14: 10
El metro de Madrid, un lugar donde se inician historias que pocos imaginan...
14:10
El calor circulaba por el andén del metro en oleadas sofocantes que arrastraba la gente que iba llegando poco a poco. Madrid estaba a 40 grados. Era casi la hora. Un tren acababa de abandonar el andén, y la marquesina ya anunciaba: "Próximo tren, 4 minutos".
Era en ese. Ese era el tren en el que debías venir. El de las 14:10.
Todo empezó lentamente, hace tal vez unos 3 meses casi sin darme cuenta. Percibí tu mirada por primera vez un día cualquiera, llegando ya a mi estación, donde tú también te bajaste. No sé si anteriormente habríamos coincidido, pero era la primera vez que yo te veía. Realmente, casi no te presté atención esa vez, aunque tú me miraste tímidamente.
La siguiente ocasión que recuerdo fue en el vagón, sentada casi en frente tuyo coincidimos casualmente. Apenas verme, noté que te enderezabas nerviosamente en tu asiento y me mirabas de soslayo yo iba con mi discman, y esa vez sí que te presté más atención. Me divertía tu actitud expectante y algo inquieta de cuando me veías.
Lo siguiente fue el juego de las puertas, siempre al llegar a la estación donde ambos nos bajábamos. A veces tu subías las escaleras mecánicas casi pegado a mí, y al llegar a la puerta de salida antes de que yo pudiera soltarla, la estabas sosteniendo por detrás mío y me decías "gracias" en voz baja y mirándome fijamente a los ojos. Ahí fue cuando yo entré también en el juego, cuando tus profundos ojos negros me atravesaron por primera vez. A partir de entonces, reparé en el resto de ti tu pelo moreno apenas largo, tu espalda bien formada, tus rasgos angulosos y tu boca que invitaba...me gustabas.
Poco a poco fuimos entrando en una sintonía no coincidíamos siempre, pero cuando el destino nos ayudaba y a las 14:10 entraba en el mismo tren q estabas tú, apenas nos percibíamos el uno al otro, empezaba el juego de miradas a veces tímidas, a veces más intensas, a veces tiernas y otras veces calientes y directas. Todo sin palabras.
Al llegar a la estación, me dejabas andar delante de ti para poder espiarme a gusto y al llegar a la puerta teníamos nuestro momento de mayor cercanía era gracioso que siempre coincidiéramos en la puerta de salida habiendo tanta gente que salía en el mismo momento. Era una situación obvia, buscada por ambos y lo sabíamos. No nos decíamos nada con palabras, solo nuestros ojos y nuestros cuerpos que buscaban cercanía hablaban por nosotros. Al pasar esa última puerta y subir las escaleras que nos llevaban a la superficie para luego separar nuestros caminos, subíamos de manera lenta, pesada, como estirando cada paso, alargando el momento para estar aunque fuera 2 segundos más cerca del otro. Nos mirábamos disimuladamente, aunque a esas alturas ya ambos sabíamos lo que nos estaba pasando. Era un juego silencioso, algo que solo nosotros dos sabíamos.
Cada vez, al llegar arriba terminábamos yendo cada uno por su lado y me quedaba esa sensación cada vez más intensa de querer más, de tener la miel en los labios. Me estabas obsesionando.
Ese mediodía de julio fue diferente. Yo venía del centro. Como dije antes, Madrid ardía de calor y yo no dejaba de pensar en ti. Hacía 2 días que no coincidíamos y que casi no lograba dormir pensando en tu mirada oscura.
