inmediato que a él le gustaba lo que veía.

  • ¿Me lo ves bien?

  • Te lo veo muy muy bien. Vamos a ver un poco más si no te importa.

  • No,no. Tú eres el médico.

Y diciendo esto, ella aprovechó para abrir un poquito sus labios con una de sus manos como si quisiera facilitar la ansiada exploración. Se lo estaba poniendo bastante claro. Y sólo esperaba que él diera el siguiente paso.

  • No, no te toques. Ya me encargo yo, tranquila.

La polla de él, no paraba de crecer dentro del pantalón y empezó a tener calor. Le empezaban a sobrar la bata y la camisa. Pero aguantando el tipo, siguió con la exploración. Aproximó sus dedos a los labios externos de ella poco a poco. Ella podía notar cada uno de ellos acercándose a su coño húmedo. Estaba deseando que lo hiciera. Deseando mojar aquellos dedos calientes con su flujo.

Él siguió separando los labios delicadamente, recreándose en cada movimiento. Acercó tanto su cara al coño de ella que ella casi podía notar su aliento en el coño.

Por fin, uno de los dedos se introdujo en su interior.

Ella notó gusto con aquella entrada pero le pareció insuficiente. Queria más. Quería ser penetrada por algo más grueso. Su coño le estaba pidiendo ser follado por algo más que un dedo.

Él deslizó el dedo en varias direcciones como estudiando las diferentes texturas de su interior. Y esto  la estaba poniendo cardíaca. Estaba ya muy mojada y empezaba a impacientarse. Le daba igual lo que él pensara. Quería ser follada ya mismo.

-¿Estás bien? ¿Te hago daño?

-No, no. Me lo estás haciendo muy bien.

Esto a ella le sonó a provocación y se puso roja de la vergüenza. Queriendo corregir dijo:

  • Quiero decir que...

  • Sé lo que has querido decir. Tranquila. ¡Estás perfecta! Estás sanísima y tú vagina funciona y responde a los estímulos perfectamente.

  • Gracias. -dijo ella. Entonces, ¿me lo ves todo bien?

Inmediatamente se dió cuenta de que volvió a parecer una golfa con aquella su respuesta. Y que él estaría pensando que lo estaba provocando descaradamente. No pudo evitar ponerse roja otra vez. Estaba tan cachonda que no media sus palabras.

El médico también cachondo, dudó. Pero finalmente echó mano a su bragueta y sacó su polla.

Poniéndose en pie, se la mostró a ella en plena erección.

Mirándola a los ojos le dijo: - ¿quieres una última exploración?

Ella levantó la cabeza y al ver aquella polla tiesa a un palmo de su coño caliente no pudo resistirse.

-Si. Si. Haz lo que tengas que hacer. ¡Me pongo en tus manos doctor!

Él acercó su polla erecta al coño de ella y empujó con fuerza. El coño se llenó de polla y ella se sintió aliviada. ¡Que ganas tenía! No aguantaba más sin polla. Se agarró a la camilla y empujó hacia abajo para sentirse más penetrada.

A cada pollazo de él, ella empujaba como podía para abajo para notar la polla más adentro. Él la agarró por las piernas y la follaba con fuerza. Parecía desplazar la camilla con cada pollazo. Cada vez la penetraba con más fuerza buscando entrar más adentro de ella y ella con eso estaba encantada. Encantada con aquel médico joven que la estaba empotrando como una perra. Estaba disfrutando de un polvazo en toda regla con un tío buenísimo que sabía cómo ponerla bien cachonda.

Los dos llegaron al orgasmo a la vez, sincronizados como un reloj suizo. Él se sentó en el taburete y pudo ver como unas gotas de semen resbalaban por los labios gruesos de ella. Con las yemas de sus dedos,  recogió suavemente aquellas gotas y acarició  sus labios hinchados proporcionándole más placer. Ella se retorció de gusto acabándose de correr bien corrida en la cara del médico. Él se incorporó y se acercó a ella aún estirada en la camilla con las piernas bien abiertas. Le acercó la polla a la cara y sin mediar palabra ella se la acabó de limpiar con una mamada.

Ya más relajados los dos, ella empezó a vestirse y el se quitó los guantes y procedió a lavarse las manos de nuevo. Los dos se miraron esperando ser médico y paciente por muchos años.