14 El club de las primeras esposas.

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

*El club de las primeras esposas*

Sandra levantó la Copa y brindó con sus dos amigas.

Juntas formaban un nuevo grupito. Se hacían llamar el club de las primeras esposas y era la primera vez que salían juntas. Las tres estaban en los cuarenta, recién divorciadas, y trabajaban juntas desde que la última reestructuración de la empresa las había agrupado en la misma unidad.

Al principio solo era cosa de trabajo, pero poco a poco, se fueron cayendo bien. Parecía que estaban en sintonía. Desayunaban juntas, salían a almorzar el día que les tocaba quedarse de jornada partida, e incluso, habían compartido algunos cursos en horario extra laboral. De forma natural, acabaron por fin quedando también un viernes por la noche para salir a divertirse. Las tres compartían el hecho de su reciente separación. También parecían querer sacudirse el mal sabor de boca que dejaba una relación que se acaba de romper.

Todos sabían más o menos la historia de las otras, por comentarios, indirectas o conversaciones sueltas, pero tras la segunda ronda de mojitos fue cuando empezaron a profundizar, a contarse cuál era su situación y el porqué de su divorcio.

Ana fue la primera en explicarse. Aburrimiento: frío, simple y puro aburrimiento. Indiferencia. Llegó un momento en que no sentía absolutamente nada por su pareja y a él parecía pasarle igual...

  • Dejó de haber complicidad, afirmó ella. Todo era rutina. Nos acostumbramos a vernos en casa, como quien ve un mueble que ya no le gusta. Primero lo observas con indiferencia; luego ya te das cuenta que sobra y finalmente, molesta. Pues eso nos pasó a nosotros. Por algún motivo, la verdad es que nunca nos paramos demasiado a pensarlo, dejamos de ser cómplices. Simplemente buscábamos la comodidad estar a gusto y como, por temas laborales apenas coincidimos en horarios, nos montábamos la vida cada uno por nuestra cuenta. Cuando yo comía en casa, él estaba trabajando; cuando él llegaba, yo estaba echando la siesta; cuando a mí me apetecía salir, a él le apetecía quedarse; cuando uno quería dormir, el otro ya no aguantaba más en la cama. Incluso en el sexo tampoco coincidíamos. Cuando a mí me apetecía a él no, y al revés. Solo algún fin de semana o algún festivo, armonizábamos en el deseo. El resto eran polvos de puro trámite. Uno follaba porque al otro le apetecía, pero normalmente, sin ponerle ganas. Ya sabéis lo que pasa con esto, sobre todo a nosotras, que si no le ponemos un poquito de pasión y él no se lo trabaja y aprovecha los momentos que estamos de subidón, lo que sucede es que a una se le van quitando las ganas y casi nunca está receptiva. Y cuando lo estás, por el motivo que sea, igual no está en casa o no le apetece. Al final, te acostumbras a tirar de dedo y consolador... Es más rápido y placentero montarte tu propia fantasía...

En fin, que cuando no hay feeling, estás en pareja pero sola. Parecíamos dos extraños compartiendo habitación. Y lo que suele pasar es que te acabas molestando y estorbando. Este tipo de situación nos desquiciaba los dos, saltábamos a la mínima, ya no estábamos a gusto juntos. Fijaros cómo será la cosa, que a mí me molestaba que me viera desnuda en el cuarto de baño. Puede parecer una tontería, pero me sentía incómoda cuando entraba, como si fuera un extraño.

Al final decidimos dejarlo...

  • ¿No probasteis a recomponeros?

  • La verdad es que después de todo lo que vivimos juntos fue una lástima, pero si os soy sincera, ni siquiera lo intentamos. No hicimos el esfuerzo porque lo dimos ya todo por perdido. Ninguno creíamos en esa relación ya.

Luego fue el turno de María Jesús.