El tren demoró bastante más de los 4 minutos que la marquesina anunciaba, había problemas en la línea 7 y por fin llegó lleno a tope. En ese momento mis esperanzas de encontrarte disminuyeron pues por la demora del tren debíamos estar descoordinados. Entré buscándote con la mirada entre los asientos (casi siempre ibas sentado en la misma zona) y no te vi. Había demasiada gente, pero era seguro que no estabas allí sentado. Me abrí camino entre las personas hasta ubicarme al fondo del vagón, con la espalda recostada contra una de las paredes. Me estaba poniendo de pésimo humor debido al calor, la cantidad de gente y tu ausencia. Ni siquiera había aire en el tren, era una situación agobiante. Resoplé y levanté un poco la vista y me encontré con unos ojos negros que me miraban fijamente. Eras tú, parado a poco más de un metro de mí, cogido de una de las barras de sujeción del techo. Me quedé como hechizada, no podía quitar mis ojos de los tuyos y sentía la sangre fluir como un río furioso por dentro de mi cuerpo. Adivinaba que mis mejillas estarían rojas, las sentía palpitar.
Mi boca se entreabrió casi de manera involuntaria, y pude notar como tus pupilas se dilataban. Estábamos totalmente magnetizados el uno por el otro.
Alguien se puso entre medio y deje de ver tu rostro por unos minutos, disminuyendo algo la tensión que se había producido y dándome un tiempo para reponerme. En la siguiente estación se bajaron varias personas y subieron otras tantas tú te las ingeniaste para quedar más cerca de mí, justo en frente, a menos de un metro. Estábamos tan cerca yo seguía con mi espalda apoyada contra la pared del vagón, rodeada de gente por mis dos costados, y en frente ahora solo te veía a ti. La gente se seguía apretando y nosotros cada vez estábamos más cerca, si estiraba apenas un poco mi brazo podía tocar tu rostro anguloso. Sentía tu olor, que era suave y dulce, y estaba comenzando a marearme. Tus ojos me recorrían de abajo a arriba y siempre terminaban plantándose en mis ojos, de una manera tan provocadora que me daban ganas de huir. Me sentía atrapada por ti, pero me gustaba. Sentía un escalofrío y cosquillas en mi vientre y mi respiración se entrecortaba. Creo que tú notabas mi excitación, y eso también te estaba poniendo a mil, pues cada vez estabas más cerca y tu mirada era más fuerte, como un cazador acorralando a la presa.
El viaje se estaba haciendo eterno, la situación era sumamente tensa y las paradas entre estación y estación eran cada vez más largas por los desperfectos técnicos del metro.
Faltaban solo 2 estaciones para llegar y esto era como una tortura, aunque tampoco quería llegar y separarnos como siempre cada uno por su camino, hasta tener nuevamente la suerte de encontrarte.
De pronto, en medio del túnel, el tren se detuvo poco a poco y la gente se tensó, se escuchaban comentarios y todos se movían nerviosamente menos tú y yo que seguíamos inmersos en nuestro mundo, cada uno con los ojos fijos en el rostro del otro. Las protestas y quejas de los demás pasajeros llegaban a mis oídos como sonidos vagos que sucedían a un millón de años luz de nosotros. Súbitamente, las luces se apagaron bajando la tensión de a poco hasta quedar totalmente a oscuras. El intercomunicador del tren anunció gravemente "Por problemas eléctricos en la red, el metro estará detenido durante unos minutos hasta poder solucionar la incidencia. Disculpen la molestia. Muchas gracias."
Yo no te veía a través de la oscuridad total, pero te sentía intensamente, estabas muy cerca, sentía tu respiración, tu olor, tu atención sobre mí. Las protestas de los pasajeros se mezclaban en mi cabeza, pero el sonido de tu respiración algo agitada estaba por encima de todos los sonidos para mí.