  • Bueno, pues lo mío también fue algo así como que se apagó la llama. Al cumplir los 40 pasamos una crisis. Algo parecido a lo tuyo, Ana, aunque no tan radical. La rutina se instala en el matrimonio y mientras estás bregando con los niños, cómo que no te das demasiado cuenta. Luego ya se hacen mayores y cuando los tienes con un pie fuera de casa y te quedas a solas de nuevo con tu marido, te das cuenta de que la relación no es la misma. Cómo que estás por estar, pero que ya no hay pasión. Lo que más me fastidió fue que al cumplir los 40, era como si le hubiera dado una pequeña crisis. Como si se viera viejo y atrapado en nuestra relación. Entonces, empezó a autoafirmarse arreglándose, queriendo parecer joven, apuntándose al gimnasio y sobre todo, empezó a tirar los tejos y a tontear con todas las mujeres que se le ponían a tiro.

Él decía que era una especie de juego, que no tenía intención de ir más allá y posiblemente fuera cierto, no creo que me hubiera puesto los cuernos porque estoy convencida que se lo hubiera notado. Pero maldita la gracia que me hacía verlo perseguir faldas en vez de ponerse manos a la obra conmigo, a ver si recuperábamos un poquito de calor.

Entonces, yo decidí pagarle con la misma moneda. ¿Qué quieres tontear? pues yo también y seguro que con más éxito, que estoy de muy buen ver y en cuanto me ponga en el mercado verás…

No sé qué me molestaba más, si verlo hacer el bobo con otras, o que a él parecía no importarle que yo hiciera lo mismo…

El caso es que una no es de piedra y ya sabéis lo que pasa: a poco que nosotras nos insinuamos, nos salen pretendientes hasta debajo de las piedras. A mí incluso empezó a gustarme el jueguecito. Hasta un día, que me vi en el apartamento compartido de uno de los becarios. Fue mucho antes de la fusión, cuando todavía estaba en la otra empresa y no nos conocíamos, así que no me preguntéis quién era porque no os va a sonar.

El chico era un bomboncito, un poco cortadete, eso sí, y yo, bueno, pues eso… indirecta va, indirecta viene. Escotazo enfrente de sus narices, minifalda, vestidos ajustados etc... Me ponía muy cachonda y luego en casa, pues claro, como dice Ana: a darle al dedito y al dildo…

Las tres se rieron, cómplices…

-Y ¿qué pasó? ¿te lo follaste?

  • Pues los viernes solíamos quedarnos a tomar unas copas, cuando salíamos por la tarde, y uno de esos viernes, pues se nos fue un poco la mano.

El caso es que acabe con él en su apartamento. Y bueno, de repente, me vi allí en su cuarto de baño, con las bragas en la mano y limpiándome con una toallita, mientras él me esperaba en la cama para consumar. Había entrado un momento para asearme y perfumarme, que para estas cosas soy muy curiosa.

Pues ahí estaba yo mirándome al espejo y pensando ¿pero qué vas a hacer? ¡Si ese chico podría ser tu hijo!

Pensé que si a mi marido le salía una oportunidad, ni se lo pensaba, pero yo simplemente no podía. Se me pasó la borrachera y el calentón de golpe. Así que salí y le dejé allí, empalmado en la cama. Le pedí perdón y le dije que lo sentía, pero que tenía que irme. Él asintió con la cabeza, el pobre mío, cómo diciendo que era demasiado bueno para ser cierto que me iba a poder follar. Supongo que el pobrecito se mataría a pajas.

Esa noche me senté a hablar con mi marido. Le dije que no podíamos continuar así, que tarde o temprano uno de los dos iba a hacer una tontería (claro, que no le conté que yo ya había estado a punto de hacerla). Que teníamos que decidir qué pasaba con nuestra relación. Esto lo arreglamos o más valía dejarlo. Nos dimos un tiempo para pensarlo, y la verdad es que durante una semana pareció que recuperamos la chispa, pero luego, vuelta a la rutina. Al final lo acabamos dejando de mutuo acuerdo.

  • Bueno pues vamos a por el tercer mojito... Ana levanto una mano y le hizo un gesto al camarero indicando otra ronda. Y a por la tercera historia ¿Que nos cuentas Sandra?

Sandra cogió su copa y sorbió de la pajita, pero ya solo quedaba hielo hecho agua en su copa. Esto le permitió, sin embargo ganar unos segundos. No sabía si le apetecía contar su historia.