Una mano se posó en mi boca, y un latigazo de electricidad recorrió mi columna vertebral. Tus dedos se metieron apenas en mis labios, húmedos, y los besé y los dejé entrar más. Luego sentí que tu rodilla golpeaba en medio de mis piernas separándolas, y finalmente sentí el peso de tu cuerpo sobre el mío, estaba aprisionada entre la pared y tú. Estabas hirviendo, y sentí tu excitación sobre mí aun a través de la ropa, parecías estar a punto de explotar. Reprimí un gemido, no podía liberar la tensión de este momento pues estábamos rodeados de gente. Suavemente, con tu cuerpo cargado contra el mío, empezaste a moverte arriba y abajo, muy lento, pero presionando con mucha fuerza. Sentí una de tus manos en mi boca, intentando ahogar mis gemidos cada vez más difíciles de aguantar. Empezaste a presionar sobre mi cuerpo aun más fuerte, me estabas volviendo loca, estaba por perder el control y las piernas me temblaban, me costaba mantener el equilibrio. Pasaste tu brazo por detrás de mi cintura para sujetarme y apretarme aun más fuerte contra tu cuerpo. El ritmo aumentaba, y yo te sentía cada vez más caliente y ahora eras tú también el que debía reprimir los gemidos y la respiración agitada. Quitaste tu mano de mi boca y exploraste mis labios con tu lengua un poco áspera, y luego la sentí entrar a mi boca suave pero profundamente, haciendo círculos. Tu sabor era aun mejor que tu olor, dulce y perturbador, y tus labios eran suaves, carnosos, increíblemente sensuales.
La gente alrededor comenzó a quedarse callada, tal vez habían percibido que algo estaba sucediendo. Entonces, nos quedamos muy quietos, aunque pegados el uno al otro, calmando nuestra respiración, mientras tú me acariciabas el cabello, y yo tus labios. Sentía tu rostro a medio centímetro del mío, tu aliento, parte de tu cabello negro y fino estaba sobre mi cara y ya me sentía impregnada por tu olor. Tus manos ahora agarraban mis caderas firmemente, como evitando que huyera. Pasaban los segundos y seguíamos en silencio mientras la gente alrededor volvía a quejarse, molesta por el encierro. De pronto, las luces empezaron a encenderse y tú retiraste tu cuerpo del mío antes de que alguien pudiera vernos. Nos quedamos mirando aun agitados. Cuando estábamos a punto de llegar a nuestra estación, acercaste tu rostro a mi oído y me susurraste: " Vas a ser mía " Yo moví mi rostro a un lado hasta poder ver tus ojos negros, que me fulminaron.
Inmediatamente llegamos, y te retiraste para dejarme pasar hacia la puerta del metro. Te colocaste detrás, cerca de mí pero no demasiado, sentía tu mirada haciendo un surco entre mi pelo dorado y mis omóplatos, me recorrías y yo te sentía.
La puerta se abrió y tuve que caminar para salir de allí, aunque mis piernas casi no me respondían, aun temblaban, todavía tenía la sensación de tu rodilla entre mis piernas y tu peso sobre mis caderas. Pasaste por mi lado, adelantándome y llegando antes a las escaleras mecánicas. Miraste hacia atrás con una semisonrisa algo perversa. Sabías que había quedado tocada por lo ocurrido, y parecías disfrutarlo.
Una vez fuera, cuando cada uno cogía su camino, te miré confundida entre el miedo y el deseo, y simplemente me dijiste "Hasta pronto".
El camino hacia mi casa no lo recuerdo fue un continuo repaso mental de lo que había ocurrido.
Esa noche no pude comer, ni dormir.
Te busqué al día siguiente en el mismo tren. Nada. No estabas.
Ni al siguiente. El viernes tampoco.
Pasó la semana y nada. Te buscaba con la mirada en cada rincón del tren de las 14:10 pero no te encontraba. ¿Y que haría si te veía? No lo sabía.
Mi humor era pésimo esos días. Tenía necesidad de encontrarte, aunque ni siquiera sabía tu nombre. También tenía miedo, pues estabas poniendo mi vida patas para arriba.
2 semanas y ni rastro, me sentía vacía sin verte.
Iba y venía de trabajar como una zombi. Ya ni siquiera te quería buscar, había decidido dejar esa pasión enterrada bajo la piel. El tren de las 14:10 ya no era igual sin ti.
Aunque cada día, al salir del metro no podía evitar mirar hacia esa calle por la que antes te veía alejarte de mí.
Madrid se estaba quedando desierto, ya empezaba agosto y la gente se iba de vacaciones. El metro venía prácticamente vacío, y las caras de los presentes expresaba el pésimo humor, normal en los currantes de un verano en la capital, a 45 grados.
Entré en el vagón en el que habitualmente funcionaba el aire acondicionado. Distinguí solo 2 personas sentadas casi al fondo. Sentía la ropa pegada a la piel por el calor, estaba harta de la ciudad, o más bien harta de todo.
Me senté, y deseé que el tiempo pasara pronto hasta llegar a mi estación.
Al llegar salí del tren, y súbitamente sentí un choque en mis ojos eran los tuyos clavados en mí, avanzando igual que yo hacia la escalera, saliendo desde el vagón contiguo al mío. Mi mente se nubló, no podía ni pensar, y apenas lograba respirar. Eras intenso y perturbador, y yo te seguía hipnotizada. Mirabas hacia atrás para comprobar que aun estaba detrás de ti. Empezaste a avanzar con rapidez, como tratando de dejarme atrás, subiste las 3 escaleras del trayecto hacia la salida de 2 en 2 y desapareciste por la puerta como una exhalación. Yo sentí un hueco en las entrañas, estaba confundida y triste.
Salí y ya no te vi. Emprendí pesadamente el camino a mi casa. Giré en la esquina, y sentí un inesperado tirón en mi brazo, y tus ojos negros de pronto me miraban a 3 centímetros de mi rostro. "Ven conmigo" me dijiste. Te di una bofetada en la cara, que fue la descarga de mi frustración acumulada de todos estos días pasados sin verte y del sentimiento de impotencia al verte huir 2 minutos antes. En ese momento te odiaba a la vez que te deseaba con locura. Me miraste fijo tocándote la mejilla golpeada primero con gesto serio, pero luego te sonreíste al ver mis ojos angustiados y mis brazos delgados temblando por ti. Me cogiste por la mano y yo no pude resistirme, no lograba reaccionar.
Cruzamos la avenida rápidamente, caminamos por la calle por la que solía verte desaparecer siempre solo, dimos la vuelta a otro bloque de apartamentos y llegamos a un portal, al número 7 de esa calle.
Entramos y subimos 3 pisos por escalera, me llevabas bien sujeta, mi mano estaba fría, sabía lo que iba a suceder si te acompañaba. Te girabas para mirarme pero no hablábamos. Llegamos a tu puerta. Sacaste la llave, abriste y entramos. El piso estaba en semipenumbra, las persianas estaban casi totalmente bajadas y no había nadie más que nosotros dos allí, aunque por la decoración y otros detalles se adivinaba que era una casa de familia, y no de un chico solo. Dejé mi bolso sobre un sofá. Te seguí hasta la cocina donde sacaste agua de la nevera, serviste en un vaso y me lo ofreciste. "No gracias" dije observándote. Bebiste tú, solo un par de tragos, y apoyaste el vaso en la mesa. Te empezaste a acercar a mí, hasta dejarme presa entre la encimera y tu cuerpo. Me quisiste besar y giré el rostro. Buscaste mi mirada con la tuya y la esquivé, hasta que cogiste mi mentón fuertemente con tu mano, y clavaste tus ojos en los míos. Intentaste besarme otra vez, y yo volví a golpearte. Te reíste con dulzura y te mordiste los labios.
"¿Donde estuviste?" pregunté con la voz temblorosa. "Fuera de la ciudad. Lo siento" respondiste. Y me besaste. Esta vez te dejé hacer. Me ericé completamente al volver a sentir tu sabor. Exploraste mis labios con la punta de tu lengua y luego mi boca, muy suavemente al principio, y de forma más brusca luego.
Paraste agitado y me miraste detenidamente "¿Cómo te llamas?" preguntaste suavemente."María" dije con una voz casi imperceptible. "María María " repetiste con tu voz algo ronca y hablando despacio.