  • Bueno ya sabéis. Lo mío fue un tema de cuernos. Por eso me separé.

Volvió hacer una pausa.

Ana, que parecía llevar la voz cantante de las tres, le dijo:

  • Mira Sandra: no tienes que contarnos nada si no quieres. No se trata de pasarlo mal. Si no quieres hablar del tema, lo dejamos y punto.

  • No, no, respondió Sandra, vosotras os habéis sincerado. Lo que pasa es que esto solo lo sabemos mi ex marido y yo. Me tenéis que prometer no contárselo a nadie.

  • Somos una tumba.

  • Bueno, vale, suspiró, y tomando aire, como para darse fuerza, Sandra comenzó a hablar. Nuestras familias si saben porque nos divorciamos, lo que no saben, es como pasó. Yo llevaba un tiempo sospechando. Dicen que las infidelidades se notan sobre todo en el cambio de hábitos y en mi caso fue así. Mi marido, Toni, era el tipo más casero del mundo. Prácticamente me tenía que pelear con él para que fuéramos por ahí juntos a divertirnos, o con amigos.

Y de repente, le dio por salir.

En teoría quedaba con sus amigos. Que si al cine, que si al fútbol que si a jugar al pádel... yo no acababa de creerme aquello, y más, cuando empezó a hacerlo dos o tres veces por semana. Era demasiado. No podía ser un cambio tan radical. Así que un día le seguí.

  • ¿Como las películas? Exclamó María Jesús.

  • Algo así, sonrió con tristeza Sandra. Para ella no era nada divertido recordar. Ana le tomó una mano entre las suyas y la apretó, dándole ánimos.

Entonces, yo tenía una moto pequeña, una scooter con la que me movía por la ciudad para ir al trabajo sobre todo, que el aparcamiento está fatal en el centro. Con la moto es más fácil camuflarse. Además con el casco puesto, tampoco se fijan mucho en ti. El caso es que no tuve que ir muy lejos: aparcó en un parking y luego lo vi salir a pie. Dejé la moto y fui detrás de él. Un par de calles más abajo, entró en un hotel.

Me había dicho que había quedado con los amigos en un bar para ver un partido. Se me hacía muy raro, pero pudiera ser que hubieran quedado en el bar del hotel. Le di unos 10 minutos y luego entré. Le pregunté al recepcionista por el bar y él me indicó. Me asomé con cuidado, pero allí no estaba. Luego, volví a la recepción y pregunté si se alojaba allí, dando su nombre completo. Y bingo. Habitación 41. Ni siquiera se había molestado en dar un nombre falso. O igual le habían pedido el DNI, que lo piden ahora siempre. En fin, el chico de la recepción debió pensar que era la mujer que él esperaba, pero lo cierto es que su amiguita ya estaba arriba con Toni.

Subí y llamé a la puerta. Me abrió una chica en albornoz. Debió pensar que me había equivocado, pero cuando vio que no me movía de la puerta, se empezó a preocupar y a ponerse nerviosa.No se atrevía ni siquiera a preguntarme que quería. Era más joven que yo. En fin que estaba todo bastante claro.

  • Dile a Toni que salga un momento le pedí.

Ella no se atrevió a cerrar la puerta, desapareció detrás y les oí cuchichear. Mi marido apareció casi enseguida. Estaba muerto de vergüenza y no sabía que decir. Simplemente se quedó allí, de pie, mirándome con la boca abierta. Fui yo la que hablé. Curiosamente, me sentía muy tranquila. Muy segura. El batacazo vino después, pero en ese momento creo que era yo la que controlaba totalmente la situación.

Con bastante calma, le dije que podía quedarse todo el tiempo que quisiera en el hotel, pero que por casa no volviera a aparecer.

Luego me fui de allí. Solo nos volvimos a ver para firmar los papeles del divorcio y cuando vino a recoger sus cosas.

En ese momento llegó el camarero con las bebidas.

  • Ya está bien por hoy, dijo María Jesús levantando la copa. El club de las primeras esposas declara inaugurada su primera reunión de los viernes por la noche. Todas acercaron las copas y brindaron.