Me seguiste besando. El calor entre ambos empezó a aumentar, tu cuerpo me apretaba cada vez más contra la encimera. Me pillaste por los muslos y me sentaste sobre ella. Me miraste fijamente y me dijiste: "¿Tienes calor María? Estás hirviendo ¿lo sabes?" Yo temblaba. Cogiste el vaso con agua y me lo echaste por encima, desde mi cuello, sentía el agua bajar por mi torso, estaba tan sensibilizada que lograba sentir el recorrido de cada gota por separado. Estaba empapada y con la ropa pegada al cuerpo, y me sentía enojada y llena de deseo a la misma vez. Te empujé, y tú te volviste a poner frente a mí, yo aun estaba sentada sobre la encimera. Cogiste mis rodillas con fuerza y me abriste las piernas, para colocarte justo en el medio, y tiraste de mis piernas hacia ti hasta quedar rodeado por ellas. Amagué a resistirme, pero me pillaste por las muñecas y no me dejaste hacer nada. Realmente, yo ya no tenía voluntad y mi piel estaba ardiendo por ti. Tus besos bajaban por mi cuello y la punta de tu lengua me acariciaba. Tus manos se deslizaban ahora por mi vientre mojado por el agua que habías derramado encima de mí, e iban subiendo suavemente hacia mi pecho. Mis ojos se daban vuelta de deseo, estaba en trance. Luego sentí tu lengua jugando con mi ombligo. Mi espalda estaba vencida contra la pared de la cocina. Sentía tus besos por todo el cuerpo casi desmayada de placer, de una manera casi sobrenatural. Paraste de pronto. Abrí los ojos y vi tu rostro.
"Esta vez no vas a escapar. Dime ¿qué me pasa contigo?" me dijiste. Te respondí con una mirada de deseo y un suspiro. Poco a poco empezaste a deslizar los tirantes de mi camiseta hacia abajo mientras me besabas, metiste las manos en mis caderas, por debajo de mis jeans y los fuiste bajando yo empecé a desabrochar tu vaquero y te quité la camiseta blanca que vestías. Nos besábamos frenéticamente, mordisqueábamos y lamíamos nuestros labios y nos mirábamos de una manera indescriptible, penetrante, agresiva. Estábamos semidesnudos y ardiendo. Percibí tus dedos en el borde de mi pequeña braga, me tocabas con suavidad y yo estaba alcanzando el cielo, mientras recorría todo tu cuerpo firme con mis manos y mi lengua. Me sentía al límite, todos mis sentidos estaban dedicados a ti, estaba entregada por completo a mi "desconocido", y a la lujuria.
Te sentí entrar en mí poco a poco fue un placer inmenso sentirte atravesar mi cuerpo. Grité. Gemiste.
"Síiii" susurraste y empezaste a embestirme primero suavemente y luego con violencia. Más fuerte más fuerte más fuerte casi con desesperación, mientras te hundías en mis ojos atravesando mi alma, robándomela. "Estoy dentro tuyo, María. ¿Me sientes?"
No pude responderte, estaba fuera de mí. En ese momento, al querer exhalar tu nombre me di cuenta de que ni siquiera lo sabía
Lo siguiente que puedo recordar es una descarga intensa, un orgasmo largo y profundo, que tú secundaste inmediatamente al sentir como mi cuerpo se contraía y retorcía contigo dentro. Te sentí descargarte dentro de mí, a la vez que tus ojos me partían en dos.
Estuve desmayada tal vez 5 minutos, tal vez una hora. No lo sé.
Al abrir los ojos solo vi los tuyos. Dulcemente empezaste a acomodar mi ropa, a subir mi camiseta de tirantes, mis vaqueros. Aun estábamos ambos empapados en agua y sudor la pequeña cocina olía a nosotros, estábamos envueltos en ese aroma dulce y sexual.
Miré la hora. Era tarde y me esperaban en casa. "Por dios, me tengo que ir". Me incorporé con dificultad y tú me indicaste donde estaba el baño.
Me miré al espejo. Era yo, aunque de una manera diferente. Había hecho algo simplemente porque lo sentía, por primera vez sin pensar, cedí el control para dejarme llevar. Era extraño. Parecía estar viviendo la vida de otra mujer. Pero me sentía más viva que nunca.
Cuando salí me estabas esperando. Me tenía que ir.
Abriste la puerta, y te pusiste delante. Me besaste dulcemente y me dijiste "Vuelve mañana por favor ya te necesito como a una droga. Y me llamo Mikel"